Una familia peregrina en el Primitivo (Alvaro "abaco"). - Camino de ...

Cuando regreso a la habitación, Ana ya se ha levantado, ha encendido la luz y está
arreglando las alforjas con la meticulosidad que la caracteriza, sobre todo con la
alforja de Anita, que tiene que abrir y cerrar varias veces durante todo el día.
Despertamos entre arrumacos a los dos infantes sobre las ocho de la mañana,
terminamos de guardar los sacos de dormir y nos dirigimos a un bar del pueblo, el
mismo que custodia la llave del albergue, para tomar el desayuno, aunque hoy
pararemos también en Salas, antes de comenzar el ascenso a La Espina.
Salimos por carretera en dirección a Salas, siguiendo las recomendaciones de la guía
que me he confeccionado, cruzamos el río Nonaya por un puente medieval y, a la
entrada de Casazorrina, nos encontramos un desagradable accidente de circulación. Lo
superamos con precaución y atravesamos esta pequeña localidad. A la salida, a la
derecha, nace la carretera que dos kilómetros más adelante nos dejará en Salas.
Una vez en la localidad, aparcamos las bicis en la pared de la cafetería de la plaza y
nos disponemos a visitar la Colegiata de Sta. María, el palacio de Valdés-Salas y todo
el casco antiguo. Intentamos degustar los “carajitos del profesor”, pero están en
fiestas patronales y no hay abierta ninguna confitería; otra vez será. Tomamos unas
frutas, rellenamos los bidones de agua y continuamos camino.
A la salida del pueblo, a mano derecha, el camino toma un sendero que ya no
abandonaremos hasta Bodenaya, salvo para cruzar en dos ocasiones la carretera
nacional. El sendero transcurre paralelo al río Nonaya, a cuya derecha serpentea por
un barranco muchos metros más abajo. Cuando descansamos, aprovechamos para
echar la vista atrás y disfrutar de un paisaje único, salvaje, impresionante.
Atravesamos una serie de puentes, recuperados para el Camino de Santiago, cuyo
origen se remonta varios siglos. Las cuestas y pendientes se tornan durísimas,
prácticamente todo este tramo, de unos nueve kilómetros, lo hacemos todos a pie,
incluida el Hadita, arrastrando las bicis. Eludimos como buenamente podemos terrenos
embarrados, charcos, boñigas y toda clase de impedimentos que a duras penas
conseguimos superar. Una de las veces que Anita y yo nos adelantamos, en un claro
del bosque, a un metro de nosotros nos salta un gran pajarraco que me propinó un
susto del quince, un ave rapaz me parece reconocer cuando el alma me vuelve, que se
me había salido del cuerpo. Anita no se entera, la pilla de espaldas, animando a su
mamá y a su hermano, que vienen arrastrando las “cabras” por allá abajo. Menos mal,
si el susto se lo lleva ella se nos acaba el Camino en ese momento…
A eso de las once y media de la mañana, mientras yo hablaba con Aldebarán por
teléfono, nos adelantan ocho o diez peregrinos a caballo; al saludo de Anita, con su
potente “¡buen Camino, peregrinos!”, los sujetos en cuestión, entre los que van
algunas damas, se limitan a mirarnos de reojo, con expresión de suficiencia y dando la
callada por respuesta. Imaginad lo que pensarían cuando José David les espeta:
“¿Podríais arrastrarnos las bicis hasta arriba…?”. ¿Peregrinos o señoritos tomando el
Camino como si fuera su cortijo? El tiempo dirá.
Atravesamos unas obras de ampliación de la carretera y nos introducimos en la aldea
de Porciles por un caminito asfaltado, a la derecha. Superamos cuestas increíbles,
salpicadas con barro, charcos y tremendas boñigas y, una vez arriba, pensamos, lo
más duro ya ha pasado. Vemos a uno de los cordobeses sentado en una parada de
autobús, nos pide agua y le acerco un bidón, con el que se remoja y echa un buen
trago. Me dice que Juan ha ido a reponer agua a una casa que se ve enfrente, a unos
doscientos metros, y que los otros dos compañeros se han quedado atrás, pues uno
de ellos lleva los pies llenos de ampollas y apenas puede caminar. Por fin aparece Juan
con el agua, nos saludamos y, viendo que no necesitan nada de nosotros,
continuamos camino. Llegamos al crucero de Bodenaya, nos fotografiamos junto a él y
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