Una familia peregrina en el Primitivo (Alvaro "abaco"). - Camino de ...

UNA FAMILIA PEREGRINA EN EL CAMINO PRIMITIVO
Introducción.-
ALVARO BAÑÓN CONEJERO - Peregrino
“Que trata de cómo Ábaco y su intrépida familia decidieron, después de muchas dudas
y tribulaciones, embarcarse en esta hermosa e increíble odisea y de los preparativos
para llevarla a cabo…”
La idea de meternos este año en el Camino Primitivo nació durante el “Antroxu”
(carnaval) de Avilés, mientras huíamos de las mangueras de los bomberos, que se
empeñaron, junto con la lluvia, Karmeluka, su esposo Jose y los chigres, en que no
quedara parte alguna de nuestro cuerpo sin remojar, por dentro y por fuera.
Hacía unos pocos meses que habíamos hecho el Camino Francés y, antes de volver a
intentarlo, nos apetecía a todos probar otra cosa, un cambio de aires, pero sin llegar a
medir bien la envergadura de la aventura que íbamos a correr. Para Carmen y para
nosotros mismos era una buena opción, pues nos permitiría volver a vernos, aunque
fuese sólo un día.
Terminó de convencerme Almeida, un peregrino que publicó el diario de su periplo por
este Camino en los foros, su lectura me impresionó y las palabras de ánimo que me
dedicó hicieron el resto: está decidido, vamos a hacer el Camino Primitivo o, cuando
menos, a intentarlo.
“Camino Primitivo habemus…” sentenció Jose/Ankh, nuestro amigo peregrino de
Albacete. “Cuando a Ábaco se le mete entre ceja y ceja un asunto, lo acaba por lo civil
o por lo penal, así que se dé ese Camino por hecho”. Tampoco era para tanto, aunque
sí es cierto que no sería extraño que mis antepasados fueran de Aragón, por la fama
de cabezotas que tienen los maños, no yo…
Así que a primeros de este año, me agencio la guía de Carlos Mencos y, conforme la
voy leyendo, comienzo a consultar cosas en internet, necesito detalles de los lugares
por los que vamos a transitar. José David está en plena fiebre con el tema de los
estilos arquitectónicos y querrá visitar todos los monumentos, monasterios y edificios
que nos vayan saliendo al paso.
Cuando ya tenemos más o menos clara y asumida la evidente dificultad orográfica que
plantea la ruta, decidimos no fijar etapas de antemano, haremos los kilómetros que
podamos y, cuando nos encontremos cansados, pernoctaremos en el lugar habitado
más cercano; si hay albergue de peregrinos, perfecto, en caso contrario, cogeremos
un hostal, una pensión o lo que encontremos.
El siguiente paso es estudiar kilómetro a kilómetro el recorrido, las cotas y los perfiles,
para lo que me valgo del visor de mapas “Sig-Pac”, herramienta para mi gusto más
completa que el “Google Map”, y anoto con orden y precisión los datos que voy
recogiendo. Además este visor marca con conchas el trazado de los Caminos de
Santiago, lo que me facilita bastante la labor. Con estos antecedentes, voy
confeccionando una guía metro a metro, cruce a cruce, que nos será muy útil para
nuestra andadura primitiva, como se ha venido demostrando después…
Allá por el cese del invernadero, finales de marzo más o menos, me entero que varios
peregrinos de Santa Felicia tienen previsto iniciar este Camino para últimos de abril o
primeros de mayo. Conozco personalmente a alguno ellos, casos de Duracell y Lakarri
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y, por referencias, a todos los demás, así que a través de Carmen del Paraíso les
ofrezco los datos que tengo acumulados, por si son de su interés. A los dos o tres días
me llama por teléfono Ramón/Aldebarán, que será de la partida, interesándose por mi
trabajo. Fue la primera vez que hablé con él y nos caímos muy bien, dicho sea de
paso. Le envié todos mis datos, almacenados en una hoja de cálculo excel y, a partir
de entonces, le remitía periódicamente, tanto a él como a Javier/Triskel las novedades
que iba incorporando. Fue una buena excusa para que Ramón y yo hablásemos a
menudo por teléfono e iniciásemos una buena amistad, que se ha ido enriqueciendo
con el tiempo, hasta conocernos personalmente durante la manifestación sobre el
asunto de O Pino. Ha sido uno de los encuentros más emocionantes y maravillosos
que he tenido en mi vida, lo puedo asegurar. También, con motivo del trabajo sobre el
Camino, tuve ocasión de intercambiar algunos correos electrónicos con Triskel, lo que
motivó un encuentro inolvidable en Albacete, que espero repetir a no mucho tardar.
Posteriormente, recibí toda la ayuda del mundo de Juanjo/Seis y Siete, Alex Montero y
algunos otros peregrinos que me perdonarán si en estos momentos no los recuerdo,
sé que lo harán…
Una vez realizado el Camino Primitivo y habiendo finalizado la aventura en Fisterra por
una ruta alternativa a la oficial, debido todo a nuestro interés por conocer la Costa da
Morte, a veces me pongo a cavilar sobre la bendita y loca aventura que ha supuesto
hacer este Camino y, dentro de esa locura, haberlo disfrutado mucho con un hecho
que ha supuesto para mí una grata sorpresa: los asturianos se sienten muy orgullosos
e identificados con sus Caminos de Santiago, tanto de la costa como del interior.
Ayudan, apoyan, orientan a los peregrinos y se les nota agradecidos cuando paras a
charlar un rato con ellos. Este es un ejercicio, detenerse a hablar con la gente, que
tienen muy arraigado los peregrinos, y en nuestro caso no es una excepción. El ansia
de conocer nuevas costumbres y culturas distintas es inherente a los que vivimos
pendientes once meses de correr alguna aventura el mes que resta del año. Nosotros,
en particular, además de con los hospitaleros y los peregrinos que nos
encontrábamos, nos parábamos a hablar con vaqueras, paisanos, personas mayores…,
y no teníamos inconveniente en llamar a las puertas de los caseríos y las aldeas para
pedir agua, o simplemente orientación, lo que significaba un buen rato de animada
conversación, y más en el caso de mis hijos, cuya curiosidad innata los hace preguntar
y preguntar hasta la pesadez.
Salimos de Albacete en dirección a Avilés con el hormigueo en el estómago típico de
los nervios que te atenazan cuando te enfrentas a lo desconocido. Es un camino muy
duro, como hemos podido comprobar nosotros mismos, mi Hada (Anita) pesa ocho
kilos más que el año pasado, tenemos la incertidumbre de la disponibilidad de
albergues, alojamientos y comidas. Pero tan pronto nos presentamos en el albergue
de Avilés y lo vimos atestado de peregrinos, se nos pasaron los nervios que nos
producía esa incertidumbre. Y es que, al fin y a la postre, a los peregrinos nos puede
inquietar en cierto modo lo desconocido, pero no le tenemos ningún temor, es más,
disfrutamos con ello...
Día 1.-
“Sobre la jornada en que, mientras nosotros íbamos, las flechas volvían…”
Me despierto sobresaltado por las luces que van y vienen haciendo garabatos en el
techo de la habitación. Son las cinco de la mañana y ya hay peregrinos preparando su
mochila para salir. ¡Pero si hasta las siete y media u ocho menos cuarto no amanece
por estos pagos! ¿O es que a éstos los han contratado para poner las calles del
pueblo? Me entra un buen mosqueo porque los mineros (o bomberos, como los llama
José David) mueven la cabeza y, consecuentemente las luces, en todas direcciones.
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Son pocos, tres o cuatro, pero han conseguido convertir la habitación en una cutre
discoteca. Parafraseando al hermano peregrino Jose/Ankh, la situación es semejante a
un concierto de los Locomía. Imagino que esos engendros modernos los precisarán
para caminar por la oscuridad, en una desenfrenada carrera por asegurarse el catre en
el próximo albergue.
No hace todavía una hora que había conseguido conciliar el sueño, gran parte de la
noche nos la pasamos Ana y yo mirándonos a hurtadillas, tomándonos de la mano con
pequeños apretones, intuyendo cada uno lo que piensa el otro. Los nervios por el
comienzo de nuestro Camino nos encogen el estómago, la responsabilidad de
adentrarnos en una ruta desconocida con los niños no nos deja pegar ojo. Nuestros
hijos se han acomodado en las literas de arriba, sin peligro de caerse pues la de Anita
queda protegida contra el muro y por la litera de su hermano. Los dos gozan de buen
sueño y la juerga de nuestro vecino de litera, el que tenemos cabeza contra cabeza,
no les ha despertado. Buena señal, pues a nosotros nos ha estado amargando la
noche con toda clase de ruidos y movimientos. Ese buen hombre está para ser tratado
de urgencia por un psiquiatra: habla en sueños, en voz alta; se mueve, gesticula con
los brazos, ronca, mejor ruge, como un león, tose, ventosea, lloriquea… ¡Por Dios, qué
noche nos ha dado el fulano, y qué a gusto ha ejercido su derecho a la libertad de
expresión, el muy mamón! Espero que durante el día se comporte con más
tranquilidad, si no, destroza el Camino a patadas y cabezazos.
Habíamos llegado a Avilés a mediodía, siguiendo escrupulosamente el plan trazado
allá por febrero con la familia de Karmeluka. La idea era haber pasado el día con ellos
y comenzar el Camino desde allí, en lugar de Oviedo. Pero la coincidencia de fechas en
nuestros respectivos periplos ha tornado imposible el encuentro. No obstante,
nosotros seguimos el plan inicial y enviamos las bicis al domicilio de Carmen, allí nos
esperaría su madre. José David quería volver a corretear por la playa de Salinas y
nosotros habíamos quedado para pasar un rato con Ana, una paisana albaceteña
residente en Avilés, por lo que deberíamos apresurarnos para tener acabados los
preparativos para el día siguiente, el de la partida.
Después de comer en el Restaurante Ría de Avilés, montamos las bicicletas y nos
encaminamos al albergue, donde nos recibió muy amablemente el hospitalero José
María. Eran más o menos las cinco de la tarde y el albergue estaba como los aledaños
de la Plaza de las Ventas en tarde de corrida. Nunca pensé que el Camino del Norte
soportara tal cantidad de peregrinos. De las sesenta plazas del albergue pudimos
coger las cuatro por los pelos, por lo que si esta afluencia se confirma en el Primitivo,
aviados estamos: a dormir al suelo o a los hoteles. Y claro, para sesenta camas, dos
aseos de casita de muñecas así que, la peña, a mear al patio.
Nos reunimos con Ana (la paisana de Albacete, aclarando, que se juntaron tres “Anas”
en la partida), y nos dirigimos a Salinas, para satisfacer las ansias de Cantábrico que
traen los peques desde los secanos manchegos. Y bien satisfechos que quedaron, pues
se han hartado de juguetear con las olas y terminan rebozados en la arena de la
hermosa playa de Salinas. Cenamos estupendamente en el Restaurante Galicia, a
base de lacón y pulpo al estilo galaico, rematado con una parrillada mixta de marisco
y pescado. ¡Bien empezamos, por Hércules! Nos despedimos de Ana y a las once de la
noche yacemos acomodados en nuestras respectivas literas.
Son ya las siete y, hartos de luces psicodélicas, ruidos de plásticos y siseos, Ana y yo
nos ponemos en pie, nos aseamos, vestimos y acomodamos las alforjas en las bicis,
ayudados por Jose David, que ya se ha levantado. Cuando salimos del albergue, sobre
las ocho y media, tan solo queda el peregrino nervioso, que dormía plácidamente a la
espera, supongo, de que lo echen del albergue con cajas destempladas. Tanto
descanso tenga como paz deja.
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Y ahora, a comenzar la aventura; nosotros tenemos que hacer nuestra etapa Avilés -
Oviedo ¡al revés! Vamos, que nos vamos a encontrar, salvo que nos extraviemos, las
flechas apuntando hacia nosotros. A ver qué tal se nos da leer de derecha a izquierda
como los árabes. La salida de Avilés es larga y pesada, por la antigua carretera a
Oviedo, sufrimos el estrés del tráfico rodado hasta bien pasado el barrio de Villalegre,
ya en las afueras de Avilés. Impresiona ver el inmenso viaducto de la autopista que
pasa por encima de nosotros a bastantes, no sabría decir cuántos, metros de altura.
Tomamos una carreterita vecinal y paramos a desayunar en Nubledo, donde
aprovechamos para que nuestra Hadita Peregrina correteara un rato, ya que en esta
etapa, al ser corta, va a tener pocas oportunidades, quizá ninguna, de estirar las
piernas. Continuamos hacia Cancienes, cruzando por un puente la vía del tren. A ratos
el Camino nos lleva por una ruta vecinal poco transitada y otras nos devuelve a la
carretera que, aunque dispone de arcén, resulta engorroso soportar el ruido del
tráfico.
Pronto superamos la aldea de Solís y nos enfrentamos al que será el único accidente
geográfico del día: el Alto de la Miranda, coronado con un hotel en su cima. Después,
todo pendiente hacia abajo hasta llegar a la ciudad más importante de la etapa entre
Avilés y Oviedo, La Posada de Llanera. Aquí paramos a comprar unas cintas para
asegurar la sujeción del protector de cuello de Anita, que se ha quedado dormida y se
le inclina demasiado la cabeza hacia un lado. Resuelto el problemilla, nos introducimos
por una carretera vecinal que ya no abandonaremos hasta la entrada a Oviedo.
Preguntando a los vecinos, conseguimos orientarnos sin dificultades hacia Puente
Cayés. Nos hemos encontrado un par de veces las flechas en nuestro mismo sentido
de marcha, cayendo en la cuenta de que vamos al revés. Yo me pregunto, ¿cómo se
las arreglan los peregrinos para realizar el viaje de vuelta a casa…? El Hadita se ha
despertado en el mismo instante en que pasamos frente a unas zarzamoras. “Moras,
papá, cógeme unas poquitas, que están de vicio (sic)”. Así que, parada y a coger un
buen puñado de moras para mi niña…
Preguntamos a una señora que, aunque extrañada porque todos los peregrinos que
ella ve pasar lo hacen en sentido contrario, nos confirma nuestra buena dirección y
aprovecha para enseñar a Anita un ternero recién nacido “mira nenina, mira que
ternerín más rico…”. A partir de ahí, alegría general y todos a hablar en asturianín,
que es muy pegadizo.
Una vez pasado Puente Cayés y La Pedrera, llegamos a las puertas de Oviedo. Ya en
plena ciudad, alcanzamos una rotonda que desemboca en la Avenida del Mar, por la
que, siguiendo las indicaciones que llevan al centro de la ciudad, alcanzamos la calle
Gascona, repleta de chigres (sidrerías) y restaurantes y por la calle El Águila llegamos
a la plaza Alfonso II el Casto, donde se encuentra la Catedral. La etapa, por hoy, ha
terminado; son las doce y media. No está mal para ser el primer día. Anita ha llegado,
en sus palabras, a un “pueblo grande muy bonito y con una bonita iglesia y palomitas
revoloteando por la plaza”. Tras un pequeño descanso acompañado de una cervecita
en una terraza, un paseo por la plaza y contemplar la actuación de varios grupos
folklóricos, visitamos la catedral; preguntamos por el canónigo, Sr. Franco, para
agradecerle de parte de los primitivos felicianos su buena acogida el pasado mes de
abril, pero no pudo ser, se encontraba de vacaciones, así que sellamos las
credenciales y nos entretuvimos admirando el interior de la catedral durante un buen
rato.
Tras la comida, bastante rica y abundante, nos acercamos paseando, bici en ristre,
hasta el albergue. Vemos con sorpresa que está cerrado, un cartel reza que abre a las
cinco y en los parques de alrededor, decenas de peregrinos dormitan a la espera del
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mismo objetivo que nosotros: hacerse con una litera. “Lo tenemos claro, como el
albergue no sea grande o habiliten algún otro lugar…” dice Ana, a sabiendas de que el
albergue tiene unas doce o quince plazas. Parece mentira que una ciudad que es inicio
del Camino Primitivo y paso del Salvador y del Norte no tenga un albergue en
condiciones. Pero, claro, cada concejo dedica sus dineros a lo que considera oportuno
y, al parecer, Oviedo no considera, todo lo contrario que otras ciudades y pueblos de
Asturias, importante el Camino de Santiago. Esperamos, entonces, a la apertura del
albergue y, pasando olímpicamente del vergonzoso mogollón que allí se monta,
sellamos nuestras credenciales y nos vamos a buscar un hotel. Somos peregrinos, no
ovejas, qué carallo...
Día 2.-
“Del día en que comenzamos con el pie izquierdo, como si nos hubiera mirado un
tuerto y en el que se demuestra que todo es posible, hasta lo impensable…”
“Amenaza lluvia, papá…” sentencia muy serio José David mirando al cielo, mientras
sacamos las bicis del garaje. Después de cenar opíparamente en el Restaurante
Cachopito (el nombrecito fue motivo de la guasa correspondiente por parte de los
componentes masculinos de la expedición), hemos dormido en un hotel muy coqueto
de la zona noble de Oviedo, cerquita de la catedral y, la verdad, se nos ha ido la noche
en un abrir y cerrar de ojos. Me pongo sarcástico y le digo: “Ya verás como
conocemos antes un buen calabobos astur que a un peregrino…”. Es nuestra segunda
etapa y, salvo las conversaciones de rigor en el albergue de Avilés, para ir tomando
conciencia peregrina, durante la etapa de ayer no nos hemos cruzado con ninguno. Y
en el albergue de Oviedo, viendo a todos los peregres con el cuchillo entre los dientes
intentando apropiarse de una litera, pues no tenía mucho sentido una conversación.
Colocamos las alforjas, Anita, que va profundamente dormida, ocupa su lugar bien
abrigadita para seguir su aventura en los brazos de Morfeo y nos dirigimos a la
catedral a comenzar la andadura en la misma puerta, tal como mandan las usanzas
concheras…
Tan pronto doblamos por la calle del Carmen, a unos doscientos metros de la salida,
empieza a caer un aguacero de tres pares. Así que nos refugiamos en la entrada de un
garaje, comenzando a ponernos chubasqueros y demás bártulos anti lluvia, nerviosos
y cabreados porque estas cosas siempre nos pillan en el peor momento. José David ha
apoyado la bici contra la puerta del garaje y cuando, de pronto, ésta se abre, cae
rodando por la pendiente hacia adentro. Un energúmeno al que su condición de
bautizado, imagino, le da categoría humana y que sube en coche por la cuesta se
pone a tocar el claxon como un poseso para que quitemos la bici de allí. Yo aguanto
mi bicicleta y a Anita, que se despierta sobresaltada, Ana intenta colocarle a la niña el
chubasquero y José David mirando a todas partes asustado y sin saber qué hacer. Le
indico que aguante un momento mi bici, me acerco al fulano del vehículo y le hago
una señal tan expresiva que la comprende enseguida, lo miro de arriba abajo y de
abajo a arriba como si le tomara medidas para hacerle un traje. Pide disculpas con la
mano mientras me apresuro a levantar la bicicleta tirada en el suelo. ¿Qué puñetas
hace un imbécil de este calibre tocando el claxon a las ocho de la mañana de un
sábado? Nos apartamos y pasa por nuestro lado sin atreverse a quitar la vista del
frente, evitando las miradas asesinas que todos, incluida el Hadita, a la que había
despertado el gilipuertas ese, le dedicamos a su paso.
Antes de continuar, quiero aclarar que una de las cuestiones que más nos preocupó al
preparar el Camino Primitivo fue cómo evitar mojarnos con la lluvia, sobre todo en el
caso de Anita, que va sentada sin apenas moverse, por lo que si no evitamos que la
lluvia la afecte cogería un resfriado seguro, como mínimo. Así que le acoplamos un
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chubasquero largo hasta los pies, bastante resistente, que la cubría a ella entera junto
con la silleta, añadiendo a continuación, como segunda capa de protección, un poncho
de plástico grueso que volvía a cubrirla entera, incluso por debajo de la silleta,
sujetado con cintas y gomas para que no se pudiese enredar en los radios de las
ruedas. Vamos, un invento bastante ingenioso de su madre, parecía una cebolla, por
lo de las varias capas. Para los demás, chubasquero normal salvo José David, que
además, llevaba un pantalón ciclista largo impermeable.
Así que, bien pertrechados de ropajes anti lluvia, nos encaminamos hacia la salida de
la ciudad, siguiendo las llamativas conchas de bronce que hay colocadas en el suelo de
las aceras, sabiendo que, según nos habían indicado en varias ocasiones, en Asturias
la dirección a seguir la marca la parte trasera de la concha, justo al revés. No es
excesivamente complicado encontrar la salida de la ciudad e incluso sin pedírselo, los
transeúntes nos van marcando la dirección a seguir con amables indicaciones de sus
brazos. Se nota que aquí todavía se agradece el paso de peregrinos, como podremos
comprobar a lo largo de todo el Camino Primitivo hasta Melide.
A la altura de la Quinta Méndez, un caserío sito a la izquierda de la carreterilla, la
tormenta ya se torna muy intensa, lo que hace que no veamos la indicación de girar y
continuemos hasta una casa situada al final del fuerte repecho, donde nos guarecemos
de la tormenta. Allí, la dueña de la casa sale a saludarnos muy amable e incluso nos
invita a entrar; declinamos su oferta porque la entrada está bien protegida de la lluvia
y aquí no nos mojamos. En cuanto amaina decidimos seguir, aunque continúa el
calabobos. La buena señora nos indica como retomar el camino correcto, atajando por
una senda que sale frente a su casa. En ese momento aparecen bajando por el camino
que viene del monte varios peregrinos que vuelven sobre sus pasos. Han errado la
ruta y se han desviado hasta casi la cima del monte Naranco, varios kilómetros más
arriba. La expresión de su cara era toda una explicación gráfica clara de su estado de
ánimo, van como para bromear con ellos, así que les hacemos un gesto de
circunstancias, les indicamos la ruta correcta e iniciamos la marcha, deseándonos
todos buen Camino.
