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Impresiones de viaje : escritas por una abuela para sus nietos

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Isabel Carrasquilla<br />

promiscuidad. Les tocó encaramadas en catres, arriba <strong>de</strong> los nuestros. el <strong>de</strong> la<br />

señorita toledo y el mío eran los asientos, que los habían habilitado <strong>de</strong> camas.<br />

Dormimos toda la noche sin molestarnos el movimiento.<br />

A las siete <strong>de</strong> la mañana estuvimos en San Nazario.<br />

el buque levó anclas a las once <strong>de</strong> la noche.<br />

el viento era recio; el mar estaba agitado. Yo me acosté <strong>por</strong> ver si evitaba<br />

el mareo, pero fue en vano. La noche la pasé <strong>de</strong>svelada y oyendo el ruido <strong>de</strong>l<br />

oleaje, que a cada momento se sentía más fuerte. Permanecí en cama al día<br />

siguiente. era imposible tenerme en pie. La niebla era espesa y el frío intenso.<br />

La lluvia no cesaba sino a momentos, y el rugido <strong>de</strong>l mar era ya espantoso. Las<br />

olas se cruzaban <strong>por</strong> encima <strong>de</strong>l barco mojándolo todo; la sirena sonaba sin<br />

<strong>de</strong>scanso, especialmente <strong>de</strong> noche. era un continuo lamento, como llanto <strong>de</strong><br />

niño. La gente que no estaba mareada no podía salir <strong>de</strong> los salones; las señoras,<br />

en la totalidad, estaban recluidas en las cabinas. este gemir <strong>de</strong> la sirena era lo<br />

que más me entristecía y alarmaba, <strong>por</strong>que sabía que era la señal <strong>para</strong> indicarles<br />

a los buques que viajan en la misma ruta que no <strong>de</strong>ben acercarse, <strong>para</strong> evitar<br />

choques cuando hay niebla.<br />

un pasadizo dividía nuestro camarote <strong>de</strong>l <strong>de</strong> los Jaramillo; quedaban las<br />

puertas <strong>una</strong> al frente <strong>de</strong> la otra, <strong>de</strong> manera que el catre en que Barbarita se acostaba<br />

lo veía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mío. Así podíamos hablarnos, rezar juntas, comunicarnos<br />

nuestros miedos. el médico y los camareros que nos atendían nos <strong>de</strong>cían que<br />

no había peligro; que el mar era muy fuerte frente a las costas <strong>de</strong> españa y <strong>por</strong><br />

eso era el oleaje. Pero no nos tranquilizábamos. Los compañeros, o <strong>de</strong>sconocían<br />

el peligro, o nos lo ocultaban, pero permanecían serenos. A lo mejor <strong>una</strong> ola<br />

furiosa entraba <strong>por</strong> la ventanilla <strong>de</strong>l pasillo y lo bañaba, inundando nuestros<br />

camarotes. Alg<strong>una</strong>s veces el agua se entraba <strong>por</strong> las ranuras <strong>de</strong>l tragaluz <strong>de</strong><br />

nuestro camarote y los catres se mojaban. tuvieron que cambiar varias veces los<br />

colchones y las mantas. en estas condiciones ya supondrán cómo estaríamos<br />

<strong>de</strong> ánimo. Gracias a que no nos dimos buena cuenta <strong>de</strong>l peligro, <strong>de</strong>bido a la<br />

serenidad <strong>de</strong>l capitán y <strong>de</strong> la oficialidad, a la que había reunido <strong>para</strong> manifestarle<br />

que el peligro era inminente y que el buque se hundiría al llegar a las Azores,<br />

sin que diera tiempo <strong>de</strong> arrojar los botes salvavidas; pero que nada <strong>de</strong> esto se<br />

<strong>de</strong>jase trascen<strong>de</strong>r a los pasajeros. Lo supimos más tar<strong>de</strong> <strong>por</strong> él mismo, cuando<br />

ya el peligro había pasado. el radio <strong>para</strong> la casa no lo pudimos poner hasta días<br />

<strong>de</strong>spués, <strong>por</strong>que los a<strong>para</strong>tos funcionaban sólo <strong>para</strong> pedir socorro y ponerse en<br />

comunicación con cinco barcos que navegaban en iguales condiciones. Al cabo<br />

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