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—Dentro de un momento lo sabré —dijo<br />
Rustán.<br />
—Esto es lo que vamos a ver —dijo Topacio.<br />
Entonces todo desapareció. Rustán se<br />
encontró en la casa de su padre, de la que no<br />
había salido, y en su cama, en la que había<br />
dormido una hora.<br />
Se despertó con sobresalto, bañado en<br />
sudor, asustado; se palpó <strong>el</strong> cuerpo, llamó,<br />
gritó, agitó la campanilla. Su ayuda de cámara,<br />
Topacio, acudió con su gorro de dormir, y<br />
bostezando.<br />
—¿Estoy muerto, o vivo? —exclamó<br />
Rustán—. ¿Se salvará la b<strong>el</strong>la princesa de<br />
Cachemira?<br />
—¿Ha soñado <strong>el</strong> señor? —respondió<br />
fríamente Topacio.<br />
—¡Ah! —exclamó Rustán—. ¿Qué se ha<br />
hecho de ese bárbaro de Ebano con sus cuatro<br />
alas negras? <strong>El</strong> es quien me hace morir de una<br />
muerte tan cru<strong>el</strong>.