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EL MÉDICO GEOFFREY CHAUCER

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<strong>EL</strong> <strong>MÉDICO</strong><br />

<strong>GEOFFREY</strong> <strong>CHAUCER</strong><br />

PROLOGO<br />

-Señor doctor en Física-dijo nuestro huésped -, dejemos lo demás, que quiero rogaros<br />

que nos narréis algún cuento de tema honrado.<br />

-Así lo haré, si se quiere - repuso el doctor - Ea, buena gente, escuchadme.<br />

Y comenzó su cuento.<br />

<strong>EL</strong> MEDICO<br />

-Relata Tito Livio que hubo antaño un caballero llamado Virginio, hombre muy digno y<br />

honrado, rico en bienes y en amigos.<br />

No tuvo con su esposa otra progenie que una hija, joven de soberana belleza, porque la<br />

naturaleza creóla con tantas excelencias y tan meticuloso primor que parecía querer proclamar<br />

con ella:<br />

-Ved cómo sé modelar una criatura, cuando se me antoja. ¿Hay quien me imite? No<br />

ciertamente Pigmalión, por mucho que sin cesar forje, grabe o pinte; ni tampoco Apeles o<br />

Zeuxis, así se esfuercen en grabar, cincelar o trazar. No, no me emularían que por algo el<br />

Creador me hizo su vicario general en materia de formar las criaturas terrestres según mi<br />

gusto. Sí, que todas estas cosas están a mi cuidado so la capa de la creciente y menguante<br />

luna. Y nada por mi trabajo pido, porque mi Señor y yo estarnos en total armonía, y yo he<br />

modelado esa doncella para honrar a mi Señor. Asimismo hago con los demás seres,<br />

cualesquiera que sean sus formas y colores.<br />

Catorce años contaba aquella mocita en que tanto se holgaba la naturaleza. Porque ésta,<br />

así como sabe pintar de blanco el lirio y de carmín la rosa, supo con iguales calores pintar los<br />

lindos miembros de aquella noble criatura antes de nacer, y Febo tiñó los bucles de la niña<br />

con los rayos esplendentes de su luz.<br />

Si la doncella era excelsa por su hermosura, mil veces más lo era por sus virtudes.<br />

Ninguna buena cualidad le faltaba. Era casta de alma y de cuerpo, humilde y sobria, paciente<br />

y abstinente, y modesta en su porte y compostura. Razonaba con discreción y, aunque hubiese<br />

sido tan sabia como Palas, se habría expresado con femenil sencillez, huyendo de expresiones<br />

rebuscadas, que pudieran oler a doctas usando términos adecuados a su condición y procurando<br />

que todos se ajustasen a la virtud y la cortesía.<br />

Mostraba siempre el recato propio de una doncella, era de corazón constante y siempre<br />

Procuraba ocuparse en algo, para ahuyentar la vana ociosidad. Baco no prevalecía sobre su<br />

boca, porque el vino y la juventud acrecen los placeres de Venus como se acrece el fuego con<br />

aceite o grasa. A causa de su espontánea virtud, muchas veces la joven fingiese enferma para<br />

rehuir las reuniones donde sólo locuras se hablan, como son los festines, danzas y orgías, que<br />

dan ocasiones de retozo. En esos sitios se hacen tales cosas que maduran harto p ronto a los<br />

niños, infundiéndoles insolencia y, atrevimiento, y esto es peligroso. Que demasiado presto<br />

aprenden las mocitas el descaro al hacerse mujeres.<br />

Respecto a esto, vosotras, dueñas, a quienes los señores encomiendan el cuidado de sus<br />

hijas, pídoos que no os incomodéis de mis palabras. Pensad que sólo por dos cosas dirigís a<br />

las hijas de los señores: ora porque conservasteis vuestra honestidad, o porque, habiendo sido


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livianas y conociendo asaz bien ese arte, habéis abandonado para siempre tan malhadada<br />

práctica. Así, en consideración a Cristo, no desmayéis en instruir a las damiselas en la virtud.<br />

