17.05.2013 Views

NQVELA - Memoria Chilena

NQVELA - Memoria Chilena

NQVELA - Memoria Chilena

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

It<br />

<strong>NQVELA</strong>


1<br />

L U I S D U R A<br />

novela<br />

EDITORIAL NASCIMENTO<br />

I pSANTIAGO<br />

1934 CHILE


7-<br />

--<br />

h<br />

Con el abrigo a1 brazo y la pcquefia maleta en la mano,<br />

Andr6s Garcia descend% desganadamente del coche de pasa-<br />

jeros, en el cual acababa de llegar. Era la media tarde de un dia<br />

de rnediados de abril, nebuloso y frio. La estaci6n estaba casi<br />

desierta; algunos chiquillos y dos o tres hombres, seguramente<br />

mozos de las haciendas vecinas, eran toda la concurrencia. E1<br />

conductor, un hombre moreno, alto, de rostro severo, vestido<br />

con su traje obscuro y su gorra galoneada de rojo, recorri6 con<br />

la rnirada el and&, y, acto seguido, llevbndose el pito a 10s la-<br />

bios, lanz6 un agudo silbido. El ronco ahrido de la mhquina le<br />

contestb, e inmediatamente el convoy ech6 a rodar.<br />

A41 frente quedaron las bodegas, edificios bajos techados de<br />

calamina, parda de humedad quemada por el sol. Unos jornn-<br />

Irros con una bolsa de tocuyo sobre la cabeza, a manera de caw-<br />

chh, y la cintura enfajada, cargaban saeos de harinas sobre un<br />

carro plano. A1 costado, un portbn ancho con sus maderos rotos<br />

Y dcselavados, daha acceso a la calleja plantada de brboles. E1<br />

tren se llevb el bullicio que rein6 un instante y todo qued6 en<br />

silentio, como si el bmbito y 10s seres que lo poblaban, tornarsn<br />

a su habitual recogimiento.<br />

Garcia, indeciso, coloc6 su maleta sobre uno de 10s baneos<br />

adosados a las paredes del and& para prender un cigarrilla. El


ojos axuies, con expresi6n lejana. La sedora Carmela, con la faz<br />

inclinada, pensando segurzmente en el reci6n llegado, hacis<br />

girar el anillo que tenia en el dedo de su mano izquierda. Garcia<br />

record6 las manos de su madre a1 mirar aquellos dedos finos<br />

con cierta aristocrkticn delicadeza y La piel brillante y fresca<br />

como la de una nifia.<br />

--,Me gustaria cjuedarme a vivir aqui en su casa, seiiora.<br />

La sefiora alz6 10s ojos bondadosos, para mirarle un inr-<br />

tante :<br />

-Me parece muy bien, sefior. AquE si usted no es muy exi-<br />

gent& creo que no lo pasark mal. Somos mny pocos. Mi viejo,<br />

que est6 casi invitlido, mi hermana Teresa, y mi sobrina Elena.<br />

Mi rnarido tiene una pensi6n de veterano; fub. sargento mayor<br />

en la guerra del Peril, pero lo que recibe es poca cosa, asi es que<br />

hay que ayudarse en alguna forma.<br />

-Pienso que estar6 muy bien aqui en su casa. Yo como us-<br />

ted lo verh soy un hombre tranquilo; mi mayar anhelo es encon-<br />

trar una casa que se parezca a la de mi madre.<br />

La seriora Loyola, entonces comenzb a cxplicarle, lo que era<br />

la vida alli. Garcia In cscuchaba rasi sin entenderle, sintiendo una<br />

desaz6n que no sabia explicarse. Por Is calk no pasRba un alma.<br />

En Ia esquina del frente, un guardihn apoyado en un Brbol, con-<br />

versaba con un jornalero que liaba lentamente un cigarrillo.<br />

Alli tendria que vivir en tin medio bien diatjnto a1 de sus suefios<br />

y esperanzas. En aquella Itldea se deslizzrfa su vida, hguids,<br />

monbtona, sin relieve ni belleza. Record6 a 10s preceptores dcl<br />

tiempo cuando 61 iba a la escuela, all& en su pueblo. Todos era11<br />

unos pobres hombkes sin ninguna condici6n intelectual ni moral<br />

que 10s alzara del insigniscante rnedio en que actuaban. Mhs<br />

bien personas despreciadas por las gentes del pueblo: Rosales,<br />

Paredes, Orellana. . Fueron desfilando uno a uno, y 10s vi6<br />

wrgir de recuerdo, dentro de un marc0 triste, casi ruin. All$<br />

en el bodegbn del cGuat6n Parada”, sentados en una banca<br />

larga, o sobre un barril comiendo tortillas con a$ y empinkndose<br />

10s grandes poirillos de chacoli, dejando sobre el cristal, la media


luna de sus lahim grasientos. Algunos como Rodriguez, solian<br />

dar eschndalos horribles en sus casas. La mujer de aquel sali6<br />

llluchas veces huyendo de sus acometidns entre gritos de terror,<br />

a pedir amparo a 10s vecinos.<br />

La seiiora LoyoIa habia salido a preparar la pieza y Garcia<br />

se levant6 de su asiento para mirar 10s retratos que colgaban<br />

en la pared. Un militar de gorra aha y larga visera con el pecho<br />

adornado de presillas, y el rostro iluminado como el de las artistas<br />

que salen en 10s cigarrillos, debia ser el dueiio de casa. En otros,<br />

niujeres de peinado alto, con el talle muy ajustado y las manges<br />

snchas cerca de 10s hombros.<br />

Todo hablaba alli de COS~S aniiguas, de tiempos pasadop.<br />

Los mismos muebles de aquella habitaci6n le recordaron 10s dias<br />

de su infancia. Sillas bajas de terciopelo verde, destefiido y lustfrado,<br />

por el USO. Finos fforeros, con pajitas de colores a guisa de<br />

fiores y encima de la mesita de centro, cubierta con un gan<br />

pafio tejido a crochet, un &lbum de tapas rojas, repleto de tarjetas<br />

relumbrosns y llenas de flores, en las cuales habian escrito,<br />

versos de salutaci6n y letras doradas con las palabras: iFeliz<br />

aiio nuevo!<br />

-A la hora del t6, eonocid a 1a familia: don Samuel, un viejito<br />

octogenario con la vista baja y sin luz, que le di6 su mano 6spers<br />

j7 seca, sin lerantar la cabeza, murmurando apenas algunas<br />

palabras que no entendi6. La sefiora Teresa; menor que dofia<br />

Carmela, un poco mhs aka y delgada que Bsta, vivaracha y alegre,<br />

y dotada de una gran simpatia. Por filtimo EIena, una chiquilla<br />

de cuerpo frhgil, de belleza exangue y aspect0 reconcentrttdo,<br />

pero que tenia unos hermosos ojos verdes, y le toc6 apenas<br />

la nano con sus dedos frios.<br />

DCSPU~S, sdieron a mostrarie la casa, el jardin y la huertn.<br />

En Lodas partes se advertia, orden y limpieza, haciendo cl am.<br />

bienie cordial y acogedor. Dofia Carmela le hablabs de lo dificii<br />

que era mantener todo en buena forma, cuando en la casa no<br />

habia un hombre que pudiera ayudar.


Garcia, casi alegre ahora, expres6 su satisfacci6n:<br />

-Est% todo muy bien, seiiora. Espero vivir siempre con<br />

u stedes mientras permaneeca en este pueblo.<br />

-Mucho me alegro, pues, seiior. Creo que nos entenderemosmuy<br />

bien, y asf podr% estar como en su cma.


I1<br />

Esa tarde, Garcia se ocup6 en arreglar 10s efectos que traia<br />

en su maleta, 10s cuales fu6 distribuyendo en la c6moda y en<br />

un pequeiio ropero que habia en la pieza. Despues sin sentir la<br />

menor curiosidad por conocer el pequeiio pueblo, se sent6 jun-<br />

to la ventana para reconcentrarse en sus pensamientos. iQuC<br />

vida tan frustrada habfa sido la suya! Desde chico, fu6 apocado;<br />

timido. Hijo del amor, no conoci6 el afecto, ni el amparo de un<br />

padre, que imprimiera en 61, su huella de hombre, y le moldeara<br />

un carkcter. Asf creci6, solitario, incomprendido. El ensueiio y<br />

10s libros fueron sus mejores amigos y lleg6 a hombre, desconec-<br />

tad0 de la realidad y sin poder aprender una profesi6n, que le<br />

permitiera alcanzar una situaci6n. Con grandes sacrificios, su<br />

niadre logr6 enviarlo a Fantiago, donde ingres6 en el Instituto<br />

3-acional, a1 amparo de unos parientes que no se preocupaban<br />

ni poco ni mucho de 61. Alli su alma de niiio sofiador, conoci6<br />

lfts mAs hondas tristezai. El drama silencioso de su abandono,<br />

la enorme neeesidad del cariiio de su mzdre. Sup0 del hambre,<br />

del frio, de la humillaci6n de ir con Iss ropas rotas y la camisa<br />

desaseada a1 colegio. De sentir el menosprecio de sus compaEeros,<br />

que, en las horas libres, se iban a excursionar 31 cerro o a1 parque<br />

sin convidarlo nunca.<br />

Por lxs tardes, de rcgreso a la casa, era cuando sentia m&sp


12<br />

Luis Durand<br />

intensamente su orfandad. Era la hora desolada, la hora dolorosa<br />

y sin efusibn, sin calor ni cordialidad. Era entonces cuando esperimentaba<br />

un hambre cruel, un hambre aguda que le hacia<br />

desfallecer y pensar desesperadamente en como comprar un pcdazo<br />

de pan, o uno de esos olorosos pequenes que vendian en la<br />

Alameda. A esa misma hora all& en el pueblo lejano, estariarl<br />

alrededor del fuego. tomando el mate con leche y grandes tajadas<br />

de ((pan colono)). Su madre, luego de tostarlo en la parrilla,<br />

sobre las brasas le pondris mantequilla y mientras afuera Ilovf:t,<br />

ella preguntaria a Rosa, Is moza de servir:<br />

-iEncerrastes las gallinas? iLe dieron de comer a1 chancho?<br />

Y !uego con un suspiro diria seguramente:<br />

-iPobre mi hijo, qu6 estarh haciendo! Qui& sabe si andarfi<br />

con hambre y con frfo.<br />

Entonces recordaba quc elln le podia haber escrito, y se<br />

cncaminaba ilusionado a1 correo de la calle San Diego, que por<br />

me tiempo era una verdadera montafia rusa de tierra sacada de<br />

ios profundos heridoe, junto a 10s cuales estaban 10s Gerros y ca-<br />

Berfas para instalar el aleantarillado. Y las m& de las veces, !a<br />

mam& le habia mandado un billetito de a un peso q~e el sacabs<br />

tr6mulo de gozo, de entre 10s pliegues de la carta. iQu6 poco sc<br />

necesitaba para hacer feliz a un nifio!<br />

Y entonces, coni0 la hormiguita del cuento, cavilaba mucho<br />

sntes de decidirse a comprar una golosina. Largo rato mirsbq<br />

frente a las ventanas iluminadas, donde hablan montones diA<br />

galletas, de dulces Iustrosos, barnizados de az6car tostada, estrujando<br />

en su mano el billetito. Recordaka 10s alfajores de perrt,<br />

que hacia all$ en su pueblo dofin Angela. Grandes, dorados, olorosos.<br />

Todo ach era bien distinto. Y casi siempre optaba por un<br />

par de c blanduchos con una masa obscura adentro,<br />

y que por lo menos le satisfacfan un poco m5ts.<br />

Otros dias se hartaba de pan espiritual. Refugihbase en 1%<br />

hiblioteca del Instituto, para vivir un poco junto a 10s aventureros<br />

personajes de Julio Verne, Salgari o Mayne Reid, que le<br />

hacfan olvidar sus pequefias preocupaciones. Y asi fueron pa-


pando 10s aiios; despu6s de dejar el colegio, desempedd una serie<br />

de empleos insid@ficantcs en su pueblo. Escribiente en la not*<br />

ria, ayudante del oficial civil, empleado de la gobernacih.<br />

Eespu6s el miPaje de Santiago, le volvid a atraer. Recorrid.<br />

casas de comercio, hizo antesalas en la casa de politicos atarea-<br />

dos que le recibian en la puerta, en donde les entregaba una carta<br />

de algGn elector de su pueblo. Siempre era la misma respuesta,,<br />

obsequiosa y falsa.<br />

-Como no, dfgale a1 amigo P&rez, que me voy a preocupar<br />

con mucho interb de su asunto. Dkse una vueltecita.<br />

P no era una sola. Eran muchas vueltas infructuosas, tris-<br />

tcmente esteriles. Las puertas se cerraban, 10s personajes nunca<br />

eataban en casa. Eran como estarazos en su sensibilidad, las<br />

respuestas :<br />

-8Sali6 el caballero. Se fu6 a1 sur. Quikn sabe si vuelva.<br />

Acaba de salir.<br />

Otra vez en la cal!e. Con xn desco tremendo de encontrar<br />

un amigo. Rlguicn que le convidara a tomar una taxa de<br />

cafe o un refresco. Que ainarga rosa era ver a la gente como<br />

mtraba a Ins cafeterias del centro, en dondc habfa calor, alegria,<br />

pnlabras de mnjerm, m6sica. En suma una vida completamente<br />

c!esconocida para 61. 1- nada llegaba a endulzar la suya: 10s dias<br />

illan cleslinbndcse sin una aiegria, sin un amor. iQui6n IP podria<br />

quem, cesante, triste, apocado? Sin nada que ofrece:. a una mu-<br />

jcr. A vcces la plaza de armas, era su oasis. Alli se sentaba lnr-<br />

cl.:ts horp.5, maltratado, deshecho, ccn deseos de llorar o de salir<br />

elitando que teniz. hambre y sed de un poco de dicha.<br />

IIasta qce un dia, sin otro camino que seguir, aceptd un<br />

cmpleo bien original. Llevarfa 10s apuntes de un negocio que se<br />

acababa de abrir en e1 llamado Barrio Latino. Era una cspceie de<br />

cabaret. SU propiciaria era Matikle li'ierro, antigua meretriz<br />

3' despu6s cluefia de proptibulos, que en sus liltimos afios desraba<br />

trrmiiiar en un negocio mhs serio y decente. Lo habia bautixn-<br />

do COP un nombre pomposo: (.Paris Soir.. Pero por m$s que ella<br />

se empefi6, nadie la quiso tomar en serio. Alli llegaban noche


‘a noche comparsas de remoledores, que entraban desde la puerta<br />

I!amhndola a gritos:<br />

-iMatilde, Matilde! iHija, que elegmcia! Est0 es colosnl,<br />

mujer! Te felicitamos. ;Y las chiquillas d6nde esthn?<br />

-Nada de chiquillas, caballero. Este es un cabaret-concert<br />

-decla entonces Matilde, frunciendo mucho 10s Iabios, y acomodhndose<br />

con cierta majestad la peluca rubia. Este es un negocio<br />

serio.<br />

Eso de la seriedad, provocaba en todos verdaderos ataques<br />

de risa. Y cumdo la orquesta de ciegos, atacaba 10s primeros<br />

eompases de un valse, aquello se convertfa en un mar tempestuoso,<br />

sin tomar en cuenta para nada la seriedad de la dueiia. I.as<br />

, parejas, entraban de la calle cantando a gritos la dltima cancidn<br />

en boga, con 10s brazos en jarras y locos contorneos.<br />

Alli llegaba noche a noche, el loco Costabal, perteneciente<br />

a una rica y aristocrhtica familia. Aparecia impecable con siis<br />

trajes c!aros, su cafia flamante y su gran flor en el ojal. Hablaba<br />

siempre muy fuerte, y su voz recia logaba dominar el tumulto<br />

de las conversaciones y 10s gritos de las mujeres ebrias. Algunas<br />

noches renia la Chamito, una inujer gruesa, morena, de voz<br />

Tonca, que sin embargo, lograba dar tonos agudos y claros a su<br />

voz, cuando cantaba. Eran grandes amigos con Costabal. Desde<br />

lejos apenas se divisaban se abrian 10s brazos entre exclamaeiones<br />

de j~bilo.<br />

-jNegro lindo, ven para ach!<br />

-iChamito, de 10s demonios!<br />

Despu6s la Chamito, se subia a1 tabladillo, y cantaba acorn-<br />

pafihdose con el piano:<br />

-iAy Matilde me has echado a1 abandono!<br />

Otras veces, crrando ya el gado de alcohol era muy subido,<br />

bailaba una danza, contorsionada, epilCptica y salvaje, lanzando<br />

gritos agudos y dejando caer 10s pies cruzados a ambos lados del<br />

bast6n de Costabal, que hzlbia puesto en el suelo. Enseguida<br />

jadeando, congestionada y sudorosa, con 10s ojos extraviados se<br />

empinaba el vas0 que le ofrecia su amigo.


Meycedes Urizar 15<br />

Alli se vefan 10s tipos m6s curiosos. Un sedor solemne, im-<br />

perturbable, no faltaba jamhs a beberse su copita de fuerte. Des-<br />

puds, sin perder sv. compostura, se dedicaba a observar la escena,<br />

casi siempre animada y borrascosa, ante la cual permaneci'a<br />

impasible sin que se moviera un solo mlisculo de su rostro. Un<br />

jovencito con cars de seminarista y ojos inocentes, bebia una tras<br />

otra, botellas de cerveza, con la espalda apoyada en la pared,<br />

sin tomar jam& parte en el baibteo, ni asustarse cuando las bo-<br />

tellas se estrellaban en los espejos, o una bandeja iba a dar al<br />

suelo de un violento estrell6n.<br />

Garcia, inetido tras una rejilla, anotaba en su libreta, apre-<br />

suradamente, 10 que 10s moms servian en cada mesa. Llegaba<br />

allf a las diel;, cuando aquelln parecia una casa de tranquilos<br />

burgueses. Don Jose Santos, el amigo de la seiiora, tomaba el<br />

fresco en una silla de balanza entre 10s bamblies del patio, mien-<br />

tras Matilde trajinaba haciendo sonar las llaves 17 contando las<br />

piezas de servicio que entregaba a 10s mozos. Natalia y Marina,<br />

las dos sobrinas de Matilde, a esa hora le ayudaban, entonando<br />

a media voz alguna canci6n. Pero solia ocurrir, a veces, que Ile-<br />

gaban en las primeras horas de la noche grupos de gentes enfies-<br />

tadas queTvolvian de alguna excursi6n a1 campo. Matilde en-<br />

tonces, puesta en jarras en medio de la sala, media de una ojea-<br />

da el grado de alcohol, que aqueIlos traian, y si Bste era muy<br />

subido. se negaba rotundamente a venderles. Pero, en muchas<br />

ocasiones, 10s visitantes se ernpecinaban en tal forma, que des-<br />

pu6s de 10s mhs monstruosos improperioa, se lanzaban a las ma-<br />

nos en contra de 10s de la casa.<br />

Los niozos, cqmpeones del siiletazo, SP lanzaban de lleno a1<br />

combate, mientras las sobrinas bajando de 10s altos, gritaban<br />

agitdaxnente iGuardihn! Don Jose Santos, desempeiiaba entonccs<br />

SU oficio con verdadero entusiasmo, empleando todos sus recur-<br />

sos de ex mariner0 de UD buque a la vela, en el cual sirviera p r<br />

muchos afios. Las zancadillas y el puntapid, eran su especiali-<br />

dad. Per0 cuando las cosas eran duras sabia pelear con un valor<br />

digno de nlejor C&U% Y, en una ocasih, lo prob6 gauardamente.


Una noche, todzvia no liabia nadie en la cantina, cuando<br />

apareci6 un hombre, alto, herccleo, con gruesa cadena y profrxsidn<br />

de anillos de oro. Con el sombrero ladeado y el aire caractcristico<br />

del math, se sirvi6 un trago con vieibles muestras de<br />

desagrado :<br />

-iQuB porqueria es esta, ch6! Vaya Ud. a Burnos Aircs,<br />

alia verh amigo, all$ vera que trago se bebe.. . iJa! No hay nada<br />

que hacer, hombre. No hay como la patria crgentina. La patria<br />

chibna. iJa!<br />

Josh Santos, le oia con 10s ojos encendidos como dos tizones.<br />

Tirando la colilla, se le acerc6 bruscamente para preguntarle<br />

iracundo :<br />

-~Quc! tiene la patria chilena?<br />

El otro le mir6 como se mira a un quiltro, para volver la ca-<br />

ra en seguida con el aire y !a sonrisa desdeiiosa:<br />

-$a patria chilena! La gran macana, che!<br />

Una bofetada de Jose! Santos fu6 la respuesta. Luego, tornhn-<br />

dole de las solapas, violentamente, lo hizo girar en redondo. Pero<br />

el hombre no era hueso tan f5cil de roer. Arrojando el som-<br />

brero, se le fu6 enciina como un toro enfurecido. El otro lo reci-<br />

hi6, con la guardia cerrada, golpehndolo en el estbmago, mien-<br />

tras gritaba :<br />

--iDBjenme solo! iDBjenmesolo! ;"do le enseiiar6 a este cu-<br />

yano perro, a saber qui6nes son 10s chiienos!<br />

En el centro de la sala, bailaron, estudihndose con 10s puiios<br />

cerrados, en un ir y veair de engasosos amagos. Don JOSE Santos,<br />

desmelenado. eon una llama asesina en la mirada, fu6 el primpro<br />

en atacar. El otro, con leve bahnceo de cuerpo, lo recibi6 en 10s<br />

puiios con golpe tan recio, que lo azotb bajo una mesa, de donde<br />

aquel se par6 inmediatamente, bramando de coraje :<br />

-iD6jenme solo, dgjenme solo!<br />

Eas mujeres en tanto, lanzaban a1 extranjero toda suerte<br />

de insultos y cuchufletas, que El recibia sonriendo desdelloso y<br />

despreocupado, seguro de su fuerza. Pero esto lo perdi6. JosB<br />

Santos, recordando sus lecciones de jiu-jitsu, de a bordo, salt6


de SnDITo, uu sjuIuv<br />

_____ha lo<br />

llev6 a1 suelo, donde aquel grueso corpachdn se estrell6 con la<br />

harra de bronce atravesada a1 pie del mesh. Alii que& sin sectido,<br />

mientras un I iilillo de sangre le brotaba de la sien.<br />

Fu6 una noch e de jdhilo delirante, despu6s que el hombre<br />

sc fu6, cntra las I: iullas y repiquetes de todos. Josi: Santcs con<br />

10s !abios partidos y un ojo en tinta, fuC el hCroe de toda la concurrencia.<br />

La itlet ilde, radisnte, orgullosa, sal% de SLIS casillas,<br />

bebiendo a cad3 ri ito a pesar de su afeccid a1 higado.<br />

-iSalud mi 1 iijito! Acompaiie a su ne gra.. .<br />

-jRbjate pc Les Matilde, con una


18 Luis Durand<br />

-No tengo plats, -contestaba casi siempre Etchevers<br />

con tono regal6n-no tom0 nada.<br />

-jSeiior!-como si alguna vee se le hubiera negado algo<br />

en esta casa. iQuiere que le deje la cantina por su cuenta?<br />

Entonces Etchevers, tras una imperceptible mirada a 10s<br />

que le rodeaban sonreia satisfecho ante la consideracibn que allf<br />

se le demostraba.<br />

Aquella misma noche, Garcia sombrio y silencioso, se despi-<br />

di6 de la duefia, por mhs que todos le manifestaron sus simpatias,<br />

tratando de retenerlo, extrafiados de su repentina resolu-<br />

cibn.<br />

DespuEs se march6 a1 norte, donde fur5 pasatiempo en una<br />

oEcina salit,rera, y de la cual fu6 despedido por haberse mostra-<br />

do partidario de un dirigente obrero que m8s tarde fu6 elegido<br />

diputado. Otra vee volvi6 a Santiago a peregrinar en busca de un<br />

empleo. De nuevo 10s dfas tristes, desesperanzados, haciendo lar-<br />

gas esperas, en aquella sala de la CSLmara que alguien, con mu-<br />

cho acierto llam6 de 40s pasos perdidos.. Su amigo, todavfa<br />

un poco desorientado, sin conocer el tejemaneje de 10s minis-<br />

terios, no habfa podido conseguirle nada, a pesar de su sincero<br />

empefio, por servirlo. Hasta que una tarde lo abraz6 encantado<br />

por la noticia que le daba, que era para 61 tambiEn, su primer<br />

triunfo en el servicio de SUB electores. Le alarg6 un papel escrito<br />

a mhquina en el cual, habia varios timbres, a tiempo de de-<br />

cirle :<br />

-Para mientras, compaiiero. Despues vendrh otra cosa<br />

mejor.<br />

Garcia no salfa de su asombro.<br />

-jProfesor! Per0 si yo no s6 nada de esto, don Casiano.<br />

No tengo ideas.<br />

El otro ri6 alegremente. El tampoco habia sido jam& di-<br />

putado, y lo mhs bien que lo estaba haciendo. Todo se aprendia<br />

en la vida. Lo malo es que era tan poca cosa.<br />

-Yo hubiera querido para Ud. algo mejor, compafiero.<br />

Per0 peor es mascar laucha, y le dire que cuesta mucho encon-


Mern 9<br />

trar pega eu ebws uciiipu~. niagimt: uu IIMS y pvnga pecno a1<br />

frente. Esta noche lo convido a comer para que celebremos el<br />

triunfo.<br />

Y de esta manera, Andr& Garcia, se convirti6 de la no& a<br />

]a mariana, en profesor de la escuela mixta N.* 54 de Villa Her-<br />

mosa, a donde acababa de Ilegar.


A1 otro dfa amanecib un sol radiante. En el corredor, frente<br />

a1 jardfn, cantaban 10s phjaros dentro de numerosas jaulas y pa-<br />

jareras. Un cardenal, de encendido penacho, lanzaba su grito<br />

claro, agudo, vibrante. De la estacibn llegb el italhn-talhn! de<br />

un tren que venIa entrando, y luego el ronco pitaeo de la partida.<br />

Por la calle pasaban a1 galope algunos campesinos, luciendo a1<br />

anca su reGio laeo de cuero peludo. En la puerta de la casa, una<br />

muchuchita engreiiada y regordeta, recibia la leche que le media<br />

un muchachbn, de uno de 10s tarros y que traia sobre su caba-<br />

llejo a manera de Arguenas, uno a cada lado de la montura.<br />

Hacia un friecillo penetrante. Un pebn arremangado hasta<br />

las rodillas, provisto de un balde tiraba agua sobre la calle. De<br />

10s altos acacios, baiiados de sol, se desprendian hojas amarillas,<br />

que iban cayendo lentamente sobre la tierra hbmeda. Las mozas<br />

de servir barrian 10s corredores, ahora claros y alegres. El aire<br />

transparente traia olor a campo, a estibrcol fresco, a tierra hume-<br />

decida. Garcia respir6 con profundas aspiracionfg,. Sentiase<br />

bien, casi gozoso de vivir. Una seiiora de manto que cruz6 la<br />

calzada, le salud6 sonriendo con un :<br />

-j,Cbmo ha amanecido?-cordial y carifioso.<br />

Era doiia Teresa que iba a oir su misa. La voz del campana-<br />

rio se atropellb en un repique claro, que pareci6 quedar vibran-


do entre 1aS Copas ae 10s armies ae la cawja que se ib empinando<br />

hasta cortal *se en una hondonada, en cuyo fondo, brillaba<br />

el agua de un est( yo, entre altas matas, por sobre las cuales se<br />

tendla un puentecillc 3 de gruesos tablones. A una cuadra escasa,<br />

en la parte m&s alta , de la calle, estaba la escuela donde Garcia<br />

iba a prestar SUS Se rvicios.<br />

Agudos gritos dc 9 niiios que jugaban se oyeron en el interior.<br />

cn ancho pasadizo, dividl'a el pequeiio ed ificio en dos grandes<br />

salxs llenas de bancc IS en fila. En la tester a una mesa, sobre la<br />

cunl vefase un mapa ,mundi. Unos chicos, s ;e pelesban en la entrada<br />

insultkndose E :n voz baja.<br />

-iEst& el direc tor?<br />

Los chicos mira .ron extrafiados a Gar cia, y luego, unos a<br />

otros se contemplarc In con expresi6n de as( )mbro. Uno m&s avisado<br />

sali6 gritando :<br />

-iSeriorita, sefi orita, buscan aquf!<br />

La encontr6 jm Ito a1 brocal del pozo que estaba bajo un<br />

nispcro en el medio ( le1 patio, y del cual unc I de 10s chicos sacaba<br />

qua en un balde ar narrado a una larga ci ierda. Las ramas del<br />

nkpero, ponian mal ichas doradas y obsci iras sobre su abrigo<br />

nzul. Era una joven alta, de semblante alegre y acogedor, cuyos<br />

ojos obscuros se pos aron sobre 10s del reci6n llegado con expresibn<br />

intcrrogadora, n nientras se inclinaba levemente para corresponder<br />

3 su saludo.<br />

--Bilenos dias, , scrior. iQu6 deseaba?<br />

-Dcscnba habl ar con el director de la escuela.<br />

Rib clln, con ris n franca y graciosa, que mostr6 sus dientes<br />

snnos y blnncos, en uno de 10s que brillaba una pintita de oro.<br />

pus0 su mano sobre la cabeza de uno de 10s pequeiios, y siempre<br />

sonriendo contest6 :<br />

--Soy yo, sefioi 1, a sus 6rdenes.<br />

Garcia confuso, : 51 punto no sup0 qu6 responder. Una irntwesi6n<br />

estrafis, mezcla de agrado, de desconcierto, casi d<br />

canto se le entr6 en E b 1 pecho. Siempre su destino, le con(<br />

]as mhs insignificant( 3s situaciones! Alli iba a ser el ayuc<br />

21


22<br />

Luis Dwand<br />

una mujer, tal vez el hazmerreir de las gentes del pueblo, que se<br />

burlarian de 61. Un hombre sirviendo a las 6rdenes de una pre-<br />

ceptorcita de aldea, que segmamente seria presumida y vanidosa<br />

y trataria de humillarlo. Di6ronle ganas de pedir disculpas, de<br />

decirle que se habia equivocado y de volverse inmediatamente.<br />

Qui& sabe si a su amigo diputado, le fuera posible conseguirle<br />

una permuta a otra escuela mhs grande o cambiarle el empleo.<br />

51 no obstante, una duke inercia se habfa apoderado de 61,<br />

como si una voz afectuosa le dijera: no te vayas. Y con repentina<br />

resoluci6n, sac6 el papel que le diera en Santiago, don Casiano,<br />

para entreghrselo a la joven, que lo ley6 con visible inter&.<br />

-iPero qu6 divertido es esto!-exclam6 ella, a1 terminar de<br />

leer. - iAsi es que Ud. es el ayudante que me prometi6 el seiior<br />

Olivares, el Visitador? Y 151 me habfa dicho que iba a mandar<br />

a una nifia que estaba en Imperial. Debe ser una equivocacibn<br />

de la Inspeccibn, porque antes nunca nombmron hombres para<br />

esta escuela.<br />

Lo miraba ahora, seria, con cierta inquietud reflejada en<br />

su semblante, tal si en aquello viera un escondido prop6sito que<br />

no lograba ver claro. Despuds alz6 la mirada para posarla sobre<br />

Garcia como si quisiera preguntarle algo, que por de pronto no<br />

sup0 formular. No le extrafiaba demasiado que llegara aquel<br />

joven, a ocupar el empleo destinado a otra persona segiin todos<br />

sus informes, porque all% en Santiago sin aviso previo ni consulta<br />

a !OS Visitadores hacian cambios y nombramientos. iEs que a<br />

ella tambidn le ocurrirfa algo semejante, y mandarian a ese<br />

sefior para reemplazarla a1 poco por 61? Aquello que econ6niica-<br />

mente no le afectaba en lo mbs minimo, la heria en cambio en<br />

su amor propio. Sinti6 un momento con vehemencia el deseo de<br />

decide algo desagradable a ese hombre, para ella un intruso,<br />

Fer0 le mir6 y casi acto continuo se sinti6 desarmada. Era un<br />

rostro bondadoso el que tenia frente a ella, una cara de niBo<br />

grande, un poco triste y con cierta dulzura que se desleia en sus<br />

ojos azules. Y 10s de ella, grandes, obscures, intensos, se fueron<br />

suavizando.


-LQuiere que vamos hasta la oficina, sefior, para ponernos<br />

de acuerdo, en la forma que hemos de trabajar?<br />

Garcfa con respetuosa inclinaci6n7 la dej6 pasar. Sabia<br />

andar con gracia, y la curva de sus piernas se afinaba a tra-<br />

vks de Ias medias negras. De un salto gan6 10s dos tramos de la<br />

escalerilla y ya en el umbral, le invit6:<br />

-Adelante. Venga a conocer su nueva casa.<br />

Una luz Clara en sus pupilas. Garcia la mir6 un instante y<br />

ella con su presencia, pareci6 devolverle con una actitud plena<br />

de gracia, su mirada. Tenia las mejillas encendidas, y el pelo de<br />

un negro intenso se abria separado por una rayita blanca. En-<br />

traron en la sala desmantelada. En una larga percha, clavada<br />

en la pared, se amontonaban 10s sombreros de 10s chicos. Prendas<br />

humildes, tristes, de muchas formas per0 de una sola y minima<br />

calidad. Los mBs estaban rotos como 10s ponchitos desflecados<br />

que colgaban de 10s ganchos. Del marco del pizarr6n colocado en<br />

un Bngulo de la sala, cerca de la ventana, colgaban dos almoha-<br />

dillas negras, blanqueadas de tiza. Sobre el tablero negro, una<br />

mano insegura, habia escrito silabeando las palabras :<br />

el - ga - to - se - eo - mi6 - la.- lo - ra<br />

En el rincbn opuesto estaba el escritorio de la directora,<br />

en un recorte hecho con dss bastidores de vidrio. En la mesa,<br />

algunos papeles con el membrete ((ESCUELAS P~BLICAS<br />

DE CHILE;).<br />

En un libro grande de tapas negras, con una etiqueta decia:<br />

CLibro de presencia diaria,.<br />

-Asiento seiior.. . y tras amable vacilaci6n - jsefior<br />

cuBnto?<br />

--Garcia-dijo 61, con lenta voz afectuosa.<br />

La joven, tras el pequeiio escritorio, permaneci6 un rato<br />

de pie, con el aire de quien no se resuelve a decir lo que est6<br />

Pensando. Per0 de repente, envolviendo sus palabras en una<br />

sonrisa, le habl6 :<br />

-Yo le ruego que no se burle de mi, y tambi6n que me


24 Luis Durmd<br />

excuse si soy indiscreta, per0 quiero que Ud., en su calidad de<br />

hcmbre y de caballero principalmente, me diga si Ud. viene con<br />

sinceridad hasta mi, sin traer una escondida intenci6n. -Y a1<br />

decir esto, una leve confusi6n se apoder6 de ella, per0 sobreponihdose,<br />

alz6 SUB ojos francos, para posarlos sobre 10s de 61,<br />

agregando: iNo viene Ud. a desplazarme?<br />

And& se habia encendido hasta la rafz del pelo. Sus ojos,<br />

azules, brillantes, denunciaban la intensa agitaci6n que le produjeron<br />

aquellas palabras. Con &gil movimiento, se levant6<br />

para decirie mirhndola tambi4n cara a cara:<br />

-iPor Dios, seiiorita! iPor qui& me toma Ud? iTanta cara<br />

de sinverguenza y mala persona tengo?<br />

Ella, ahora se excusaba, tambien encendida y turbada de<br />

haberle molestado con aquella sospecha. Y su VOL fu6 blanda y<br />

suave, casi un ruego:<br />

--Yo le dije que me habia de perdonar por estas palabras.<br />

Ademhs, tengo poderosas razones para presumir estas cosas.<br />

Ud., que posiblemente, Ilevar& como yo algtm tiempo en la insth'cci6n,<br />

debe saber c6mo se estilan hoy dia las cosas. Sacar a un<br />

maestro de su empleo es m%s fhcil que despedir a un sirviente.<br />

A mi; en realidad, esto no me afectaria econ6micamente, pero si<br />

ello ccurriera, sin estar plenamente justificado, me herirfa en<br />

mi mior propio. Po vine a este empleo sin necesitarlo para vivir,<br />

per0 sf para Ilenar mi vida con algo que consider0 hermoso, como<br />

es el entregar parte de lo mejor de nuestro espirtu a 10s<br />

niiios. Como aqui nuoca mandaron antes a un hombre, a mi me<br />

estrafi6 y se me pus0 esta idea. Yo soy asf: me morirfa si no dijerr,<br />

lo que siento, y como soy vehemente no s6 esperar ni<br />

vzlerme de subterfugios. Es mejor, a mi juicio, hablar claro y<br />

carpd a cara. iNo le parece?<br />

Garcia la oia de pie, a1 otro lado de la mesa, jugando con el<br />

perforrador de papeles en una mano, mientras con la otra, se<br />

alisnba e! peIo hdmedo de transpiraci6n proveniente del bochorno<br />

que aquello le causaga. Al fin dijo en VOL baja, pausada:<br />

-Me deja Ud. - profundamente reconocido, por su franqueza,


que me da la consoladora impresi6n de que, a su lado, cualquiera<br />

puede vivir confiado. Yo a mi vez le ruego, me crea lo que le voy<br />

a decir usando de la misma sinceridad suya. Siento ansias de que<br />

asi ocurra, y no SB de quB medio valerme para ello, pero ya que<br />

de su espiritu fluye tanto sefiorfo para darse a conocer ante mi,<br />

estimo que debo corresponder con igual gentileza y confesarle,<br />

por penoso que sea, que no soy sino un pobre hombre, bastante<br />

aporreado por la vida. Nunca he sido profesor, y s610 desputss<br />

de una larga cesantia, un amigo me ha conseguido este empleo,<br />

tal vez quithndoselo a otro con mhs derecho. Pero, iqu6 quiere<br />

Ud., seiiorita? la vida es a veces demasiado dura yno todos po-<br />

demos sentar c5ttedra de estoicos frente a la necesidad urgente<br />

de muchas cosas indispensables para vivir. Ahora mismo, si Ud.<br />

no me ayuda, si no me da facilidades y me orienta para desempe-<br />

iiarme aqui, no s6 guts voy a hacer. Y se lo pido humildemcnte.<br />

Yo, en cambio, la servirts lealmente. Por de pronto no puedo ofre-<br />

cerle otra cosa. Pero, 2,Ud. me Cree? Antes que nada quiero<br />

saberlo.<br />

La joven habia dejado su aire de preocupacibn. Sus gmn-<br />

des ojos, ahora remanso de suavidad, estaban anegados de con-<br />

fiada luz, Vi6 en Garcia una expresi6n tan cha de sinceridad,<br />

que se convenci6. Y, gravemente, como si oficiua en UR rito, le<br />

alarg6 la mano:<br />

--Si Ud. lo quiere, seremos buenos compafleros. Yo por mi<br />

parte se lo prometo.<br />

Hub0 en su voz, una tierna inf,exi6n, que penetrb dulce-<br />

mente en 61. Ditsronle deseos dc inclinarse a besar nquella mano<br />

que se le ofrecia confiada.<br />

--Muchas gracias, sefiorita. Tratarts de corresponder muy<br />

de veras a su confianza.<br />

-Si, estoy segura que asi lo haremos seflor Garcia. Apren-<br />

deremos de 10s nifios a no tener reservas odiosas. iNo es cierto?<br />

-Muy cierto, seiiorita.<br />

--A prop6sito. Aun yo no le he dado mi noinbre. Me lIamo<br />

Mercedes Urizar de Arlegui.


26 Luis Diisnnd<br />

No pddo evitar Garcia un gesto de asombro, herido por<br />

una extraiia emoci6n. Balbuce6 torpemente :<br />

-iCasada! Yo creia que.. .<br />

-Era soltera, -concluy6 ella riendo-es que los niiios me<br />

dicen sefiorita. A mi me encanta. Eso de seiiora, lo encuentro<br />

tan serio, tan formal; lo dejaremos para cuando estemos m%s<br />

viejitas, auique ya no va faltando mucho para eso. Afuera es<br />

claro, no puedo evitar ese tratamiento. Y en realidad, es como si<br />

no fuera casada, porque.. . En fin, ya le contar6-termin6 con<br />

sonrisa triste. -Tendremos ititnto tiempo para conocernos!<br />

Aiios posibiemente.<br />

Despu6s conversaron de su trabajo. Ella le fu6 mostrando<br />

horarios, programm, textos. Le ech6 tambi6n su discursito sobre<br />

el papel del rnaesh-o, a su juicio, en muchos casos, m&s noble<br />

que el de 10s misnos padres. En seguida abri6 el libro de presencia<br />

diaria. hclinada sobre la mesa, sus dedos finos, un poco pBlidcs<br />

le fneron mostrando, la forma de Ilevarlo. And&, muy<br />

cerca dc ella, la oia con sus cinco sentidos. Un suave aroma a<br />

polvos de arroz, a came joven y limpia, le hacfa pensar en cosas<br />

bicx djstintas; en esas caricias, ingditas para 61, hombre sin suer-<br />

!e, clue no conocib sin0 el amor de las meretrices. Que no sup0<br />

de 10s besos que no se venden, ni de las palabras afectuosas, sin<br />

que mediara un billete.<br />

Era como un efluvio, que subfa hasta 61, para mostrarle<br />

panoramas desconocidos. Como un descubridor maravillado ante<br />

las bellezas de un mundo nuevo, de tierras ub6rrimas y prodigiosas,<br />

sentia, que una vox fuerte y duke a la vez, le hablaba<br />

en un idiom& intimo, musical, cuyo sentido era tan bello traducir.<br />

Ella le pregunt6:<br />

-LUd. se ha dado cuenta, no?<br />

-Si, claro-dijo 61.<br />

Y en realidad no habia entendido nada, porque estaba ausente<br />

del significado de SUB palabras, per0 cerca, muy cerca de<br />

su voz.


IV<br />

Mercedes se baj6 de un salto del cochecillo, que ella misma<br />

guiaba. Tir6 la huasca sobre el cojfn y luego de amarrar las riei-<br />

das en uno de 10s fierros del pescante, atraves6 el jardin corriendo :<br />

-iTh Quecha, tia Quecha!<br />

Su voz hizo levantarse a dos grnndes perros, que dormian<br />

bajo el corredor, y que a1 verla, salieron corriendo a su encuentro<br />

para hacerle entusiastas manifestaciones de jilbilo, que ella re-<br />

chaz6 con ademan de enfado, gritandole a un hombre que des-<br />

hojaba mafz en un rinc6n:<br />

-0ye Pancho, idbnde est% la tfa?<br />

El hombre levant6 la cabeza, y sachndose el cigarrillo de 10s<br />

labios, contest6 pausadamente :<br />

-Me creo que est& en la galeria. Hace apenas un rat0 que<br />

la vi pasar para alla.<br />

Mercedes crus6 el corredor, para entrar en la casa, donde<br />

~610 se oia el gorjeo de un canario, cuya jaula giraba suave-<br />

mente suspendida del techo. Una sefiora alta, un poquito gruesa,<br />

con 10s anteojos suspendidos sobre la frente y el tejido en las<br />

manos, vino a su encuentro:<br />

-~Qu6 te pasa que vienes tan apurada?<br />

La joven soltb la risa, a tiempo de dejarse caer sobre unh: de<br />

10s sillones de la galeria. Luego dijo:


28 Lufs Dzwand<br />

-Nada que sea como para ponerse a Ilorar, peso oye,<br />

jquieres que te cuente? Llegb hoy un joven que viene como ayu-<br />

dante, a reemplaaar a la sefiorita Flor Maria. iNo encuentras<br />

t6 raro que hayan mandado a un hombre?<br />

La sefiora sentada frente a ella, bajhndose 10s anteojos la<br />

mir6 un instante, y tras un rnto de silencio, mientras se disponfa<br />

a proseguir su tejido, le respondib:<br />

-jUn hombre! Es bien curioso, realmente. iNo te hzbfa<br />

dicho Olivares que mandarfa a una niiia que estaba en Imperial?<br />

-Asi es, per0 a este joven lo nombraron en Santiago.<br />

All& nombran a quien se les ocurre. Como ir& a rabiar Olivares<br />

cuando lo sepa. Per0 te dire que parece un excelente joven. Me<br />

he formado la mejor idea de 61:<br />

--No me confio mucho de tus condiciones para apreciar<br />

la gente. Hay graves antecedentes que me lo impiden. jTendria<br />

yo que dar mi fallo, hijita!.. .<br />

La seiiora habia adoptado un tono de broma, que Mercedes<br />

no advirtib, o no di6 ninguna importancia, despu6s agregb:<br />

-iY qu6 piensas hacer? Ten cuidado, no vaya a ser alguna<br />

jugarreta que te quieren hacer, y luego de mala manera te qui-<br />

ten la escuela. Eso seria lo sensible. $or qu6 no le escribes hoy<br />

mismo a Olivares?<br />

Mercedes se qued6 un instante mirhndose la punta de sus<br />

pequefios pies. Luego echando la cabexa hacia atrBs, se abri6<br />

el pelo con la peineta, inclinAndose en seguida para recibir la<br />

caricia del sol poniente.<br />

-Lo mismo pens6 yo, Quechita. Pero ya sabes coin0 soy.<br />

Llegando le largu6 el agua. Por si acaso. Le dije clarito lo que se<br />

me habia ocurrido. Ya vea tli, a la sedora Elcira, que estaba<br />

dieciocho afios en LolBn, la obligaron a acogerse a la jubiIaci6n.<br />

iPobre! Como no tenfa quien la amparara. El mismo Olivares<br />

se port6 mal con ella.<br />

La seiiora Lucrecia, apaytanclo 10s ojos del tejido, la mir6<br />

ma!icio,sa :<br />

-Es que en estos tiempos, de desconsideraci6n, es malo


ser vieja y fea para coho. Por suerte tb.. . Y sin terminar la<br />

frase, dofia Lucrecia que estaba del mejor humor, se ech6 a<br />

reir con una risita buiilona que sacudfa su cuerpo y traslucia<br />

una intencibn, conocida por la joven, que se levant6 de un salto,<br />

para bwarla en la frente, mientras con una mano, nerviosa-<br />

mente, le revolvfa el pel0 dicibndole:<br />

-iMira tontita no mtis! Crees que yo no s6 Io que me quie-<br />

res decir. Eso es para que veas que tengo espiritu de mitrtir.<br />

Mientras yo pago el pato, tti haces la romitntica con Olivares.<br />

Y no est& tan tranquila porque no sabes Io que 61 me dice cuan-<br />

do va a la escuela y conversamos solos.. . A lo mejor hijita un<br />

buen dfa nos fugamos como dos tortolitos.. .<br />

Y abriendo 10s brazos, con 10s ojos entornados, que eran<br />

una rayita de Ius brillante entre 10s phrpados, daba a entender,<br />

con risueda picardia el mundo de felicidad que aquello signs-<br />

caria. Doiia Lucrecia siguiendo la broma agreg6:<br />

-Mira, y jsabes que tienes raz6n? Como te fu6 tan bien con<br />

el primero, ahora puedes ensayar con ese viejo verde de Oliva-<br />

res. Y me haria un servicio seiiorita. Asi me dejar6 de hacer la<br />

romtintica, y pod& buscar un viejo de esos que necesitan quien<br />

10s cuide.<br />

Mercedes reia, ahora, con risa Clara que terminaba, con<br />

un iay., . ! largo y duke. En tanto, se arreglaba el pelo, alzando<br />

10s brazos que se doraban de sol, junto a 10s cristales de la galeria.<br />

-No, viejita. Y disculpe que asf la considere, Ud. no me<br />

asusta, y corn0 soy generosa, le dejo a su Olivares tranquilo;<br />

fijese que tiene un buen sueIdo y cuatro hijos de llapa, lo que ya<br />

es una ventaja, pues no tendrti que molestarse en la crianza ni.. .<br />

-Y Mercedes ahora tentada de risa, no pudo terminar su fra-<br />

se.-Entonces ud. con toda sus comodidades, no me necesitarii, y<br />

YO, para no pasar tan apenada le buscar6 el amor a mi ayudante<br />

We es solterito y bien dije. iQu6 tal? Mira como todo se arregla<br />

en santa paz de Dios.<br />

-De veras niiia. No has podido pensar nada mejor. Desde<br />

mafiisna entonces comenzamos.. .


30 Luis Duvalzd<br />

Una dulce paz reinaba en el ambiente. La voz pura del<br />

canario segufa lanzando sus largos pfos que terminaban en un<br />

gorjeo claro. Por el camino pasaba en ese momento un piiio de<br />

v~cunos, que arreabrtn dos jinetes, entre gritos energicos y des-<br />

templados. Grandes bandadss de piijaros cruzaron, casi tocando<br />

las puntas de 10s %lamos cuyas hojas maduras veianse casi trans-<br />

parentes, encendidas de sol. Desde las estacas de 10s cercos al-<br />

gunos tiuques, lmzaban su quejumbre desapacible, anuncia-<br />

dora de 10s dfas de lluvia. Gritos de chicos que jugaban en el ca-<br />

mino y ladridos de perroe, se ofan ensordinados de distancia,<br />

o tal si se fueran desmayando, enredados en la luz vacilante del<br />

crep6sculo que se avecinaba. Una muchacha gruesa con delan-<br />

tal de brin obscuro y 10s brazos arremangados apareci6 en la<br />

puerta:<br />

-Ya tengo las once en la mesa, misi6 Quecha.<br />

El comedor era grande, con muebles antiguos y pesados,<br />

barnizados de obscuro. Doiia Lucrecia se sent6 en la cabecera<br />

de la mesa para servir el t6. Mercedes que se habfa quitado el<br />

abrigo, lo habfa reemplazado por un chal rosado.<br />

-iQu6 pena!-exclam6-ya va a llegar este invierno tan<br />

aburridor! Ni a caballo dan deseos de aalir. Ah! mira y a pro-<br />

p6sito no dejes que Pancho me ensille el Tordo, porque con su<br />

msldito avio le hace pedazos el lomo a1 pobre negro. Denantes<br />

cuando le fuf a dar un terr6n de azticar, no quiso dejarme tocarle<br />

una lastimadura roja que tiene cerca de la cruz.<br />

Y fijando 10s ojos, sobre e: campo que se llenaba de sombras<br />

agreg6 :<br />

-No me digas tfa, que no es sacrificio grande, este trajfn<br />

de todos 10s dias. Y, a pesar de todo, me entretienen tanto mis<br />

pobres chiquillos. LQUB serfa de mf sin ellos? Per0 me gustaria<br />

tener la escuela aqui cerquita. Hay que ver como uno se moja<br />

en 10s dias de Iluvia. La verdad es que a veces me dan deseos<br />

de que nos vamos luego a ConcepciBn, y despues me da una pena<br />

horrible salir de aqui. Yo naci pars campesina.<br />

Doiia Lucrecia paseaba su vista, por la amplia sala como si


go la oyera. De las paredes colgaban algunos cuadros de frutas.<br />

uno de ellos lo pint6 Mercedes, en un tiempo que le di6 por la<br />

pintura. Fu6 precisamente en la Bpoca de su noviazgo con Fer-<br />

nando Arlegui, que entonces era el contador del molino de Vi-<br />

lla Hermosa. Dofia Lucrecia solia recordar esos dias tristes,<br />

cuando la auchacha se empecin6 en su pololeo con aquel mozo.<br />

Un tipo alto, pfilido, de boca grande y labios delgados. Tenia,<br />

era cierto, una arrogante figura y un gran desenfado en sus ma-<br />

neras, per0 en sus ojos grises, methlicos, habia no s6 qu6 de<br />

avieso y falso. Era un hombre vivo, inteligentisimo, per0 doda<br />

Lucrecia, cuando llegaba a oir hablar de esta cualidad, nunca<br />

dejaba de exclamar:<br />

-iPsh! De mucho le sirve. Yo no veo qu6 merit0 tiene la<br />

inteligencia cuando se es un sinverguenza.<br />

Mercedes que acababa de recibirse de bachiller en Concepci6n)<br />

a donde habia recibido, ademfis, una vasta educaci6n musical,<br />

vivia sus afios romfinticos. El influjo del campo por otra parte,<br />

habia ahincado en ella su inclinaci6n a lo sentimental. Allf donde<br />

no habfa, sin0 uno que otro joven, Fernando se le apsrecia como<br />

el principe de sus sueiios. Se sinti6 deslumbrada. Era todo un<br />

buen mozo, que gustaba de vestir con elegancia y de quien se<br />

contaban muchos enredos amorosos. Y con su orgullo de mujer,<br />

quiso rendir a aquel coraz6n esquivo. Arlegui por su parte, es-<br />

trech6 el asedio. Los dias Domingo, pasaba por la quinta en su<br />

linda yegua alazana y tambi6n muchas tardes, despu6s de las<br />

horas de oficina, doda Lucrecia ofa resonar en el callej6n el trote<br />

ruidoso de la enorme yegua inglesa. La muchacha, huraiia, ner-<br />

viosa, con un carhcter desconocido en ella, entonces tiraba 10s<br />

Pinceles y se iha a su pieza donde su tfa m&s de una vel; la encon-<br />

t1-6 llorando, en vista de su tenaz negativa para que visitara la<br />

casa. Antes, Mercedes se lo present6 una mafiana a la salida de<br />

miss, per0 la sefiora, a pesar de la obsequiosidad que Arlegui<br />

le demostrara, no lo pudo atragara, como se dice. Hasta que dofia<br />

Lucrecia, viendo la inutilidad de sus esfuerzos para convencer<br />

a Ia joven, y, ante el temor de que aquello tomara otro giro,


,<br />

32<br />

Luis Dura&<br />

resolvi6 dar a esas relaciones la seriedad necesaria, invitando a<br />

Fernando a la casa, quien a1 poco tiempo le manifest6 su formal<br />

prop6sito de contraer matrimonio con Mercedes.<br />

Durante el primer aiio de su matrimonio, todo fu6 muy<br />

bien, tanto que doiia Lucrecia comenz6 a creer que se habfa<br />

equivocado en SUB apreciaciones con respecto a Fernando, que<br />

se manifestaba muy enamorado de su mujer. Dej6 todas SUB CO-<br />

rrerfas y s610 muy de tarde en tarde iba a Temuco, por algfin<br />

asunto relacionado con su empleo, o acompaiihndolas a ellas,<br />

cuando iban de compras.<br />

Pero ocurri6 que cuando menos se esperaba, y por una cir-<br />

cunstancia imprevista, Arlegui comenz6 de nuevo, a sus anda-<br />

das de soltero. En una compaiiia de variedades, lleg6 a Temuco<br />

una coupletista, gile en 10s carteles figuraba con el nombre de<br />

Pepita Abril, y era, segdn la propaganda, la Reina del Coup16<br />

y la Emperatriz de la gracia. Fernando se declarb muy pronto,<br />

entusiasta admirador de ella. Comenzaron a menudear 10s via-<br />

jes a la ciudad. Las operaciones bancarias se demoraban mhs<br />

que de costurnbre, y muchas veces avisaba por tel6fono que lo<br />

habia dejaclo el tren. La Compafiiia, despu6s de agotar su reper-<br />

torio, sigui6 al norte, y entonces Mercedes pudo respirar, en la<br />

creencia que la cosa no habia pasado de alli.<br />

Orgullosa, jam& le demosti.6 a su marido el pesar que<br />

aquellas relaciones le causaron. Muchas veces, cuando Arlegui<br />

no Ilegabs, doBa Lccrecia la vi6 levantarse con 10s ojos hinchados<br />

y rojos de llorar, a pesar de su esfuerzo para disimularlo, pues<br />

nads le decia a ella de sus padecimientos, temerosa de que le<br />

hiciera presente SUB anteriores advertencias. Fernando, en tanto,<br />

trataba de aparentar tranquilidad y mostrarse ajeno a1 asunto,<br />

como si ignorara qJe ellas lo sabian. Era, por lo demhs, un hom-<br />

bre frivolo, vanidoso, muy preocupado de su prestigio de don<br />

Juan. Comene6 asf a reinar un ambieote falso en la casa; un hhli-<br />

to de desconfisnza y tristexa enfriaba las veladas. Mercedes<br />

que en otras ocasiones tocaba el piano acompaiiada por Fer-<br />

nando, cup voz era bastante agradable, o jugaba al domin6


con dofia Lucrecia, ahora rnetia la cara entre un libro, o sr ence-<br />

rraba en un niutismo absoluto, inclinada sobre su tejido. Fer-<br />

nando, pretextando dolor de cabeza, se iba a acostar, o se dedi-<br />

cabs a leer el diario columna por columna.<br />

Masta que la sefiora, sin avissr a Mercedes, resolvi6 enca-<br />

rar a1 mozo. AI fin y a1 cabo, era la dnica madre que conociera<br />

Mercedes, y tenfa la obligaci6n de velar por ella. Mas, apenas le<br />

formu16 las prirneras palabras, en el tono m6s prudente que pu-<br />

do, Arlegui la ataj6 en forma destemplada y altanera.<br />

-Mire seiiora, yo no me he criado en las monjas y soy<br />

bastante hombre para saber lo que hago. Y con tonillo zumb6n:<br />

-tampoco me agrada recibir consejos, cuando ya 10s han dado<br />

antes para sembrar discordias. Si a Ud. no le agrada mi manera<br />

de ser, el remedio es sencillo. Me Uevo a Mercedes, y asi no se<br />

molesta Ud. ni yo.<br />

Do& Lucrecia sicti6 que un arrebato de ira, le encendia las<br />

mejillas. Adoptando entonces un tono energico replic6:<br />

-Es que Mercedes, no se separarh de mf, para dar gusto a<br />

tus caprichos. Claro, eso es lo que deseas para estar a tus<br />

anchas. Pero no te lo imagines.<br />

Arlegui le habfa clavado 10s ojos con esa mirada fria y cruel<br />

que ella le conocia muy bien a trav6s de su sonrisa, y que 10s ojos<br />

enarnorados de Mercedes DO aupieron ver. Con risa sarchstica<br />

termin6 :<br />

--Me parece que soy yo el marido. For lo dernks, descuide<br />

Ud. ya sabre hacerme obedecer.<br />

Pero Arlegui no contaba con el derrumbamiento que en el<br />

coraz6n de Mercedes produjo su actitud. La Ena sensibilidad<br />

de eIla habia descubierto En sinndrnero de detalles odissos en<br />

manera de ser, y tambien, en su intimiclad de marido. Angus-<br />

tiada comprendfa ahora, que nunca se preocup6 de lo que aquel<br />

bombre era espiritualmente. Am6 su arrogancia, su manera de<br />

vestir, su frase oportuna que tambi6n ahora, en muchos casos,<br />

le resultaba cfnica. Am6 su leyenda de don Juan, con la ansiedad<br />

ilusionada de sus veinte aiios. Pero a pesar de todo, a ratos, se<br />

8


34<br />

I..<br />

Luis &rand<br />

aferraba con fuerza a su anhelo de hacerlo como lo imagin6, en<br />

la brumoss subconsciencia de sus esperanzas. Empero, senti8<br />

que un desapego le nacia, casi bwscamente, un cansancio de<br />

redimirlo en su ilusi6n. A veces casi sentia alegria de aquellos<br />

enredos de Fernando con la Abril. Su dolor, henchido de celos,<br />

despu6s de la crisis del sentimiento, habia dejado irse la lava<br />

ardiente de su coraz6n en donde s610 quedaba una desvaida<br />

fragancia de algo a1 cual ni siquiera concedia el presti,‘ ~io aiiorante<br />

de las horas de rec6ndita y dulce intimidad.<br />

P cuando Arfegui le explic6, por la noche, 10s prop6sitos<br />

que le manifestars a do5a Lucrecia, ella se lo qued6 mirando con<br />

una sorpresa que tenfa mucho de curiosidad y de extrafieza.<br />

Reclinada sobre 10s ahohadones estuvo un largo rato, en silencio,<br />

tal si su pensamiento preocupado de algo que lo obsediara,<br />

no pudiera retrotraerse a1 momento. Por fin, tirando a 10s<br />

pies de la cama, el libro que le!’a, le dijo.<br />

-iPero mi hijo, que te pasa! Estimo que seria la mayor<br />

locurs abandonar a la tia Quecha, a donde estamos tan bien.<br />

Ademhs, creo que no debes olvidar que a ella, le debo todo en la<br />

vida. Ha sido mi madre, mi hermana, mi amiga. Seria inhumano<br />

dejarla soh, ahora.<br />

Fernando, sentado en el borde del lecho, la miraba enfurruiiado,<br />

con el cefio contraido y hosco:<br />

-Me parece que el primer deber de una mujer, es darle<br />

gusto a su marido. Es un deber y una obligaci6n. Yo te advierto,<br />

y es bueno que lo sepas luego, que no admito ni admitire jamhs,<br />

Pa intromisi6n de nadie en mis asuntos privados; menos tendre<br />

gaciencia para soportar a una seiiora maniiitica.<br />

Mercedes se acomod6 en las almohadas, y estirhndose las<br />

mangas del palet6 de dormir, le mir6 a 10s ojos:<br />

-La tia Quecha, es demasiado buena. Tal vez si fuera su<br />

hija no me querria tanto, a1 extremo de afligirse por cualquiera<br />

insigni5caccia que me pase. Llevada por su cariiio, le ha dado<br />

mhs importancia de la que merece, a ese asunto tuyo con la mujer<br />

de un circo que vino a Temuco. Te hsblo de est0 hicamente,


porque viene a1 cas0 y no porque le d6 alguna importancia, a la<br />

mujer &a.<br />

Una sonrisa burlona entreabria 10s delgados labios de Ar-<br />

legui:<br />

-Haces muy bien, porque la seiiorita a quien te refieres,<br />

es una artista, cuya cultura y trato exquisito, est6 muy por en-<br />

cima de todos estos chismes aldeanos. No es de esas beatas que<br />

escandalizan hasta de ver volar una mosca. Por otra parte,<br />

nuestra amistad, no ha tenido mayor proporci6n que la que debe<br />

haber entre un caballero y una seiiorita.<br />

Mercedes, con el codo apoyado en la almohada, sosteniendo<br />

3u cakeea en la palma de la mano, le ois ahora sin mirarlo:<br />

-Yo no lo dud0 Fernrtndo. Y haces muy bien en cultivar<br />

relaciones con personas tan finas, cultas y distinguidas, como la<br />

seiiorita &a. El error tuyo, fu6 haberte casado con una aldeana,<br />

beata por afiadidura, que no podrit jambs proporcionarte esa<br />

satisfacci6n espiritual.<br />

Arlegui, que se paseaba oykndola, sin hacer otra cosa que<br />

sonreir ir6nicamente, se detuvo de pronto frente a su mujer,<br />

para decirle con voz dura e imperiosa.<br />

-Bueno, todo est6 muy bien. Per0 terminemos este asunto.<br />

Y de 10s dos, el que manda soy yo. Desde maiiana Ud. se va con-<br />

migo a Villa Hermosa, a1 departamento que el molino me da para<br />

vivir. Puede Ud. venir a ver a su tia, cuando le parezca, pero no<br />

estoy dispuesto a seguir haciendo el papel de pariente pobre,<br />

en esta casa.<br />

Mercedes se habia sentado en la csma. Dos lbgrimas grm-<br />

des temblaban en sus ojos.<br />

-Fernando-dijo-serfa yo la primera en estar a tu lado,<br />

si hubiera un motivo realmente justificado. Comprendo mis<br />

deberes. Pero ahora creo que no podre hacer lo que me pides.<br />

E8 un capricho absurdo que no puedo aceptar.<br />

-iDe manera que te niegas a obedecerme?<br />

-Sf, en est0 si.<br />

Su voz era ronca, marga, dolorosa. Era la primera disputa


36<br />

=ria entre ellos; pero en sus palabras hub0 una decisi6n irrevo-<br />

csble. Fernando, ahora se desvestia lentamente murmurando en<br />

tono zumb6n y amenazador:<br />

-Est& muy bien, est& muy bien.<br />

Y desde aquel dia empez6 una verdadera viacrucis para las<br />

dos mujeres. Arlegui se mostr6 cinico y desvergonzado. La Abril,<br />

habia vuelto a Temuco, en donde 61 le habfa arrendado una ca-<br />

sa, haciendo piiblica ostentaci6n de vivir con ella. Muchas ve-<br />

ces llegaba al amanecer a la quinta, ebrio, lanzando juramentos<br />

y profiriendo amenazas. Y una mafiana lleg6 a levantar la mano<br />

sobre Mercedes que desde ese momento le perdi6 el tiltimo resto<br />

de afecto que la ligaba a 61.<br />

Hasta que ocurri6, lo que di6 motivo a su separaci6n de<br />

hecho. Despu6s de defraudar a1 molino, en una fuerte sums que<br />

debia cancelar en obligaciones bancarias, Arlegui huy6 con la<br />

Abril. Deciase que a la Argentina. Ojal& hubiera sido a1 fin del<br />

mundo. Por lo menos asi lo deseaba clofia Lucrecia para la tran-<br />

quilidad de Mercedes.