Continuamos por San Lázaro de Paniceres, donde nos aprovisionamos de agua,
paramos un rato a fotografiarnos con otros peregrinos en la ermita del Carmen de
Lampajúa y ya abandonamos los caminos asfaltados para adentrarnos en una senda
totalmente disimulada por la maleza y los árboles. Ha dejado de llover, cosa que
agradecemos todos y nos despojamos de los impermeables y chubasqueros.
Las sendas son muy empinadas y hacen casi imposible el tránsito en bicicleta. En
ocasiones me espera mi hijo, muy cínico él, al final de la pendiente para verme
descender derrapando a los gritos de “¡torero, torero, vaya un campeón, papá eres mi
ídolo…!”, lo que le vale alguna que otra colleja. Finalmente el camino desemboca en
una carretera, unos cientos de metros más adelante atravesamos el puente de
Gallegos, que da acceso al municipio y, a la salida del pueblo, el camino se interna en
la espesura a mano derecha, en dirección a un valle, para luego ascender por la
ladera de la montaña hasta El Escamplero. En ese momento comienza otra vez a
diluviar por lo que, haciendo caso a mis notas “exceleras”, nos volvemos a poner los
chubasqueros, seguimos viaje por carretera hasta coronar el alto tres o cuatro
kilómetros más adelante y buscamos refugio en el bar. Recuperamos fuerzas con un
buen plato de jamón ibérico (ya se sabe, a mi familia le encanta el marisco, sea cual
sea su origen) y, después de media hora de descanso, retomamos el camino en
dirección a Grado, donde nos procuraremos otro pequeño descanso.
Vamos muy tranquilos, de hecho nos saludamos una y otra vez con los mismos
peregrinos, la lluvia molesta y no nos deja avanzar cómodos y tranquilos a unos y
otros, por lo que todos nos lo tomamos con una cierta parsimonia. Pasamos por
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Valsera, Taraniello, Premoño, Puerma, Laracha, Peñaflor y, tras cruzar el puente
medieval sobre el río Nalón, nos metemos entre unas casas por un camino a la
derecha, esperando no encontrarlo demasiado embarrado.
A unos quinientos metros nos volvemos Anita y yo a saludar a una nueva peregrina y
desearle buen Camino, sana costumbre adquirida por la niña durante el Camino
Francés, cuando veo que su atuendo me resulta muy familiar. Lleva una camiseta
blanca con la leyenda “Camino Ávila” como las de la foto que tenemos colgada en la
web. Le damos recuerdos para nuestra amiga Raquel, presidenta de la Asociación de
Ávila, y nos responde: “Si queréis, podéis hacerlo vosotros mismos. Viene más atrás y
tiene previsto comer en Grado, en el restaurante Narcea…”. Vaya una grata sorpresa,
es una de esas alegrías que te reserva de vez en cuando el Camino, así que variamos
nuestros planes iniciales para comer en el mismo sitio y esperar a Raquel. Es más o
menos la una de la tarde y tampoco será grande el retraso, no hay ninguna prisa. De
todas formas, saludar a Raquel y poder charlar un rato con ella es un buen ejercicio
peregrino para nosotros, después de no haberla visto desde el pasado mes de marzo.
Entramos a Grado y, tras la pertinente, rápida, visita al palacio de Valdecarzana,
preguntamos por el restaurante en cuestión que, como todo lo que busca el peregrino
cuando llega a un lugar, está al otro lado de la ciudad, a la salida y en la parte alta. A
nuestra llegada, nos reciben varios peregrinos con la camiseta de Ávila y nos hacen
enseguida un hueco en una de las mesas. Son la avanzadilla de la expedición, muchos
de ellos niños, que han comenzado la etapa en El Escamplero, mientras que otro
grupo, en el que se encuentra Raquel, ha partido de Oviedo y tardará una hora en
llegar. Decidimos pedir la comida para José David y el Hadita, que se están poniendo
nerviosos por la espera y nos tomamos unas cervezas junto a los demás peregrinos
para amenizar la espera. Sobre las dos y media de la tarde nos avisan que el grupo de
Raquel se ha retrasado entre una hora y hora y media, por lo que decidimos comer
nosotros, aprovechando para degustar el tocino de cielo casero propio del lugar, un
auténtico manjar por estos pagos. Por fin, a eso de las tres y media, aparece Raquel
con su tropa. ¡Qué alegría nos llevamos todos! ¡Pero qué pequeño es el mundo
peregrino! Nos encontramos, a cientos de kilómetros de casa, con estos buenos
amigos que tanto y tan bien están trabajando por el desarrollo de los Caminos de
Santiago que transcurren por su tierra. Nos abrazamos, hablamos aturullados…
¡Queremos contarnos tantas cosas en tan corto lapso de tiempo! Después de un rato
de espera mientras ellos comen algo, nos hacemos fotos para el recuerdo, nos
contamos las últimas novedades de lo de O Pino y otros ataques que está sufriendo el
Camino, hablamos de la evolución de nuestras asociaciones, de la cantidad de trabajo
que nos queda por hacer… Resulta una sobremesa muy intensa, que esperamos poder
continuar en otro lugar, cuando menos lo esperemos. Con un pequeño rictus de
tristeza por la separación, nos despedimos para continuar el camino. Todavía nos
queda la ascensión a San Juan de Villapañada y El Fresno, así como el descenso a
Cornellana, donde tenemos previsto pernoctar.
Partimos muy emocionados, y atacamos la subida a San Juan de Villapañada con
determinación. El encuentro con Raquel nos ha dado alas, que aprovechamos para
encarar estas cuestas que parecen no acabar nunca. Ayuda bastante que Anita se
haya animado a caminar un poco, por lo que nos bajamos todos de la burra y vamos a
buen paso. Cuando estamos llegando arriba, nos encontramos a un peregrino joven,
unos treinta años, que anda molesto y enfadado porque en San Juan no hay donde
aprovisionarse, y le toca volver a Grado para comprar comida. Se llama Juan, es
cordobés y viene peregrinando con un grupo de amigos desde Covadonga, haciendo el
Camino de la Reina, desconocido para nosotros. Le comentamos que aproveche esa
caminata y adelante hasta Cornellana (ya se sabe, hacia atrás, ni para tomar
carrerilla), donde hay mejor albergue que en San Juan y podrá comprar de todo. Le
parece una buena idea por lo que vuelve sobre sus pasos y toma la dirección que le
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indicamos. Este será uno de los peregrinos que marque nuestro Camino para siempre,
después veremos por qué. Así que pasamos de largo San Juan y enfilamos hacia
Cornellana. Todavía quedan algunas cuestas, por lo que continuamos un rato más a
pie.
Por fin, después de un falso llano, llegamos a una suave pendiente, que nos lleva a un
pequeño bar, donde paramos a beber un refresco y tomar agua. Son las cinco y media
de la tarde, estaremos a buena hora en Cornellana, podemos tomarnos un ratito de
descanso. Allí está Juan, el cordobés, sentado en el suelo, bebiendo una “servesita” en
su propia pronunciación. Nos acomodamos con él y empezamos a comentar cosas del
camino, de nuestra tierra, del día de perros que ha hecho hasta la hora de comer…
Queda encantado con la simpatía y el desparpajo de Anita, congenian enseguida, él es
un buen chaval. Cuando nos alcanzan sus compañeros, otros tres cordobeses, nos
decimos un “hasta luego en el albergue” y continuamos camino.
La ruta a Cornellana es cómoda, con continuas bajadas, la gloria para un peregrino en
bicicleta. En principio y por desconocimiento propio, nuestro único interés en
pernoctar en este pueblo es hacer caso al hermano peregrino Juanjo/Seis y Siete, que
nos recomendó utilizar este albergue y, la verdad, hemos quedado encantados. Vamos
al bar donde tienen la llave y nos disponemos a instalarnos en una pequeña habitación
con baño y cuatro literas, que nos viene al pelo. Tino, el hospitalero, nos da toda clase
de facilidades para utilizar las instalaciones del albergue, e incluso nos facilita una
llave por si se nos hace tarde al regresar de la cena. Lavamos la ropa sucia, llevamos
dos días sin hacerlo, entre la secadora y el vientecillo del patio conseguimos tenerla
útil para el día siguiente. El albergue se encuentra en las dependencias del antiguo
monasterio de San Salvador, un conjunto arquitectónico único. Un lujo en este
hermoso Camino Primitivo.
Cuando llegan los peregrinos cordobeses, ya nos hemos instalado en el albergue
alrededor de una docena de personas. Después de una relajada visita a Cornellana y
la cena en uno de sus pequeños restaurantes, nos fuimos acomodando todos en el
salón para la sobremesa correspondiente. Hay una pareja que la noche anterior ha
pernoctado en San Juan y que se está planteando el camino de albergue a albergue,
sin tener en cuenta la distancia que haya. Han llegado al pueblo sobre las diez de la
mañana, procedentes de San Juan de Villapañada, ellos hacen el Camino para visitar
lugares, no para caminar, que lo hacen lo justito, aunque tengan que utilizar el
autobús. Cada quien es cada cual, que reza la canción y nosotros tenemos por norma
no entrar en discusiones bizantinas sobre la forma de ser o ver las cosas de cada uno,
allá él, o ellos. Pero cuando esto sucede con un albergue pequeño, lo cierto es que le
hacen la puñeta a más de un peregrino. En fin, cosas del Camino…
Y nos vamos a dormir, que mañana nos espera la primera dificultad seria: el Alto de la
Espina.
Día 3.-
“De la aciaga jornada en el que el barro, los charcos y la lluvia nos exigen su cuota de
protagonismo en esta aventura…”
Me despierto sobre las siete de la mañana; todavía no ha amanecido, entra por el alto
ventanuco un hilo de luz artificial, procedente de la farola del parque. Por una vez, no
escucho el ruido de plásticos ni corretean lucecitas como ratas perseguidas por toda la
habitación. La propia luz de la calle me sobra para encontrar mi toalla y mi bolsa de
aseo, por lo que me levanto y me dirijo al baño a lavarme.
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Cuando regreso a la habitación, Ana ya se ha levantado, ha encendido la luz y está
arreglando las alforjas con la meticulosidad que la caracteriza, sobre todo con la
alforja de Anita, que tiene que abrir y cerrar varias veces durante todo el día.
Despertamos entre arrumacos a los dos infantes sobre las ocho de la mañana,
terminamos de guardar los sacos de dormir y nos dirigimos a un bar del pueblo, el
mismo que custodia la llave del albergue, para tomar el desayuno, aunque hoy
pararemos también en Salas, antes de comenzar el ascenso a La Espina.
Salimos por carretera en dirección a Salas, siguiendo las recomendaciones de la guía
que me he confeccionado, cruzamos el río Nonaya por un puente medieval y, a la
entrada de Casazorrina, nos encontramos un desagradable accidente de circulación. Lo
superamos con precaución y atravesamos esta pequeña localidad. A la salida, a la
derecha, nace la carretera que dos kilómetros más adelante nos dejará en Salas.
Una vez en la localidad, aparcamos las bicis en la pared de la cafetería de la plaza y
nos disponemos a visitar la Colegiata de Sta. María, el palacio de Valdés-Salas y todo
el casco antiguo. Intentamos degustar los “carajitos del profesor”, pero están en
fiestas patronales y no hay abierta ninguna confitería; otra vez será. Tomamos unas
frutas, rellenamos los bidones de agua y continuamos camino.
A la salida del pueblo, a mano derecha, el camino toma un sendero que ya no
abandonaremos hasta Bodenaya, salvo para cruzar en dos ocasiones la carretera
nacional. El sendero transcurre paralelo al río Nonaya, a cuya derecha serpentea por
un barranco muchos metros más abajo. Cuando descansamos, aprovechamos para
echar la vista atrás y disfrutar de un paisaje único, salvaje, impresionante.
Atravesamos una serie de puentes, recuperados para el Camino de Santiago, cuyo
origen se remonta varios siglos. Las cuestas y pendientes se tornan durísimas,
prácticamente todo este tramo, de unos nueve kilómetros, lo hacemos todos a pie,
incluida el Hadita, arrastrando las bicis. Eludimos como buenamente podemos terrenos
embarrados, charcos, boñigas y toda clase de impedimentos que a duras penas
conseguimos superar. Una de las veces que Anita y yo nos adelantamos, en un claro
del bosque, a un metro de nosotros nos salta un gran pajarraco que me propinó un
susto del quince, un ave rapaz me parece reconocer cuando el alma me vuelve, que se
me había salido del cuerpo. Anita no se entera, la pilla de espaldas, animando a su
mamá y a su hermano, que vienen arrastrando las “cabras” por allá abajo. Menos mal,
si el susto se lo lleva ella se nos acaba el Camino en ese momento…
A eso de las once y media de la mañana, mientras yo hablaba con Aldebarán por
teléfono, nos adelantan ocho o diez peregrinos a caballo; al saludo de Anita, con su
potente “¡buen Camino, peregrinos!”, los sujetos en cuestión, entre los que van
algunas damas, se limitan a mirarnos de reojo, con expresión de suficiencia y dando la
callada por respuesta. Imaginad lo que pensarían cuando José David les espeta:
“¿Podríais arrastrarnos las bicis hasta arriba…?”. ¿Peregrinos o señoritos tomando el
Camino como si fuera su cortijo? El tiempo dirá.
Atravesamos unas obras de ampliación de la carretera y nos introducimos en la aldea
de Porciles por un caminito asfaltado, a la derecha. Superamos cuestas increíbles,
salpicadas con barro, charcos y tremendas boñigas y, una vez arriba, pensamos, lo
más duro ya ha pasado. Vemos a uno de los cordobeses sentado en una parada de
autobús, nos pide agua y le acerco un bidón, con el que se remoja y echa un buen
trago. Me dice que Juan ha ido a reponer agua a una casa que se ve enfrente, a unos
doscientos metros, y que los otros dos compañeros se han quedado atrás, pues uno
de ellos lleva los pies llenos de ampollas y apenas puede caminar. Por fin aparece Juan
con el agua, nos saludamos y, viendo que no necesitan nada de nosotros,
continuamos camino. Llegamos al crucero de Bodenaya, nos fotografiamos junto a él y
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a la iglesia colindante y seguimos pedaleando hacia La Espina, donde tenemos
pensado parar a tomar algo. Hoy el agua nos ha respetado bastante, aunque en
ocasiones ha llovido un poco, pero hace un poco de frío, tenemos los cuerpos
destemplados y un caldo caliente nos vendrá muy bien.
Paramos a comer en el Restaurante Dakar un buen pote asturiano, los niños tomaron
una sopa caliente, que nos resucitó a todos. Durante la comida tuvimos la grata
sorpresa de ver aparecer al grupo de peregrinos que se perdieron a la salida de
Oviedo, en el monte Naranco. Supuso una alegría para todos, incluida Anita, que
enseguida hizo amistad con ellos, especialmente con Lis, a la que pidió su dirección de
messenger, imitando a su hermano, que hacía lo mismo con los chicos. Eran todos de
Madrid y pasamos un rato muy agradable contándonos las anécdotas que nos habían
sucedido en los últimos días. Tras un rato de sobremesa, viendo que el tiempo
amenazaba lluvia, nos apresuramos a retomar el camino, con la esperanza de no
mojarnos, o hacerlo lo menos posible.
Pero no fue así. Al llegar a El Pedregal, apenas pudimos echar un vistazo a su iglesia,
pues arreció la lluvia y ya no paró en toda la tarde. Nos pertrechamos con nuestros
chubasqueros y a partir de ahí nuestro único objetivo era llegar a Tineo, distante unos
ocho o nueve kilómetros. Fuimos pedaleando al ritmo que nos permitía la lluvia. Nos
íbamos esperando unos a otros aprovechando los refugios de las paradas de autobús y
salientes de las casas. Hasta que a eso de las seis de la tarde, alcanzamos la entrada
de Tineo; siguiendo las flechas amarillas, llegamos al albergue, situado, como no
podía ser menos, en la parte más alta e inaccesible de la ciudad.
En el albergue tan solo quedan tres literas libres, por lo que mamá decide compartir
cama con Anita, aunque Rafael, el hospitalero, exige que ese colchón se ubique en el
suelo, para evitar una posible caída, ya que las tres camas que hay libres se
encuentran arriba. Así lo hacemos y, tras el registro y sellado de credenciales
correspondiente, guardamos las bicis en un habitáculo al efecto y nos dirigimos todos
a la ducha. Mi chubasquero, qué buena pinta tenía cuando lo compré, está mojado por
los dos lados y yo calado como una sopa fría. Así que lo deposito con mucho cuidado
en la basura, quizá en Albacete me hubiese sido útil, pero aquí, en el norte, es una
nulidad. Y mi chaqueta ciclista, impermeable, hidronosecuantos y anti sudor, pues
hecha un estropajo, toda empapada. A ver si con la ducha se me pasa un poco el frío
y la desilusión por la etapa de hoy.
Mientras me estoy afeitando, a través del espejo observo con incredulidad cómo pasa
por mi lado un peregrino ¡en albornoz blanco! “Cogno… -me digo a mí mismo- ¿en qué
condiciones se desplazará este fulano, con coche de apoyo o a caballo, quizá…? Me
olvido del asunto y continúo con el acicalamiento. Cuando regreso a mi litera, para
guardar los bártulos de aseo, me encuentro el albornoz de marras colgado en el
cabezal. ¡Leches…! ¿Es que me lo querrá regalar?
-¿Te molesta ahí…? –Me vuelvo y era el peregrino del aseo, que ocupaba la litera de
abajo- Si te molesta lo quito, pero es que no tengo dónde colgarlo…
- No, en absoluto, no me molesta…, pero es que hay que echarle un par de güevos
para arrastrarse por el Camino en días como éste, con un sobrepeso tal. ¿Llevas coche
de apoyo?
- No, qué va, voy solo. Pero tengo comprobado que el albornoz pesa trescientos
gramos más que una toalla de baño y prefiero su comodidad aunque tenga que llevar
esos gramos de más.
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Frente a su gesto de no haber roto nunca un plato, le pongo al tío éste cara de
póquer, con cierta dosis de cinismo, me sonríe y se da media vuelta. Ya veremos qué
kilómetros hace el artista éste, igual se apaña con etapas de ocho o diez, como el
matrimonio del día anterior.
Mientras terminamos de colocar las cosas y dejarlo todo dispuesto para que mañana
no nos retrasemos en la salida, el Hadita Peregrina ha tomado confianza con varios
peregrinos con los que juega, la persiguen, va de litera en litera… A Rafael, el
hospitalero, también lo ha camelado y la deja que vaya sellando las credenciales de
los peregrinos. Termina sellada ella por los brazos y la frente, con todos los
peregrinos pendientes de sus chanzas y bromitas… Se nos presentan dos peregrinos
de Sevilla y aprovechamos para encargarles recuerdos para nuestro buen amigo José
María Maldonado, juglar del Camino.
Una vez todo arreglado y en su sitio, que para esos menesteres mamá Ana es muy
exigente, salimos a dar un paseo y, de paso, comprarme un chubasquero, que el que
llevaba ha caducado. Una vez en la calle, caemos en la cuenta de que estamos casi a
las afueras de Tineo, en la parte de arriba. Así que para visitar la ciudad habrá que
bajar por un montón de callejas y escaleras, para luego tenerlas que subir. En esas,
decidimos quedarnos cerquita y buscar un lugar donde cenar, que a las diez se cierra
el albergue, sin remisión. Unos paisanos nos indican una tienda de deportes cercana
donde podremos comprar el chubasquero y para cenar nos recomiendan el
restaurante del Hotel Don Miguel, que queda muy cerca, en el que sirven ricos platos
de la cocina asturiana.
Como el comedor no abre hasta las nueve y nos advierte el camarero que si no
tenemos reserva no podrán atendernos, pues está prácticamente todo ocupado para la
cena, decidimos comer de los bocadillos y platos fríos que hay expuestos en la barra,
para no andar agobiados con el horario de cierre del albergue. Anita aprovechó para
presentarnos a varios de sus amiguetes peregrinos, que también estaban cenando
bocadillos como nosotros y estuvimos bromeando sobre qué celebración o banquete se
iba a realizar esa noche, para estar todo el comedor lleno. Quizá una boda,
comentamos entre nosotros, aunque con este tiempecito…
Cuando regresamos al albergue nos encontramos a los peregrinos cordobeses, que
han llegado un poco antes. No han conseguido cama y se han acomodado en un
rincón, en el suelo, frente a los aseos y junto al cuarto donde hemos guardado las
bicicletas. Nos comenta Juan, que ejerce con bastante acierto de jefe y líder del grupo,
que el compañero había empeorado de las ampollas en los pies y apenas podía
desplazarse, por lo que a la mañana siguiente tomarían un autobús hacia Grandas de
Salime, donde se quedarían un par de días para que pudiera recuperarse su amigo.
Nos deseamos buen Camino todos y nos retiramos a dormir. Mañana será otro día,
esperemos que menos lluvioso, aunque de montes, tremendas subidas y peligrosas
bajadas nos espera una buena ración. Mientras no demos con nuestros huesos en
tierra…
Día 4.-
“De la jornada en que Ábaco comienza a mirar con leche agria a unos aspirantes a
pistoleros y la familia peregrina, incluido el paterfamilias, se entera de cómo se las
gastan las lluvias por estos pagos…”
Me despiertan de pronto las p… lucecitas de los mineros, a las seis de la mañana. Juro
en arameo por lo bajo y me doy la vuelta, observando que mi vecino de abajo se ha
vestido y está terminando de aviar la mochila. El albornoz ya no cuelga donde lo dejó
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la noche anterior y los martirizadores de las luces en la testa entran y salen
alternativamente de la habitación, sin preocuparles demasiado las molestias que al
resto de peregrinos puedan ocasionar.