Porque el cazador furtivo, cuando deja sus aficiones y mañas, puede ser mejor guardabosque<br />

que cualquier otro hombre. En consecuencia, guardad bien a las doncellas, que, si queréis, en<br />

vuestra mano está el hacerlo. No les consintáis vicio alguno, y así no se vituperará vuestra<br />

mala intención, que si la tuviereis, seria traidora. Y entended que no hay traición más vil que<br />

la del que seduce al inocente.<br />

En cuanto a vosotros, padres y madres, si tenéis algún hijo, sabed que os está confiada<br />

su custodia mientras se halle bajo vuestra potestad. Cuidad que no se pierda con el ejemplo de<br />

vuestra vida, ni tampoco por vuestra negligencia en el castigo, porque si tal aviene, vosotros<br />

lo pagaréis caro. Al pastor incurioso e indolente, el lobo le arrebata muchas reses.<br />

Pero quédese esto aquí y volvamos a nuestro tema. La doncella de mi cuento se<br />

guardaba sola de tal modo que no necesitaba dueña. En su vida podrían las demás jóvenes<br />

haber leído, como en un libro, las buenas palabras y obras que a una mocita virtuosa<br />

corresponden, pues era muy discreta y caritativa.<br />

Por ello se propagó la fama de su belleza y muchas bondades, y todas los amantes de la<br />

virtud loaban a la hija de Virginio. Sólo la miraba mal la envidia, que se duele de la dicha de<br />

los demás y se satisface de su dolor e infortunio, como dice el Doctor.<br />

Un día, a q uella joven, según suelen las de su edad, fue a misa con su madre. Había en la<br />

ciudad un magistrado que gobernaba la región. Y este juez, al pasar junto a él la damisela,<br />

puso sus ojos en ella y la miró buen rato. Y en seguida se alteraron su corazón y pensamiento,<br />

por lo enamorado que quedó de la belleza de la muchacha. Así, se dijo en secreto: «Mía será<br />

esta moza, aunque pese a todos.»<br />

Y entonces el diablo se adentró en su corazón e insinuóle que él, con destreza, podía<br />

conseguir a la jovencita. No le parecía posible obtenerlo con violencia o con dádivas; lo<br />

primero por tener ella muchos amigos, y lo segundo por gozar fama de tan elevada virtud, que<br />

era obvia que el magistrado no podría persuadirla de que pecase.<br />

Así, habiendo deliberado mucho consigo mismo, hizo llamar a un malvado que en la<br />

ciudad había y que gozaba fama de artero y resuelto. El gobernador, secretamente, explicó a<br />

aquel malandrín sus designios, mandándole prometer que no los contaría a nadie, so pena de<br />

la cabeza. Y habiendo concertado los dos un infame proyecto, el magistrado, muy jubiloso,<br />

miró con buen semblante al rufián y le hizo valiosos presentes.<br />

Ya convenida toda la maquinación que debía satisfacer la lascivia del gobernador, el<br />

villano, que se llamaba Claudio; retornó a su morada. Y el juez, cuyo nombre era Apio (pues<br />

esto no es invención, sino auténtica y palmaria historia, tan cierta como indudable), realizó<br />

cuanto le parecía adecuado al fin de lograr su placer.<br />

Así, según cuenta la historia, pocos días después el perverso magistrado acudió a su<br />

tribunal, como solía, para sentenciar las cosas que le presentaban. Y el traidor villano entró<br />

allí diciendo:<br />

-Señor, si tal es tu voluntad, hazme justicia en una lastimosa demanda que debo<br />

presentar contra Virginio. Si él rechazare mi imputación, yo acreditaré con buenos testigos<br />

que es cierto lo que declaro.<br />

Contestóle el juez:<br />

-No puedo, en ausencia del acusado, sentenciar en firme. Hágasele llamar y tú habla,<br />

que yo te atenderé de buen grado y haré justicia y no iniquidad.<br />

Vino Virginio para saber qué le quería el magistrado, y entonces se leyó la execrable<br />

denuncia, que era ésta:<br />

«A .vos, amado señor Apio, vuestro humilde servidor Claudio expone que un caballero<br />

llamado Virginio mantiene en su poder, contra mi expreso deseo, atropellando toda equidad y<br />

derecho, a una mi sirviente y esclava según la ley, la cual me fue robada de casa una noche,<br />

siendo muy niña. Y esto, señor, si os place, probarélo con testigos. No es la moza su hija,<br />

como el caballero dice, y, por tanto, señor y juez, suplicoos que me devolváis mi esclava, si<br />

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así 'os dignáis hacerlo.»<br />