Despu6s de las horas de clase, Andres Garcia sentiase des-<br />

orientado, sin ubicaci6n) en aquel pequefio pueblecito. Se iba<br />

caminando, a lo largo de la avenida de acacios, por donde se<br />

marchaba todas las tardes la sefiorita Mercedes, guiando su pe-<br />

quefio cocheeito hastja su quinta de Colliguay. Poco a poco, se<br />

fu6 habituando a esa vida apacible y mon6tona. En la casa de la<br />

familia Loyola, donde s610 por excepcih, solfa llegar al&n via-<br />

jero, la familia, despu6s de comer, se reunia en la pieza del cos-<br />

turero, donde rezaban el rosario. En seguida Elena, leia con voz<br />

lenta. algin capitulo de 10s folletines de Carolina Invernizio<br />

o Luis de Val.<br />

Garcia se sentaba en un rinc6n, sin hallar la manera de<br />

participar en las conversaciones que alli se suscitaban. Sentia sx<br />

vida vacfa y sin objeto, sin nada amable que la apartara un poco<br />

de su desesperante quietud. A veces, cosa que le alegraba mu-<br />

cho, la tertulia se animaba, pues venian de visita las Quezada.<br />

Dofia Celia. con sus dos niiias, altas, robustas, casi atl6ticas<br />

Entonces se jugaba a la loteria; dofia Teresa y Elena participa-<br />

ban en el juego, mientras dofia Celia conversaba en un rincitn,<br />

junto a1 brasero, con la seiiora Carmela.<br />

Dofia Celia, era una viejeeita alta, seca, con ademanes y<br />

maneras muy pulcras Siempre estaba conversando de su 61ti-


38 Luis Dwad<br />

mo viaje a Santiago y de 10s prodigiosos adelantos, que segfin<br />

elIa se producian allf.<br />

-Si Ud. viera Carmelita, jc6mo est6 ese Cerro Santa Lucfa!<br />

cada dia mSLs lindo, no me diga, si parece que una rejuvenece a!<br />

verlo. All& en Santiago, estas chiquillas no me dejan parar,<br />

cuando vamos. Es otra vida Carmelita, otra vida. S610 con ir a1<br />

centro, ya es una fiesta. En 10s dias que nos vinimos iba a llegar<br />

el principe de Prusia, y ya se estaban haciendo todos 10s prepa-<br />

rativos para recibirlo. Nosotras seotimos tanto no habernos<br />

podido quedar para verb a su llegada! LSe imagina Ud. con qu6<br />

pompa, viajarhn esos hombres? Lo bnico, que si una no tiene all%<br />

su casa, es plata la que se necesita para gozar. Pero all% se vive,<br />

Carmelita.. .<br />

Do6a Carmela, sonrefa pkcidamente. Ella se sentfa muy<br />

bien en Villa Hermosa. Sdlo la necesidad la hizo ir a Santiago<br />

en dos o tres ocasiones. A ella ]le mareaba ese movimiento, ese<br />

bullicio. I<br />

-No me hable Celita. A mi me enferma Santiago. Ni an-<br />

dar tranquila se puede. Y tanta gente mala que hay all&. Los<br />

diarios no hablan de otra cosa.<br />

Griselda, Is mayor de las Quezada, ee escandalizaba a1 ofrla.<br />

Levantando la vista del tarjet611 de la loterfa, preguntaba ~1<br />

Garcia :<br />

-2Oye lo que dice la sefiora Carmela? $70 es cierto que no<br />

hay c6mo Santiago?<br />

Un mundo de visiones desoladas pasaban por la mente de<br />

Garcia, que respondia desganado :<br />

-Segtin y csmo-yo pienso que para vivir en Santiago se<br />

necesita dinero. De otra manera, a mi modo de ver, es preferi-<br />

hle la vida en provincias.<br />

-Lo que es nosotras no podemos pasar ningtin invierno sin<br />

ir a Santiago, -contestaba Griselda. Yo no veo la hora que mi<br />

mama venda la hijuela para irnos a vivir all&. Ya ven Uds. las<br />

PQrez tan bien que esthn. Hasta Ia Eicira que era bien desenga-<br />

iiadita, esth de novia. Lo que aquf.. .


-Es verdad-decia maliciosamente dofia Teresa cerrando<br />

un ojo con una sonrisa llena de picardia-aqui nosotras las niiias<br />

no tenemos esperanzas. Hasta yo tengo deseos de irme a colum-<br />

piar a la capital. A lo mejor, algo me resultaba. iQu6 no habrhn<br />

tambi6n algunos aburridos de su vida, que se interesen por las<br />

que dej6 el tren? iQu6 le parece don AndrBs!. . .<br />

-Par qu6 no, pues sefiora,-contestaba dste riendo.<br />

En la pieaa vecina, doiia Carmela preparaba el t6, que lue-<br />

'go ofrecia cariiiosa y jovial:<br />

-Bueno pues, dejen un rat0 su juego, para que tomemos<br />

una tacita de agua caliente.<br />

-Por Dios, sefiora Carmela-protestaban las visitas-Ud.<br />

sjempre molestiindose.<br />

Algunas noches venfa don Pedro Arriagada, el duefio de la<br />

tienda del pueblo. Era un bezto solter6n muy ceremonioso y<br />

tortes. Invariablemente llegaba con una cajita de pastillas de<br />

sal6n de las que ofrecia con su mejor sonrisa, a 10s concurrentes,<br />

inclinftndose con grandes reverencias. Haoia siempre especiales<br />

atenciones a Ester, la menor de las Quezada, que se mostraba un<br />

tanto esquiva con 61. Arriagada despues de ofrecerle a todos,<br />

recorria la sala con la mirada diciendo:<br />

-$?o queda nadie sin servirse? Bueno, entonces sirvete<br />

tii Pedro, tambi6n tienes derecho.<br />

Y con la misma ceremonia, sacaba una pastilla de la caja,<br />

para guardhrsela en seguida en cl bolsillo del chaleco.<br />

De aquel Arriagada, se contaba en el pueblo, las mbs diver-<br />

:idas historias. Era, dentro de su cursileria un hombre correcto,<br />

pacato, casi timido. Per0 cuando tomaba unos tragos, se volvfa<br />

un tige segiin la expresi6n de Jnra, uno de 10s mozos del pueblo.<br />

A veces soIfan suscitarse algunas discusiones de carhcter reli-<br />

R~OPO, tema que le apasionaba, entre 61 y algunos de 10s pow<br />

idvenes que Vivian en Villa Hermosa, y que pasaban a verlo<br />

por las tardes. Arriagada detriis del mesh, defendia sus princi-<br />

Pios ardorosamente, enredhndose a veces en tremendas disqui-<br />

aiciones sobre la existencia de Dios, y de como 61, habfa hecha


40 Lzh Dzcrund<br />

conocer SUB leyes a 10s hombres. Reforaaba sus opiniones, con 12<br />

de Manuel, el dependiente.<br />

-Ud. sera muy mi amigo, per0 est0 no lo acepto. No y no,<br />

y no. La confesi6n no es mala, mi amigo. Es e! alivio del alms. E1<br />

refugio del hombre pecador, el descanso de la conciencia. -;NO te<br />

parece Manuel?<br />

Manuelito, como todos le llamaban, era un muchacho ru-<br />

bio de pelo rebelde, y sire chdido. En el rincbn, donde estaba<br />

la secci6n a1mac6nJ pesaba una libra de clavos, o sacaba grasa<br />

de pino del barril, colocado en la entrada del negocio. A veces<br />

Arriagada lo pillaba desprevenido, hablando con un cliente a1<br />

cual despachaka:<br />

--;Un kilo de grampas, me dijo?-Y luego volvihdose pre-<br />

suroso hacia el patr6n: -Chis, claro pues don Pedro, todo buen<br />

cristiano se confiesa.<br />

En tanto, don Pedro, hacia pasar a sus amigos a la tras-<br />

tienda. Con alegre sonrisa les prevenia:<br />

-Ante todo somos caballeros. Yo respeto sus ideas. Resp6<br />

tenme las mias y tan amigos. El hombre por la palabra.. . y,<br />

ya saben Uds., lo demsts.<br />

Entretanto, descorchaba una botella de vino, del mhs or-<br />

dinario que vendia en su negocio.<br />

-Una copa mis amigos, viene bien para el frio y para alen-<br />

tar la confianza.<br />

Los invitados se sentaban sobre 10s sacos de arroz, en 10s<br />

cajones de azGcar o de galletas. Don Pedro, entonces mientras<br />

m8s repetidas eran sus libnciones, mayor era su elocuencia.<br />

Afuera Manuel se hacia tres, para pesar la harina, la manteca,<br />

o medir el tocuyo y el diablo fuerte de la tienda. Cuando ya Ias<br />

sombras comenzaban a invadir el recinto, cerraba las grandes<br />

puertas, ponh las traneas y se disponia a retirarse.<br />

-iManuel! No te vayas, Manuel-gritaba entonces la voz<br />

en6rgica de don Pedro. -Veri acst para ayudarme a convencer<br />

a estos amigos. Herejes pero buenos aniigos, no lo podemos negar.<br />

Los amigos comenzaban a hacer concesiones. La confesih


ealidad se podia aceptar; la comuni6n tambidn. Sf, era cierto,<br />

el hombre necesitaba el freno de la religi6n para contenerse. En-<br />

tomes don Pedro, furiosamente, desclavaba cajones de galletas,<br />

0 abria tarros de salm6n y sardinas. Tito Jara el ayudante de la<br />

contabilidad del molino, uno de 10s mhs descreidos, mostrhbase<br />

emocionado y decidido partidario de las doctrinas substentadas<br />

For Arriagada. Con un pedazd de queso en una mano y e! vas0<br />

de vino en la otra, declaraba solemnemente:<br />

-Me ha convencido don Pedro. Mi palabra. Yo desde mafiana<br />

comienzo a asistir a misa. Todavia es tiempo de salvarse.<br />

-iSursum corda! -gritaba don Pedro en el colmo de su<br />

entusiaemo. -Mientras e1 corazbn lata, mis amigos, el alma pue-<br />

de recibir el aroma de la fe. De la fe que es como la fragancia de<br />

la Aor del parafso.<br />

-iPreludio del concierto celestial!-completaba Jam, ce-<br />

rrando un ojo tras de Arriagada, a 10s demhs que hacian prodi-<br />

gios para no refrse.<br />

-Exacto, exacto. La fe, mis amigos, es el preludio de todas<br />

las dichas que tendremos en nuestra vida futura y eterna.<br />

Aquellas improvisadas reuniones, terminaban, a veces, en<br />

forma tumultuosa. En una ocasi6n en que se encontraba el<br />

Obispo de la dibcesis, de visita en Villa Hermosa, a don Pedro<br />

que habia estado echando sus copas, se le ocurrid ir a presentarle<br />

sus respetos. Pero en la casa parroquial, donde el Obispo se alo-<br />

jaba, no le abrieron por ser ya un poco tarde, o porque el prelado<br />

se encontraba descansando. Arriagada, que esa noche estaba<br />

mhs tigres que nunca, aquello lo tom6 a desprecio y a orgullo.<br />

hers de si se encaramb en el tabladillo donde solia tocar la<br />

banda, para lanzar un discurso incoherente y terrible, en contra<br />

de aquellos, segtin 61, falsos ap6stoles del divino Jesds. Estos, a1<br />

rev6s del maestro de la humildad, andaban en coche con llantas<br />

de goma, y s610 amaban el lujo y el dinero.<br />

Aquello, naturalmente constituy6 el esciindalo miis mafiscu-<br />

10. Se levant6 la mitad de la poblaci6n para llevarlo en vilo, y a<br />

viva fuerza hasta su casa, donde aun continu6 perorando. Per0


a1 dia siguiente cuando le informaron de lo que habfa hecho, se<br />

sinti6 tan mal cpe cay6 a IR cama. Manuel, el dependiente, con-<br />

taba que en 10s dias que siguieron SI incidente, pasaba largas<br />

horas como atontado, o reeando de rodilIas en la trastienda, sin<br />

atreverse a salir hasta el mostrador.<br />

Per0 de aqueIlo ya hacia uc par de aiios largos. Ahora Arria-<br />

gada, cuando salfa, s610 era para hacer visitas de familia, segh<br />

iu propia expresih. Nads de tragos ni peloteras, j7a estaba<br />

viejo para ems trajines. Pastillas de sa16n, pasteles o chocolates<br />

eran ahora sus aficiones. Garcia lo conocib en la casa de la sefiora<br />

Loyola, y desde ese dia Arriagada le manifest6 mucho aprecio.<br />

-Es un joven muy serio-decia-. Sobre todo tan pruden-<br />

te y educadito.<br />

A Garcia le sgradaba y entretenia don Pedro. Era un tips .<br />

curioso. Un tanto amanerado y cursi, pero con un no s6 que de<br />

simpatfa que en realidad lo hacfa apreciable. Euego de sentaree<br />

donde las Loyola, su frase invariable era:<br />

-iPero por qu6 estamos tan tristes! No es posible. La vida<br />

debe ser alegria. Y sin rnfisica no hay alegria. iNo le parece don<br />

And&?<br />

Y sin esperar respuesta, se iba a buscar la guitarra, a la cud<br />

quitaba la funda, con amorosa solicitud. Con ella se iba donde<br />

Ester Quezada, quien despues de muchos remilgos la aceptaba:<br />

-lPor Dios, si estoy tan ronca! No puedo cantar. Les voy<br />

a tocar para el ofdo no mi%.<br />

-No es posible sefiorita Ester. Asi bajito como el otro dia,<br />

gSe acuerda'! Nosotros la acompafiamos. La copa del amor%. .<br />

No me canso de ofrla.<br />

Ester despues de muchas tosecitas, carraspeos y protestas,<br />

comenzaba:<br />

Por aquella calk viene<br />

el moreno a quien yo adoro<br />

y en su bella mano trae<br />

una hermosa cops de ora


P en la eopa de or0 trae<br />

el veneno del amor.. .<br />

43<br />

-jEl veneno del amo or! -cantaba Arriagada, mirftndola<br />

eon su m%s afectuosa sonrisa. Y luego: Que veneno tan agra-<br />

&&le es este del amor. iNo le parece, don Andre%? iNo moriria<br />

Ed. envenenado con amor?<br />

Dofia Celia, comeneaba a arreglarse su pafiuelo de rebozoy<br />

el velo con que se cubria la eabezst.<br />

-2Qu6 hora es, Carmelita?<br />

-Van a ser las once.<br />

-Por Dios, qu6 escftndalo! A estas boras en la calle. Vhmonos<br />

chiquillas.<br />

Si Ilovfa, en el pasadizo, se calzaban 10s ouecos, y una vez<br />

en la calle se apretaban las tres bajo el enorme paraguas. Don<br />

Pedro las solia escoltar hasta la puerta.<br />

Garcia quedftbase solitario, sentado, fumando junto a la ventana.<br />

Recordaba sus noches en el .Paris Soir~. A las diez u once<br />

aquello era un convento. El bullicio y la jarana, reci6n comenzaba<br />

a las 12. En tanto, aquf en Villa Hermosa, ya las nueve de la<br />

noche era una hora avanzada. Largo rat0 se entretenfa en mirar<br />

hacia la calle haciendo conjeturas de lo que pudiera haber entre<br />

el misterio de aquel hueco obscuro, negro con la sombra de 10s<br />

Brboles, en donde reinaba un profundo silencio. A veces lo interrumpian<br />

algunos peones ebrios, que volvfan de alguno de 10s<br />

chincheles del pueblo. Sus voces estropajosas tenian una extrafia<br />

resonancia en la honda quietud. Luego tornaba la calma y<br />

~610 se oia el blando rumor de 10s acacios movidos por la brisa.<br />

P no obstante advertia que una duke esperanza iba entran-<br />

do en su coraz6n. Habia algo que le decfa que ya su vida RO era<br />

tan inbtil. Un sentimiento nuevo, indeciso corn0 una canci6n le<br />

jana le hacfa sofiar iMercedes! Rechazaba obstinadamente su<br />

recuerdo como si presintiera que esa mujer cuyo nombre le re-<br />

bullfa adentro como una caricia, s610 le traeria sufrimientos.<br />

Per0 la soledad le empujaba a recordarla, a cobijarla en el rin-


c6n m&s intimo de sus pensamientos. Garcia era un sofiador,<br />

pero su timidea nunca le acerc6 a una mujer con un llamado<br />

tan intenso; intenso y dulce a la vez, como un secret0 y espesanaado<br />

refugio. Su risa sana, su cuerpo gracioso, sus ojos confiados<br />

de mirada franca y serena llegaban basta 61 como un efiuvio.<br />

Record6 su primer dia en la escuela. Los niBos formados en<br />

el patio, le miraban curiosamente. Mercedes frente a ellos, muy<br />

formal, les recorria con una mirada que trataba de hacer severa.<br />

Luego les dijo:<br />

-Este caballero, es el seiior Garcia, el nuevo maestro que<br />

tendr&n Uds. Deben respetarlo y obedecerle como si fuera yo<br />

misma. Saltidenlo.<br />

Los chicos, unos m&s Ierdos que otros le habfan saludado<br />

descompasadamente :<br />

-iBuenos dfas, seiior profesor!<br />

Garcia se habia encendido para contestar todo confuso:<br />

-iBuenos dias, nifios!<br />

Despu6s Mercedes recorri6 la fila, revis&ndoles las manos,<br />

el pelo, la cars, la ropa.<br />

-T6, Crisanto no te Iavastes hoy. Sucio no miis. iNo sabes<br />

que debes asearte apenas te levantas?<br />

El chico se mostraba, asustado, confundido.<br />

-Es que me mand6 mi mamita.. . Tuve que ir a1 trabajo<br />

a dejarle el desayuno a mi pap&.<br />

-iNo es cierto, seiiorita! -gritaba uno del extreino de<br />

la fila. Estaba jugando denantes ese niiio. El pap& come en la<br />

misma hacienda ahora.<br />

-jSiiif, cuando!. . . No es cierto, sefiorita.<br />

-iA lavarse!<br />

Despu6s con voz breve orden6 :<br />

--Marchen.<br />

Golpeaba las manos para llevar el CGIYI~&~ de la marcha.<br />

LOS chicos daban una vuelta por el patio, antes de entrar a la<br />

.sala.<br />

-iNo pierdas el paso, So&!


-Un - dos - un - dos.. .<br />

Luego, un gran alboroto a1 entrar. Gritos, golpes, pellizcos y<br />

moquetes disimulados. S610 cuando la sefiorita Mercedeq recorria<br />

la fila, 10s chicos se mostraban formales.<br />

Poco a poco, Garcia se fu6 acostumbrando a aquella vida<br />

tranquila. Entre 10s chicos fu6 escogiendo sus amigos. Con ellos<br />

jugaba a las bolitas o a la barra, o en un rinc6n del patio les leia<br />

algunos cuentos de Calleja.<br />

Mercedes, pr6xima a 61, era su bella animadora. Sonriente<br />

le miraba con la misma confianza que usaba con 10s niiios. Sen-<br />

tfase asi, dulcemente protegido; que un 'afecto suave, que una<br />

cordial simpatia nacia entre ellos. En sus horas tristes, ahora le<br />

era grato acercarse a ella, cuando se entretenia con 10s mhs chi-<br />

quitos en las horas de recreo, en juegos de rondas y canciones<br />

infantiles. En esos momentos 10s chicos ponian nervioso a Gar-<br />

cia y sin motivo justificado 10s reiiia. Era un ansia de reconcen-<br />

trarse en si mismo para oir la voz de Mercedes, que le llegaba<br />

como un susurro o como una lue; cada uno de sus pasos 10s sentia<br />

sobre su coraz6n. iAy! qu6 dulce herida dejaban sus pies en su<br />

sensibilidad. Un dia, Mercedes, le sorprendib tan extasiado en<br />

su contemplaci6n, que temerosa de qfie 10s mayorcitos lo advir-<br />

tieran, le dijo sonriendo:<br />

-~$u6 le pasa Garcia?<br />

Y ella misma sinti6 que sus palabras eran tremulas, que su<br />

respirar era agitado y que aun cuando trat6 de dar a su voz un<br />

tono de broma, una duke ternura le habia salido de adentro,<br />

repentinamente, como aparece un ray0 de sol a1 filtrarse por las<br />

rendijas de un cuarto obscuro. Garcia, en silencio inch6 la ea-<br />

beza, per0 en sus ojos azules hub0 una llamarada tan intensa,<br />

que pareci6 que se le habian agrandado en una afiebrada y re-<br />

pentina alucinacih.<br />

Ella le habia dicho, Garcia, asi, en una s6bita intimidad<br />

suprimiendo el sefior, como si comprendiera que era un estorbo<br />

que les impedia acercarse.


VI<br />

-iHasta maiiana!<br />

En la puerta de la escuela, Garcia con el sombrero en la<br />

mano se despedfa de ella. Era para 61, siempre un momento de<br />

indefinible tristeza. iQu6 haria Mercedes durante todas esas<br />

horas? iLe recordaria siquiera un instante?; LGolpearia alguna vel;<br />

.el eco de su voz en su recuerdo, cuando se recogia en sus pensa-<br />

mientos?<br />

Y en ese momento cuando Mercedes, con su blusa de seda<br />

blanca bajo el palet6 granate, se inclinaba sobre el pescante de su<br />

cochecito, para despedirse, 61 trataba de mirarla entera, desde<br />

10s pies hasta la cabeza, donde 10s cabellos negrisimos hacinn<br />

resaltar la blancura de la piel. La CChaquira. en tanto, mano-<br />

teaba impaciente deseosa de ir a disfrutar del pasto jugoso en el<br />

potrero de la quinta.<br />

Mercedes a veces lo veia tan triste, que se demoraba en irsc<br />

forcejeando con la bestia que estironeaba las riendas, mientras<br />

eonversaban de cosas sin importancia, en que, sin embargo,<br />

habian escondidas sugerencias y silencios inquietantes. Por fin<br />

repetia :<br />

-Hasta maiiana, jno?<br />

Y aquel jno? era como una promesa, como una dulce com-<br />

plicidad o como una bella cita en la cual ambos quedaban de<br />

acuerdo.


Una de esas tardes, Mercedes sentada en el coche, convermba<br />

de 10s niiios, de la pobreza de sus padres, motivo que disminuia<br />

la asistencia a clases. Garcia, junto a1 coche, la escuchab<br />

coma si estuviera muy lejos con su pensamiento.<br />

-En realidad, sefiorita, es triste todo eso-respondi6 a1<br />

fin, per0 a veces la pobreaa no es lo que m&s nos hace padecer.<br />

Se me ocurre que hay ocasiones en que uno desearia ser bien<br />

pobre, per0 tener siquiera un afecto que disiparn la pena de senjjirse<br />

tan solo. iNo le parece a Ud., sefiorita?<br />

Ella le mir6 a 10s ojos. En esa palabra Csefiorita. ponia<br />

Garcia su ternura mits honda, ern como si ilusionado se olvidara<br />

del estado civil de ella y se aferrara a la idea de que era libre<br />

y asi, alguna vez podria retornarle con otra palabra afectuosa<br />

ese tratamiento. Sonriendo, le contest6:<br />

--De veras, tiene Ud. raz6n. La vida siempre es incompleta,<br />

contradictoria, pues nunca se tiene lo que se quiere, o lo que esperamos,<br />

llega cuando no lo podemos recibir.. .<br />

Y como temerosa de haber traslucido lo que sus pensamientos<br />

ocultaban, estirone6 las riendas de la yegua exclamando:<br />

-jSociego, Chaquira! iEs miis hambrienta esta yegua!<br />

Por las macanas apenas tranquea cuando venimos, per0 a la<br />

vuelta se va como disparada.<br />

Garcia, aparentando no habcr ofdo estas palabras, contest6:<br />

--Creo que en la vida hay que saber esperar, y nunca ea<br />

tarde para alcsnzar un poco de dicha. P la dicha s610 se consime..<br />

.<br />

Una stibita confusi6n le asalt6. Encendido, como le pasaba<br />

siempre, tartarnude6 mirando a1 suelo, sin atreverse a concluir<br />

SU pensamiento. Ella con las riendas listas y una sonrisa adorable<br />

y maliciosa, le pregunt6 lentamente:<br />

-j,C6mo?<br />

-En el amor de dos seres, en ese amor que sc alza por enaims<br />

de todo, para oir finicamente la voz del corazbn.<br />

Ella tuvo un gesto desemantado:<br />

-iLa voz del coraz6n! ;Existirh esa voz de que habla Ud.? Yo<br />

47


48 Luis Durand<br />

por lo menos lo dudo, mejor dicho creo que no existe. Una<br />

vez crei oirla, pero seguramente me equivoqu6, pes, si es asi,<br />

no tiene nada de hermoso, de esa cosa tan grande de que hablan<br />

10s libros. Y a prop6sito de libros, jno tiene Ud. otro mfts alegre<br />

que ese que me prest6 ayer? Ese .Poquita cosa)> es tail triste,<br />

que es como para ponerse a gritar de pens. Ii para penas, nunca nos<br />

faltan mfts de alguna.. .<br />

Y como si enervada, quisiera descansar de esa tensi6q si-<br />

gui6 hablando, en voz baja, suave, afectuosa; como en una con-<br />

fidencia :<br />

--Me he fijado que a Ud. Garcia, le gustan mucho 10s li-<br />

bros tristes. Ud. tambieb es asi.. . $or qu6? Es cierto, tambidn,<br />

que debe encontrarse muy solo aqui. Uno de estos Domingos<br />

tiene que ir a almorzar conmigo a mi casa. iQuiere?<br />

Aquella dltima palabra, fu6 para Garcfa como una caricia,<br />

como una flor olorosa que le hubiera rozado la cara. No le con-<br />

test6, pero sus ojos azules se agrandaron en una mirada rendida,<br />

casi humilde, cuando ella nlzando la mano enguantada le grit6<br />

desde el coche en movimiento:<br />

-iMasta mafiana!<br />

Qued6se solo sobre la calzada. Pronto el cochecito se perdi6<br />

en una nube de polvo y luego en una curva del camino. Sentfa,<br />

entonces una verdadera necesidad fisica de seguir andando, en<br />

la misma direcci6n. Sobre el camino se amontonaban Ias hojas<br />

marchitas. Era el Otofio. Pasaban las carretas cargadas de cho-<br />

clos y de porotos cuyos capis desteiiidos se asomaban por entre<br />

la quincha. Muy pronto las sombras caian sobre las huertas si-<br />

lenciosas arrebujiindolo todo de misterio. En los aguazales las<br />

ranas comenzaban su tonada tr6mula y dcscompasada, mientrae<br />

como pftjaros invisibles y doloridos venizn desde el fondo de la.<br />

calleja las campanadas que llamaban a la oracibn de la tarde.<br />

Pequefios rebaiios de lanares cruzaban el camino para entrar<br />

con gran alboroto de estrellones y balidos en alguna puerta a<br />

medio abrir. Alguna vaca volvfa la mama cabeza para bramar<br />

sosegadamente, esperando a1 ternerillo rezagado, entretenido en


Mercedes Urizm<br />

&spuntar las ramm bajas de 10s hlamos. Todo a esa hora se .ernpapaba<br />

en melancolfa. El canto de un pBjaro, el rechinar de una<br />

puerta sobre sus goznrs enmohecidos, el grito de un niiio que traspasaba<br />

las sombras, adquirfa un acento extrafio y triste. Un<br />

vientecillo trasminante gemia como una trutruca indigena en la<br />

oquedad de 10s tranqueros.<br />

Garcia sentia entonces una angustia tan punzante que era<br />

casi una enfermedad. Tal si sus pensamientos dolorosos le flagelaran<br />

la carne y le maceraran el est6mago. Experimentaba<br />

]a necesidad de tenderse, de no hablar, de recogerse en el silencio<br />

para ofr el acento lejano de la voz de ella, de Mercedes, cuya<br />

partida le hacfa el efecto de una desgarradura ffsica.<br />

Tendido sobre su cams, oia el gri-gri, apenas perceptible de<br />

un grillo, o la musiquita del viento en una rendija. Poco a poco,<br />

su risa, sus pasos, sus actitudes, su voz, le llenabac la mente por<br />

completo. La vefa graciosa, cuando en el patio hacia gimnasia<br />

a 10s chicos, y tomada de la mano con ellos, giraba en rondas<br />

juguetonas. Sus piernas mostraban entonces mejor que nunca,<br />

su curva fina y Bgil. Su talle flexible se movia con la misma facilidad<br />

que 10s chicos. Su boca de labios un poquito gruesos, se<br />

encendia como una fruta madura, como una cereza que convidara<br />

a, morderla.<br />

Una intensa agitaci6n ponfale una sensaci6n tremante en<br />

el cuerpo. iEn que iria a parar aquello? Una voz cruel: lejnna,<br />

insistente le golpeaba el cerebro. iNunca! Nunca serian para 61<br />

ninguno de 10s encantos de esa mujer, cuya belleza parecfa go-<br />

recer en cada mafiana y adquirir un matiz m5s atrayente para<br />

sus ojos admirados. iNunca! Jam& besarfa su boca, jarnfts su<br />

rostro se indinaria sobre la tibia seda fragante de BUS cabellos.<br />

y de pronto, una ansia ardiente lo quemaba, lo calcinaba. Vda<br />

SUs senos, sus muslos tibios y dulces, su sexo, lftmpara ardida de<br />

misterio, principio y fin de la dicha, en donde se adormecfa el<br />

divino estremecimiento. Y entonces 10s pensamientos eran cor-<br />

cdes locos, desatados, esparrancados despub, jadeando sin<br />

Poder seguir huyendo de aquella llama devorante. Wasta que<br />

4


50 Luis h r d<br />

encontraba sus OJOS. bus ojos hondos, remanso de suavidad, de<br />

promesas infinitas, oasis de frescura, de calma que le llevaha<br />

nuevamente a su Bxtasis, a sus rosados caminos de ilusi6n.<br />

Desesperado se ponfa de pie. Se empapaba con agua helada la<br />

cabeza, y fumando cigarriIIos unm tras otros, se paseaba con<br />

ganas de acostarse, de salir, de correr o de gritar. Iba a la mesa,<br />

sin deseos de comer, sintiendo una inquietud apremiante, que<br />

a veces lo hacfa ser hurafio con las gentes de la casa, en medio de<br />

las cuales, sentia cada vez mas, la intimidad del hogar. Dofia<br />

Teresa le solia embromar:<br />

-Algo le pasa a Ud., sefior Garcia. iQue no le han escrito de<br />

Santiago? Alguna ingrata serh. Pero si lo olvidan, haga Ud. lo<br />

mismo. "Yo creo que por aqui no es tan dificil encontrar un<br />

consuelo.<br />

Garcia sonreia sin ganas. M&s de una vea a1 levantar la<br />

cahza, vi6 sobre 61 la mirada de Elena, en la cual no sup0 ex-<br />

plicarse si habfa admiraci6n o curiosidad. AquelIa chiqui-<br />

lla tenfa algo de flor de invernadero, demasiado frSgil fisi-<br />

camente y en extremo sensitiva y retraida. Habia en ella esa<br />

belleza fugaz del sol invernal cuando aparece por entre las nubes,<br />

pues tras una sonrisa su mirada se tornaba esquiva y casi hura-<br />

iia. Algunas veces Garcia pensaba que podia intimar con ella, y<br />

poco a poco hacer nacer un carico. Quien sabe si asi conseguiria<br />

olvidar aquella otra que jamas serin para B!. Pero las palabras<br />

no le salian. La conversaci6n languidecia y terminaba por le-<br />

vantarse de la mesa para ir a pasearse por la calle solitaria.<br />

En una de esas ocasiones se encontr6 con Arriagada, quien<br />

le present6 a Alfonso Fuentes, estudiante de agronomia que<br />

ahandon6 sus estudios y vivia allf con su madre. Esa misma no-<br />

c


-Vamos compadero, all% va a conocer un par de chiquillas<br />

Corn0 se pide. De lo bueno, bueno.. .<br />

-Pur0 y garantido, mi alma-dijo Galarce bromeando.<br />

Deseoso de distracci6n, acept6 agradecido. Por el camino<br />

se les uni6 Javier MCndez, que era el comandante de la Policfa<br />

Comunal, y Tito Jara.<br />

-Hombre, y yo casi la pierdo-dijo Jara. Estuve toda la<br />

tarde con un dolor de muelas tremendo, que me tenia desesperado.<br />

Por suerte con unas obleas que me mandaron de Temuco,<br />

se me quit6, a6n que siempre tengo muy delicado la parte<br />

de la muela.<br />

-iQu6 barbaridad!-exclam6 M6ndez-Ud. sufre porque<br />

quiere pues compaficro, cuando con una gotita de parafina no<br />

siente m%s la muela. Es maravilloso el efecto que hace.<br />

-No hay caso-replic6 Jara riendo-Ud. sefior Garcfa,<br />

juo conoce a1 medico m%s prodigioso de estas tierras? Aqui lo tiene<br />

pues. Es el doctor Parafina. Este doctor receta la parafina hasta<br />

para las enfermedad del amor.. .<br />

Lo pasclron magnificamente en casa de la familia CBspedes<br />

que era una gente simpatiquisima. En un ambiente muy cordial<br />

y alegre la fiesta se desarroll6 hasta que aparecieron las primeras<br />

luces del alba. Las dos chiquillas, Nora y Elba, eran bellas y graciosas,<br />

llenas de amable condescendencia en todo lo que ayudara<br />

a animar la fiesta. Nora, de rostro casi perfecto, estaba, a instancias<br />

de su padre, de novia con Juan Osores, un vejete muy<br />

relamido, gerente de la feria de Temuco, y hombre de muchos<br />

pesos. Esa noche con su cuello alto y almidonado, rendia el mbximun<br />

de sus 6ltimas gallardfas sacando en cada baile a su novia.<br />

No obstante, Tito Jara que todo el tiempo hacia chistes, celebrados<br />

ruidosamente por la concurrencia, la sacaba de nuevo a<br />

badar, apenas Osores fatigado y tembloroso la dejaba en su<br />

asiento.<br />

-No sea tan abusador pues don Juan. DCjenos siquiera<br />

akuna vez bailar con la Norita, ahora que todavia est% soltera.<br />

iQu6 mbs irh a ser despu&! Por Dios, ique hombre tan terrible!. . .


52 Luis Durand<br />

La seftora Cdspedes, tocaba el arpa maravillosamente. Elba<br />

la acompaiiaba en la guitarra p Nora cantaba con una voz duke,<br />

un poquito nasal en la que habia cierto inf exi6n de tristeza. Las<br />

bandejas se sucedi'an unas +*as otras. Siempre se encontmba<br />

motivo para servirse mistela, apiado, ponche, etc. Tito Jara,<br />

tenia una especia! preocupnci6n por servirle tragos a Ozores,<br />

cuyo cuello almidonado, se arrugaba en grandes canalones de<br />

audor.<br />

- iEste don Juan es muy gallo: Asi hasta quidn no espera-<br />

le decia Jar, dhdole confianzudas y amistosas palmadas en In<br />

espalda.<br />

--H que m8s tiene pues joven Jara-contestaba el otro con<br />

cierta sonrisa de vanidad satisfecha que no sabia ocultar.<br />

Hable Ud. pues. Ahi est& la Elbita que con alguien se tiene que<br />

casar.<br />

Jara haciendo una morisqueta muy signifieativa, le decfa<br />

en el oido:<br />

-Si Ud. me da la receta.. . iqu6 nos demoramos? Todo creo<br />

yo que depende de la tinca que se le ponga. Pero de todas layas,<br />

para mi que en esta cuesti6n Ud. tiene sus secretos. Diga con<br />

franqueza don Juan, iqud le dijo a la Worita para enamorarla<br />

tanto?<br />

Osores reia plhcidamente COD las bromas de Jara, y sacando<br />

su paiiuelo empapado en agua colonia, se limpiaba cuidadosa-<br />

mente 10s labios, como una mujer despu6s de empolvarse.<br />

- Bueno con el hombre Bste, tiene obra y no la trabaja.. .<br />

-Es que llegu6 atrasado don Juan, parece que Ud. se pus0<br />

las botas de siete leguas, para dejarme tan atrhs.<br />

En tanto que 10s grados de alcohol subian, la reuni6n co-<br />

braba mayor animaci6n. Alfonso Fuentes, gordo, casi obeso,<br />

con una mirada lejana y romhntica en sus grandes ojos verdes,<br />

declamaba versos, a 10s cuales era muy aficionadc, ante un gru-<br />

PO de muchachas que en un rinc6n de la sala le oian embelesrt-<br />

das. Garcia, a quien 10s tragos habian dado una inesperada ani-<br />

macih, bailrtba un vals languid0 y arrastrado con Elba.


La seiiora CBspedes anunci6 de pronto:<br />

-Tengan la bondad de pasar a la mesa. Por ahora se van<br />

a tener que sacrificar, para otra vez sera mejor.<br />

-Yo estoy dispuesto a1 sacrificio-grit6 Jara-pero es pre-<br />

cis0 antes saludar en debida forma a la mesa. No podemos entrar<br />

sin bailar una cueca con la dueiia de casa. El primer pie lo baila<br />

la sefiora con don Paocho, el segundo Pedro Arriagada, y el<br />

tercer0 esta mamita. con la seiiora, si acaso todavia es tan<br />

ccafamada, como dicen.<br />

-$Iurra!--gritb en ese momento Arriagada, que a pesar<br />

de toda su compostura, pues Ester Quezada era de las invitadas,<br />

comenzaba a sentir unos impetus terribles. Eso se llama hablar<br />

bien, p jviva la alegria!<br />

-Ya Torchi, has de cuenta que est8s en el Piave. iAl piano,<br />

a1 piano!<br />

Torchi que era un mozo simpatiquisimo, de un salto estuvo<br />

junto a1 piano. Nora, con loa ojos hondos, tristes, como si sofiara,<br />

sacabs acordes du.lces, gemidos largos y armoniosos a1 arpa.<br />

V de pronto, corm un grito, como UTI lamento, que era tambi6n<br />

un ruego amoroso, surgi6 la voz de la chiquilla:<br />

El clavel y la rosa<br />

se enamoraron, se enamoraron<br />

10s claveles y rosas<br />

siempre se amaron.. .<br />

La duefia de cam, muy akgre bailaba ante la expectaci6n<br />

risueAa y carifiosa de 10s conviclados. Don Pancho gallardamente<br />

trataba de arrinconarla, pero ella en la vuelta, recordando sus<br />

mejores tiempos le ataj6 con un zapateo tan gracioso, que la<br />

concurrencin les lanzaba 10s m8s entusiastas epitetos.<br />

-Ese no es clave!, parece cardo por lo espinudo!<br />

-jNo lo mate doiia Rosa, por Dios!<br />

-jFSsenle un ahanico, para que pueda respirar!<br />

El piano parecia, crujir, mient-as Torchi con su voz arreve-<br />

s3


54 Luis &rand<br />

zada de italiano, seguia a Nora en su canci6n. Jara de un brinco<br />

se interpuso de pronto gritando:<br />

-iYo lo defender6 don Pancho antes que lo maten!<br />

La sefiora CBspedes, tenia fama de bailar bien la cueca.<br />

Habfa en ella toda esa gracia tfpica y sabrosa de 10s gloriosos<br />

tiempos de nuestra danza. Hi entonces fu6 tal la alegria y el en-<br />

tusiasmo, que la easa daba la impresi6n de venirse abajo. Tito<br />

Jara que se creia un maestro, se encontraba con la horma de su<br />

zapato. En el centro de la sals, sus cuerpos segufan las mismas<br />

infiexiones de la miisica, ya ondulando, ya zapateando o persi-<br />

gui6ndose en avances y amagos maliciosos e intencionados.<br />

De pronto: Jara. con esa galanteria del hombre que siente la<br />

necesidad de rendirse ante una mujer, abri6 10s brazos gritando:<br />

-iAuxilio, auxilio!<br />

Arriagada, Vicente Galarse y el mismo Torchi que daba unos<br />

saltos estrafalarios, lo reemplazaron frente a la sefiora, mientras<br />

Jara ahora apaleaba el piano en forma estruendosa. Dofia<br />

Rosa fu6 llevada despu6s en triunfo hasta la cabecera de la mesa,<br />

en la cual se amontonabnn frutas y viandas en forma verdadera-<br />

mente fant8stica. Pavos, tortas, dukes, licores. Tito se deses-<br />

peraba :<br />

-Yo me voy, sefiora Rosita. Despu6s que casi me mata, no<br />

le tiene ni qu6 comer a uno. Es un verdadero abuso.<br />

La alegrfa no decreci6 un momento. Los plstos eran servi-<br />

dos por las nifias de la casa y por las Quezada. Tito Jara siempre<br />

inquieto hacia frecuentes incursiones a la cocina, no sin visible<br />

molestia de don Juan Osores que entonces le miraba con car& de<br />

pocos amigos. A la hora de 10s postres, don Pedro se levant6<br />

para brindar por la eterna paz cristiana de 10s duefios de casa y<br />

de las nifias,


Alfonso, gordo, mesurado, le aclar6 cordial y afectuoso.<br />

-No son mfos 10s versos, Pedro. Son de un peruano. Un<br />

bardo ilustre.<br />

-iSf, no? Miren no m&s. No se puede negar que es inteli-<br />

gente el peruano iinteligente, inteligente! Pero 10s versos, en es-<br />

tos casos, son del que 10s dice, asi como las canciones son de la<br />

cantora cuando las canta bien.<br />

La guitarra estaba ahora en manos de la seiiora CBspedes,<br />

que cantaba una especie de redondilla, dirigida a cada uno de 10s<br />

comensales y comenzaba asi :<br />

Estando en la reuni6n<br />

hay que seguir el destino<br />

sirvase su copa, su copa de vino<br />

sirvasela toda la copa de vino.<br />

El dltimo verso se iba repitiendo hasta que el aludido va-<br />

ciaba su copa. Entonces la cantora seguia con el m&s pr6ximo<br />

hasta dar vueltas la mesa. Todo aquello con graciosas varisntes<br />

que eran muy celebradas.<br />

Aquella fiesta dej6 imborrables recuerdos en todos 10s asis-<br />

tentes y sus incidencias fueron el comentario obliaado durante<br />

muchos dias. Para AndrBs tuvo un sabor novedoso y grato. FuB<br />

tambi6n el principio de otra vida mSts entretenidrt, pues en ella<br />

conoci6 a toda la juventud de Villa Hermosa.<br />

NO obstante, sus nuevas amistades a veces le producian<br />

un verdadero fastidio. Siempre la misma cosa: el chismecillo, el<br />

poker de veinte para cuarenta, 10s cuentos colorados y de tarde<br />

en tarde en las noches de luna, especialmente, algdn paseo por<br />

la larga avenida de acacios. kina de esas noches llegaron muy<br />

cerca de la quinta de Mercedes. Desde un altillo, Fuentes, mostr6<br />

a Garcia la cam de ella, semienvuelta entre 10s Strboles del<br />

jardin.<br />

-Es una mujer que manda muchas fuerzas su patrona, com-<br />

PaBero Garcfa-le dijo Jara.


56 Luis Durand<br />

-De veras-exclam6 Fuentes, -y tan tonta que fud.<br />

Ese imbtcil de Arlegui no sup0 lo que tuvo, era un farsante. La<br />

Merceditas merecia otro hombre, y DO ese sinvergtienza, porque<br />

era hart0 dije y buena. Yo la conozco desde chiquilla.. .<br />

--Corn0 dije lo es todavfa, y bastante-dijo Garcfa con<br />

insegura voz.<br />

-+Hem! CompBAero no se entusiasme demasiado mire<br />

que ya anden moros en la costa-interrumpi6 Jara.<br />

-No seas mala lengua Tito-intervino Torchi. Apucsto<br />

que ya quieres pelar a la sefiorita Mercedes.<br />

Garcfa, sintiendo una tremenda angustia, una inquietud<br />

que no sup0 disimular, mir6 sucesivamentc a sus acompaiiantes.<br />

Luego haciendo un esfuerzo supremo sonri6 :<br />

ut es eso de moros en la costa? iQut es lo que quiere<br />

decir el amigo Jara?<br />

El otro soh6 una ruidosrt carcajada.<br />

-iCaramba, con que esas tenemos! Calladito el hombre<br />

se quiere comer el dulce.. .<br />

Calmosamente, Fuentes intervino, para explicar la alusih<br />

de Jara.<br />

-No le haga cas0 a este gallo, porque es un frito. Lo que<br />

hay es que el visitador Olivares, viene muy seguido a verlas.<br />

Y Ud. sabe que pueblo chico, infierno grande. La gente dice que<br />

le hace el amor a la Merceditas. Yo, por mi parte, no lo ereo.<br />

Es amigo muy antiguo de la casa. Posiblemente 61 le busque el<br />

ajuste, per0 ella no lo lleva. Es medio cargante el tfo ese.. .<br />

-Arlegui era peor todavfa.. .<br />

-Sf, tal vez, per0 por una vez eso est6 bien. No creo yo<br />

que la Merceditas vaya a hacerle cas0 a Olivares, que puede<br />

ser su padre. Lo atiende porque 61 es muy servicial con ellas.<br />

Creo que fut quien la meti6 a esa escuela, para que la Merceditas<br />

tuviera en que entretenerse. A mi parecer ahf no hay m6s que<br />

amistad. Asf es que Ud. compaiiero, puede eatar tranqui-<br />

lo.. .<br />

Las filtimas pdabras dichas con socarrona y maliciosa in-


Mercedes Urhar 57<br />

tenci61l provocaron una explosi6n de risa, en la cual el mismo<br />

AndrBs tom6 parte, m&s luego serenhndose dijo :<br />

-Son Uds. muy bromistas y creo que lo hacen sin otra in-<br />

tenci6n que la de pasar el momento, per0 comprenderh que el<br />

hecho de que yo la encuentre m&s o menos bien a !a seiiorita<br />

Mercedes.. .<br />

-No cambie las palabras, denantes dijo que era dije, bo-<br />

nita.<br />

-Todo lo que Ud. quiera mi amigo. Per0 convengamos que<br />

es una sefiora y adem&s es mi Jefe, le debo consideraci6n y res-<br />

peto. Una broma se convierte en chisme, el chisme en calumnia.<br />

-No se ponga trhgico, joven.<br />

-No, es verdad lo que dice Garcia-convino Fuentes.<br />

Es peligroso haccr bromas asi. Para el momento pase, per0 no<br />

para seguirlas.. . a menos que el afectado d6 motivos.<br />

Alfonso Fuentes era un hombre bondadoso y sincero. Serio,<br />

conciliad or, buen amigo, siempre intervenia en las discusiones<br />

mits violentas con tan buen tino, que lograba apaciguar 10s hi-<br />

mos y hasta hacer reir con una broma hien intencionada.<br />

Siguieron caminando hacia Villa Hermosa. Era una noche<br />

de Sunio, fria, silenciosa. La luna se mostraba, limpia, reluciente,<br />

a1 centro de un circulo que parecia haber sido trazndo con un<br />

brochazo de nubes plomizas, en el cielo profundo. Cantaban le-<br />

janamente 10s gabs unos despu6s de otros. Desde lo alto cafa<br />

sobre la aldea una paa suave, empapada en blancura lunar.


P<br />

VI1<br />

Un bordoneo mon6tono, llenaba la sala. Los chicos inclina-<br />

dos sobre sus libros estudiaban la lecci6n en sus silabarios.<br />

Como las ovejas cuando lanzan un balido y todas las dembs le<br />

siguen el mismo tono, 10s chicos se iban siguiendo el sonsonete.<br />

Por las ventanas entraba, el sol, un hermoso sol de Junio, que<br />

atemperaba el vientecillo Bspero que se colaba por 10s vidrios<br />

trizados.<br />

Pobres trajes de casineta, piececillos desnudos amoratdos<br />

de frio, ojos claros, inteligentes, alegres y dulces, como una<br />

buena intencih, algunos. Obscures, taciturnos y esquivos, con<br />

10s p6mulos pronunciados, 10s mhs. Algunos distraidos miraban<br />

hacia arriba siguiendo un rayo de sol, que se quebraba entre las<br />

vigas, o se rascaban la cabeza con expresi6n despreocupada,<br />

per0 cantaban igual que 10s demBs:<br />

-Federico - era - un - niiio - muy - miedoso -<br />

En tanto, Garcia se paseaba entre 10s bancos, con el pens&-<br />

miento completamente ausente, sin darse cuenta de lo que le<br />

rodeaba. Con el cigarrillo en 10s labios, y las manos en 10s bol-<br />

sillos del abrigo, pensaba en lo que le dijeran sus amigos sobre<br />

Mercedes que en la sala vecina hacia su clase.<br />

-iQue idiotez-pens6-Lque saeo yo con llevarme pen-<br />

aando en ests mujer? Convertirme en un imbecil y nada mhs.