No aguanto más tiempo en la cama y me levanto a satisfacer una necesidad
fisiológica. Cuando me cruzo con los mineros, compruebo con sorpresa que se trata de
dos chavalines, una niña de catorce o quince años y un crío de la edad del mío…
“Joder… como los míos, que se levantan con todo casi preparado”, pensé. Me asomo a
la calle, todavía está lloviendo, ha estado lloviendo toda la noche y frente al albergue
se han formado unos charcos bastante grandes. Paso por la colchoneta donde
duermen Ana y el Hadita, les acomodo la manta que se ha resbalado hacia la niña y
me vuelvo a meter en la cama. Antes, le deseo buen Camino al peregrino del
albornoz, que se dispone a partir en ese momento. ¿Cómo se las arreglarán para
caminar a estas horas y lloviendo?
A las siete de la mañana me levanto. Ya no he podido conciliar el sueño y estoy harto
de dar vueltas dentro del saco de dormir. Me acerco donde Ana y la encuentro con los
ojos abiertos, quizá esperando que alguien toque diana. Doy un besito a las dos reinas
de mi casa y ayudo a levantarse a la mamá, que ha dormido a ras de suelo. Mientras
terminamos de arreglar las mochilas y colocarlas en las bicicletas ha amanecido, José
David ya se ha levantado y está terminando de vestirse. Decidimos tomar un
desayuno caliente en el hotel y reservar las frutas y batidos que llevamos para mejor
ocasión. Así que, cuando Anita está espabilada y vestida, nos ponemos los
chubasqueros y nos dirigimos a desayunar.
En el hotel reconozco a varios peregrinos del albergue, excepto mi vecino de litera
que, al parecer ya está caminando. Los niños de la luz en la frente ocupaban una
mesa con dos señores de mediana edad, pertrechados los cuatro con indumentaria de
aspecto paramilitar. La camarera, agobiada, atendiendo en un rincón de la barra… ¡a
los jinetes peregrinos! Así que esos eran los que anoche habían copado el comedor, y
esta mañana la cafetería, el resto estamos sin atender, aguardando a que los
señoritingos se consideren suficientemente servidos. ¡La madre que los parió! Todos
los demás asistimos, incrédulos y enfadados, al bochornoso espectáculo que están
dando, en el colmo de la prepotencia: un fulano alto, con la cabeza rapada como una
bola de billar y atuendo pseudo vaquero, daba órdenes precisas a la camarera,
pidiendo a cada momento cafés, zumos, bollería..., y cuando se lo sirven, vuelta a
empezar con los pedidos. A su alrededor, varias damiselas ataviadas como amazonas
de culebrón le ríen las ocurrencias como si se tratara de un general-dictador sacado de
las aventuras de Tintín. Por un momento me veo odiando a esos aprovechados del
camino, que emplean el poder económico en ningunear a sus semejantes y abusar de
una trabajadora… “¡Así se despeñen por un barranco!” –pienso por un segundo, sin
darme cuenta que ese en deseo incluyo también a los pobres equinos, que no tienen
ninguna culpa de la mala índole de los cabritos de sus amos.
Por fin, ante las quejas generalizadas de los presentes, se incorpora una nueva
camarera que nos atiende a todos por riguroso orden, mientras los intrépidos jinetes
terminan sus cafelitos, tostaditas y otras gaitas. Las damiselas exhiben sus modelitos
ante el público y coquetean con sus adinerados machos. Si esto es el futuro del
Camino, me hago eremita…
Salimos en plena lluvia, alrededor de las nueve de la mañana, calentitos y bien
desayunados, enfilamos una carretera en fuerte subida, que a los pocos golpes de
pedal nos obliga a poner pie a tierra. Llegamos a una intersección, nos dirigimos a la
izquierda en cuesta abajo y salimos de la ciudad. Continuaba el aguacero y por
momentos siento como me va calando también el chubasquero nuevo. ¡Porca miseria!
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Llegamos a una rotonda donde nos tenemos que desviar por una carretera a la
derecha. Ante la intensidad de la lluvia, nos refugiamos en un pueblecito llamado
Piedrahita y celebramos cónclave familiar para decidir qué hacemos. Aplicando la
lógica, dejamos la visita al monasterio de Obona y la ruta de los hospitales para mejor
ocasión y decidimos continuar, siempre por carretera, hasta Pola de Allande. Anita
está seca, va bien protegida y nosotros ya nos hemos calado, así que no nos queda
más remedio que continuar hasta donde podamos.
A media mañana deja de llover y se abren las nubes un poco. Con timidez, asoma el
sol y nos despojamos de la vestimenta contra la lluvia. Ojalá aguante un poco y nos
dé tiempo a que se nos sequen las zapatillas y la ropa. Nos atrevemos durante un rato
a circular por el camino, pero el barro y el agua acumulada en los charcos nos hacen
desistir y volvemos a meternos en la carretera. La guía que tengo nos marca el
camino por Hospitales desde Borres, por lo que a partir de aquí nos orientamos por las
señales de tráfico que indican la dirección a Pola de Allande. Pensábamos disfrutar de
una etapa completa por la ruta de los hospitales y evitar la ascensión al Puerto del
Palo, pero nos tenemos que conformar con llegar a Pola y subir el Palo mañana. Si los
osos nos quieren comer, tendrán que esperar a mejor ocasión.
Nos encontramos a varios, bastantes, peregrinos que están haciendo la etapa por
carretera, como nosotros. La lluvia y el barro hacen desistir a más de uno y la mayoría
nos decidimos por el asfalto. La carretera es una sucesión de subidas y bajadas hasta
que una prolongada cuesta nos lleva a una intersección que conduce a Cangas de
Narcea. Paramos en ese cruce a comernos unas frutas y beber agua. A partir de aquí,
todo es bajada hasta Pola de Allande. De pronto, comienza a llover…
Caen unas gotas grandes, ralas y pesadas, que hacen daño cuando chocan contra la
piel. Nos colocamos la impedimenta, nunca mejor dicho, contra el agua a toda prisa,
terminamos con las frutas y nos subimos a las bicis, dispuestos a finiquitar los últimos
kilómetros cuanto antes y dejar de soportar esta m… de lluvia que nos tiene calados
hasta los huesos.
Unos dos kilómetros antes de la entrada al pueblo, como si el bueno de San Pedro
hubiese tirado de la cadena, se abre el cielo de par en par y deja caer toda el agua
que contienen sus cisternas. A manta, vamos, como si no quisiera que quedara ni un
tamo de tierra sin regar. Anita se protege la cara con el pasamontañas y apretamos el
pedaleo. Cuando llegamos a las primeras calles de Pola de Allande, el agua discurre de
acera a acera, obligándonos a tomar precauciones para no caernos al suelo. Nos
introducimos en un soportal grande que da acceso a un supermercado y nos damos de
bruces con varios peregrinos más, a pie y en bici, que están en nuestra misma
situación. Tan solo conocemos a dos, los ciclistas, que salieron de Tineo cuando
nosotros, el resto procede de Campiello y del albergue de Borres. Nos despojamos de
los chubasqueros y desmontamos al Hadita, que milagrosamente continúa seca,
extendemos la ropa mojada en los cuadros de las bicicletas y a esperar que amaine la
tormenta.
Pasa un buen rato hasta que se reduce al mínimo la intensidad del aguacero y, de
pronto, aparece el sol, aunque continúa cayendo el molesto sirimiri. Nos acoplamos los
chubasqueros y vamos en busca del hotel-restaurante La Nueva Allandesa, bastante
afamado entre la fauna peregrina. Estamos desfallecidos por el esfuerzo, así que
comeremos y más tarde buscaremos un albergue, hotel o lo que más fácilmente y en
menor tiempo consigamos. Necesitamos con urgencia secar las zapatillas y la ropa
ciclista, la llevamos empapada.
Cuando asomamos a la puerta del hotel, nos recibe en la misma entrada un señor
muy sonriente, que se nos presenta como Antonín, dueño del establecimiento y nos da
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la bienvenida a los peregrinos. Se queda asombrado cuando se percata de la presencia
de nuestra Anita.
- ¿Tú también eres peregrina, guapa? – le pregunta Antonín a la niña.
- Sí señor, ésta es la segunda vez que hago el Camino de Santiago y tengo cinco años
–le contesta con su desparpajo habitual.
- Pues me vas a firmar en el libro de honor del hotel como la peregrina más joven
que ha pasado por aquí.
- Yo ya sé firmar, y me llamo Ana – responde la niña.
Nos pregunta si queremos subir a ducharnos y le contestamos que para nosotros
ahora es más importante comer, vamos empapados y el agua puede esperar, pues
andábamos sobrados de ella. Nos acomoda en una mesa del restaurante donde da el
sol, se le ve muy contento atendiendo a los peregrinos, él ha hecho también el
Camino, y tiene preparado un menú especial para nosotros. Tal menú es de
escándalo: Pote asturiano con embutidos variados tocino y jamón, crema de verduras
y col rellena de carne de ternera, todo ello en cantidades indecentes. Con dos menús
comen de sobra cuatro personas. A cada momento lo tenemos con nosotros, deseoso
de darnos cualquier cosa que necesitemos, o nos apetezca. Y de postre, tres platos al
centro con porciones de tartas variadas y natillas. Todo un banquete digno de la mejor
celebración, para una familia peregrina que siempre estará agradecida a las
atenciones del bueno de Antonín.
Durante el café, Antonín se sienta a departir un rato con nosotros, se acomoda al
Hadita en sus rodillas y comenzamos una animada charla sobre el Camino, de qué
otra cosa íbamos a hablar. Para entonces ya estamos secos, el sol y el calor del local
han hecho bien su trabajo. Pide que nos quedemos a pernoctar en el nuevo albergue
que han abierto en el pueblo, en lugar de subir hasta Peñaseita, quieren potenciar el
Camino Primitivo a su paso por el pueblo y nos agradecería que divulgásemos su
existencia. Nos parece bien y, tras indicarnos la dirección y hacerse una foto con
nosotros, nos despedimos de él con un fuerte abrazo peregrino.
Al salir a la calle, Anita reconoce a algunos de sus amigos del albergue de Tineo en la
cafetería y corre a saludarlos. La seguimos y comprobamos que tenía más de un
amigo “serio”: Juan Miguel, de Almería y Pol, de Ciudad Real rivalizan en captar su
atención. Nos los presenta y nos sentamos un rato con ellos, han decidido quedarse
en este albergue y nos tomamos unos espiritosos antes de dar por finalizada la etapa.
También saludamos a los cordobeses que han llegado en autobús desde Tineo y
esperan el enlace que los lleve esta misma tarde hasta Grandas de Salime. El
peregrino martirizado por las ampollas está sentado en un rincón, con cara de
circunstancias, y sin ganas de hablar ni de ver a nadie…
El albergue de Pola de Allande está ubicado detrás del cuartel de la guardia civil, a la
entrada del pueblo. Ocupa un local situado en un primer piso, al que por la parte de
atrás se accede a pie llano. Tanto la obra como el mobiliario son nuevos, se nota que
acaban de abrirlo, tanto que estamos sin electricidad, al encender un radiador para
secar las botas han saltado los fusibles y han tenido que avisar a la policía local para
que nos envíe un electricista. Menos mal que la ropa se puede tender al aire, pues no
llueve.
Nos acomodamos en cuatro literas juntas, dos arriba y dos abajo. Los dos niños
quieren dormir arriba, lo que en principio nos parece bien, las literas tienen barandilla
de protección. El hospitalero vendrá sobre las ocho de la tarde para registrarnos y
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sellar las credenciales, así que salimos de compras, vamos a compartir la cena con los
peregrinos amigos de Ana y algunos más que se han apuntado y tenemos que
comprar algunas viandas. Por otra parte, Ana ha decidido jubilar su chubasquero, que
ya libra del agua más bien poco, y vamos a comprar uno un poco más consistente.
Mientras paseamos por este bonito pueblo, recibo una llamada de Sebas/Duracell que
se encuentra en Llanes, el muy pirata, haciendo el Camino de Santiago en un
“seiscientos”. Le comento la buena acogida que hemos tenido por parte de Antonín, a
quien Sebas no conoce porque siempre ha hecho esta etapa por Hospitales, por lo que
promete bajar hasta Pola de Allande la próxima vez. “Merece la pena –le digo- tan
solo por conocer y departir un rato con este personaje…”
Cuando regresamos está la hospitalera esperando para efectuar la inscripción. Su
exigencia de rellenar los formularios por triplicado y por orden de camas provoca la
hilaridad general. Habla con acento cubano y alguno le inquiere con su pizca de mala
“milk” si acaso cree que estamos bajo las órdenes de Fidel. Más risotadas. Nosotros
ocupamos las camas numeradas con el siete, ocho, diecisiete y dieciocho, por lo que
nos vemos haciendo cola para rellenar los dichosos formularios hasta bien avanzada la
noche. Finalmente, la mami cubanita cae en la cuenta de que nos podemos arreglar
mejor entre nosotros y nos permite organizarnos, por lo que en diez minutos estamos
todos registrados y las credenciales selladas.
La cena resulta muy animada, cada uno de nosotros pone lo que ha comprado. Yo me
he agenciado un par de botellas de vino tinto y las pongo a disposición del respetable,
que enseguida retira las botellas de agua para mejor ocasión. El menú, a base de
queso “afuega’l pitu”, embutidos secos, jamón, atún en conserva y otras lindezas
requiere unos buenos lingotazos de tintorro; unas aceitunas y frutos secos completan
la dieta, calórica a más no poder, como bien requiere el esfuerzo peregrino. José
David ha entablado amistad con el niño vestido de Rambo y aprovecho para darle un
toquecito cariñoso sobre la inconveniencia de sus usos y costumbres mineras. Observo
que todos llevan saco militar, credenciales militares y el padre se desenvuelve con
marcialidad legionaria por los pasillos del albergue: definitivamente este peregrino es
un “milico” profesional.
Como podemos tener un solo radiador encendido sin que salten los fusibles,
colocamos todas las botas mojadas debajo del que hay cerca de los aseos. Así les dará
tiempo a secarse para tenerlas listas mañana. Nos espera la etapa más dura, el Puerto
del Palo, veremos qué tal se nos da. Cuando me retiro a descansar, me encuentro
colgado en una litera ¡el albornoz blanco! ¿Cuándo habrá llegado este tío? No lo he
visto por ningún sitio en toda la tarde. Misterios sin resolver de la vida y del Camino…
Día 5.-
“Del día en que llegamos a palpar las puertas del cielo, nos sentimos como los dueños
del mundo y la cruda realidad nos bajó otra vez los pies al frío suelo…”
Hoy tengo un despertar tranquilo y apacible, sin ningún tipo de molestias. Parece que
el toquecito a los mineros ha surtido su efecto y, por otra parte, la disposición de un
pasillo paralelo al dormitorio propicia que los peregrinos puedan arreglar su mochila
fuera de la habitación, un alivio para los que no queremos madrugar tanto. Miro hacia
la litera del peregrino del albornoz y veo que ya está vacía. ¡Hay que ver lo que
madruga el “jodío”!
De pronto recuerdo que, durante la noche, nos despertó un quejido de Anita. Nos
incorporamos Ana y yo a tiempo de ver como nuestra pequeña se precipitaba al suelo.
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Su madre puso el brazo con decisión y a tiempo de recogerla en su regazo e
introducirla con dulzura y firmeza hacia su litera. Como estaba pegada a la mía, la
depositó suavemente entre los dos, me dedicó una sonrisa y continuamos durmiendo.
Y luego dirán de las madres… Me vuelvo y, efectivamente, detrás de mí se encuentra
el Hadita Peregrina, durmiendo plácidamente.
Miro el reloj, son las siete y diez, me levanto y, camino del aseo, observo a los
militares peregrinos en el pasillo de fuera, afanados en preparar sus mochilas. El niño
me enseña un mp3 que se ha encontrado en su litera, por si era mío y lo reconozco
inmediatamente: es del peregrino del albornoz, pero al parecer ya ha salido del
albergue, antes que nadie. Me dice que lo dejará encima de las taquillas, por si se le
ocurre volver a su dueño. Me aseo y, al pasar delante del radiador que dejamos
encendido, me percato que algún hidep… con mala leche ha desenchufado el radiador,
con lo que las botas no se han podido secar, siguen mojadas. Mi primer pensamiento
es pillar un bordón y liarme a palos con todas las camas, a ver si le mido las costillas
al malaleche, pero cuento hasta diez y me calmo… Me acerco a mi litera y empiezo a
recoger cosas para sacarlas al pasillo, donde ya se encuentra Ana con las alforjas y
parte de la ropa, todavía húmeda. La ayudo a terminar de llenar las alforjas y después
de despertar a José David, las bajamos al patio del albergue, donde se encuentran las
bicicletas. Está lloviznando, nos espera otro día crudo.
Mamá levanta a Anita y la viste, es la única que tiene ropa y calzado secos que
ponerse todavía. Nosotros nos ponemos bolsas de plástico para protegernos de las
zapatillas mojadas y soportamos como podemos la humedad del maillot y el culotte
ciclista, esperando que el calor de nuestro cuerpo los acabe de secar. Llevando las
bicis del manillar, nos acercamos al hotel a desayunar, ofrecen a los peregrinos un
buffet libre como desayuno por tres euros. Aparcamos enfrente, bajo los soportales
del ayuntamiento, a resguardo de la llovizna, y nos encaminamos a la cafetería del
hotel, donde nos ponemos bien a gusto de bollería y tostadas, que acompañamos con
zumo y café con leche los mayores y con cola-cao los peques… La verdad, nos
llevamos un buen recuerdo del trato a los peregrinos en este lugar, nunca olvidaremos
a nuestro amigo Antonín. Así que esta etapa del Camino Primitivo tiene dos variantes:
la ruta por Pola de Allande nos dará oportunidad de disfrutar de la hospitalidad de
Antonín y de un pueblo muy bonito; si nos vamos por los hospitales se nos mostrará
una belleza salvaje, con paisajes vírgenes todavía no explotados por la voracidad
humana.
A la misma salida del pueblo comienzan las rampas de subida, a unos cientos de
metros el camino se desvía por un sendero a la izquierda. Delante de nosotros, por la
carretera, se desplazan con movimientos cansinos varios peregrinos. Con una mirada,
Ana y yo decidimos que la subida la vamos a realizar por carretera, como hacen esos
peregrinos, salvo que deje de llover, que entonces nos plantearíamos variar nuestra
decisión inicial. Observo que José David va cansado, el agua está mermando sus
fuerzas; le cedo mi puesto en la primera posición del grupo y nos adaptamos todos a
su pedaleo. Cuando pasamos por Peñaseita efectuamos una primera parada de
descanso, la subida es constante y bastante dura en sí misma, por lo que la continua
llovizna todavía endurece más el recorrido, que llega a ponerse casi imposible a veces.
José David reduce tanto la marcha que no me queda más remedio que adelantarle e ir
haciendo tramos en solitario y esperarlo. Pasamos delante de un pequeño y solitario
bar, veo dos bordones en la puerta y paro, desmonto a Anita y nos metemos dentro
del establecimiento; la lluvia ha aumentado su intensidad y decidimos esperar hasta
que pare o amaine lo suficiente para que la subida al Palo no sea una tortura. A los
diez minutos llegan Ana y José David, que tiene la cara desencajada del esfuerzo y me
confiesa que tiene una pájara enorme. Pedimos unos frutos secos y bebidas isotónicas
y nos planteamos no movernos de allí hasta que estemos todos en condiciones de
seguir. Mientras, en su línea habitual, Anita ha hecho buenas migas con los dueños de
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los bordones de la puerta, dos peregrinos jóvenes y con cierto aspecto hippie que le
regalan una pulsera hecha por ellos con una tira de cuero.
Al cabo de una hora José David me cuenta que se encuentra bastante recuperado y,
aprovechando que apenas llueve, nos ponemos en marcha. Mi hijo vuelve a tomar la
cabeza del grupo, que ya no abandonará en toda la subida, la verdad, me siento muy
orgulloso de la capacidad de esfuerzo y sacrificio del crío; también es cierto que la
naturaleza le ha dotado de una fortaleza física impropia de su edad.
La marcha debe ser muy lenta, pues no conseguimos alcanzar a los peregrinos que
avanzan delante de nosotros, aunque no nos importa en absoluto. Tomamos la
decisión de parar cada vez que uno de nosotros lo pida, sin someternos a esfuerzos
innecesarios. Así, paramos en cada lugar donde la carretera discurre llana, en cada
punto kilométrico, en cada cruce, cada vez que nos falta el resuello... El camino
oficialmente marcado entra y sale de la carretera perdiéndose entre los árboles y
arbustos del bosque, ora a la izquierda bajando al valle, ora a la derecha, trepando
por la montaña, pero nosotros continuamos con la determinación de no abandonar la
carretera. Apenas hay tráfico, la visibilidad, aunque mejorable, no es mala y el barro y
los charcos evidencian un mal estado del camino que nos disuade de meternos por él.
Además, apenas vemos alguna huella de pisada, por lo que tenemos la sensación de
que, o los peregrinos van por el camino de tierra y los hemos adelantado, o continúan
por carretera y caminan delante de nosotros. Por lógica, nos quedamos con esta
segunda posibilidad.
Un kilómetro antes de la cima nos encontramos el área de descanso de la Fuente de
las Muyeres con unos bancos donde sentarse a descansar, pero la zona está anegada
y desistimos de entrar. Vemos a un peregrino que viene en dirección contraria por la
carretera y lo reconocemos enseguida: es el navarro que ha pernoctado con nosotros
en el albergue. Ante nuestra extrañeza, nos aclara que ese día volvía a casa y prefería
hacer la etapa al revés, es menos dura, por lo que había subido en taxi hasta
Montefurado con otros dos peregrinos que también terminaban su periplo y que
andaban más atrás. Nos decimos adiós con un abrazo y nos deseamos el mejor de los
Caminos, él nos anima, solo quedan unos cientos de metros hasta la cima.
