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Cuentos sacroprofanos.pdf

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Escuálida y vestida de sucios harapos, reclinada<br />

sobre el miserable jergón que le servía de<br />

cama, y con el codo apoyado en un banquillo<br />

de madera, la endemoniada, que se había llamado<br />

en el siglo Dorotea de Guzmán, que<br />

había sido orgullo de una hidalga familia, alegría<br />

de una casa, gala y ornato de las fiestas,<br />

parecía un espectro, una de esas mendigas que<br />

a la puerta de los conventos presentaban la escudilla<br />

de barro para recibir la bazofia de limosna.<br />

Su estado de demacración era tal, que a<br />

pesar de verse por los desgarrones del mísero<br />

jubón las formas de su seno, el dominico, que<br />

era un asceta y solía luchar con tentaciones<br />

crueles, no sintió turbación ni rubor, y sólo la<br />

piedad, la dulce y santa piedad, le impulsó a<br />

ofrecer a Dorotea amplio pañuelo de hierbas, y<br />

a decir benignamente:<br />

-Cúbrase, hermana.<br />

De tanta miseria y abyección tomó pie el fraile<br />

para empezar a convencer a Dorotea de que<br />

sacudiese el yugo de un amo que así paga a sus

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