Mercedcs Urizur 59<br />

Hay que buscar algo que nos distraiga y nos saque de esta obse-<br />

si6n ridicula. iY no hay m&s!-grito de &bit0 en voz alta, dando<br />

un puiietazo sobre un banco pr6ximo con tal fuerza que todos 10s<br />

chicos detuvieron su canturreo, para mirarlo extrafiado.<br />

-Estudien, estudien-dijo entonces confundido, como si<br />

~610 en ese momento se diera cuenta de que estaba en medio<br />

de ellos.<br />

Los chicos tornaron a su bordoneo, mientras Andr&, pren-<br />

dia otro cigarro. Y de pronto la voz de Mercedes, surgi6 desde la<br />

otra sala, Clara, suave, dulce como si estuviera sofiando bajo la<br />

luna, y luego cristalina, como la de una chiquilla que soltara 1s<br />

limpia vertiente de su risa.<br />

Es el sol, es el sol<br />

lindo sol<br />

cuyo rayo<br />

me llam6.. .<br />

Garcfa sinti6 entonces que aquel canto sencillo, se le entra-<br />

ba en esa voz, como una luz, como un aroma que le ponia alas<br />

y le hacia remontarse a una regida de ensuefio:<br />

-Lindo sol, cuyo rayo<br />

me llamb!. . .<br />

iLa voz de Mercedes! Cerr6 10s ojos para verla, para imagi-<br />

narla frente a sus nifios sosteniendo una pequeiia regla, con 10s<br />

bellos ojos intensos, llenos de luz alegre y la boca encendida:<br />

-iLindo sol!<br />

De veras, era un ray0 de sol que le llevaba por caminos her-<br />

mosos. iQu6 importaba sufrir? Sufriria en silencio guardando<br />

aquel tesoro de ensueiio que su amor le ofrecia. Su vida era tonta,<br />

sin relieve, sin nada que le arrancara de esa monotonfa de yivir<br />

sin esperar nada. Un dfa le sonreiria, otro cantaria como ahora<br />

Y todo eso iria hasta su coraz6n como un rocio fresco, comQ una


60 Luis Durand<br />

huella que se abre paso entre sus pensamientos, pefias ttsperas,<br />

donde no arraig6 nunca una planta, de donde surgiera la graaia<br />

de una flor. iQui&n sabh lo que guarda un destino? Cofre ceaado,<br />

entre sus secretos alguna bella sorpresa podrfa ofrecer. Acaso<br />

tambih, jno era posible que ella lo amara y ambos pudieran<br />

sentirse transfundidos en la transparencia de un afecto ideal?<br />

Una limpia claridad ponia un rebullir confiado en su cora-<br />

z6n. Toda su existencia, habfa sido cle tristezas, de fracasos, de<br />

ansias jam& realieadas. LPor qu6 un dfa, no podia llegar hasts 61,<br />

un poquito de dicha? En la sala vecina se habia hecho ahora un<br />

silencio completo, per0 su voz segufa cantando dentro de 61.<br />

Una ternura inmensa, le subia hasta 10s Iabios, para pronuneiar<br />

muv quedo, su nombre, su nombre que era tan lindo, porque ella<br />

lo llevaba: iMercedes!<br />

Lindo sol, cuyo rayo me llam6.. ,<br />

Y de pronto el hielo de la realidad, vino a echarle por tierra<br />

su atlchzar de quimeras, nn acontecimieato vulgar, a1 parecer<br />

sin importancia. La puerta se habia abierto y por ella apareci6<br />

un seiior aha, vestido correctamente, junto a Mereedes. Bien<br />

parecido con un rostro bondadoso, pero con unos ojos inexpresi-<br />

vos, como si quedaran ausrntes de su rostro cuando sonreia o<br />

hablaba. Traia una cartera de cuero bajo el braze; y Garcia<br />

antes que ella se lo presentara sup0 el nombre del reciEn Ilegado.<br />

Una voz que parti6 de su coraz6n ya se lo habia dicho:<br />

-El sefior Olivares, -el sefior Garcia.<br />

La voz de ella reson6 en 61 como si tuviera UWB alegria nueva<br />

que le nacfa repentina, una alegrfa que 61 antes no advirtiera;<br />

sus ojos confiados, fuueron serenamente de uno a otro serilblante,<br />

para agregar :<br />

-El seiior Olivares es el Visitador.<br />

Garcia sonrib con visible esfuerzo, mientras sus pensa-<br />

miento$, fierecillas encadenadas le decfan: iClaro si yo 86, que ea


Mercedes Urizar 6f<br />

el Visitador! Si ya s6 que es su querido seiior Olivares, que es<br />

tan heno. segdn Ud.!<br />

El visitador, en tanto miraba a Mercedes con afable sonri-<br />

sa que se tradujo por filtimo en un:<br />

-Muy bien, muy bien.. .<br />

Los chicos en tanto, simulaban leer, mirando a hurtadillas<br />

hacia el pnpo. Afuera sobre el nispero del patio inundado de<br />

sol, revoloteaban unos phjaros. El visitador habia dejado su car-<br />

tera sobre la mesa, y se restregaba las manos despaciosamente.<br />

--Un poquito de frfo, jno?<br />

-Sf, en realidad, -contest6 Garcia con fria atenci6n.<br />

El sefior Olivares hizo un gesto desencantado:<br />

-La educaci6n esth desatendida en este pais, sefior! Salas<br />

desabrigadas, difjcultad para observar la higiene, falta de mate-<br />

rial apropiado. iUna cosa terrible! Nosotros ya sabemos lo que es<br />

eso, jno es cierto?-termin6 volvi6ndose a Mercedes.<br />

La joven sonrefa sin hablar. Encogida con las manos en el<br />

bolsillo del abrigo, cuyo cuello se habia subido, estaba en la ac-<br />

titud de una persona aterida. Luego con leve tiritbn, y cierto<br />

acento que reson6 zalamero en 10s oidos de Garcia contest6:<br />

-Si, per0 Ud. tiene mucha culpa. Podia habernos conse-<br />

guido una estufa siquiera. En este frigorifico el reumatismo nos<br />

va re hacer salir muy pronto en silla de ruedas. Ud. que tanto<br />

amigo tiene allh en la Direccibn, pudo habernos conseguido<br />

alguna de las muchas cosas que necesitamos.<br />

El otro sonrefa afectuoso, demostrando a Mercedes a1 di-<br />

rigirse a ella, una confianza que bien podia ser de amigo o de<br />

amante, pero no de Jefe a subalterno:<br />

-Es que de todits partes llega el mismo clamor. No crea<br />

Ud., mi amiga, que no me preocupo de mis escuelas cuando VOY<br />

a Santiago, per0 la politiqueria, 10s empeiios.. . Vaya Ud. a<br />

saber! Hasta nuestros derechos mhs legitimos a veces son atro-<br />

pellados.<br />

Eablaba en general, sin referirse a ningfm cas0 en particu-<br />

lar, pero Garcfa crey6 entender en aquella G!tima frase, una alu-


62 Luis D U T ~<br />

si6n a 61, por haber sido nombrado sin tener titulo, per0 en ese<br />

momento Mercedes desvi6 la conversaci6n, explicando a Oli-<br />

vares, el porqu6 de la escasa asistencia, en relaci6n con la matri-<br />

cula y que se debfa a la pobreza de las gentes del pueblo, raz6n<br />

que privaba a muchos padres de mandar a sus chicos a la es-<br />

cuela.<br />

-En estos dias tan helados, yo 10s hago correr todas ks<br />

mafianas una media hora para ahuyentar el frio. Otras veces,<br />

yo misme les hago una fogata bajo el galpbn. iPobrecitos, hay<br />

que ver como llegan 10s chiquitos! Da realmente pena.. . &No<br />

es cierto seiior Garcia?<br />

-Asi es-contest6 &te con el tono vago de quien est6<br />

pensando en otra cosa.<br />

-Y Ud., seiior-dijo entonces el Visitador-zingresa recien<br />

a la instrucci6n? No tiene titulo, jno?<br />

-No, sefior, no tengo titulo.<br />

-Eso es lo malo. No lo dig0 por Ud. en especial, per0 10s<br />

normalistas que han hecho sus estudios para cumplir este objeto,<br />

se perjudican con esta situaci6n. AdemSs hay muchos de 10s que<br />

ingresan en esta forma que estarian mejor para alumnos que<br />

para maestros.<br />

-Si, eso es cierto,-interrumpi6 vivamente Mercedes-<br />

per0 esa es gente que no se interesa por su empleo ni le toma<br />

carifio a la ensefianza. En el cas0 del seiior Garcia, yo me hago un<br />

deber en declararle que lo ha tomado con verdadero empeiio,<br />

como Ud. lo podrb apreciar.<br />

-Muy bien, muy bien. . Vamos a ver, vamos a ver.. .<br />

Sonreia con su caracteristico aire bonachbn. En seguida,<br />

adoptando un tono de atenta y grave autoridad, dijo a Garcia:<br />

-2Quiere tener la bondad de seguir su clase?<br />

Y luego con su tono mbs afable a Mercedes:<br />

-Vaya no mbs a atender su sala.<br />

Andr6s que todo el rato habia estado pensando en &to, se<br />

turb6 visiblemente. iQu6 triste era su situacibn! Tal vez incurri-<br />

ria, dominado por sus nervios, en una serie de errores que el se-


Bor Olivares le reprocharia en presencia de ella. Y lo tendria que<br />

soportar. No era posible ponerse frente a quien tenia la autori-<br />

dad. Se le hizo odiosa la presencia de aquel hombre. Un deseo<br />

obscure, desconocido en 61, le subfa con fuerza inusitada esti-<br />

rone6ndole 10s nervios : saltar sobre el Visitador, para estrangu-<br />

1arI0, para abofetearlo, para morderlo rabiosamente. Le moles-<br />

taba, le irritaba que la mirara siquiera. Se le figuraba que le<br />

quitaba algo de ella, que la manchaba con 10s deseos que segura-<br />

mente se ocultaban tras de sus miradas. Estaba piilido, con una<br />

sombra extraiia en el semblante. Mercedes busc6 sus ojos antes<br />

de salir, per0 61 10s desvi6 porfiadamente.<br />

-Hasta luego, jno?<br />

Su voz quedd vibrando dentro de 61, e hizo el milagro de<br />

volverlo a la tranquilidad, a una tranquilidad absoluta. Con to-<br />

da calma se volvi6 hacia 10s niiios para hacer su clase como si no<br />

hubiera nadie presencihdola.<br />

El sefior Olivares, apoyado en la mesa le observaba. A ratos<br />

abrfa su libreta y apuntaba algo, moviendo la cabeaa y haciendo<br />

unos visajes en los cuales sus ojos seguian dando la impresi6n<br />

de estar ausente. La campana, anunciando el t6rmino de las clases<br />

de la maiiana, reson6 de pronto. El seiior Olivares presenci6<br />

hasta el filthno momento la salida de 10s chicos. En seguida pus0<br />

su cartera bajo el brazo, y salud6 a Garcfa con un apret6n de<br />

manos vigoroso.<br />

--Hasta la vista, seiior. En mi pr6xima visita, traer6 a Ud.<br />

las observaciones que me merece su labor. Hay que contraerse<br />

mucho, mi amigo, para que la enseiianza dB 10s frutos necesarios.<br />

AndrBs, como de costumbre, esper6 que


64 Luis Durad<br />

Carcfa no contest6. Estaba trdmulo, 10s labios secos: las<br />

nianos empufiadas. Vi6 como Mercedes subi6 de un salto a1 eo-<br />

che, y tras ella Olivares. En seguida pasaron frente a la ventana.<br />

La joven iba sonriendo, pero no con esa sonrisa que 61 le conocia.<br />

SUS ojos se clavaron con fuerza, tratando de ver hacia el interior<br />

de la escuela. Iba guiando, y muy pronto se perdieron tras la<br />

curva del camino.<br />

En medio de la sala de clases el joven se qued6 indeciso,<br />

extenuado, agobiado. 6us ojos azules estaban brillantes, su ros-<br />

tro moreno se habia encendido y el pelo se le inundaba de trans-<br />

piraci6n. Un tumulto obscuro de pensamientos lo agitaba, un<br />

torbellino de ideas descabclladas, estrafalarias, se retorcia den-<br />

tro de 61. Ahora si que estaba solo, m&s que en sus dias de erran-<br />

cia a la busca de un emples, mas que en sus noches vergonzan-<br />

tes del Garis Soira. Eetaba solo, y sin embargo la tenia adentro<br />

como un aroma adormecedor, luego como un hormigueo doloroso<br />

que se troeaba en afliccih hasta ahogario, quitandole 1% respi-<br />

raci6n, y con unos deseos de salir gritando de dolor, de un dolor<br />

que le punzaba y no sabia donde, si en el coraz6n o en todo el<br />

cuerpo, plies hasta el cabello le doli6 al pasarse la mano sobre 61.<br />

-Me voy--dijo lentamente. P aquellas palabras diehas en<br />

voz alta le exasperaron. DihoQle deseos de tirarse a1 suelo, de<br />

estrellarse la cabeza entre 10s bancos, de romperse la ropa.<br />

iNunca! La palabra despiadada como un suplicio chino, le caia<br />

sobre la sensibilidad como la punta de un cuchillo sobre una fru-<br />

ta madura. iNunca! Ni sus besos ni SUB palabras serian para 61.<br />

Nunca besaria sus manos de seda tibia, nunca sus dedos finos<br />

se enterrarian entre su pelo, mientras sus labios le dijeran: te<br />

amo.<br />

iQu6 le ofrecia el mundo a 10s hombres que, como 61, no<br />

tenian otra cosa que su pobreza? A aquellos que para mayor<br />

desgracia tenfan en la mente un phjaro am1 canthndole, o vo-<br />

lando hasta perderse en las lindes anchas e infinitas de una<br />

ilusi6n? iQu6 se sacaba con amar lo bello, lo grande, lo generoso<br />

de la vida, cuando todo en ella se desenvolvfa a base de egoismo,


de mezquino inter&, que sobrenadaba, por encima de 10s senti-<br />

mientos mhs puros? Una ira sorda le fu6 llenando el pecho. Tam-<br />

bi& ek era asf. h las mujeres que viven apegadas a un ink-<br />

res, a una conveniencia. No se vendia como una prostituta, per0<br />

se vendfa a1 fin a una situacibn, sin consultar para nada el grito<br />

del coraz6n, del alma. icorazbn, alma! Palabras absurdas, ri-<br />

diculas, con un sentido unilateral que quedaban sin ninguna<br />

significaci6n, ante la sensibilidad dormida de 10s seres norma-<br />

les. iCanalla, hiphcrita! Era la hipocresia de la mujer que ni si-<br />

@era tiene el valor de afrontar el desddn, con que se mira a<br />

una cortesana.<br />

-iMe voy! Otra vez lo repiti6 Andr6s Garcia, y no obstan-<br />

te, una dejadez indigena, le retuvo. Sentado ante la mesa, hacia<br />

mil proyectos. Se iria dejando la puerta abierta, para no volver<br />

mhs. Asi le demostraria su desprecio. Aunque no, era mejor de-<br />

mostrar gentileza hasta el tiltimo instante. Se marcharia dejando<br />

todo en orden. Le escribiria unas cumtas palabras, despidi6n-<br />

dose, haei6ndoIe ver lo bello que era recordarla.<br />

-Tiene que ir un Domingo de estos, a vernos a la quinta.<br />

AQuiere?<br />

La voa de ella, se lo dijo despacito, emergiendo de un dia<br />

de ensuefio. JQuiere? Dulce milagro de una palabra, salida de<br />

una boca de mujer, le apacigu6 el hurachn de sus pensamientos<br />

y le hizo razonar optimista. iPobreeita! Ella seguramente hacia<br />

todo aquello obedeciendo a una fuerza mayor, o sencillamentc<br />

por el deber que impone la amistad. Adernhs, estaba acostum-<br />

brada a aquel rincbn, junto a su tia Lucrecia a quien no podia<br />

dejar. ilinda! Era el lindo sol. iC6mo era posible que la hubiera<br />

ofendido con tan crueles pensamientos? Toda la tensa exalta-<br />

ci6n de sus celos se le desdobl6 en una tristeza infinita. Se le-<br />

mt6 de su asiento, y al salir al pasadizo vi6 la puerta de Ia sala<br />

de Mercedes, abierta. Un llamado dulce, suave como palabra de<br />

consuelo lo atrajo hacia allf. Cruz6 la fila de bancos, hasta llegar<br />

a1 rincbn donde estaba el escritorio de ella. Un ram0 de flores<br />

sobre la mesa. Una libreta de apuntes. Tenia una ietra firme,<br />

5


66 Lais Durand<br />

Clara, graciosamente redondeada, con algo de parecido a su<br />

andar, a sus actitudes, alguna de las cuales vi6 reflejarse en loa<br />

rasgos de ella. DetaUes de gastos de fines del mes, horarios, fe-<br />

chas, cartas por escribir. En una hoja decia: Abril 20. Hoy lleg6<br />

el nuevo profesor, se llama Andr6s Garcia.<br />

Todo aquello le fu6 llenando el pecho de dulsura. iQu6 im-<br />

portaba que ella no lo amara, si 61 la adoraba? Alguna ves la<br />

luz intensa de sus ojos, penetraria hasta el rinc6n de sus penas.<br />

Y quih sabe si lentamente irfa naciendo en ella un afecto nuevo,<br />

desconocido. Gratitud, compasi6n. iQui6n podia saber el<br />

hondo misterio que ocultan 10s ojos de una mujer? Por todos 10s<br />

caminos se llegaba a la felicidad. Y ya se iba a marchar, curtndo<br />

advirtid que el abrigo azul de Mercedes, estaba colgado tras del<br />

armario. Lo cogib con ansia, acerchdolo a su rostro, apretgndolo<br />

a su pecho con una ternura de nifio. Cada pedazo de tela, tenia<br />

algo de ella, del olor de su carne, de BUS cabellos, tal vez del mis-<br />

terio fntimo de su cuerpo. Una emocidn duke, le fu6 doblando<br />

sobre aquella prenda para besarla muchas veces, mientras unas<br />

lhgrimas grandes, tranquilaa, le sacaban del pecho aquella lar-<br />

ga y lancinante espina, para dejarle en cambio su triste alegrfa<br />

de querer.<br />

Se fu6 caminando despacito. El cuerpo laxo y 10s nervios<br />

deshechos. En la calle habfa una gran paz aldeana. Algunas ga-<br />

has picoteaban entre la yerba mustia. Un buey, metido en una<br />

acequia, le mir6 SI pasar con sus ojos mansos y asombrados. El<br />

sol en tanto le acariciaba la espalda. Los gallos cantaban la dul-<br />

cedumbre del mediodia y el cielo era tan azul, que a traves de 10s<br />

Brboles pudo ver 10s altos picachos de la cordillera, coronados de<br />

nieve resplandeciente.<br />

En la esquina de la calle que iba hacia la estaci6n: conver-<br />

saba el gordo Fuentes con Torchi. Le saludaron desde lejos con<br />

cariiioso adem&n. Garcia les contest6 en igual forma, agachnndo<br />

en seguida la cabeza. Se le figuraba que llevaba escrito en el<br />

semblante el sentimiento que lo embargaba. Que 10s otros iban


a ver muy claro todo aqueI secret0 de su amor que se le desbor-<br />

dabs por todos 10s poros.<br />

Encontr6 la puertecilla del patio abierta, y por ella penetr6<br />

a1 interior de la casa, saltando a1 corredor frente a su cuarto.<br />

A1 empujar la puerta, no pudo disimular un movimiento de<br />

asombro a1 ver que Elena, tenia EU retrato en las manos y lo con-<br />

teniplaba con expresi6n de arrobamiento. La joven a1 verIo di6<br />

un grito dejhndolo sobre el velador para volverse hacia 61 aver-<br />

gonzada y triste.<br />

-iPor Dios, qu6 wsto me ha dado!-exclamb-. Estaba mi-<br />

rando el nombre de la fotograffa, y no lo podfa entender.<br />

Huy6 rbpida como una sombra que se deshace junto a la pa-<br />

red. Su cuerpo delgado pareci6 doblegarse en un vencimiento total.<br />

Garcfa, en tanto, habfase quedado con 10s braxos colgantes<br />

a lo largo del cuerpo, sin poder a1 punto coordinar sus pensa-<br />

mientos. iQu6 significaba aquello? iEs que Elena estaba enamo-<br />

rnda de d? Record6 sus miradas ardientes, a veces, en el comedor,<br />

su actitud esquiva y temerosa para permanecer con 61 a solas.<br />

Adembs, habfa notado, dltiniamente, en su pieea, un arreglo<br />

especial. Flores, cojines, algunus cuadros. Su misma ropa era<br />

cuidadosamente revisada. Un hada invisible y buena se preocu-<br />

paba de todo.<br />

-jPobre nir?a!-pens6-. jQU6 tremendo seria haber des-<br />

pertado un afecto, en ella, que ya jambs podria corresponder!<br />

Largo rato se qued6 conjeturando, sobre 10s sufrimientos que<br />

Elena podria tener, en sus Ihgrimas ocultas, en su desesperaci6n)<br />

si le amnba con esa pasidn que el sentfa por Mercedes. Y no<br />

obstante, a pesar de su buena voluntad, no pudo sentir ningiln<br />

dolor grande, ninguna compasidn que le preocupara demasiado.<br />

M&s bien fueron sus palabras, las que lamentaron el hecho,<br />

Permaneciendo sus pensamientos rebeldes a aquel dolor que<br />

Presentfa en la joven.<br />

--iQuB estdpida y arrevesada es la vida!-soliloqui6. So-<br />

mos puro egoismo. Vivimos adorbndonos nosotros mismos.<br />

8610 nos hace vibras Io que nos interesa, lo que deseamon.


68 Luis Durand<br />

Despues de almorzar se peinaba junto a la ventana, cuando<br />

vi6 cruzar el cochecillo de Mercedes hacia la estaci6n. Xba con<br />

Olivares. Seguramente a dejarlo a1 tren que pasaba poco despues<br />

del mediodia por Villa Xermosa. Le acometi6 una ira tan tre-<br />

menda, una furia tan stibita, que se estirone6 el pelo, estrellando<br />

la peineta contra la pared.<br />

iCaramba, huena la habfa hwho! iC6mo se engafiaba un<br />

hombre! E!, que la creia digna, delicada, vefa ahora por sus pro-<br />

pios ojos que era poco menos que una.. . La palabra le subia por<br />

10s nervios como un escalofrio y como una onda ardiente des-<br />

pubs.<br />

Irfa a la estacibn, para que eIla se diera cuenta de que 61 la<br />

habia visto, para mnnifestarle su desprecio, su desd6n. Y decidido,<br />

sombrio, con e1 aima en vilo, se dirigi6 hacia all&. Afuera reinaba<br />

una atm6sfera tibia; de 10s jardines venfa un aroma desvaido<br />

y htimedo. A la media cuadra, encontr6 a Tito Jara que Ie salu-<br />

d6 riendo:<br />

-iSaIud ilustre! iA donde march&is?<br />

Una sensacibn innicnsa del ridiculo que estaba haciendo, le<br />

acometi6 en seguida. Di6ronle qana de refr, pero la tristeza le<br />

tafifa adentro un responso de muerk. Aparentando indiferencia,<br />

contest6 :<br />

--Hombre, iba a dejar una carta a1 tren, pero ya no voy a<br />

aIcanzar. Lo hare maiiana. Adem&s me olvidd de poner lo m&s<br />

importante.--Y con ese afkn de 10s enamorados de aparentar lo<br />

quie no hace falta, pues creen que todo el mundo vive para estar<br />

atento n lo que ellos haccn, agreg6:--Estoy lateandome aquf. Voy<br />

a ver si me consigo un traslado. Estos pueblos chicos.. .<br />

Jara le mirb maliciosamente. Trafa ese dia el hablar roman-<br />

cesco y le contest6 con gravedad y sorna:<br />

-No os amilan6is, joven; el mor0 puede ser vencido. Animo<br />

y coraz6n fuerte.<br />

Ambos soltarou la carcajada. Garcfa se daba cuenta de que<br />

no debia tomar en serio aquellas bromas y que por el contrario<br />

una actitud indiferente era la m&s conveniente en su caso. Con-


Mercedes Urizur 69<br />

Versaron despu6s de un paseo campestre que se proyectaba. y<br />

en la puerta del molino se despidieron.<br />

No habfa caminado sin0 unos cuantos metros, cuando sinti6<br />

a su espalda el trote de la Chaquira. Lo conocfa tanto como 10s<br />

pasos de ella; no le cabia duda, era Mercedes que venia. Y no tuvo<br />

necesidad de volverse a comprobarlo porque el coche ya se<br />

habfa detenido a su lado. Mercedes, cariiiosamente, ahora con<br />

esa sonrisa adorable que descubria sus dientes brillantes aneg%ndole<br />

de luz 10s ojos, le hablaba:<br />

-Suba, lo llevo. Ya, venga luego que vamos atrasados.<br />

La mirb 61, esqtiivamente. iAh, como la adoraba! Se hubiera<br />

abrazado a sus piernas para besar el pofvo de sus zapatos. Per0<br />

mir6 su boca, sus mejillas, sus ojos, tal vez el otro 10s habrfa<br />

besado, apenas un momento antes. Sin alzar 10s ojos le repuso:<br />

--Muchas gracias, voy muy bien a pie.<br />

-iOh, no sea porf ado, suba luego!-insisti6 ella.<br />

El con la voz helada, le dijo entonces con acento rrmc:<br />

-Perd6neme, sehora, deseo caminar un poco.<br />

Aquel wefiora, la hirib. Fu6 recalcado con especial entonaci6n.<br />

Nunca la habia llamado asi. Irgui6se altiva y con visible<br />

molestia le dijo:<br />

-iAh, dispbnseme-y encogiendo 10s hombros, dej6 caer<br />

con nerviosa energfa, la huasca sobre las ancas de la Chaquira<br />

que part$ a1 galope.<br />

No sabia si volver o seguir. Ahora una terrible angustia de<br />

que ella se hubiera enojado de veras, le asaltb. iPor qu6 era tan<br />

estbpido? iQu6 derechos podria hacer valer ante ella? Era absurdo,<br />

ridiculo el adoptar semejante actitud.<br />

Lleg6 a la escuela eohibido, maltrecho, con deseos de dormir<br />

largamente. De hundirse en una inconsciencia absoluta. Un<br />

profundo desmayo le desmadejaba el euerpo. Ella, por el contrario,<br />

esa tarde estuvo m&s alegre que nunca. En la clase de<br />

gimnasia jug6 con 10s chicos corn0 si tuviera doce afios. Des-<br />

Pu~s, como si 61 no existiera, subid hasta su sal&, tarareando una<br />

canci6n.


70 Lais Durand<br />

Garcia estaba desconcertado. Le hubiera gustado verla tris-<br />

te, tal vez la hubiera preferido enojada. Un sentimiento empa-<br />

pado en rencor, casi en odio, le subia otra vez por las venas.<br />

-Es una mujer vulgar, estspida,-murmur6 entre dientes.<br />

Per0 vefa sus ojos espresivos en todos 10s rincones. Su ca-<br />

bellera magnifca, su andar gracioso. E1 aroma de su palet6 le<br />

cosquille6 caririosamente como en un suefio. Y no sup0 c6mo sus<br />

labios dijeron:<br />

-jLinda! jOh, como la adoro!<br />

Era un ansia terrible de oirla hablar, de que lo mirara.<br />

Tante6 que 10s chicos estuvieran con sus sombreros listos a la<br />

hora de tocar la campana, a fin de selir hasta el pasadizo antes<br />

de que ella se fuera sin despedirse. Y apenas reson6, di6 la orden<br />

de partida y se fu6 a esperarla junto a la puerta. iQu6 le iba a<br />

decir? iLe pediria excusas? Comenz6 mentalmente a enhebrar<br />

una serie de frases, en las cuales adem&s le haria entrever su<br />

tortura, pero de pronto ella misma, vino a desbaratar todos sus<br />

proycctos:<br />

-Mafiana, hay que hacer las libretas de 10s nifios, seiior<br />

Garcia.<br />

-Muy bien, sefiorita.<br />

-Bueno cntonces, hasta maiiana.<br />

- j Seiiorita Mercedes!<br />

Muy seria, se volvi6 para interrogarlo un tanto seca:<br />

-LQUf5?<br />

Garcia permaneci6 silencioso. Habia olvidado sus bellas<br />

frases y s610 tontas vulgaridades, venian a golpear su mente.<br />

-Este.. . iba a decide, que me encuentro un poco enfermo.. .<br />

-@? $ah! idesde cuhndo? Resfriado seguramente, no se<br />

levante temprano mafiana. Yo me preocupar6 de su sala.<br />

Garcia no respond% nada, pero sus ojos ardieron, dolorosos,<br />

tristcs, humildes. iQu6 necesidad habia a veces de pronunciar<br />

las palabras? Mcrcedes le sonreia ahora como una madre a un<br />

hijo regal6n.<br />

-Le voy a quemar todos esos ljbros tristes que Ud. tiene.<br />

Eso le est& haciendo mucho mal. Hay que pensar, amigo mio,


que la vida suele ser hermosa cuando uno menos lo imagina.<br />

AlCgrese. Hasta mafiana, y que duerma bien.<br />

Andres quedb deslumbrado. Una inmensa ternura le llenaba<br />

el pecho. Una fragancia de jardfn en primavera lo embriagaba.<br />

Hubirra querido alzarla en sus brazos y correr a t,rav&s del campo<br />

Ileviindola, hasta caer rendido, para besarla con un ansia inacabable.


VI11<br />

-Por fin se ha decidido Ud. venir-exclam6 la joven a1<br />

verlo Ilegar. iCu&nto me alegra tenerlo por a&!<br />

Lo esperaba junto a la puerta que daba acceso a1 jardin.<br />

Era una hermosa maiiana de sol de fines de agosto.<br />

-iC6rno ha amanecido Ud.?<br />

Cariiiosa y jovial le sonrefa. Vestfa un traje azul ajustado<br />

a1 cuerpo. Sobre 10s hombros habfase echado un chal de lana.<br />

-iP que tal le pareci6 el camino? Est& bastante retirado<br />

mi ranchito, jno?<br />

-No tanto. Cr6ame que no senti el trayecto.<br />

-$le veras? Yo habla pensado mandar a Pancho esta maiiana<br />

con el cochecito, pero a la tia Quecha, se le ocurri6 ir a<br />

misa, y seguramente se ha pasado a comadrear porque aun no<br />

vuelve. iQuiere que nos vamos a scntar para que descanse?<br />

-Si Ud. lo manda.. . Yo preferirfa pasear un poco. Est6<br />

tan hermosa la mafiana.<br />

-iLinda!-asinti6 ella con entusiasmo. Parece que uno<br />

revive con estos dias. Fijese como viene llegando la primavera.<br />

En efecto, ya algunos manzanos y durazneros se vefan Borccidos.<br />

En la !impia claridad, las ramas se extendian cuajadas<br />

de gores blancas y rosadas, con gracia aha y delicada. Eran<br />

como la sonriea jubilosa, con que la naturalesa sdudaba a1 dia


Mercedes Urizar 73<br />

luminoso. Algunos chincoles saltaban entre las ramas haciendo<br />

caer 10s p6talos sobre la tierra negra y h6meda.<br />

-Que jardh tan bonito tiene Ud.-dijo Andres. Tan<br />

bonito como.. .<br />

Y timido, avergonzado se detuvo, ante la ingenuidad de la<br />

frase que iba a decir. Alcanz6 a columbrar que era aquel un re-<br />

quiebro de huaso sifitico, desprovisto de todas esas vagas suge-<br />

rencias que hacen el encanto de una insinuaci6n. La joven son-<br />

ri6 discretamente como si no hubiera ofdo. Ponihdose la mano<br />

sobre la frente, para mirar la lejanfa le propuso:<br />

-LVamos hasta aquel alto? Se divisa desde alli un paisaje<br />

muy interesante, porgue ahi comienza la selva.<br />

Caminaban por un sender0 estrecho. Altos hlamos, aun<br />

desnudos, alzaban su silueta plomiza, entre las tupidas zarza-<br />

moras en donde un phjaro lanzaba sus silbidos insistentes, que<br />

siempre se oian rnuy cerca, como si fuera tras ellos. Un pequexio<br />

estero cruzaba el camino. Mercedes se adelant6 para coger unas<br />

piedrecitas blancas barnizadas de agua cristalina. Garcfa enton-<br />

ces pudo admirnr la linea frme de sus caderas, y la curva gracio-<br />

sa de sus pantorrilhs, henchdzs 6entro de la bdsnte suavi-<br />

dad de la secla. P cuando el joven iba a ofrecerle su ayuda, ella<br />

Bgil y scgura, ya habia ganado la otra orilla.<br />

--Muchas gracias Garcia. Yo soy como las cabras para sal-<br />

tar. Campesina al fin. Me he criado desde chica en este rinc6n y<br />

siento que formo parte de 61. P a pesar de 10s pesares IO quiero<br />

mucho.<br />

-Si--contest6 Gar&,-se quiere a la tierra donde uno nace,<br />

per0 creo que se mira con mhs ilusidn cuando se est& Iejos de<br />

ella.<br />

-Ciesto. En la distancia todo se nos figura m8s bello, con<br />

cse encanto de lo que no vimos bien y se nos qued6 sin conocer.<br />

Es como en el amor. Yo cuando muchacha tuve un pololo, un<br />

bven muy inteligente. Recuerdo que en una ocasi6n me decfa<br />

en una postal ((que la ausencia agiganta el recuerdo de 10s sere8<br />

queridos, .


74 Luis Durand<br />

-Por supuesto que 61 trataria de acortar esa ausencia-<br />

exclam6 Garcia en son de broma, pero con el deseo de inquirir<br />

algo de su pret6rita intimidad.<br />

Ella, entorn6 10s ojos con leve ensoriaci6n. En seguida re-<br />

plic6 :<br />

-iOh, no! Fu6 de esos pololeos que no reeisten la media do-<br />

cena de cartas por lado. Es que en ese tiempo existk la costum-<br />

bre de mandarse tarjetas postales entre la juventud. Baetaba<br />

que un joven supirra el nombre de una niiia para que le remitiera<br />

una, que, conforme a la costumbre, debia ser contestada. MBs de<br />

alguna vez Ud. tambih lo harfa.<br />

-No, en realidad no me acuerdo.<br />

Maliciosa ella, busc6 la mirada de AndrBs.<br />

-LTambiBn me va a hacer creer que nunca ha tenido un<br />

amor?<br />

Garcia como si le hubieran descubierto un secret0 que no<br />

deseaba revelar, enrojeci6. En realidad, su vida anlorosa habia<br />

sido insignificante, por no decir nula. Record6 que a 10s diecio-<br />

cho aiios se enamor6 de 1% querida de un militar que llegb a su<br />

pueblo. Tenfa aquella mujer, unos grandes ojos nrgros y un mer-<br />

PO muy esbelto. En esa @oca Garcia era empleado de la notaria,<br />

y por las nochcs la veia pasar por la vereda de su casa, oliendo a<br />

perfumes fuertes que lo turbaban. Una vez se atrevid a saludarla<br />

y ella le sonri6 afectuosa. En muchas ocasiones le escribi6 car-<br />

tas encendidas de pasi6n, cartas que lefa 61 mismo en su cama an-<br />

tes de dormirse y que jam& le remiti6. Se ilusionaba con que era<br />

ella quien se las escribfa. Despues el militar la dej6 y entonces<br />

la mujer comenz6 a rrcibir por IAS noches misteriosas visitas en<br />

su pieza. El, a la sombra de un kbol que habia en la esquina, lo<br />

veia todo con inmenso dolor. Muchas veces se acost6 Ilorando,<br />

con deseos de morir o sofiando con redimirla, haci6ndola su es-<br />

posa. Y ahora sonrojado delante de Mercedes, experimentaba la<br />

tristeza de reconocer que habia sido un hombre sin historia amo-<br />

rosa. No obstantp replic6:<br />

-En realidad, creo que a nadie le ha faltado, su gequefiio


amor. Pero eso que uno sueiia no creo que haya sido todavfa<br />

palidad en mi.<br />

No encontraba las palabras. Experimentaha de nuevo la<br />

impotencia de no saber interpretarse a si mismo. Hubiera<br />

&seado decirle algo a la, joven, que lejanamente la hiciera com-<br />

prender c6mo In adoraba, pero nada se le ocurri6. Un afhn tras-<br />

cendental y grave lo enredaba recogi6ndole m&s adentro sus<br />

pensamientos.<br />

Ella dijo entonces, sin darIe ninguna importancia a las pa-<br />

labras :<br />

-Results divertido a veces, recordar 10s tiempos de la ni-<br />

fiez. Se me viane a la memoria un incidente de cuando yo es-<br />

taba en In escuela mixta de Temuco. Habfa en mi clase, un chi-<br />

quill0 rubio, gordito, de carhcter muy apacible a1 cual yo querk<br />

mucho. En esa Bpoca las nifias acostumbraban a llevar a1 cole-<br />

gio, el tejido, una fruta o un pedazo de pan, dentro de una de<br />

esas cajitas donde venia el t6. Era comg una especie de torneo,<br />

en el cud, cada una trataba de llevar una caja m&s linda. Y<br />

un buen dia mi amiguito tambi6n se aparece con una caja enor-<br />

me. Aquello produjo una exploA6n de risas y de gritos entre todas<br />

las chicas que armaron un verdadero eaabndalo, ya Ud. 10s ve<br />

como son. Todas le gritahan iMariquita! en tanto el chico en<br />

silencio ]as miraba muy enojado pugnando por no llorar. Yo,<br />

compadecida de mi amorcito, me acerqu6 a 61 para decirle:<br />

-No seas tonto, ipara qu6 les haces caso? Dame a mi la<br />

caja.<br />

-Y entonces 61, enfurecido, sin tener otra m8s pr6xima con<br />

wien desquitarse, me la estrrll6 en la cabeza. De esta manera<br />

estrepitosa conclug6 mi primer amor.<br />

Y Mercedes, como si de nuevo volviera a ser una chiquilla,<br />

refa alegremente, recordando el suceso.<br />

Una deliciosa intimidad, parecfa haberles unido. Juntos<br />

hron despuhs, recordando muchas incidencias de su vida de<br />

colegiales. Mercedes se entregaba confiada a aquella amistad.<br />

Andres sentia la impresi6n de que la joven ni siquiera habia<br />

75


76 Lais Duuand<br />

reparado en su admiracibn, y que 61 no debia romper aquella<br />

encantadora camaraderfa con una insinuaci6n que 8610 consi-<br />

guiera ofenderla. Una duke ceguera le hacfa mer que no sabrfa<br />

encontrar el camino hasta su coraz6n. Y, no obstante, exporimen-<br />

taba cada vez con mayor apreniio la necesidad de que ella lo<br />

supiera.<br />

Cruzaron el potrero que seguia a las tierras de la quinta,<br />

para caminar despuhs por un sender0 que se retorcfa a1 pie de unas<br />

lomas suaves, en donde un trigal se rizaba con la fresca brisa.<br />

Unos robles viejos, retorcidos, achatados, parecfan imponer su<br />

direccidn a1 camino.<br />

Un largo silencio, les recogi6 en si mismos. Arriba, unas nu-<br />

bes vinjaban lentamente hacia el mar. En tanto ellos iban as-<br />

cendiendo lentamente por la suave gradiente del camino, ha&<br />

llegar a una especie de plazoleta rdstica, donde el viento hacfa<br />

oir su quejumbre entre la oquedad de 10s viejos robles.<br />

Mercedes aspirci con deleite el aire fresco. Con 10s brazos en<br />

alto y las manos cruzadas por encima de la cabeza mir6 el ciclo<br />

que ahora estaba limpio y casi celeste. El palet6 se le habfa ttbier-<br />

to y el viento le ceAia a1 cuerpo la blusa de scda blanca. Los senos<br />

emergieron redondos, finos, tersos, dibujando graciosamente el<br />

puntito inicial, principio y fin de aquella fruta, envuelta en la<br />

tibia fragancia del misterio, y que se ofrecia como una proa de<br />

ensueiio a la duke caricia de la brisa. Andr6s la contemp16 ab-<br />

sorto un largo rato. La mirada de la joven se perdfa en la dis-<br />

tancia, y sus mejillas, florecidas de carmin, tenian la misma en-<br />

cendida seducci6n que sus labios entreabiertos.<br />

-jMire!-exclam6 de pronto-que enormidad de phjaros<br />

vienen all&. Son choroyes, y van a pasar por aquf.<br />

En efecto a1 poco rato se oy6 el griterfo insistente de 10s<br />

phjaros. Un momento proyectd la bandada su sombra tembloro-<br />

sa sobre el pasto. Despubs, se fu6 doblando en un arco, para ir<br />

a posarse entre 10s firboles de una quebrada pr6xima en donde<br />

continuaron chillando bulliciosamente.<br />

-j&u6 comodidad tan grande es poder volar!-exclam6


77<br />

Mercedes riendo. Se puede ir para donde uno quiere. iQu6 lindo<br />

&be verse todo desde arriba!<br />

--Nosotros volamos, dnicamente con la imaginaci6n-dijo<br />

61, intencionadamente. -Eso si, que a veces es una cruel manera<br />

de asomarnos a las cosas bellas.<br />

La joven sonri6 esquiva. Alargando la mano, exclam6:<br />

-2Ye Ud. aquellos montcncitos blancos entre 10s hrboles?<br />

AcBrquese aqui mirsndo derechito, por entre ese roble desgan-<br />

&ado, donde esthn 10s choroyes. LVe ahora?<br />

Un aroma tibio, turbador, surgfa de su cuerpo, como un<br />

efiuvio. Andr6s la mir6 npasionadamente. icon qu6 loca ansiedad<br />

la hubiera estrechado en su pecho, para liundir su boca en<br />

10s labios de ella que parecian esperar la caricia!<br />

-sf, sf veo-dijo cor! la voz tenibha.<br />

-Es el cementerio, explicb Mercedes. Otro dfa que Ud.<br />

venga varnos a ir a conccerlo. Es bien bonito.<br />

Garcia con esa ansia romhntica de 10s enamorados le<br />

dijo:<br />

-Que trkte debe ser morirse, sin tener quien nos vaya a<br />

dejar una fior, siquiere alguna we.<br />

Ella hizo un gesto vagc.<br />

-A nadie le falta eso. iNo sabe Ud. que los muertos son<br />

siempre icuenos? iY qai6n piensa en morirse en este dia!<br />

Garcia tontarnente insisti6 :<br />

-Yo creo que a mi me ialtaria. iQui6n podria acordarse<br />

de mf?<br />

-@ah!-hizo ella con gracioso enfado-qu6 cosas tiene<br />

Ud.! Si eso oeurriera irfa yo a dejarle muchas Bores. --P entre<br />

risueiia y afectuosa agreg6: Supongo que no piensa morirse tan<br />

Pronto.. .<br />

-Quien sabe-dijo 61 melancblicamente-tal vez esa serfa<br />

ahora mi dnica felicidad.<br />

-jPor Dios! JTan aburrido esth a mi lado?<br />

-Por el contrario-. Encendido tartamudcb un momento,<br />

Y por fin sobreponithdose a su timidez, concluyb con la voz


temblona-siento que para mi todo lo bello de la vida est6 cerca<br />

de Ud.<br />

Mercedes lo mir6 en silencio, per0 hubo en su mirada tal<br />

fuerza, tan intenso fliiido, que 61 experiment6 la sensacitin de<br />

haber quedado ciego. Despues, dulcemente, ella dijo :<br />

-i&uiere que nos volvamos?<br />

Una dicha inefable lo turbaba. Mercedes caminaba ahora,<br />

silenciosa, muy ocupada en sacarle con sus ufias rosadas, la cor-<br />

teza a una ramita que cort6 al pasar. De 10s potreros venia un<br />

olor a tierra Iiueva, a pastos verdes, a le5os hundidos en el agua.<br />

Entre el fango de las acequias, 10s pidenes lanzaban el jriu-riu!<br />

sonoro y claro de 10s dias de sol. En una poza que formaba el<br />

canal que cruzaba bajo el puente, unos patos nadaban ceremonio-<br />

sos y erguidos. Las membranas amarillas de sus patas brilla-<br />

ban como lhminas de or0 dentro del agua. Cerca de la casa encon-<br />

traron a la tia Quecha, tomando el sol a1 abrigo de una aka cer-<br />

ca de zarzas. Rfercedes se adelant6 para cogerla pcr la cintura y<br />

volverse con ella a1 encuentro del joven:<br />

--Mi tia Lucrecia. El seiior Garcfa.<br />

La sefiora le mir6 a traves de !os vidrios brillantes de sus<br />

anteojos. Tenia 10s ojos verdes y la frente amplia. El pel0 ondu-<br />

lado !e cal'a en dos bandas relucientes a ambos lados de la ca-<br />

beza. su aspect0 era aristocriitico con una natural fineza de<br />

actitudes que se acentuaban en ella a1 hablar.<br />

--Corn0 tii no estabas-dijo Mercedes-nos fuimos andando<br />

hasta 10s Robles Viejos.<br />

La seiiora ri6, con una risa franca, conEada:<br />

-jNada mhs! Ya no puede ser mSts amable su compafiera<br />

con Ud. Lo hace venir a pie y despues lo oblige a caminar casi el<br />

doble. Es abusar sin ninguna consideraci6n de la amistad.<br />

Mercedes la habfa cogido del brazo, y con el rostro ladeado<br />

sobre el hombro de la seiiora sonreia con expresi6n maliciosa.<br />

Garcia con su tono mhs afable repuso:<br />

-:Oh, no sefiora! Por el contrario ha sido una'excursi6n<br />

muy agradable.


79<br />

Caminando lentarnente siguieron hasta la casa. Dos perros<br />

enormes vinieron jubilosos a1 encuentro de las sefioras. Despues<br />

olfatearon amistosamente a Garcia. Mercades les habl6 entre<br />

cariiiosa y formal:<br />

-Cuidado muchachos con este caballero. Vengan para ac&.<br />

-Estos son nuestros compafieros-comentd doiia Lucrecia,<br />

-son como leones en la noche.<br />

Entraron por la puerta del jardin. Junto a1 sender0 que Io<br />

cruzaba habia un duraznero en flor, cuyos p&talos salpicaban<br />

de manchitas rosadas eI suelo, En la ternblorosa suavidad de<br />

las corolas de algunas rosas phlidas, brillaban gotas de agua.<br />

Doiia Lucrecia se volvi6 a Mercedes para llamar su atencidn:<br />

-Mira que Ifistima. El ventarrdn de anoche, quebr6 10s<br />

brotes m&s lindos del camelio.<br />

Mercedes pe sac6 una hojits de tallo rosado que tenia entre<br />

104 dientes, para responder :<br />

--iNo ves? Yo te dije el otro dfa que era conveniente pro-<br />

tegerlo con un cerquillo de alambre.<br />

En el pasadizo la jaula del canario giraba suspendida del<br />

techo. Hnbian muchos cojines sobre el piso brillante y en las<br />

repisas y mesitas altas, maceteros con hermosisimas hojas trans-<br />

parentes. El sol cntraba de lleno enla salita donde le dejaron un<br />

momento, excuehndose, para ver el a!muerzo. Una mata de car-<br />

dentil, cubierta de Bores, colocada entre la ventana y la cortina,<br />

ponis una nota cordial y lumioosa en el rinc6n.<br />

Garcia ~uspird con tristeza, recordando sus dias de niiio en<br />

su casa, cuando su madre vivia. Tambi6n ella tenia una salita<br />

asi llena de fiores, y de pequeiios cuadros con marc0 de ter-<br />

ciopclo. Se parecia mucho a 6sta. S610 faltaba en ella el enorme<br />

espejo, frente a1 cual 61 iba a contemplarse 10s dias Domingo,<br />

para admirar su gran cuello blanco y tieeo, sobre el palet6, y<br />

Su corbata escocesa de h a seda a cuadros.<br />

En Csta tambib habian muchos retratos. Uno de medio<br />

cuerpo, de un seiior que aparecfa sonriendo, le record6 al del


80 Luis Durand<br />

Papa Le6n XIII, cuyos ojos parecian seguirlo por todos 10s rincones,<br />

cuando 61 entraba a la sala. DespuCs llam6 su atenci6n<br />

un estante giratorio con libros, cuyos titulos fu6 mirando con<br />

rivida curiosidad. Alli estaba Dumas a1 lado de Daudet y de<br />

Loti. Sudermam, Queiroz y Perez Gald6s junto a Carlota Braeme<br />

y Xavier de Montepin. Tambien algunos autores chilenos:<br />

Blest Gana y Liborio Brieba entre 10s del siglo pasado, Fantivhn<br />

Joaquin Ed i.ards, Mariano Latorre y Eduardo Barrios entre 10s<br />

del tiltimo tiempo.<br />

Mercedes entr6 de pronto y vino a sentarse a su lado.<br />

-No se venga a refr de mi bihlioteca, pues. Y luego como si<br />

se excusara anticipadamente de 10s reparos que le pudieran hacer<br />

sobre la calidad de los libros aiiadi6: -Aqui tambi6n hay<br />

muchos de la tia Quecha.<br />

Juntos, sintiendose respirar hurgaron como dos chicos curiosos<br />

en el estante. El pelo de ella, a ratos le cosquillea'na deliciosamente<br />

en el rostro. De pronto Mercedes estirando su mano<br />

fina, en uno de cuyos dcdos brillaba una picdrecita ad, le dijo:<br />

-iConoce Ud. cste libro?<br />

--Amistad amorosa-ley6 Garcia y luego: jQU6 libro tan<br />

hermoso es! jno?<br />

-Si-contest6 la joven, hojeando sobre su falda, sin levantar<br />

la cabesa, un libro lleno de herrnosae laminas en colores.<br />

-Amistad amorosa--repiti6 Garcia, en un scsurro, como si<br />

soiiara o hablara para si mismo. Y 10s dos con el mismo pensamiento<br />

que se les retorcia suavemente en la cabeza C O ~ O una<br />

voluts azul, qucdhronse silenciosos, mir6ndose a hurtadillas,<br />

temerosos de verse en 10s ojos el mismo secreto.<br />

DespuCs del almuerzo hicieron un rato de charla, en 1% galeria<br />

que a esa hora estaba inundada de sol. La conversaci6n languidecia<br />

y Mercedes muy pronto lo convid6 a recorrer las dependencias<br />

de la quinta. A veces le mostraba plantas, a1 parecer<br />

insigniccantes, ponderando su aroma, la belleza de la Aor o la<br />

delicadeaa de su cultivo. .4ndr6s, aparentando gran inter&, escuchabs<br />

sin pestafiear las explicaciones de ella.


-Estas otras no-decia luego-son tambi8n niuy bonitas,<br />

nero son carne de perro; ni aunque Ud. les eche agua caliente se<br />

mumen.<br />

Despu8s inclinada sobre un ctmdro, sus ojos certeros busca-<br />

rOn algo entre las matas, para alzarse en seguida con dos viole-<br />

tas de largo tallo morado.<br />

--D8jeme condecorarlo, le habl6 juguetona y lejananiente<br />

t,ierna, a1 colocarle en el ojal del vest6n, las flores.<br />

En seguida vieron cl gallinero cuidadosamente barrido y<br />

enarenado. Unas gallinas negras de enormes cresta roja y abul-<br />

tados aretes blancos, se amontonaron bulliciosas a picotear un<br />

puiiado de granos que ella les sac6 de una caja. Bajo una casita<br />

de madera, un cerdo dormia plhcidamente su sueiio de personaje<br />

obeso y satisfecho de vivir. Una cantidad de detalles, hieieron<br />

rwordar a Garcia, la easa donde transcurriera su niiiez. Su ma-<br />

dre acostumbraba a matar todos 10s afios, por aquel mismo mes,<br />

un chancho. El dia del sacrificio, todos en la casa, se levantaban<br />

muy temprano. La olleta negra de tres patas, llena de agua,<br />

hervia desde la mafiana. Don Villablanca el matancero, afilaba<br />

sus cuchillos en la piedra de moler. El, rondaba de lejos, inquieto,<br />

con una aflicci6n que no podia dominar. Con que ganas les hu-<br />

biers dicho que no le hicieran nada a1 pobre chanchito que ern<br />

tan manso y bueno y se tendia de costado, cuando 81 le rascft-<br />

ba el vientre, diciendole jcochi-cochi! mientras el adormilado<br />

hacia: iho, ho!<br />

Per0 10s hombres entraban a1 chiquero, y entonces se oian<br />

10s gritos agudos, enfurecidos, rabiosos a1 principio, luego fa-<br />

tigados, suplicantes. Y de siibito un alarido de dolor que tras-<br />

pai;aba todo el kmbito, para muy luego, convertirse en un ron-<br />

quid0 penoso que se iba debilitando poco a poco. Entonces 81,<br />

agobindo por una tremenda aflicci6n, se metis en el iiltimo rin-<br />

c6n y muchas veces lo enconfraron debajo del catre llorando.<br />

Pero mhs tarde cuando 10s chicharrones chisporroteaban en<br />

la olla, y humeaban en el azafate las salchichas calientes, era de<br />

10s primeros en reclamar su parte, y, junto con el sabor de una<br />

c


82 1<br />

Luis Dura&<br />

sopaipilla, terminaban en 61, 10s penosos recuerdos de la tremen-<br />

da y definitiva desgracia del pohre, cochi-cochi.<br />

-ieTup! En qu6 se quedb, pensando amigo mio-dijole<br />

Mercedes tochndole en el brazo. Y graciosa agreg6: --Parece<br />

que andaba muy lejos, jno?<br />

--En realidad-replic6 Garcia prendiendo un cigarrillo<br />

para disimular su turbaci6n. Aunque no tanto, porque siempre<br />

que pienso en la felicidad, estoy cerca de Ud.- Y para aminorar<br />

la intenci6n de la frase abadi6: --Me acordaba de mi casa, de<br />

cuando era nifio.<br />

Ella con afectada gravedad, le pregunt6:<br />

-iYa sabia mentir?<br />

No sup0 quE contestar, porque un turnulto de frases apasio-<br />

nndas le subian a la cabeza.<br />

Tomaron el tE junto a una mesita redonda, en la galeria.<br />

Descendia dulcemente la tarde. LOS gritos de 10s chiquillos de<br />

10s ranchos vecinos que jugaban en el callejhn, se oian con cierto<br />

dejo de melancolia. Una cortina de sombra subia por la pared<br />

empujando a1 phlido sol.<br />

--$or qu6 no tmas algo?-propuso la seiiora Lucracia; y<br />

dirigikndose a Garcia 1~ prrgunt6: -&e giista a Ud. eI<br />

piano?<br />

-Le gusta mucho, -contest6 Mercedes-pero cuando lo<br />

tocan bien.<br />

--Entonces para poder opinar, hay que oirla-dijo Gar-<br />

cia.<br />

La joven no se hizo de rogar. Ahri6 la ventana de la sala<br />

contigua a la galeria, y muy pronto 10s acordes suaves y evoca-<br />

dores de un vals antiguo se hicieron oir. Era una mdsica en la<br />

mal parecia renacer en una perfumada onda de recuerdos aque-<br />

llo de que todo tiempo pasado fu6 mejor. Despu6s con voz lim-<br />

pia y aterciopelada entnn6 una sencilla canci6n cuyos dltimos<br />

versos decian :


i2/lercedes Urizar 83<br />

En tu imagen pensando, adorado,<br />

sorprendibme tan hermoso sueiio<br />

en tu pecho so% duke dueiio<br />

blandamente reclinada estar.. .<br />

Habfa ya anochecido cuando se ddspidib de ellas junto a la<br />

puerta que dabs, SI callej6n. Experiment6 enbnces una infinita<br />

melancolia. Era como si la felicidad residiera alli y a1 alejarse<br />

Lerminara en 61. Tal si ya no la fuera a ver m&s. Hubiera desea-<br />

do quedarse en la casa donde todo se saturaba de su adorable<br />

presencia. Un tren piteb agudamente y luego divis6se entre 10s<br />

hrboles Ia luz fugitiva de las ventanillas. Aquel pitazo fu6 como<br />

una desgarradura dentro de 61. Un rumor sordo y lejsno qued6<br />

vibrando en la noche. Despub, todo lo envolvi6 el silencio. En<br />

10s ranchos, d6bilmente iluminados, 10s perros ladraban medro-<br />

samente.


IX<br />

-Hombre, Lno sahes la gran noticia?<br />

Comenzaba la noche de un apacible dia de 6nes de septiem-<br />

bre. Los trcs amigos lo detuvieron a1 doblar la esquina de la calle<br />

donde estaba la casa de las sefioras Loyola.<br />

-iQu6 noticia?-interrog6 Garcia sin prestarle mayor<br />

inter& a la cosa.<br />

-jPsh! Este Garcia est% en la luna-exclam6 entonces Vi-<br />

cente Galarce.<br />

-iE devera que Don sabes niente?-preguntb a su w z<br />

Torchi con sonrisa incrkdula.<br />

Don Pedro Arriagada le miraha socarrbn, y tras un rato de<br />

silencio exclam6 :<br />

-A mi no me la pega el compafiero Garcia. Seguramente ya<br />

lo ha sabido, pues siendo tan amighs con Jara no es posible que<br />

no le haya contado el asunto.<br />

-$'era que djablos ha pasado, digan de una vez!-repuso<br />

Garcia.- Les doy mi palabra que no s6 una palabra de lo ocurrido<br />

en Villa Hermosa. Vengo ahora de la escuela donde me qued6<br />

escrib5endo algunas cartas. Realmente estoy en la luna como dice<br />

Galarce.<br />

Entonces, Fuentes, como siempre calnioso, ehup6 su ciga-<br />

rrillo, para lanzar en seguida la colilla:


Mercedes Urizur 85<br />

-Una noticia estupenda compafiero. Fijese que esta macans<br />

Tito Jara se las emplum6, por el tren de 7 con la chiquilla<br />

CBspedes.<br />

-iNo diga compafiero! iY con cui2 de ellas?<br />

+Rombre!-eso no se pregunta. Con cual queria que fuese<br />

sin0 con la Norita, pues mi amigo.<br />

-iChupallas! Asi es que el joven Jara, entre broma y broma,<br />

sali6 haciendo la grande. Como estarii el pobre viejo Osores.<br />

Don Pedro Arriagada interrumpi6 vivamente :<br />

-Per0 si 61 no debe saber nada am. Ayer estuvo aqui,<br />

pero se volvi6 en la tarde por el tren Cburrero,.<br />

Alfonso Fuentes solt6 una estrepitosa carcajada:<br />

-Eso se llama ponerse a tono con la realidad-exclam6-<br />

No habria estado hien que se hubiera ido por otro tren. iSe dan<br />

cuenta Uds.? Osores se fu6 ayer por el burrer0 y hoy Tito, se las<br />

ech6 a primera hora por el alecliero, con su prenda. Cada uno<br />

como corresponde. Han cumplido con el protocolo.<br />

-iY no se sabe d6nde han ido a aterrizarl-inquiri6 Garcia.<br />

-Don Ludovino, el Jefe de estacih, dice que Tito Jara<br />

sac6 boleto no m%s que hasta Lautaro, pero yo creo que eso no<br />

ha sido sin0 para despis tar-explic6 Arriagada-. Esos gallos<br />

no van a sacar la cabeza sino hasta Concepci6n o Chilliin, lo<br />

menos.<br />

-Si no van a dar a Santiago-apuntb Galarce.<br />

-No lo creo, dijo Fuentes. A lo mejor se han ido a Lautaro,<br />

como 61 dice. Lo que a 61 le interesa es que cuando 10s encuentren<br />

ya el ahecho, est6 consumado.<br />

---As1 es que a esta hora.. .<br />

-Eros preside su reunibn-concluy6 con afectada grave-<br />

dad Fuentes.<br />

-La suerte del fiato-coment6 Garcia.<br />

--A estas horas-sigui6 Fuentes-todas las sefioras de Villa<br />

Hermosa, deben estar dicidndoles a sus chiquillas. iNo ven lo<br />

que le pas6 a la Nora CBspedes? Eso es para que les sirva de experiencia.<br />

Y las c> estariin envidiando a rabiar a la Nora.