Al superar un recodo de la carretera, nos da en la cara un golpe de viento muy frío,
gélido. Es la primera vez en mi vida que tengo que aguantar esta temperatura en el
mes de Agosto, la sensación me dice que estaremos a cero grados. Por fin, aparece el
cartel indicador del Puerto del Palo, nos hacemos la fotografía de rigor junto a él y nos
besamos todos con alegría, hemos vencido al coloso del Camino Primitivo.
La bajada por la otra cara nos protege del viento, José David va muy confiado y hace
el descenso a buena velocidad, nosotros le seguimos a una decena de metros. Pronto
a lo lejos distinguimos a los otros dos peregrinos que hacen la etapa de vuelta y,
cuando nos paramos a saludarles, descubrimos con alegría que se trata de los
sevillanos. Tras los abrazos y despedidas de rigor, no sin pedirles otra vez que le den
recuerdos a Maldonado, continuamos el descenso. Vamos cómodos, sin dar pedales,
tocando de vez en cuando el freno para evitar algún disgusto innecesario, no
queremos fastidiar este buen momento con una caída, al menos por culpa de una
imprudencia nuestra. Pasamos por el caserío de Montefurado donde una señora, a las
puertas de su casa, corresponde a nuestro saludo con un “buen viaje”.
Acaba el descenso y, después de unos cuantos repechos, alcanzamos la aldea de
Lago. Preguntamos a qué distancia se encuentra Berducedo y nos dicen que a unos
pocos kilómetros, por lo que decidimos continuar hasta allí y reponer fuerzas en un
bar-supermercado que nos recomiendan. Ahora ya vamos adelantando a muchos
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peregrinos a pie, entre los que vemos a Juanmi y Pol, amigos del Hadita, a quien
jalean con alborozo al situarnos a su altura.
Cuando llegamos a Berducedo se pone otra vez a llover. Prisas, por tapar las bicis y
las alforjas con plásticos, menos mal que manteníamos puestos los chubasqueros y no
nos mojamos, aunque a esas alturas ya nos daba todo igual. Entramos al bar y dentro
encontramos algunos compañeros de albergue con los que habíamos cenado la noche
anterior que nos esperan con unas cervezas y refrescos preparados, nos han visto
llegar. Nos aclaran que para comer hemos de ir a un restaurante cercano, donde
sirven menú del peregrino, pues el dependiente del local, muy serio y estirado él, nos
dice que en este establecimiento no sirven comida caliente. Para nuestra desgracia y
mi personal disgusto, en ese momento aparecen los soberbios y antipáticos jinetes
turigrinos, bien embracilados con sus jacas, y se acomodan en una gran mesa que
ocupa casi todo el salón. Comienzan a servirles sopa y carne asada, desmontando la
afirmación de que allí no sirven platos calientes, vaya una m… Así que pagamos las
consumiciones y nos vamos al otro restaurante.
Como contrapartida, este sitio es mucho más acogedor y agradable. Tras una pequeña
espera que Anita aprovecha para jugar con Juanmi y Pol, que han llegado hace muy
pocos minutos y atendidos por dos señores muy educados, damos cuenta de un menú
peregrino compuesto por pote asturiano, carne asada, filete de ternera y fruta. Anita
se pasa toda la comida levantándose a jugar con sus amiguitos, quizá sospechando
que sería la última vez que los vería en el Camino, entre regañinas de su madre.
De pronto vemos salir del otro comedor al peregrino del albornoz. ¡Ahí va…! ¿Cuándo
habrá llegado éste? Nos dice que como había madrugado ya llevaba allí dos horas,
otra vez mirada de póquer… Aunque está lloviendo, va a intentar llegar a Grandas de
Salime por la carretera, así que se despide de nosotros y se pone en marcha; desde la
ventana, lo vemos desaparecer caminando carretera abajo.
Ya bien alimentados y con el cuerpo repuesto del cansancio, nos despedimos de todos
los peregrinos presentes, congoja segura con los abrazos de Pol y Juanmi, se han
quedado maravillados con Anita, que van a pernoctar en Berducedo, rabieta de la niña
porque no la dejamos quedarse a jugar con ellos y, mediante engañifas, conseguimos
subirla a la bici. Nos deseamos buen Camino y nos largamos de allí sin mirar hacia
atrás, la emoción nos tiene a todos, ellos y nosotros, con los ojos húmedos. ¡Tan
hermoso y, a veces, tan puñetero este Camino…!
Enfilamos la carretera en un trepidante descenso en medio de la lluvia. Hemos de
llevar mucho cuidado con el asfalto, una caída aquí supondría el adiós al Camino y a
ninguno nos haría gracia, el frío y el viento se nos mete hasta el tuétano de los huesos
por la humedad de la ropa, ni siquiera los chubasqueros han evitado que nos calemos
de arriba a abajo. Ya no nos queda ropa seca, tampoco limpia, veremos a ver como
solucionamos el problema, aunque ahora lo más urgente es acabar este descenso que
nos está martirizando. El viento, gélido, se nos clava en las piernas y el rostro como si
fueran miles de cuchillas de afeitar, tengo las manos agarrotadas, como soldadas al
manillar, me empieza a doler la cabeza por el frío, mal sea no coja un resfriado de
bigote.
Llevamos varios kilómetros y no hemos visto al sujeto del albornoz, cada vez estoy
más convencido de que juega con cartas marcadas, aunque se engaña a sí mismo, el
título de peregrino no lo dan los demás, te lo otorga tu propia conciencia. Voy mirando
de soslayo a mi derecha, hacia las profundidades del barranco, esperando que en
cualquier momento aparezca ante mis ojos el pantano de Salime, final previsto de
este cruel descenso, pero pasan los minutos y no veo ni rastro de él; dejo de
preocuparme por el dichoso embalse y me centro en la carretera, no sea que en un
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despiste me vaya por los suelos con mi princesita peregrina como compañera. Le
pregunto si va bien, me contesta que sí, que se ha protegido del aire con el
pasamontañas y va muy calentita, eso me tranquiliza y me permite centrarme en la
bici y despreocuparme de lo que sucede a mi alrededor.
Mi hijo me precede algunos metros, le doy un toque de atención pues está tomando
demasiada velocidad para mi gusto, me dice que él también está deseando que se
acabe esta bajada, el frío le molesta bastante. De pronto, al frente aparece la presa
del embalse, eso nos anima pues ya quedan pocos kilómetros, pasamos por una aldea
donde el camión de la basura se afana en vaciar el contenedor que hay a orillas de la
carretera y, al doblar un recodo, aparecen ante nosotros la presa y el pantano en toda
su inmensidad. Un regalo para la vista.
Cruzamos la presa despacio, intentando fotografiar con la vista todo lo que aparece
ante nosotros. Aunque aún no son las cinco de la tarde, la lluvia y la profundidad del
valle le da al paisaje aspecto de anochecer. Frente a nosotros, colgadas de la montaña
vemos una serie de construcciones abandonadas que en su día se usarían en algún
tipo de industria. Cuando hemos alcanzado la otra orilla del embalse, decidimos
descansar un poco al abrigo de una gran roca. El ascenso, a petición de Anita lo
haremos a pie, la niña no ha tenido ocasión de estirar las piernas en toda la etapa y a
nosotros nos vendrá bien, tenemos los músculos tan helados que dudo podamos dar
pedales en la tremenda subida que tenemos que salvar para llegar a Grandas de
Salime.
Son seis o siete kilómetros de subida, nos lo tomamos con calma pues los podemos
salvar en un par de horas y encima disfrutar del paisaje. La niña se entretiene
cogiendo unas minúsculas ranas y tras hacerlas sufrir un poquito en su mano, las
deposita en los charcos de la orilla. A mitad de la ascensión hay un mirador orientado
hacia el pantano, nos asomamos y podemos admirar esta gran masa de agua en toda
su extensión. Está nublado y no se puede ver Salime, el pueblo sepultado bajo las
aguas, dicen que en días soleados se distingue perfectamente, y José David se queda
un poquitín defraudado, esperaba poder ver el pueblo fantasma.
Cuando quedan menos de dos kilómetros para llegar a Grandas cesa de llover y, en
pocos minutos, el sol asoma tímidamente entre las nubes. Los últimos mil metros son
llanos y nos hemos quitado el frío de encima, por lo que nos subimos a las bicicletas
para hacer la entrada al pueblo dando pedales, como no podía ser menos. Nos
cruzamos con dos señoras que van paseando y les preguntamos por un lugar donde
pernoctar, no nos quedan fuerzas para llegar a Castro, donde estaba el albergue, la
verdad es que vamos muy agotados, la etapa ha sido una dura prueba para todos
nosotros. Nos dan el nombre de dos hostales y nos despedimos de ellas dando las
gracias.
Ambos hostales están completos, uno de ellos reservado en exclusiva por los turistas
“cabagrinos”, voy a terminar odiando a los caballos, ¡yo, que he pasado mi infancia
entre ellos! En otra pensión que nos encontramos frente a la iglesia tampoco hay
plazas libres, nos volvemos a encontrar con las señoras y, ante el problema que se
nos presenta, llaman a una amiga suya que accede a alquilarnos una casa rural por
una noche. Dios aprieta pero no ahoga, nos instalamos en una linda casita de
montaña con dos habitaciones y bien equipada, con lavadora, secadora y calefacción,
una maravilla, pues nos va a permitir lavar y secar toda la ropa y el calzado.
Estaba en plenas tareas domésticas cuando recibo una llamada sorpresa; se trata de
Pacodevalladolid que se ha acordado de esta familia peregrina a la que quiere mucho,
el aprecio es mutuo, y nos llama para darnos ánimos. Le agradezco el gesto y lo
emplazo para contarle toda nuestra aventura la próxima vez que nos veamos.
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Tras una ducha calentita que nos sienta de maravilla, Ana y José David se acercan al
supermercado a comprar provisiones para la cena y la jornada de mañana, mientras
yo me dedico a bañar a Anita e ir tendiendo la ropa semi seca en los radiadores de
calefacción, cuyo calor se agradece por la temperatura que se soporta a esas horas,
bastante fresquita. Después de muchos días, cenamos y tenemos una sobremesa sin
más peregrinos que nosotros, pero estamos contentos de poder contar con todo
nuestro vestuario a partir de mañana. Pronto empieza el cansancio a vencernos a
todos, José David nos da las buenas noches y se mete en la cama, nosotros no
tardamos más de diez o quince minutos en acostar a Anita y hacer lo propio… ¡Qué
gusto, unas sábanas fresquitas y limpias después de muchos días encerrados en el
saco de dormir! Ha sido una suerte encontrar este sitio para hospedarnos. Nos
acostamos con la satisfacción que da haber culminado el etapón de hoy, a partir de
mañana las etapas serán más suaves… ¿o tal vez no?
Día 6.-
“De cuando los salvajes y hermosísimos paisajes asturianos se tornan en los
perfectamente alineados árboles de los bosques lucenses y los pedales tenían alas…”
Es la primera vez en todo el viaje que necesito un despertador para levantarme,
estaba en la misma gloria cuando oigo el sonido de la alarma del móvil. Acaricio a Ana
en la cabeza, se despierta, me sonríe y me pide dormir un ratito más, pero cuando le
recuerdo que está toda la ropa desparramada por la casa, se pone de pie de un brinco
y se mete en el baño. Yo aprovecho para holgazanear un poco pero, en cuanto vuelve
Ana, su mirada reprobatoria me invita a levantarme sin rechistar. Una vez aseados y
vestidos, vamos metiendo la ropa en bolsas de plástico y colocándolas en las alforjas.
Tardamos mucho menos que un día normal en el albergue, pues tenemos libertad
absoluta para encender las luces de la casa, mientras nuestros hijos duermen
plácidamente, con la puerta de su habitación cerrada.
Ya ha amanecido cuando Ana pone el desayuno en la mesa y los niños, por primera
vez en todo el viaje, se sientan a la mesa recién levantados, sin necesidad de lavarse
y vestirse, la temperatura tan agradable de la casa invita a andar por ella sin apenas
ropa. Después de desayunar nos acercamos a la casa contigua donde vive la dueña,
Juanita, a la que retribuimos el precio pactado por la habitación y agradecemos su
buena atención al permitirnos guardar las bicis en su garaje. Por fin, mientras los críos
se terminan de asear, colocamos las alforjas, cerramos la puerta, dejamos la llave en
un escondrijo que nos ha señalado Juanita y nos vamos al centro, para visitar la
iglesia y sellar en el ayuntamiento. Por primera vez en varios días luce un tímido sol
entre nubes y no se atisba en un principio la posibilidad de que llueva hoy, al menos
durante esta mañana, otra buena alegría para nosotros, que ya empezábamos a
temer que nos salieran ramas y hojas del cuerpo…
Cuando estamos sacando fotos de la iglesia se nos cruzan dos peregrinos ciclistas que
salen de la pensión, nos saludamos y vamos todos juntos al ayuntamiento a sellar la
credencial. Allí un funcionario nos indica que hemos de acercarnos a un bar donde la
persona que nos tiene que sellar está desayunando y lleva el cuño encima, así lo
hacemos y cuando llegamos nos saludamos con otros dos ciclistas, pero éstos llevan
una marcha mucho más rápida que nosotros, así que apenas cruzamos tres o cuatro
palabras y algún saludo y se marchan a toda pastilla, quieren llegar a Lugo, unos cien
kilómetros, más o menos.
Nos despedimos de los otros dos peregrinos, Juanjo y Dani, que incluso llevan una
marcha más tranquila que nosotros y se van a quedar un rato en Grandas y salimos
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siguiendo las flechas amarillas que hay pintadas junto al ayuntamiento. Dejamos el
pueblo por una carretera vecinal y pronto cruzamos las aldeas de La Farrapa,
Cereijeira, Malneira y San Julián, donde paramos a hacernos unas fotos junto a la
ermita. Durante este camino nos ha llamado poderosamente la atención que todas las
ermitas estén rodeadas de un cementerio, costumbre que a nosotros nos choca por
desconocimiento; finalmente, alcanzamos Castro y su albergue donde en principio
íbamos a pernoctar el día anterior, pero el cansancio acumulado nos obligó a
quedarnos en Grandas.
A la salida de Padraira, donde nos fotografiamos junto a la ermita de San Lázaro, nos
paramos a charlar con unos lugareños que se encuentran encantados de conocer a
unos peregrinos, sobre todo a Anita, dicha sea la verdad. El buen hombre se empeña
en que nos llevemos unos ciruelos de su huerto y comienza a hacer equilibrios para
subirse al árbol, con evidente riesgo de caída. Su mujer, desde una ventana le
advierte continuamente del peligro, lo que le lleva a mandarla a hacer gárgaras, con
perdón; finalmente, nos llena los bidones con agua fresquita y nos despedimos con el
consabido deseo de buen viaje.
La carretera, que ya se ha empinado hace varios minutos, comienza a endurecer su
perfil, en su serpenteo inexorable hacia la cima del Puerto de El Acebo, que marca el
límite entre Asturias y Galicia. Nos alcanzan nuestros amigos Juanjo y Dani, paramos
un rato a descansar, bebemos agua y charlamos, sobre Fonsagrada, fin de etapa
elegido para hoy por todos. Les recomendamos, siguiendo los consejos del amigo
Aldebarán, un restaurante para comer y un hotel para pernoctar, en el caso de que no
tengan previsto ir hasta el albergue de Padrón. Poco después nos ponemos en marcha
y ellos se destacan de nosotros, que llevamos una cadencia de pedaleo más tranquila.
Una vez superado Gestoselo y Peñafuente, últimos municipios de Asturias, tan solo
quedan unos pocos kilómetros hasta el final de la subida, que hacemos a pie para
evitar el enfado de Anita, que se nos ha puesto brava y quiere caminar un rato. Una
vez arriba, nos hacemos la foto con el cartelito indicador y nos dirigimos raudos hacia
la venta El Acebo, ya dentro de la provincia de Lugo, que esperamos encontrar
abierta, para detenernos a tomar un tentempié y descansar un poquito. Vamos
devorando kilómetros cuesta abajo hasta que, al salir de una curva, nos tropezamos
con el bar que, efectivamente, está abierto.
Dentro están descansando Juanjo y Dani, ya con los bártulos preparados para salir,
por lo que tan solo nos da tiempo a cruzar unas pocas palabras de aliento antes de
que desaparezcan por el camino que nace detrás del bar, ya los veremos después en
Fonsagrada, que dista unos once o doce kilómetros, casi todos de bajada. Nos
acomodamos en el bar y conocemos a Julia, peregrina andaluza que está haciendo
algunas etapas del Primitivo, las que le dé tiempo en una semana; lleva un precioso
bordón regalo de Pablito de Azqueta y, faltaría más, Anita la acapara para ella sola,
quiere hacer en el Camino cuantos más amigos mejor.
Ya preparados para salir, hacen su triunfal aparición en el bar los “equinogrinos”,
hablando entre ellos sobre un caballo que, al parecer, se ha tenido que quedar
retrasado por una enfermedad. En un arranque de sincera genialidad José David se
encara al que tiene más cerca y le suelta a bocajarro:
“- Dime maestro, la Compostela… la pediréis a nombre de los caballos, ¿no?”
No puedo aguantar una sonora carcajada, acompañado por el tabernero, Julia y Ana.
El fulano en cuestión, bastante corrido por lo que podemos notar, se defiende
balbuceando:
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“- Hombre…, al menos media credencial…, sí se la han ganado, los pobrecitos…” – se
lo pone a huevo a mi hijo, que le suelta con socarronería:
“- Claro, el esfuerzo de zampar, dormir y montar ya lo hacéis vosotros…” – nueva
risotada general; desde luego, cuando se lo propone, José David puede llegar a ser
muy “jodón”, yo mismo no habría podido superar, ni siquiera igualar, esa soberbia
intervención, vacilando a los caballistas, memorable…
Los jinetes se ponen de espaldas a nosotros, como intentando ignorar nuestra
presencia, pero a nosotros ya nos da igual. Por una vez y ojalá sirva de precedente,
en este Camino el ingenio se ha cachondeado del dinero, repito ha sido una escena
para enmarcar.
Tomamos la dirección de Fonsagrada, es un trayecto muy agradable pues todo son
llanos y bajadas, dejamos atrás Cabreira, Fonfría y aprovechamos para visitar una
ermita en Silvela y llegamos a Paradonova, donde la carretera se empina con tanta
brusquedad que nos obliga a echar pie a tierra. Mi Hadita se niega a caminar, con dos
narices, por lo que me toca arrastrar la “cabra” con ella encima, es la una de la tarde,
Ana se adelanta para reservar mesa en Casa Manolo, el lugar que me ha recomendado
para comer Ramón/Aldebarán, que hizo este Camino hace apenas tres meses.
Cuando llegamos, ya ha localizado el lugar y efectuado la reserva correspondiente,
además el camarero le ha ofrecido habitación por si queremos pernoctar allí.
Llamamos por teléfono al albergue de Padrón y nos avisan de que quedan muy
poquitas plazas, por lo que decidimos quedarnos en Fonsagrada y pasar la tarde
descansando y aprovechándonos del solecito tan agradable que se disfruta en estos
momentos. De paso compraremos unas camisetas de manga larga, que tanto hemos
echado en falta durante estos días atrás. Terminada la reparadora comida, el
encargado del restaurante nos acompaña amablemente al hostal, donde nos ofrecen
una amplia habitación con una cama de ciento cincuenta centímetros de ancha y otra
de noventa, suficientes para los cuatro. Anita dormirá entre nosotros, que le encanta y
José David ocupará la cama pequeña, además aprovecharemos para tomar un baño
relajante, sobre todo los niños, que ya empiezan a echar de menos esos lujos.
Ya acomodados y después de lavar y tender la ropa, dedicamos la tarde a visitar la
ciudad, su famosa fuente está justo debajo de nuestra habitación, echamos un vistazo
al interior de la iglesia de Santa María y nos dirigimos al museo etnográfico, pero
cierra muy temprano y no llegamos a tiempo para la visita, otra vez será.
Fotografiamos a los chicos encima del caballo metálico que hay en la puerta y los
enviamos a retozar un rato en el parque que hay frente al museo, mientras Ana y yo
buscamos un lugar donde tomar un café y hacer tiempo hasta la cena.
Decidimos cenar en Casa Manolo y cuando llegamos nos damos de bruces con la
cuadrilla caballística, que arrastraba sus maletas por la acera en dirección al
restaurante, con aire distraído, hicieron como que no nos conocían, mejor así. Una vez
dentro, observo que les han ubicado en otro salón distinto al nuestro, así que nos
damos prisa por acomodarnos en el comedor principal, para que no se nos retrase el
servicio, como ocurrió en Tineo. Esta vez elegimos a la carta, en lugar de pedir el
acostumbrado menú peregrino, pues los niños querían probar algunos platos que solo
se servían de encargo, pero bueno, tampoco el restaurante es excesivamente caro y a
nosotros también nos apetece variar de vez en cuando y probar cosas nuevas.
La cena, exquisita como el menú de medio día, transcurre normalmente, con la
salvedad de que Anita y José David empiezan a mostrar signos de sueño y cansancio,
por lo que tan pronto terminamos de cenar los llevamos al hostal. Los papás, una vez
acomodada la chiquillería, nos acercamos a un pub cercano, donde nos tomamos una
- 22 -

copa y charlamos un rato, hace muchos días que no estamos solos y nos apetece un
poquito de intimidad. Pero, al poco tiempo, el cansancio se hace con nosotros también
y nos vamos a la cama.
Día 7.-
“El día en que nos ponemos Lugo como fin de jornada y faltó poco para que los
finados hubiésemos sido nosotros…”
Cuando miro el reloj, son las siete menos algunos minutos, se nota que tengo la hora
de despertar fijada en el cerebro, me levanto y me asomo a la calle por una de las
ventanas, observo que es noche cerrada y una niebla espesa lo envuelve todo,
dejando muy poca visibilidad, por lo que decido volver a la cama. Ana está ocupada en
colocar y abrigar a la niña, le comento lo que hay y quedamos en dormir una horita
más, a ver si despeja un poco, dejo la cortina abierta para que nos despierten los
claros del día.
