Impresiones de viaje : escritas por una abuela para sus nietos

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17.05.2013 Views

* Impresiones de viaje (escritas por una abuela para sus nietos) no tenían para mí mayor mérito. Allí, como en todas partes donde venden curiosidades, estaban los venteros de acuerdo con el guía, a quien halagaban con propinas, para explotar a los turistas, que gustan de comprar estos objetos para enriquecer sus colecciones y como recuerdo de sus viajes. Aquí recordé lo que me habia contado en París el amigo y pariente félix, y que yo tanto celebré. Viajaba con su nietecita, niña de rara inteligencia; él, muy aficionado a las antigüedades, compraba cuadros y lo que le llamaba la atención. La niña le dice un día: “¡Papacito! ¿Por qué no compramos unas tijeras viejas, bien grandes y decimos en Medellín que con esas fue que le cortaron el pelo a Sansón?” Con tijeras de esas creo yo que nos cortan la cresta, para sacarnos la plata, a tantos noveleros como vamos por allá. A la salida de Pompeya nos demoramos en el restaurante u hotel, para almorzar. Había orquesta, compuesta esta vez de instrumentos de cuerda, que no había oído desde Nueva York. La formaban un guitarrista, y otro que tocaba la vihuela. Cantaron en español “¡Oh, Mary! ¡Si mi canto de amor es por ti!...”. Con ser tan “traquiado” y cantado por voces poco afinadas, me supo a gloria. esto era exótico que lo hicieran para nosotros, pues sabía que éramos suramericanos; y sin duda quiso halagarnos, por aquello de la propina; porque, ¡ah, vicio!... Al regreso nos detuvimos en un pueblo para tomar el funicular que arranca de allí para subir al Vesubio. este pueblo y los vecinos han sido varias veces destruidos por las erupciones; pero estas gentes, tenaces como las hormigas, vuelven a construir sus casas allí mismo donde han sido ahogadas. el desarrollo de la ferrovía es muy semejante al del acueducto que trae aquí el agua de Piedras Blancas para la planta eléctrica. Cerca a la estación tiene una pendiente fuerte, pero no exagerada; la siguiente más fuerte aún; por último, la que se empina como una pared. Hay tres estaciones para el cambio de carros. el primero que se toma es parecido a un carro de tranvía; el segundo tiene ya forma de escalera, y el último es una escala verdadera; los peldaños son los asientos. tienen pasamanos adelante para sostén, y el centro queda libre para subir a los puestos más altos. Al principio produce vértigo ver como aquello se va encumbrando, y si se mira hacia abajo se percibe que a cada minuto se profundiza más. esta impresión pasa y puede uno admirar el maravilloso paisaje que se va desarrollando, así como la exuberante vegetación de viñedos, sembrados a orillas de la vía, que llegan casi hasta la cumbre; los racimos provocadores están al alcance de la mano, y las florecillas y yerbas que nacen debajo de los árboles que sirven de apoyo a las viñas, son de lo más bello. esta vegetación es sólo en * 132

* Isabel Carrasquilla las fajas por donde se ha derramado la ceniza de las erupciones, que pasados años es el mejor abono; pero las fajas por donde ha corrido la lava son como arroyos petrificados, negros como el hollín, y donde jamás vuelve a nacer una planta. Al llegar a la cumbre hay una última, pequeña estación. Anteriormente estaba cerca del cráter, pero en la erupción que hubo en 1906 se voló, pues ésta le arrancó a la cúspide cien metros; por esto la construyeron más abajo. De allí se sigue a pie, subiendo por un sendero estrechísimo, que apenas se determina entre las arenas amarillas. un guía va llevando de la mano a los excursionistas más nerviosos; pero uno no sabe cómo se apoyan en ese terreno resbaladizo donde cada piedra que se desprende se precipita al abismo dando tumbos en los salientes de las rocas. Yo no miraba hacia abajo, y hubiera cerrado los ojos a ser posible. Al llegar al cráter hay un estrecho espacio defendido por una alambrada donde se sitúan los excursionistas. Había un cerro de piedras, verdes, amarillas, rojas, azulosas, que había arrojado el volcán, las cuales habían sido recogidas por los guías para venderlas a los curiosos. Sofía pretendió bajarse con unos americanos hasta la boca misma del cráter, pero yo me opuse. Aquella olla profunda que despide humo y gases sulfurosos por todas sus grietas, y ese hueco que arroja fuego y pedriscos entre horribles truenos, son pavorosos. La bajada por ese suelo resbaladizo y candente, cogidos de cuerdas que los guías tienden y que van amarradas a estacones de hierro, es arriesgadísima. Sofía, convencida al fin del peligro, se subió, con Claudino y otros turistas, costeando el cráter, para ver la grieta por donde el volcán vaciaba la lava hacia la parte de atrás. Me quedé sola; tendí el abrigo sobre las piedras y me senté. La impresión es verdaderamente de ensueño, que emboba. La vista es única. Se abarca el golfo con todas sus poblaciones e islas. Sorrento, Castelamari, Capri, con sus grutas misteriosas. La ciudad, casi a los pies, dormida, confiada, arrullada por los murmullos de su mar azul y custodiada por el gigante, que hoy vela, y mañana quizá le dé el abrazo fatal. No se comprende, mirando desde allí la meseta o colina donde blanquean las ruinas de Pompeya, cómo la lluvia de ceniza, de lodo hirviente y de pedruscos pudo llegar tan lejos hasta ahogarla. eso debió ser un cataclismo espantoso. Me despertó de este sueño la presencia de nuevos turistas que acababan de llegar en el tren; eran dos matrimonios jóvenes y un sacerdote. Hablaban español. Se pusieron a mirar extasiados, silenciosos, y luego tomaron vistas de sus * 133