86 Luis Durand<br />

Est0 le puede servir de experiencia a 10s caballeros en estado de<br />

pretender, a Garcia, por ejemplo, y a Pedro, tambi6n.. .<br />

Una risita interminente sacudfa su abultado vientre. Gar-<br />

cia protestb:<br />

--Y a mf ipor qu6? En todo cas0 a don Pedro.<br />

-iHombre!-y a propbsito-exclamb Galarce-. Pasado<br />

maiiana Domingo, cambia argollas el amigo Arriagada. Es ne-<br />

cesario que esta noche nos manifestemos con 61. No todos han de<br />

tener la misma suerte. Maiiana don Juan Osores estarh llorando<br />

su desgracia, mientras don Pedro disfrutarh del cariiio de la Es-<br />

tercita que le estarh cantando .La copa del amor,. iQu6 diablos!<br />

La vida es asf. Bueno, propongo una moderada mota por crheo<br />

para que nos vaqos a comer donde el rey.<br />

-No, no es posible-decia Arriagada, melifluo y sonriente.<br />

Todavia no corresponde. No se molesten Uds. Despu6s habra<br />

tiempo.. .<br />

-En este caso, Pedro no delibera, es el estado llano.<br />

Garcia sonriendo, interrogb curioso :<br />

-iEl estado llano? ,<br />

-Clare hombre. iQu6 no ve que esth llano a casarse? Pedro<br />

ahora se calla y obedece. Vamos a buscar a don Ludovino y a<br />

don Menandro porque somos muy pocos. Aunque esto no tiene<br />

ninguna importancia porque la manifestacibn va a ser en la cas%<br />

de un rey, y este solo hecho, suple todo lo que falta.<br />

La idea encontrb amplia acogida. Don Menandro Saldfas,<br />

y don Ludovino Jerez aceptaron entusiasmados. Eran el Jefe<br />

de la estacibn y el dueiio de la botica, respectivamente. Por el<br />

camino encontraron a Baltasar Peclregal, el valijero que trans-<br />

portaba la correspondencia a las minas de Lol6n. Como tenia<br />

unas chiquillas muy dijes, lo cual era de gran importancia para<br />

despu6s de la comida, por acuerdo unhime fu6 tambi6n pro-<br />

puesto para formar parte de 10s manifestantes. En total, ocho<br />

personas dispuestas a divertirse.<br />

-Hoy ha hecho falta un diario en Villa Hermosa-dijo


Mercedes Urizitr 87<br />

Galarce. Acontecimientos como estos, no deben pasar desaper-<br />

cibidos.<br />

-E'la verd&-replic6 Torchi-ahora questa manifestacione<br />

debe ser conocida.<br />

Llegaron a casa de Jer6nimo Cereceda: *;El Rey, como to-<br />

dos le llamaban en Villa Hermosa, por su apostura arrogante y<br />

su nivea melena. Todo lo hablaba en forma solemne y ampulosa.<br />

En las procesiones era indispensable su presencia para encabe-<br />

zar el anda.<br />

Fuentes y Galarce se encargaron de confeccionar el menti.<br />

En ese momento apareci6 Juvenal Toro, sobrino de un general<br />

que se cubriera de gloria en la guerra del Per6, y que, por tales<br />

antecedentes, se incorporaba en forma brillante a la juventud<br />

de la Villa. Era el jefe de la bodega de 10s Ferrocarriles, y fu6<br />

recibido jubilosamente.<br />

-iAtencidn! Vamos a ver que le parece a la concurrencia.<br />

Entrada: sardinas con pebre de cebolla con cilantro. Segundo:<br />

cazuela de ave con chuchoca y ajicito para que llame trago.<br />

Tercero: longanizas con papas paradas. Cuarto: asado de cor-<br />

dero con ensalada de apio. Postre de pifia y t6 o cafe al gusto del<br />

consumidor.<br />

Galarce gritaba como 10s martilleros en un remate. A1 ter-<br />

minar fu6 saludado con un aplauso cerrado.<br />

-Est& bien, est& muy conveniente-dijo el rey con su voz<br />

Clara y entera. Apoyado en el mesh, esperaba Brdenes erguido<br />

y solemne :<br />

--Mientras tanto digan que les sirvo. La comida se va B<br />

dernorar un poquito.<br />

-iVino, pues, hijo mfo, vino!-exclam6 Toro.<br />

--;C6mo es eso-tron6 Fuentes-a qui& os atraveis a<br />

llamar hijo mfo? Tal impavidez os puede ser fatal joven inex-<br />

perto. Bien es verdad que 61 desde su omnipotencia, no os conce-<br />

der& mayor importancia. Este que veis aquf es el rey de Villa<br />

Hermosa. Lo corond Ruben Darfo, no s6 si,


88<br />

en Ecbatana fu6 una vez<br />

o m8s bien creo que en Bagdad.. .<br />

--Ya pues, cortenlA-apur6 el rey. Mientras mhs embro-<br />

men, mas se dilatarhn en comer. jGuillermina! Dile a Pancho<br />

que vaya a1 gallinero a buscar una de las gallinas grandes. De<br />

las amarillas dile. Que la mate a1 momento. jEes pongo vino?<br />

-Una vainita, jno seria bueno?-propuso timido y sonrien-<br />

te Arriagada-con una media docenita de huevos.<br />

-1rTaces bien Pedro-exclam6 Alfonso. Debes desde luego<br />

comenzar a fortalecerte. En vino tinto-agreg6 dirigidndose a1<br />

rey-el vino tinto es muy reconfortante; es como la leche alba<br />

que da la vaca negra. Pero, jno scrAn muchos huevos?<br />

-Son pocos-afinn6 don Pedro-debe ser por lo menos<br />

uno psr persona.<br />

--Si, para variar-apunt6 Galarce muy formal.<br />

Iiabia en el Animo de todos un manifiesto deseo de alegrar-<br />

se y de intentar chistes, aunque no siempre resultaran. Ponian<br />

la mejor voluntad en celebrarlos. Cereceda, en tanto, molia<br />

az6car para preparar el trago. Arriagada apart6 a Garcia en un<br />

rinc6n :<br />

-Y, iqu6 le parece compaiiero, la barrabasada del ami-<br />

go Jara?<br />

Garcia sonri6 lanzando una bocanada de humo.<br />

-Hombre, no se puede dar una opini6n definitiva, porque<br />

(:I cas0 tiene sus pro y sus contra muy dignos de ser tornados en<br />

consideracihn.<br />

-Claro, tiene sus pro y sus contra de mucha fuerza-repli-<br />

c6 el otro. -Pero, mi aiiiigo, no hay derecho a burlarse de la<br />

gente respetable.<br />

--Es que tampoco hay derecho a obligar a una chiquilla<br />

que comienza a vivir, a casarse con un viejo, pues un matrimonio<br />

a4 tiene por fuersa que resultar un fracaso. El amor es una cosa<br />

inuy bella para segarla en flor a cambio de una conveniencia.<br />

-Cierto, cierto-convino Arriagada-no se puede segar en


.<br />

Mercedes Urizar 89<br />

flor. -Y dando una palmadita en el hombro de Garcia: -Es<br />

muy poeta Ud., mi amigo. Sabe decir bien las cosas. Per0 un gran<br />

golpe para la familia y para el pobre don Juan cuando lo sepa.<br />

Y tras una pausa:<br />

-Yo creo que Jar, es un buen muchacho, y se casarB con<br />

la Nora. iNo le parece?<br />

--Ad lo creo. Lo demh seria una canallada.<br />

La sala se habia llenado de humo. Los concurrentes senta-<br />

dos, parte sobre unos sacos de porotos y otros en una larga ban-<br />

ca arrimada a la pared. El perro negro, de Vicente, estaba muy<br />

preocupado de mirar a1 gato, que, fastidiado de sus embestidas,<br />

concluy6 por subirse arriba de! estante.<br />

La conversaci6n se habia generalizado. Eran ya varias las<br />

corridas de tragos servidas. Arriagada consultaba a ratos a<br />

Garcia sobre su proprisito de casarse.<br />

-LNO le parece que la Estercita Quezada es de lo mejor<br />

de la Villa? Yo la CO~OZCO desde nifiita. Creo que me harB feliz.<br />

Y le dire que ha pensado mucho para darme el si. Por fin lo ha<br />

hecho a conciencia, completamente a conciencia. Aqul no hay<br />

engailo ni inter&, compafiero. iNo lo Cree Ud. asi don AndrBs?<br />

--Ya lo creo-repuso el 6tro distraido-Ud. hace muy bien.<br />

Torchi que estaba sentado en la banca, le contaba a Tor0<br />

en su pintoresca y arrevesada jerga, una excursidn que hiciera<br />

en su viaje, por el barrio negro, a su paso por Dakar, en com-<br />

paiiia de uno de 10s empleados de la nave. Era aquello una he-<br />

diondez tan espantosa, que renunci6 a seguir caminando bajo un<br />

sol de fuego, por entre aquellas cabafias miserables, donde todo<br />

se descomponia y podria. Alli, s610 vi6 perros muertos, detritus<br />

y porquerias.<br />

Toro, con 10s ojos encandilados le decia:<br />

--Me han contado que hay negras muy bonitas. .<br />

-+on diga hombre! Qui: va a haber. Unas negras lo llaman<br />

a Ud. con unos senos que le llegan hasta la rodilla. Todo una<br />

mugre. iCaramba!<br />

Vicente Galarce conversaba por otro lado, con Pedregal y


90. Luis Duramf<br />

don Ludovino, sobre 10s precios de la feria. Aquello era una inde-<br />

cencia. Un verdadero descaro. Vacas que 61 comprara un mes.<br />

antes y mantenidas a buen talaje no habian llegado a1 precio.<br />

-Fu6 un eschndalo-dijo Pedregal-. lusted se acuerds<br />

de aquella vaca frutilla, que le compr6 a don Diaz, la vez pa-<br />

sada? No lleg6 a dos cincuenta. FigGrese.. .<br />

. -No hay m&s que aguantarse-aconsej6 el Jefe. Yo tambi6n<br />

tengo un lote de novillos colorados, que me esthn sacando media<br />

costilla. Y si 10s vendo no sac0 ni el talaje.<br />

-Y d6se a santo-exclam6 el valijero.<br />

Fuentes, ya muy alegre y colorado, le echaba requiebros a;<br />

Guillermina, la hija de Cereceda. Los versos de Pedro Antonio<br />

Gonzhlez le vinieron a1 pelo:<br />

Suelta tu cabellera a1 c6firo de Europa<br />

en torno de tu cuello alabastrino<br />

y dame un beso, y ll6name la copa<br />

que tengo sed de amor y sed de vino.<br />

-Est0 cs-dijo Galarce-no es nada lo que le pide el cuerpo<br />

a este guat6n. Que le den un beso p le llenen la copa. Y en presen-<br />

cia del rey. Es atrevimiento grande.<br />

-Nada me detendrh ni amenguarh mi Animo, caballeros.<br />

No parare hasta llegar a ser el principe consorte.<br />

-Ya va a estar ligerito la comida, para que se est6 calla-<br />

do-dijo Jerbnimo-. La debilidad lo est6 haciendo hablar<br />

mhs de la cuenta.<br />

-iOh, Majestad, no ofendhis a este humilde paje del en-<br />

suefio quc s610 se alimenta en la mirada de !os dukes ojos de<br />

Guillermina .<br />

La conversaci6n adquiria cada vez m&s vivacida,d. Las ban-<br />

dejas se sucedian unas detrtts de otras, y despu6s de la vaina<br />

habfa seguido el (( tinto,, profusamente. Don Menandro, lampi-<br />

50, enjuto, con algo de simiesco en sus gestos y ademanes, sa-<br />

tado sobre un barril vacfo, contaba cuentos colorados a1 valijero


Mercedts Urizav * 91<br />

y a don Pedro, en tanto, ahora don Ludovino se habia enredado<br />

en una furiosa discusih, con Galarce, sosteniendo que un au-<br />

tombvil, no podia en ningGn cas0 competir en velocidad con el<br />

tren.<br />

-ConvBnzase, don Ludovino. Si el tren es un chuzo muy<br />

retieso mientras que el auto tiene muy buena rienda, va por<br />

donde Ud. lo endilgue.<br />

Fuentes con Toro, Garcia y Torchi, cantaban junto al mos-<br />

trador, con la copa en la mano una canci6n en boga que termi-<br />

naba con el siguiente estribillo:<br />

aOlvidame. olvidame, pues tengo cierta ocuFacibn>>.<br />

-iBravo!-gritb Arriagada-viva la alegrial Y digame<br />

Alfonso, iqu6 ocupaci6n seria esa?<br />

-No hagas preguntas indiscretas, Pedro. Un hombre corn@<br />

tii, pr6ximo a contraer waucias., debe respetar 10s secretos de1<br />

amor.<br />

La comida transcurd en un ambiente caldeado por 10s-<br />

brindis repetidos. Se bebib a la salud de 10s futuros esposos.<br />

Tambi6n en honor de 10s fugitivos, quienes, scgh la expresibn.<br />

de Fuentes, en aquellos momentos aapuraban el delicioso n6c-<br />

tar del amor,.<br />

Arriagada agradecib la manifestacih, en emocionadas pa-<br />

labras en las cuales habl6 del amor de JesGs a Magdalena y de la<br />

fe que lo habia hecho esperar a 61, que un dia llegara esa mujer.<br />

a ofrecerle su cbntaro rebosante de amor.<br />

-Protest0 por lo del cbntaro rebosante-interrumpi6, AI-<br />

fonso-. TG, Pedro, debiste decir aa ofrecerme el bttcaro deli-<br />

cioso y pleno de 6sculos fervidos y encendidos de amor,.<br />

-iEs que yo no soy poeta, mi amigo Fuentes, y por em<br />

tengo que buscar mis comparaciones en 10s libros que proclaman<br />

la excelsa fe de Cristo!<br />

-Bueno, bueno, no es para gritar tanto. No olvides que tu<br />

nombre puede inclinarte a negar a1 maestro antes del tercer<br />

canto del gallo.<br />

Eran 10s dfas en que mas cuantas canciones nuevas andabant


92 ' Luis Durand<br />

-en boca de todo cl mundo. Muy pronto a la concurrencia le di6<br />

por cantar. Habia alguntts adaptadas a defender la campafia<br />

de un candidato a diputado que se presentaba por el departn-<br />

mento. Pero Arriagada se opus0 a que se cantara, esa.<br />

-Nada de adaptaciones partidistas, mis amigos. La amistad<br />

drbe prevalecer por encima de todo: lo tinico mhs alts que hay<br />

para mi, es el amor. jViva el amor!<br />

-iBicn Pedro! Hablas como Salom6n en el (\Cantar de 10s<br />

Cantares, lleno de entusiasmo y de generosidad-exclam6<br />

Fuentes, y luego con ztcento grave y dolorido afiadi6: -ofalh<br />

que nunca tengas que hablar con el desencanto que habl6 des-<br />

pu6s en el Eclesiast6s.<br />

-0iga don Fuentes, ;.a Ud. le paso la cuenta?-pregunt6<br />

en ese momento el rey, con digna gravedad.<br />

--No mc parece, le contest6 Cste muy serio. Estimo que en<br />

,el presente cas0 es el iestejado quien debe pagar. Es lo justo.<br />

Ha recibido nuestros homenajes, le hemos dedicado lo mejor<br />

de nuestro espfritu. iQue pague 61, con ese vi1 metal tanta<br />

atencihn!<br />

-iTres rhs por Arriagada!<br />

El aludido sonreia entre malicioso e inquieto. No era broma<br />

pagar todo aquello. Lo menos sesenta pesos, calculaba. El rey<br />

cruzado de brazos muy tranquilo, contemplaba aquella baraiinda.<br />

Galarce y fientes, declararon por fin.<br />

-No se preocupe su majestad. La cuenta se pagarh. Servios<br />

ahora acompafiarnos a beber por Ester y Pedro que muy en bre-<br />

ve constituirhn uno de 10s mhs nobles y hospitalarios hogares de<br />

Villa Hermosa.<br />

HaXan abierto la puerta de la calle. Con el humo de 10s<br />

cigarrillos y el calor producido por 10s tragos, la atm6sfera de la<br />

sala se hizo irrespirable. Una oleada de viento fresco di6 nuevos<br />

brios a 10s cantores. Los versos de c(Olvidame)) y I'J


Mercds Urizar 83<br />

policfa municipal, seguido de sus dos guardianes. Ellos, y e1<br />

cornandante Javier M6ndez que a esa hora ya dormia en su casa,<br />

constitufan toda la fuerza de seguridad de la poblaci6n. Aquel<br />

mrgento estaba reci6n llbgado, y tenia un marcado afh de<br />

dhrselas de .palo grueso, hacjBndose respetar y obedecer a1 pie<br />

de la letra. No era como el pobre Crisanto, su antecesor, a quien<br />

acababan de expulsar del c(Cuerpo>) por ccponerle)) muy seguido<br />

a1 tinto y a la chicha cruda. Era todo una simpatia, cuando completamente<br />

ebrio y eructando ruidosamente decia:<br />

-E1 iinico defecto que tengo, es que soy un roto muy paco<br />

y muy perro tambi6n. iHip! No aguanto pelos en el lomo. El que<br />

tienc que ir preso va no m&s iy no hay tutia!<br />

Pero casi siempre 10s dos guardianes se ocupaban en arrastrarlo<br />

a 61 hasta el cuartel para dormir la borrachera que recomenzabs<br />

a1 otro dia con un ((pihuelo. con harina de maiz.<br />

Su sucesor era muy distinto. Se hacia llamar ((mi primeror<br />

y a1 referirse a 10s dcis guardianes decia


94 Lsis Dura&<br />

'no son horas para estar con gritos. La gente desea dormir y Uds.<br />

.deben obedecerle a la, autoridad.. .<br />

El mozo enfurecido, replic6, saliendo a la calle:<br />

-i@6 autoridad eres t6, paco mugriento, aparecido, in-<br />

truso! 2,Crees que porque nadie te ha hecho un parado, yo tam-<br />

bib te voy a soportar tus atrevimientos? Retirate inmediata-<br />

mente antes de que te haga conocer de mala manera quien es<br />

Vicente Galarce!<br />

El policia refunfun6 entre dientes una. amenaza, avan-<br />

zando hasta la puerta del boliche, para gritar con grueso vo-<br />

zarr6n :<br />

-A ver, que se presente aquf el duefio del negocio. Vamos<br />

-a ver si se vienen a reir de la autoridad. Creen que por que son<br />

futres.. . Tengo encargo de amansar a estos ccempaladitos..<br />

-iSi, no'? Vamos a ver hijo de p.. . si aqui vienes a reirte<br />

de mi.<br />

Acto seguido, Vicente arrojando el ligero poncho hacia el<br />

interior, sali6 a la vereda lanziindose sobre Sobarzo a quien asest6<br />

una bofetada en pleno rostro. Los otros salieron tras 61 para<br />

htervenir a favor de su amigo. Pern, en ese momento, 10s dos<br />

Cguardianes enarbolando sus pequeiios bastones vinieron a ponerse<br />

*de parte del sargento.<br />

Sbbitamente, en el medio de la calle se form6 un verdadero<br />

niido de hombres, que abrazados se abo€eteaban lanzando impre-<br />

4caciones y juramentos. El garrotito de 10s guardianes, sonaba<br />

,seco en la cabeza de 10s manifestantes. Pedregal, don Ludovino<br />

y el boticario, en vista de que la cosa tomaba aquel cariz, se,resbalaron<br />

por entre 10s hrboles de la calleja.<br />

Don Pedro que en medio de la refriega, perdiera el sombrero,<br />

gritaba asustadisimo :<br />

-Calma sefiores, calma. Todos somos caballeros y debemos<br />

respctarnos.<br />

Per0 una hofetada en plena boca, de uno de 10s guardianes,<br />

40 sac6 de quicio. En uni6n de Alfonso se le fu6 encima con tal<br />

Smpetu, que fueron 10s tres a dar a1 suelo. Y alli siguieron dh-


dose bofetadas sin fijarse donde pegaban. La calk estaba coin0<br />

el dia, pues era una noche de luna llena. Cerca de un Brbol,<br />

Vicente boxeaba acad6micamente con el sargento a quien el<br />

Negro en tanto, le tarasconeaba 10s taIones. Torchi por su lado,<br />

hbia reducido en uni6n de Garcia, a1 otro guardiBn que renega-<br />

ba enfurecido.<br />

De pronto, Galarce tencli6 R Sobarzo de una recia bofetada<br />

-y ya se disponia a seguirlo castigando, cuando el otro se par6<br />

de un brinco, huyendo a todo correr hacia su casa que estaba a<br />

corta distancia del lugar del suceso. Don Pedro Arriagada enar-<br />

decido, y dando muestras de un valor inaudito, sali6 tras 8<br />

gritando:<br />

-iPBrate' cobarde: pBrate bribbn!<br />

Per0 el otro sin hacerle caso, lleg6 hasta su casa, cuya puer-<br />

ta abri6 de un vigoroso est,rell6n, para salir casi inmediatamente<br />

'eon un garrote fanthstico, ante el cual Arriagada gir6 sobre sus<br />

$alones, para huir a su vez, dtsesperadamente hacia el grupo de<br />

sus amigos.<br />

La situacibn habia cambiado por completo, y .el sargento<br />

asi lo comprendi6, pues haciendo girar el garrote como una gura-<br />

TipoIa, 10s insultaba ahora a su antojo:<br />

-Peguen ahora, cuadrilleros, sinverguenzas, borrachos,<br />

futres falsificados. Van todos presos.<br />

Todos se miraron consternados. Con un solo garrotazo de<br />

aquellos era mris que suficiente para mandar a1 demonio, a cual-<br />

quiera. Alfonso Fuentes, a manera de general vencido que desea<br />

xendir sus armas con honor, avanz6 timidamente :<br />

-Mire sargento, no se exalte, iremos a1 cuartel siempre que<br />

Ud. nos respete, y nos trate como corresponde.<br />

-No sB nada yo. Van todos a1 cuartel. All& les voy a ense-<br />

fiar a respetar a la autoridad.<br />

Marcharon todos en silencio: uno de 10s guardianes a cada<br />

lado y el Jefe atrBs, con el garrote listo para descargarlo sobre<br />

el que intentara huir. La autoridad en tanto, lanzaba a 10s presoa<br />

mBs repiquetes que un campanario. Al llegar a la avenida de


96 Luis Diirrad<br />

Los Acacios, vieron venir a una persona que se dirigi6 resuelta-<br />

mente hacia el grupo. Era Javier MCndez el comandante que,<br />

avisado por 10s fagitivos, venia a imponerse del incidente. Sa-<br />

lud6 con un ubucnas noches,, severo, y dirigidndose ai sargento<br />

interrog6:<br />

-~$u6 pasa sarqento?<br />

Bastante mal debi6 parecerle a Bste, que su jefe lo tratara<br />

de sargento, olvidando su grado de ccprirnero,, conferido recien-<br />

temente por el alcalde. De mal talante respondi6:<br />

-Lo que pasa es que estos son unos futres abusadores y sin-<br />

verguenzas, que han venido a atropellar a la autoridad.<br />

A la vista del comandante, todos recobraron sus brios,<br />

Vicente que era el miis afectado, habl6 a gritos: '<br />

-0ye Javier, est0 es insoportable. Nunca pas6 antes, que h<br />

gente conocida del pueblo fuera atropellada por la policfa. Y la<br />

culpa de todo la tiene este roto badulaque, que Sanhueza ha<br />

puesto aqui. Todo el mundo sabe que te est& haeiendo la crcania,,<br />

pues desea quedarse en tu puesto.<br />

Estas palabras provocaron un tumulto de voces y gritos,<br />

Estaban frente a1 cuartel y M6ndez dijo:<br />

-Entrernos. No es posible estar dando esciindalos a estas<br />

horas.<br />

En el cuerpo de guardia, MBndez prendi6 una vela, y la<br />

colocb en un candelero de bronce que habia sobre la mesa. Lue-<br />

go sacando un cigarrillo yued6se un rat0 en silencio, y tratando<br />

de aparentar una calma que no sentk hablb pausadamente:<br />

-Ustedes estbn ahora con todo el fastidio del momento.<br />

Mejor es que nos vamos a dormir y maiiana arreglaremos este<br />

asunto en la mejor forma.<br />

-iClaro pues!-bram6 el sargento-que otra cosa se 'podia<br />

esperar, sin0 que Ud. les djera toda la rae6n a estos futres. Si son<br />

de su misma calafia tambiBn.. .<br />

MEndez estupefacto, abri6 tamafios ojos ante la insolente<br />

respuesta de su subordinado. Per0 reaccionando violentamente<br />

orden6 :


ordinados que habfan desconocido su autoridad.<br />

El suceso fu6 cornentado jocosamente en 10s diarios de Te-<br />

muco, en donde se public6 a grandes tfulos haciendo resaltar el<br />

hecho de que el pueblo tomara preso a toda la policia de la loca-<br />

lidad. El alcalde, en vista de la gravedad del incidente, se vi6<br />

en la necesidad de aceptar lae medidas propuestas por MBndez.<br />

E1 que saIi6 beneficiado fu6 Crisanto que logr6 reincorporarse<br />

a su puesto y lucir nuevamente su &forme, como 61 decfa.<br />

L<br />

7


X<br />

Pocos dias despu,& de aquel bullado incidente, se recibi6<br />

en la escuela un largo oficio del Visitador, en el cual expresaba<br />

su impresi6n sobre In visita a ella, y a1 mismo tiempo las obser-<br />

vaciones que le mereciera la actuaci6n del profesor sedor Garcia<br />

en el desempeiio de sus funciones, quien a juicio de Olivares debia<br />

hacer un curso de perfeccionamiento a fin de poder ejercer con ma-<br />

yor eSciencia su magisterio. Por de pronto, era necesario que el se-<br />

iior profesor trabara ccnocimiento con algunosautores que estaban<br />

de moda en esos dias, y adem%s, que la seiiora Directora le guiara<br />

y supervigilara en sus clases, para que 10s alumnos adquirie-<br />

ran 10s conocimientos que 10s programas exigian durante el<br />

aiio escolar. Terminaba diciendo que la Visitacibn tendria muy<br />

presente el prop6sito de trasladarlo a una escuela de mayor im-<br />

portancia donde le fuera m&s fhcil convertirse en Gn verdadeio<br />

maestro.<br />

Aquel oficio produjo en Garcia la m&s penosa impresi6n.<br />

Eran 10s comienzos de septiembre, ymuy pronto 10s niiios sal-<br />

drian a vacaciones, durante Ias wales 61 no tendria trabajo y pens6<br />

aprovechar en ir a Santiago, para hablar con don Casiano, su<br />

amigo diputado. Mas, de pronto, Andr6s record6 que este anda-<br />

ba en el norte, noticia que ley6 en 10s diarios y era la explicacibn<br />

de no haber recibido respuesta a una carts que le dirigiera.<br />

d


I gusta<br />

comeneb a levantarse un vientecillo frio y trasminante que gemia<br />

entre las rendijas y se colaba por 10s vidrios rotos.<br />

-iQud le parece?-dijo Mercedes, tirando sobre La mess<br />

el papel cubierto de letras azules escritas a m&quina.<br />

-Que es una simpatia el seiior Qisitador-repuso Garcia<br />

con aire desabrido y molesto. Lo sensible es que estamos bejo sus<br />

brdenes y obligados a acomodarnos a sus gustos y deseos<br />

mientras estemos en este empleo.<br />

La joven hizo un mohfn entre burI6n y malicioso, y acomo-<br />

dhdose en su silIa, se apret6 a1 cuello las vueltas del abrigo.<br />

Luego encogidndose de hombros contest6 :<br />

--No le d6 mucha importancia a lo que dice Olivares. Tiene<br />

la mania de d&rselas de asabiondo,. A mi me habfa extrafiado<br />

que no hubiera ernpezado antes con sus recomendaciones. Le<br />

que lo encuentren rnuy culto e inteligente y le lleven el<br />

am& en todo lo que dice. Pero, en el fondo es muy buena per-<br />

sona, incapaz de hacerle un mal a nadie.<br />

-Sf, en realidad la cosa no es para darle tanta importancia-<br />

replie6 Garcfa.-Lo hico malo seria que me hiciera salir de aquf,<br />

porque ahora yo no deseo irme, por ningGn motivo.<br />

Mercedes con el codo apoyado sobre la mesa, hacia girar<br />

con la punta del dedo el globo del mapamundi. Una sombra de<br />

tistem vagaba en su rostro. No contest6 a1 momento las palabras<br />

de Garcia, y sus phrpados ocultaron obstinadamente !a luz de<br />

BUS pupilas. Afuera 10s nifios en el patio cantaban:


100 Lziis Dwand<br />

Le pondremos la toea piano<br />

mandan dirun dirun dhn.. .<br />

En realidad, no habfa un motivo real para estar triste, y no<br />

obstante aquel papel lleno de frases muy peinadas, se les figur6<br />

que era como un mensajero hip6erita que en el fondo ocultaba<br />

una mala intencibn. Garcia, de pie a1 otro lado de la mesa, se<br />

empeiiaba en entender un problema de aritm6tica escrito en<br />

un papel, per0 su pensamiento dominando fhcilmente a su volun-<br />

tad, lo llevaba a recordar el dfa cuando llegb a1 colegio y desed<br />

irse, deseo que 10s bellos ojos de Mercedes le quitaron casi in-<br />

mediatamente. Y alli estaba frente a 61, mirhndole otra vez con<br />

esa duke expresidn de sus ojos de 10s que surgfa una luz recbn-<br />

dita e intensa que le hizo experimentar la impresibn de que ella<br />

le amaba, que le entregaba su espiritu en esa mirada. Y 10s ojos<br />

de Garcia se detuvieron lentamente, sobre 10s de ella para darle<br />

las gracias por esa merced, por esa ventura que le infundfa en<br />

aquel momento de inquietud.<br />

-No, eso no-dijo a1 fin con repentina energfa,- Olivares<br />

no harh eso y si tal ocurriera, yo le dire que no quiero que Ud.<br />

se vaya.. .<br />

Lo dijo tratando de aparentar indiferencia, de no darle impor-<br />

tancia a sus palabras, y sin embargo un vivo rubor le encendib<br />

las mejillas. Garcia tartamudeando se inclinb para darle las gra-<br />

cias, y entonces? ella ahora, con esa franqueza que le era carac-<br />

terfstica, le dijo:<br />

-No me agradezca nada, amigo mfo. Hago 6nicamente lo<br />

que Ud.: corresponder a su estimacibn. iNo es asf?<br />

Sabia empapar sus palabras en una velada ternura, que le<br />

tocaba el corazbn como un efluvio lejano. Otra vez, el dia, se ha-<br />

bia vuelto a nublar. Sobre las hojas del nfspero saltnban algunos<br />

chincoles. Una arafiita negra se balanceaba colgando de su tela,<br />

como si tratara de reintegrarse a su vivienda, ubicada en el An-<br />

gulo del marc0 de la, ventana. Las voces de 10s nifios adquirjan


Mmcedes U~iznr 101<br />

un acento extrafio y lejano, como si el vientecillo Aspero Ias sa-<br />

turara de tristeza.<br />

-Hate frio-dijo la joven-parece que va a Ilover.<br />

-Si,-dijo Garcia, soiiando con ella. Y como si de pronto<br />

volviera a la realidad, le pregunt6: -jUd. tiene frfo?<br />

Despu6s de la clase y antes de que la joven se marchara,<br />

conversaron brevemente en la vereda. La tempestad se avecina-<br />

ba. *Nubes gruesas, henchidas, se avecinaban, amontonhndose<br />

en el cielo. En las charcas prbximas 10s sapos lanzaban su croar<br />

methlico e insistente. Las ramas de 10s acacios se abatfan produ-<br />

ciendo un rumor hondo y doliente, que pareclan devolver las<br />

alamedas distantes. De un potrero cercano lleg6 el rebuzno silban-<br />

te y desapacible de un burro. Mercedes sentada en el cocheci-<br />

110, trataba de arreglarse eI pelo que le agitaba el viento.<br />

-Me voy Garcia. Y Ud. tambi6n vhyase luego, para que<br />

no se moje; ihasta mafiana! Mire, no est6 triste. No olvide que des-<br />

< pu6s de un dia de temporal luce el sol. Y por lo demhs, nosotros<br />

hemos estado preocuphndonos de algo sin importancia. iQu6<br />

duerma bien! jno? iHasta mafiana!<br />

-Muchas gracias-repuso 61-iHasta mafiana, senorita!<br />

La mano de Mercedes se alzb entonces en sefial de despedida<br />

mientras con la otra agiib las riendas, animando a la bestia que<br />

parti6 a1 trote largo.<br />

And& se quedd un instante de pie sobre la vereda, en acti-<br />

tud indecisa. Sentia adentro un tumulto de sentimientos contra-<br />

dictorios; alegria, tristeza, inquietud. Como le ocurria siempre<br />

que ella se iba, experimentaba un impulso de partir tras el CO-<br />

checito empujado por el deseo de hacer algo descabellado. Saltar<br />

sobre el pescante, y quitarle las riendas para, en seguida, cubrirla<br />

con sus besos. Para aplacar 10s nervios, caminaba entonces algu-<br />

nas cuadras, hasta que un desgano enorme le aflojaba las piernas,<br />

que una laxitud le desmadejaba el cuerpo por completo. Enton-<br />

ces volvia lentamente sobre sus pasos, pensando en mil cosas<br />

disparatadas. Sacarse la loterfa, heredar a un millonario o tener<br />

dinero, mucho dinero que no sabia de donde le Uegaria. Via-


jar, Ilevhndola a ella, en camarotes de Iujo, cruzando el oda-<br />

no en grandes transatlhnticos donde todas las gentes serian<br />

desconacidas para ellos. Comprar despu6s una finca, en alglin<br />

pais de Europa donde nacerfan a una vida nueva, de amor, de<br />

dicba inacabable. Pero, muy pronto la realidad lo sacaba de aque-<br />

llae fantasias pueriles, a1 encontrawe frente a la escuela y re-<br />

cardar sus S 200 mensuales. Le daban entonces deseos de gritar<br />

de pena, sintiendo un dolor sin remedio. Era en van0 luchar:<br />

aquella mujer no seria jamhs de 61. Todo 10s separaba: su estado<br />

civil en primer termino y, luego su tremenda pobreza. Aunque<br />

ella lo quisiera, iera tan adorablemente buena! no teoia derecho<br />

a hacerla mhs desgraciada de lo que ya habfa sido. Debia aban-<br />

donar noblemente toda intencidn amorosa. Si, era mejor irse,<br />

olvidar. 0 bien casarse con una Iugarefia presumida como la<br />

mayor de las Quezada o estdpida y adinerada como la hija de<br />

don Zen6n Miranda, duefio de uno de 10s fundos mhs valiosos de<br />

la regihn, ofrendiindole asi toda una vida de sufrimientas en ho-<br />

menaje a aquel inmenso amor.<br />

Entraba a la escuela y alli se dedicaba a escribirle cartas<br />

apasionadas, dolorosas, en las cuales daba rienda suelta a su fan-<br />

tasia, o vertia tada la inquietud sentimental que le dominaba.<br />

A veces se despedia de ella para siempre. Decidido, con el sem-<br />

blante grave y la faz desencajada iba a dejarlas en el cajdn del<br />

escritorio de Mercedes. Lo hacia como en un ritual, pausada,<br />

solernne, respetuosamente. Despu6s se marchaba y cuando aun<br />

no habia caminado dos cuadras, regresaba, apresurado, temeroso,<br />

presintiendo las coeas mhs absurdas. Sacaba entonces la carta<br />

no sin antes rnirar muchas veces el cajdn por si se habfa quedado<br />

a?gnna carilla, u otra carta que le escribiera y en ese momento<br />

no recordaba. Entonces las leia de nuevo, lentamente, deslumbrhn-<br />

dose 61 mismo con su literatura. iQU6 Ihstima que ella no leyera<br />

eso taa bermoso! Seguramente a1 saberlo tan inmensamente des-<br />

gsaciado, lo querria por encima de cualquier consideracibn.<br />

Un tanto calmado, tornaba a pisar tierra firm?, conformhn-<br />

dose sf, con seguirla amando. Pobre, triste, solitario. Era la an-


torcha que iluminsbs su sendero, la flor que ponfa un aroma de<br />

ilusi6n en su vida. iQu6 m8s podia esperar?<br />

-No, nunca me podr6 alejar de su lado-deciase entonces<br />

convencido-me morir6 de hambre si es precis0 junto a ells. Y<br />

esa tarde, como le ocurrfa siempre, tras de sentir una terrible<br />

tempestad dentro de su alma, se encamin6 a la pensi6n de Ias<br />

sefioras Loyola. Todo ese tiempo habh vivido tan abstrafdo en<br />

su amor, que casi no se daba cuenta de lo qup ocurria en Ia casa.<br />

Lleg6 a tiempo que un fuerte chaparr6n se descolgaba sobre 10s<br />

techos haciendo resonar las calaminas, para caer, en seguida, en<br />

delgados chorritos sobre la veredn donde formaba una pequefia<br />

canaI arenosa.<br />

Reinaba a esa hora un gran silencio. El viento agitaba 10s<br />

kboles del patio, cuyas hojas barnizaba de un verde mSLs claro<br />

el agua de la Iluvia. Largo rat0 estuvo mirando llover a travBs<br />

de 10s cristales. La calleja vefase desierta y las sombras de un crep~sculo<br />

invernal invndfan todo el hmbito. De pronto oy6 que alguien<br />

tocaba despacito en su puerta. Rdpidamente fu6 a abrir.<br />

Era la sefiora Teresa que le sonri6 a1 saludarlo:<br />

-iQu6 hay, seiiora Teresa?<br />

-Veda a rogarle nos facilitara alguna aspirina si es que<br />

Ud. tiene. Con este aguacero no me atrcvo a ir a la botica.<br />

-iCbmo no seiiora! iSe siente mal?<br />

-No, a Dios gracias. Es para Elena que est& otra vez en<br />

cama. La pobre volvi6 otra vez a cam hoy como un pollo. Qamos<br />

a tener que Ilevarla donde el medico apenns pueda levantarse<br />

Y est6 el tiempo mejor.<br />

-Vaya sefiora. iCuhnto lo siento! LQuiere que la vaya a ver?<br />

Sonri6 afectuosa la sefiora con gesto de aquiescencia.<br />

La tarde cerraba rhpidamente y la lluvia habia mojado las<br />

maderas del corredor interior. Una tristeea infinita lo llenaba<br />

todo. El dormitorio de Elena estaba debilmente alumbrado, por<br />

una pequefia Ihmpara, cuya pantalla tenia un papel verde encima.<br />

El cuerpo de la joven apenas se advertia bajo lap ropus.<br />

De espaldas en el lecho y en la indecisa Ius, su rostra tenia algo


d 04<br />

Luis Duvand<br />

de irreal, como si se desdibujara dentro del marco obscuro de su<br />

cabellera.<br />

Garcia se acerc6 despacito, hasta el lecho de la enferma.<br />

La joven abri6 10s ojos para fijarlos con Ihnguida expresibn sobre<br />

61. Un instante una luz extrafia 10s agrandb en un destello vivo<br />

y luminoso, que luego se apag6 tornandose en un suave resplandor<br />

afiebrado.<br />

-&u6 hay Elenita, no se siente bien?<br />

Elena bajB 10s ojos y su rostro adquiri6 una suave belleza,<br />

duke y rendida. Su nariz se afinaba delicadamente sin afearla, y<br />

10s labios sonrosados se dibujaron tenuemente en la difusa luz<br />

que le comunicaba un halo de ensoiiaci6n.<br />

-Hay que cuidarse-prosigui6 Garcia, sin que se le ocurriera<br />

otra cosa que deckle, per0 dando a su voz la mas cariiiosa<br />

entonacibn. -Est0 pasara muy luego.<br />

a La joven permaneci6 en silencio. El mozo se sent6 junto a1<br />

kcho con el animo de distraerla con alguna frase amable, tratando<br />

de poner en ello su mayor sinceridad. Aquella casa habla sido<br />

un verdadero hogar para 61, durante su permaneocia en Villa<br />

Hermosa. Era deudor de atenciones y afecto a esa gente. Estaba<br />

obligado a corresponder en la misma forma, y, no obstante, su<br />

pensamiento se alejaba presuroso hacia la otra, hacia la mujer<br />

cuya juventud plena de gracia y de salud le llamaba con su sonrisa<br />

de chiquilla regalona. Era indtil intento encadenar su pensamiento<br />

allf junto al lecho de la enferma. Cruzaba velos el callej6n<br />

para ir a rendir su homenaje a la adorada. iMercedes!<br />

iQu6 lido era siempre el nombre de una mujer querida!<br />

Se ohidaba por completo de esta niiia enferma que yacia<br />

en el lecho, cerca de 61, cuyas actitudes le demostraron en miis<br />

de una ocasibn, un silencioso amor hacia su persona. Veialo todo<br />

corn0 en un suefio que ocupaba s610 a ratos su mente, como si<br />

surgiera desde un fondo verdoso y destefiiido.<br />

Afuera el agua caia con violencia y el viento hacia crujir<br />

las calaminas del techo colandose en la casa con un gemido largo<br />

y hondo.


jQu6 harfa Mercedes, all& en su quinta? Tal vez estaria<br />

asustada sintiendo el rumor poderoso de la tormenta y quien sabe<br />

si pensando a ratos en 61.<br />

El maullido plaiiidero del gat0 le volvi6 a la realidad. Estaba<br />

a sus pies en actitud de saltar sobre sus rodillas, como tenia<br />

costumbre. Elena, entonces despegd 10s labios para decirle en un<br />

susurro :<br />

-Echelo afuera para que no lo moleste.<br />

Eabl6 como venciendo una fatiga suprema. Garcia le repuso<br />

sonriendo.<br />

-No, dejelo no m&s, es muy bueno este rucio.<br />

Lo habia cogido sobre las rodillas, donde el cccucho~ ronroneaba<br />

satisfecho, mirhndole a ratos con sus ojos enigm%%icos,<br />

en tanto Garcia, se habla quedado contemplando una imagen de<br />

Cristo, que colgaba en la pared sobre la cabecera. Tenia aquel<br />

Cristo un rostro casi femenino, unos ojos suaves y timidos. Con<br />

su mano fina y delicada como la de una mujer, mostraba su coraz6n.<br />

Mis abajo, se lefan unas bellas palabras:<br />


La joven lloraba en silencio, conteniendo !os sollosos. Un<br />

inetante acerc6 a su rostro la mano de Garcia, para apretarla,<br />

con la suya ardiente, rechashndols en seguida. Luego con la faz<br />

escondida en la almohada, le implor6:<br />

-iVAyase, vhyase, por favor, iquiere?<br />

Trat6 61 de decirle alguna palabra carir?osa, pero ante el<br />

apremiante pedido de ella opt6 por retirarse. Afuesa, en el co-<br />

rredor que azotaba la lluvia, permaneci6 un largo rat0 fumando<br />

con el pensamiento hundido en confusas cavilaciones.<br />

iPobre chiquilla! Asf era de contradictoria la vida. A ella<br />

que era libre y seguramente con muchas condiciones para hacerlo<br />

feliz, 61 no podia retornarle su afecto. iImposible! Era todo de la<br />

otra, de Mercedes. Y alli, frente a la noche, su recuerdo surgi6<br />

claro, vibrante, triunfador dentro de 6!. Sus ojos tenian un bar-<br />

niz brillante de seduccihn, de hechicerfa. Su boca encendida,<br />

hfimeda, fresca, duke.. . iQU6 fuerza de vida se desprendfa de<br />

toda su persona! Elena se le desvanecia como se desvanece una<br />

voluta de humo en una tarde dorada y fragante.


SI<br />

Las sombras se fueron apretando riipidamente sobre el cam-<br />

po, donde ya se percibia el latido de la tempestad. El viento ba-<br />

rria las hojas del callejbn que se enredaban en el pasto o forma-<br />

ban peqiuefios remolinos, confundidas con el polvo del camino.<br />

La 1uz se hizo m&s indecisa en tanio el rumor de la ventiscn se<br />

torn6 m$s arnenazador. Un espeso cortinaje de nubes cerraba el<br />

horiaonte. Critos lejanos, can0 voces de angustia, venfan de 10s<br />

potreros donde 10s capataces rodesban el ganado mugidor. Como<br />

golpecitos en el hierro frio las ranas salpicsban el estruendo de<br />

aquek amenazadora sinfonia que era el preludio de IS tempes-<br />

tad.<br />

Una inmeosa tristeea se abatia sobre el campo. Lejos, en la<br />

curva de Molco, las ruedas de un tren de carga tuvieron un<br />

chirriar desapacible. Poco despuhs, la locomotora lanz6 un<br />

alarido I-QIICO y luego algunos pitazos, breves y agudos corn0<br />

lamentos de alguien que fuera huyendo. Desde las ramas m&s<br />

altas de unos robles viejos, volaron unos tiuques con desganado<br />

aleteo, chillando quejumbrosos. La Chaquira iba al trote largo,<br />

estironeanclo las riendas con tales brios que Mercedes se veia<br />

obligada a llevar las riendas frmes, casi tensas, chistiindola a cada<br />

instante.<br />

Una desazbn casi angustiosa, agitaba el iinimo de la joven.


108 Luis Durand<br />

Hubiera deseado que el camino fuera mucho mSs largo, para fa-<br />

tigarse un poco y aquietar sus nervios por el cansancio. Y sin<br />

darse cuenta, fustigaba a1 animal, que de pronto, parti6 a1 galo-<br />

pe, si6ndolc precis0 sujetarlo empleando todas sus fuerzas. Prb-<br />

ximo a la quinta encontr6 a Francisco, el m0z0 que iba a dejarle<br />

la capa de agua que le mandaba la sefiora Lucrecia, temerosa de<br />

que la lluvia la sorprendiera en el camino. Mas ella, sin detenerse<br />

la rechazb a tiempo de gritarle:<br />

-iVu6fveB Pancho para que largues la yegua!<br />

Ya 10s primeros goterones, comenzaban a humedecer el<br />

anca de la Chaquira. Un trueno retumbb lejanamente, y la Ila-<br />

mita azul verdosa de un relhmpago alumbr6 fugazmente las<br />

puntas de 10s Slamos.<br />

-Va a llover que es vicio, patroncita-le grit6 Pancho<br />

galopando junto a1 coche-el tiempo se ha preparado como para<br />

Uover una semana.<br />

Como un promontorio de tierra ondulante y moviblc, un<br />

pifio de ovejas avanzaban por el camino, apretujadas, alleghndose<br />

a1 cerco. La esquila de la oveja madrina tenia un tintineo de<br />

crista1 roto. A1 cruzarse con el coche, el ganado se atropell6<br />

balando desesperadamente. Voces roncas y temblorosas se con-<br />

fundlan con otras trbmulas y chillonas. Gaia ya el agua a torrentes,<br />

cuando Mercedes detuvo a su bestia junto a1 galpbn.<br />

En la salita de la costura, la esperaba tejiendo, dofia Lu-<br />

crecia que, a1 sentir 10s hgiles pasos de la joven se asom6 a la<br />

puerta del pasadizo para interrogarla:<br />

-&uB hay, te mojastes mucho?<br />

-No, nada,-respondi6 Mercedes arreglkndose el pel0 que<br />

le caia sobre la frente-comenz6 a llover ahora no mSs.<br />

-iElisa-gritb la seiiora-trSele el t6 a Mercedes! Que<br />

venga bien caliente.<br />

Afuera, en tanto aullaba la ternpestad. La ventisca hacfa<br />

crujir las maderas con un leve rumor de cristales. En el corredor,<br />

10s grandes perros ulularon Iargamente, lanzando despu6s la-<br />

dridos arnenazadores. A ratos, cuando la fuerza del viento de-


Mevcedes Urizar 109<br />

crecfa, oiase el chapotear de algunos caballos a1 pasar galopando<br />

por el camino. Mercedes se sent6 en un sill6n de mimbre que acerc6<br />

8 la mesita donde la muchacha acababa de servirle el t6.<br />

-LTraes hambre?<br />

La joven arrug6 ligeramente el entrecejo, con gesto negativo.<br />

Luego alcanzando su bolsa de tejer, extrajo de ella una carta<br />

que desdobl6 sin apresurarse. A medida que se iba imponiendo de<br />

su cktenido se le iba arrugando la frente mientras sus labios<br />

se estiraban en un mohfn de digusto.<br />

-AQui6n te escribib?<br />

-iQue gran tontera!-repuso-. Es una carta de Olivares,<br />

en la cual me dice que se va a llevar a Garcia, para mandarme<br />

a una sedorita en su reemplazo. Y de est0 tienes tfi la culpa, por<br />

haberle manifestado tus recelos cuando .este joven llegb, y tambi6n<br />

la tengo yo, pues nunca le dije que no tomara en cuenta tu<br />

petici6n. iQu6 tontera!-repit%-. Otra vez tener que comenzar<br />

a congeniar con una persona que no se conoce.<br />

En su voz se transparentaba el desagrado que aquella noticia<br />

le causara. Con el codo apoyado en la mesita y la carta en<br />

la mano, habiase quedado silenciosa. De pronto la sefiora dijo:<br />

-iMejor nib! Cierto que Garcia es una excelente persona,<br />

per0 ya tfi sabes como son en 10s pueblos chicos. Luego comenzarh<br />

10s pelambres y las habladurfas.. . Te dire que yo he pensad0<br />

muchas veces en eso. Alegrate. iY a d6nde lo trasladan?<br />

Mercedes mir6 el papel levantandolo a la altura de su ros-<br />

tro para ocultar la emoci6n que la embargaba. Luego con voz<br />

insegura contestb:<br />

-A Temuco.<br />

-iAh! Muy bien queda ahi. En este pueblo debe aburrirse<br />

bastante, el pob>e.<br />

Mercedes se habia levantado despu6s de empinarse de un<br />

trago la taza de t 6, sin tocar el pan. Un nudo de angustia le apre-<br />

taba la garganta. Una gran tristeza llenaba su espiritu. En su<br />

pima, sentada a1 borde de la cama, volvi6 a leer a la luz de la pe-<br />

quefia liimpara aquellas palabras que tanto la hicieran sufrir.