Nos levantamos en cuanto vemos clarear, aunque la niebla sigue ahí amenazando con
no dejarnos salir hoy. Preparamos en un santiamén las alforjas y las dejo en la
entrada, la encargada del hostal nos abre el almacén donde están guardadas las bicis
y aprovechamos para dejar las alforjas ancladas y listas para salir. José David ya se
ha levantado y Ana está en la cama jugando, saltando y revolviéndolo todo. Su madre
la viste, pagamos la cuenta de la habitación y bajamos todos a la calle.
Debido a la niebla no nos atrevemos a partir todavía, aunque vamos bien equipados
de luces y reflectantes, por lo que decidimos entrar en una cafetería que hay abierta
en la calle principal, desayunar bien y esperar a que se levante la niebla y nos permita
empezar la etapa con seguridad. Después de desayunar copiosamente, Ana se sintió
un poco indispuesta, por lo que esperamos otro buen rato más, era una buena excusa
para no animarnos a salir con niebla. Por fin se aclara el día lo suficiente como para
permitir que nos desplacemos con cierta seguridad.
Tomamos la carretera, tal y como llevo marcado en mis notas, hasta llegar al
cementerio de Padrón, por donde nos metemos en el pueblo, vamos combinando
camino y carretera y pasamos por las aldeas de O Piñeirol, Vilardongo, Piedrafitelas y
Montouto, nos detenemos a admirar su majestuoso dolmen. Después coronamos el
Alto de Cerrado, desde aquí se puede disfrutar de una magnífica panorámica de toda
la comarca. Hace un rato que transitamos por la carretera y en una de las curvas
vemos a lo lejos a nuestros amigos Juanjo y Dani, apenas a unos trescientos metros
más delante que nosotros. Pasamos varias aldeas donde podemos admirar las
famosas pallozas gallegas, Paradavella, A Calzada, A Degolada…, y cuando superamos
A Lastra abandonamos la carretera y nos internamos por el camino señalado, sabemos
de buena tinta que si intentamos acceder a A Lastra por ese camino nos caemos de
espaldas, hay una subida que espanta al mejor escalador así que… hasta ahí,
carretera al canto, que se trata de peregrinar, no de despeñarse por esos barrancos
de Dios... Coronamos el Alto de Fontaneira y a continuación divisamos la panorámica
del Campo da Matanza a la derecha, para dejarnos caer en pendiente hasta O Cádavo-
Baleira, donde hemos decidido tomarnos un pequeño descanso y almorzar.
Ya estamos saliendo cuando Ana saluda a un taxista que le devuelve el gesto con un
toquecito de claxon, atacamos una pendiente a cuyo final, a unos quinientos o
seiscientos metros, hay un parque con una fuente, arbolado y zona de descanso.
Bajamos una larga pendiente al final de la cual, frente a un bar, veo un peregrino
descansando apoyado en la pared de una casa, me fijo y no me creo lo que estoy
viendo, ¿¿¿??? ¡¡¡Por los clavos de Cristo, si es Don Peregrino de Albornoz!!! Nos dice
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que salió muy temprano desde Fonsagrada y que quería llegar a Castroverde. Lo
saludamos, estamos apenas un minuto con él y nos despedimos. Cuando hemos
pedaleado unos cientos de metros, ya lejos de él, mi mujer me pregunta:
- ¿Recuerdas el taxista que me ha saludado en el pueblo?
- Sí –le respondo
- Pues fue a quien pregunté ayer en Fonsagrada por el restaurante. Me dijo que venía
de Grandas, que acababa de traer a un peregrino y hoy me lo vuelvo a encontrar aquí;
poco después nos tropezamos con el sujeto éste del albornoz… ¿Qué te hace pensar
tanta coincidencia?- Nos ponemos todos a reír con ganas, no sabemos a quién quiere
engañar este peregrino de pega…
Alternamos camino y carretera y alcanzamos el Alto de la Baqueriza, Vilalle y
enfilamos hacia Vilabade, donde se encuentra el Palacio de Abraira-Arana y un
monasterio de San Francisco, seguimos por O Codesal y, finalmente llegamos a
Castroverde, donde decidimos quedarnos a comer y reposar un rato. Nos atienden en
el Restaurante Pereira donde nos sirven un menú del peregrino a base de pote gallego
y carne de la tierra, muy sabroso por cierto. En la sobremesa nos volvemos a
encontrar a Julia, la peregrina sevillana, que anda buscando lugar donde comer, se
sienta con nosotros y Anita y José David empiezan a juguetear con ella, es muy
simpática.
Cuando nos despedimos de Julia, comenzamos a pedalear con el firme propósito de no
parar hasta llegar a Lugo. Así, marcando un buen ritmo, pasamos por San Miguel do
Camiño, Souto de Torres, Nadela y Soutomerille, A Pallota y Gondar, donde
rellenamos los bidones de agua. Vamos cómodos, pues casi todo son llanos y bajadas
prolongadas, tras pasar cerca de unas canteras tomamos una carretera que ya no
abandonaremos hasta llegar a Lugo. No es muy tarde, por lo que quiero llevar la bici a
un taller a que me ajusten la rueda trasera, me hace giros extraños y un ruido a
grillos que me tiene en tensión.
Una vez en Lugo, continuamos de frente, bajamos hasta un valle, lo cruzamos por el
puente y comenzamos una dura ascensión que nos deja junto a las murallas. Me
indican un taller de reparación de bicicletas y me acerco para que me la revisen. Tras
negarse el señor de Bicicletas Taboada a revisarme la bicicleta “yo no tengo tiempo
para perderlo en esas cosas, búsquese usted otro taller…” fue su excusa sin darme
otra opción, me traslado a otro establecimiento que me indican, llamado Bicicletas
Hijos de Latorre, en rúa Montero Ríos, donde me atienden con toda la amabilidad del
mundo, y en menos de una hora ajustan los radios de la bici, centran el cambio y le
hacen una puesta a punto que me permite despreocuparme de problemas mecánicos
hasta el final del viaje. Ya son más de las seis y media y nos acercamos al albergue,
sabemos que la hora de entrada de los ciclistas es a las siete, pero esperamos que
José Antonio, el hospitalero, no nos ponga muchas pegas…
Cuando nos presentamos en el albergue, José Antonio nos reconoce y da la bienvenida
con una sonrisa complaciente, mientras nos rellena la ficha y sella las credenciales nos
ponemos a charlar, tenemos varios amigos comunes, todos peregrinos y nos
intercambiamos información sobre ellos, mientras Anita aprovecha para revolverlo
todo, revolotear y agitar el albergue. Le contamos la anécdota del peregrino en taxi,
por si lo veía aparecer por el albergue y él me informa sobre los peregrinos ciclistas
que vimos hacía dos días en Grandas y que los habían expulsado de un albergue por
provocar desperfectos. En un momento concreto de la animada conversación, se oye
un fuerte vozarrón procedente del piso de arriba que exclama: “- ¡¡Esa voz de niña la
conozco yo…!!” y asoman por la escalera Juan y su primo, los cordobeses, que ya
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están instalados en el albergue. Tanto Anita como José David se abrazan a sus amigos
con alegría, hace varios días que no sabemos de ellos, nos cuentan que a su
compañero de las ampollas lo han llevado al hospital para efectuarle una cura a fondo
a ver si fuera posible que termine el Camino. Los niños se duchan a toda velocidad y
vuelven a la habitación de abajo, con los cordobeses, no querían perder ni un segundo
de estar con ellos.
Cuando estamos terminados de instalar, nos duchamos, guardamos las bicicletas y
vemos aparecer a Juanjo y Dani, no sabíamos nada de ellos desde Fonsagrada; otra
alegría más para nosotros y los niños, que se pavonean por el albergue como los
principitos del Camino, y es que lo son… ¡qué narices! Juanjo y Dani se instalan
enfrente de nosotros, en el segundo piso, nos cuentan que se han entretenido más de
la cuenta en Castroverde y que han salido tarde, de ahí su retraso. Tras un rato de
charla, nos despedimos para salir a cenar, bajamos buscando a los niños y los
encontramos picando rodajas del chorizo y salchichón que les da Juan. Está
preparando los tentempiés del día siguiente y Anita está prestando atención como si
estuviera en la escuela: “Zu bocadiyo, zu durse, zu frutoh secoh, zu mansanita y a
corréh… y luego, poh la nossshe, una sena máh copiosssa…” Esta frase, que nos ha
repetido Anita hasta la saciedad, con acento andaluz, el resto del viaje, y que iba
recitando Juan mientras preparaba los tentempiés, ha resultado ser la más célebre y
recordada de nuestro Camino. Cosas de niños, qué se le va a hacer…
Por indicación de José Antonio nos acercamos dando un pequeño paseo a cenar al
Restaurante Manger, junto a la salida de la muralla por la puerta de Santiago, que
será la que empleemos al día siguiente para abandonar la ciudad. Aprovechamos para
visitar el Lugo monumental y la catedral, muy bonita, aunque la grúa que hay
plantada frente a la fachada principal desvirtúa el halo medieval que envuelve a toda
la zona antigua de esta hermosa ciudad con orígenes romanos.
Después de cenar volvemos al albergue paseando por encima de las murallas. Toda la
familia, especialmente José David, estamos encantados con la vista que se disfruta
desde allí arriba, tanto si dirigimos nuestra mirada a la zona monumental como si lo
hacemos hacia la más moderna, asentada fuera de las murallas. Alargamos todo lo
posible el paseo, a las once cierra el albergue, y lo disfrutamos con intensidad durante
un buen rato. Finalmente, bajamos por una de las escaleras al efecto y nos metemos
en el albergue, dando un pequeño rodeo.
Ha sido un día muy bueno para nosotros, quizá el mejor, si salvamos la etapa de
Avilés a Oviedo, climatológicamente hablando, y las “atenciones” del encargado de
Talleres Taboada, esperando que tenga un mejor trato con la otra clientela, la fija, que
parece ser la que le da de comer. A estas horas de la noche empieza a hacer un poco
de fresquito y se agradece el calor del albergue, son ya cerca de las once de la noche,
por lo que nos metemos en el saco y, ¡a dormir! Mañana nos espera una etapa larga
hasta Melide, con parada en San Román da Retorta…
Día 8.-
“Cuando el Camino se divide en tres rutas y nosotros escogimos la menos conocida,
por lo que nos quedamos solos, nos perdimos, nos encontramos, subimos a la más
alta montaña y descendimos al más profundo valle…”
Puntualmente, a las seis y media se encienden las luces de la habitación, una buena
manera de evitar mineros madrugadores y gente que continúa durmiendo, todo el
mundo arriba a la misma hora. Enfrente, Dani apura sus últimos minutos de sueño
mientras Juanjo, que luce una larga melena, se la peina una y otra vez ante el cristal
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de la ventana. Como hay luces por toda la habitación, apenas tardamos en organizar
las alforjas y bajarlas a la planta baja, donde todavía no han encendido la luz, por lo
que dejamos los bártulos junto a las bicicletas y subimos otra vez a despertar a Anita,
José David ya lleva levantado un rato.
Cuando amanece del todo, montamos en nuestras bicis y nos vamos a desayunar a la
cafetería que hay junto a la estación de autobuses, único local que sabemos con
seguridad que estará abierto a estas horas. Tras un buen desayuno, volvemos sobre
nuestros pasos, cruzamos la muralla y nos dirigimos hacia el lado contrario, donde se
encuentra la puerta de Santiago, que da inicio a la etapa de hoy. Al pasar por la
catedral vemos a Juanjo y Dani, que aprovechan que está abierta para visitarla. Nos
saludamos con un “hasta luego” y enfilamos, tras salir por la mencionada puerta de la
muralla, la Ronda do Carme en dirección al río Miño, que atravesamos unos minutos
después por un gran puente de origen romano. Atravesamos el barrio de San Lázaro,
salimos de la ciudad, cruzamos al otro lado de la carretera y llegamos a una
bifurcación, que conduce a Palas de Rei por San Román da Retorta. Tomamos esta
carretera comarcal, muy poco transitada y, al cabo de unos kilómetros llegamos a San
Xoan do Alto, Carrigueiros y San Vicente do Burgo, donde nos detenemos para
descansar y cogerle moras a Anita.
Continuamos viaje por unos cuantos pueblecitos, San Antonio, San Pedro de Abaixo y
Taboeiro, donde hay un castro a unos trescientos o cuatrocientos metros a mano
izquierda, un par de kilómetros más adelante nos encontramos descansando a Juanjo
y Dani, a resguardo del sol en la caseta de la parada del autobús. Dudan en continuar
hacia Palas de Rei siguiendo los mojones que marcan el camino oficial, o tomar la
calzada romana, recientemente marcada, y que supone un ahorro de un par de
kilómetros. Proponemos entrar en San Román a comer algo, mientras decidimos todos
qué camino tomar, Anita y José David asedian a preguntas a esta pareja de
peregrinos, así nos enteramos que viven en Madrid y éste es su primer Camino, son
padre e hijo, se han tomado este viaje como una buena forma de acercarse entre ellos
y que el Camino les está cambiando la forma de ver la vida… Jaime, o Xaime como a
él le gusta escribirlo, es quien regenta el establecimiento-bar-supermercado donde
almorzamos y un autentico enamorado del Camino, nos aconseja una y otra vez que
tomemos la calzada romana recién marcada, que es el auténtico Camino, que los
mojones se colocaron en la carretera sin ninguna base histórica, que no se molestaron
en investigar, que vayamos por Aguasantas, As Seixas y Hospital, es una subida muy
dura, llegaremos a la misma altura donde hay unos aerogeneradores, pero luego es
todo bajada vertiginosa hasta Melide.
Juanjo y Dani deciden continuar hasta Palas de Rei, pero por la calzada romana,
nosotros vamos a tomar la ruta que nos indica Xaime, queremos pernoctar en Melide y
cenar pulpo en Ezequiel, innegable capricho de nuestro José David. Nos despedimos
con una foto en el miliario y un fuerte abrazo, quizá ya no nos veamos en el Camino,
ellos se adelantan, quieren estar en Palas cuanto antes. Como llevamos una marcha
más tranquila y no vamos a pernoctar en el albergue de Melide, del que tenemos
noticias cuando menos contradictorias sobre su limpieza e higiene, nos da igual a la
hora que lleguemos.
Nos despedimos agradecidos al señor Xaime, un buen tipo, gran entusiasta del
Camino Primitivo y partimos siguiendo las flechas amarillas, que nos introducen en
plena calzada romana, a ratos asfaltada, pero otros es un semioculto camino de
piedras, tierra y arbustos que se adentra en la frondosidad de los bosques lucenses.
Cuando avistamos el puente romano en Mosteiro, el camino toma un sendero
empedrado que, en fuerte subida, desemboca otra vez en la carretera vecinal.
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El camino va cruzándose alternativamente de izquierda a derecha y de derecha a
izquierda con la carretera, por lo que, hartos de zigzaguear, decidimos continuar por
esta última. Y como siempre que uno cambia los planes yerra, nos saltamos el desvío
de Aguasantas hacia As Seixas y cuando nos queremos dar cuenta estamos perdidos,
en una aldea a unos cuatro kilómetros de Palas de Rei. Preguntamos a unos paisanos
que nos sacan del error y, viendo nuestro empeño en llegar a Melide, nos dibujan un
plano sencillo para llegar a Hospital das Seixas, pero tenemos que retroceder unos
cuantos kilómetros, tres o cuatro. Después de aprovisionarnos de agua fresquita,
aceptar los niños fruta y unas galletas que les ofrecen, reunimos el consejo familiar y,
ante la determinación de José David de cenar pulpo esa misma noche en Ezequiel,
decidimos volver sobre nuestros pasos, desobedeciendo la máxima conchera de que
“un peregrino nunca retrocede ni siquiera para tomar impulso”; también influye
bastante la manía que tenemos al tramo del Camino Francés desde Sarria, más
concurrido que un mercado y que incluso nos llevó a plantearnos, mientras
preparábamos el Camino, la alternativa de hacer en autobús el trayecto de Melide a
Santiago y que desestimamos en su día por no ser Compostela en esta ocasión, final
de etapa ni de Camino.
Cuando llegamos a Augasantas, descubrimos el mojón indicador y lo seguimos con
fidelidad, se acabó hacer experimentos, que nos conduce hasta As Seixas, no paramos
de subir y subir hasta que llegados a un punto, no nos queda otro remedio que echar
el pie a tierra y arrastrar nuestras “cabras” por aquellos montes, de paso Anita estira
las piernas y anda otro rato, que también lo necesita. Al final de la subida que da
entrada a Hospital nos cruzamos a tres hombres, que nos han estado tirando fotos
mientras arrastrábamos las bicicletas en la subida. Cuando nos ven la vieira y les
decimos nuestro origen se echan las manos a la cabeza:
- ¡Estáis locos…! y ¿a dónde tenéis previsto llegar, hasta Santiago de Compostela? –
nos preguntan.
- No…, –les contesta mi hijo- queremos llegar al fin del mundo…, hasta Fisterra.
- Sois muy capaces. La testarudez hace milagros…- Nos despiden deseándonos suerte
y buen viaje y nos animamos a superar la última subida del día, a la que llegamos
después de cruzar el pueblo en una pequeña bajada.
Sabemos que hemos acabado la ascensión por la casi infinita vista panorámica que se
presenta ante nosotros: detrás tenemos los aerogeneradores cuyo pausado y rítmico
ruido de sus aspas nos resulta ciertamente molesto; ante nosotros y a ambos lados
todo son bosques y montes. Volvemos a montar y nos dejamos caer por la tremenda
pendiente de la carretera, José David se adelanta y lo perdemos de vista, yo me lanzo
en su persecución pero, cuando veo que me pongo por encima de los sesenta y cinco
kilómetros por hora, desisto, ya le meteré una buena bronca cuando baje, si no ha
dado con sus huesos en el suelo y tenemos que andar de carreras…
Lo alcanzo un par de kilómetros más abajo, esperando nuestra llegada en un
ensanche de la carretera, cuando paro junto a él, antes de poderle decir algo, me
confiesa muy asustado:
- Papá, he despegado, he salido volando al coger un bache y se ha levantado toda la
bicicleta del suelo durante varios metros…, me asusté y he parado.
- Más vale así, a partir de ahora yo iré delante y te cuidarás mucho de adelantarme
hasta que lleguemos a Melide –le regaño. De vez en cuando un sustillo de este calibre
no viene mal, ayuda a ser más prudente; nos alcanza Ana y continuamos camino.
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Pasamos Vilouriz con su pequeña iglesia de Santiago y a continuación seguimos con la
tremenda cuesta abajo devorando kilómetros a una buena velocidad por lo que, si
seguimos a esta marcha, en pocos minutos estaremos a las puertas de Melide. En el
siguiente pueblo, Villamor, apenas nos entretenemos a fotografiar su iglesia y el Pazo
de Abaixo, a la salida, y continuamos raudos a nuestro destino. Llegamos a Curutuelo
con el firme ya bastante nivelado, incluso con algún pequeño repecho, y
desembocamos en la carretera nacional. El conductor del coche que nos precede, baja
del vehículo y se dirige a nosotros:
- ¿Sois peregrinos, buscáis el albergue…? Yo os indico.
- Sí, somos peregrinos pero no vamos al albergue, –respondo- llevamos intención de
pernoctar en un hostal…– Con mucha amabilidad, nos da la dirección de dos hoteles y
nos indica cómo llegar hasta ellos. Por desgracia ambos están ocupados y nos
tenemos que buscar un tercero, detrás del crucero y la capilla de San Roque, que nos
ofrece dos habitaciones contiguas y comunicadas por una galería interior, ambas con
baño, por un precio de sesenta euros. Nos gustan las habitaciones y decidirnos
pernoctar aquí. Así podemos lavar la ropa y ponerla a secar en la galería.
Una vez tenemos todos los bártulos en orden, damos gusto a José David, un poco a
todos también, y nos dirigimos a la Pulpería Ezequiel, donde nos atiborramos de pulpo
y otros productos de la zona como embutidos y vino xoven. Terminamos de cenar
bastante temprano y dedicamos un buen rato a pasear por las rúas de la ciudad,
todavía inmersa en sus fiestas patronales. A eso de las diez, nos retiramos al hotel, la
de hoy ha sido una etapa muy dura y estamos agotados. Menos mal que la etapa de
mañana es muy cortita, al ser domingo nos quedaremos antes de Santiago, no nos
apetece asomar por una repleta plaza del Obradoiro un domingo a las seis de la
tarde…
Día 9.-
“De que el Camino de Santiago se empieza a parecer cada día más a la romería del
Rocío y que hemos tenido la fortuna de conocer a Carolina, una PEREGRINA con
mayúsculas y muy valiente…”
Esta mañana nos levantamos a las siete y media, creo que sobra tiempo para llegar a
las puertas de Santiago a buena hora, nos instalaremos en el albergue privado de
Santa Irene o en Pedrouzo, en caso de no haber plazas en el primero, que en el
albergue de la Xunta de Santa Irene ya hemos tenido alguna mala experiencia y en
Monte do Gozo como que esta familia no se encuentra integrada qué se le va a
hacer... Me asomo a la ventana y veo que durante la noche ha llovido y continúa la
nubosidad… ¡Hummm, qué mal asunto…! – me digo, mientras me preparo para el aseo
matinal. Cuando salgo del baño, Ana viene de arropar a los niños, los va a dejar
dormir media hora más, mientras bajamos las alforjas al recibidor del hotel y pagamos
la cuenta.
