Impresiones de viaje : escritas por una abuela para sus nietos
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XXII A las ocho de la noche estuvo en el hotel el empleado de la Agencia Lubin, un joven español de apellido Gómez, muy simpático y atento, que nos quería acompañar a San Nazario, hasta dejarnos a bordo. No había para pasar la noche puestos suficientes en los coches-cama. Claudino y Pedro tuvieron que dormir sentados en sillas. A Barbarita y a Sofía les arreglaron dormida en un apartamento, donde se estaba durante el día, en compañía de un señor toledo y de sus hijas que venían para Venezuela. A mí me tocó un puesto, que Barbarita había rehusado, en un coche-cama, con un compañero desconocido. Quise acostarme inmediatamente primero que él, y para coger sueño antes que el tren se pusiera en movimiento. Me fui con esta intención a inspeccionar el apartamento, que estaba contiguo al de ellas. Mi desconsuelo fue grande al ver el compañero que había tocado en suerte. era un señor antipático y desatento. Vio que luchaba por sacar el catre para extenderlo, pues estaba doblado, con sus colchones y mantas, contra la pared. en vano tiraba de las argollas: no salía. Él muy atento no se tomó la molestia de ayudarme. Ya supondrán que si a mí me desagradó tanto el compañero, a él le debió “saber a cucaracha” la compañera. Después de forcejear en vano por sacar la cama, y no viendo a ningún camarero por allí, me fui al encuentro del señor toledo, y sin preámbulos, le propuse que cambiásemos camas, que no me había gustado el compañero. Muy risueño me contestó que no tenía inconveniente, pero que yo salía perdiendo en el cambio. Él se pasó con su maleta y me trajo la mía, muy encantado. Barbarita y Sofía también se encantaron, pues supónganse lo penoso para ellas tener que dormir en esa * 160
* Isabel Carrasquilla promiscuidad. Les tocó encaramadas en catres, arriba de los nuestros. el de la señorita toledo y el mío eran los asientos, que los habían habilitado de camas. Dormimos toda la noche sin molestarnos el movimiento. A las siete de la mañana estuvimos en San Nazario. el buque levó anclas a las once de la noche. el viento era recio; el mar estaba agitado. Yo me acosté por ver si evitaba el mareo, pero fue en vano. La noche la pasé desvelada y oyendo el ruido del oleaje, que a cada momento se sentía más fuerte. Permanecí en cama al día siguiente. era imposible tenerme en pie. La niebla era espesa y el frío intenso. La lluvia no cesaba sino a momentos, y el rugido del mar era ya espantoso. Las olas se cruzaban por encima del barco mojándolo todo; la sirena sonaba sin descanso, especialmente de noche. era un continuo lamento, como llanto de niño. La gente que no estaba mareada no podía salir de los salones; las señoras, en la totalidad, estaban recluidas en las cabinas. este gemir de la sirena era lo que más me entristecía y alarmaba, porque sabía que era la señal para indicarles a los buques que viajan en la misma ruta que no deben acercarse, para evitar choques cuando hay niebla. un pasadizo dividía nuestro camarote del de los Jaramillo; quedaban las puertas una al frente de la otra, de manera que el catre en que Barbarita se acostaba lo veía desde el mío. Así podíamos hablarnos, rezar juntas, comunicarnos nuestros miedos. el médico y los camareros que nos atendían nos decían que no había peligro; que el mar era muy fuerte frente a las costas de españa y por eso era el oleaje. Pero no nos tranquilizábamos. Los compañeros, o desconocían el peligro, o nos lo ocultaban, pero permanecían serenos. A lo mejor una ola furiosa entraba por la ventanilla del pasillo y lo bañaba, inundando nuestros camarotes. Algunas veces el agua se entraba por las ranuras del tragaluz de nuestro camarote y los catres se mojaban. tuvieron que cambiar varias veces los colchones y las mantas. en estas condiciones ya supondrán cómo estaríamos de ánimo. Gracias a que no nos dimos buena cuenta del peligro, debido a la serenidad del capitán y de la oficialidad, a la que había reunido para manifestarle que el peligro era inminente y que el buque se hundiría al llegar a las Azores, sin que diera tiempo de arrojar los botes salvavidas; pero que nada de esto se dejase trascender a los pasajeros. Lo supimos más tarde por él mismo, cuando ya el peligro había pasado. el radio para la casa no lo pudimos poner hasta días después, porque los aparatos funcionaban sólo para pedir socorro y ponerse en comunicación con cinco barcos que navegaban en iguales condiciones. Al cabo * 161
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A las ocho <strong>de</strong> la noche estuvo en el hotel el empleado <strong>de</strong> la Agencia Lubin,<br />
un joven español <strong>de</strong> apellido Gómez, muy simpático y atento, que nos quería<br />
acompañar a San Nazario, hasta <strong>de</strong>jarnos a bordo. No había <strong>para</strong> pasar la noche<br />
puestos suficientes en los coches-cama. Claudino y Pedro tuvieron que dormir<br />
sentados en sillas. A Barbarita y a Sofía les arreglaron dormida en un apartamento,<br />
don<strong>de</strong> se estaba durante el día, en compañía <strong>de</strong> un señor toledo y <strong>de</strong> <strong>sus</strong><br />
hijas que venían <strong>para</strong> Venezuela. A mí me tocó un puesto, que Barbarita había<br />
rehusado, en un coche-cama, con un compañero <strong>de</strong>sconocido. Quise acostarme<br />
inmediatamente primero que él, y <strong>para</strong> coger sueño antes que el tren se pusiera<br />
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Me fui con esta intención a inspeccionar el apartamento, que estaba contiguo<br />
al <strong>de</strong> ellas. Mi <strong>de</strong>sconsuelo fue gran<strong>de</strong> al ver el compañero que había tocado<br />
en suerte. era un señor antipático y <strong>de</strong>satento. Vio que luchaba <strong>por</strong> sacar el<br />
catre <strong>para</strong> exten<strong>de</strong>rlo, pues estaba doblado, con <strong>sus</strong> colchones y mantas, contra<br />
la pared. en vano tiraba <strong>de</strong> las argollas: no salía. Él muy atento no se tomó la<br />
molestia <strong>de</strong> ayudarme. Ya supondrán que si a mí me <strong>de</strong>sagradó tanto el compañero,<br />
a él le <strong>de</strong>bió “saber a cucaracha” la compañera. Después <strong>de</strong> forcejear<br />
en vano <strong>por</strong> sacar la cama, y no viendo a ningún camarero <strong>por</strong> allí, me fui al<br />
encuentro <strong>de</strong>l señor toledo, y sin preámbulos, le propuse que cambiásemos<br />
camas, que no me había gustado el compañero. Muy risueño me contestó que<br />
no tenía inconveniente, pero que yo salía perdiendo en el cambio. Él se pasó<br />
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