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<strong>Impresiones</strong> <strong>de</strong> <strong>viaje</strong> (<strong>escritas</strong> <strong>por</strong> <strong>una</strong> <strong>abuela</strong> <strong>para</strong> <strong>sus</strong> <strong>nietos</strong>)<br />

no tenían <strong>para</strong> mí mayor mérito. Allí, como en todas partes don<strong>de</strong> ven<strong>de</strong>n curiosida<strong>de</strong>s,<br />

estaban los venteros <strong>de</strong> acuerdo con el guía, a quien halagaban con<br />

propinas, <strong>para</strong> explotar a los turistas, que gustan <strong>de</strong> comprar estos objetos <strong>para</strong><br />

enriquecer <strong>sus</strong> colecciones y como recuerdo <strong>de</strong> <strong>sus</strong> <strong>viaje</strong>s.<br />

Aquí recordé lo que me habia contado en París el amigo y pariente félix, y<br />

que yo tanto celebré. Viajaba con su nietecita, niña <strong>de</strong> rara inteligencia; él, muy<br />

aficionado a las antigüeda<strong>de</strong>s, compraba cuadros y lo que le llamaba la atención.<br />

La niña le dice un día: “¡Papacito! ¿Por qué no compramos <strong>una</strong>s tijeras viejas,<br />

bien gran<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>cimos en Me<strong>de</strong>llín que con esas fue que le cortaron el pelo<br />

a Sansón?” Con tijeras <strong>de</strong> esas creo yo que nos cortan la cresta, <strong>para</strong> sacarnos<br />

la plata, a tantos noveleros como vamos <strong>por</strong> allá.<br />

A la salida <strong>de</strong> Pompeya nos <strong>de</strong>moramos en el restaurante u hotel, <strong>para</strong><br />

almorzar. Había orquesta, compuesta esta vez <strong>de</strong> instrumentos <strong>de</strong> cuerda, que<br />

no había oído <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Nueva York. La formaban un guitarrista, y otro que tocaba<br />

la vihuela. Cantaron en español “¡Oh, Mary! ¡Si mi canto <strong>de</strong> amor es <strong>por</strong> ti!...”.<br />

Con ser tan “traquiado” y cantado <strong>por</strong> voces poco afinadas, me supo a gloria. esto<br />

era exótico que lo hicieran <strong>para</strong> nosotros, pues sabía que éramos suramericanos;<br />

y sin duda quiso halagarnos, <strong>por</strong> aquello <strong>de</strong> la propina; <strong>por</strong>que, ¡ah, vicio!...<br />

Al regreso nos <strong>de</strong>tuvimos en un pueblo <strong>para</strong> tomar el funicular que arranca<br />

<strong>de</strong> allí <strong>para</strong> subir al Vesubio. este pueblo y los vecinos han sido varias veces<br />

<strong>de</strong>struidos <strong>por</strong> las erupciones; pero estas gentes, tenaces como las hormigas,<br />

vuelven a construir <strong>sus</strong> casas allí mismo don<strong>de</strong> han sido ahogadas.<br />

el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la ferrovía es muy semejante al <strong>de</strong>l acueducto que trae aquí<br />

el agua <strong>de</strong> Piedras Blancas <strong>para</strong> la planta eléctrica. Cerca a la estación tiene <strong>una</strong><br />

pendiente fuerte, pero no exagerada; la siguiente más fuerte aún; <strong>por</strong> último, la<br />

que se empina como <strong>una</strong> pared. Hay tres estaciones <strong>para</strong> el cambio <strong>de</strong> carros.<br />

el primero que se toma es parecido a un carro <strong>de</strong> tranvía; el segundo tiene<br />

ya forma <strong>de</strong> escalera, y el último es <strong>una</strong> escala verda<strong>de</strong>ra; los peldaños son los<br />

asientos. tienen pasamanos a<strong>de</strong>lante <strong>para</strong> sostén, y el centro queda libre <strong>para</strong><br />

subir a los puestos más altos. Al principio produce vértigo ver como aquello se<br />

va encumbrando, y si se mira hacia abajo se percibe que a cada minuto se profundiza<br />

más. esta impresión pasa y pue<strong>de</strong> uno admirar el maravilloso paisaje que<br />

se va <strong>de</strong>sarrollando, así como la exuberante vegetación <strong>de</strong> viñedos, sembrados a<br />

orillas <strong>de</strong> la vía, que llegan casi hasta la cumbre; los racimos provocadores están<br />

al alcance <strong>de</strong> la mano, y las florecillas y yerbas que nacen <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los árboles<br />

que sirven <strong>de</strong> apoyo a las viñas, son <strong>de</strong> lo más bello. esta vegetación es sólo en<br />

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