Cuando asoma José David, nos vamos a sacar las bicicletas del garaje del hotel y
colocamos las alforjas, dejándolas aparcadas en la misma puerta de la cafetería,
mientras la señora del hotel nos está preparando un buen desayuno, incluido en el
precio de la habitación. La verdad, comentamos Ana y yo, que entre un albergue
privado y un hostal de esta categoría la relación calidad-precio no admite ninguna
comparación posible, por una diferencia global de diez euros, como mucho, duermes
en habitación con baño, sábanas limpias…, no sé hay muchas ventajas.
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Mientras desayunamos comienza a llover, así que nos damos prisa y nos colocamos
los chubasqueros, la peor parte se la lleva Anita, que la tenemos que forrar como si
fuera un libro de texto, parece una cebolla con tantas capas. Iniciamos la etapa, nos
dirigimos a la iglesia de San Pedro y, desde allí, comenzamos una pequeña subida que
nos lleva al cementerio. -¡Buena vista panorámica tenemos para comenzar el día, voto
a bríos!- comenta Ana. La bajada es tremenda, la tenemos que hacer con mucho
cuidado para no ponernos la bicicleta, y yo a Ana, por montera, llegamos a la
carretera, seguimos las flechas y nos metemos en un camino donde nos encontramos
la iglesia de Santa María de Melide, con otro cementerio; ya he comentado que la
simbiosis iglesia-cementerio es muy común en estas comarcas.
De pronto, cesa de llover y en cuestión de segundos el sol nos está picando en la piel,
por lo que vuelta a quitarnos los chubasqueros, pelar a la “cebollita”, que se está
achicharrando en su caparazón y a continuar camino. Pasamos por un antiguo
lavadero, instalado junto a un arroyo y nos internamos en el bosque por el sendero,
donde perdemos de vista el sol por un buen rato. A partir de aquí el goteo de
peregrinos es constante, y como nuestra velocidad es bastante reducida nos vamos
adelantando unos a otros continuamente. Llegamos a Boente, donde paramos a visitar
la iglesia de Santiago y sellamos las credenciales, cruzamos el pueblo e iniciamos otro
descenso en busca del Camino, cuyas corredoiras vamos alternando durante varios
kilómetros con el arcén de la carretera.
Después de superar varias aldeas, Fonteplata, Castañeda…, llegamos al río Iso, que
cruzamos por su conocido puente medieval, junto al albergue de Ribadixo da Baixo,
nos encontramos a un montón de gente, que no todos son peregrinos supongo por lo
temprano de la hora, refrescándose en su orilla e incluso algún atrevido en el centro
de la corriente. Iniciamos una subida para atravesar el pueblo, cruzamos la carretera y
nos situamos en la corredoira que hay junto a ella y que ya no abandonaremos hasta
Arzúa…
Ya en la ciudad, almorzamos en el bar Os Casqueiros, situado frente al parque, y
descansamos un buen rato, no hay prisa, llamamos al albergue privado de Santa Irene
y nos dicen que los domingos no hay servicio, definitivamente llegaremos a Pedrouzo
y nos instalaremos en un hostal, o en el albergue si hay plazas, ya sabemos que los
ciclistas hemos de esperar a última hora. Así que Anita queda jugando un rato en el
parque, fotografiando todo lo que se mueve y lo que se está quieto, mientras nosotros
hacemos planes para mañana que llegamos a Santiago. José David y yo decidimos
pedir la Compostela, antes de continuar camino hacia Fisterra, “vicariae pro” su
abuelo Luis y mi madre, respectivamente. Mamá y Anita, pedirán la Certificación, la
que dan por motivos no religiosos, a ver si es más bonita y se entiende mejor que la
Compostela.
Nos animamos a continuar, es casi medio día, el sol se ha escondido tras las nubes y
apenas hemos hecho trece o catorce kilómetros, que no tengamos prisa no significa
que vayamos a eternizarnos en un sitio y menos en Arzúa, que no deja de ser una
ciudad ruidosa. Así que enfilamos la calle de abajo del parque y, siguiendo las marcas
amarillas, doblamos por una esquina a la derecha que baja hacia el río. No hemos
pedaleado ni doscientos metros cuando se pone a llover, así que nos protegemos bajo
la balconada de una casa en obras, a sacar los bártulos, tapar las alforjas y las bolsas
de manillar, enfundar a Anita en sus protecciones contra la lluvia y, finalmente,
nosotros. Iniciamos otra vez la bajada, a ver si la lluvia, que casi habíamos olvidado,
nos deja en paz de una puñetera vez. Total, al cabo de quince minutos ya había
dejado de llover, el olor a menta que queda después de la lluvia impregna el
ambiente, es un aroma diferente, que se agradece al principio, aunque después de un
rato llega a resultar un poquito cargante…
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Seguimos nuestra ruta por el sendero que se interna por los bosques de eucaliptos y
carballos, alternándolos con cruces al otro de la carretera o acomodándose junto a
ella, así descansamos del aroma a eucalipto. Vamos dejando atrás aldeas y pueblos y
nos paramos delante del monumento a Guillermo Watt, el peregrino al que sorprendió
la muerte a las puertas de Compostela, depositamos un pequeño recuerdo y
continuamos camino. Salimos a la carretera y continuamos por un andadero de
hormigón y piedra, con bancos y una fuente para el descanso, pero con apenas
sombras donde protegerse del sol, que otra vez ha asomado con fuerza.
Por el arcén de la carretera vemos a una peregrina que empuja un carrito de bebé con
mucha determinación, la saludamos y Ana se queda charlando con ella durante un
buen rato. Cuando llegamos al cruce de Santa Irene, hacemos un alto y nos metemos
en el bar a refrescar y ver en la tele la carrera de Fórmula 1, ya sabéis, a esta familia
todo lo asturiano le tira mucho. La peregrina del carrito entra detrás de nosotros y,
cuando toma al niño en brazos, nos damos cuenta de que algo le pasa, le
preguntamos y nos contesta: - Tiene parálisis cerebral, lo llevo a Santiago por una
promesa…
Es un golpe demasiado fuerte para encajarlo sin más, tiene la misma edad que Anita,
que no entiende por qué le habla y no le responde, por qué no quiere andar ni
juguetear con ella. Estamos un buen rato hablando con Carolina, ése es su nombre,
no queremos mostrar el encogimiento que en ese momento sufre nuestro corazón,
intentamos parecer lo más normales posible, aunque no sé si lo hemos conseguido,
creo que no. Nos cuenta que ha comenzado su Camino en Ponferrada y que está muy
ilusionada en acabarlo. La carrera de la tele ha finalizado, nos incorporamos, un fuerte
abrazo, nos deseamos todos un buen Camino y salimos a la calle. Vamos al albergue
de Pedrouzo por si admiten ya a los ciclistas, no nos molestamos en tomar el camino,
bajamos directamente por la carretera, total, quedan un par de kilómetros…
No nos ponen ningún problema en el albergue, de hecho ya hay varios ciclistas
acomodados, por lo que nos inscribimos, descargamos las bicis y las guardamos
abajo, en las caballerizas, como en ocasiones anteriores. Nos acomodamos en una
camareta al final del pasillo, junto a los aseos. Después de hacer la colada, nos
sentamos un rato a la puerta, a tomar notas y descansar un rato mientras el Hadita
Peregrina, relaciones públicas del grupo, ha entablado amistad con algún peregrino de
los que pululan por la entrada, destaca una chica brasileña, Angela, con la que ha
estado haciendo ejercicios de yoga…
Conocemos a la abuela Maite, una simpática señora de setenta y muchos años, que
empezó su Camino hace treinta y cinco días en Saint Jean Pied de Port y mantiene una
vitalidad como si fuese una chavala, ha limpiado de arriba a abajo la cocina del
albergue, ha vaciado, lavado y vuelto a llenar la nevera, va de un sitio a otro,
hablando y animando a todo el mundo… A la hora de cenar, nos acercamos al
Restaurante Compas, junto a la gasolinera, pues al ser día festivo el supermercado
vecino está cerrado y no tenemos arreglo ni para la cena de esta noche ni para el
almuerzo de mañana, aunque no nos importa demasiado pues a esa hora estaremos
ya en Santiago. Después, un cafetito en una terraza cercana al albergue y a dormir
que mañana va a ser muy largo, pues queremos llegar hasta Iria Flavia y pernoctar en
Padrón.
Día 10.-
“De la primera vez que llegamos a Santiago para no quedarnos, pasamos de largo y
dormimos esa noche en la casita encantada…”
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¡Vaya nochecita, apenas hemos podido pegar ojo…! La procesión a los aseos se ha
mantenido a muy buen nivel toda la noche, a la peña se la trae al fresco que la puerta
del aseo golpee violentamente al cerrarse arrastrada por el dichoso muelle y el
repelente tufo a desagüe que sale de los lavabos, duchas e inodoros también molesta
lo suyo. A las cinco de la mañana ya hay peregrinos-mineros pululando por la
habitación, hay quien entra hasta cuatro veces al aseo en unos pocos minutos, al final
no sé si es que se están levantando o acaso se retiran de una buena noche de juerga.
Me incorporo y, al ver que me muevo, Ana me sigue, ella está también hasta las
narices de aguantar los ruidos. Nos aseamos, nos vestimos, recogemos los bártulos,
despertamos a José David y montamos las alforjas en las bicis. Mientras mamá viste a
Anita, nosotros esperamos sentados en la entrada del albergue y cuando la trae en
brazos, la colocamos en la silleta y nos marchamos caminando, llevando la bicicleta
del manillar, a la cafetería abierta más cercana.
Mientras la niña duerme entre dos sillones, nosotros desayunamos y, no bien hemos
terminado, cuando el Hadita se despereza y pide su ración de leche con cola-cao y
tostadas. Se nos trunca la idea inicial de salir con ella durmiendo en la silleta, nos
armamos de paciencia y pedimos un segundo café mientras Anita se termina su
desayuno…
Ya está totalmente claro el día cuando salimos del establecimiento, colocamos a Anita,
nos acomodamos en las bicis e iniciamos nuestra etapa; unos doscientos metros de
carretera y doblamos a la derecha, enfilamos una calle hacia la salida del pueblo y, a
unos quinientos metros, nos adentramos en el bosque por un sendero. Pasamos por
San Antón y, siguiendo los mojones de las vieiras, llegamos a Amenal, cruzamos la
carretera y nos volvemos a meter en el sendero por el bosque. De pronto, casi por
sorpresa, nos damos de bruces con el desastre de O Pino…
¡Qué barbaridad…! Varios cientos de metros a nuestro alrededor han sido talados,
dejando la zona con la única vegetación de los helechos, que disimulan la debacle. Nos
quedamos junto al mojón que indica el Camino de Santiago, que está en medio de
toda esa sinrazón, y a todos los peregrinos que van llegando los paramos y les
explicamos el expolio que traman entre la multinacional Fadesa y los políticos del
concejo de O Pino. No han pasado ni diez minutos cuando nos encontramos rodeados
por varias decenas de peregrinos, atentos a nuestras explicaciones, que tenemos que
repetir hasta la saciedad porque no paran de incorporarse curiosos al grupo. “En
cualquier momento viene la policía y se monta una compota de no te menees…”-
pienso-, pero no, no aparece nadie que no sea peregrino.
Cuando se disuelve el grupo retomamos el Camino, siempre a pie, tomando fotos y
datos de todo el desastre que vamos viendo y sufriendo. Incluso Anita descubre semi
escondido un tronco talado por su base de más de un metro de diámetro…, -¿quién ha
matado este árbol, papá, quién ha sido el malo…?- Por más que se lo hubiese
intentado explicar no me habría comprendido, yo tampoco lo entiendo, ni nadie que
tenga dos dedos de frente y no sea un especulador hídep… Nos alcanza un peregrino
muy peculiar, dice llamarse Fernando, es de Madrid y lleva un bordón magnífico, con
adornos e incrustaciones de plata, imagino que dormirá esposado a él. Hablamos del
Camino, del desastre que hay ante nuestros ojos, recordando que ya anteriormente
desviaron el trazado para construir un aeropuerto del que ahora se plantean su futuro
por no ser rentable. Cosas del progreso y de la poca perspectiva que se gastan los
grandes capitales, supongo.
Cuando llegamos a la rotonda de Labacolla, nos metemos por el sendero que hay a la
izquierda de la carretera, nos recibe un monolito con la leyenda de Santiago, seguimos
por el sendero que se aparta de la carretera y nos encontramos de frente con los
artilugios luminosos del aeropuerto, continuamos y damos al final con la antigua
- 31 -

carretera, la atravesamos, bajamos al pueblo, volvemos a atravesar la carretera y, por
un puente de madera, cruzamos el pequeño riachuelo donde presumiblemente se
asearían los antiguos peregrinos para estar presentables ante el Santi. A partir de ahí
ya no encontraremos corredoiras ni andaderos de tierra, todo será asfalto.
Pasamos por Vilamaior, donde nos tenemos que situar, conteniendo la respiración,
detrás del camión de la basura, que conseguimos adelantar en una de sus paradas y
poner tierra de por medio. En una bajada nos encontramos a la abuela Maite y nos
sentamos un rato con ella, está esperando a unos compañeros que se han quedado
almorzando en Labacolla. Le hacemos una foto y prometemos colgarla en internet
para que la vea cuando quiera, dice que le han tirado muchas fotos, pero que no ha
pedido ninguna copia, por lo que le damos la dirección de la web para que vea su
foto… “Mi hijo tiene ordenador y me la pondrá cuando se lo pida”, nos dice con esa
eterna sonrisa que siempre tiene en sus labios. ¡Buen Camino para este pedazo de
Peregrina! Finalmente, y después de pasar al lado de los edificios de la televisión y por
el pueblo de San Marcos, enfilamos hacia el Monte do Gozo, donde paramos a
descansar un rato y sellar la credencial. Ya vemos al fondo las agujas de la catedral y
me emociono igual, aunque esta vez no sea Santiago fin de viaje.
Cuando reiniciamos la marcha, le voy explicando a José David casi metro a metro todo
el recorrido que llevamos a cabo durante la manifestación del pasado mes de julio, ya
que el no estuvo presente, bastantes veces nos lo ha recordado, y que comenzamos
en el Monte do Gozo y acabamos en la plaza del Obradoiro, frente a la catedral. Fue
un buen día para los peregrinos, incluso para los ausentes…
Cruzamos la autovía y ya estamos en San Lázaro, más adelante subimos por la
Avenida de los Concheros, bajamos por la Rúa San Pedro, si aquí dices calle te
corrigen, cruzamos la Porta do Camiño, seguimos la Rúa das Casas Reales, Plaza de
Miguel de Cervantes, tranquilo Manolo que ahora después te hacemos la visita de
rigor, Vía Sacra y la Azabachería, parada obligada en el comercio de recuerdos de
nuestra buena amiga Inés, que en buena hora conocimos cuando la manifestación por
el desastre de O Pino el pasado 29 de julio. Allí compramos a los niños algún que otro
regalito, presentes para unos cuantos hermanos peregrinos y, sin apenas
entretenernos, nos acercamos a la oficina del peregrino a recoger las certificaciones
correspondientes.
Hay muy poquita gente a esa hora, por lo que la gestión queda realizada en unos
pocos minutos, abajo, en la puerta nos encontramos con Carolina, la mamá que
empuja el carrito con su hijo, lo ha conseguido, ha llegado a Santiago y está eufórica,
la felicitamos y nos abrazamos todos. Tras la despedida, bastante emotiva, nos
encaminamos directamente al Gato Negro con la saludable idea, que nos lo hemos
ganado, de negociarnos unos chocos y una buena ración de berberechos de la ría
acompañados por un vinito xoven y unos refrescos, pero está cerrado, me dicen que
los lunes hace fiesta, se nos ha ido al garete el invento. Así que nos tenemos que
conformar con una cerveza rápida al lado, en el María Castaña, con unas almejas en
salsa y una ración de empanada, ¡qué clavada, Dios Santo, qué clavada nos han
dado…! De allí, una vueltecita por la plaza del Obradoiro, la de Quintana y a Casa
Manolo a comer, que ya es casi la una.
Cuando llegamos el restaurante está a reventar, en la cola de la puerta esperan diez o
doce japoneses, o chinos, que no los distingo bien, esperamos un cuarto de hora y al
final abren el comedor de abajo, debido a la afluencia de clientes, aunque pocos son
peregrinos, que hay a esa hora. El servicio anda un tanto despistado, así que nos
armamos de paciencia y esperamos a que nos atiendan; por fin nos ponen ante
nuestros ojos los correspondientes menús que, como es costumbre en esta casa, no
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somos capaces de acabar. Terminamos, pagamos la cuenta y nos vamos, el café ya lo
tomaremos cuando hayamos salido de Santiago.
Tomamos las bicis y nos dirigimos hacia la plaza del Obradoiro, rodeamos el Pazo de
Xelmírez y pasamos por la entrada del Hostal de los Reyes Católicos, del que los
concheros todos nos sentimos un poquitín dueños, para algo se construyó como
hospital de peregrinos y, al hilo de su fachada principal, tomamos la rúa das Hortas en
dirección al Carballal de San Lorenzo, casi a la salida de la ciudad. Allí paramos,
llenamos agua en un manantial cercano y aprovechamos para refrescarnos, cada vez
que venimos a Santiago luce el sol como en el trópico y hace un calor húmedo y
picante bastante insoportable; pero queremos llegar a Padrón y todavía nos quedan
veinticinco kilómetros.
Nos animamos a buscar la carretera N-550, que es la que tenemos previsto tomar y,
cuando estemos encaminados, pararemos en una cafetería a tomar un café y helados,
así lo hacemos y a los diez minutos estamos en una gasolinera, a la salida de
Santiago, subimos la tremenda cuesta que llega a Milladoiro y, una vez arriba, Ana
tiene una buena idea: buscaremos una piscina pública y nos remojaremos bien hasta
que baje el calor, en la gasolinera nos han dicho que de aquí en adelante todo es llano
o cuesta abajo, así que ya no tenemos tanta prisa. Nos indican un cercano club de
tenis con piscina y hacia allí nos encaminamos, pagamos el ticket y ¡al agua patos!
En cuestión de hora y media ya estamos arrugados como pasas de tanto remojón y
nos vestimos, entramos en la cafetería, nos tomamos unos cafés con hielo y los niños
unos refrescos; ya hemos nivelado la temperatura del cuerpo, ha bajado bastante el
sofoco de hace un par de horas y nos vemos capaces de llegar hasta Padrón en un
periquete. Nos despedimos del camarero, le agradecemos que nos haya llenado los
bidones de agua con hielo y, ya preparados para salir, llamamos a nuestro hermano
peregrino Carlos, que vive en Padrón y le informamos que estaremos con él en hora y
media, más o menos. Nos informa que a la entrada de Padrón le avisemos y saldrá a
buscarnos, en eso quedamos.
Tomamos las bicicletas y, efectivamente, es prácticamente todo en descenso, el señor
de la gasolinera no nos ha engañado, así vamos dejando detrás las localidades de As
Galanas, Osebe, A Casa Longa, O Vilar de Abaixo, Picaraza, Cruces y llegamos hasta A
Esclavitude, donde nos detenemos un rato a admirar su grandiosa iglesia, cuya puerta
y fachada principal están abocadas a la misma carretera. Continuamos camino y
después de superar Baiuca y Pousa, siempre circulando por la carretera N-550, nos
presentamos en Iria Flavia, cuna de todo el movimiento éste de la cosa jacobea y que
se merece una buena visita.
Visitamos su iglesia, el cementerio donde está enterrado Camilo José Cela debajo de
un olivo, la Fundación tiene las puertas cerradas a cal y canto, y los sarcófagos
alineados en un lateral. En unos cuantos metros hay obras llevadas a cabo con una
diferencia de mil años: desde los sarcófagos de la época romana, creo, hasta el busto
de Cela de finales del siglo XX. Cuando vamos a salir, avisamos a Carlos, que nos
esperará en la Fuente del Carmen, frente al albergue de peregrinos, nada más
crucemos el puente del río Sar. Con esas referencias, partimos en su busca y en muy
pocos minutos estamos en el centro de Padrón, fin de la etapa de hoy.
Pasamos por delante de la iglesia de Santiago, seguimos de frente, doblamos a mano
derecha junto a Santa María, cruzamos el antiguo puente de piedra sobre el río y,
enfrente de nosotros, se muestra en toda su grandeza la Fuente del Carmen. A su
lado, de pie, nuestro amigo Carlos, con quien mantenemos una buena relación en los
foros del Camino y a quien hemos conocido personalmente también gracias a la
manifestación…
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- Hay dos albergues en el pueblo…, - nos dice después de los saludos, besos y abrazos
correspondientes - el municipal, ése que veis ahí arriba, y otro particular. Os llevo a
ver éste último y, si no os gusta, volvemos a éste y en paz, es aquí cerca…
Nos parece una buena opción por lo que le seguimos al albergue particular. Tras andar
unos trescientos metros, nos abre una pequeña puerta que da entrada a una casita de
su propiedad, nos aclara, pequeñita, preciosa, parece de muñecas. El acceso comunica
directamente con un salón y una cocina de no más de veinte metros cuadrados en
total, magníficamente decorados en madera, a la derecha nace una escalera hacia el
piso de arriba donde se encuentra el baño y una preciosa habitación de matrimonio.
Todavía hay un tercer piso al que se accede por una escalera plegable donde está el
lavadero, pero renunciamos a subir a verlo por el evidente peligro que conlleva esa
escala para unos niños tan revoltosos como los nuestros.
- El sofá del salón se convierte en cama, por lo que podrían dormir los niños en él y
vosotros arriba, en la habitación- nos ofrece Carlos.
Ana y yo nos miramos y también miramos la cara de felicidad de los niños. Por
supuesto que nos vamos a quedar, es un sitio precioso, le damos gracias infinitas por
su generosidad y quedamos para dentro de hora y media, que ya habrá venido su
esposa del trabajo y podremos salir a conocer Padrón y cenar un poco. Cuando se va,
mis hijos se ponen como locos a recorrer y fisgonear todos los rincones de la casita,
verdaderamente parece un pequeño refugio de montaña…
No ha pasado la hora y media cuando ya está de vuelta Carlos a quien acompaña, su
mujer, María José y su hija, coetánea de Anita y de nombre Iria Lúa, un encanto de
niña que enseguida congenió con la nuestra. Salimos y nos dirigimos al centro, José
David y yo ya lo conocemos pues nos hemos dado una vuelta cuando hemos salido a
comprar la fruta y el almuerzo para mañana. Es muy bonito y monumental, aunque
tiene como barreras el río y la carretera.