I10 Luis Durand<br />

*Me imagino que Ud. estarB muy contenta cuando sepa<br />

esta noticia-le decia Olivares-pues en esta forma desaparecera<br />

la inquietud que la Quecha y Ud. me manifestaron cuando lleg6<br />

este mozo. Por otra parte, estimo m8s conveniente y correct0<br />

que su ayudante sea una seiiorita. AI joven Garcia no se le hace<br />

nindn mal con esto; pues ir& a Temuco, donde tendrii mb po-<br />

' sibilidades para su carrera. Sin embargo, no es conveniente po-<br />

nerlo en ant,ecedentes hasta que no llegue el decreto de la Di-<br />

recci6n General,,.<br />

Abrumada, se enderead para arrebozarse en un dial de lana.<br />

Sentia frio y luego una sensaci6n de ahogo y de calor que le su-<br />

bfa a la caheza. Se acerc6 a la ventana para apoyar Ia frente<br />

sobre el eristal, en donde el agua de la lluvia se escurria en lar-<br />

gas 18grimas. A traves de la noche, veia 10s ojos de Garcia con-<br />

fiados y siempre hurnildes para mirarla. iPobre! Como se adver-<br />

tia en todm sus actitudes el inmenso carifio que senth por ella,<br />

que ahora era la culpable de lo ocurrido. $or qu.6 no impidi6<br />

a dofia Imxecia que insinuara a Clivares el alejamiento de Gar-<br />

cia? Ni ella misma lo sabia. Rien es cierto, que aquello no la<br />

preocup6, pues Olivares era niuy dejado para cumplir sus encar-<br />

$os. Y la verdad era que, aparte de sus dudas drl primer niomento,<br />

jamas tuvo temor de que Garcia no iba a ser a su lado el compa-<br />

niero leal, que se ofreciera, en su conversaci6n del d h de su Ile-<br />

gada a la escuela. Era una curiosa jugarreta. de su destino, el ser<br />

ella quien faltara a la lealtad ofrecida, cuando su cornzbn le<br />

estaba diciendo que ese era el hombre que sus suef,os de mujer<br />

la hicieran presentir. Ahi estabs, era cierto, tfmido, apoeado,<br />

tal vez demasiado sofhdar y romhtico, pero todo coraz6n para<br />

quererla como ella anhelaba ser amada. P era ella, ella misma,<br />

quien lo lanzsba de su lado. Ella, que necesitaha del calor de su<br />

afecto, como un rosa1, la Iuz, para fiorecrer, o como el agua para<br />

ser transparente. Y, no obstante, su nialhsdado destino la po-<br />

nia, por su propia culpa, en aquel trance.<br />

iQu6 hacer? Nerviosamente ley6 varias veces la carta de<br />

Olivares sin eneontrar la soluci6n a1 problema. Sin iinimos para


111<br />

desveetirse, habiase reclinado sobre las almohadas y alli comenzb<br />

a adormecerse agobiada por una congoja infinita. iAh, la vida!<br />

Siempre era una contradiccibn, siempre estaha ofreciendo lo que<br />

no se deseaba. La felicidad no era m&s que un miraje absurdo.<br />

De pronto el hielo de sus propias lagrimas la hizo reaccionar<br />

bruscnmente. 2.Y si le contara todo a Olivares? Era cierto que<br />

habfa en 61 un funcionario honesto que por encima de cualquier<br />

consideracih cumpliria eon su deber, per0 tambi6n tenia co-<br />

razbn. En el fondo era un hombre bondadoso y tierno. Le contn-<br />

ria su intima tragedia, SUP anhelos de ser feliz, de ser admirada<br />

por un hombre, de saber que dnicamente sus deseos reinaran<br />

sobre 41, y Olivares que la querfa como a una chica consentida<br />

accederla.<br />

Ya mas tranquila, se incorporb, acercfindose a un espejo<br />

a mirnrse 10s ojos. LOS tenia hinchados y con tal expresibn de<br />

tristeza que a ella mismn se asust6. Una luz fuerte 1% penetraba<br />

para hacerla comprender. Jam& habia amado hasta entonces.<br />

Lo otro no fu6 sino un capricho. S610 ahora sentia la dulce heri-<br />

da hasta el fondo de su ser, para lanzarla a ratos a abismos de<br />

tinieblas, y, luego a cima? donde resplandecia como un sol, su<br />

mfis alegre esperanza.<br />

Si, Olivares accederia, mas, era preciso hacerlo inmediata-<br />

mente. AI dia siguiente a m%s tardar. Ella sabria conmoverlo.<br />

Adem&s, le sabia su secretillo el cual le seria necesario aprovechar<br />

para tocarlo en medio del corazbn. Olivares cuando muchacho<br />

sintib una gran pasibn por dofia Lucrecia, pero 61 en esos aiios<br />

no era sino un insignificante preeeptorcito de escuela y aunque<br />

de una familia muy honorable, como no se le veia ningh porvenir<br />

esta razbn, movib tt 10s padrcs de ella a hacerle una oposicibn<br />

tenaz, en tal forma, que ninguno de 10s dos, pudo alimentar nin-<br />

guna esperanza. La vida deapu6s les alej6 por espacio de cerca<br />

de veinte afios y hacia ya diez, que volvieron a encontrarse en<br />

Temuco. Dofia Lucrecia viudn y 61 casado con una mujer con la<br />

cua!, segdn se decia, jam& se pudo avenir. Y corn0 aun quedaba<br />


112 Luis Dura&<br />

Mercedes, por esa Bpoca era una muchacha de dieciocho<br />

ados, un tanto candorosa y distrafda, que aprovechaba su tiem-<br />

PO en leer a escondidas algunas novelas romhticas que le prestaban<br />

sus compafieras del Liceo. En realidad, nunca se di6 cuenta<br />

de nada extraordinario en las relaciones de aquellos viejos<br />

amigos. Fu6 la propia sefiora Lucrecia quien se lo cont6 durante<br />

una grave enfermedad que la tuvo pr6xima a la muerte.<br />

U, poco despu&, resolvieron ir a pasar un tiempo a la quinta<br />

de Villa Hermosa, per0 la temporada se fu6 alargandn ambas<br />

que habfan cobrado un gran cariiio por esa propipdac:", resolvieron<br />

quedarse a vivir allf. Era un rincbn muy tranquil0 y seguro<br />

pues a1 frente estaba el ret& de la policia; Despu6s vino el matrimonio<br />

de Mercedes seguido de su desastroso dmalabro.<br />

Fu6 entonces, cuando Olivares la convenci6 que nceptara e1<br />

puesto de ayudant,e en la escuela de dofia Milagros, la vieja preceptora,<br />

que poco despu6s muri6, siendo reemplazada por<br />

Mercedes.<br />

Per0 en esa parte de sus evocaciones, la joven record6 que<br />

Olivares, fu6 quien m&s influy6 en su Bnimo en contra de su matrimonio<br />

con Arlegui. En una ocasi6n) con una ternura de padre,<br />

le pidiO visibleinente emocicnado que se fijara bien en lo que iba<br />

a hacer. Pero ella, ila gran tonta! se habia encaprichado con<br />

aquel barbilindo. Se insultaba ahora con 10s m&s deprinientes<br />

calificativos, y, luego, dbbase himos para realizar su geatidn<br />

ante Olivares. Mas, de pronto, le asalt6 una preocupaci6n horrible.<br />

iQu6 explicacibn le daria. para pedirle dejara sin efecto<br />

el traslado de Garcia? iLe dirfa que lo amaba y que si Bste se<br />

iba ella moriria de desesperacibn? iP para qu6? Para convertirlo<br />

en su amante y ser luego el pasto de todos 10s chismes, como poco<br />

rat0 antes se lo dijera la sefiora Lucrecia? Se afiebr6 haciendo<br />

conjeturas y proyectando mil cosas que, siempre le resultaban<br />

descabelladas. Era in~til, el coraz6n jamas podria avenirse con<br />

las cosas que inventaban 10s hombres para despu4s martirizarse<br />

ellos mism os, cuando sus sentimientos no lograban conciliarse<br />

con aquellos dictados.<br />

7


XIS<br />

En casa de las sehoras Loyola, reinaba el m&s cruel descon-<br />

cierto. El medico venido de Temuco, despu6s de recetar, habia<br />

movido la cabexa con esa esquiva gravedad del hombre que no<br />

desea decir una verdad demasiado penosa. El cas0 era en extre-<br />

mo delicado y si la joven lograba reaccionar despues de Ins me-<br />

dicinas que le dejaba, era necesario cuidarla mucho para llevarla<br />

a un clima alto, donde pudiera restablecerse poco a poco. El<br />

pulmbn, 10s nervios, el coraz6n.. .<br />

Garcia, considerado como de la familia, oyd en la sala ve-<br />

cina el dictamen del facultativo. Aquello, m8s que tristexa, le<br />

caus6 una desaz6n inexplicable. Se sentia como reo de un delito<br />

que no dese6 cometer, de haber hecho algo sin saber porqu6,<br />

como empujado por una ley fatal. Despu6s que el medico se<br />

march6 qued6se en la sala con las dos sefioras. Crey6 advertir<br />

en la actitud de ellas algo asf como un secreto que no le pudieran<br />

confiar.<br />

LOS amigos de la, casa, llegaron tambien, UBOS tras otros<br />

a preguntar por la salud de la enferma. Don Pedro, como siem-<br />

pre grave y ceremonioso, trat6 de consolarlas dicihndoles que era<br />

precis0 tener fe en la divina Providencia. Fuentes, serio y pensa-<br />

tivo citd el cas0 de una hija del administrador del fundo Hui-<br />

llenlebu que tambih estuvo muy mal del pulm6n, y con una


Mercedes Urizar 115<br />

estadia de tres meses en LolBn, se habia restablecido por com-<br />

pleto.<br />

-La juventud es siempre una esperanza, seiiora Carmela,<br />

no hay por qu6 desesperarse tanto.<br />

-Ya lo creo-agregb Arriagada-dice muy bien el amigo<br />

Fuentes,-la juventud es una esperanza y es un tesoro.<br />

Vicente Galarce abri6 la boca seguramente para decir un<br />

chiste, pero se retuvo en vista de la gravedad de las circuns-<br />

tancias. Cuando se despidieron, Garcia les acompaii6 hasta la<br />

puerta del corredor, en donde Alfonso lo invit6 a dar una vuelta:<br />

--Dicen que donde Barrera ha llegado una chicha, que es<br />

como para bautizar con ella-dijo el gordo. iTTamos a probarla?<br />

Garcia sonri6 de la comparacibn irreverente.<br />

-No, hombre, discdlpenme. Debo escribir unas cartas ur-<br />

gentes. Tal vez en un rat0 m&s vaya a reunirme con Uds.<br />

Los mir6 alejarse a trav6s de la calleja donde 10s kboles,<br />

aun desnudos de sus hojas, ponian una nota de paisaje invernal.<br />

Era un dfa nublado y silencioso. En el fondo de la calle veiase<br />

d port6n de la estacihn, desclavado. Un carro con harina cruzb<br />

en ese momento empujado por unos jornaleros. Era tal la quie-<br />

tud, que el


116 Luis Dunand<br />

derecho a conocer el dulzor de un beso, ni el delicioso cosquilleo<br />

de una palabra afectuosa, que abre a1 pensamiento fantasiosos<br />

panoramas de ilusi6n. Y 61, iqu6 podria hacer en tan crueles cir-<br />

cunstancias? iEra honrado mentirle afecto a un ser que estaba<br />

pr6ximo a hundirse en la eternidad? Y si lo hacia y aquello con-<br />

tribuia a mejorarla, jen qu6 situaci6n quedaria cuando ya no le<br />

fuera posible seguir engadhdola?<br />

El pitazo de un tren le torci6 sus pensamientos hacia Mer-<br />

cedes. iQu6 harfa en ese momento? Seguramente habfa ido a<br />

hablar con Olivares a fin de que no lo molestara a 61. Y claro,<br />

para eso era preciso que le concediera algo, una sonrisa, quizits<br />

un beso. Los hombres que podian hacer servicios, sabian hacerse<br />

pagar bien cuando era una mujer bonita quien 10s pedia. Y ante<br />

esa idea toda la sangre se le subi6 a la cabeza. Caramba, era pre-<br />

ferible soportarlo todo antes de poner a la mujer adorada en ese<br />

trance. Pero Mercedes no era de esas, la sabia demasiado buena<br />

para descender a esos extremos. Ella era s610 de 61 y aun cuando<br />

nada se lo dijera hasta entonces, lo presentfa en sus dulces silen-<br />

cios, lo lefa en sus intensas miradas, en todo eso que hay en la.<br />

mujer que siente rebullir en su intimidad, la inquietud anhelan-<br />

te de la felicidad.<br />

Y, no obstante aquellas consideraciones, un dolor agudo<br />

lo penetraba, se le retorcfa en la carne viva como un alamhre<br />

ardiendo, a1 pensar que pudiera estar en ese momento sentade<br />

sobre las rodillas de Olivares, entreghndole la boca encendida, la<br />

boca que 61 ansiaba tan locameote, dandole como un efluvio la<br />

luz acariciante de sus pupilas. Quien sabe si aquel, era un amm<br />

que declinaba entre ellos, y Mercedes experimentaba ahora la,<br />

necesidad de dar paso a este que comenzaba a sentir por 61.<br />

Pero, seguramente le era preciso valerse de su ascendiente amo-<br />

roso para obtener del Visitador lo que deseaba. 0 a lo mejor,<br />

a 61 lo necesitaba para satisfacer esa vanidad de toda mujer que<br />

se siente bien sabi6ndose adorada. Quiz& el capricho de quien<br />

desea un juguete para despu6s tirarlo. iQu6 distinto del amor de<br />

Mercedes, era aquel otro de Elena: grande, sublime en su dolor,


ivkrctdes Urizar 117<br />

rec6ndito. Y 10s hombres eran unos estdpidos, unos imbeciles y<br />

quien sabe si, m6s que todo, unos tremendos vanidosos. Porque<br />

bien mirada la cosa, si 61 no se hubiera enamorado de Mercedes,<br />

habria podido ser muy feliz cashdose con Elena para vivir la<br />

tranquila y apacible existencia de la aldea. Sdbitamente sinti6<br />

un rencor salvaje en contra de ella, de Mercedes, un odio de fie-<br />

ra que se revuelve fren6tica en su cubil, un odio que le subfa<br />

como una embriaguez tremante hasta el cerebro. iPsh! El no era<br />

nada m8s que un buen animal. Lo mejor era irse lo m8s pronto<br />

de alIf. Asi no haria desgraciada a la pobre Elena, ni le servirfa de<br />

entretencibn a la otra.<br />

Trat6 de leer para aligerar su tensibn nerviosa y a1 abrir un<br />

libro se encontr6 con las violetas que ella le pusiera en el ojal,<br />

la tarde que la fu6 a ver a su casa. Se acerc6 a ellas para coger<br />

dgo de su evanescente frzgancia y entonces la vi6 surgir, con<br />

10s ojos dulces, con su sonrisa de niiia grande y buena. Luego,<br />

euando le mostraba el eementerio, de sus senos surgia un aroma<br />

de suavidad y de misterio, nacido de aquellas dos flores mara-<br />

villosas que palpitaban con leve respirar bajo la seda de su blusa.<br />

iOh, no, no! Era imposible sachrsela del pecho. En ella se resu-<br />

mian todos sus sueiios, todo el sentido hermoso de la vida, toda<br />

la razbn de existir. Satisfacia dentro de lo ideal, todo aquello que<br />

la mente forja como atributo de una mujer. Su manera de ca-<br />

minar, la modulacih de su voz, todo se hacia 1uz de simpatia<br />

dentro de su alma. jNo! la amaria aunque se burlara de 61, aunque<br />

lo pusiera en ridiculo, aunque lo tomara como el juguete con que<br />

se entretiene un nirio.<br />

Estaba tan abstraido en sus pensamientos, que no sinti6<br />

Uegar el tren y que el cochecito de Mercedes se habia detenido<br />

frente a la casa. La mocita regordeta, le volvi6 a la realidad a1<br />

abrir la puerta de su cuarto.<br />

-La seiiorita Mercedes, est6 ahf don And&, y desea ha-<br />

blar con Ud. Esth en la pieza de misih Elenita.<br />

Se par6 de un brinco alis6ndose el pelo y arreglhndose e1


118 Luis Dwand<br />

paletd. En ese momento un phlido so1, doraha las hojas en el<br />

jardfn.<br />

-Con ella siempre aparece el sol-se dijo Garcfa, dete-<br />

nidndose un momento.<br />

Estaba junto a la cama de Elena, hablando con Bsta en voz<br />

baja. Lo dud6 con afectuosa indiferencia para tornar a su con-<br />

versaci6n. La sefiora Carmela le invit6 afable:<br />

--SiBntese don AndrBs. Creimos que se habla ido con sus<br />

amigos.<br />

-No-hizo El, con leve movimiento de cabeza-estaba<br />

en mi pieza escribiendo unas cartas.<br />

Mercedes sonri6 maliciosa:<br />

--Dicen que estos jbvenes de Villa Hermosa, son muy<br />

alegres. La otra noche dieron una funci6n muy bonita, muy gra-<br />

ciosa sobre todo.<br />

Garcia se encendid a1 contestar tartamudeando:<br />

-2QuiEn le pudo decir tal cosa?<br />

--Si,-exclam6 entonces la sefiora Teresa, bromeando,<br />

-se lo vamos a acusar Merceditas, para que lo deje sin recreo<br />

all& en la escuela. Con la junta de estos picaronazos de la Villa,<br />

se est& poniendo bien diablito. Antes era muy serio, per0 ahora<br />

se manda tambien con eUos a tunantear.<br />

-Per0 nifia--la reconvino dofia Carmela-las cosas tuyas!<br />

Como lo ves de buen carhcter, le dices lo que se te ocurre. iQu6<br />

quieres que haga aqui solo entre nosotras? Los j6venes en algo<br />

han de ent%nerse.<br />

-Buena cosa con la chiquilla Ma-dijo Mercedes tras un<br />

breve silencio, haciendo girar la conversaci6n hacia otro terre-<br />

no-;a qui& ha salido con la salud tan delicada? Es que tambien<br />

debfa salir un poco m8s para distraerse y no pasar todo el dia<br />

metida en la casa sin nada que la alegre. Yo por mi lo digo,<br />

Cuando estaba en Ia quinta, pasaba desesperada y en un tiempo<br />

estuve bastante mal de 10s nervios, a tal punto que casi nos fui-<br />

mos a vivir a Concepci6n. Eso debo agradecerle a Olivares que<br />

tanto se empefid porque me empleara. Ahora me entretengG


Mercedes Urizar 119<br />

en la escuela, y, muchas veces, jugando con 10s chicos ni e6 c6mo<br />

se me pasa el tiempo.<br />

-Si, es cierto dijo entonces dofia Carmela-hace mucho la<br />

distraccci6n. Per0 esta chiquilla es tan floja para salir.<br />

-Tienes que cambiar-le aconsejb Mercedes-. Podias irte<br />

40s dfas Shbados para Colliguay, y venirte 10s Lunes conmigo.<br />

Asi por lo menos cambiarfas de aire. En cuanto te sientas mejor,<br />

te voy a llevar para all&.<br />

. Elena con sonrisa triste, se limpi6 la frente y luego dijo<br />

pausadamente :<br />

-Yo me voy a mejorar con la muerte.<br />

-iAh, no seas tontita, pues, mi hija-replic6 cariiiosa<br />

Mercedcs. Si td lo que tienes no es m%s que un gran resfrfo.<br />

Lucidos estariamos si nos echkamos a morir por eso. Hay que<br />

hacer hnimo, todos estamos expuestos a una enfermedad. -I7<br />

con risuefia malicia termin6: -Si todavfa tenemos mucho que<br />

ver en esta vida.. .<br />

Dofia Carmela, en tanto, habfa traido una bandeja con ta-<br />

zas que dofia Teresa arreglb sobre una mesita prbxima:<br />

-Acompftfienos Mercedita, a tomar una taxa de t6. Es un<br />

k? bien pobre, per0 hhgalo por la Elena, para que est6 mb<br />

contenta y no se lleve pensando tonterias.<br />

A trav6s de 10s cristales habfa entrado el sol, que iluminb<br />

1% cara de la enferma. Tenia 10s ojos orlados de negro que hack<br />

mhs intensa la palidez de su semblante. Era una flor deshojada,<br />

marchita. Los labios blancos, la nariz transparente y afilada.<br />

Frente a ella, Mercedes era la expresibn de la vida sana y es-<br />

Plendorosa. Los ojos barnizados de expresiva lux, el pel0 relu-<br />

ciente y un suave sonrosado en las mejillas.<br />

Tomaron el t6, haciendo proyectos de paseos y excursiones.<br />

Mercedes con Garcia irian a verlos a L&n, cuando estuvieran<br />

all%, Elena y la seiiora Teresa. iQui6n pensaba en la muertc!<br />

La muerte era para dos viejos que andaban con las patas a la<br />

rastrap no para lo jbvenes que tanto tenfan que hacer enla<br />

vida.


AI despedirse, Garcia acompaii6 a Mercedes hasta el coche.<br />

Mientras se acomodaba en el asiento ella le dijo:<br />

--HablB con Olivares sobre Ud. y le pedi que no lo moles-<br />

tara en nada, porque Ud. era un buen compafiero y le tenia un<br />

verdadero amor a !a enseiianza. El no tiene ningdn mal hnimo<br />

en contra suya, per0 me parece que deseaba llevhrselo a Temuco.<br />

En atenci6n a mi pedido me prometi6 no hacerlc. De todas ma-<br />

neras, escribale hoy mismo a su amigo diputado, a fin de que vea<br />

en la Direccihn, si hay algo en ese sentido y lo deje sin efecto.<br />

No deje de hacerlo. Hay que ponerse en todos 10s casos. iNo le<br />

parece?<br />

Garcfa junto a la vereda, permnnecfa silencioso, sin mirarla.<br />

-iQu6 le pareci6 mal?<br />

-No-dijo 61-es que siento haberla molestado.<br />

-jPsh! No saa keno. Al6grese hombre. La vida es dema-<br />

siado corta para pasarla triste. Que hubo, ,pa a hacer lo que le<br />

dije?<br />

Su voz era insinuante con cierta afectuosa autoridad.<br />

-Si, ahora mismo.<br />

-Bueno entonces, hasta maiiana jno?<br />

Ah6 la mano enguantada para dejar caer la huasca sobre<br />

el anca de la aChaquira. dejhndole a1 partir su mhs carifiosa


XI11<br />

Ese dia, por el tren que llegaba a Ias dos de la tarde, regre-<br />

Baron a Villa Hermosa, Tito Jara y Nora CQspedes. Eran ya<br />

marido y mujer. Don Francisco y la sedora Rosa fueron el dia<br />

antes a Lautaro para dar su aprobacih en la ceremonia religiostt.<br />

NO quedaba otro remedio. Por lo demas, doiia Rosa en el fondo<br />

sstsba feliz de que aquello hubiera terminado asi. Ese vejete de<br />

Qsores, a ella no le gustaba y s610 accedi6 en vista de la insisten-<br />

-cia de don Francisco, a consentir en ese matrimonio. En cambio,<br />

a Tito Jara lo consideraba como su hijo y aun cuando Qste no te-<br />

nia una situacih muy buena, la cosa no era para preocuparse<br />

tanto. En la casa de ellos, a Dios gracias, no faltaba nada. Ya<br />

se irian formando alguna situacih. Las cargas se arreglaban<br />

por el camino.. .<br />

-iQuC diantre de muchacho! Con sus chacotas y payasadas<br />

nos hizo la grande. Per0 ya vera el picaronazo si no sale buen<br />

Gasado. iconmigo se las va a entender!<br />

Y doria Rosa con su mas alegre sonrisa, esa tarde convidb<br />

,a 10s amigos de confianza a una comida en familia.<br />

-Es una comidita a lo pobre-dijo Jara-haciendo una de<br />

BUS muecas caracterfsticas. Pero, jnada de bailoteos!-Y bajando;<br />

la voz para que no le oyera don Francisco agreg6:-Eso lo dejare-


I22 Luis Duranb<br />

mos para cuando el viejo se baje bien del macho. Ahora es cierto<br />

que ya se baj6, pero todavia lo tiene ensillado.<br />

Todos 10s amigos, ya impuestos de su pr6ximo arribo, 10s<br />

esperaron en la estaci6n. Fuentes, Galarce, Torchi y Garcia,<br />

que esa tarde no tenia clases en la eseuela. El Jefe de estaci6n<br />

10s cumpliment6 cariiioso y habia yn empezado a enhebrar su<br />

discursito, cuando el K"grm el perro de Vicente irrumpi6 vio-<br />

lentamente entre ellos, para hzcer las m8s jubilosas demostra-<br />

ciones de carifio a Jara. Pero en cambio no se libraron de Arria-<br />

gada que les habl6 de la paz del hogar y de la uni6n bendecida<br />

por Dios.<br />

--Mi amigo Jara, ahora que Ud. ha hecho triunfar su arnor,<br />

time graves y solemnes deberes que cumplir. Graves y solem-<br />

nes, si, sf.. .<br />

-Si, si.. . comprendo-repuso Jara con tan afectada serie-<br />

dad que todos estallaron en una carcajadz.<br />

Nora CBspedes, ruborosa, timida y recogida, oh sin levantar<br />

la vista, las palabras de Arriagada. S610 en ese momento a126 10s<br />

ojos para sacudir suavemente del brazo a su flzimante marido y<br />

decide con carifioso reproche:<br />

-iTan tonto que eres!<br />

Se despidieron en la esquina. Eran 10s comienzos de Sep-<br />

por encima del cerco del sitio de la viuda FernBndez,<br />

a sonrisa de un duraanero en ffor. En la puerta del<br />

cuartel de la policia estaba Crisanto que se cuadr6 militarmente<br />

a1 verlos pasar. En las acequias gorgoriteaba el agua, bajo el pas-<br />

to que vwdeaba en las orillas. Galarce convid6 a Garcia a ver<br />

unos carboneros que tenfa en la montafia:<br />

--Andale rucio. Te tengo un caballo bien suavecito. Vas a<br />

ver que ni sentirbs la tarde,<br />

-No, discblpame. Debo ir a la escuela a hacer unos estados<br />

de presencia diaria que es necesario mandar mafiana. Convida<br />

d gordo Fuentes.<br />

-Eso no quita-dijo Bste-yo ya tengo mi caballo ensilla-


do para ir. Pero deseiibamos que nos acompafiaras. Conversaremos.<br />

Asi tu musa no ser& tan doliente.<br />

-De veras que este rucio anda apenado-dijo Galarceiyo<br />

no s6 que te pasa, mira ve! Para mi que estas enamorado.<br />

Garcia trat6 de aparentar alegrfa y haciendo un ademhn<br />

de despedida, les grit6 ya andando hacia la escuela:<br />

--Me las pagarttn esta noche. iHasta luego!<br />

Era una tarde apacible. La primavers reventaba dulcemen-<br />

te por todos lados. Una brisilla tenue hacia delicioso - el ambiente.<br />

Garcia deseaba estar solo con sus pensamientos. Tenia horas de<br />

neurosis tan terribfe que s610 las aplacaba en la soledad, entre-<br />

ghndose a1 ensuefio. Le agradaba, entonces, irse a la escuela en<br />

las horas que-estaba solitaria y sentarse en un rinc6n a forjar<br />

sus quimeras, a Seces con angustia, con un dolor desesperado.<br />

Se calmaba escribi6ndole largas cartas, en las cuales vaciaba toda<br />

esa tumultuosa inquietud que embargaba su espiritu. Se entre-<br />

tenia evocando en ellas su vida de nifio, sus sueiios y sus triste-<br />

zas de hombre. En esos momentos experimentaba una necesi-<br />

dad de fumar y quernaba un cigarrillo tras otro, con una especie<br />

de fiebre que s610 se calmaba asi.<br />

Y ese dfa, cuando ya iba dispuesto a refugiarse en la sole-<br />

dad, que se le hiciera m8s cruel e insoportable ante la felicidad<br />

de Jara, no pudo reprimir un gesto de extraiieza a1 ver que la<br />

puerta de la escuela estaba abierta. Crey6 que 61 la habia dejado<br />

asi, cuando a1 acercarse oy6 la voz de Mercedes, que 10 traspasb<br />

de emoci6n:<br />

-Mira Vicente, trae el balde y la escoba para actt. Da gus-<br />

to ver lo bien que limpjaste aqui.. .<br />

No sup0 si entrar o volverse. Seguramente habria venido a<br />

hacer un aseo general en el interior de la escuela, donde 10s chi-<br />

COS estaban siempre rompiendo y ensucittndolo todo. Refiexio-<br />

n6 un instante, y por fin, se decidi6 a entrar. Se encontr6 COIL<br />

ella en la entrada del pasadizo. Estaba con la cabeza envuelta en<br />

un pafiuelo azul y con 10s brazos arremangados m8s arriba del<br />

eodo. Lo salud6 con alegre sonrisa, exclamando:


tl<br />

-iPero que a tiempo llega Ud.! Casualmente estaba necesi-<br />

tando alguien que me ayudara a limpiar las paredes, que ya no<br />

se ven de telas de arafias. Ni que lo hubiera Ilamado.<br />

--Me alegro much0 de poderle ser bti!. Aqul estoy listo para<br />

hacer lo que mande. iHay que sacarse el paletb?<br />

-iClaro! 1- el chaleco tambi6n y ponerse un capuch6n en<br />

la caheza, para no 1lenStrsela de tierra.<br />

Estaba linda con 19s mejillas encendidas, 10s ojos reidores y<br />

10s dientes brillantes entre la pulpa encarnada de su boca. En<br />

10s brazos blancos, ligeramente dorados, las venas azules se trans-<br />

parentaban levemente. Garcfa tomando en serio la cosa, despu6s<br />

(de dejar su sombrero en una percha, se dispuso a sacarse el pa-<br />

let& Pero e!la, con vivo ademttn, corri6 hacia 61, riendo- confia-<br />

da y tierna:<br />

-iPero est6 loco, hombre! iC6mo se le ocurre que va a ha-<br />

cer eso? iSi es una broma!<br />

El protest6 entusiasmado con la idea de quedarse allf ai%-<br />

dttndole. iD6nde estaria mejor?<br />

-iY qu6 tiene de particular? Como Ud. lo hace.. .<br />

Mercedes, seria ahora, le miraba desde el fondo de las ojos<br />

aon una dulzura inmensa.<br />

-N& Garcia, no es eso. 86 que Ud. lo harfa, per0 se ensu-<br />

&ark su ropa y no vale la pena. Lo harh Pancho que luego Ilega-<br />

r& con el coche. iY quB andaba haciendo par aqui a ,estea hora?<br />

El pens6 largo rat0 y por fin dijo en voz baja:<br />

-No s6. He venido porque alguien me lo mandaba; como si<br />

abedeciera a un pensamiento que abrigara ese deseo.<br />

Le pareci6 de una audacia enorme aquella frase, y, despubs<br />

de decirla, enrojecib hasta las orejas. En ese momento 10s chicos<br />

que le estaban ayudando a hacer la limpieza, aparecieron en la<br />

puerta.<br />

-Ya nos vamos, seiiorita. Tenemos que ir a1 tren de Ias 4.<br />

Ella vacil6 un instante:<br />

-Bueno, vStyanse.<br />

En tanto, se habia sacado el paiiuelo de la cabeza y con Ia


palma de Ias manos se enderezaba el peinado. TambiBn se habia<br />

estirado las mangas de la blusa de lana, y mientras se desataba<br />

el delantal amarrado en la cintura, dijo con ligero enfado:<br />

-Bueno el hombre bfen ionto este Pancho. Le dije que viniera<br />

a las cuatro y todavia no Ilega.<br />

--Son reciBn las cuatro-dijo Garcia con una voz trBmula<br />

que ni 61 mismo se reconoci6. Una emocibn intensa hacia temblar<br />

sus manos y le estrujaba el estbmago, a1 verse solo por primera<br />

vez en las escuela, con Mercedes. Un duke anhelar le agitaba la<br />

respiraci6n. Ella dijo:<br />

-Toy a dejar estos trapos a mi sala. iPor quB no se asomzd<br />

Garcia B ver si viene Pancho?<br />

El sali6 sintiendo la pena de no poderle decir una palabra<br />

de afecto. Mir6 hacia el camino un rato que le pareci6 muy<br />

largo y entr6 con las piernas dBbiles como si pisara en altos y en<br />

bajos a decide que el hombre no venia:<br />

La joven estaba abn en su rincbn. Mirkbase en el espejo,<br />

despu6s de haberse empolvado ligeramente. Garcfa quiso mostrarse<br />

sereno, pero se atragant6 a1 hablarle:<br />

-No viene Pancho todavia.<br />

Ella le mir6 en silencio. Kabfa una luz misteriosa en sus<br />

pupilas. El silencio se agrand6 de pronto. Diriase que ambos se<br />

habian puesto a escuchar el latido de su coraz6n. De sfibito Mercedes<br />

dijo:<br />

-VAyase Garcfa, iquiere?<br />

Su ruego estaba echo de suavidad y ternura. AndrBs se<br />

atrevi6 a preguntarle :<br />

-dud. quiere que me vaya?<br />

Mercedes no contest6 pero sus ojos ardieron, en una mirada<br />

larga, infinita. DespuBs le respond% quedamente:<br />

-Si, ahora si.. .<br />

And& le di6 la mano para despedirse. Una suave presi6n<br />

Ias mantuvo unidas como si se atrajeran. Tal vez fueron 10s dos<br />

que obedecian a esa emocionada ansiedad, que, como un rio<br />

duke, les subia desde el coraz6n. Y no supieron c6m0, tal si re-<br />

*


,126<br />

Lais Durcmd<br />

pentinamente se quedaran ciegos, heridos por una luz que le8<br />

%raspas& el alma haci6ndoles perder la nocibn del momento, ~e<br />

unieron en un beso largo, interminable, casi doloroso que se apre-<br />

Itaba mhs y mAs, como si quisieran tranafundirse el alma, en un<br />

enloquecimiento definitivo, en una embriaguez que se tornaba<br />

eada vez miis intensa. Se separaron un instante para hundirse las<br />

mirndas en 10s ojos y tornar anhelantes y como enajenados a<br />

unirse en otro beso que entonces fut? fren6tico. Era una sed inextinguible,<br />

una dulce sed que les recorria todo el cuerpo con un<br />

fltlbido de narc6tico. Y del pecho de Mercedes subfa una suave<br />

fragancia desconocida para Andrt?s que ahora la besaba sobre<br />

10s ojos, en la frente, hundiendo sus labios entre la cabellera.<br />

Hasta que ella, temblando como un arbusto florecido de rojo se<br />

desciii6 de aquel abrazo inacabable :<br />

-iAy, por Dios, Garda! Vhyase, viiyase, por caridad.<br />

Y 6l obedecib caminando como si estuviera ciego, tropeaando<br />

con 10s bancos, llevando en su rostro la expresibn de quien<br />

no sabe lo que hace. 5610 a1 salir a la calle se di6 cuenta de que<br />

se iba sin sombrero. Sentia el rostro ardiendo y en el corazh<br />

un latir tan agitado, como si fuera incapaz de contener tanta y<br />

tan inesperada dicha.


XIV<br />

Elena, aparentemente, fu6 recobrando poco a poco su salud,<br />

aunque siempre estaba muy delicada. Su enfermedad le habia<br />

dejado una expresi6n de melancolia que Auia de sus ojos, orlados<br />

de sombras que 10s agrandaban, haciendo rnhs intensa la palidez<br />

de su cara enflaquecida. Habia algo de vejez prematura en aquel<br />

~<br />

rostro donde la soprisa se abria como una flor pr6xima a desho-<br />

jarse. La primavera que comenzara luminosa y casi ardiente, ha-<br />

blase tornado nebulosa y fria. Doiia Teresa, de ordinario tan<br />

alegre y con ese aspect0 juvenil que le prestaba el brillo de sus<br />

ojos, era la mhs afectada con la enfermedad de Elena, a quien<br />

miraba ahora como a una niBa chica.<br />

En algunas ocasiones Garcia las acompaiiaba despuBs de la<br />

bora del tB, IeyBndoles algunos de 10s .;Episodios oacionales,<br />

de PBrez Gald6s que lograban hacer reir y animar a la joven.<br />

A veces, cuando doiia Teresa abandonaba la estancia, Andrks<br />

d volver una phgina veia 10s ojos ardientes de Elena fijos en 61.<br />

AqueIIo lo turbaba y por rnhs que trataba de contraerse a la lec-<br />

kura y de seguir el relato, le era imposible. Pero esa turbaci6n<br />

desvanecia para dar paso a1 recuerdo de Mercedes que lo envol-<br />

via, en una especie de onda chlida, enervhndolo, ha6i6ndole na-<br />

cer intensos deseos de irse a la calle, a recorrer 10s largos C&<br />

minos desiertos, para contraerse mejor a aquel minuto de dicha


I28<br />

que lo sentfa prendido en su sensibilidad como un aroma que a<br />

la vez tenia el sabor delicioso de su boca.<br />

Per0 de pronto a1 mirar a Elena, la vefa absorta, con el pen-<br />

samiento ausente, el rostro exangue entre 10s pliegues de su chaI<br />

de h a. Una piedad sincera lo hacia olvidar momentftneamente<br />

a la otra. Un deseo de consolarla. La seguridad de saberse amado<br />

por Mercedes lo hacia mfts generoso con Elena. Con su voz mfts<br />

afectuosa le preguntaba a1 verla tan desmayada:<br />

-jEstfi muy cansada, Elena? iNo quiere que le siga leyendo?<br />

0, jencuentra muy latoso esto?<br />

Ella con un movimiento cansado, como si sus ddbiles fuer-<br />

zas necesitaran emplearse enteras, para desprenderse de lo que<br />

la abrumaba, respondfa :<br />

-No, a1 contrario, est& muy gracioso y entretenido. Es<br />

que a1 caer la tarde el him0 se me apaga. Los t


campanas de la iglesia sur&&, entonces, tal si fuera la voz doliente<br />

de la tarde saturada de dulcedumbre. La viuda Fernhndez cru-<br />

zaba a esa hora la calleja para ir a rezar el rosario. Se iba calmo-<br />

samente recogida la faz cetrina, en aparente y mfstica medita-<br />

cibn. Por el camino unfanse a ella la hija de don Zenbn Miranda,<br />

con quien hacfa 10s liltimos comentarios de la Villa, el pr6ximo<br />

matrimonio de Arriagada, el regreso de Tito Jara con su mujer,<br />

y la enfermedad de Elena. La viuda tenia una voz agria, incisiva,<br />

mordaz.<br />

-Para mi que la chiquilla esa no tiene vuelta, Filomenita.<br />

Es tisis lo que tiene y de esa que ataca a la garganta. Para col-<br />

mol dicen que est6 enamorada del preceptor Garcia.<br />

--iSi, no?-respondia entonces la Filomena Miranda, en-<br />

tornando 10s ojos con expresi6n pudibunda. De seguro que el<br />

joven no le correfiponde, porque es harto desengaiiadita la pobre.<br />

-Y para colmo, hueso pelado, pues niria-replicaba la<br />

viuda con sonrisa aviesa-. Hoy en dia lo que 10s hombres bus-<br />

can, es una mujer a la cual haya algo que sacarle. Y m6s que el<br />

futre ese debe andar a1 tres y a1 cuatro. Apenas alcanzarh para<br />

sus gastos. No hay refr6n m$s cierto niiia que ese de SCasamiento<br />

de pobres, es lo mismo que echar piojos a pelear,.. .<br />

Filomena refa entrecortadamente escondiendo la cara an-<br />

cha y de facciones bastas, entre 10s pliegues del manto, al cele-<br />

brar las venenosas alusiones de la viuda. Luego ariadia por su<br />

cuenta con un tonillo despectivo.<br />

-Per0 el joven ese es muy pagado de si: se Cree una gran<br />

cosa.. . Lo que es yo ni lo miro cuando pasa. Le gusta mucho<br />

hacerse el interesante.<br />

Y tras un momento de silencio para pensar en donde fijar<br />

SUS mal4volas alusiones, proseguian :<br />

-Dicen que la Ester Quezada se casa pasado mariana.<br />

Est& que no cabe de orgullosa. No es para menos tambi6n, por-<br />

que ya hace ratito que la estaba dejando el tren. Si no es por el<br />

buenas tanas de Arriagada, no se la aseguro.<br />

--Em lo va a dejar en la calle, porque en lo vanidosa no<br />

9<br />

~


me dir& Ud. que no son todas cortadas por una misma tijera.<br />

No viven sino aparentando lo que no tienen.<br />

-De veras nifia. Son las dos, unas


exigirle reanudar su vide matrimonial. 3' eso no era una quimera.<br />

Alga le contaron una tarde en el molino, de que un hermano<br />

riic~, residente en Santiago, habia escrito a1 due50 proponi6ndole<br />

un arreglo a fin de que la mano de la justicia no cayera sobre 61.<br />

Ella no prestb mayor interes a la cosa, pero ahora venin a mor-<br />

derla como una fierecilla que se le introdujera de siibiLo en s~<br />

intimidad para desgarrarle 10s rnomentos mSLs dukes.<br />

Sin embargo, luego reaccionaba de todas aquellas dudas<br />

que Be le infiltraban como un veneno. iNo! Jam& volveria a unir-<br />

se a ese hombre. Preferia morir. Ha no podria traicionar a su<br />

amor, a aquel amor que se le ofreeia rendido y suave como la<br />

sGplica de un nifio, de un nigo bueno que llegara B buscar su<br />

amparo. Estaba segura de que la tia Quecha no la abandonarfa<br />

en aquel trance sentimental. Era la tinica persona que tenia de<br />

su sangre, y el carifo que le demostrb siempre, era tan grande<br />

o mayor que si fuera su hija. La queria con ese aferramiento del<br />

que lucha en el agua sujeto a un madero. En su cas0 no le queda-<br />

ba sino pedir el divorcio, y aunque eso no anulaba el vinculo, por<br />

10 menos la separaria para siempre de aquel hombre por quien<br />

no sentfa rencor ni odio, pero si, una profunda antipatia, tan


Lacis Durud<br />

intensa corn0 era su amor por AndrBs. Nadie, nadie le privaria<br />

de amarlo, de dark un poco de la felicidad si es que en su mano<br />

estaba hacerlo y ser dichosn, ella tambibn, de esta manera. Si<br />

era necesario renunciaria a su empleo, que en realidad no necesi-<br />

tabs y solo acept6 por no hacer su vida tan mon6tona. La tia<br />

Quecha era casi rica, pues con las rentas de sus propiedades po-<br />

db vivir perfwtamente. Ella misma, tenia dos casas en Temuco<br />

que daban una buena renta, y casi todos 10s meses gastaba gran<br />

parte de su sueldo y en ocasiones fntegramente en comprarle<br />

ropa a algunos chicos, o remedios a algin enfermo indigente.<br />

Eea tarde sentada junto a doiia Luerecia, tejL sin levan-<br />

tar 10s ojos, y mientras la sefiora leEa en voz alta, Mercedes se-<br />

guia sofiando en su inquietante felieidad. Doha Lucrecia lefa<br />

un grueso novelbn, que trataba sobre un amor adulterino. Mer-<br />

cedes nerviosa a1 oir las tonterias moralizantes del folletfn no<br />

pudo reprimirse:<br />

-ilero, Quecha, por Dios! Rasta cu&ndo vas a leer esas lese-<br />

ras. Me revientas con tus folletines de marqueses y condes in-<br />

trigantes y malos, y de rnujeres que no saben lo que es amor.<br />

El amor es LIE% cosa demasiado belh para decir tanta tonteria<br />

de 61. "6 misma lo sabes demasiado bien.<br />

Dofia Lucrecia, se ah6 10s anteojos para mirarla extrafiada,<br />

con tal cam de asombro, que Mercedes no' pudo reprimir una<br />

alegre carcajada. La seriora terminb por unirse a su hilaridad.<br />

DespuBs. con el libro en Is falda se qued6 un largo rat0 medi-<br />

tando.<br />

-Es cierto-dijo a1 fin-que son medio tontos estos folle-<br />

tines, pero tambiBn la vida. a veces, es tan absurda y contra-<br />

dictoria para juzgar eso que no va de actrerdo con lo establecido.<br />

La murrnuraci'6n no perdona a 10s seres que se cquivocaron y<br />

que despuBs tratan de tener una migaja de felicidad. El


la cara apopada sobre la palma de la mano. En 10s cristales<br />

se quebraban las dltimas luces del atardecer; una mosca grande<br />

trataba vanamente de subir por el vidrio. Sobre una mesita cer-<br />

ca de ella y junto a1 florero, el gat0 se acariciaba el hocico con<br />

su pata rubia, entornando 10s ojos ante la viva luz.<br />

' -~Asi es que tb crew que el que la err6 no tiene mas que<br />

aguantar?<br />

Dniia Lucrecia se sac6 10s anteojos, para meterlos despacio-<br />

* samente dentro de la caja que a1 cerrarse son6 tan fuerte que<br />

asust.6 a1 gato. Luego, con voz en que habia cierta tristeza, dijo:<br />

--No s6, mi hija qu6 decirte. Pero todo est& sujeto a tantn<br />

circunstancia. iQu6 me dirfas td, si despu6s de sufrir tanto como<br />

sufriste con ese desgraciado matrimonio, le entregaras tu amor<br />

a un badulaque, que en vez de agradecerte y respetar tu afecto,<br />

le sirviera s610 para pavonearse? El hombre de por sf tiene algo<br />

de vanidoso. Est6 mhs dispuesto a recibir que a dar. Y luego,<br />

que en cuestiones de amor, cuando hace un dado es casi siempre<br />

un malhechor a mansalva. Los peligros mayores son para la<br />

mujer. Todas las consecuencias caen implacables sobre ella.<br />

Dime td, una mujer herida en lo rn6s intimo, que entreg6 todo<br />

lo que sus suefios le pidieron, y que en cambio de eso recibe<br />

como un latigazo el calificativo de


134<br />

gato que habfa sal,ado sobre su falda, pasandole !a mano por<br />

el lomo.<br />

-De algo se ha de conversar, pues, sefiora. Hay que estar<br />

preparada para todo. Por si acaso.. .<br />

-iPsh nifia! M&s vale la tranquilidad. La tranquilidad es<br />

como la salud. que s61o se aprecia cuaodo se pierde.<br />

-Si clnro. Fero tarnbib es una gran lata. El aburrimiento<br />

pone est6pida a la gente.<br />

En ese momento entraba Pancho con una carta. Era un<br />

sobre grueso de la mejor calidad, con un monograma en la es-<br />

quina. Estaba a nombre de las dos. Mercedes ley6:<br />


xv<br />

FuB un lindo dia de primavera aque! en gue se celebr6 el<br />

matrimonio de don Pedro Arriagada. La noche antes, Garcia<br />

y Alfonso Fuentes cstuvieron en la pieza del scgundo, planchando<br />

10s pantalones rayados que se pondrifin a1 dia siguiente.<br />

Fuentes se habia hecho muy experto en este trabajo, cuando vivia<br />

en una pensi6n en Cantiago, mientras scguia su curso de agonomia.<br />

AndrBs, por la tarde, !e manifest6 sus dudas sobre la asistencie<br />

a1 matrimonio, pues tda su ropa muy ajadtl. Per0 el<br />

gordo mirhndole con sus ojos enormes, en el fondo de 10s cuales<br />

se desleia una sonrisita maliciosa le dijo:<br />

--iEstbs loco? For una dificultad tan pequeiia seria una<br />

tontera perder una fiesta asi como esa. Si eso va a estar niuy<br />

.lape>> rucio. Convkncete.<br />

-No me interesa, crdelo.<br />

Alfonso le desliz6 intencionadamente :<br />

-La Merceditas tambiBn va a ir.. .<br />

Garcia trat6 de disimular el rubor, que como siempre le<br />

Pncfndfa las medillas, cuando le hablaban de ella en son de<br />

broma, 9 dkndole la espalda se pus0 a niirar hacia la calle. Fuentes<br />

insistib:<br />

-NO os avergonchis, joven amigo. El amor es la m&s noble<br />

L


136<br />

facultad del espirit.u. SB que ahora estbis ansioso de abrir<br />

vuestro corazdn para decirrne como el poeta:<br />

Pues bicn yo necesito, decirte que la quiero,<br />

decirte que la adoro con todo el corazdn.. .<br />

-Fer0 no os obligaT6 a tales confdencins y en cambio OS<br />

promcto plancharos, como nadie lo hizo, 10s pantalones.<br />

El gordo Fuentes, ante 1% expcctativa de 10s buenos ratos<br />

que iha a pasar en la f esta, estaba del mejor humor. Gnrcfa opt6<br />

por reirse y preguntarle en seguida:<br />

-Oye, ientonces es cierto que t6 sabes planchar ropa de<br />

hombre?<br />

+Per0 claro! Vamos a ver inmediatamente esa ternada y<br />

yo te dire inmediatamente lo que hay que hacerle.<br />

En In noche, despuCs de terminar su fama, en la cual Fuen-<br />

tes pus0 el mByor esmero, salieron a fumar un cigarrillo en el<br />

banco que habia en la vereda. Pronto aparecieron Tito Jara,<br />

Galarce y Torchi.<br />

--iQuB hay?-dijo Galarce-iya esth Jistos para maiiana<br />

Uds.? La cosa, a juzgar por 10s preparativos va a ser como po-<br />

cas. Hoy pot- el tren de seis llegaron de Temuco, unas wabras<br />

como se pide, don Vito..<br />

-jAmigo!-vaquillonas de dos para tres-dijo Jara ha-<br />

ciendo el huaso.<br />

-Non seas roto, Tito-exclam6 Torchi-tii ahora debes per<br />

m&s serio.<br />

-Y el aPiaveB lo que se aflige-ri6 Galarce. -Si Tito es<br />

como la chicharra: time que morir cantando.<br />

-Por suerte ahora no pasarB del canto-dijo Fuentes-<br />

porque la Nora lo tend& a !a atrinca.. No debemos inquietarnos<br />

por Tito, reinaremos sin peligo nosotros. La cueetidn es que e1<br />

ganado ese que lleg6, ses bueno.<br />

-Es de primera-asegurd Galarce-tal vez algo monta-


fiero, pero de muy buenas hechuras. Viene una gorda cmuy hien<br />

empiernada)> que, ni sobre medida, te vendria mejor guat6n.<br />

-Muy bien pues, hombre. Espero en Dios que sabrC fasci-<br />

narla, haciendo us0 de esta simpatia que se desborda de mi per-<br />

sona. Para mientras, jvamos a jugar un pokercito de a chnucha,<br />

donde nuestro amado rey?<br />

-Ya tiene cerrado cl yey. Creo que la chiquilla est& enfer-<br />

ma.<br />

-iPero es posible-salt6 Fuentes con c6miea y afectada<br />

afiicci6n-y yo sin saber que mi amada Guillermina puede estar<br />

a punto de fallecer!<br />

-jNo tengas cuidado!-exclam6 Tito-ya pas6 el peligro,<br />

acaba de salir con bien de uno de 10s mayordomos de (


138<br />

Luis Durattd<br />

novios, lleg6 hiercedes con do5a Lucrecia, a quienes ayudaron a<br />

descender del coche, AndrBs y Vicente. Mercedes venfa radiante<br />

de alegrfa. Vestfa un traje de seda negro y un sencillo velo sobre<br />

la cabeza. Una crucecita de or0 le colgaba sobre el pecho. AI<br />

entrar en la iglesia se separ6 de doiia Lucrecia para unirse a las<br />

chiquillas CBspedes. Babfa verdadera expectaci6n de ver llega,r<br />

a 10s novios, que por En aparecieron caminando lentamente por<br />

la vereda bafiada de so!.<br />

Arriagada venia muy circunspecto. Muy phlido, s610 en las<br />

sienes le asomaba un ligero tint. sonrosado. Wenia de tongo, con<br />

chaquE y pantal6n claro y trafa del brazo con tal empaque a !a<br />

seiiora Quezada, que daba la impresi6n de tenrr las piernas li-<br />

geramente engarrotadas. Ester vestia de blanco de pies a cabeza<br />

y daba su brazo a Alfonso Fuentes que a1 pasar salud6 risueiia-<br />

mente a1 grupo de sus amigos, que abrieron calle a la entrada<br />

del templo, mientras 10s acordes graves y hondos del armonio,<br />

resonaron lentamente, basta cuando la pareja lleg6 junto a1<br />

altar. En ese momento el sacerdote revesticlo sal% de la sacristia,<br />

para cornenzar el ofcio divino. La viuda Fernhndez no se pudo<br />

retener y desliz6 a1 ofdo de Filomena:<br />

-iPor Dios, la mujer


de Ella que estaba allf cerca, acaso sintiendo, su mismo anhelo<br />

en ese instante.<br />

Babia un no s6 qu6 de hermoso en aquella misa aldeana.<br />

~ampesinos viej os con la cerviz inclinada, rezaban entregados .<br />

con inmensa devoci6n a sus creencias. TJ en el momento de alzar<br />

parecib que se dobkgaban enteros, ante la fuerza de aquel poder<br />

divino que presentian como la cristalizaci6n de toda la bondad<br />

circundante. La igIesia se llenb un momento del olor a1 ineienso,<br />

del aroma denso de laafiores. La campanilla resonaba a intermi-<br />

tenciaa, mientras 10s hombres se golpeaban el pecho con un<br />

isanto, santo!-traspasado de unci6n.<br />

En el acto del matrimonio, el sacerdote les hahl6 de 10s SO-<br />

lemnes deberes que imponia nquel sacramento. LO dijo con pa-<br />

labras claras, sencillas, emoeionadas. F cuando la f6rmula del<br />

ritual se dej6 oir, hubo un momento de silencio durante el cual<br />

pareci6 que 10s fieles contenfan la respiraci6n:<br />

--Pedro Arriagacla : iquieres recibir por esposa a Ester<br />

Quezada?<br />

La voz del hombre reson6 tr6mula, velada de emoci6n.<br />

--Sh’, quiero.<br />

Ester contest6 alegremente, trenquila, orgullosa. Tras de<br />

ella su madre se limpiaba una Ihgrima. Alfonso estaba muy serio,<br />

con aspecto reeogido y respetuoso. Garcia en su rinc6n, sinti6<br />

que un sollozo le subfa porfiadamente a la garganta. Tosi6 a la<br />

fuerza, para disimular !a emoci6n que lo ahogaba, y 10s ojos se le<br />

llenaron de lhgrimas.<br />

-iQu6 idiota estoy!-se dijo en voz baja.<br />

La mirada de Mercedes estaba fija en 61 como si le mirara<br />

en una especie de ensofiaci6n, mientras un suspiro contenido le<br />

henchia levemente 10s senos. Y de pronto la mfisica del harmonio<br />

kn6 todo el iimbito en una onda fresca y melodiosa. La voz de<br />

las tres j6venes surgi6 desde el cor0 como una duke vertiente de<br />

emoci6n, para saludar a 10s reci6n caeados. Afuera, el sol irradia-<br />

ba doriosamente, caldeando la tierra que ecloaionaba con fuer-


zas. En el aire tibjo zunhaban las abejas, y, bajo 10s kboles, el<br />

suelo negro y hiiniedo estaba salpicado de p6talos de flores.<br />

En el enorme salbn de las Quezada, esperaron todas las visitas<br />

a 10s novios, para darles el abrazo tradicional. Muy pronto<br />

aparecieron radiantes de felicidad y todos entre gritos, exclamaciones<br />

y alegres bromas querian ser 10s primeros en recibir el<br />

abrazo a fin de que 88 les pegara el cespfritu santo.. Tito Jar8<br />

con ademhn de arremangarse le dijo a Garcfa:<br />

--ilqui hay que apretar fuerte, compaEero. Cosa que la novia<br />

se maltrate a fn de que Arriagada despu6s no se vea tan aAigido.<br />

E1 otro sonrib desgnnado como si no comprendiera la picante<br />

intencih. Y no sup0 por qu6 sintib una siibita ternura y<br />

simpatia, cuando Ester avanzd hasta 61, para abrazarlo afectuosa,<br />

y fu6 seguramente uno de 10s m8s sinceros sus deseos a1 deckle:<br />

-Que sea Ud. muy felie Estercita.<br />

-Gracias Garcia, y que pronto me' devuelva este abrazo<br />

con el mismo motivo.<br />

En tanto 10s amigos ya le tenian las espaldas molidas a don<br />

Pedro, que juvenil y gallardo devolvia 10s palmetazos con alegre<br />

energfa. Sin embargo, a1 abrazar a Fuentes y a Garcfa, les estrechd<br />

largo rato sin decides una palabra. Era tal vez la mejor<br />

expresi6n del hondo aprecio que por ellos tenia. Igualmente le<br />

ocurrid con Mercedes que con esa voz duke tan conocida por<br />

Garcfa, le dijo :<br />

-jPedro!-sea Ud. siempre bueno con su mujer!<br />

-Cbmo no, Merceditas, c6mo no.. .<br />

Y entre el tumulto de risas, de cuchufietas y bromas en<br />

donde todos hablaban a un tiempo, ellos quedaron juntos. La<br />

joven con ese bello domini0 que tenia sobre 61, le dijo, corn0 si se<br />

acercara s~bitamente a su intimidad.<br />

-Buenos dias, Andr6s. Lo he notado triste. iPor qu6?<br />

i.Ser& porque estoy yo aqul?<br />

-No s6, me agobia la felicidad de 10s dem&s. Y, sin embargo,<br />

soy feliz, dolorosamente, eso si.


