El blanco y el negro - Ataun
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—No es posible —siguió diciendo el agonizante— que un ser favorable haya hecho un genio tan funesto. —Posible o no posible —contestó Ebano—, la cosa es tal como te digo. —¡Ay! —dijo Topacio—. Mi pobre amigo, ¿no ves que este granuja aún tiene la malicia de hacerte discutir para encenderte la sangre y apresurar la hora de tu muerte? —Pues mira, yo no estoy mucho más contento de ti que de 61 —dijo el triste Rustán—; al menos él reconoce que ha querido perjudicarme; y tú, que pretendías defenderme, no me has servido de nada. —Lo cual siento muchísimo —dijo el buen genio. —Y yo también —dijo el moribundo—; hay algo en el fondo de todo eso que no comprendo. —Ni yo tampoco —dijo el pobre genio bueno.
—Dentro de un momento lo sabré —dijo Rustán. —Esto es lo que vamos a ver —dijo Topacio. Entonces todo desapareció. Rustán se encontró en la casa de su padre, de la que no había salido, y en su cama, en la que había dormido una hora. Se despertó con sobresalto, bañado en sudor, asustado; se palpó el cuerpo, llamó, gritó, agitó la campanilla. Su ayuda de cámara, Topacio, acudió con su gorro de dormir, y bostezando. —¿Estoy muerto, o vivo? —exclamó Rustán—. ¿Se salvará la bella princesa de Cachemira? —¿Ha soñado el señor? —respondió fríamente Topacio. —¡Ah! —exclamó Rustán—. ¿Qué se ha hecho de ese bárbaro de Ebano con sus cuatro alas negras? El es quien me hace morir de una muerte tan cruel.
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—No es posible —siguió diciendo <strong>el</strong> agonizante—<br />
que un ser favorable haya hecho un genio<br />
tan funesto.<br />
—Posible o no posible —contestó Ebano—,<br />
la cosa es tal como te digo.<br />
—¡Ay! —dijo Topacio—. Mi pobre amigo,<br />
¿no ves que este granuja aún tiene la malicia de<br />
hacerte discutir para encenderte la sangre y<br />
apresurar la hora de tu muerte?<br />
—Pues mira, yo no estoy mucho más contento<br />
de ti que de 61 —dijo <strong>el</strong> triste Rustán—; al<br />
menos él reconoce que ha querido<br />
perjudicarme; y tú, que pretendías defenderme,<br />
no me has servido de nada.<br />
—Lo cual siento muchísimo —dijo <strong>el</strong> buen<br />
genio.<br />
—Y yo también —dijo <strong>el</strong> moribundo—; hay<br />
algo en <strong>el</strong> fondo de todo eso que no<br />
comprendo.<br />
—Ni yo tampoco —dijo <strong>el</strong> pobre genio<br />
bueno.