Las dos familias aprovechamos para conocernos más, hablar de todo, de los hijos, la
educación, la escuela… y, por descontado, del Camino de Santiago, de esta bendita vía
de las estrellas que nos ha permitido conocernos, no en vano ellos son peregrinos y
hospitaleros del albergue de Corcubión; los tres, sin excepción.
Cenamos en un típico restaurante de Padrón, pedimos chocos, pimientos y otros
productos típicos o cocinados a la manera del lugar, la cena es amena y divertida,
pues todos queremos saber, todos preguntamos a la vez, hablamos atropellados,
deseando todos que los contertulios conozcan cosas de nuestra tierra. Después,
tomamos una copa en una terraza de moda, situada en una plaza cerrada al tráfico y
adornada con copias del famoso “Pedrón” sosteniendo una vieira que, a modo de
jardinera, contiene florecillas, cada una las presenta de un color distinto. El espíritu
jacobeo se palpa, se respira en todos los rincones de esta maravillosa ciudad…
- Mañana a las nueve abre sus puertas la iglesia de Santiago, por si queréis visitar el
Pedrón, - nos dice Carlos- de todas formas, os debéis dejar algo por conocer, una
excusa para volver a visitar Padrón.
Bueno, mañana decidiremos qué hacemos, está bien eso de dejarse algo pendiente
para otra ocasión, ahora nos vamos a descansar, así que caminamos todos juntos
hasta nuestro “albergue”, ellos viven en la misma calle unos doscientos metros más
arriba, y nos despedimos hasta el día siguiente, que Carlos nos invita a desayunar,
María José se levanta muy temprano, trabaja en Santiago y nosotros tenemos por
delante un buen día de de dar pedales…
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Día 11.-
“Donde las nubes se abrazaban con los bosques y los montes gallegos en el día que mi
familia conoció por primera vez el intenso olor a fuerza y muerte del siempre traidor
Océano Atlántico…”
Un familiar ruido de pasos por la escalera me despierta, miro el reloj, son las dos y
media de la madrugada, mi Hadita está haciendo una de las suyas. Enciendo la luz y
aparece la niña por la puerta de la habitación, dice que va al baño y no encuentra el
interruptor de la luz, pero yo sé que busca otra cosa… Cuando vuelve del baño, se
arrastra en medio de nosotros y exclama -¡Ya está!, vamos que lo que quería la muy
bruja era meterse en nuestro lecho, a partir de ahora papá y mamá al barrón de la
cama.
Es ya de día cuando despertamos, yo más tieso que un bordón por obra y gracia de
los achuchones de Anita y su madre con dolor de cuello. Enfadados, la levantamos de
la cama junto a nosotros y la castigamos a madrugar, aunque ya son más de las siete
y media. Cuando lo tenemos todo recogido, llamo a Carlos, que nos espera en su casa
con un café con leche humeante, tostadas y bollería.
Cuando llegamos nos abre Lúa, ya levantada, que quiere desayunar con nosotros,
después de esta primera comida del día, las niñas se encierran en la habitación de los
juguetes mientras nosotros hemos de ir a sacar las bicis, cargarlas con las mochilas y
volver hasta la casa. Lo hacemos sin prisa, para dar tiempo a las niñas a que jueguen
un rato.
Nos tomamos bastante tiempo en volver a recoger a Anita, por lo que se nos hacen
más de las nueve de la mañana para partir. Si queremos visitar el Pedrón hemos de
bajar al centro, mientras que la salida hacia Noia está en dirección contraria, justo en
la misma calle que la casa de Carlos, en consecuencia nos dejamos el Pedrón para el
próximo viaje y salimos. Antes, las despedidas de rigor que nos encogen el corazón
por el tiempo que ha de transcurrir hasta que nos volvamos a ver. Quizá el próximo
mes de Diciembre con la celebración del XV aniversario de la AGACS nos veamos de
nuevo, si las circunstancias lo permiten y el Santi no pone ningún impedimento, que
creo que no.
Arrancamos por una carreterilla vecinal en suave ascenso, cruzando los pueblos de
Pedreira y Extramundi, vaya nombrecito, hasta que pasamos por una fábrica de
aluminio y llegamos a una rotonda. Seguimos de frente y, a partir de ahí, la carretera
se empina durante los siguientes nueve kilómetros, por lo que en ocasiones tenemos
que echar pie a tierra y continuar caminando. Anita está muy contenta, tiene una
nueva amiguita de su edad y conoce un nuevo pueblo donde “venir de vacaciones”
según sus propias palabras. Continuamos la ascensión, el paisaje es una auténtica
maravilla, esta Galicia verde, llena de montañas, valles..., y agua, mucha agua, pues
empezó a llover.
Nos equipamos de impermeables y continuamos nuestro camino, ahora más veces
pedaleando que caminando porque Anita se desenvuelve muy mal si anda con el
poncho puesto, se lo va pisando. Así que es una mañana muy variable, ya llueve, ya
hace viento, pero el sol no asoma por ninguna parte. José David se adelanta y, como
buen escalador, llega a Aguasantas con bastante ventaja, cuando llegamos nosotros el
ya está sentado en el banco de piedra que hay adosado a la fachada de una casa y se
ha comido la fruta que lleva en su cesta. Nos acomodamos en el otro banco de la
casa, que hace las veces de oficina de correos, supermercado, bar, papelería y no sé
cuantos comercios más e imitamos a José David, pero con varios minutos de retraso.
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Mantenemos una conversación muy distendida con el matrimonio, ya bastante mayor,
que regenta el negocio, no están acostumbrados a ver peregrinos por aquí, para ellos
es una locura lo que estamos haciendo. La señora nos llena con mucha amabilidad los
bidones de agua y, bien descansados y alimentados, proseguimos nuestra marcha, si
no pasa nada, a la hora de la comida estaremos en Noia. Unos cien metros después,
hay una bifurcación, ambos caminos llevan al mismo destino pero el de la derecha lo
hace a través de la carretera nacional, por lo que optamos por el otro, más solitario y,
en consecuencia, menos peligroso por el tráfico.
Así que nos encaminamos con determinación hacia Noia, corre un vientecillo frío y
molesto debido a la altura en que nos encontramos, que nos obliga a abrigarnos bien,
protegernos la cara y las orejas con el pasamontañas, aquí pasamos de sudar a tener
frío a la vuelta de cualquiera de las continuas curvas. Vamos poco a poco devorando
kilómetros, la cercanía del mar extiende por el ambiente un tufillo muy característico,
y paramos a la entrada de Noia en un bar a tomar algo refrescante, la verdad es que
la carretera ha resultado un rompe piernas y vamos bastante cansados, aún no son
las doce y media y ya estamos a las puertas de la ciudad, no hay ninguna prisa.
Tras descansar y tomar un tentempié, nos dirigimos al centro de la ciudad, aparcamos
las bicis en el paseo marítimo y caminamos un buen rato, aspirando el aire del mar
que, desde Salinas, no habíamos vuelto a ver y disfrutar. Tanto Anita como José David
se nos quejan de hambre, por lo que vamos a buscar un restaurante y comer, luego
visitaremos el casco antiguo, Carlos me dijo que era muy bonito.
Los niños eligieron un restaurante chino y nos llevó muy poquito tiempo comer, por lo
que a las tres de la tarde ya estábamos andurreando por el centro, había buena
temperatura, y visitando los edificios medievales que se levantaban majestuosos
sobre sus soportales. Nos fotografiamos junto al Cruceiro frente a la iglesia de Santa
María a Nova y al ver que estaba abierta aprovechamos para admirar su interior, de
estilo gótico.
Después de estar callejeando un rato, hasta que todos nos damos por satisfechos,
José David propone salir ya para pernoctar en Muros, que tiene playa y a lo mejor
llegamos a tiempo de que los dos hermanos se bañen, aunque solo sea mojarse los
pies y corretear por la arena. Enfilamos la carretera y en unos pocos minutos ya
pedaleamos en dirección a Barro, siguiente pueblo de la ruta. Según va avanzando la
tarde, Ana se nota más cansada y se va rezagando, por lo que tenemos que esperarla
varias veces. Ha pillado una hermosa pájara y pedalea con bastante dificultad, por lo
que decidimos dar por finalizada la etapa en el primer pueblo que tenga donde
hospedarse. Así, no ha pasado un kilómetro cuando llegamos a Cruceiro de Roo y
tomamos habitación, cena y desayuno incluidos, en el Hostal Franco, antiguo pero
bastante limpio.
Lavamos la ropa y nos permiten usar el tendedero del hostal situado en la parte
posterior. Mientras las “Anas” se van a tender la colada, José David y yo nos damos
una ducha, él se queda viendo la tele, ni se sabe cuando vio televisión por última vez
y yo me voy en busca de las mujeres de mi casa. Me las encuentro sentadas en la
terraza, en agradable conversación con un señor y una señora ya entrados en años,
tomándose una cervecita la mamá y un helado la niña. Son los dueños del hotel que
tienen su vivienda en el mismo edificio y que se han asomado al sentir a la niña
corretear y hablar como una cotorra. Participo de esta animada conversación, con otra
cervecita que me ofrecen a mí también, y nos cuentan un poquito de sus vidas, a la
vez que se interesan por nuestra aventura, la cual consideran atrevida y fascinante.
En cuanto se abre el comedor, a las nueve de la noche, bajamos a cenar un
reconfortante caldo gallego, un pescado fresco para mamá y asado de carne para el
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esto. Los mayores de edad lo acompañamos con un vino xoven de la zona, que entra
muy bien y calienta el gaznate, rematado con una sobremesa mientras los niños se
adelantan a la cama, ambos están muy cansados después de las tremendas subidas
de hoy. Ana y yo, ya totalmente relajados, hacemos un pequeño balance de lo que
está resultando este Camino; y nos encontramos muy, muy contentos de lo que
estamos viviendo, tremendamente satisfechos y, faltaría más, orgullosos del
comportamiento de nuestros niños, especialmente José David, que está rindiendo
como un auténtico campeón.
Día 12.-
“Después de estar todo el día tocando la Costa da Morte con las manos, se cumple
aquel adagio peregrino de más lejos y más alto…”
Suena el despertador del móvil a las siete en punto de la mañana, lo puse anoche
porque no quería que se nos hiciese muy tarde para salir, y viene bien, porque el cielo
amenaza lluvia de forma inminente; así que nos aseamos y vestimos a toda prisa y
nos vamos a recoger toda la ropa que tenemos tendida. Tenemos las cuatro alforjas
en nuestra habitación, por lo que no se hace necesario molestar a los niños, que
pueden continuar durmiendo un buen rato más. Bajamos las alforjas, las colocamos
en las bicicletas y observamos que ya está abierta la cafetería, por lo que
despertamos a los niños y nos bajamos todos a desayunar.
No tienen sello de caucho en el hotel, cosa extraña, por lo que me acerco a un
supermercado que hay muy cerquita, en el que se está descargando mercancía, y me
sellan las credenciales con toda amabilidad. Nos hacemos la foto de rigor en el crucero
que hay frente al hotel y enfilamos la carretera en dirección a Muros, donde tenemos
pensado hacer la primera parada del día. Avanzamos pedaleando con tranquilidad, a
ritmo uniforme y pausado, aprovechando que la carretera es llana y apenas presenta
dificultades, las únicas vienen de la brisa del mar, por cuya orilla transitamos a veces,
lo que nos obliga a un esfuerzo extra, pero el hecho de que la amenaza de lluvia haya
desaparecido y estar contemplando la salvaje belleza de la Costa da Morte nos anima
a dar por bueno el pequeño sobreesfuerzo. Pasamos por infinidad de pueblecitos,
caseríos y aldeas, hasta que al fin avistamos Muros, a donde llegamos al poco rato.
Entramos en la ciudad por la calle anexa a la playa donde, aprovechando que se ha
retirado la marea, hay docenas de mariscadores, muchas mujeres y algún hombre,
haciendo su labor. José David y su hermana aprovechan para mojarse los pies y correr
por la arena mientras los papás nos acercamos a un supermercado cercano a reponer
frutas, chocolatinas y dulces para ir alimentándonos durante el trayecto, que a nuestra
despensa ya se le ve el fondo… Aprovechamos el descanso para refrescarnos y comer
unos melocotones, damos una vuelta por la ciudad y reanudamos la marcha, si las
fuerzas no nos abandonan, hoy pernoctaremos en el albergue de Corcubión.
Unos kilómetros más adelante doblamos Punta Barreiro y al fondo llegamos a divisar
el Cabo de Finisterre, final de nuestro periplo peregrino de este año. Parece que el
avistamiento nos anima todavía más y apenas sin darnos cuenta dejamos a nuestra
izquierda la laguna de Xadas y enseguida avistamos Lariño y su faro de Punta Ínsula.
Hay un pequeño repecho que nos obliga a parar a tomar aliento al final de la subida,
pero enseguida nos animamos y continuamos camino, nadie parece acusar el
cansancio de los kilómetros, por lo que decidimos que, salvo que alguno de nosotros lo
necesite antes, pararemos a comer y descansar en Carnota, donde, dicen, está el
hórreo más largo de toda Galicia.
La carretera transcurre paralela a la costa y muy cerquita del mar, vemos criaderos de
mejillones, barcos pesqueros y, en la lejanía, un carguero que parece anclado en la
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oca de la ría de Corcubión, aparentemente no se mueve. Atravesamos Lira, donde
también hay un hórreo de dimensiones extraordinarias, pero declinamos visitarlo, al
tener que desviarnos a la zona alta del pueblo, éste está repartido por la ladera de un
monte, ya veremos el hórreo de Carnota cuando nos detengamos a comer. No es
todavía la una de la tarde y quedan unos seis o siete kilómetros para llegar, por lo que
vamos bastante bien de tiempo y podremos descansar y visitar el pueblo durante un
buen rato.
A la entrada de Carnota un cartel indica el Restaurante Mira-Mar a trescientos metros,
nos dirigimos hacia allí para reservar mesa y, al cabo de seiscientos o setecientos
metros, todavía no ha aparecido ante nosotros…, “Cogno, ¿qué clase de metros usarán
aquí?”, me digo, dudando seriamente ya si encontraría el mentado restaurante.
Pregunto a un paisano y me indica que me faltan unos cien metros para llegar, o sea
trescientos de los de mi cuentakilómetros. Por fin llegamos a la plaza y allí se
encontraba la tan deseada casa de comidas.
Efectuamos la reserva, nos vamos raudos a visitar la iglesia de Santa Comba y el
famoso hórreo y, cuando aparece ante nosotros, José David comenta: - En vez de un
hórreo parece un ciempiés, papá… - siempre con sus ocurrencias, este crío. La verdad
que es bastante largo, le cuento veintidós apoyos a cada lado, a un mínimo de dos
metros o dos y medio entre cada apoyo pues… unos cincuenta o sesenta metros le
calculo así, a ojo de buen cubero. Nos hacemos unas fotos de recuerdo y nos vamos a
comer, ya son las dos de la tarde, cada vez estamos más convencidos de que
podremos llegar hoy a Corcubión.
Tras la comida, hacemos una pequeña sobremesa y partimos, no hace demasiado
calor. Pasamos por varias aldeas, todas dependientes del concello de Carnota, lo que
hace que el viaje resulte bastante entretenido, José David va tomando nota de los
desconocidos, por extraños, nombrecitos que aparecen en los carteles de entrada a los
pueblos, como Pedramarrada, Piedrafigueira, Cepelán, O Viso, Vilares, donde podemos
admirar la iglesia de San Mamede, Valdebois, Caldebarcos, Planchés…
Cuando llegamos a Quilmas, se distinguen perfectamente en el mar las islas Lobeira
Grande y Chica, y a la derecha, el Monte Pindo, lleno de restos arquitectónicos de la
cultura celta. Superamos el pueblo de O Pindo y un par de kilómetros después
llegamos a Puente Ézaro, por donde cruzamos la desembocadura del río Xallas. Es una
lástima que no sea domingo, pues la todopoderosa compañía eléctrica que se ha
adueñado del río permite por unas horas que el río desemboque por su sitio natural,
una preciosa catarata única en su género, pero qué se la va a hacer, dinero manda.
Cuando llegamos a Ézaro, ante los ruegos de Anita y José David, paramos un rato
para que retocen en la playa y, de paso, se rebocen en arena y provoquen la
consabida regañina de mamá…
Siempre paralelos a la costa, pronto llegamos a la entrada de Cee, saludamos a un
ciclista del lugar, que nos aconseja desviarnos por la fábrica de carburos y atravesarlo
cerquita de la playa y así nos ahorramos la subida de la carretera, le hacemos caso y a
los pocos minutos ya estamos disfrutando de una hermosa vista a pie de ría.
Seguimos rectos y, después de una fuerte subida de unos trescientos metros, aparece
ante nuestros ojos el indicador de entrada a Corcubión. Ya hemos llegado al final de
etapa, o eso creemos, pero nos queda la última sorpresa del día.
Preguntamos por el albergue y nos indican que está lejos, a la salida del pueblo, sobre
dos o tres kilómetros, en una zona alta, a orillas de la carretera. Vamos, para no
variar, al otro lado de donde nos encontramos, en el punto más alto y allá donde
Cristo perdió el gorro… Nos recomiendan evitar la carretera y subir por las calles del
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pueblo, aunque lo tendremos que hacer a pie por lo empinado de sus cuestas, hasta
que lleguemos a un “bar de pelandruscas” (sic) y justo enfrente veremos el albergue.
Así que subimos, subimos, subimos, nos extraviamos, volvimos sobre nuestros pasos,
bajamos, nos cabreamos, preguntamos, tomamos otra calle, volvimos a subir, a
subir… hasta que al cabo de hora y media divisamos el puticlub…, y el albergue
enfrente, la verdad, no nos habían engañado en la situación, quizá un poco, o un
mucho, en la distancia. Me quedo esperando a Anita y mamá mientras José David se
acercaba al albergue a preguntar si había plazas libres…
Cuando cruzamos la puerta del jardín, nos espera el hospitalero, José Ignacio, ambos
nos conocemos de oídas, tenemos muchos amigos comunes dentro del mundo
peregrino. Me regaña por no haberle avisado por teléfono, está esperando a unos
peregrinos que vienen de Olveiroa, aunque desde que le llamaron ya deberían haber
llegado. Le comento que no tengo inconveniente en bajar y buscar hostal en el pueblo,
pero me dice que espere hasta las ocho, unos quince o veinte minutos de cortesía que
concede a los otros peregrinos, si no han venido a esa hora nos acomodará a
nosotros, desventajas de ser peregrino a pedales, pienso.
A las ocho le entregamos las credenciales y efectúa el registro correspondiente. Nos
presenta a Lola, su mujer, que está preparando la cena, y tras los correspondientes
saludos subimos las alforjas al piso de arriba, donde se encuentra el dormitorio y los
baños. Tras la reconfortante ducha, tendemos la ropa que llevamos húmeda de la
noche anterior, con el viento que corre a esta altura estará seca en un periquete, y
cogemos sitio en el comedor. Para entonces, Anita ya ha entablado amistad con todos
los peregrinos, un español, dos alemanes muy jovencitos, tres italianos y cuatro
polacos, no sé como se entenderá con todos ellos y, por supuesto, anda enredada
entre las piernas de Lola, intentando “ayudarla” en la cocina.
Como si de un ritual se tratase, la cena comienza a las nueve en punto, unos minutos
antes aprovechamos para recoger la ropa del tendedero, que con el viento se ha
secado completamente. Nos acomodamos todos en la mesa del comedor, entre los
polacos hay un sacerdote católico, que reza una pequeña oración en italiano. El menú
se compone de puré de verduras y patatas a la riojana, que todos comemos de buena
gana, salvo Anita y José David que, no preguntéis cómo, habían conseguido convencer
a Lola para que les hiciese sopa de ajo. Tras la cena, una animada sobremesa con
José Ignacio y esposa, poniéndonos al día de los últimos acontecimientos sobre O Pino
y otros temas peregrinos y a descansar, que ya son las once de la noche. Mañana,
nuestra última etapa, con parada en Fisterra donde nos encontraremos con otra amiga
de la manifestación: Begoña “Bejo” para todos sus amigos…
Día 13.-
“Y disfrutamos de una hermosa puesta de sol en el faro del fin del mundo, aunque
tuvimos que renunciar al faro y a otras cosas…”
Es el despertar más sosegado que he tenido en todo mi Camino. La noche ha sido un
pelín incómoda, las literas gruñen más de la cuenta, necesitan un buen engrase, pero
el hecho de tener que afrontar la etapa más corta y de que nadie ande con linternas ni
luces mineras me sorprende gratamente. Son más de las siete y media, por lo que me
acerco a la litera de Ana, que ya está despierta y nos aplicamos en preparar las
alforjas, en unos pocos minutos está todo recogido y listo para la partida.
Despertamos a los niños y nos dirigimos al comedor, a las ocho sirven el desayuno y
no queremos hacer esperar.
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Desayunamos a base de zumo, café con leche y bollería, estos hospitaleros están en
todo, los niños se beben un buen vaso de leche con cola-cao, su buen croissant y
tostadas. José Ignacio nos recomienda un comercio en Sardiñeiro, Casa Calisto se
llama, en el que podremos comprar la empanada más rica de toda Galicia, tomo nota
porque a todos nos encanta este manjar gallego. Preparamos las bicis y nos
despedimos de Lola y José Ignacio, aunque de forma provisional, que nos veremos
esta tarde en Fisterra, y tomamos el Camino, que se inicia en un sendero bastante
inclinado, aunque no parece excesivamente peligroso.