Mercedes dejaba irse su mirada en derredor, aparentando distraccibn,<br />

per0 estaba pcndiente de las palabras de Garcia, y de<br />

pronto volvi6ndose hacia 61 le dijo con su voz empapada en ter-<br />

Dura :<br />

-No quiero verlo asf. Deseo que est6 alegre hoy. Asi me<br />

sentire feliz. iLo va a hacer?<br />

Andr6s se habia encendido, una duke exaltncibn le hizo<br />

enterrarse las ufias en las manos. Quiz0 hablarle pero ya ella estabs<br />

lejos. iOh, qu6 hermoso era quererla asf, dolorosamente,<br />

desesperadamente! Una embriaguez deliciosa se apoder6 de 61,<br />

y entonces, con 10s nervios tensos hubiera querido dispararse<br />

a la calle para disfrutar a solas de toda la ventura que le dejaban<br />

BUS palabras. P poco a poco todo aquello se le fu6 transformando<br />

en una sensacih de suavidad, de livianura, como si dentro<br />

tuviera un phjaro cantando junto a su coradn, o si sus pensamientos<br />

fueran ajorcas de oro, con las cuales el nifio del amor<br />

estuviera jugando. Asf recibib, alegremente, a don Pedro, que le<br />

sat6 de su rincbn para presentarle a las amiguitas de Temuco.<br />

Dos morenas, una de ellas muy graciosa y simphtica, la otra, una<br />

rubia de senos prominentes y ojos verdes. Lo saludaron con afectada<br />

distincibn. Con ellas se pus0 a hablar del dia tan hermoso, de<br />

la ceremonia en la iglesia, y de la primavera que se presentaba<br />

tan agradable.<br />

KO obstante, sus ojos la buqcaban, y se sintib m8s tranquil0<br />

am, cuando la vi6 conversando muy risue5a con Fuentes y<br />

Torchi. Era ya el medio dia, y entre 10s invitados circulaban<br />

Profusamente bandejas con aperitivos y pasteles. Don Pedro<br />

declar6 en ese momento que nadie se podria ir.<br />

-Quedan todos invitados a1 almuerzo. Gerh un almuerzo<br />

EUY modesto, pero en cambio, habrh rnucha sinceridad y cari-<br />

BO para atenderlos.<br />

Lo concurrencia manifest6 la mayor conformidad con aquella<br />

determinaci6n. Todos agradecfan encantados. Don Pedro insi~u6<br />

a media voz cerca de Mercedes y las C6pedes:<br />

-Un poco de mdsica vendria bien, para que bailen un rato,


242<br />

Luis Durand<br />

La cuesti6n es, mis amigos, que en estos momentos en que se<br />

santiSca el amor: haya alegria, mucha alegrfa y en el corazbn,<br />

paz, mucha paz.<br />

-hi en la tierra como en el cielo-termini5 Jara con la vOz<br />

campanuda en su eterno afhn de hacer chistes.<br />

Las nifias de Temuco fueron las dnicas en celebrarlo. Una<br />

de las morenas dijo a Garcia:<br />

-iPero qu6 divertido es este joven!<br />

-Si-repuso<br />

a la broma.<br />

AndrBs-siempre est& muy alegre y dispuesto<br />

La rubia tenia la voz ligeramente nasal. Pregunt6:<br />

-Fer0 es casado, jno?<br />

--Se acaba de casar con la Norita C&pedes, la niAa que est&<br />

junto a1 piano.<br />

-ply! jKo es esa nifia, la que estaba de oovia con don<br />

Juan Osores?<br />

-La misma.<br />

Se miraron Ins tres con impereept>ible gesto de entendimiento<br />

y de malieia. Torchi, en ese momento, tocaba ((Sobre las<br />

Olas., en el piano. Garcia les pregunt6:<br />

-jSupongo que Uds. bailarhn?<br />

-iAy,<br />

mente.<br />

pero valse no sabemos! Puras cosas rnodernas bnica-<br />

-Yo, dijo la rubia-bailo nada mbs que tango.<br />

En ese momento se ace& Mora CBspedes y Garcia la inviti5<br />

a bailar, aprovechando la ocasi6n de zafarse de aquellas seiioritas<br />

que comenzaban a cargarle. Ya Fuentes bailaba quel<br />

valse cuya milsica tenia un cornpiis lento y cnsi linguido. Pedro<br />

Arriagads con su Bamante esposa girabatn tambi&n, miribdose<br />

eomo dos t6rtolos. Galarce inclinhndose al oido de don Ludovino<br />

le dijo:<br />

-$3e fjs don Ludo? Mire ese pollito como las menea.<br />

creo que esta noche se va a portar a la altura de 10s pafscs<br />

bajos.<br />

--;Claaaro!-hizo el otro alargando con intenci6n la d!%ba-


el cheque va a ser en toda la linea-termin6 con una sonrisita<br />

rechoncha como su cuerpo.<br />

31 baile terminaba. Jara grit6 con voz atiplada:<br />

-0ye Torchi, toca un


jenado. Mercedes lo vi6 traspasado por un sentimiento tan intenso,<br />

lo vi6 tan suyo, que le dijo:<br />

-Y ahora tengamos fe mi amor. Fe para creer en la dicha<br />

aunque sea a costa de muchas tristeeas.<br />

-IOh, Mercedes yo.. .!<br />

Torchi de pronto se levant6 del piano, para gritar:<br />

-iNo, puesl-yo tambi6n quiero bailar.. .<br />

Bero no alcanzb. En ese momento don Pedro con su esposa,<br />

golpeando las manos, dijeron:<br />

-&ora van a tener la bondad de pasar a1 comedor. TJ<br />

disculpar todo lo malo.<br />

Jara sujet6 a Fuentes para decide en voe baja:<br />

-iR chitas, hombre, que me salib cimbradora la rucia! Es<br />

como puerta de golpe en dia de viento. No te conviene a ti que<br />

eres lerdo para


cuello, como si le intcresara en extremo ofr Io que se conversaba.<br />

A rates gritaba con aguda insistencia:<br />

-iMaria, sirve el almuerzo! La lorita tiene hambre. Tiene<br />

hambre la lorita.. .<br />

AI comienzo pareci6 que la confianza que reinaba en la sala<br />

habfa desaparecido en el comedor. Los hombres ofrecfan pan,<br />

con ceremoniosas inclinaciones, y las nifias se limpiaban muchas<br />

veces la boca agradeciendo con la mayor finesa que podian.<br />

as, poco a poco, aquello se fu6 animando con Ias bromas de<br />

Jara y las cuchufletas de Galarce. El vino, que las nifias tomaban<br />

muy moderadamente en pequerlos sorbos, terliia de carmfn sus<br />

Inejillas y abrillantaba las pupilas de 10s hombres. Muy luego la<br />

alegria se hizo general. De pronto, 10s acordes de una orquesta<br />

resonaron en la sala vecina. Era la suprema sorpresa que Arriagada<br />

tenia reservada a sus invitados. Aquello fu6 celebrado con<br />

vivas congratulaciones para 10s reci6n casados. Don Pedro estaba<br />

radiante, pero muy medido en 10s tragos. Galarce que no le<br />

quitaba el ojo de encima le grit6:<br />

-Oye, Pedro, sirvete un trago pues, hombre. Est& besando<br />

las copas.<br />

-Muy bien-exclam6 Fuentes-que se sirva paueadamente,<br />

per0 que se sirva. Los besos debes guardarlos para despuds. Te<br />

haran mucha falta.<br />

-No tengas cuidado-grit6 Jara-est6 muy bien provisto.<br />

-El hombre hahla por experiencia-exclam6 un tanto ruborizado<br />

Arriagada-pero accedo en beber esta copa por mi querids<br />

Ester que es el cofre en donde he depositado todos mis<br />

anhelos de felicidad, y tambih por Uds., mis amigos, que me<br />

acompafian en esta hora tan dichosa.<br />

-iPero que bien, Pedro!-grit6 Alfonso entusiasmado.<br />

Hablas como el divino Rub& LBstima que tu emoci6n no haya<br />

“Icanzado para beberte


146<br />

LZ~S &rand<br />

'os olos iuminosos y el rostro suavemente eocendido. Cada vez<br />

que se indinaba junto a Fuentes para oir la conversaci6n de &tp,<br />

aprovechaba la oportunidad para enviarle a Garcia algo de su<br />

dulce intimidad en el fhir de sus miradas. Garcia, muy Iocuaz, con-<br />

versaba con Nora y Griselda Qiieeada que, a ratos, se ponia,<br />

muy romhtica:<br />

-Claro que han sido muchos 10s jdvenes que me han que.<br />

rido, per0 francamente debo decir que ninguno ha sido mi<br />

ideal.<br />

A 10s postres Alfonso se pus0 de pie, para agradecer y de-<br />

cir algunas palabras con motivo de la fiesta: ((Pedro-dijo-tiene<br />

UD alma de niib bueno, y Ester en cuya persona se reunen todas<br />

!as virtudes de la mujer chilena, se lo merece de sobra.. .<br />

-jChis, de sobra no, pues, a donde va!-le interiumpi6<br />

don Ludovino a quien las copas habian puesto muy chistoso.<br />

-Bien. Se lo merece por sus bellas cualidades. Ruego no<br />

interrumpirme porque me har&n perder el hilo de mis observa-<br />

ciones. iQu6 tal? En la Chmara, que bien hubiera resultado esto.. .<br />

Bueno, para nosotros, para la juventud.. .<br />

-jPaso!-exclamb alguien.<br />

--Entonces vSlyase a1 plato, per0 no me agujeree el discurso<br />

-dijoelgordo ya tomando a broma la cosa, y uniendo sus<br />

carcajadas a 10s demhs, Pedro, deserta de nuestras alegres reunio-<br />

nes, donde siempre su presencia era recibida.. .<br />

-Con un vas0 de w6aB le grit6 Jara.<br />

-Si, muchas veces, per0 tambib con sinceridad y carico.<br />

Pero, en cambio como belln compensaci6n, tendremos un hogar<br />

m&s que nos reciba con afecto, con esa hospitalidad tan noble<br />

como el crista1 de esta copa cuyo contenido os invito a beber por<br />

la felicidad de ellos. iSalud!<br />

-iQut5 bien! Poco, per0 bueno.<br />

-Confortable y apretado- volvi6 a hablar el jefe.<br />

Despu6s agradeci6 Arriagada .usando sus frases conocidas.<br />

No se olvid6 del cantaro de la Samaritana, ni de la paz del ho-<br />

gar. En seguida Jara recit6 un mon6logo jocoso y Alfonso una


pesfa de Dfaz Mirbn. Poco antes de pararse de la mesa Nora<br />

Cbspedes cant6


148<br />

Luis burad<br />

Las horas transcurrfan sin sentir. Mercedes estaba muy<br />

alegre y sin dejar de atender la conversaci6n a Torchi con quien<br />

ahora bailnba, sabia decirle con la muda elocuencia de 10s ojos<br />

a Garcia todo lo feliz que se sentia en esos momentos. De pronto<br />

hubo un revuelo en Ia sala. Don Pedro y sefiora, que hacfa iinOS<br />

instantes desaparecieran del sah, volvieron en traje de viaje,<br />

listos para partir a su luna de miel, por el tren que pasaba a lag<br />

siete de la tarde hacia el norte. Hubo gritos de sorpresa, protes.<br />

tas y exclamaciones. Don Pedro declar6 solemnemente :<br />

-Nos vamos, pero dejhndcles el coraz6n y el aha a todos<br />

!os buenos amigos que han tenido la amabilidad de acompafiar-<br />

nos, y de szcrifcarse en esta modesta reuni6n familiar. Per0 la<br />

fiesta debe seguir con igual entusiasmo. Mi sefiora madre poli-<br />

tics y Alfonso quedarhn representhndonos.<br />

-Serhn cumplidas tus brdenes, Pedro, dijo Alfonso incli-<br />

nhndose con afectada graveclad. -Y bajando la voz les dijo:<br />

--Ahora partid y que Venus os inspire y Eros os cntregue sus mhs<br />

dulces secretos. Idos y sed dichosos.<br />

-jBravo!-grit6 Vicente, pero antes es de rigor que se des-<br />

pidan con una cueca. iEsthn obligados!<br />

-iClaro, claro, obligados!-gritaban todos gozosamente.<br />

-iCancha, cnncha- decia Jara hablando a gritos.<br />

-Pero, por Dios, que terrible,-decia Ester, si yo casi no<br />

s6 bailar cueca.<br />

--No sc REija, mi hijita--la anim6 Arriagada tr6muIo y exci-<br />

tado, con 10s ojos brillantes de alegria. Haremos lo que se<br />

pueda.<br />

Y de pronto la sala pareci6 derrumbarse, porque la milsics<br />

estall6 con tanto impetu y brios, tal si en todos hubiera un repi-<br />

que de alegria expresiva y bulliciosa. Elba, en el piano, y Nora<br />

Cgspedes, en la guitarra, junto a la cual se habia arrodillado Jars<br />

para ganar las Ctres mitadesz, solt6 de pronto el torrente cho<br />

y gracioso de su voz:


'Qnda ingrato que algiin dfa<br />

de mi te habrhs de acordar<br />

y te pondrhs a pensar<br />

en quien tanto te queria.<br />

. . . . . .Y te pondrhs a pensar<br />

en quien tanto te queria.. .<br />

i 49<br />

Ester, casi acto continuo de alzarse la voz de Nora, completa-<br />

mente olvidada de que no sabfa bailar cueca, arremeti6 con tal<br />

entusiasmo que casi desconcert6 por completo a su marido. Era<br />

la cueca graciosa y con cierta distincih que se baila en todos 10s<br />

hogares de nuestra clase media. Iba y venia en rondas, COMO si<br />

apenas tocara el suelo con cierta estrernecida ondulaci6n de las<br />

caderas, el paduelo en alto, 10s ojos llenos de alegre y provocdora<br />

luz, ya amagando, entreghndose o huyendo del hombre, con un<br />

Iigero cimbrar del cuerpo, mientras 10s pafiuelos a ratos ondeaban<br />

junto a 10s rostros en un juego engadcso y hgil que tenia algo be<br />

sensual y rebelde a la vez.<br />

El corro aplaudia con un entusiasmo imposible de deseri-<br />

bir en medio de las mfts absurdas y divertidas exelamaciones:<br />

-Sulfite, sulfato, nitrito, nitrato, el perro y el gato! iPGn&e<br />

con bi-car-bo-na-to!!!<br />

-1Agarra ese trompo en I'ufia!<br />

-iTirenles con el aparador!<br />

-jAffrmate riendas d'hilo!<br />

En el segundo pie fu6 el delirio, cuando 10s novios, casi juntos -<br />

uno frente a1 otro, terminaron con un zapateo tan sostenido, que<br />

*rriagada, agitadfsimo, se detuvo para abraxar a Ester nlegre-<br />

mente gritando :<br />

--Me entrego, me entrego.<br />

En seguida, apresuradamente, fueron a dejar a 10s novios a<br />

la estaci6n. El tren ya estaba anunciado, y 10s j6venes se despe-<br />

dian de Arriagada hacidndole a1 oido 10s mSs picantes encargo?.<br />

Javier MBndez muy serio le dijo a1 abrazarlo:


-iNo se olvide de tomar una gotita de pwafina, cornpa.<br />

dero! -Y con el aire m8s serio y convencido, agreg6:-en estos<br />

casos es lo mejor para afirmarlas, mi amigo!<br />

lJn clamoroso tumulto agit6 el and&, cuando entr6 el tren<br />

inundando con su chorro de lux el recinto de la estaci6n sobre la<br />

cud ya caia el crepdsculo. Pafiuelos en el aire, voces de mujer,<br />

gritos energicos de hombres saludaron la partida del convoy<br />

por cuyas ventanillas SP asomaban curiosamente 10s pasajeros,<br />

Tras el agudo silbato del conductor, reson6 el breve pitazo de 18<br />

locomotora, y el tren como una rnonstruosa serpiente anillada<br />

de luces, ech6 a rodar veloamente por en medio de 10s campos y<br />

de la noche que ya se avecinaba.


XVI<br />

h\TCngase hoy mismo. Gesti6n resuelta con felicidad sobre<br />

enipleo, IC conviene mucho. Saludos. Casiano,.<br />

Garcia, de vuelta de la escuela, encontrb a1 mensajero que<br />

I? llevaba el telegrama. Venia ssturado de felicidad, tr6mulo de<br />

dicha. Esa tarde, Mercedes, habiase quedado haciendo algunos<br />

apuntes, despu6s que se fueron 10s nifios. Desde aquel dia tan<br />

hermoso, en que se dijeran su amor con un heso. cuyo recu,\r?,o aun<br />

rebuilia en su sensibilidad, Garcia no habfa tenido oportunidad de<br />

hablar con ella, pues siempre temerosa, como si todos 10s pequefios<br />

fueran a leer en su rostro aquel bello secreto, esquivaba encon-<br />

trarse con 61, y s610 le saludaba de lejos con una sonrisa afectuosa.<br />

Andr6s, desconcertado, mostrhbase triste, sintiendo cada vez<br />

mhs lacerante la inquietud de su sentimiento, a pesar de sus c11-<br />

rifiosas palabras en la fiesta del matrimonio de Arriagada. Y esa<br />

tarde, con un ansia indecible fu6 hasta PU escritorio presintiendo<br />

un dulce momento en aquel amor que llegaba entre tantos SO-<br />

brcsaltos y prcocupaciones. Mercedes ya estaba lista para partir<br />

Y apenas le vi6 entrar se pus0 de pie para preguntarle en voe<br />

baja:<br />

-iSe fueron todos 10s nifios?<br />

-Si,-dijo 61, presa de extrafia sobreexitacibn.<br />

Se quedaron mirando a 10s ojos en 10s que despuntaba una


luz chlida. La sala con sus puertas cerradas, estaba en la penurn.<br />

bra. Afuera habia un gran silencio que s6lo turbaba a ratos el<br />

canto de un zorzal, desde el nispero del patio. Fu6 un instante de<br />

vacilaci6n que deshizo ella impetuosa, tal si temiera perder la<br />

oportunidad de aligerarse en una explosi6n de afecto, de to&<br />

aquella tortura de sentir 10s nervios tensos.<br />

-Queria verte-musit6 tutehndolo por la primera vez-<br />

Queria verte-repiti6-verte cerca de mf, ofrte decir que me<br />

quieres mucho, que s610 piensas en m5.<br />

Las filtimas palabras casi no pudo decirlas, porque Garcia<br />

la habia estrechado entre sus brazos, con una especie de v&go<br />

que lo hizo vacilar sobre sus pies como si estuviera ebrio. FrenB.<br />

tico, la besS con un beso interminable sobre 10s labios dukes y<br />

chlidos, frescos y aromosos como una fuente sobre la cual se des-<br />

hicieran rosas. Luego, aparthndose un tanto, la mir6 traspasado<br />

como en un 6xtasis. Ella con la cabeza rendida sobre su brazo,<br />

tenia 10s labios entreabiertos, mhs bellos despu6s de la caricia,<br />

10s ojos entornados, y un haIo de misterio y seduccibn en el rostro.<br />

De su cuerpo se desprendia una fragancia sutil, como si toda<br />

ella fuera una esencia suave, un aroma de fruta en saz6n.<br />

--BBsama amor, b6same-suspir6.<br />

Y 61 le cubri6 el rostro con sus besos, y luego, en la deliciosa<br />

y tersa suavidad donde comenzabzn a insinuarse 10s senos.<br />

Haeta que de pronto Mercedes reaccionando repentinamente de<br />

su Iaxitud, anud6 sus brezos al cuello de 61, y atrayendo su cabe-<br />

za rukia lo acarici6 con ternura como si fuera un nifio. Des-<br />

PUBS lo bes6 en la boca para rechazarlo en seguida con intenso<br />

ruego.<br />

-Andate ahora, mi amor. jhdate! D6jame sola y no est45<br />

triste. Piensa siempre en que te quiero mucho.<br />

El trat6 de alejarse, per0 como atrafdo por una fuerza mag-<br />

netica, volvid de nuevo para besarla por filtima vez sobre 10s<br />

ojos, y salir en seguida apresuradamente hacia la cd!e. Eentfase<br />

ingrhido, como si de pronto hers a poder saltar sobre 10s Br-<br />

boles del camino o columpiarse en sus ganchos m8s altos. Todo


tarde tenia una luz nueva, una belleza en la que antes no re-<br />

par6. La primavera llegaba con fuerza. Los hrboles de la avenida<br />

se cubrian de hojas y 10s patios de las casas tenian un encanto<br />

rdstico y po6tico. Una brisa fresca y agradable discurrfa suave-<br />

mente como si trajera una voz de esperanza. Y de pronto, ese<br />

papel que el chico del telegrafo le entregara venfa a sumirlo en<br />

una tremenda inquietud. Como una voz destemplada que le di-<br />

jera que la felicidad no se coge asf no m&.<br />

-&uC diantres serh lo que me ha encontrado don Ca-<br />

siano?-pens6 intranquilo, volviendo a desdoblar el telegrama y<br />

tratnndo de encontrar en aquellas breves palabras una respuesta<br />

a su interrogaci6n. Claro, no cabia duda; su amigo le habrfa<br />

conseguido algdn empleo que seguramente mejoraria su condi-<br />

ci6n econ6mica, pero, en cambio, lo alejabs de all& de ebe rinc6n<br />

hermoso donde residfa ahora todo el objeto de su existencia.<br />

Una afliccibn enorme se apoder6 entonces de su espfritu. Aquello<br />

significaba abandonar todos sus suefios de amor. iDejarla a<br />

ella! Esta idea le produjo tal dolor, que crey6 ahogarse,tanta<br />

fu6 su desesperacibn. Marcharse de ese rinc6n para siempre,<br />

era como si le arrancaran el coraz6n. Preferfa quedarse allf,<br />

trabajando aunque fuera de pe6n con tal de verla, de respirar<br />

su rnismo aire. iMercedes! Quiso ir corriendo a1 tel6grafo a poner-<br />

le un largo despacho a don Casiano. Y de pronto resolvi6 ir a<br />

cont&rselo a Mercedes. Ella siernpre sabia afrontar con serenidad<br />

10s rnomentos rnjs diffciles. El, en muchas cosas era solo un nifio<br />

a su lado. Los fracasos de su vida, le hicieron tfniido, cobarde.<br />

En cambio, Mercedes, sabia ser valerosa frente a la adversidad.<br />

Hablando solo, dando tropezones, como 10s campesinos<br />

cuando recien se desmontan de su cabalgadura, sintiendo un<br />

miedo tremendo de que ella le aconsejara marcharse, o se mostra-<br />

15 indiferente, march6 hacia !a quinta. Per0 ya pr6xima a ella, le<br />

adt6 una grave preocupaci6n. iQu6 diria dofia Lucrecia? iQu6<br />

exP!icaci6n le daria si era ella quien lo recibia? No, era mejor no<br />

ir. kwamentt, 61, con esa cosa estdpida que habia en su sen-<br />

sibilidad, incapaz en un momento dado de sobreponerse a su do-


lor cuando este se a


acechaba a1 pejarito, enareando el lomo y con 10s ojos fosfores-<br />

centes. La iiltima claridad del atardecer resplandeci6 detrhs<br />

de unos blamos raqufticos. €'or el camino pasaban a!gunos jine-<br />

tes arreando Iss vacas para la encierra. Gritos lejanos y cantos<br />

de pbjaros que se ofan tenuemente como si fuera la tarde que se<br />

trizariz, expresaban la melanc6lica dulcedumbre del crepbsculo.<br />

un grato aroma a eores deshojadas entraba por la ventana. Y<br />

alli, en medio de la paz del ambiente, estaban sus corazones la-<br />

tiendo ngitados por la inquietud del amor que agranda cualquier<br />

acontecimiento cuando este pone una ligera sombra cerca de 61.<br />

Por fin ella dijo:<br />

-LY si es un empleo muy bueno? No es posible perderlo asf<br />

no m&s.<br />

En tanto, aparentando indiferencia, estaba atenta a1 efec-<br />

to de sus palabras. Garcia la mir6 como si soAara o no entendiera<br />

lo que le dijo. Un mundo de sensaciones, de pensamientos, de<br />

anhelos venian a golpearle el coraz6n y la mente. Y en aque'l todo<br />

estaba ella siempre, como principio y como fin. jQU6 hermoso<br />

hubiera sido poder explicarle toda la significaci6n que tenia en<br />

su espiritu! Y como un niiio temeroso o rendido, le habl6 con una<br />

voz que era casi un sollozo:<br />

-jOh, Mercedes! Por piedad no me deje solo pensar en esto.<br />

Ayiideme. Si me sacan de aqui me morir6.<br />

Ella le sonri6 cariiiosa. Despues en voz baja, en la que no<br />

obstante se manifestaba intensamente toda la fuerza de su amor,<br />

le animb:<br />

-No, And&, yo no quiero que te vayas. iNo quiero! P<br />

no te irhs. Nuestro cariiio, ya nada lo podrSL romper, pase lo que<br />

pase. iNo te parece? Hay que pensar este asunto con calma.<br />

Por lo dembs este ofrecimiento de tu amigo es una gran prueba<br />

de afecto para ti y auestra mejor esperanza. Mira, p6nle ahora<br />

mismo un telegrama pidiendole no haga nada hasta no recibir<br />

carta tuya, y a la noche le escribes explichndole que no deseas<br />

irte de aqui.<br />

Se fu6 animando a medida que hablaba. En sus ojos vefase


otra ves la fuerte luz de sus momentos de alegria. Juguetona<br />

como una chiquilla le agreg6 risuefia y bromista:<br />

-Le puede decir a su amigo, que no se va, porque yo no le<br />

doy permiso, y tambien porque me quiere mucho. iNo es asi?<br />

Garcia ya casi aligerado por cornpleto de aquel mundo de<br />

aflicci6n que se echara encima, ri6 alegremente. Experimentaba<br />

cierta dulsura inexpresable cuando ella con la mayor naturalidad<br />

lo trataba de 46, a ratos, como si lo hubiera echo toda su vida.<br />

Contestb:<br />

-Si, Mercedes, Ud. lo sabe bien.<br />

Sectiase tan tfmido ante ella, que en el fondo experimentaba<br />

una especie de asombro que lo quisiera, como si no fuera merece-<br />

dor de squel afecto. Aquella misma circunstancia, le daba la<br />

medida de su insignificancia frente a la realidad de la vida. Si<br />

lo trasladzran, falto de medios, de libertad y de tanta cosa que era<br />

menester, le seria poco menos que imposible volver a verla. Era<br />

de la falange de 10s esclavos que para comer, para poder aferrar-<br />

se a la vida que en algunos es tan inmensamente bella, deben<br />

olvidar todo suefio, toda ansia ideal. IlabBse puesto de pie para<br />

marcharse, pero ella lo retuvo con dulce autoridad:<br />

-No te vayas. Mandaremos el telegrama con Pancho.<br />

Ahora vamos a ver la tia Lucrecia, que est& muy ocupada con<br />

sus gallinas. Tiene algunas echadas y otras con pollitos nuevos.<br />

Verbs tG qu6 lindos son.<br />

Era una deliciosa tarde de fines de septiembre. En el jar-<br />

din se detuvo para mostrarle algunas rosas que recih abrian.<br />

Por todos lados veianse fiores y plantas muy hermosas y raras.<br />

Se habfa puesto una bata de grandes ffores azules cuyos tonos<br />

muy suaves daban cierta gracia poetica a su semblante y hacian<br />

mSls fina su silueta. Dofia Lucrecia pillada en sus afanes en me-<br />

dio de 10s polluelos que corrian grhciles junto a la cerca de alam-<br />

bre, protest6:<br />

-jPero, qutl nifia tan loca eres t6! Ni siquiera me avisas que<br />

ha Ilegado este caballero. Mire el estado en que me encuentra.<br />

-Per0 si est& en su casa, sefiora-replic6 el joven-por IO


demks, es muy agradable que ,lo reciban asi en la intimidad<br />

a uno.<br />

Mercedes habfa cogido un pollito negro, cuyos ojos estaban<br />

rodeados de un cerquiIlo blanco. Lo acariciaba en la palma de la<br />

mano acerchndolo a su rostro. Despues lo mir6 detenidamente, y<br />

vohiBndose a dofia Lucrecia, le dijo.<br />

-Mira, Quecha, el pollito con anteojos. Este debe ser pa-<br />

riente tuyo.<br />

La sefiora ri6 alegremente:<br />

-Realmente yo no s6 cbmo 10s niAos le tienen respeto a<br />

&tn. Cada dia se pone m&s disparatera. -Y moviendo la cabeza<br />

entre risuefia y sentenciosa agregd :-Y ya 10s afios no son tan po-<br />

cos para que no se ponga m&s seriecita.<br />

-iUf! Para eso no faltarh tiempo, mi hijita. Y por IO demiis<br />

10s aiios no son tantos. La vejez, Quecha, ya te est& haciendo per-<br />

der la nocidn de mi edad. Soy apenas un pimpollo.<br />

Lo decl'a riendo con graciosa coqueterla, como burlhndose<br />

de sf misma. Garcia pas6 alli el resto de la tarde. Despues lo de-<br />

jaron a comer. Sentado frente a Mercedes, Garcia experimentaba<br />

un dulce agrado en ofr la charla de doiiia Lucrecia que en la inti-<br />

midad era muy entretenida y ocurrente. Esa noche record6, las<br />

incidencias de la fiesta de las Quezada, y tuvo expresiones muy<br />

agudas para referirse a las amiguitas venidas de Temnco. Tgual-<br />

mente cuando se refri6 a la viuda Fernhdez y a la Filomena<br />

Miranda, que no fueron convidadas y que por ese motivo esta-<br />

ban como un uchingue, de rabia. Despu6s le pregunt6 a1 joven:<br />

-LY la Elena, cdmo ha seguido?<br />

-Est& bastante mejor. Pero siempre por las tardes se siente<br />

my decaida. Esperan que se afirme un poco m8s para llev%rse-<br />

la a LolBn.<br />

-iPobrecita! Y yo le dire que la primavera es terrible para<br />

10s enfermos del pulm6n. Dios quiera que se mejore, aunque'<br />

YO creo que este afio se va, si no tienen mucho cuidado con ella.<br />

SU padre muri6 del mismo mal. Para coho, dice que est& ena-<br />

morada sin remedio.


158<br />

Luis Durand<br />

-2 Ah, si?-saftb entonces Mercedes vivamente-. i’l’ de<br />

quien? No me digas, Quecha. jQu6 va a ser cierto! Habladurfas de<br />

la gente de Villa Hermosa.<br />

-Es muy posible. Pero tambidn no veo porque no puede ser,<br />

y por lo menos asf lo asegura la viuda Fernhndez a quien<br />

se lo ha ofdo Pancho cuando va a las compras.<br />

Garcia, estaba rojo hasta Ias orejas. Hablase inclinado obstinadamente<br />

sobre el plato sin decir una palabra. Dofia Lucrecia<br />

con maliciosa crueldad agreg6 :<br />

-El seiior Garcia debe saber algo de eso.<br />

Andrgs sin atreverse aiin a levantar 10s ojos repuso:<br />

-Yo, en realidad, casi no podrla deck nada al respecto.<br />

Paso todo el tiempo en la calle. Por lo demhs, no me parece creible’que<br />

una nida que estB tan enferma, pueda estar preocupada<br />

de enamorarse.<br />

Habia comenzado a hablar tr@mulamente, tartamudeando.<br />

Pero, POCO a poco, se seren6 hasta el punto de alzar 10s ojos a1 terminar<br />

de hablar. Mercedes a su turno, esquivaba mirarlo. Aque-<br />

110 la toe6 en parte sensible, y en ese niomento no sup0 disimular<br />

su molestia, cuyo signo exterior fu6 una pequefia arruga sobre<br />

la frente. Sin embargo, como le ocurria siempre, reacciond<br />

mug pronto. AI posar de nuevo sus ojos sobre Garcfa, una chispita<br />

maliciosa despuntaba en ellos. Festivamente le dijo bromeando<br />

:<br />

--P a lo mejor es Garcia el causante de lo que le ocurre a<br />

E!ene. Dofia Lucrecia le mird riendo:<br />

-No, eso no. El sefior Garcia no haria ese daiio. Tiene car8<br />

de hombre bueno, incapaz de hacer sufrir a nadie.<br />

No obstante: el. tono de sus palabras indicaban lo contrario.<br />

Garcia torn6 a encenderse pero estaba tranquilo.<br />

-iEs muy picara Ud., sefiora Lucrecia! Pero en broma me<br />

ha dicho la verdad. En realidad yo no soy capaz de haeer sufrir<br />

a nadie, y I~~CTIQS<br />

hacer daiio a gentes a quienes s610 debo delica-<br />

dezas y atenciones.<br />

--Si, --rib Mereedes-venga a bacerse el santito aquf.


Era con esto voy a tener mucho cnidado cuando nos visite.<br />

CnaIquier dfa se enamora la Quecha de Ud. y luego se muere de<br />

peas, dejhndome sola.<br />

-No, eso no-replic6 vivamente la seiiora-pero me PO-<br />

dria robar asi como Tito Jara a Nora. Y yo te dire que me de-<br />

ja& Ahora Ud., seiior Garcia, sabrB como toma esta insinuacibn<br />

tan indirecta.. .<br />

Rieron todos alegremente. Conversaron un rato m&s y<br />

en seguida Andr6s se despidi6. Mercedes cruz6 el jardfn para ir<br />

a dejarlo hasta la reja. AI despedirse le dijo:<br />

--icon que esas teniamos, no?<br />

En su voz habfa una reconvenci6n carifiosa y triste a la vez.<br />

And& le retuvo un instante la mano para deckle emocionado:<br />

-Me ir6 muy triste si Ud. Cree eso. iNo es verdad que no<br />

lo Cree?<br />

-No, And& Vhyase tranquilo. Lo hice por seguirle la bro-<br />

ma a In tfa. Hasta mafiana. No deje de escribir esa carta.<br />

-No tenga cuidado. Eu-enas noches.<br />

Habfa una herrnoPa luna. Desde el medio del camino el<br />

joven se volvi6 a mirarla. La vi6 a traves de la reja como en una<br />

ensofiaci6n. Una duke tristeza le llenaba el espiritu. iEn que<br />

terminaria todo eso? iLo seguiria queriendo siempre? Y si eso<br />

ocurriera, iqu6 triste seria siernpse ese amor! Nunca podria mos-<br />

trarse a 10s demhs. Disfrutar de 61 con la tranquila alegria, de 10s<br />

que tuvieron la dicha de hacer realidad lo que soiiaron. Porque<br />

61 la adoraba con el ansia de que fuera suya para siempre. iQu6<br />

felices dcbian ser Jara y Arriagada, quienes dentro de su manera<br />

de ser, alcanzaron el logro de sus anhelos. En cambio en 61, todo<br />

era una herida, una tortura, un grito desolado. Pero Mercedes<br />

10 amaba. iQU6 lindo era saberlo! Se apret6 las manos contra el<br />

Pecho y como el que oye una mGsica muy bella se Hen6 de su re-<br />

cuerdo. iDe su simpatia, de su gracia para decirlo todo!<br />

La noche estaba fresca, olorosa, susurrante. Sobre el ca-<br />

mino, la luz de la luna dibujaba las m& raras figuras, a1 proyec-<br />

tame a traves de las ramas de 10s Brboles. Desde un altdio vis6


160<br />

Luis Durand<br />

las casas de la Villa, como si estuvieran acurrucadas entre lag<br />

arboledas. Hubiera deseado andar toda la noche, cansarse, para<br />

dormir en seguida con ~ SOS deseos de no clespertar mAs, que as&<br />

tan a 10s seres en quienes la alegrfa de la vida es siempre esquiva.<br />

A la entrada del pueblo, se encontr6’con Fuentes y Galarce<br />

que volvfan de San Enrique, un villorrio campesino, donde de<br />

vea en cuando solian ir a escuchar algunas tonadas. A1 divisarlo,<br />

casi a un tiempo le saludaron en son de broma:<br />

--icon que asi era la cosa gallito, no? Y ni siquiera Ie cuenta<br />

a 10s amigos. Hay que ver el rucio egofsta &&e. Cu6ntanos algo<br />

siquiera, para acompaiiarte en tu alegrfa.<br />

-Sf, es necesario-dijo Fuentes-no puedes negarte a participarnos<br />

algo de esa dicha que te embriaga.. .<br />

-No embromen, hombre. Si vengo de la casa de mi lavandera<br />

a donde fui a apurar mi ropa. No SI$ si tenga que ir maiiana<br />

a Santiago.<br />

-jHombre! iY a qu6?<br />

-Parece que me voy. Mi amigo don Casiano me ha conseguido<br />

un empleo por allA. No s6 afin qu6 cosa serfi. Aqui est6 el<br />

telegrama.<br />

Lo Ieyeron Avidamente. Hnbfan cambiado de actitud y<br />

ahora lo miraban en silencio.<br />

-iPero, hombre, y no nos habias contado nada! iCuAnto sentiremos<br />

que te vnyas! Toda la gallada va a echarte mucho de<br />

menos. Realmente, &to. iY es algo bueno lo que te ofrecen?<br />

-Time que ser,-exclam6 Fuentes-el amigo de Garcfa<br />

sabe su situaci6n. Bien sensible es porque ya no volverhs nunca<br />

por ac6.<br />

-Pero, vendrhs a despedirte.<br />

-iAh!, claro-repuso Garcia-y deho decides que si es algo<br />

que no est6 de acuerdo con mi manera de ser, prefiero quedarme<br />

aqui.<br />

--Yo que tii no me iba-opin6 Alfonso-. A mi me parece<br />

que la Merceditas de repente va a renunciar a su empleo. Doiia<br />

Lucrecia tiene muchos deseos de irse a Concepci6n, segtin le


a mi madre ahora tiempo, porque ese clima le hace muy<br />

Hen para el coraz6n. - , entonces, tli podrias conseguirte la direc-<br />

cibn de la escuela. Con tu amigo de Santiago, no seria diffcil, y<br />

quedarlas muy bien.<br />

-jClarol--agreg6 'vicente-y cerca de tus amigos que te<br />

quieren con sinceridad. Debes pensarlo bien, pues eso que te<br />

dice el gordo no est& lejos. Si cstas ni:>as tienen de m8s con que<br />

vivir, sin necesidad del sueldo de la Merceditas. A dofia Lucre-<br />

cia no le cortan el pescuezo por menos de cien mil pesos.<br />

-Y tal vez m&s-confrm6 Fuentes-. Ffjate que las dos<br />

casas de Temuco son de la Meche, y la quinta de Colliguay<br />

tambib es dc ella.<br />

Se fueron conversando del asunto hasta la esquina de la<br />

calle que iba hacia la estaci6n. En el banco de la Municipalidad,<br />

estaban Javier MBndez, Tor0 y Jara, a quienes Vicente irnpuso<br />

de la nueva.<br />

-iQd les parece, se nos va el rucio Garcia!<br />

-iC6mo! LDe veras?<br />

Todos se interesaron mucho por Garcia, a quien realmente<br />

estimaban. Javier MCndez que en ese momento les contaha una<br />

prodigiosa curaci6n efectuada a base de parafina, se interrum-<br />

pi6 para deckle:<br />

-No sea tonto compaijero, no se vaya. Creo que Ud. de-<br />

be hacer lo que le aconseja Alfonso. Por lo demhs, aqui la vida es<br />

barata. P Ud. que es soltero no tiene para que apurarse tanto.<br />

-Y si se enferma-ri6 Jara-donde Arriagada hay mucha<br />

parafina.<br />

--Va lo creo.<br />

Tanto se convers6 esa noche de su partida, que cuando se<br />

fu6 a su cual'to, iba con la idea que en realidad era cierto su ale-<br />

jamiento de allf. No obstante, le alegraba saberse estimado de<br />

todo8 sus amigos, en aquel pueblecito donde conociera el amor.<br />

11


XVII<br />

-A mi me dieron a ente lder un dfa en el Ministerio, que el<br />

Visitador deseaba sacarlo de ahi, y por eso le trajinC esta pega.<br />

Le dire compaiiero que va a perder una oportunidad muy buena<br />

de hacer carrera. Per0 en fin Ud. lo ha de ver.<br />

-Sf, es cierto-replic6 Garcfa-pero, en realidad, yo ahora<br />

deseo quedarme all&. Toda la gente es muy buena y me han<br />

tomado mucho carifio.<br />

-iPsh, en todas partes hay gente buena, mi amigo! Si e6<br />

por eso le dirC que va a hacer una lesera. Porque ha sido un ver-<br />

dadero whiripazo, conseguir este empleo. No se imagina Ud.<br />

la cantidad de interesados que habian. Y a un paso de Santiago.<br />

Yo creo que debe decidirse.<br />

Caminaban entre el tumulto de la calle Bandera. Don Ca-<br />

siano iba hacia la Cgmara a buscar su correspondencia. Habfa<br />

adquirido cierto empaque en su manera de caminar y una co-<br />

rrecci6n en el vestir, que AndrCs no le conocia. Le saludaban<br />

muchos conoeidos, algunos con desmesurada atencih, a 10s cua-<br />

les don Casiano respondia con ademh desenvuelto, a veces con<br />

un jhola! o jsalud! cuando eran correligionarios y con cierta<br />

ceremonia cuando se trataba de algtin personaje que conociera<br />

en SUB actividades politicas.<br />

Pero con Garcfa no habia cambiado en nada. Era siempre el


aismo hombre bondadoso y afable que conociera en el norte.<br />

LO llevaba cogido del brazo y con tanto cariiio como alIh en<br />

Iquique cuando iban a comer a alguno de 10s numerosos hoteli-<br />

tos de la calle Vivar. Garcfa, ahora sentla que su carifio por 61,<br />

tenia tambidn un poco de respeto y admiracibn. A la entrada de<br />

la Chmara quiso despedirse, pregun thndole :<br />

-LA qu6 horas vengo B verlo don Casimo?<br />

-iC6m0! iQuC se quiere ir? No, mi amigo. Tenemos que al-<br />

morzar juntos, para conversm tranquilos. Los quehaceres 10s<br />

deja para despu6s.<br />

Lo entr6 en un aaldn cuyas amplias ventanas daban a1 jar-<br />

din, en el centro del cual habia una gran mesa rodeada de sillo-<br />

nes tapizados con cuero, en donde algunos diputados leian o<br />

conversaban con sus electores. Un hombre grande, moreno, de<br />

corbats de rosa cafda, como la de un poeta, de ojos redondos<br />

y labios sensuales, conversaba en voz alta con un vejete phlido<br />

que le decfa muy zalamero:<br />

--Claro que a Ud., por su alta investidura, no le pueden de-<br />

cir eso, per0 a mi me han tlratado muy mal a tal punto que euan-<br />

do voy a la Inspecci6n, el jefe no me recibe.<br />

-E ' muy extraiio. Debe per porque aun ILO han recibido la<br />

orden de reponerlo. Per0 como le digo, ayer tarde el Mini&o me<br />

di6 su palabra de que el asunto suyo quedaba solucionado. Asf<br />

es que vayase tranquilo. Salude por all6 a todos 10s correligio-<br />

narios.<br />

Pero el vejete insistfa preguntando y dando ciertos detalles<br />

en voz baja, y con tal insistencia que el hombronazo le respond%<br />

de pronto con impaciente actitud.<br />

-Le digo que todo est& arreglado. Lo demhs son historias.<br />

Hasta la vista.<br />

-]Ah, eso si! Muchas gracias, muchss gracias. iEntonces me<br />

wedo ir tranquilo?<br />

El diputado le reeong6 un jclaro! tan en6rgico, que a1 hombre-<br />

Cillo no le qued6 mhs remedio que retirarse, dando vueltas a:<br />

sombrero en actitud indecisa. A1 pasar junto a Garcfa dijo:


--iCrtrrtmba! Tenia una porci6n de cosas que decirle a este<br />

caballero, lo malo es que no dan tiempo. Basan tan ocupados<br />

tambidn.<br />

Aun se detuvo en la puerta vacilando. Se rasc6 la cabeza<br />

con'aire de contrariedad y echando una iiltima mirada a1 dipu-<br />

tad0 que conversaba ahora con una sedora, se decidi6 a mar-<br />

charse.<br />

Don Casiano, en tanto, hfibfa vuelto del interior, trayendo<br />

muchas cartas en la mano. Sentado en un sillbn, las iba leyendo<br />

rhpidamente. Algunas ]as doblaba dejhndolas sobre la mesa y<br />

otras las partfa en dos, arrojhndolas a1 canasto. De pronto vol-<br />

viendose a Garcia le dijo:<br />

-iQd sinvergiienza es la gente! Figdrese que Astudillo, el<br />

ayudante de la Tesoreria, me escribe. pididndome amparo. Pa-<br />

rece que lo tienen afligido. Ud. sabe que fud uno de 10s futrecitos<br />

que m&s se refa de mi cuando present6 la candidatura. 1' ahora<br />

me dice que todos fueron chismes para ponerlo mal conmigo.<br />

ICara de palo, el tipo! iQu6 se joda por mala lengua!<br />

P estrujando la carta sin romperla, la lanz6 a1 canasto mo-<br />

viendo la cabeza con aire despreciativo. En seguida, levanthdose,<br />

orden6 sus papeles, se 10s pus0 en la cartera, y, despididndose<br />

de un joven que estaba a su lado con un: ehasta luego, colega)),<br />

se volvi6 a Garcia:<br />

-2,Vamos compafiero?<br />

En la esquina de Bandera se detuvieron a esperar el carro.<br />

Era el mediodfa. Los suplementeros ofrecian con insistentes gri-<br />

tos sus peri6dicos. Autos y tranvias pasaban en sucesi6n inter-<br />

minable haciendo sonar sus pitos y bocinas con un bullicio en-<br />

sordecedor. Un tranvia Matadero pas6 convertido en un racimo<br />

humano. En cada carro la gente se metia atropelladamente, em-<br />

pujbndose y code&ndose sin ningdn miramiento. Don Casiano,<br />

fastidiado, le dijo a Garcia:<br />

-iQd embromar, hombre! A esta hora es una gran lata to-<br />

mar carro. V&monos en un auto mejor. No lo convido a almor-<br />

car en el centro porque deseo darle una sorpresa.


Don Casiano vivia en Ia Gran Avenida, una8 cuantas cuadras<br />

rnb~ all& del Zanj6n de la Aguada. Por el camino le cant6 a<br />

Garcia que habia arrendado una pequefia quinta. El era hombre<br />

del sur, y s6h las circunstancias de su vida de esfuerso le llevaron<br />

a1 norte, donde sup0 hacerse querer del elernento obrero.<br />

Siempre deseb vivir en una casa amplia con hrboles y flores,<br />

cosa que en Santiago no era tan diffcil conseguir.<br />

--Me carga, compafero, vivir en esos cit&, donde parece<br />

que uno no puede ni estornudar a gusto, porque el vecino lo<br />

est& oyendo, asi como uno tiene que imponerse ha9ta de lo que<br />

el del lado va a comer. All& en el norte igU& diablos! no habia<br />

m&s que asantar la calamina y el cuarto redondo. Pero aquf en<br />

Santiago, si quiera podemos darnos el gusto de respirar buen<br />

aire. JNO le parece?<br />

--Ba lo creo. La salud anda tambien much0 mejor.<br />

-iClaro! Y para mi tiene otra ventaja, porque viviendo m8s<br />

nl centro 10s arnigos y correligionarios no me dejan ni almorsar<br />

tranquilo. En fin acst, no es tanto.<br />

Se detuvieron frente a una casita con rejas a las que seguia<br />

un pequefio jardfn. Don Casiano alegremente, sac6 la Ilavc y<br />

abri6 la marnpara, hacibdole pasar a una pequefia salita donde<br />

habia una mesa y algunas sillas. Junto a la ventana un tiesto con<br />

flores y en el rinc6n un estante con libros.<br />

-iQuB le parece? Aqui nos vamos arreglando poco a poco.<br />

A 10 pobre.<br />

De pie bajo el dintel de la puerta de la sala don Casiano<br />

le sonreia feliz. Era un hombre ancho de espaIdas, de porte re-<br />

WIar y con algo de riistico en su aspecto. Colorado, sin una cam<br />

n pesar de sus ciiarenta y ocho afios.<br />

-Bueno mi amigo, ahora le voy a presentar a mi dueiia<br />

de casa; a lo mejor va a resultar conocida suya.<br />

Garcfa pe asom6 a la ventana. En ese rnomento pasaba a<br />

Wan velhdad el can0 hacia San Zernardo. En la esquina un<br />

heladero hacia sonar su platillo de metal. En el fondo, la cordi-<br />

IIera recortaba su mole ad, coronada de resplandeciente blan-


I66<br />

Luis Dwund<br />

cura. Sentla el mozo una dulce tristeza. El aroma de las flares,<br />

le trajo el recuerdo de Mercedes. Su casa, su jardin, la linea<br />

graciosa de su cuerpo, su boca dulce, la c&Iida luz de sus OSOS.<br />

Todo en una lejanfa que le satur6 de penetrante nostalgia. Mirb<br />

la hora. Iba a ser la una de la tarde. Ellas almorzaban temprano.<br />

Seguramente estaria cosiendo o leyendo, sentada en la galeria<br />

en medio del apacible silencio campesino. El canario, en tanto,<br />

desde su jaula, lanzaria sus largos pios, seguidos de un gorjeo<br />

claro.<br />

En ese momento 10s pasos de don Casiano y 10s de otra per-<br />

aona, con quien venfa conversando entre risas ahogadas, lo sa-<br />

caron de su ensofiaci6n. AI volverse vivamente, se encontr6, sin<br />

poder reprimir un grito de asombro, con Hortensia, la linda viuda<br />

de don Silvio Paretti, que fuera el duefio del Hotel Tripoli, de Iqui-<br />

que, que le abraz6 risuefia y feliz.<br />

-j$u6 ha.y Garcia! iCu5nto gusto de verlo!<br />

-iPero qu6 es estoI-exclam6 Garcia alegremente sorpren-<br />

dido. P no me habfa contado nada Ud., don Casiano. Pero ha si-<br />

do rnejor. No podfa darme una sorpresa mbs agmdable.<br />

Hortensia refa entrecortadamente, con su manera carac-<br />

terfstica, desplegando SUP labios gruesos, que mostraban unos<br />

dientes grandes, sanos y relucientes. Era una morena simpatiqui-<br />

sima, cuyos ojos verdes orlados de largas pestadas, daban cierta<br />

expresidn rombntica a su rostro, pero s610 en apariencia, pues<br />

tenfa un carhcter alegre y bromista como el de una chiquilla.<br />

-?a le habia preguntado por Ud., a don Casiano-le dijo<br />

Garcfa-y el diablito nada me cont6 de Ud.<br />

-Fuf yo que le encargu6, no le dijera nada hasta cuando<br />

viniera. Dese&bamos dar!e una sorpresa bien grande. Lo lindo<br />

es que Ud. no sabe atin para que lo necesitamos. jk’a le conta-<br />

remos! Ahora Uds. han de estar muri6ndose de hambre, pero no<br />

se afijan porque he puesto toda mi ciencia de cocinera en el<br />

almuerzo. ;Est 6 rico!<br />

Y a1 decir esto, refa alegremcnte Hortensia. A nadie que no<br />

Is supiera, pe le ocurrirfa que era italiana, pues su manera de


hablar y hasta 10s dichos con que salpicaba sus conversaciones<br />

eran 10s de una chilena. Y era lo natural, pues lleg6 a Chile<br />

en 10s brazos de su madre, y no habfa vuelto nunca m&s, a la<br />

tien& de BUS mayores.<br />

Y mientras ella fu6 a ayudarle a la muchacha a servir el almuerzo,<br />

don Casiano le explic6 la - cosa. Aquellos eran amores<br />

viejos. A la muerte de don Silvio, Hortensia se vi6 envuelta en<br />

una serie de dificultades comerciales COB motivo de las numerosas<br />

deudas que dejara su marido y entonces don Casiano le ayud6<br />

a salir de todos estos 110s. Ast pudo sostener el negocio y venderlo<br />

en muy buenas condiciones un aiio despu6s. Entretanto la amistad<br />

se convirti6 en cariiio.<br />

-A un hombre de mi edad, no le conviene una scabraw, compafiero.<br />

Es exponerse a que nca pongan el cucurucho. En cambio,<br />

la Hortensia que no tiene treinta y cinco aiios Bun, me ha demostrado<br />

un gran afecto. Es una mujer muy generosa y abnegada.<br />

Sreo que lo pasaremos bien. iNo le parece?<br />

-Ad me parece. iY cuando se casaron?<br />

Don Casiano sonrid malicioso. En ese momento entraba<br />

Rortensia, y 61 le dijo:<br />

--Oye, Tencha, Garcia me pregunta que cuando nos cas%<br />

mos.<br />

El!a ri6 un tanto ruborizada. Luego con su chlida y armoniosa<br />

voz de italiana, le dijo:<br />

--Lueguito lo va a saber. Pero primer0 vamos a almorzar.<br />

Durante el ahnuerzo que 5.6 un verdadero banquete, conver8aron<br />

de Iquique, de 10s dias de la decci6n1 cuando el Hotel<br />

Tripoli era el centro de toda la actividad electoral de la candidatura<br />

de don Casiano. Hortensia en esos dias habia sido la m&8<br />

entusiasta en 10s trabajos. El mesh y las paredes del bar estaban<br />

empapelados con 10s retratos de don Casiano. Fu6 alli donde<br />

Garcfa hizo la cosa mBs fanthstica de su vida: decir un discurso.<br />

LO escribi6 y en seguida se lo aprendi6 de memoria. Muchas veces<br />

Io ensayaba delante de Hortensia, que a fuerza de ofrselo lo<br />

habia aprendido mejor que 61 mismo. La noche que lo pronun-


168<br />

ci6. estuvo a su Iado lista para soplarle poi. Si dao se !e oIvidaba.<br />

Afortunadamente, animado por 10s estruendosos aplausos de la<br />

concumencia, Io dijo con tanta expresi6n que todos de pie lo<br />

ovacionaron larqamente. Rortensia, en uno de esos arrebatos<br />

rtpasionadoe, lo abraz6 Iargamente y luego subiendose R una si.<br />

Ila, con un vas0 en la mano, Janz6 un sonoro .speech,:<br />

-iTres r&s, por el diputado Casiano Pbrez!<br />

P en efecto, a1 dfa siguiente, don Casiano obtuvo una de la8<br />

mhs altas mayorfas. En 1% noche e1 Hotel Tripoli se convirti6 en<br />

un verdadero voIcBn, que estallaba en una erupci6n de jdbilo,<br />

celebrando el triunfo del candidato.<br />

-Caramba, qu6 trabajamos fuerte Garcia! Para la prdxima<br />

tenemos que ir juntos a1 norte. Por eso, hombre, me gustaria<br />

tanto tenerlo cerca. Muchas veces crealo, me hace falta aqiii.<br />

Uno necesita una persona de toda su confianza para ciertas co-<br />

w. y Ud. que es un gallo para eso de correr la pluma me ayuda-<br />

ria mucho en ese sentido.<br />

-Per0 ahora lo vamos a tener a un paso de Santiago-<br />

exclam6 Hortensia y pod& venir continuamente. Aquf ya le<br />

hemos destinado una pieza para que se aloje cuando vengs.<br />

--iQub!-le interrumpid vivamente don Casiano--si no se<br />

quiere venir ahora. Lo tienen encantado por all&. Despu6s que<br />

casi le cost6 llanto irse.<br />

Hortensia entre asombrada y maliciosa exclam6 :<br />

-2,Es posible? No, Garcfa no pede hacer eso con sus ami-<br />

gos que lo quieren tanto.<br />

En ese momento la sirviente, vino a avisarle que un sefior<br />

Barrientos, de Iquique, desenba verlo. Don Casiano no pudo re-<br />

primir un gesto de fastidio.<br />

-iCar&cho! Ni comer a gusto lo dejana uno. PBsalo a la<br />

sda y dile que tenpa la bondad de esperarme un momento.<br />

-Gente m&s fastidiosa-dijo Hortensia cuando 61 salik<br />

a1 pobre Casiano no lo dejan tranquil0 un momento. Y todos<br />

quieran empleoa. Po creo que si e1 Fisco emplenra a todos los<br />

que andan tras de un puesto, estarfa toda la poblsci6n, en 1% ad-


ministraci6n pbblica. W a prop6sit0, les cierto que Ud. no desea<br />

venirse para ach?<br />

-S+replic6 Garcfa-algo de eso hay. Tengo que conver-<br />

sar largo sobre ese punto con don Casiano.<br />

-j&u6 I&stima! Ud. no se imagina cuanto lo aprecia Ca-<br />

siano. Ahora le voy a contar toda la tramoya que tenemos.<br />

Ffjese que yo s6lo hace un me8 que estoy aquf. No nos hemos<br />

casado todavfa, porque queremos hacerlo -nuestro padrino y<br />

Casiano no deseaba que viniera hasta no tenerle algo a fin de que<br />

se quedara inmediatamente.<br />

-iCu&nto se loa agadezco!-murmur6 Garcfa sinceramente<br />

emocionado. No sabe Ud. Rortensia lo que esto significa para<br />

mi. Realmente no s6 cbmo expresarle mi gratitud. S6Io Dios sa-<br />

be el carifio que siento cor don Casiano. Desde que lo conozco,<br />

ha sido como un padre para mi.<br />

-En realidad, no pasa dh sin recordarlo. Supiera la alegrfa<br />

con que me muestra sus cartas. Para mf que Ud., diablito, esth<br />

enamorado por all&. iVerdad?<br />

Garcia, sin mirarla, respondi6 :<br />

--Algo de eso hay.<br />

En ese momento entr6 don Casiano a decirle:<br />

-Mire,Garcfa, iUd. tiene que hacer en el centro? Porque si<br />

qiiiere se queda acompadando a la Hortensia. Y oigame bien,<br />

queda notificado a vcnirse a almorzar y a comer aqui. En su<br />

pr6xirno viaje ya le tendremos su pieza lista.<br />

--Muchas gracias. Pero yo quisiera hablar con Ud. hoy<br />

mismo. Tengo tantas cosas que contarle y explicarle.<br />

--Pero, mi hijo, si tenemos toda la semana para hablar.<br />

De todos modos si quiere confesarse luego vaya a la CSmarrta<br />

buscarme a las siete. Nos vendremos juntos a corner.<br />

y esa noche, de vuelta de la casa del diputado, habfa sen-<br />

tido una profunda inquietud. Vefa 10s ojos de Mercedes aman-<br />

de pesar, con un aire de misteriosa reconvenci6n. Habiale<br />

CoQtado a su amigo todn la historia de vu amor, de su bello amor.<br />

Fentados en un rinc6n de uno de 10s bares del centro, don CR-


170<br />

Lib Dvrcrd<br />

Piano le oia muy interesado, tomhndose a trapitos cortos un<br />

gran vas0 de clery. Despuks qued6 silencioso fumando en largas<br />

chupadas su cigarrillo, para lanzar por dltimo su interjeccidn<br />

habitual :<br />

-iiCarachoi Que embromar, compafiero. Est6 enamorado<br />

hasta 10s huesos por lo que me cuenta. La del diantre es que ni<br />

siquiera pueden casarse porque aunque ella se divorcie eso no<br />

anula el vinculo. Y el asunto tendrh que llegar a donde llega<br />

siempre el carifio, cuando es verdadero. Menos mal. Lo embro-<br />

mado que esth en un pucblo tan chico donde es muy diffcil<br />

ocultar nada, a la malsana curiosidad de la gente. P eso podria<br />

traer mhs de un desagrado. iNo es cierto?<br />

--Ad es, en realidad.<br />

-Lo que Ud. mi amigo debe hacer, es andar con mucho<br />

cuidado, y no contarle el asunto, fuera de mi, ni a su almohada.<br />

Le encuentro toda la rash para no venirse. Vq en su cas0 harfa<br />

otro tanto. No hay dicho mhs cierto que ese de


otras. MulIidos quilantares, salpicados de Aores rojas, y siempre<br />

en lo alto; casi a1 bor,P.de del barranco, un boldo, mancha verdi-<br />

negra de hojas brillantes. Tierras foscas, huraiias, bravfm, sur-<br />

cadas de pardos caminillos audaces que se retorcfan entre los<br />

troncos. Y a veces un retazo de selva en agonfa. Palos secos, ergui-<br />

dos angustiadamente, con el-vientre negro y hueco. Otros como le-<br />

prosos, agujereados, torcidos, en actitudes estrafalarias, como un<br />

ebrio vacilando a1 borde de una vereda, o implorantes como en un<br />

hierbtico ruego. X siempre manchados de nego. Coigiies blan-<br />

quecinos y robles rojizor; y de abajo, de la tierra, eterna juventud,<br />

brotaba el renoval de hualles, fraternixando en un abrazo fresco p<br />

perfumado con 10s quilantos, salpicados por el labio encendido<br />

de una flor de copihue. Por las ventanillas entraba aire y luz;<br />

fragancia de agua sombria, de leiios tronchados de tierra fra-<br />

gosa. Y mbs all& lomas ondulantes por donde ditcurrfa la gracia<br />

juguetona de 10s corderillos y de las borregas que balaban do-<br />

lientes.<br />

Corrfa el tren, y And& sentia como algo fisico dentro su<br />

espiritu, la tristeza de ir alejbndose de Mercedes, cada rato m&s.<br />

Pa no estaba ells para embellecer lo circundante con su presencia.<br />

;,Que escondida hechiceria, guk bello secretio guardaba su per-<br />

sona para poner ese algo encantador en lo que la rodeaba? iAh!<br />

-si no hubiera sido por el segundo telegrama de don Casiano, en<br />

el cud le decfa: ees necesaria y mgente su presencia en 6staB, el<br />

no hubiera hecho de ninguna manera aquel viaje. Cuando Mer-<br />

cedes lo supo, le dijo:<br />

--Es mejor que vayas. Te servirb mucho para conveneer<br />

a tu amigo de que par motivos especiales, no deseas alejltrte<br />

de aqui. Asf conseguirh quedarte completamente tranquilo.<br />

TT te ha de servir tambib para que aprendas a quererme mbs.<br />

-iMBs todavfa? Creo que ser& imposible.. .<br />

Y mientras el tren se tragaba 10s kil6metros 61 se Xlenabrt de<br />

su recuerdo. DecIinaba la tarde sobre 10s cerros lejanos arrebu-<br />

jados en gasas sutiles de malva y rosa. AI cruzar un rfo el awa<br />

era azul, profunda, transparente, pero en la distancia se habfa


incendiado. Llameaba con un resplandor que se reflejaba en el<br />

cielo, como si ‘fuera un torrente de vino ardiendo. Cerca de<br />

Victoria hahia Ilovido y un trozo de selva mostraba su verdor<br />

m8s opulent,o, rejuvenecido, claro y fresco, aun cuando la noche<br />

se aproximaba eE una sombra delgada, jluminada hacia el<br />

oriente COMO un extrado amanecer.<br />

La tierra hfimeda, negra, debfa tener un latido tenue,<br />

bebiendose sedienta el chaparrbn. Lentamente las sombras se<br />

apketaron, hacidndose m8s densas, y entonces Garcia se fij6 en<br />

10s viajeros que le rodeaban. Algunos dormitaban y otros leian<br />

con cara de aburridos una revista. A ratos sonaban reciamente<br />

las portezuelas y aparecfa un empleado del ferrocarril con su uni-<br />

forme bbscuro y su andar oscilante siguiendo 10s vaivenes del<br />

coche. Otras veces erac vendedores de frutas, refrescos o peri6-<br />

dicos. Y poco a poco, fud sintiendo que sus nervios se soltaban,<br />

que un hhlito fresco y consolador lo penetraba, para irlo adorme-<br />

ciendo suavemente. A ratos la locomotora lanaaba su alarido,<br />

grito de angustia y amenaza horadante, y luego el convoy como<br />

si nervioso de saber que debia comer toda la noche para llegar a<br />

Santiago, emprendfa una especie de carrer6n frendtico, tal si<br />

enfurecido de no encontrar otro enemigo, embistiera a la noche<br />

Y a1 misterio.