Oyendo tea petición, Virginio miró con ira al malvado villano, pero muy luego, antes<br />

de que él expusiera su caso y demostrara como caballero, con testimonio de muchas personas,<br />

la falsedad que afirmaba su adversario, el maldito magistrado no quiso esperar ni oír una sola<br />

palabra de Virgilio, sino que dispuso:<br />

-Mi determinación es que este villano reciba al punto su sierva, la cual no retendrás tú<br />

más tiempo en tu casa. Vete, pues, a buscar a la joven y ponla bajo mi salvaguardia. El villano<br />

recibirá su esclava. Tal es mi sentencia.<br />

El digno caballero Virginio, viendo que la sentencia del magistrado le obligaba a<br />

entregarle a la mocita para que Apio viviera lascivamente con ella, volvióse a su casa, entró<br />

en el salón e hizo llamar a su amada hija. Y luego, mirándola con el rostro descolorido como<br />

la ceniza, contempló el púdico semblante de la muchacha, sintiendo abrumado su corazón por<br />

la paternal piedad. Mas sus sentimientos no le apartaron de su propósito.<br />

-Hija Virginia -dijo -, dos caminos se te ofrecen: la muerte o la deshonra. ¡Maldito el<br />

día en que nací! Nunca tú merecías morir a filo de espada. ¡Oh querida hija, finalidad de mi<br />

vida, tú a quien en tanto regalo he criado y que nunca te apartas de mi pensamiento! ¡Oh, hija,<br />

mayor deleite y mayor dolor de mi vida! ¡Oh, perla de castidad! Acepta la muerte con<br />

resignación, porque mi voluntad es esa. Es el amor y no el odio lo que te mata, y mi mano,<br />

por compasión, debe decapitarte. ¡Ay! ¿Por qué te v er ía Apio nunca? ¡Cuán falsamente, por<br />

haberte visto, ha juzgado hoy!<br />

Y contó a la doncella todo el caso, según oísteis. Y ella exclamó:<br />

-¡Misericordia, padre mío!<br />

Y le echó los brazos al cuello, como acostumbraba. Manaron lágrimas de sus ojos y<br />

preguntó:<br />

-¡Oh, mi buen padre! ¿Es menester que muera? ¿No existe otro remedio?<br />

-No, en verdad, amada hija-contestó él.<br />

-Pues entonces-dijo la doncella-, dame tiempo, padre, para llorar mi muerte, como Jefté<br />

otorgó a su hija la merced de lamentarse antes de que él la matara. Bien sabía Dios que<br />

ningún delito había ella cometido, salvo correr para ver llegar antes a su padre y acogerle con<br />

muchas demostraciones.<br />

Y luego cayó en un desfallecimiento y en saliendo de él dijo a su progenitor:<br />

-Bendito sea Dios, que me hace morir virgen. Dame la muerte para, evitar la deshonra.<br />

Sí, en nombre de Dios, ejecuta tu voluntad con tu hija.<br />

Y le rogó una vez y otra que la hiriera blandamente ' con la espada, tras lo cual se postró,<br />

desvanecida. El, con triste voluntad y atribulado corazón, le cortó la cabeza y, empuñándola<br />

por los cabellos, fue a llevarla al magistrado, que aun estaba en el tribunal.<br />

Dice la historia que, cuando el juez vio la cabeza, mandó que apresasen y ahorcaran sin<br />

dilación a Virginio. Pero la traidora iniquidad fumé conocida, y un millar de hombres,<br />

impelidos por su compasión, acudieron a salvar al caballero. Ya la gente, oyendo la falsa<br />

demanda del villano, había entrado en sospechas de q ue aquélla era intriga convenida con<br />

Apio, cuya lascivia conocía bien.<br />

Así cerraron contra él y le pusieron en prisión, donde él mismo se dio la muerte,<br />

mientras Claudio, el traidor empleado por Apio, era condenado a morir en la horca. Pero el<br />

clemente Virginio intervino por él, y consiguió que sólo le desterrasen, lo que le libró de una<br />

muerte segura. Los demás que habían consentido en tan odioso delito fueron colgados.<br />

Ya veis cómo el crimen recibe su castigo. Precavéos, que nadie sabe a q uién puede<br />

castigar Dios. ni de qué modo el gusano de la conciencia reprochará la mala vida, siquiera sea<br />

ésta tan encubierta que nadie la conozca más que el hombre y Dios. Ni al ignaro ni al<br />

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instruido les consta cuándo deberán temer. Así, seguid mi consejo y abandonad el pecado<br />

antes que el pecado os abandone a vosotros.<br />

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