Vamos avanzando con extraordinaria calma, intentando impregnarnos de todos los
aromas de esta tierra, intentamos hacer todo el camino por la senda marcada, sin
tocar la carretera, aunque tengamos que echar el pie a tierra en algunas ocasiones.
Poco a poco alcanzamos y superamos a los peregrinos que han salido del albergue
antes que nosotros, aunque efectuamos alguna parada para disfrutar del paisaje y
ellos nos vuelven a adelantar. Disimulando la tristeza que nos invade a todos porque
es la última jornada, hasta Anita parece ser consciente de esa realidad, vamos
disfrutando pedalada a pedalada, paso a paso, de todos y cada uno de los rincones de
este hermoso lugar, aunque lo quemaron hace un año, se ha curado con asombrosa
rapidez.
Llegamos a Sardiñeiro y buscamos la tienda que nos ha indicado José Ignacio, está en
el trazado del Camino por lo que resulta sencillo dar con ella. Aparcamos, entramos en
ella y ¡horreur!, vende de todo, incluso golosinas, de las que hay un montón de
variedades en el mostrador, así que nos toca comprar dulces de muchas clases para
los niños, amén de tres clases de empanadas, que nos comeremos cuando nos ataque
el hambre, quizá una vez hayamos llegado a Fisterra.
Retomamos la marcha y el Camino toma una senda que se va internando en el
bosque, bastante empobrecido por el tremendo incendio que asoló la zona el año
pasado, pero aún así, el verdor domina todo el entorno, el bosque se está
recuperando a toda velocidad. Adelantamos por enésima vez a peregrinos que nos han
rebasado mientras estábamos en Casa Calisto y seguimos a una marcha muy suave,
disfrutando del paisaje que se nos ofrece. Pronto tomamos una bajada muy
pronunciada y se nos presenta, justo enfrente, Fisterra, como si estuviera colgada en
la montaña, asomada al mar…
La entrada la llevamos a cabo por la playa, gracias a un andadero muy cuidado, por el
que pasea bastante gente a estas horas. Al final del andadero, en la playa de
Llangosteira, decidimos parar a comernos las empanadas, y damos permiso a los
niños para que correteen por la arena, buscando conchas y cangrejos, mientras
nosotros, a cierta distancia, los observamos. Pronto nos llaman para que juguemos
con ellos, aprovecho para enseñarles a buscar cangrejitos dentro de las conchas que
hay por la playa y, al cabo de un buen rato, cambian la actividad por la de amontonar
conchas en la arena; entonces se queda mamá con ellos y yo me dirijo a un bar que
hay enfrente, donde me aplico un par de cervezas con un lobo de mar jubilado,
hablamos de mi tierra, de sus viajes por todos los mares del mundo, del desastre del
Prestige, de política, del futuro turístico de Fisterra… Fue una larga conversación, de
más de una hora.
Ya son más de las doce y media cuando los niños se dan por satisfechos de sus juegos
y vienen a buscarme con mamá, me despido de este buen señor y nos dirigimos al
centro, donde se ubica el albergue. Cuando llegamos, encontramos una larga cola de
¿peregrinos?, intentando tomar un plaza en el albergue, pero, pero… ¡Leches, si de
Corcubión solo hemos salido una docena y de más atrás no les ha dado tiempo a
llegar! ¿De dónde ha salido toda esta turba? Las hospitaleras, con Bejo a la cabeza,
están sobrepasadas, histéricas, el albergue está dotado con unas treinta literas y en la
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cola hay más de cuarenta personas… ¿De qué viven los hostales y pensiones del lugar,
del aire, quizá? Nos pide que nos vayamos a tomar una cerveza y volvamos en un rato
que estará todo más tranquilo, no nos admite la sugerencia de que nos instalemos en
un hotel. Así lo hacemos y nos vamos a una terraza que hay cerquita del albergue a
esperar acontecimientos…, y a ver como con todo descaro los “turistas peregrinos”
bajan del autobús, la estación está justo enfrente, y con toda la cara dura del mundo
se dirigen al albergue a exigir su plaza.
Al cabo de una media hora, Bejo nos avisa por teléfono para que nos acerquemos, nos
coloca en dos colchones en el suelo en el rellano de la escalera, dice que le hagamos
el favor de conformarnos, que lo siente… ¡Uff, pero es que a veces la confianza da
asco!, tranquila Bejo, qué se le va a hacer, por lo menos compartiré colchón y suelo
con Ana. La cama en el piso encanta a los niños, Ana se espera otra aventura como en
Tineo, pero esta vez yendo de un colchón a otro dando saltos, veremos en qué queda
todo esto…
Nos vamos a comer y, siguiendo los consejos de mi buen amigo Aldebarán, paladín de
los peregrinos gourmets, o quizá mejor gourmets peregrinos, que no sé yo qué le
gusta más, nos recomienda las excelencias marinas del Restaurante O Centolo,
casualmente lo tengo delante, mi olfato para estos menesteres parece que tampoco es
malo, luego qué narices este es un día muy especial, así que aprieto con fuerza la
tarjeta de crédito, menudo sartenazo le espera, y nos colamos dentro a degustar los
mariscos y demás frutos de la tierra, mejor del mar, diría yo...
Cuando terminamos de comer y después de un buen “palo” que aligera la cuenta
corriente de forma significativa, nos dirigimos al albergue a tumbarnos un rato, Ana y
José David se adelantan a la “cama” mientras Anita y yo nos entretenemos saludando
a José Ignacio y Lola, que han venido a ver cómo iba todo. Sin terminar de entender
por donde me venían los tiros, mi Anita se sube a los brazos de Lola y enfilan la
puerta de la calle, “luego te la traemos” me avisa. Subo a donde está Ana dormitando,
le medio explico que se han llevado a la niña no sé dónde y que ya la traerán no sé
cuándo, me hace un gesto con la cabeza, no sé si me ha entendido, tampoco me
importa demasiado y me caigo también bajo el embrujo del tal Morfeo, a ver si una
siesta consigue dar la vuelta y moler todos los animalitos de mar que me he metido en
el cuerpo...
Sobre las cinco y media de la tarde, viendo que Anita no vuelve, decidimos subir al
faro, ya lo verá ella en otra ocasión o quizá nos la encontremos allí arriba con Lola y
su marido, así que enfilamos la carretera para visitar todos sus rincones y esperar la
puesta de sol, con la que daremos por terminado nuestro Camino de Santiago de este
año. Visitamos la iglesia de Santa María das Áreas, a la salida del pueblo, y
continuamos lentamente nuestra ascensión al faro.
Cuando llegamos, aquello está a reventar de turistas que, como nosotros, también
quieren ver el ocaso del sol, no hay rincón, pedrusco, rellano o mirador donde no se
amontone el personal. Nos saludamos con uno de los peregrinos italianos que
pernoctaron anoche en Corcubión, también superado por el gentío que hay alrededor y
nos abrazamos efusivamente, quiere hacerse una foto subido a una roca como punto
final a su peregrinación desde Saint Jean. Una de las turistas que deambula por allí se
entromete e interviene entre nosotros, se ofrece a inmortalizar el momento, quién
sabe, el transalpino es guapote e igual la pava se lo lleva al huerto, toma posición y,
en el colmo de la insensatez, gilipollez diría yo, pero no queda tan fino, se dirige a
José David con estas palabras:
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- ¡Niño, sal del encuadre que voy a fotografiar un peregrino…! – Mi hijo, avispado
donde los haya, le responde con un gesto de suficiencia: - Pues mira, has tenido
oportunidad de fotografiar a dos en lugar de a uno, pero la has perdido, guapa...
La muñeca en cuestión se da cuenta que ha metido la pata, intenta pedir disculpas
pero José David ya no la oye, ha desaparecido de allí y a los pocos segundos lo
encontramos más abajo, junto a los crematorios. Buena salida, la del chaval, qué
narices…
Somos conscientes de que en aquel lugar no vamos a poder ver con tranquilidad la
puesta de sol por lo que, haciendo caso al consejo de un buen amigo con quien he
hablado hace un par de días por teléfono, nos vamos de allí en dirección a la playa da
Mar de Fora, donde podremos disfrutar del espectáculo sin tanta y tan variada
compañía.
Volvemos sobre nuestros pasos y a la entrada del pueblo vemos el cartel que indica su
dirección, enfilamos el sendero que nos conduce hacia la playa, donde llegamos al
cabo de quince o veinte minutos. Son las ocho y media de la tarde, el sol todavía está
alto, queda un buen rato hasta que se oculte, por lo que nos dedicamos a disfrutar de
este momento, mi hijo a jugar con la arena y las olas y nosotros, sentados y cogidos
de los hombros, a disfrutar de la tarde. Ya se lo contaremos a Anita cuando volvamos,
aunque nos duele un poco que no esté aquí, con nosotros, sabemos que ella estará
pasándolo bien donde quiera que se encuentre, no es nadie la cría…
Descubrimos un pequeño manantial de agua dulce semi escondido entre las rocas del
acantilado que desemboca en la playa, la arena se traga el pequeño torrente en
cuanto llega a ella, apenas es un hilillo como el que pueda salir de una botella, pero
nos choca ver un arroyo tan cerca de la playa, está visto que Galicia es todo un pozo
de sorpresas.
De pronto, vemos un grupo de delfines que va y viene a muy pocos metros de
nosotros, cerquita de la playa, y nos entretenemos un buen rato viendo sus saltos,
entradas y salidas en el agua, es la primera vez que Ana y José David ven delfines. A
ratos se separan unos cincuenta metros unos de otros, luego se vuelven a unir y van
entrando y saliendo del agua en formación, como si fueran el equipo olímpico de
natación sincronizada, tantas y tantas veces lo habrán ensayado que les sale a la
perfección.
Por fin, llegamos al momento culminante, el sol comienza a esconderse detrás del
horizonte, estamos los tres sentados en la arena, cogidos de la mano, lo vamos
observando con atención y seguimos su lento movimiento como si fuera el minutero
de un reloj, hasta que se oculta por completo y la playa queda en una ligera
penumbra. Nuestro Camino ha terminado, dicen que en Fisterra acaba el Camino, sin
embargo, lo que yo siento en mi interior es una gran tristeza y congoja, quiero
reemprender el Camino otra vez, no quiero dejar de sentirme peregrino. Ana y yo nos
miramos a los ojos sin decirnos nada, no hace falta, ambos sabemos lo que piensa
cada uno en estos momentos. Hay que empezar a preparar nuestro próximo Camino,
no debemos permitir que la tristeza nos invada y nos domine…
Comienza a hacer fresquito y nos alejamos a buen paso de la playa, en dirección al
albergue. Cuando llegamos, nos encontramos a Anita cenando con unas peregrinas
brasileiras, ésta niña no atasca, hace amigos por todas partes. Nos cuenta muy
acelerada que había ido con Lola a la playa do Rostro, “la playa de la carita, papá”, la
muy bruja no pierde ripio, ha tenido incluso mejor panorámica que nosotros.
Hablamos con Bejo y quedamos citados a las diez en la terraza de O Centolo, subimos
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a cambiarnos de ropa y, después de un pequeño descanso en el que Anita no deja de
juguetear y bromear con todo el mundo, nos dirigimos al lugar de la cita.
No llevamos ni quince minutos esperando cuando aparecen Lola y José Ignacio, vamos
a cenar todos juntos, nosotros para celebrar nuestro final de Camino y ellos que
acaban su labor en el albergue por este año, mañana se van hacia Ponferrada, para
visitar la exposición de Las Edades del Hombre. Cuando llega Bejo está totalmente
estresada y nerviosa, la obligan a acoger en un albergue preparado para treinta
personas a más de cuarenta, de los que peregrinos serán una docena, los demás son
caraduras que buscan hacer turismo barato y se aprovechan de que los políticos no
tienen escrúpulos, para ellos cada turista es también un voto. Habría que reunir a
todos los políticos, tirarlos al mar y pedirles que nos devuelvan el dinero nuestro que
han malgastado, afirma José Antonio de la Riera; y tiene más razón que un sabio…
Decidimos pasar al comedor, donde nos sirven un exquisito y abundante churrasco,
regado con vino del país, agua para los niños, no creáis, que la democracia todavía no
ha evolucionado tanto. La cena transcurre en animada conversación, incluso dio para
llamar por teléfono a De la Riera y que mi niña le cantara la coplilla de la
manifestación, aquella del “polígono de O Pino”, que lo emocionó, cuánto ama y
respeta el Camino este gallego de Asturias. A eso de las doce, tras un buen café
acompañado de licor para los mayores de edad, nos despedimos todos y nos vamos a
dormir. Ha sido un día intenso y en la cara de todos nosotros se puede ver ya el
cansancio acumulado, no tenemos la tensión del Camino y la relajación evidencia ese
agotamiento. Al menos, esta noche Anita no se pasará de madrugada a nuestra cama,
¡dormirá en ella! Y es que, como he dicho esta mañana, tanta confianza da asco, pero
qué se le va a hacer…
Día 14.-
”Cuando se acaba el sueño y la cruda realidad nos despierta de golpe, sin tener una
pizca de compasión con esta familia peregrina…”
El enorme ventanal acristalado que tengo frente a mí me permite presenciar,
fotograma a fotograma, lo que ocurre en la noche fisterrana, de madrugada el camión
de la basura pasa por enfrente, luego un autobús del que se apean algunos viajeros
con caras somnolientas y bostezando, la estación de autobuses la tengo a diez o doce
metros enfrente de mí, un camión que descarga distintos productos de alimentación
en el súper de al lado… El ovillo que forma la niña acurrucada bajo mi espalda es el
menor de mis males en esos momentos.
Desde el interior de la habitación, unos tremendos ronquidos salen semejando el
barritar de una manada de ciervos en celo, que me hacen susurrar la cancioncilla
popular vuelta a poner en boga por un anuncio de televisión: “Aserrín, aserrán, las
maderas…”. Sin que nadie se sienta ofendido, ni yo, que cuando ronco no me dejo
dormir ni a mí mismo, soy capaz de producir tamaño estruendo.
A las siete en punto toco diana al personal, a las ocho y cuarto sale el autobús hacia
Santiago y tampoco es cuestión de perderlo, así que nos levantamos todos,
guardamos los sacos y demás ropajes que hemos usado durante la noche para hacer
la colada en cuanto estemos alojados en Compostela. A las ocho menos diez nos
bajamos a un bar que hay enfrente y nos pedimos un café con leche con un bollo, a
José David no le apetece nada sólido y se toma solo la leche, lo que le arruinará el
viaje como veremos después.
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Puntual, al autobús hace su entrada en la estación a las ocho y diez, cargamos las
bicis, las alforjas y unos cuantos minutos más tarde enfilamos la carretera hacia
Santiago. Estamos citados con Ramón/Aldebarán y Menchu, pasaremos la tarde con
ellos, por fin nos conoceremos todos, aguardo el encuentro con mucha expectación. El
viaje en autobús dura tres horas en las que voy repasando una a una y con detalle las
jornadas transcurridas estas dos últimas semanas, en las que he disfrutado, sin duda,
de una de las aventuras más excitantes de mi vida.
José David comienza a sentirse mal, los nervios del final del viaje y no haber
desayunado algo sólido son los culpables de su angustia. A partir de Carnota y hasta
Santiago se pasa el viaje vomitando, un tremendo sufrimiento totalmente inmerecido
para un peregrino tan especial, con tan solo doce años y dos Caminos completados en
sus alforjas.
Una vez en Santiago, nos instalamos en el hostal Ramos, a escasos cincuenta metros
de El Gato Negro, esta vez está abierto y si José David se recupera bien del viaje lo
vamos a disfrutar. Llevamos las bicicletas al Velocípedo, para que nos las facturen a
casa, ya podemos dedicar el día a pasear por Santiago, no nos quedan obligaciones
pendientes. Así, podemos visitar la Catedral y darle un abrazo al Santi, el ritual de los
cabezazos y demás lo han eliminado vallando las columnas del Pórtico de la Gloria,
será que quieren quitar la costumbre o imponer un canon por llevarla a cabo, quién
sabe. Pasamos por la oficina del peregrino para informarnos sobre los billetes de
vuelta a casa, pero no hay nadie, un cartel indica que se han ausentado y que sienten
no podernos atender, en fin que nos toca buscar la información a nosotros mismos. En
Renfe no quedan plazas para volver a Madrid y en Autobuses Alsa nos informan que
quedan todavía algunas, por lo que esperamos acontecimientos.
Entramos en un restaurante, comemos el menú del día y nos vamos al hotel donde
nos espera una reparadora siesta hasta las cinco y media de la tarde, hora prevista de
llegada de Ramón y Menchu a Santiago. Efectivamente, con la puntualidad de un reloj
suizo, a esa hora recibimos la llamada de Aldebarán, que acaba de aparcar su vehículo
y quedamos para vernos en la plaza del Obradoiro. Cuando asomamos por allí ellos
todavía no han llegado, estoy nervioso, espero que mis hijos conecten con esta
familia, a Menchu la conoceremos hoy, solo sé de ella por las conversaciones
telefónicas habituales con Ramón, espero que todos nos caigamos bien.
Veo aparecer a Ramón de la mano de su esposa, una mujer muy guapa y elegante,
por la entrada de Fonseca, nervioso, mirando a todos lados, le hago una seña y
enseguida me reconoce, nos dirigimos el uno hacia el otro y nos fundimos en un
tremendo abrazo peregrino, apenas hace un mes que no nos vemos y ya estamos
deseando saber uno del otro, mirarnos a los ojos, el teléfono para nosotros se torna
insuficiente…
Después de las oportunas presentaciones, nos vamos hacia la zona de la Alameda, nos
sentamos en la terraza de una cafetería y, mientras Menchu, Ana y los niños se piden
unas consumiciones, Ramón y yo nos acercamos a una agencia de viajes a sacar los
billetes del autobús de vuelta. Cuando regresamos Menchu y mi familia ya habían roto
el hielo y hablaban entre ellos como si se conocieran de toda la vida. Estuvimos
paseando por la Alameda, tomamos café en el casino primitivo y, sobre todo
hablamos, hablamos mucho, había tantas ganas de saber unos de otros que
continuamente nos preguntábamos, nos respondíamos aturullados, sin ningún tipo de
orden ni concierto.
Como lo prometido es deuda, nos acercamos a El Gato Negro, donde disfrutamos de
unos vinitos y refrescos con berberechos y después estuvimos paseando por la Rúa
dos Francos, intentando comprar el último, o el penúltimo que nunca se sabe cuál va a
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ser, recuerdo de nuestra estancia en Santiago. En un momento dado, una potente voz
grita detrás de nosotros:
- ¡¡¡Anitaaaa, preciosa!!! – Nos volvemos y es Juanmi, el peregrino de Almería del que
nos despedimos en Berducedo. Mi hija se abalanza sobre él y se funden en abrazos y
besos, no hay manera de separarlos. Después nos abrazamos todos a él, la emoción
me embarga y me he de apartar del grupo, tengo los ojos húmedos… ¿Qué tienen los
peregrinos, que cuando se les conoce ya nunca se les puede olvidar y qué tendrán
estos niños, que van rompiendo corazones allá por donde pasan? Hablamos muy poco
rato, Juanmi lleva prisa, quiere cenar y acostarse pronto, pues temprano tiene que
viajar de regreso a su tierra. Nos contamos lo acaecido a cada uno desde la última vez
que nos habíamos visto, incluso Ramón y Menchu participan en tan animada
conversación, que finaliza con la promesa de Juanmi de visitar a Anita más pronto que
tarde.
Por fin, y con una fuerte congoja en el cuerpo, nos despedimos todos, Juanmi se va a
su tierra, Ramón y Menchu a La Coruña, su ciudad, tienen un compromiso para cenar
y nosotros…, nosotros permanecimos allí un buen rato, quietos, callados, con la
mirada perdida, intentando digerir todos los acontecimientos que hemos vivido esta
tarde, los últimos quince días, va a ser éste un periplo que no se nos olvidará en toda
nuestra vida.
Ha sido una tarde muy completa, hemos conocido a Menchu, una maravillosa mujer
llena de simpatía y ternura, hemos hablado largo y tendido con Ramón, recordando el
estupendo fin de semana peregrino que pasamos en Julio, haciendo planes para un
futuro Camino en compañía, estudiando la posibilidad de aprovechar algún viaje para
podernos volver a ver. No sé qué tiene Santiago, cada vez que vengo aquí me
emociono, quizás sus calles, tal vez sus gentes y seguro que, sobre todo, los grandes
Peregrinos, así, con mayúsculas, con los que tengo el honor y el placer de compartir
mesa y tertulia en esta preciosa ciudad milenaria…
Celebramos la cena en un restaurante cercano al hostal, allí coincidimos con unos
turistas de Toledo, se muestran incrédulos y asombrados de las aventuras que oyen
de boca de nuestros hijos. Cuando hablan y no paran del Camino, quien les escucha a
malas penas puede entender que estos niños sean unos grandes conocedores, además
de enamorados, del Camino de Santiago.
Y el fin de fiesta tal y como está programado, lo celebramos en el Obradoiro, bajo los
soportales del Pazo de Rajoy. Allí, como en el año anterior, se encuentra la tuna
cantando sus archiconocidas coplas, así que nos acercamos llevados de la mano de
nuestra impaciente e incansable Hadita Peregrina. Al poco rato de estar allí, Anita se
escabulle entre los espectadores y se presenta justo delante de los tunos, comienza a
bailar un paso de danza muy hortera que le enseñó su hermano y, a los pocos
segundos, todos los asistentes empezaron a imitarla, lo que le valió un montón de
besos y abrazos de los tunos. Y es que, como digo siempre, con esta niña tengo
abiertas hasta las puertas del cielo, que es lo que ella es, un hermoso cielo…
Abrazos peregrinos y buen Camino en la vida a todos, sin excepción.
Albacete, a tres de Octubre de 2007
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