XVIII<br />

Don Casiano y Nortensia se casaron tres dfas despu6s<br />

de haber llegado Garcia, a Santiago. El oficial civil fu6 a la easa<br />

de 10s contrayentes, y por la noche se efectu6 la ceremonia reli-<br />

giosa en la parroquia del barrio, en la cual fu6 Garcia el padrino.<br />

Hortensia estaba radiante de alegria y don Casiano muy feliz,<br />

aunque un poco eniocionado. Vinieroo unos parientes de 61, y<br />

entre eilos su hermana mayor, una seriora grande, morena, que<br />

debfa estar ya pr6xima a 10s sesenta aiios.<br />

En la noche, despues de la comida se celebrb la fiesta que<br />

dur6 hasta el amanecer y durante la cual rein6 una completa<br />

alegria. And& fu6 objeto de parte de 10s contrayentes, de las<br />

mlts carifiosas manifestaciones de simpatfa. Don Casiano le<br />

present6 a todos sus amigos, ponderando sus condiciones de ink-<br />

ligencia, en tal forma, que Andr6s hub0 de hacer prodigies, pa-<br />

ra no defraudarlo en el concept0 de 10s demhs. Estaba alegre,<br />

tranquilo, confiado. AI fin todo llegaba en la vi&. Warto habfa<br />

sufrido, tambibn, don Casiano. Probablemente m& que 61 mis-<br />

mo, y no obstante, el dia de la felicidad llegaba hasta 61. ESo le<br />

hizo sentirse optimista. AdemBs, esa maiiana le habfa escrito una<br />

carta a Mercedes, encendida y lfrica, en la cual se deshag6 con-<br />

thndole sus impresionea y sus sueiios de amor y& saturrtdos de<br />

penetran te nostalgia ,


Asf pudo mostrarse alegre y comunicativo. Intervino en<br />

to& 18s conversaciones y bail6 con todas las chiquilhs sin mos-<br />

trar preferencia por ninguna. A1 finalizar la fiesta fu6 a dejar<br />

basta su casa en el auto que don Casiano arrendara para la fie5<br />

ta, a LuciIa Carlini, que asisti6 con eu madre y un heimmo me-<br />

quo era cad un nifio todavia.<br />

Hortensia le dijo, poco despu6s de presentbrsela:<br />

--No le perdono, Garcfa, que se haya ido a enamorar por<br />

allb. 5’0 que le habia hablado tanto de Ud. a esta chiquilla que es<br />

un encanto. Hubiera sido muy feliz cashdose con ells. Ffjese<br />

qu6 bonita es, y ademiis su padre tieoe mucho chiche.. . jami-<br />

guito!<br />

Y abriendo 10s brazos, sus ojos se llenaron de luz expresiva<br />

y maliciosa.<br />

Y en realidad, Lucila era una bellisima joven, de cabellos<br />

dorados y ojos claros, eaodorosos, que se posaron sobre 10s de 61<br />

con ingenua curiosidad. Tenia el cutis tan delicado y un sonro-<br />

sado en las rcejillas tan leve, como el de una fruta cuando co-<br />

mienza a pintarse ante la caricia del sol. Se apoy6 en su brazo<br />

con la confiada tranquilidad de un nifio, y en su cuerpo habfa<br />

algo de liana y de 6rbol joven a la vez.<br />

Pero Garcfa sentia sus nervios tranquilos. No habfa en<br />

hila, ese misterio, esa inquietud, esa vibraci6n interns, que se<br />

asomaba a 10s ojos de Mercedes. No tenia esta, esavitalidad<br />

graciosa, emocionada a ratos y alegre otras veces. Garcfa no sa-<br />

bfa donde estaba la diferencia, per0 Mercedes tenia para 61 la<br />

Clara alegria de un pttjaro y el aroma de una flor. Era la dnica<br />

dentro de su espfritu. Y no sabia advertir que esta otra, era para<br />

61 un encanto in&dito, que resplandecerfa tal vez con la misma<br />

maravillosa, si la tocara el soplo milagraso del amor.<br />

y en ese fresco amanecer de septiembre iba sentado dentro<br />

auto, junto a aquella hermosa muchachs, sin experimentar<br />

ninguna inquietud. Desde su cuerpo le llegaba a ratos cuando el<br />

rebullia dentro del coche, un delicioso aroma a poIvos, a<br />

@encia fina, a came joven y limpia, ligeramente humedecida de


transpiraci6n. La ciudad a m no despertaba de su sucfio. Can-<br />

taban 10s gallos melanc6licamente haciendo sofiar en amaneceres<br />

campesinos. En frescura de hondonada umbrfa, esperando la<br />

sonrisa del sol, entre la hurafiez acerada de las piedras hbmeda,s<br />

de rocio. En esa hora, cuando 10s vaqueros se lavan el rostro<br />

curtido, en el azote delicioso de las quilas y 10s phjaros sacuden<br />

el ala tibia, para dejar caer el crista1 de IUS primeros pios, miea-<br />

tras 10s zorros cansados de trajinar toda la noche por 10s montes,<br />

se rinden en su cub4 para sofiar con gallinas gordas y pavos de<br />

cuello bermejo.<br />

Rodaba el auto por la calle Arturo Frat a esa hora silenciosa<br />

y solitaria. En la esquina de la Avenida Matta un hombre vo-<br />

ce6 con aeento triste, su mercancia:<br />

-iTortilliii guenaaa!<br />

De pronto la niiia dijo a Garcia.<br />

-Y Ud. se va a venir pronto para ac8 segh me ha dicho<br />

la seriora Hortensia. Espero que entonccs nos vendrh a ver.<br />

Tendremos mucho gusto en tenerlo de visita en nuestra casa.<br />

-Muchas graciils, sefiorita. Para mi ser& un placer.<br />

Sinti6 la necesidad de ser sincero y decir que ya no se ven-<br />

drfa y sin saber porqu6, prefiki6 callarse. Vivian ellas en la ca-<br />

Ile de San Isidro, cerca de la plazuela, y a1 bajarse, laa serioras le<br />

invitaron a entrar.<br />

-Bhjese. En un mornento prepararemos una taza de cafe<br />

que nos vendrh muy bien.<br />

Per0 Garcia se excus6 de la mejor manera que pudo, despi-<br />

diendose en la puerta de la casa. En la esquina de Eleuterio<br />

Ramirez despidi6 al chofer, encarghndole que no dejara de ir B<br />

la 1 de la tarde donde don Casiano, pues irian a las carreras des-<br />

put% de almuerzo.<br />

Tenia frio y deseos de andar. Sin saber porqub, sinti6 una<br />

extrafia curiosidad por ver aquellos lugares donde se sintiera tan<br />

infeliz y desgraciado. Oiase atin, el bullicio declinante, en el<br />

barrio donde se vendia el amor. En la esquina de Santa Rosa,<br />

lath con acelerada angustia un auto sin poder pa*. Los pasa-


---+<br />

jeros echaban toda suerte de improperios a1 chofer, que, preocu-<br />

de su miiquina 10s recibfa como quien oye Ilover. Yhhs all&,<br />

Lln ebrio apoyado en la pared, renegaba evacuando su est6mago<br />

entre grandes quejidos. Mir6 a Garcia cuando dste pas6 junto<br />

61, con cara de idiota, e1 pel0 sobre la frente de su rost,ro con-<br />

gestionado. Lanz6le una interjecci6n canallesca que no inquiet6<br />

joven. abnocia demasiado el ambiente y sabga hien como habia<br />

que estilarlas. Dos mujeres de voz- ronca le llamaron desde una<br />

puerta.<br />

--Venga, mi hijito. Venga, lindo.. .<br />

FuB pasando junto a aquellas casas que surgfan en su re-<br />

cuerdo ccmo una pesadilla. La Elvira Silva, Pedro Jose; las<br />

Folacas, la Rosa Lepe. Frente a1


debla estar en el mesh a esa hora, con la peluca desgredada<br />

la cara arrugada destefiida de afeites. Todo en una niebla es-<br />

pesa de hum0 de cigarros, de olor a comida, a licor y cuerpos<br />

transpirados. Tambih dcbfa estar alli el loco Gostabal, hipando,<br />

apoyado en el bast6n con un resto de la Aor deshecha en el ojal,<br />

empeliado en tomarse un iiltimo trago que Matilde hflexible<br />

le negaria. CoFtabal, levantando la cabeza, seguramente debia<br />

preguntarle.<br />

-Oye, Matilde, dime, Ate he quedado debiendo alguna<br />

vez?<br />

Y Matilde sin contestarle, preguntaria a1 mozo:<br />

-&e apuntaste el Macul reservado a1 niimero tres?<br />

Afuera tambh, era todo igual. Frente a la puerta del


-LY qu6 tal Is vida? iUd. no ha vuelto mhs donde la Matilde?<br />

Ha estado 30 m&s enferma. Jose Santos casi la ech6 a1 hoyo<br />

de una tremenda pateadura que le di6. Parece que Io pi116<br />

haci6ndole empefio a una de las chicuelas y entonces la Matilde<br />

Be enfureci6. P por las puras no m&s, cuando Bstas ya agarraron<br />

1% calle del medio.<br />

-iSi? jHombre que Ihstima! Pobres chiquillas.. .<br />

-Y de ahi, que otra cosa se esperaba. Estando en la miel.. .<br />

Y de pronto haciendo un gesto de risueiio asombro, le indicb<br />

que mirara hacia atrh. A1 volver la cara se encontr6 con 10s<br />

ojos de Marina, una de las sobrinas de Matilde, que lo observaba<br />

con asombrada curiosidad.<br />

-iChiquillo, qu6 haces por aquf! iCuBnto gusto de vertel<br />

~ Westabas O en el Norte? iY cu&ndo llegaste?<br />

Un trope1 de preguntas que no sup0 a1 punto contestar.<br />

Marina le habia tomado del brazo con amorosa familiaridad,<br />

acerchdose a la de 61 su cara con 10s labios secos pintados de<br />

rouge. Un olor a licor, a tabaco y a transpiracibn se desprendia<br />

de ella.<br />

--Me alegro de verla-dijo Garcia, con manifresta turbacibn,<br />

como si temiera que la muchacha le hablara dli, de cuando<br />

estaba en la casa de ella. -iY que fu6 de su hermana? Fijese que<br />

en estos momentos nos esthbamos acordando de Uds. aqui con<br />

don Pepe.<br />

-Muchas gracbs. A la Natalia hace dias que no la veo.<br />

Tiene un amiguito muy celoso que no la deja ahora. Y que dije<br />

est%s, chiquillo. Oye, ipor qu6 no me vas a ver? Si quieres anda<br />

mafiana despues de las tres voy a estar sola en mi pieza. Toma<br />

mi direcci6n.<br />

De su bolsita extrajo una tajeta donde se lefa:<br />

Mademoiselle Ivonne.<br />

Modes. Santa Cruz 027.<br />

-Y esto, iqu6 quiere decir?-le pregunt6 Garcfa.


-Es mi nombre actual, mi hijo. Me dedico a la mod&.<br />

Pero s610 para hombres. Vieras qu6 cosas tan lindas y buenas<br />

hago! iNo me ofreces nada?<br />

-jPero claro! iQu6 te sirves?<br />

--Dame un cigarrito primero. Una menta con seltz. ;Son<br />

43 estos cigarrillos? iay! qu& bueno. Son de 10s que a mf me gus-<br />

tan. Mira no dejes de ir. Maiiana te espero. Dispensame que me<br />

vaya, per0 me aguarda un amiguito.<br />

Ee bebi6 la menta de un trago y sali6 a brincos gritando:<br />

-No vayas a faltar. Mira que lo pasaremos regio!<br />

Don Pepe con su cachaza habitual, le dijo sonriendo:<br />

-Ahora esth obligado. Por ley. Y le dire que es muy soli-<br />

citada la chicuela Bsta. Est& en toda la pega tambib.<br />

And& se despidi6 con un-hasta lueguito-aun cuando no<br />

pensaba volver mbs. Frente a la puerta, el caballo de un victoria,<br />

orinaba esparciendo una vaharada acre y c&licla. Las puertas,<br />

a1 rev& de !o que ocurria en las dembs calks, se cerraban. En la<br />

esquina campanilled un tranvia. Andr6s deseaba limpiarse de<br />

aquella triste sensaci6n que una necesidad inexplicable le hizo<br />

experimentar. Torci6 por la ealle de San Isidro hacia la Alameda,<br />

en donde tom6 carro. Tenh deseos de dormir, de pensar en Mer-<br />

cedes, de lavarse entero para desprenderse de toda aquella at-<br />

m6sfera de la cual estaba penosamente contaminado. En la ciu-<br />

dad advertiase la quietud caracterietica de las mafianas domini-<br />

cales. Frente a la calle Ahumada sub% una mujer gorda con un<br />

canasto lleno de hortalizas que esparcieron su caracteristico<br />

olor. Cuando lleg6 a1 hotel, ya la lhmina de or0 del sol se habia<br />

esparcido Alameda abajo. El hotel estaba abierto, un muchach6n<br />

ojeroso y desgreiiado, loarria el piso abundantemente regado. Un<br />

hedor fuerte que heria la garganta hacia mhs desagradable aun<br />

la indecisa lua del recinto de la cantina.<br />

Subi6 la escalera con movimientos cansados. Una sensaci6n<br />

de acidee en el est6mago y un dolorcillo en la nuca, le hizo sen-<br />

tir un gran deseo de tirarse en la cama. Pero muy pronto aquella<br />

impresi6n de desaseo lo volvi6 a coger y entonces decidib ir a


,leterse a1 bafio. El agua fresca le produjo una deliciosa reacci6n<br />

erey6 que donniria unas cuantas horas muy cbmodamente.<br />

Per0 a1 acostarse sinti6 su cabeza firme y hicida. De la calle lle-<br />

gabs un rumor sordo y hondo que se acercaba y dejaba con sorda<br />

vibraci6n; campanilleaban 10s tranvias y gritaban 10s vendedo<br />

res de peri6dicos. Una raya de or0 se quebraba en la sib donde<br />

estaba su ropa. Di4ronIe deseos de fumar y pensar en una carta<br />

que le escribirfa a Mercedes, mas, de pronto, se hundi6 en un sue-<br />

fi0 tan agradable que s610 despert6 cuando el mozo vino a 11s-<br />

marlo.<br />

-+Hombre!-exclam6 intranquilo-iquE hora es?<br />

-Falta un cuarto para la una.<br />

Vistibse apresuradamente mascullando confusas palabras de<br />

reproche para 61 mismo. Estsba convidado a almorzar donde don<br />

Cashno y era una falta de consideraci6n para su amigo, hacerlo<br />

esperar. Disponiase ya a partir cuando el mozo vino de nuevo<br />

trayhdole una carta. Era un eobre grande rosado, sobre el cual<br />

estaba escrito con caracteres claros y hermosos su direccibn.<br />

Era de ella, de Mercedes. jMercedes! iQU6 lindo era pronunciar<br />

su nombre! Una alegria de nifio le llenb el pecho. Era como ux<br />

repique de campanas jubilosas resonando en sus ofdos. Se ten-<br />

di6 en la cama, para leerla m%s a gusto, per0 le pareci6 irrespe-<br />

tuoso recibir el efluvio de su espfritu en esa forma. Como un ava-<br />

ro que cuenta lentamente sus monedas resplandecientes, leia 10s<br />

renglones, sentado en la silla junto a la ventana. Que cosas tan<br />

sencillaa y tan hermosas sabia decir. Era a m%s de hermosa, in-<br />

teligente. 8u coraz6n enamorado daba un prestigio y un vaIor<br />

enorme a cada una de las palabras de la carta.<br />

--d Amigo querido-decia Mercedes-cr6ame que la parte<br />

m%s diffcil de esta carta ha sido ponerle el tratamiento. Me pa-<br />

recian risibles, meaquinos otros y este mismo por el cual he<br />

optado me parece hipbcrita, porque mi coraz6n me pide otra cos5<br />

mEcs bella que refleje mejor el sentimiento que me anima a1 es-<br />

cribir, pero no me fu6 posible encontrarla. iC6mo ha estado Ud?<br />

EsCo tambi6n lo encuentro tan raro. iC6mo es posible tratar de


Ud. a1 ser a quien adoramos? Y es que estos temores provincianos<br />

ponen una ridfeula timidez en mi pluma. Se me ocurre que esta.<br />

carta la pueden abrir en el correo y eotonces ite imaginas? Me<br />

dan escalofrios pensxr en la cara que pondria la viuda Fernhlez,<br />

la Filomena Miranda o la mujer del boticario si supieran de este<br />

amor que es tan hermoso y triste. Entonees he decidido ir a PO-<br />

ner!a a Temuco, y ya con esta resoluci6n1 te escribo como de-<br />

seo hacerlo. iC6mo has llegado, mi amor? iQuieres decirme<br />

cuhnto tiempo hace, desde esa tarde tan dolorosa en que te des-<br />

pedistes de mi en la estacibn?<br />

-iAh, si supieras que pena tan grande tenia en ese mo-<br />

mento! iQu6 cos& tan despiadada y cruel es, a veces, un tren que<br />

parte! Yo nunca habia conocido esa sensacih hasta ese dia en<br />

que te fuiste. iPobre mi amor! Cuando te mire sentf UEQS in-<br />

mensos deseos de que subieras luego a1 carro por temor de que te<br />

pusieras a llorar delante de todos. Y yo debo confesarte, aunque<br />

te rfas, me sentia m8s desgraciada que Margarita Gautier.<br />

La pobre Chaquira fu6 quien pag6 el pato, porque la azotd<br />

sin lhstima hasta la escuela, a donde llegu6 en una carrera loca<br />

desde la estacih. Y es que sectia tanibien ganas de llorar, de<br />

gritar de pena, como 10s chiquillos chicos cuando les quitasel<br />

chupete. Y no te da verguenza grandota, dirhs tii. Per0 no,<br />

Andr6s, no me da verguenea porque te quiero mucho y ahora que<br />

te has ido es cuando lo he podido apreciar mejor. Todo mi es-<br />

piritu esth lleno de tu recuerdo. Estos dias he pensado en tantas<br />

cosas y mientras mhs imposible veo que es nuestro carifio, miis<br />

me aferro a 61. iQu6 cosa tan bella y doliente es querer cuando<br />

todo se nos interpone y la vida nos llama por ese antiphtico<br />

camino del sentido comdn! Pero este otro camino tan hermo-<br />

so, tan ilusionado, iqu6 nos traerii?<br />

Queria escribirte una carta bien alegre, una carta que fue-<br />

ra como un din de sol, y me ha resultado esta otra romanticona<br />

y tal vez un poquito eursi. Pero est0 de crcorrer la pluma. no es<br />

tan f8cil que digamos. Sin embargo, me quedo ilusionada con que<br />

la encontraras hermosa, porque va de la mujer que te quiere.


,tlercedes Uvizar 183<br />

pienso que la leer& muchas veces, y entre cada rengl6n leer&<br />

todo aquello que quise decirte y no supe como hacerlo. Supongo<br />

que ya td me has escrito y eso me llena de alegia, alegrla que ner&,o<br />

mucho, porque desde que te marchaste todo aqui est%<br />

muy triste. Me doy cuenta ahora, y la entiendo perfectamente,<br />

Llna frase que lef hace tiempo en una novela, de que Iz alegria<br />

de la vida, reside dentro de nosotros mismos.<br />

Siento ahora que esths lejos que se ha apoderado de mi una<br />

%ran inquietud, un temor a peligros que no s6 de d6nde vendr5tn.<br />

por est0 te pido que te vengas luego. As$ me sentire m&s fuerte,<br />

miis dentro de una realidad que me hace soiiar en cows bellas cerca<br />

de las cuales siempre esths tfi, y nuestro amor que sabe arrinconar<br />

mis pensamientos m&s negros. Deseo que eomo respuesta<br />

a esta carta seas tti mismo quien llegues a dhrmela y a contarme<br />

todo lo que te ha pasado por all&. . .<br />

Un golpe en la puerta lo sac6 de su 6xtasis.<br />

-&UB hBy?<br />

--Lo necesita un chofer, sefior.<br />

-Por Dios, qu6 barbaridad; de dcnde don Casiano debe ser.<br />

Era 61 en efecto que lo mandaba a buscar extrafiado de que<br />

no llegara. Lo recibieron entre risuefias protestas. Ya estaban<br />

m la mesa y don Casiano le pregunth.<br />

-iSe qued6 dormido, Garcia?<br />

-Sf, en realidzd me qued6 dormido tarde, es decir mucho<br />

despu6s de acostarme.<br />

-iPobrecito!-exclam6 Hortensia poniendo una cara entre<br />

c6mico y trhgica. Pensando seguramente en esa picara que nos<br />

IO ha quitado, se desvel6. $40 le voy a perdonar nunca esta que<br />

110s ha hecho!<br />

Almorzaron apresuradamente p~res don Casiano deseaba<br />

llegar antes de In tercera carrera para la cud tenia un dato muy<br />

Wxwo.<br />

-Yo no voy hunca a Iss carrerns, compafiero. Per0 la Horknsia<br />

tiene muchos deseos de conocer el Club Wl'pico, y en plena<br />

luna de miel hay que dade gusto. iWo es cierto'?


--Pa lo creo-respondi6 Garciano puede ser m6s justa.<br />

-Ya que no podemos salir en viaje de luna de miel, hay quC<br />

ir a tantear la suerte. Seria el colmo que nos fuera mal en un dis<br />

de tanta alegria como Me.<br />

-iAyt hijo!-exclarn6 doiia Felicinda-la hermana de don Ca-<br />

siano, no te hagas ilusiones, la felicidad no es nunca completa. Sieni-<br />

pre falts algo, por eso es mejor contentasse con lo que uno tiene.<br />

--Ad me parece-brome6 Hortensia-y ahora no es poco<br />

lo que Ud., don Casiano, posee. Parece que Ud. todavfa no se de<br />

cuenta de lo dificil que es conseguirse una mujercita como la que<br />

su suerte le ha puesto en el camino.. .<br />

-iSalud! Me gust6 la modestia. Shora que me pescaste<br />

tratas de hacerme el trago menos amargo. Gracias por la inten-<br />

cih, mi hija. LQuieren que vamos andando?<br />

Llegaron cuando se acababa de comer la segunda carrera.<br />

Junto a las rejas de las galerias, se amontonaban grupos de ha-<br />

rapientos de entre cuyas tiras, no obstante, lograban Facar d-<br />

gunas monedas pars jugar a medias, por entre 10s barrotes, con<br />

nlgium compinche que two para la entrada. Los vendedsres se<br />

alineaban a1 borde de la vereda, ofreciendo tortillas, sandwiches,<br />

o empanadas. En la cara. de dgunos hombres flacos y sucios,<br />

muchos cubiertos con una camiseta, negra de mugre, bajo e I<br />

palet6 desgarrado, se advertia una luz ansiosa, un ansia sombria Y<br />

penosa. Anhelosos se acercaban a 10s que jugaban para saber<br />

como les trataba la, suerte y ver manera de pescar algo.<br />

--&uiubo, jc6mo te lig6?<br />

-Rema1 h6, y de pur0 dorao, no mhs fijate. El Huacho Ho-<br />

norio ju6 el que tuvo toa la culpa. Yo le porfi6 que le jughramos<br />

too seco a San Amhn y a1 muy chaPc6n le car@ de ponerselo too<br />

a Fatalis, siendo que a San Amltn yo lo tenia refijo. Por eso no<br />

hay lesera m&s grande que jugar de una mano a otra. Y Sari<br />

Rmhn pag6 regiieno: fijate.<br />

--iFigur6 Fatalis?<br />

-iChis! ;qu6 iba a figurar! Hubiera dado (;placer) entoncf's<br />

sicpiera.. .


~ercedeo Urixer<br />

171<br />

sentfa una pena inmensa, una inqfiietud tremenda, tanto que<br />

cuando son6 el pito de la locomotora, experiment6 la sensaci6n<br />

de que era un cuchillo que se le enterraba en el coraz6n. Tratd<br />

hfe aparentar serenidad a1 despedirse, mas no pudo hablar. Estmch6<br />

en silencio a BUS amigos junto a su pecho:<br />

-iQtl6 te vaya bien, Garcia, y @e vuelvas pronto!<br />

Ella le retuvo un instante la mano. Sus ojos intensos, claros<br />

de esperanza, hClmedos de ternura se posaron largamente<br />

sobre 10s de 61, tratando de infundirle valor. Adn resonaba su<br />

voz en BUS oidos.<br />

-Hasta lueguito, Garcfa. Felicidadea. Buen viaje.<br />

El estir6n del tren a1 partir desgarr6 toda su pena. La luz,<br />

el aire, el &mbito que le rodeaba adquiri6 entonces algo indefinible<br />

y extrafioj sin alegrfa ni vibraciones. En tanto en el pecho<br />

una lancinante congoja. P como cuando all&, en 10s dias lejanos,<br />

se despedia de su madre para ir a Santiago, dej6 correr sus I&grimas.<br />

Sentia una dulce felicidad de llorar por ella, de saber<br />

que eso a la vez de consolarlo, era e1 homenaje de su sincero<br />

mor.<br />

Despu&, ya en el otro tren, m&s calmado, Re entregb obstinado<br />

a la contempIaci6n del przisaje, el cual se ofrecfa a SUE ojos<br />

envuelto en po&ica tristeea. Las sementeras se rizaban en el<br />

viento. En medio de ellas, casi siempre destacaba su silueta un<br />

roble 8010, desnudo, seco, ancgustiado. Quebradas hondas, esteroe,<br />

azules que se trasparentaban a trds de la grbcil delicadeaa<br />

de 10s helechos. Loa tranqueros daban la irnpresi6n de COrrer<br />

vertiginosos a la vera del tren, que a ratos aullnba fren6tico.<br />

Ganados indiferentes a su paso. pastaban en 10s potreros vecinos.<br />

A veces un potrillo con su largo mech6n caido sobre 10s ojos,<br />

arquesbba el cuello para lanzar un largo y vibrante relincho.<br />

Bajo un pequefio puentecillo, pr6ximo a1 largufsimo puente de la<br />

via fhrrea, una moza campefiina lavaba, aporreando sobre una<br />

piedra, la ropas blanqufsimas. Su brazo moreno se betrnizb de<br />

sol, a1 aIzarIo, para corresponder el saludo de slg~n galante pasajero<br />

del convoy. Las hondonadas sucedfanse una8 detras de


Sobre la vereda ardia el sol. Una vendedora gorda, canosa,<br />

le grita a su vecina:<br />

-.$To le decia yo dofia Etelvina? Si ese San Amhn es mucho<br />

caballo! Todos 10s demhs eran unos traros a1 lado de 61.<br />

Don Casiano y sus acornpasantes habian entrado a1 recinto<br />

de'las galerias. La gente en tumulto, se dirigia a comprar sus<br />

boletos para la tercera. Algunos hombres, con un enorme fajo<br />

de billetes en la mano, recorrlan 10s patios, con el rostro congest,ionado<br />

de gritar:<br />

-iPago, pago, pago!<br />

Pagaban con una rapidez asombrosa, a las personas que se<br />

agrupaban a su alrededor, para salir en seguida corriendo hacia<br />

las boleterfas antes de que timbraran. Alli la gente anhelosa pedia<br />

siis boletos :<br />

--Limited, arriba y abajo.<br />

--Gitanillo, seco.<br />

-For favor-gritaba una vieja-deme dos Kplaceres, a<br />

DesavillB.<br />

El p6blico se distribuia por el enorme local. Un hombre<br />

flaco de ojos penetrantes 9 afiebrados, en un banco frente a las<br />

boleterfss de diez pesos, anotaba cuidadosamente el nombre de<br />

10s caballos que estaban m&s jugados. $Tn grupo de chinitos, peclue5os,<br />

nerviosos, comentaban las incidencias de la carrera, cuyos<br />

resultados no debi6 serles favorable, pues gesticulaban vivamente,<br />

para terminar por romper con trhgica expresi6n 10s bolrtos<br />

que no pudieron cobrar.<br />

La gente comenzaba a llenar el patio, frente a la pista, para<br />

ver el paso de 10s caballos.<br />

-iQu6 hay-pregunt6 Gwcia-jug6 Ud., don Casiano?<br />

-iClaro!--le meti cincuenta pesos, arriba a Salpic6n.<br />

Ustima que parece estar muy jugado.<br />

-SI, per0 en las de a diez-dijo su hermana-en las de<br />

cinco tiene pocos boletos.<br />

-3lejor entonces. iCaracho! OjaE la acertbamos. Y Ud.<br />

'Garcia, tambi6n jug6?


186 Luis DwanJ<br />

-TambiCn IEF! atrevf-replic6 Bste somiendo- le jugV.6<br />

veinte pesos abajo a Desavill6. Me di6 una viejita el dato asegu-<br />

rhdome que le podia cortar la cabeza, si la yegua no Uegaba.<br />

Hacia un lindo dia de Eeptiembre. Una brisa freeca, habia<br />

enrojecido Ias mejiIIas de Flortensia, que tomada del brazo de<br />

don Casiano sonreia felia. Un panorama esplBndido se extendia<br />

en frente, destachndose como brochazos enBrgicos en un telbn<br />

ad, la mole de Pa cordillera cuyos altos pieachos resplandeefan<br />

de nfvea brillantez. En ese mumento salian 10s caballos a !a can-<br />

cha. Todos man de fina muscdatura, de remos delgados, cabeza<br />

chica, y grandes ujos inquietos. Iban con trotecito menudo y<br />

nervioso estironeando el bocado. Los jinetes, hombrecitos mi-<br />

ndsculos vestidos de or0 y seda, semejaban mufiecos y daban<br />

la impresidn de que cualquier movimiento brusco de las Stgiles<br />

bestias, 10s lanzarian de la silla, sobre la cual iban como equili-<br />

brhndose con las piernas encogidas.<br />

-Lacre, azul y oro; gorra blanca. Ese es Gitanillo, decia<br />

un hombre gorclo de grandes y penetrantes ojos negros, mirando<br />

el programa que tenia entre 10s dedos amarillos de nicotina.<br />

Garcia se interes6 por saber cu&l era DesavillC. El hombre<br />

muy contento de poder dar a conocer su sabiduria hipica arrug6<br />

la frente con aire de importancia y despuBs de consultar sus papeles<br />

le dijo:<br />

-Es esa negra del medio. NO ve? Blusa blanca, franja verde,<br />

gorra morada. LUd. la jug6?-Y con aire de quien sabe lo<br />

que dice terrnind-le dire que puede dar un batatazo.<br />

Ya 10s caballos estaban frente a las huinchas de partida, y<br />

entre el pdblico, como si todos se hubieran puesto de comdra<br />

acuerdo, se habia hecho un gran silencio. Todos 10s ojos estaban<br />

fijos en el sitio de la partida. En 10s rostros se advertia una preocupaci6n<br />

tan grande, que ninguna cosa pr6xima lograba llamar<br />

la atenci6n. Kasta que de sdbito como una gigantesca voz de<br />

mando, el grito formidable de miles de personas, atrond el espacio<br />

:<br />

-iiYa!!


Desph un momento de ansiosa expectacibn. Todas las mi-<br />

Tadas tendidas hacia el Iote de caballos y jinetes que en el fondo<br />

de la enorme cancha, corrian en un grupo cornpacto. De pronto<br />

un voxarr6n entusiasta rasg6 el siIencio que hasta entonces esta-<br />

ba tenso de respiraciones contenidas:<br />

- jlimited entrando! jLimited adelante! Ese es caballo<br />

Inibrcole.. .<br />

El hombre que estaba de pie, adquirib una expresibn de<br />

posefdo. Los ojos llenos de luz snsiosa, el rostro rojo y en la gar-<br />

ganta un jadeo de motor que retiernbla a alta presi6n y sin con-<br />

trol. Habia encogido el cuerpo y en un ir y venir de 10s braeoe<br />

grilaba entrecortadamente :<br />

-jEchal6, echal6. . . ! ilimited, Limited, echal6.. . !<br />

Mas, de pronto la presibn de sus calderas encendidas de en-<br />

tusiasmo, se enfri6. Los caballos pasaban frente a las galerias<br />

oorriendo en un tren vertiginoso. Un pataleo ritmico a pesar de<br />

su velocidad reson6 un instante. TAX hombrecitos de or0 y seda,<br />

de pie sobre 10s estribos y curvados sobre el cuello de las nobles<br />

bestias iban requirihdolas frenbticamente. De repente un ca-<br />

baillo que corria en el fondo cerca de la empalieada, pareci6 ad-<br />

quirir el impulso de un resorte, lansado a una velocidad enclemo-<br />

niada, dejando atrSs a todo el Iote:<br />

-jSalpicbn, Salpicbn!-grit& entonces la muchedumbre<br />

enardecida. iSalpicbn adelante! jsalpicbn a1 galope! jSalpic6n<br />

solo!<br />

El hombre que gritara antes, animaodo a Limited, estaba<br />

ahora silencioso; su cara habia adquirido una fiereza trhgica.<br />

Las galerfas todas, eran una ola humana, estremecida, aulladora,<br />

frenbtica. Los caballos iban llegando a la meta. Garcia en ese<br />

mornento se volvi6 para mirar un instante a su alrededor. Toda la<br />

gente estaba, de pie, gesticulando y gritando; algunos con el ros-<br />

tro radiante, otros rabiosos y sombrios. Y cuando el lote traspuscbi<br />

la meta se ab6 un grito ensordecedor.<br />

-iSalpic&n! iSalpic6n solo!<br />

Y en ese precis0 instante, una mujer que todo el tiempch


mientras dur6 la carrera, estuvo saltando y animendo el. caballo<br />

de sus simpatias, di6 un grito de loca y en un arrebato de entu-<br />

siasmo sin encontrar a otro miis a la mano, se abraz6 de Garcia<br />

que estaba junto a ella.<br />

-iEse si que es caballo, mi hijito! iEse si que es caballo!<br />

iWo le decia yo?<br />

Y antes de que Garcia le contestara, ya se habfa saparado<br />

de 61, agitando sus boletos de ganador, para perderse entre el<br />

tumulto de gente que iba hacia, las cajas a cobrar.<br />

En el pasillo se encontr6 con don Casiano que lo buscaba.<br />

Alegremente le dij o :<br />

-$&IC? hubo Garcfa! iAnduvo bien la COSB, hombre! iY Ud.?<br />

tambi6n gad? iCu5tnto me alegro! Qjalh que el viaje a Santiago<br />

le salga de valde. Serfa macanudo. ,jNo le parece?<br />

F'ueron a ver el tablero donde ponian 10s dividendos. Desa-<br />

vill6, la yegua jugada por Garcia, habfa dado un place estupendo.<br />

Ochenta y tres pesos por cada boleto de a cinco.<br />

Hortensia que jugara a Gitanillo, le dijo entre apenada y<br />

risueiia :<br />

-i&u6 mal amigo se ha puesto Garcia! No ve, si me hubiera<br />

dado el dato, yo tarnbi6n habria cobrado. Ahora tienen que dar-<br />

me xbarato..<br />

-Ya lo creo-exclam6 don Casiano-y si la suerte nos<br />

acompafia, te llevaremos a comer a Apoquindo.<br />

Y como a hdos 10s que van por primera vez a Ias carreras;<br />

la suerte para tentarlos, les Hen6 esa tarde 10s bolsillos. Hasta<br />

dofia Felicinda habia cobrado dos hermosos wongrios, de a<br />

cien.<br />

-Ahora te va a gustar la pega-brome6 don Cssiano-y te<br />

vas a poner hipica.<br />

-iBahl jcrees que soy tonta? No: mi hijito, maiiana mismo<br />

me compro con esta plata, un adorno para mi abrigo negro. Est%<br />

platita caida del cielo hay que aprovecharla muy bien.<br />

No obstante, a pesar de todos aquellos momentos de intimi-<br />

dad y expansi6n: Andr6s sentfa que el duke lhmado de w amor


hacia m8s intenso. Y esa noche, de vuelta de Apoquindo,<br />

aientras el auto rodaba bajo las alamedas susurrantes, experi-<br />

ment& con un ansia casi dolorosa, la necesidad de estar cercs de<br />

ella, de oir la voz de Mercedes y de sentirse envuelto como en<br />

una onda tibia, en la luz afectuosa de sus ojos.


XIX<br />

Futs una tarde de mediados de octubre, cuando heron a<br />

dejar a Elena, a LolBn. El administrador del molino les facilit6 el<br />

auto, para hacer el viaje hasta aquel rinchn, a donde las sefioras<br />

Loyola deseabbn que la joven pasara por lo menos un mes a fin<br />

de que se repusiera de su enfermedad. Elena habfa dejado el<br />

lecho pocos dlas antes que Garcia regresara de Santiago. Xu larga<br />

permanencia en cama, la adelgaz6 de tal manera que las ropas<br />

parecian coigarle del cuerpo. Daba la impresih de que su cuerpo<br />

no tenia sangre, tan intensa era la palidez de su rostro.<br />

AI comienzo lo pas6 sentada en un sill6n cerca de la ventana,<br />

con las nianos exangues, sobre la falda. Sin embargo, tenia las<br />

mejillas encendidas y en 10s labios hfimedos un ligero tinte<br />

sonrosado. Pero la nariz se le afin6 y en sus ojos seguia vi&dose<br />

una brillantez febril. Era un sbbado, y como esa tarde<br />

no tenfan clases en la escuela, la acompadaron Mercedes y Garcia.<br />

La seriora Teresa se quedaria en Lokn mientras durara 18<br />

permanencia de Elena alli.<br />

Era un camino muy hermoso aqu61. A -<br />

ratos el auto se internaba<br />

bajo una b6veda de ramas, en tanto las quilas sedosas se<br />

~destrensaban sobre la capota del coche. La selva, en parte, se tornaba<br />

audaz, invadiendo el camino, y desde su fresco coraz6n


,jMercedes Urizar 191<br />

viento trda aroma de ulmos, de boldos y canelos que se aparragaban<br />

junto a 10s alerces airosos, o se confundfan con 10s robles<br />

y mafifos. En 10s claros, el hnahuftn destacaba su silueta<br />

elegante y graciosa, cuyas ramas estaban cubiertas de hejas pequefiitas<br />

y brillantes.<br />

Mercedes iba encantada de poder participar en aquella excursi6n.<br />

Su rostro terso barnizado de lua, tenia una frescura de<br />

manaana hameda de rocio. Wabian acordado quedarse ese dia y<br />

el siguiente en LolBn, donde proyectaban hacer algunas excursiones<br />

en 10s alrededores de aquel paraje que era de una belleza<br />

ex tr aordinaria.<br />

--Me encantarfa ir a caballo, hasta el puente de .El Cen-<br />

tinelap-dijo Mercedes. --De ahi se puede pasar al otro lado del<br />

rio que va por un precipicio mug. hondo, y l!egar hasta la laguna<br />

de &os Robles. que es preciosa.<br />

--Linda seria-replic6 dofia Teresa-basta yo me atreverfa<br />

a Cempetrencarme,, en un caballo y acompadarlos a Uds., per0<br />

esta chiquilla, se quedaria sola.<br />

-iAy, de veras! Que lhstirna que Elena no puda acompa-<br />

Barnos, -dijo Mercedes, mirando a Ia joven.<br />

Garcia que iba sentado adelante, junto a1 chofer, se volvi6<br />

para proponer:<br />

--Es que lo dejainos para cuando vengamos a buscar 8,<br />

Elena.<br />

-No, ipor qu6, pues? -dijo entonces la nifia con una sonrisa<br />

triste que se le deshizo en el rostro como una flor mustia-vayan<br />

no m&s. Hay que gozar de la vida cuando se puede.<br />

Mercedes se volvi6 hacia clla para mirarla con su sonrisa<br />

mhs afectuosa :<br />

--jPylUy cierto!-y t6 tambien vas a poder hacarlo muy<br />

pronto. Pero times que dejar a un lado esa tristeza que con-<br />

tribuye a retardsr tu mejoria. Hay que esperar siempre lo mejor<br />

de la vida, mi hijita.<br />

-Si, es verdad, per0 eso cuando la vida es buena con<br />

Uno, pues de otro modo, For m&s que se quiera.. .


La voz de Elena se habia trizado, en tanto dos Ihgrhas re-<br />

ventsban en sus pupilas. P con 10s labios apretados, para no 901-<br />

tar el Ilanto, se qued6 sin terminar la frase.<br />

-Per0 qu6 tonta eres, nifia-la reconvino dofia Teresa-<br />

emocionada a pesar suyo, -iqu6 sacas con afiigirte sin raz6nP<br />

Debes de cambiar. CAybdate que yo te ayudar6,, dice el prover-<br />

bio.<br />

QuedBronse todos en silencio. El auto descendfa por una sua-<br />

ve pendiente, cruzada por un estero de agua limpida en cuyo<br />

fondo brillaban las piedrecillas. A la orilla del camino, tal si la<br />

mano cuidadosa de un jardinero, las hubiera plantado; vefanse<br />

hileras interminabIes de cartuchos, blancos, rosados y morados.<br />

Eajo la umbrfa, muchos tenfan las corolas cargadas de rocfo,<br />

que seguramente se escurri6 del espeso ramaje. En un recodo<br />

pr6ximo. un ray0 de sol se cernfa entre la ramazdn :de las quilas,<br />

dbndoles el aspect0 de una enorme esponja de oro. De 10s brazos<br />

de un coihue gigantesco colgaba con gracia ingrBvida la lima de<br />

las copihueras, cuyas flores ternblaban leves en guirnaldas de en-<br />

suefio. Entre el duke mistcrio de la selva 10s huios y 10s chucaos,<br />

perforaban el silencio con su grito caracteristico. Unos novillos<br />

de hermoso pelaje que pastaban entre 10s troncos del faldeo, se<br />

internaron apresurados entre la espesura. En el cielo, de dihfana<br />

azulidad, se desgarraban unas nubes rosadas que el viento as-<br />

naba, dhndoles forma de siluetas femeninas, tal si hadas de 10s<br />

bosques, bailaran sobre las altas copas de 10s brboles.<br />

Llegaron a Lol6n a1 atardecer. Era un bello rincdn en donde<br />

se amontonaba una docena de casas, con jardines, hrboles y<br />

phjaros enjaulados bajo 10s corredores. Una infinita dulcedumbre<br />

llenaba todo el Bmbito a esa hora. Cruzaban el camino algunas<br />

yuntas llevando el arado sobre e! yugo. De las hondonadas, re-<br />

mansos de neblina azul, subia un hhlito fresco y oloroso.<br />

Doiia Rosa Maureira, la duefia de casa, recibib encantada<br />

a 10s viajeros. Era una mujer alta, de semblante bonach6n ;y<br />

sonrisa franca.<br />

--Yo 10s esperaba para el almuerzo-dijo-. Le tenia a la


glenita, una dieta de ave rica. Pero eso no impide. Siempre hac<br />

br& en la casa de 10s pobres un algo con que hacer cariiio cuando<br />

~y voluntad. Pasen mhs adelante a descansar. Per0 la nifia<br />

trae buen semblante, un poco mBs delgadita no mas viene.<br />

Aqui con el buen aire no se va a dilatar nadita en mejorarse.<br />

y esta otra siiiorita tan linda, itambidn es de la Villa?<br />

-Si,-explic6 doiia Teresa-es la seiiora Mercedes, la direc-<br />

tor& de la escuela.<br />

-Ah!-hizo doiia Rosa, con ingenua sonrisa-y el caballero<br />

ser& el esposo.. . Bien bueno, pues; a su casa no mhs Ilegan.<br />

Garcia se habia puesto rojo hasta 10s cabellos, en tanto<br />

Mercedes tambi6n ruborizada, reia alegremente, tomada del<br />

brazo de doiia Teresa, quien bromeando pregunt6 :<br />

-LY c6mo Ies fu6 a conocer tan luego que eran casados?<br />

La rriujer ahora, con el delantal recogido, 10s miraba soc-<br />

riendo dubitativa:<br />

-Novios serh entonces pues, porque en la cara se les co-<br />

note que se est&n queriendo.<br />

-Bueno con la sejiora esta, jpor Dim!-grit6 entonces<br />

Mercedes-si este cab,allero es soltero; soy yo la hica casada de<br />

foda esta gente. El es un amigo de Villa Hermosa que ha venido<br />

a acompafiarnos.<br />

-Miren no mhs, insist3 la duefia de casa-as5 es como uno<br />

se equivoca. Ya se ve, como el pensamiento es tan ligero.. . Yo<br />

estaba pensando en darles la pieza donde tengo la cama para<br />

matrimonies.<br />

Una carcajada general estall6 entonces. Hasta Elena que<br />

se habia sentado en un silloncito de mimbre, reia nerviosamente.<br />

Dofia Rosa, ahora solicita, preguntaba:<br />

-iQu6 van a querer servirse? Les tengo cafecito listo.<br />

Per0 si les gusta mhs el t6, no me dilato una nada en prepararles.<br />

Era una casita limpia y alegre. Desde la ventana de la pie-<br />

za del comedor, divishbase un paisaje hermosfsimo. El SO] decli-<br />

nante era una hoguera entre 10s StrboIes, y una mancha de sangre<br />

en el horizonte.


194<br />

Luis Dura&<br />

-iQu6 lindo es todo esto!-exclam6 Carcfa-. Aquf la Ele.<br />

nita se va a mejorar muy luego. Este otro mes cuando la venga,<br />

mos a buscar, nos acompafiarii a hacer la excursi6n a caballo, de<br />

que Ud. nos hablaba.<br />

--Pa lo creo-exclam6 Mercedes entusiasmada. Y a!zando<br />

la inano cuya pie1 sedosa bril16 en el sol, agreg6:- Por eee cerro<br />

de enfrente se va hacia el Centinela, y, a1 otro lado, detr6s de<br />

esos &rholes que ?e ven en el fondo, est& la laguna de ~Los Robles..<br />

Frente a la luz, el rostro de Mercedes, tenia una belleza espl6ndida.<br />

El cabello sedoso le acariciaba las sienes, 10s ojos llenos<br />

de honda !uz, y la boca encendida a1 sonreir dejaba wr 10s<br />

dientes blanquisimos. Garcia se que& como en 6xtxsis mirhndola,<br />

sin advertir que 10s ojos de Elena florecidos en un fulgor<br />

doloroso y extraiio, se clavahan en 61, con una expresihn tan llens<br />

de ansiedad, que Mercedes a1 volverse lo advirti6.<br />

Do5a Teresa en ese momento le pregunt6:<br />

-?,Con qui6n vino Ud. por aqui, Mereeditas?<br />

-2Con qui&? iAh, pero si hace tanto tipmpo! FuB con<br />

Fernando.. .<br />

iFernando! Qu4 herida tan punzante, abri6 de s6bito ese<br />

nombre en el coraz6n del mozo. Una arruga honda le surd la<br />

frente, y como si 10s pensamientos en tumulto se le hubieran<br />

subido a la cabeza en una onda ardiente, experiment6 una sensaci6n<br />

de angustia amarga y cruel. La vela ahora a braves de una<br />

telarafia de visiones atormentadas. Todos 10s encantos de esa<br />

mujw ya hahian sido de otro, del otro, que habfa gozado del dulzor<br />

de siis labios, de la fragancia de su cabellera, del misterio de<br />

sw senos. iEl otro! Clavo ardiendo que penetraba en su sensibilidad,<br />

pufial que se le clavaba en el coray6n retorci6ndose para<br />

salpicar la hoja helada con su sacpe. iTodo habla sido del otro!<br />

Las piernas dukes, suaves, enhadas en un vertigo delicioso,<br />

transfundidas en el perfume de la voluptuosidad. Sus bocas unidais<br />

en el beso tremante, en el Seso dulce, en el beso en que se<br />

da el espiritu en una mordedura enhquecida, ansiosa, delirante


dad. En la lejania unos iirboles cuyas copas traspasadas de sol,<br />

daban la sensaci6n de ir volando lentamente colgados del cielo


cuyo griterio, tenia nn eco desmayado, como si en ello influyeran<br />

laa sombras que se avecinaban. Todo adqixiria un po6tico encan-<br />

to, un ini'ujo de leyenda, en la cua! vagaran en dulce errancia el<br />

espiritu de Ins hadas y de 10s gnomos que salidos de un cuento<br />

vinieran a poblar en esa hora aquel rinc6n.<br />

El sol se habia ocultado y en aquella pieza comenzaba a ha-<br />

cer frio. Mercedes estaba junto a la ventana mirando como todo<br />

se inundaba de sombras. Una roja for de copihue que tenfa pren-<br />

dida en el pecho, sigui6 la curva de sus senos cuando un suspire<br />

10s agit6 levemente. Elcna, a su lado, tenia la fragilidad de un<br />

arbusto que se curva sobre un precipicio. Doiia Teresa le dijo:<br />

-Seria bueno que te acostaras, mi hija. Con el viaje y el<br />

cambio de clima, el primer dia hay que tener cuidado.<br />

-Cuidados inlitiles-sonri6 hablando en voz tan baja,<br />

como si soiiara-vivir para cuidarse, ide qii6 sirve?<br />

Habia un dolor tan resignado en aquellas palabras que todos<br />

la miraron con pena. Y And& en un sdbito arranque del mhs<br />

acendrado afecto, se acerc6, como cuando ella estaba en cama en<br />

Villa Ilermosa, para alisarle el pelo cariiiosamente.<br />

-Per0 qu6 niiilita se ha puesto Ud. con su enfermedad.<br />

Hay que tener m&s confianza, m&s fe en la vida que a1 fin y a1<br />

cab0 es hermosa.. .<br />

-Si, ya lo s6 que es hermosa, ya lo s6-repiti6 entonces<br />

como un d6bil eco.<br />

Doiia Teresa habia salido a prepararle la cama, y alli es-<br />

taban 10s tres en un tri&ngulo de amor, uno de cuyos lados era<br />

como 10s brazos de un nhufrago extendidos ante la inmensa ter-<br />

quedad de 10s elementos contrarios. Mercedes con 10s ojos hd-<br />

medos de Egrimas, con una ternura de madre, la tenia ahora<br />

apretada contra su pecho, beshdola como a 10s nifios chicos,<br />

mientras le musitaba a1 oido las m8s dukes palabras.<br />

-Chiquilla, chiquilla, ipor qu6 te has pucsto tan tontita?<br />

Garcia, cerca de la ventana, apoyado en una sills, tenia 10s<br />

ojos hdmedos, un gran dolor le llenaba el pecho. iQu6 cosa tan<br />

caprichosa era la vida! iPor qu6 a aquella chiquilla tan buena Y


tan merecedora de afecto se le habfa ocurrido quererlo? 2Era<br />

que s610 a costa del dolor de unos, era posible la felicidad de 10s<br />

otros? Y 81 mismo, iqu6 podia esperar de la existencia, cuando<br />

su sentimiento tan dktante de 10s caminos de un don Juan, le<br />

exigia el amor de Mercedes para siempre, y sin la amarga inquie-<br />

tud de que ese otro hombre, cuyo recuerdo surgi6 ese dia como<br />

una negra visi6n llegara un dia a quithrseln?<br />

Se paseaba por el caminillo delante de la casa, pensando en<br />

muchas cosas a las cuales no les vefa soluci6n, cuando vi6 venir<br />

a Mercedes hacia donde 61 estaba. Traia el abrigo sobre 10s hom-<br />

bros, y en el rostro una sombra pensativa. Sin hablar, camina-<br />

Ton sintiendo que la misma preocupaci6n les helaba las pala-<br />

bras. Por fin ella dijo:<br />

-Es hermoso este rincbn, pero a esta hora es muy triste.<br />

Aunque la alegrfa uno nunca sabe donde la encuentra, aquf<br />

mismo posiblemente, si la existencia no fuera tan mezquine.<br />

Garcia la ofa en silencio fumando su cigarrilIo con larges<br />

chupadas. Ella sigui6 hablando y ahora con cierta vchernencia :<br />

-Dime AndrBs, dimelo por la fe que hemos puesto en nues-<br />

tro amor, itG nunca haIagaste el afecto que esta niiia siente por<br />

ti?<br />

En la difusa luz, 10s ojos de Garcia se alzaron hacia la joven<br />

serenos, francos:<br />

-Nunca, Nercedes. Hubiera sido una canallada de la cuad<br />

no me siento capaa. Elena tampoco, jam&s me ha dado a entender<br />

que me quiere. Son seguramente 10s quebrantos de su enferme-<br />

dad, 10s que han hecho traslucir algo de eso que yo larnento mhs<br />

que nadie.<br />

-iY que5 pena da saberlo, AndrBs! Si fuera una mujer lleoa<br />

de vida, tal vez sentiria orgulIo de saber que no podria quitarme<br />

tu cariflo. Per0 asi, en estas crueles circunstancias, se me rompe<br />

el coraz6n. Que cosa tan espantosa deb ser para una persona<br />

darse cuenta que la vida se Io niega todo. Esta chiquilla me da la<br />

hmpresibn de que se muere sin remedio. Mira, ipor qu6 estas<br />

horas que vamos a estar aquf, no lae sacrificamos en hornenaie


198<br />

Luis Durand<br />

a su dolor, y tratas de ser lo m%s afectuoso que puedas con ella?<br />

Yo no voy a sentir celos por eso. Y pensar, que despu6s de todo,<br />

nuestro amor est6 rodeado de tanta inquietud e incertidumbre.<br />

-En eso pensaba denantes-dijo Andr6s hablando lenta-<br />

mente-a1 considerar como todo se eriza de dificultades y penas;<br />

de ver como para algunos la vida es un camino dificil y Reno de<br />

peligrosas encrucijadas. iQui6n pudiera ser como esos mag08<br />

de que hablan 10s cuentos, para poder quitarles el dolor a las per-<br />

sonas que estimamos! Porque la vida a mi juicio debia ser en<br />

cierto modo parecida a como se sueiia, sin necesidad de tanto<br />

quebranto para coger un poquito de eso que llamamos dicha.<br />

Yo a rato siento miedo de la felicidad de este amor, y debo<br />

decirle con entera franqueza, me nsalta el temor de que un buen<br />

dia se ncabe en Ud. este carifio, que en mi se agiganta, y que<br />

entonces la cruel razh, el feroz sentido combn, me la quite,<br />

me la arrebate. Y quien sabe si es mejor morir purificado por<br />

el dolor asi como un dial se extinguirh la vida de Elena. iNo<br />

es cierto?<br />

Ella le contest6 acercando la fresca suavidad de su rostro<br />

a la eara de 61. Habfan llegado hasta unos hrboles donde el ea-<br />

mino torcia y se ensanchaba. La noche latfa quedamente en un<br />

susurro de vida dormida. En un aliento que tenia lejanas vibra-<br />

ciones. Y entonces se detuvieron un momento, para cogerse las<br />

manos, para beberse el alma y experimentar el inefable goxo de<br />

sentirse dueiios de sus vidas un momento, para dhrselas el uno<br />

a1 otro, con esa hermosa ansiedad que se alzaba por enciina de<br />

toda conveniencia.<br />

La luna COMO un arete blanco enredado entre 10s hrboles,<br />

se habfa alzado sobre el campo para derramar su halo de blanca<br />

suavidad. Un alienbo fresco Ilegaba desde las quebradas, entre<br />

cuyos ramajes dormian 10s phjaros, descansando de su duke fa-<br />

tiga de errar por el azul. La brisa traia un olor a follaje empapa-<br />

do en la deliciosa humedad de las vegas prbximas, donde 10s pi-<br />

dcnes lanzaban sus silbidos vibrantes. Desde la montaiia donde<br />

el viento destrenzaba Ias altas copas de 10s hrboles, llegaba un


umor hondo, armonioso, como el de una sinfonfa lejantt. En el<br />

del camino veianse las luces de las casas de LoIBn, escondidas<br />

eatre 10s hrboles. Desteaido de distancia llegh hasta elIos el !a-<br />

drar de 10s perros y el grito intermitente de algdn chiquillo re-<br />

trasado en 10s escondrijos de un sendero, que se enredablt<br />

entre 10s renovales pr6ximos. Mercedes se habia cogido del brazo<br />

de Garcia y lentamente, silenciosos, caminaron sintiendo Ia in-<br />

fmita dulzura del momento, hacia la cas% donde por primera<br />

vez pasarfan la noche bajo el mismo techo.


XX<br />

-Son unos j6venes mal pensados Uds. Se ve que no cono-<br />

cen lo que es la vida del matrimonio, cuando en Bste, se encuentra<br />

la verdadera felicidad junto a la mujer amada.<br />

-jPsh! Pero si eso tambi6n entra en la felicidad pues, mi<br />

amigo. Ademhs, no olvide que Dios dijo: CCreced y multiplicaos..<br />

May que cumplir con todo lo que manda la ley, pues de otro<br />

modo uno se desacredita 6n el concepto de 10s demhs, y especial-<br />

mente en el de la mujer amada, como Ud. dice.<br />

-Muy bien. Todo eso llegarii en su debida oportunidad.<br />

€Iay que darle tiempo a1 tiempo, mis amigos.<br />

En la puerta de la tienda, conversaba Arriagada, con da-<br />

vier M6ndez y Vicente Galarce. Hacia ya cerca de un mes que<br />

10s novios habfan regresado de su luna de miel. Ester volvib de<br />

Concepci6n con muchos trajes que se ponia todas las tardes<br />

para ir a casa de su familia, distante tres cuadras de la tienda,<br />

o para pasearse frente a la Municipalidad, del brazo de su mari-<br />

do, haciendo las delicias de la viuds Fernbndez que, desde su<br />

cas&, en cornpailia de su inseparable amiga, Filomena Miranda,<br />

10s observaba haciendo 10s m6s picantes comentarios.<br />

-Bueno con la mujer xayecahue”. Ya le llevo contados como<br />

siete trajes, y a cu&l de todos mbs charrow. JHabrhse visto va-


nidosa m&s grande? Esta va a echar a1 hoyo a ese pobre hombre.<br />

Aunque bien nierecido se lo tiene por buenas peras.. .<br />

Filomena se destornillaba de risa, agregando algo de su cogechb,<br />

a fin de dar ocasi6n a la viuda a seguir en sus chismorreos.<br />

-Ah, iy no sabes? Dicen que han comprado un autom6vil.<br />

Debe ser para sacar a ventearse a la, otra que ya se est& ahn- brando demasiado. Me han contado que Alfonso Fuentes anda<br />

muy allegado a ella, aunque no lo hallo muy fhil para caer a la<br />

Ecnazaa. Y si asf fuera bien se lo merecerfa por imbBcil. Ffjate<br />

nida en Pedro, ahora ya no se pone el guardapolvos, para no parecer<br />

ordinario aunque tenga que vender aceite de carrcta a<br />

cada rato.. .<br />

Arriagada, ajeno a 10s picantes comentarios de su vecina,<br />

seguia conversando con sus amigos. En ese momento llegaba<br />

Jara, con Toro, el jefe de la bodega, a quienes MBndez con gesto<br />

malicioso les dijo:<br />

-A ver, digan Uds. :No creen que Pedro debia haber dado<br />

ya, pruebas de su capacidad?<br />

-~Claro!-exclam6 vivamente Jara-ya es tiempo de m&s.<br />

iQu6 estamos muertos entonces? Tiene que ponerle much? ginjusi6na<br />

compafiero, porque si no los helados no van a cuajar.<br />

--iQUB bribones son Uds.!-decia Arriagada tratando de<br />

desviar la conv~rsaci6n hacia otro tema-ya esth bueno que se<br />

pongan serios. Debian aprenderle a1 amigo Garcia que es tan<br />

formal en todo. Y a prop6sit0, iquB es de 61?<br />

-No s6-repuso Galarce-hace dos dias que no lo veo. Se<br />

ha puesto muy raro el rucio. Anda siempre medio trist6n y hurafio,<br />

como sacando el cuerpo. Cuando antes nunca dejaba de estar<br />

con nosotros.<br />

-Hay que darle unas gotitas de parafina, para que le vuelva<br />

la alegria-aconsej 6 entonces Javier MBndez-y Ud., amigo<br />

Arriagada, debe tambi6n tomar unas gotitas para fortificar el<br />

him0 pues de otra manera el heredero se va a tardar mucho en<br />

llegar. iNo es cierto?<br />

Una carcajada genera1 ahog6 Ias protestas de Arriagada


202<br />

que ahora un tanto serio hac..< valer una serie de consideracjones,<br />

que era precis0 guardar a las serioras y, en este caso, a la suya,<br />

aun cuando el sabia que s610 se trataba de bromas de amigos.<br />

En ese momento vieron que Alfonso Fuentes y Garcia, venfan<br />

hacia ellos casi corriendo y con cara de consternaci6n.<br />

--;Hombre! jQuB 1es pasa?-preguntaron todos a un tiem-<br />

PO, vivamente intrigados.<br />

Alfonso, olvidado de todas: sus musas, jadeante, les Ianz6<br />

la noticia:<br />

-Hombre, jno saben la gran desgracia? La Elenita muri6<br />

esta mafisna en LolBn.<br />

-iNo diga hombre, por Dios! iPohre chiquillrt! iY c6mo decfan<br />

que estaba tan mejor!<br />

-Asf parecfa. Per0 acaban de venir de la casa de 10s hlaurcira<br />

a nvisar. La sefiora Carmela est6 como loca de pesar. Ahora<br />

vamos a1 molino a conseguir el auto para ir a buscarla.<br />

Garcia no dijo nada. Estaba deshecho. LOB ojos enterrados<br />

y el cuerpo l-!&cido, desmadejado, como si de repente se hubjera<br />

en0aquecido. TJas manos le temblaron cuando encendid un cigarrillo.<br />

Ester, que salfa en eso momento hasta la puerta, uni6 su<br />

comentario triste a1 de 10s hombres sinceramente apenados con<br />

la fatal nueva.<br />

La viuda Fernhndez, con esa especie de adivinaci6n que era<br />

como el reflejo del sentimiento que se advertia en el semblante<br />

de las personas allf reunidas, se asom6 a la puerta de su negocio,<br />

para interrogar desde el otro lado de la calle:<br />

-jQu6 es lo que ha pasado, Pedro?<br />

Javier Mendez contest6 por Arriagada, que abstraido en<br />

honda meditaci6n1 pareci6 no 'ofr :<br />

-Han venido a avisar que murib la Elenita Loyola.<br />

-iCreo en Dios Padre!-exclam6 la viuda haciendo grandes<br />

aspsvientos. -Pobrecita, y tan dije que era. iQuB Dios la tenga en<br />

ws santos reinos!<br />

MBndez, con Toro, se uniwon a Fuentes y Garcia, para ir<br />

hasta el molino a conseguir el auto, en tanto Galarce con Jara,


Mercedes Urizar 303<br />

a insinuaci6n de And&, fueron a la casa de las Loyola, a ponerse<br />

8 las 6rdenes de 10s dolientes.<br />

Don Pedro saliendo de pronto de su ensimismamiento, dijo<br />

8 Ester:<br />

-Hay que cumplir con estos penosos y sagrados deberes,<br />

mi hija. Vamos inmediatamente a darle nuestro p6same a la<br />

sefiora Carmela y a rer si se le ofrece dgo.<br />

-Pero hombre, jestas loco? Como vamos a ir en esta facha.<br />

Seria una falta de respeto imperdonable. Anda a ponerte tu tra-<br />

je negro. Yo tambien me voy a vestir.<br />

-De veras hijs, de veras, hay que ir en forma conveniente.<br />

No olvides de mandar a decide a dofia Celia.<br />

Mercedes, avisada por uno de 10s carreteros que pasaban<br />

por Colliguay, se impuso momentos despu6s de la triste nueva.<br />

Dolorosamente sorprendida se vino inmediatamente a Villa<br />

Hermosa. Habfa ensillad@ a1 Tordo, su h&rmoso caballo negro,<br />

y de un galope estuvo en el molino a donde lleg6 en el preciso ins-<br />

tante quien salia AndrBs, que le ayud6 a descender de la silla.<br />

No se hablaron una palabra. Los ojos de Mercedes traian<br />

ese barniz brillante que dejan las Iiigrimas. Tras un prolongado<br />

silencio dijo:<br />

-Era lo que debia suceder, amigo mio. Y quien sabe, si<br />

es que hay algo mhs all% de esta vida, ahora Elena es m%s Teliz<br />

que nosotros. Por lo menos ha dejado de padecer. iCu%ndo la<br />

van a buscar?<br />

-Hoy mismo, repuso Garcia-estamos esperando el atahd<br />

que pedimos a Temuco, y IIegarit por el tren de cuatro. iUd.<br />

no ir&?<br />

-Habrfa ido con toda mi alma, per0 s6 que esto me apena-<br />

rit demasiado. Le ir6 a rezar muchas veces aquf y a pedirle que<br />

me perdone si involuntariamente la hice sufrir.<br />

Caminaban bajo 10s acacios de la larga avenida que iba hacia<br />

el pueblq Nabia olor a tierra nueva, y a vida que comienza. En<br />

las casas cantaban alegremente 10s gallos. La primavera fecun-<br />

da ponfa un soplo vivificante en todo el hmbito. Y esa misma


primavera, que tantas canciones, tantas promesas y esperanzas<br />

trafa, habia sido demasiado vigorosa para estallar en aquel vas0<br />

frhgil que era el cuerpo de Elena. Ahora estarfa all% en Lolen,<br />

dormida para siempre, en su cama frente a la ventana, por don&<br />

se divisaba la azulidad de 10s cerros que ya no podrfa ver.<br />

Cantarian 10s pkjaros en el aire sonoro y ya no 10s podrfa ofr,<br />

Entrarfa por todos lados el perfume fresco de la montada y no<br />

lo pod&a aspirar. Su rostro blanco como un cirio se habrfa tor-<br />

nado transparente.<br />

Mercedes iba con Ias riendas del Tordo, bajo el brazo, y<br />

a ratos se echaba hacia atrhs cuando el caballo se detenia para<br />

despuntar una ramita tierna. Record6 esa tarde, en LolBn, cuan-<br />

do vi6 10s ojos de Elena, intensos de triste amor imposible. Un<br />

Iaeo de angustia le apret6 la garganta, y dos l%griinas grandes<br />

reventaron en sus ojos. No las sec6; las dej6 rodar por su sem-<br />

blante. Como si sofiara, dijo en un susurro:<br />

-Y pensar que uno se va para siempre, a veces sin que la<br />

vide, nada hermoso le conceda.<br />

En Villa Hermosa encontraron la casa de las Loyola, llena<br />

de gente. La sefiora Carmela vefase m%s chica y envejecida. Se<br />

abraz6 a Mercedes con un abrazo silencioso y rendido. La joven<br />

la bes6 sobre el cabello con amoroso respeto, y entonces la sefiora<br />

alzando su rostro dolorido le dijo con la voz quebrada:<br />

-Dios sabr& lo que hace, mi hijita.<br />

Era el supremo consuelo. La voz del espfritu que se yergue<br />

ante lo inexorable del destino. En esos momentos, ia qu6 otro con-<br />

suelo se podia apelar? Dios, origen de todo bien, era tambih en<br />

el coraz6n de 10s hombres, el causante de todo el dolor, para el<br />

cual ya 10s habia destinado. Ahora s610 restaba pedirle que re-<br />

cibiera esa alma con su generosidad magnitnima, y le concediera<br />

la paz eterna.<br />

Pedro Arriagada con su esposa, Ilegaron vestidos de negro.<br />

Ester, sinceramente apenada, se sent6 junto a Mercedesf a quien<br />

dijo:<br />

-No se imagina lo que siento la rnuerte de esta nifia. La


conociamos desde chiquita y en casa la queriamos como si fuera<br />

de nuestra familia. iQu6 15stima que no hayan alcanzado a man-<br />

darnos el auto que compramos en Concepci6n! Habriamos ido<br />

con toda el alma a LolBn, a buscarla.<br />

En ese momento, entr6 Fuentes a decirle a Mercedes, que<br />

ya se marchaban con Garcia. Les acompafiarian Torchi y Vi-<br />

cente Galarce. En la camioneta del molino traerian el caj6n con<br />

10s restos de Elena.<br />

Llegaron a la hora del crepGsculo a la casa de doiia Rosa<br />

Maureira, qzle 10s recibi6 realmente consternada. La pieza donde<br />

Elena dormia su Gltimo suefio estaba abierta, y en el corredor<br />

algunos hombres y mujeres de rodillas sobre el piso enladrillado,<br />

rezaban recogidamente. Cerca de la ventana, las ramas de un.<br />

Brbol rozaban 10s vidrios, meci6ndose blandamente. En el fondo<br />

del pequeiio valle, alzhbanse 10s cerros aun baiiados de sol mu-<br />

riente, que las sombras iban empujando hacia la altura. BaIaban<br />

10s rebaiios diseminados entre 10s huallentos que cubrian 10s<br />

lomajes pr6ximos.<br />

Reinaba en todo el Stmbito una tristeza penetrante, que se<br />

retorcia en la quejumbre del viento. El estero cerca de la casa<br />

seguia cantando su canci6n monocorde, a1 destrenzar su melena<br />

Clara entre las piedras. PStjaros gemebundos volaban hacia sus<br />

alojamientos, bajo el cielo hondo de lejanfas. Y bajo el corredor,<br />

la voz ronca, empapada en sinceridad, de las gentes sencillas:<br />

. . . ahora y en la hora<br />

de nuestra muerte.. .<br />

Doiia Teresa que estaba sen'tada a 10s pies de la cama de<br />

Elena, alz6 10s ojos llorosos cuando Garcfa la toc6 en el hombro:<br />

-<br />

j Gar cia !- gimi6- j G arcfa!<br />

Y no pudo decir mhs, porque el llanto le ahog6 las palabras.<br />

Habfa muerto esa maiiana, cuando menos su salud, podia<br />

hacerlo presagiar. Despert6 muy temprano, antes que doiia Tc-<br />

resa, a quien llam6:


206<br />

Luis Durand<br />

-iTeresa! No duennas tanto. Mira, viejita, qud mafiana tan<br />

linda!<br />

Satisfaciendo sus deseos, dofia Teresa abri6 la ventana, por<br />

donde penetrb la brisa fresca y fraga.nte, en tanto el sol se de-<br />

Tram6 como un chorro de or0 dentro de la pieza. Habfa en todo<br />

un soplo de vida nueva, un grito glorioso y jocundo, una canci6n<br />

de amanecer.<br />

-LC6mo te sientes, mi hija?-le pregunt6 la sefiora.<br />

-Muy bien tia, per0 no tengo ganas de levantarme. Oye,<br />

viejita querida, itengo tantos deseos de comer mote! Fijate<br />

que anoche sofie que lo habiamos pelxdo las dos con la tia Car-<br />

mela, en una fuente bien grande, y despu6s llenamos el azafate<br />

azul. iQu6 rico estaba! iPor qu6 no consi.gues con dofia Rosa<br />

que pele un poquito? Y con esta ceniza de hualles dicen que sale<br />

muy lindo. Dile, iquieres?<br />

Tenia esa maiiana un bello y suave color sonrosado en las<br />

mejillas. Los ojos le brillaban, pero habia un no s6 qu6 de luz<br />

dormida en ellos, de cansancio que tal vez ella misma no adver-<br />

tia. La seiiora Teresa sali6 a buscar a dofia Rosa Maureira para<br />

rogarle que pelara un poco de mote. La encontr6 en el patio<br />

junto a1 pil6n del agua sobre el cual se deshojaban 10s p6talos de<br />

una enredadera reci6n florecida.<br />

-iQu6 le parece, Rosita?, Elena, ha amanecido con antojo<br />

hoy. Dice que anoche soil6 que estaba pelando mote con la Car-<br />

mela y tiene tantos deseos de comer un poquito. LPor qu6 no le<br />

hacemos? Yo le ayudo.<br />

--No hay para qu6 se moleste Ud. Y vea lo que son las CO-<br />

sas. Yo ahora mismo estaba pensando en esta nifia, porque veo<br />

que la mejoria es poca. Parece que est& enferma de1 Bnimo tam-<br />

bi6n. Y eso hace mucho, mire. El cristiano enfermo ha de tener<br />

deseos de mejorarse porque si no est& pcrdido. Y esta nifia no se<br />

alegra, lo pasa .apensionada, como si tuviera su pensamiento<br />

en otra parte. Quien sabe si est& queriendo sin que le correspon-<br />

dan. Y no hay cosa m8s mala, misi& Teresa. Es el peor gum0<br />

que se le puede meter en Ia cabeza a1 cristiano. Le haremos mo-


JIercen'es Urizar<br />

207<br />

tecito pes, con ceniza de troncos para que salga bien tierno.<br />

Lo dnico que se va a dilatar un poco porque el trigo tiene que<br />

pasarse de lejla. Por suerte tengo un poquito de trigo candeal.<br />

-Muchas gracias, Rosita, muchas gracias.<br />

-No hay por que. Es un agrado servir a quien se quiere.<br />

Y hoy, jc6mo anianecib Elenita?<br />

-Despert6 muy temprano y me cont6 a1 momento su suefio.<br />

-Vea no mits. Yo esta maiiana tambi6n despert6 a1 primer<br />

canto del gallo. Y me levant6 en seguidita, porque tenia un dess-<br />

sociego muy grande en la cama. Yo, misih Teresa, soy muy<br />

xaucionera, en estos golpes del corazbn, y para no mentirle le<br />

dire que pens6 much0 en la nifia. Para colmo a1 salir a1 corredor,<br />

veo que una de las gallinas patojas, que a Ram6n le gustan mu-<br />

cho porque son de una raza muy ponedora, se vino a mi encuentro<br />

y sacudi6 las alas hackndo un cacareo de gallo con moquillo.<br />

Yo no la quiero asustar, per0 dicen que es mal indicio, que son<br />

anuncios de muerte y es preciso matarlas a1 momento porque a1<br />

tercer canto ya no hay caso. Es anuncio seguro. Por suerte tenia<br />

a la mano un varej6n de hualle, y la volte6 del primer garrotazo.<br />

Vaya, me alegro tanto que la niEa haya amanecido mejor. A<br />

ver si antes del almuerzo le llevamos un pocillo con mote para<br />

que pase el d5a bien contenta.<br />

Dofia .Teresa la oia itvidamente deshojando unas rositas de<br />

la enredadera. DespuBs le dijo:<br />

-0jalSt que no tenga ningdn contratiempo en su enferme-<br />

dad esta chiquilla. Rosita, cuando est6 el desayuno, me avisa pa-<br />

ra venirlo a buscar.<br />

-No se intranquilice. Yo misma le Ilevar6 el cafB para sa-<br />

ludarla.<br />

Elena lefa, reclinada sobre 10s almohadones, un pequeiio<br />

libro de las ediciones de


208<br />

Luis Durand<br />

Oye, cuando me traigas el desayuno, tr%eme tambidn un poquito<br />

de miel. Hasta aqui se siente el olor de las azucenas del jardin,<br />

ipor quC no cortas una y me la pones en un vas0 aqui en el velador?<br />

Se habia sentado en la cama con aire de estar sobando.<br />

Doiia Teresa con 10s ojos h'iimedos y brillantes, la miraba apoyada<br />

en el respaldar del catre. Elena se pus0 el chal, y luego lo<br />

ech6 hacia atriis como si le molestara su contacto, pashndose<br />

en seguida la mano sobre la frente.<br />

-Me gustaria que le escribieras a la Merceditas, para que<br />

venga con Garcia. Tengo hartos deseos de verlos. Se conoce que<br />

10s dos se quieren: jno es cierto, tfa Teresa? iQu6 lhstima que no<br />

se puedan casar!<br />

Doiia Teresa le iba a contestar, cuando la vi6 rendir la cabeza.<br />

-:Ay, qu6 sue60 me di6 de repente!<br />

Se habia inclinado sobre Ins almohadas, y cuando la sefiora<br />

se acerc6 para acomodarla, Elena abri6 10s ojos, para mirarla con<br />

un infinito desmayo, como un ~ ifi~ que desea Ilorar, para cerrar-<br />

10s en seguida. Luego, tras un pequefio tiritbn, su cabeea resbal6<br />

en la almohnda, rendida para siempre.<br />

De un salto dofia Teresa, se acerc6 para enderezarla entre<br />

sus brazos. Per0 ya habia alli la rigida inmovilidad de la muerte.<br />

En voz bnja, intenso grito contenido, le dijo: __<br />

-iElena, Elena!. . . iElenita!<br />

Y ante el silencio inexorable el grito le sali6 como un alarid0<br />

:<br />

-iAy, madre mia! iAy, Virgen santa!<br />

Afuera la rama de un Brhol se balanceaba dulcemente<br />

junto a 10s cristales. En el corredor zumbaban 10s moscardones<br />

y cantaban 10s piijaros. La vaca clavela bramaba en el corraI,<br />

esperando la ordefia. Pasaban las yuntas por el camino hacia 10s<br />

potreros y junto a1 estero !as mozas cantaban la alegria del<br />

amanecer y de su juventud. iQu6 cosa tan minima era el dolor,<br />

en medio de la vida que seguia su ritmo indiferente!


XXI<br />

-iQud le pasa a Ud.? La he notado un poco rara estos dfas.<br />

No a6 si triste o fastidiada.. .<br />

--No me pasa nada, AndrBs. ~Acaso no soy la misma de<br />

siempre? APor qud Cree eso?<br />

-La misma, claro est&. Per0 hay algo que me oculta, y se<br />

me ocurre la tiene apenada. iNo me prometi6 que nunc8 ten-<br />

drfa secretos para mi?<br />

Conversaban cerca del pozo, en voz baja, aparentando indi-<br />

ferencia, en medio de 10s niiios que jugaban en el patio. Merce-<br />

des lo mir6 un instante desde el fondo de 10s ojos, como si qui-<br />

siera trasmitirle todo su afecto.<br />

-Sf, en realidad hay algo que no te he contado, por no<br />

apenarte-le dijo-per0 es verdad que las penas entre dos Bon<br />

menos. Hace unos dfas recibf una carta de Fernando, en la cual<br />

me dice estar muy arrepentido de todo lo que hizo, y me insinda<br />

SUS grandes deseos de reconstruir nuestra vida matrimonial,<br />

Prometidndome ser otro hombre, s610 dedicado a trabajar y a<br />

quererme.<br />

Garcia con la cabeza baja, la oia sintiendo un dolor punzante.<br />

La triste situaci6n que tantas veces temiera y que le dejaba las<br />

noches enteras sin dormir, llegaba a1 fin. Largo rat0 permane-<br />

ci6 en esa actitud, tal si ]as palabras de Mercedes le hubieran<br />

14


21 0<br />

Luis Dzirand<br />

hecho el efecto de un garrotazo. Por fin le contest6 con la yoz<br />

deshechs como si las palabras se le cayeran de 10s labios.<br />

-iY piensa venir para a&?<br />

-Me wcribe desde Santiago, a donde lleg6 hace poco.<br />

Tiene un hermano all6 en muy buena situacibn, y este le arreglb<br />

el asunto del molino. Parece que ahora van a trabajar juntos. Me<br />

dice, ademh, que apenas su situacibn se sfiance un poco vend^<br />

a busmrme para irnos a vivir a Santiago.<br />

Garcia somMo y como si una resoluci6n finica y fatd 10<br />

penetrara, le &io ahora en voz dura, casi col6rica:<br />

-Y Ud., claro, se irh.<br />

Habk ahdo la cabeza y la niiraba de frente, con el rostro<br />

terco, y las pupilas azules apretadas en un ansia fuerte, que<br />

era como la luz de una suprema decisibn.<br />

Era un dfa luminoso y ardiente de principios de diciembre.<br />

Una brisilla juguetona, ci86 al busto de la joven, la blusa de sed8<br />

bbnca, delatando la suave redondez de sus senos. Tenia 10s ojw<br />

plenos de luz chlida y en 10s IaBos hfimedos y encendidos, una<br />

sonrisa esquiva. Quiso sentirle un momento padecer, verlo hasta<br />

qu6 punto la amsba, y contest6 con lhnguida despreocupacih:<br />

-&Qufen sabg?. . . iY si asf fuera, que haria Ud.?<br />

-iYo? Desearle que fuera muy feliz. Lo demh, iqu6 inter&<br />

podrfa tener para Ud.?<br />

-jQuien sabel.. . -torn6 a repetir ella, como en un susurro.<br />

El inter& por 10s buenos amigos, no se concluye asi no miis.<br />

iNo le parece?<br />

Garcia se qued6 mirhdola como un enajenado, como si de<br />

pronto dudara de que era ellia quien le hablaba. Una sfibita garra<br />

de hierro le apretaba la nuca, en tanto que sus nervios, em cien viboras mordiendole el coraabn. Tartamudeando, artid6<br />

por fin:<br />

-Ad ea que todo.. .<br />

--Lo ocurrido entre nosotros, era nada m8s que para entretenerme,<br />

mientras volvfa mi maridito, le interrumpi6 entonces<br />

ella, sonriendo melanc6licamente. i&u6 tontito eres! ~ES posible


que puedas dudar en esa forma de mi carririo? iEsa es la fe que<br />

tienes en mi? Pero te perdono de todo coraz6n. Me gusta verte<br />

wnvertido en un niEo para quererme. -Y bajando la voz aca,kciante<br />

le dijo: -Oye, jvamos a1 cementerio esta tarde? Le Uevaremos<br />

flores a mi madre, y a EIena. A ellas que nos quisieron tanto<br />

les pediremos nos iluminen en este duro trance. Mientras<br />

tanto, piensa t6 en la posible respuesta para Fernando, ojalii en<br />

forma que le hagamos desktirke de su viaje a Bsta.<br />

Era la hora de Ia clase y se separaron, en ese dulce acuerdo.<br />

Se aproximaban 10s ex%menes de 10s rhos, y con ese motivo,<br />

Garcia, habia estado muy preocupado. Vefa venir con temor<br />

aquellos do,s meses de vacaciones, durante 10s cuales, posiblemente,<br />

s6Io se verfan de vez en cuando. El, se aburriria en e1 pueblo,<br />

obligado muchas veces a pasar Ias tardes jugando a1 poker,<br />

donde el Rey, o entregado a Ias mfnimap entretenciones de BUS<br />

amigos de Villa Hermosa, que a veces park su estado de inimo se<br />

tornaban intolerables. Y ahora, la vuelta de Arlegui que hasta<br />

entonces s6lo fu6 una amenaza Iejana, se convertfa en una realidad<br />

prefiada de inquietantes augurios. Todos esos dfas sentia su<br />

amor como una cancibn melanc6lica. Las seiioras Loyola, despuhs<br />

de la muerte de Elena, vagaban por la casa como seres sin aha.<br />

Las veia s610 en las horas de las comidas, silenciosas con 61, tal<br />

si recogidas dentro de su pena le alejaran sin advertirlo, de su intimidad,<br />

o secretamente tuvieran un reproche para 61. Por otra<br />

parte, el pueblo se iba quedando solo. Vicente Galarce ahora no<br />

se vefa, preocupado con todoslos afanes de su cosecha. Alfonso<br />

Fuentes estaba en Tomb, xcompaiiando a su madre que sufria<br />

de1 coraz6nJ y a Tito Jara lo habian mandado a Temuco para<br />

atender la agencia del molino en em ciudad.<br />

Entregbbase, entonces ahincadamente a la lectura. Por<br />

suerte de su viaje a Santiago, trajo una buena provisi6n de Iibros<br />

que le hacfan soiiar con absurdos y lejanos viajes en compaiifa<br />

de Mercedes. Y ahora llegaba e'l otro a quit%rseIa, invocando el<br />

derecho que le concedia la ley, aun cuando 10s sentimientos de<br />

&a quisieran rebeltme. ~Qu6 podia hacer ante lo irremediable?


212 Luis DzLrand<br />

Pobre, obscuro, sin ninguna situaci6n que le permitiera alzarse<br />

sobre aquel medio tan mezquino, reducido s610 a lo que las cjrcunstancias<br />

quisieran hacer de 61.<br />

Fueron esa tarde a1 cementerio, en romhtico peregrinaje.<br />

Mercedes dej6 el cochecito en la escuela y se habfan ido caminando<br />

lentamente, gozando de la infinita dukedumbre que llenaba<br />

todo el kmbito. Reconcentrados en sus pensamientos, marcharon<br />

silenciosos, sin poder aclarar la sombra inquietante que les preocupaba.<br />

El cementerio estaba solitario. 5610 ellos llegaban a<br />

turbar el hondo silencio de aquel recinto donde yacfan 10s restos<br />

de tant-as personas, que supieron de anhelos, de inquietudes y de<br />

preocupaciones, muchas de las cuales, 8610 encontraron su solucidn<br />

allf. Tras 10s tapiales, alzfibanse unos cipreces meditabundos<br />

entre 10s cuales plafifa el viento. El pasto crecfa sobre las tumbas<br />

humildes, donde ye la carne vencida se reintegraba a la tierra.<br />

Mercedes se detuvo de pronto, frente a una reja de hierro,<br />

junto a la cual se qued6 largo rat0 ensimisniada, tal si estuviera<br />

sola y njena a cuanto la rodeaba. Un suspiro largo, la hieo alzar<br />

el rostro hacia el cielo, mientras sus labios musitaban una oraci6n.<br />

Garcia a1 lado de ella, con el sombrero en la mano, se habla<br />

quedado mirando la inscripci6n con el nombre de aquella mujer<br />

que albergara en su sen0 a Mercedes, a la adorada, que le hiciera<br />

conocer el m8s hermoso sentido de la vida. Una emocidn intensa<br />

le llenaba el pecho. iC6mo seria aquella sefiora? Fu6 haciendola<br />

revivir en su imaginaci6n, ayudado por las palabras de Mercedes,<br />

cuando en otras ocasiones la recordaba:<br />

-jA4y, ojak pudiera parecerme a mi madre! iQu6 linda era!<br />

Y su veneraci6n la exaltaba, adorniindola de 10s m&s bellos<br />

atributos espirituales, y de las mayores gracias y dones fisicos.<br />

Ahora ya no quedarfa nada bajo la tierra. Polvo negro, tierra donde<br />

dormfa el recuerdo de tantas cosas que jam& retornarfan.<br />

-iAndr6s!<br />

La voz de ella, a pesar de haber pronunciado su nombre, lo<br />

estremecib.<br />

-Ven. Hincate aquf, cerca de m5. Pidiimosle que perdone


3fercedes Urizat 21 3<br />

este amor. Pidbmosle que lo santifique, que lo proteja. -Y CQ-<br />

mo en un Qxtasis fervoroso, su ruego se hizo tr6mulo-. iE8 lo<br />

~nico hermoso que me ha concedido la vida, madrecita! Afldanos<br />

tb, prot6genos de todas las desdichas que nos puedan<br />

venir.<br />

Garcia, junto a ella, sentia el suave e imperceptible aroma,<br />

de su cuerpo. Quiso rezar, per0 ninguna oraci6n se le vino a la<br />

mente. En cambio, sentiase traspasrtdo por el dulzor de 10s momentos<br />

felices que conociera en el amor de Mercedes. La miel fragante<br />

de su hca, la tersa frescura de su rostro, el arrullo de sus<br />

palabpas, 10s mil suefios que imaginara junto a ella; todo eso que<br />

ahora se obscurecia de negros presagios con el anuncio de la venida<br />

de Arlegui.<br />

Despu4s fueron a ponerle flores a Elena. Hacia ya mhs de<br />

40s meses que habia muerto. iQu6 quedarfa de aquel cuerpo tan<br />

frAgil? AndrQs se qued6 largo rat0 mirando la lhpida sobre la cuaI<br />

se lefa:<br />

Aqui yacen 10s restos de<br />

Elens Loyola Rojas.<br />

Nacida el 10 de junio de 1896.<br />

Fallecida el 6 de octubre de 1917.<br />

iVeinti~n aiios de vida, que ahora dormiac para siempre!<br />

Muri6, precisamente, en la 6poca cuando se comienza a soiiar, n<br />

senti la caricia del amor, principio y fin de la existencia hu-<br />

mana. Y para ella, para la pobre niiia todo no habia sido sino<br />

una queja, una amargura, un dolor callado, como la angustia de<br />

un nifio estraviado en la medrosa obscuridad de un camino.<br />

Se volvieron lentamen& Parecia que desde el sen0 de la<br />

tierra, les llegaba un suave consuelo, un hblito de esperanza. Mer-<br />

cedes, de pronto, dijo:<br />

-Que hay, iqu6 has pensado t6, respecto a la contestacih<br />

la carta de Fernando?


Andr6s permanecid un momento silencioso, y despues un<br />

tanto vacilante repuso:<br />

-ere0 que lo mejor serh contestarle en forma muy pru-<br />

dente a fin de no exasperarlo, haciendole ver que es mejor que 61<br />

viva tranquil0 sin preocuparse de Ud. hasta que vea si en reali-<br />

dad siente una sincera necesidad de volver otra vea a la yida de2<br />

matrimonio.. .<br />

Mercedes le miraba intensamente, como si tratara de ver<br />

mhs all& de lo que las palabras decian, hasta que de sdbito, le<br />

interrumpid nerviosa.<br />

-Si, para despues seguir viviendo como unos tortolitos.<br />

No, Andres, adivino tu intencidn. T6 talvez, con esto deseas<br />

sondearme, o dejarme en likrtad para seguir el camino del sen-<br />

tido combn. Pero eso no lo deseo, jme entiendes? Ahora te am0<br />

a ti, 6nicamente. El tiempo dirit despuhs su palabra definitiva.<br />

Le voy a escribir, dici&dole, en forma tranquila, eso sf, per0 ter-<br />

minante: que como 61 quiso tener su libertad, que siga con ella.<br />

En nada le molest6 entonces. Que me deje tranquila ahora. ESO<br />

es lo justo. Le dir6, ademiis, que mi resoluci6n es irrevocable, y<br />

si viene a Qsta sed para darle 1% misma respuesta.<br />

Un tanto agitada, se detuvo bajo el sombraje de un brbol<br />

que era un oasis de frescura, en un recodo. Con una ramita sc<br />

sacudia 10s eapatos cubiertos con el ciilido polvo del camino.<br />

Garcia, la contemp'labn, sin encontrar qu6 palabras decirle. Eran<br />

sus ojos azules, 10s hicos que podian en aquel instante expresar<br />

toda la gratitud de su alma, y la felicidad que como un soplo<br />

luminoso lo envolvia. Era la mujer fuerte, para afrontar la vida,<br />

y la criatura tierna, delicada, sumisa, para ofrendzr a1 amor todo<br />

el encanto de su juventud.<br />

-iOh, Mercedes!-balbuce6 a1 fin-no s6 qu6 decirle, no s6<br />

qu6 hacer, para pagar todo esto.<br />

Ella con 10s ojos barnizados de triste suavidsd, se habia<br />

quedado mirando hacia la azul lejania. Emocionada, con la voz<br />

un poco tr6mula, repuso:


-i$u6 hacer? Quererme siempre, AndrBs. isiempre! iQU6<br />

jindas son a veces las palabras! iNo es verdad, mi amor?<br />

Y animhndose, ahora alegre, agreg6:<br />

-Oye, iquieres que te cuente? Tengo un proyecto. Tb,<br />

iqu6 piensas hacer en estos dos meses de vacaciones?<br />

-iYo? En realidad esto me ha preocupado bastante, pues<br />

me apena vivir alejado de Ud. tanto tiempo. Pensaba quedarme<br />

aquf, con la esperanza de verla de vez en cuando.<br />

Mercedes, con el aire de quien tiene un secreto que contar<br />

le dijo:<br />

--iSigamos? Oye, fijate que yo he entusiasmado a la tia<br />

Eucrecia, para irnos a1 sur, por un mes. Iremos a Valdivia, a<br />

Cocham6, a Calbuco, a Puerto Varas, que es tan bonito. Entonces<br />

tb nos esperas por allh. Durante el viaje yo le preparo el SLnimo<br />

a la Quecha, a fin de que no le pareaca mal. iQu6 te parece?<br />

-Me parece un proyecto tan hermoso, que s610 de pensarlo,<br />

me hace temblar de alegrfa. iY cubdo serfs eso?<br />

-En el mes de Enero. Es la Bpoca mejor.<br />

Se aproximsban a la callejrrela que conducia al colegio.<br />

Garcia quiso seguir en su compafifa, con el secreto anhelo de llegar<br />

hasta 61, y alli alcanzar el bello instante de una caricia, pero<br />

Mercedes le dijo:<br />

--Mira, es mejor que te vayas por el lado del molino. Evitemos<br />

de que nos vean juntos ahf en la avenida.<br />

Garcfa se detuvo, mirhndola ansiosamente, tratando de<br />

reprimir sus nervios y disimular el acelerado latir de su coraz6n.<br />

Mercedes, a su vez, habfa posado su mirada sobre 61. Una son&a<br />

de picardfa le jugaba en el rosfro. Graciosa y tierna le dijo:<br />

--Pa sB lo que deseas, nifiito malo. Per0 ahora no, mi amor.<br />

iAy, yo tambib lo quidera! Serh otro dfa. Naz cuenta que ahora<br />

me has besado, sobre 10s 050s) de esa manera tan duke como tc1<br />

sabes hacerlo. l,YB? Beamos ahora unos niiiitos buenos. iH&a<br />

mafiana! iTe vas contento?<br />

-Si, Mercedes. Hasta mafians.<br />

SaIM 6gd la acequia, casi oculta por el pasto, y ya junto a1


21 4 Luis DurQd<br />

cerco que segufa las curvas de la calle, se volvi6 a mirarlo son-<br />

riendo. Los rayos del sol a1 perforar la seda de SU sombrilla ba-<br />

fiaron su cabellera de Ius rosada. Entonces a126 la mano, para<br />

tocarse 10s labios y extender en seguida 10s dedos, como si soItara<br />

un phjaro que se deshiciera en 1% chlida luz, antes de<br />

Ias alas.


XXII<br />

-iPst!<br />

Suavemenk, como el ala de una mariposa que roeara BUR<br />

ofdos, le cosquilleb el llamado de ella. Garcfa, junto a la baranda<br />

de la cubierta del pequefio vaporcito que hacfa la travesia entre<br />

Puerto Varas y Ia Ensenada, trataba de escudriiiar con la ayuda<br />

de unos gemeIos, 1% lejanfa brumosa de las riberas del Llanquihue.<br />

aBpido se volvib a Mercedes, que estaba de pie junto a la chi-<br />

menea.<br />

-Ven a sentarte aqui. Vieras que tibiecito' est&.<br />

Era una maiiana nebulosa y fria. Trepidaban las mhquinas,<br />

en el fondo del pequefio barco, jadeando ~1 ratos como bestias<br />

extenuadas. Sobre el agua de un azul intenso, el barco iba dejan-<br />

do una estela honda, bordada de espumas. El paisaje se quedaba<br />

escondido entre las nieblas densas que se cernfan sobre las tie-<br />

mas ribereiias.<br />

Mercedes se habfa sentado tras de la chimenea, cuyo calor<br />

aternpernba la brisa trasminante. AndrBs, con el abrigo cerrado p<br />

el cuello subido, la contemp16 en silencio un instante:<br />

-Si6ntese, sefior-le dijo la joven bromeando carSosa y<br />

risueiia--jno tiene frlo?<br />

Sonri6 Garcia estregiindose la manos enbrgicamente:


218<br />

Luis Dumn$'<br />

-En realidad, hace frio, pero no es un frfo que entuma, sin0<br />

por el contrasio parece fortalecer. iNo es cierto?<br />

-La pura verdad-replic6 ella--y cr6eme que yo me siento<br />

mejor aqui encima del agua, que all& en Puerto Varas. Parece<br />

que el carnbio de clima tan brusco me resfri6.<br />

AndrCs se habia sentado tan cerca de ella, que sentfa en el<br />

costado el tibio contact0 de su cuerpo. Largo rato quedhronse<br />

contemplando la lejsenfa, tratando de descubrir algo de esa belle-<br />

za, que la variedad esplendida del paisaje ofrece en esas regiones.<br />

Pero las nieblas ohstinadarnente, en lugar de disiparse se tornaron<br />

ids densas.<br />

-j.Pero ha visto, Garcia, las porffas de la Quecha? Preferir<br />

quedarse all6 en el hotel, en vez de venir a conocer todo esto.<br />

Me parece una gran tonteria. iNo es verdad, nifiito?<br />

-Ya Io creo-repuso el joven dulcemente acariciado, por<br />

las palabras de ella, que le hacian pensar, en como todos sus<br />

sueiios imposibles habian idol poco a poco, lleviindolo a una her-<br />

mosa realidad.<br />

Garcia lleg6 dos dias antes que ellas. AI despedirse de Mer-<br />

cedes en una de esas perfumadas y romdnticas tardes del verano<br />

del sur, no sinti6 ya tan agudo el dolor de esa separaci6n) como<br />

cuando sc! fuera a Santiago, llevando la incertidumbre de no<br />

saber si volveria a esas tierras. Esa tarde era una inquietud<br />

esperanzada, la que rebullfa en su coraz6o. Era m8s bien una<br />

deliciosa ansiedad que le estirooeaba 10s nervios, y a ratos le<br />

producia una especie de laxitud en la cual se hundia para sofiar<br />

con 10s momentos en que Mercedes tras de acariciarle con la mi-<br />

rada, le habfa entregado tambien la pulpa fragante de su boca.<br />

Y el tren rodaba ahora hacia el sur. A raios entre un ejercito<br />

st6nito de palos secos, de mhstiles desolados que daban la impre-<br />

si6n de estar ateridos, cuando unas nubes plomizas se cernian<br />

sobre ellos, y luego como heridas por sus recias y agudas puntas<br />

se iban desgarrando poco a poco. Eran 10s iiltimos restos de la<br />

selva musical y olorosa, enmarafiada y sombria, entre cuya es-<br />

pesura 8e posare antes la pisada cautelosa de 10s pumas, y en


cuyos claros relucian log ojos inqnietos de 10s venados iierviosos<br />

y ftgiles. Empero, entre aquella tupicibn de palm deformes, des-<br />

de la tierra brotaba desaEando la crueldad del hombre, el re-<br />

noval vigoroso, de 10s hualles de 10s rnafiios y 10s canelos de ho-<br />

jas tranlsparentas y perfurnadas. A veces una copihuera, se asia a<br />

11, gancho ennegrecido y deforme, envoIvi&do!o con sus liana<br />

Snap, exorokndolo con sus fores rojes, o blancas tenuemente<br />

rosadas, cemo las mejillas de una novicia chndida, de las euales,<br />

las grruesas paredes claustrales, uo hubieran aiin borrado el car-<br />

mfn de sus dias de sol.<br />

Aloj6 esa noche en (asorno; un pueblo activo y sdudable en<br />

donde llovfa desganadarnente a la hora de su Ilegada. El hoteI<br />

donde se hosped6 estaba lleno de turistas: rubias alemancitas<br />

de ojos claros e ingenuos, inglesas altas de mirada fria y desde-<br />

fiosa, lisas como una tabla aplancbdora y chilenas graciosas<br />

en cuyos ojos se asomaba una lumbre suave y acariciadora.<br />

Casi todos 10s hombres, andaban preocupados de cornprar pelicu-<br />

las para fotografias, de inquirir detalles de 10s lugares 3 donde se<br />

podia excursionar, de averiguar la salida de trenes, autos, o es-<br />

tudiar 1pb manera de arrendar caballos para ir a saturarse del<br />

paisa je .<br />

AI dfa siguiente tom6 el tren a Puerto Montt. Era una her-<br />

inosfsirna maliana de sol. De pie sobre una de las pIataformas<br />

pudo cocternplar a sus anchas el especthculo fantktico que el<br />

campo del austro ofrecia a esa hora. En un recodo, sobre el tajo<br />

de un torrente, de la m8s pura transparencia, vi6, de siibito, el<br />

arc0 plomizo de un puente cuya ferreterfa pareci6 envolver eD<br />

un abrazo heiado y estridente a todo el convoy que a1 despren-<br />

derse de 61, hz6 un alarido jubiloso que repercutib en el aire<br />

fresco y estremeeido de vuelos de pftjaros. Grandes phzoletas de<br />

robIes airosos, de coihues austeros, de cvellanos enrojecidos de<br />

frukos como un cerezal rojo monta86s. Y en tanto, la bTisa del<br />

austro se entraba en el pecho, como un thico, como una can-<br />

d6n, como UII soplo vivo, comunicador de energfas que infundfan<br />

deseos de irse a comer a trav4s de 10s pastizales, en medio de loa


-males se ergufa el gracioso y elegante huahubn, sobre el cual los<br />

phjaros describian parhbolas ingrStvidas.<br />

Y por en medio de todo, en su coraz6n, en 10s montes y en<br />

.el fondo de 10s esteros azules, estaba ella, Mercedes, la adorada,<br />

que tenia en su cuerpo la gracia de un brbol joven, en sus pup&-<br />

la limpidez del agua, y en la boca la frescura de esas gores d':<br />

copihue que asomaban temblorosas entre la maraca de Ia<br />

bselva.<br />

Y de pronto aparecib ante sus ojos, el lago: agua viva y pal-<br />

pitante, barnizada de dorada luz. Entre 10s montes riberefios<br />

10s techos rojos de las casitas ponfan una alegre nota de color.<br />

Bajo un cielo azul profundo, el alarido de la locomotora adquiria<br />

sonoras y claras vibraciones tal si fuera una voz jocunda, que,<br />

llevada por un ser invisible corriera delante del convoy, para<br />

munciar su arribo a aquel pueblito a donde se entraba por un<br />

eamino que era como un cintur6n de enredaderas florecidas.<br />

Todo era alli hermosisimo, y no obstante una duke tristezs<br />

le llenaba el coraz6n. Recih llegaba, y ya a Garcia, le pareci6<br />

estar mucho tiempo, en ese pueblo que tenia algo del silencio<br />

de un parque campesino, en la hora del creptlsculo. Por la tarde<br />

para disimular su ansiedad, se fu6 a conocer Puerto Montt cu-<br />

yas casas daban la impresidn de estar estrechadas entre el cerro<br />

.y el mar. Unos hombres morenos que a1 hablar pronunciaban las<br />

palabras con un ceceo duke y melancdlico vinieron a ofrecerle su<br />

bote para llevarlo hasta la isla de Tenglo, bello jardln en medio<br />

de la azulidad profunda del oc6ano. Ya el sol poniente baiiaba<br />

con sus tliltimas y vivas lumbraradas todo el hmbito, Ilenhndolo<br />

de poesfa. Resonaba lejanamente el mar, gemia el viento entre<br />

10s tranqueros y en la oquedad de 10s grandes &boles rumorosos,<br />

y entonces, en medio del agua, sus ojos admirados, vieron una<br />

goleta con sus velas desplegadas teiiidas por la 1uz romhntica<br />

del atardecer. Era una visi6n de ensuefio: verde, azul, rosa p<br />

malva, que le hizo pensar en aquellos navios corsarios de Drab<br />

bo Cavendish, cuando volvian de sus viajes maravillosos con sus<br />

velas de or0 y ptlrpura. DespuBs, una gasa suave y trsnsparente


envolvib la barca como un cendal de misterio que fuera tajandos<br />

la proa hasta perderse en la lejania.<br />

Unos pios largos, empapados en cristalino dulzor, sacudieron<br />

el Bxtasis de And&. Descendia la noche poniendo en todas par-<br />

tes su halo de misterio. Sobre el agua que se hinchaba perezosa,<br />

navegaba el espfritu de 10s desconocidos en su barco de sombras.<br />

HundiQronse en ella 10s remos con suave chasquido, y el bote<br />

avanz6 silenciosamente hacia la orilla de Angelm6, en donde ya<br />

las luces se alargaban sobre la superficie del mar como senderos-<br />

palpitantes.<br />

Y ahora, Mercedes, estaba junto a 61, acompafiiindole en ess<br />

excursi6n, que tenia un recdndito encanto para su coraz6n.<br />

Hubiera deseado que ese paseo se prolongara indefinidamente,<br />

para olvidar todas aquellas crueles dificultades que 10s separaban.<br />

Para experimentar la alegria de sentirla suya. Y se entristecfa;<br />

pensando en que ese paseo no duraria sino ese dia, para retornar<br />

en seguida a vivir doblegado a las apariencias, que s610 dejaban..<br />

en el pecho una huella amarga y desesperanzada.<br />

De pronto ella le preguntb snchdolo de sus sueiios:<br />

-2Sabes t.6, a qu6 hora estaremos de regreso en Puerto<br />

Varas?<br />

Se habian mirado a 10s ojos en 10s cuales despuntaba la e&<br />

condida ansiedad de sus almas. Les parecib que ambos se habfaan<br />

quemado el coraz6n con la lumbre de sus miradas. Una fina<br />

garda habia dejado sola la cubierta y entonces AndrBs, atrajo.<br />

hacia sus labios la mano de Mercedes.<br />

-No s6 mi amor-le contest6-quisiera que no regreska-<br />

mos nunca. Que pudi6ramos quedarnos siempre detriis de esas<br />

montaiias para querernos siempre.<br />

$e quedaron silenciosos un momento y despues, Mercedes,<br />

dijo lentamente, como si hablara algo que ella misma no supie-<br />

ra a que se referfa:<br />

-Creo que es a las ocho.<br />

Hacia el medio dia llegaron a la Ensenada. Era un paraje<br />

hermosisimo, aquel, en donde estaba situado el Hotel, rodeado*


-222<br />

por grandes y majestuosos Brboles. En eeos momentos alumbr6<br />

el sol, y su luz radiante, disip6 las espesas nubes que cerraban<br />

el horizonte. El con0 niveo del Osorno, resplandeci6 en la leja-<br />

nfaenmedio de un paisaje que tenfa algo de fanthstica irreali-<br />

dad.<br />

Almorzaron en una mesita que estaba arrinconada en un<br />

Anguulo penumbroso del comedor. El aire fresco encendi6 Ias me-<br />

jillas de Mercedes, en cuyas pupilas habfa una luz intensa.<br />

iQu6 delicioso le pareci6 a Garcia, aquel almuerzo en el cual se<br />

sentfan 10s dos unidos por una afectuosa intimidad! Ella le pus0<br />

mantequilla a1 pan, para ofrec6rselo, en seguida, con risuelia<br />

ternura :<br />

-Ud. disculparii sefior que tome el pan, aunque no me lave<br />

las manos. Per0 asi es m8s sabroso. Sfrvase. Supongo que el via-<br />

je le habrh dado apetito.<br />

-En realidad-replic6 el mozo sonriendo alegremente-no<br />

podremos deck que s610 nos alimentaremos de la belleza del pai-<br />

saje, y del placer de esta excursi6n. Pero es mejor asi, porque de<br />

este modo puedo gozar de la felicidad de comer este pan que han<br />

tocado sus manos.<br />

Ri6 ella, gozosa, como una colegiala que disfruts de un dia<br />

de holganza. Luego exclam6:<br />

-Per0 no se puede negar que es muy lindo todo esto. Me<br />

gustaria pasar aquf todo el verano. Y como dijo el poeta, con un<br />

libro, un buen amigo, y un sueiio duke que no lo perturben ni<br />

deudas ni pesares.. .<br />

-LNi siquiera el dolor de amar?<br />

Hizo ella un mohin gracioso y displicente.<br />

-iQui6n sabe! Po creo que a veces es tambi4n necesario<br />

#sufrir, para saber, por medio del contraste, valorar toda la dicha<br />

que hay en la tranquilidad de un afecto sin sobresaltos.<br />

Conversaron despues, evocando 10s bellos momentos de su<br />

mor. Era como volver a entonar una cancibn siempre nueva, que<br />

hiciera rebullir dentro de ellos un viento melodioso. Recordaron<br />

.tambiCn a1 pueblo, que en la distancia se hacia simphtico, sin 811s


chismecil-los y pequeiios problemas aldeanos. Era como un paseo<br />

carifioso, en donde la ilusibn ponfa todo el encanto del pasado.<br />

En ese momento aparecib en la puerta del comedor, el ad-<br />

ministrador del hotel, un aleman alto y ceremonioso que anunci6:<br />

--Estfi listo el auto que va a buscar la combinaci6n a Pe-<br />

$rohu6. iNo hay ninguno de 10s sedores que desee ir hasta all&?<br />

El coche volverfi una hora antes de la partida del vapor.<br />

RIercedes que estnba pendiente de las palabrss del hombre,<br />

se pus0 vivamente de pie para preguntarle:<br />

--jDe manera que yendo hasta all&, se vuelve a tomar el<br />

vapor?<br />

--Exacto, seiiora. Y ya que estitn Uds. aquf serk lhtima,<br />

que no conocieran ese camino. No se arrepentirhn, cr6ame.<br />

Relampaguearon 10s ojos de Mercedes. VolvitSndose a Andrb<br />

le pregunt6:<br />

-2QutS le psrece.. .? iNo le gustaria que fu6ramos hasta<br />

all%?<br />

-Per0 encantado-dijo Garcia con entusiasmo-serfa lhs-<br />

tima si perdieramos una oportunidad como dsta.<br />

No lo discutieron mas. Instantes despues estaban ambos<br />

sentados en el autombvil que salia hacia PetrohuB. Frente a elIoa<br />

iba un seiior pequefio, vivaracho y nervioso, que d poco les di6<br />

conversacibn. Era un espafiol, un nndaluz comerciante en pafios,<br />

avecindado en Vdparaiso:<br />

--jTran Uds. hasta Peulla?<br />

-iAy, desgraciadamente no!-replicb Mercedes. Vamos ~610<br />

basta Fetrohue para volvernos esta misma tarde.<br />

-Dice Ud. bien, desgraciadamente, porque en verdad es<br />

una Itistima, venir a asomarse a estos parajes sin alcanxar a CO-<br />

nocerlos. Es como si un hambriento se asornara a la puerta de<br />

un banquete sin poder participar en 81, Y a veces uno siente<br />

hambre de belleza, de emocih, de inquietud tal vez, para gozar<br />

mejor de todos 10s dones del sentimiento. iNo es asi?<br />

Hablaba el hombre con un gran fervor, con un entusiasmo<br />

ilimitado. Mercedes, entretsanto, mirbndolo pensaba en lo tre-


224 Luis Dtwand<br />

mendo que debia de ser detrhs del mostrador de su tienda, para<br />

elogiar las excelencias de sus telas. Seria necesario emplear to-<br />

das las energias para desprenderse de sus ofertas. Sonriendo le<br />

contest6:<br />

-Sf, todo eso esth muy bien. Per0 cuando no es posible,<br />

no queda otro remedio que resignarse.<br />

-Pues querer es poder, mi hermosa seiiora. Hay momentos<br />

en que es precis0 olvidarse de todo para gozar del placer de la<br />

vida. iQu6 lo s6 yo! Y vivir no es linicamente, trabajar, comer,<br />

moverse; es necesario tambien dar a1 espfritu la satisfacci6n de<br />

gozar del especthculo espl6ndido del mundo. Y diga Ud. si no,<br />

iNo vale la pena haber andado cien leguas o mhs, para venir a<br />

ver todo esto?<br />

En efecto, el paisaje en aquella parte del camino era real-<br />

mente fanthstico. El auto iba por una huella de color chocolate,<br />

gruesa costra de lava que dejara el torrente de una erupci6n vol-<br />

chnica. Beguia a traves de una estrecha garganta, entre cerros<br />

altisimos coronados de nieve donde fulguraba el sol. Los flancos<br />

de 10s cerros, estaban cubiertos de hrboles silenciosos donde no<br />

gritaba un phjaro, ni siquiera se oia el rumor del viento. A veces<br />

la nieve como largas cabelleras, descendia en transparentes cas-<br />

cadas hasta el lecho del rio que se deslizaba entre las piedras y<br />

10s troncos muertos que obstrufan su cauce. Y el agua, por el<br />

efecto de las substancias minerales, o de la luz, tenia 10s mhs raros<br />

y caprichosos colores. Azul, verde glauco, morado, amarillento,<br />

el torrente se retorcia saltando entre las piedras, y a ratps era<br />

una verdadera danza musical la que producia a1 caer en flores<br />

de espuma para ir despu6s a descansar de aquel juego en un re-<br />

manso transparente y cristalino. Y todo estaba saturado de mis-<br />

terio, de soledad, de silencio, en tal forma que hasta las palabras<br />

tertian resonancias extraordinarias que devolvia el eco distante.<br />

Mercedes, afirmada en el brazo de hierro del asicnto, tenia<br />

una expresibn de asombro en 10s ojos. Aquello hacfa pensar en el<br />

viaje maravilloso de Aladino, por su jardfn de ensueiio. Y en<br />

tanto, el silencio parecia ahondarse, como si la atm6sfera fume


un crista1 que ellos fueran rompiendo, para penetrar en el misterio<br />

que guardaba aquella ruta de emoci6n. De pronto, Mercedes, tornando<br />

del brazo a Andrks, no pudo reprimir un grito de admiracib,<br />

a tiempo de mostrarle algo que la hizo alzar el rostro por<br />

encima de 10s otros viajeros.<br />

Era el Lago de Todos 10s Santos. El lago de Esmeralda como<br />

tambkn Io llaman. Un especthculo que sobsepasaba a toda ponderaci6n<br />

se ofrecia a su vista. Ea estrecha garganta por donde rodaba<br />

el auto, se habia cortado para ensancharse en un 8rnbito<br />

arnurallado de cerros abruptos, y nimbado de neblina azul.<br />

Y abajo estaba dormido, el lago verde, intenso, inm6vil entre las<br />

riberas inaccesibles y hurafias.<br />

Todos 10s viajeros habianse quedado silenciosos, sobrecogidos<br />

por el ambiente, traspasados de belleza. 5610 se oh el jadeo<br />

del motor que latia angustiado en el repecho, antes de llegar<br />

a la orilla, cerca de la cual se mecfa graciosamente como una paloma<br />

blanca, el vaporcito que hacia el crucero hasta Peulla.<br />

li'iercedes, con una emoci6n de nifia chica, cogi6 la mano de<br />

kndr6s, para apretarla nefviosamente, en tanto le decia:<br />

--iPero qu6 hermoso es todo esto! jQu6 inmensamente bello!<br />

Y luego de saltar del auto, se acere6 a 61, para decirle como<br />

ea un susurro:<br />

-No sabes la pena que me da, de que no podamos seguir<br />

m&s adelante.<br />

Sin darse cucnta, le habia, tomado del brazo, sintiendo la<br />

intensa alegria de encontrarse entre gentes desconocidas. And&<br />

la miraba carifiosamente. En sus ojos habia una muda sbplica.<br />

Con la voz tr6mula le dijo:<br />

-&Tercedes,<br />

qu6 no le avisa a dofia herecia que nos ha<br />

ocurrido un accidente y no podremos regresar hasta maCana?<br />

Maaana, pasado.. . iqu6 m8s da, si pensamos en la eternidad<br />

que es para nosotros el tiempo, estrechados por tanto rfgido con-<br />

vencionalismo, del cual debernos ser eselavos? $or qu6 no nos<br />

libertamos aunque sea por un dia? ihcaqo nuestro amor no me-<br />

rece un poco de piedad, de eonsicleracibn de parte de nosotraa<br />

16


mismos, ya que nadie la trndr8 de el? LQuiCn sabe lo que nos<br />

aguarda mafiana?<br />

Mercedes le oia en silencio. Su mirada se iba a traves del<br />

lago cruzado a ratos por phjaros silenciosos, en un vuelo lento,<br />

como si tamhien sintieran la embriaguez de contemplar la m&gica<br />

belleea del paisaje. De pronto la joven movi6 la cabeaa. como si<br />

saliera de un suefio para volver energicamente a la redidad:<br />

-jAy, caramba que estdpida es la vida a veces! iC6mo tenemos<br />

que martirizar a nuestro pobre corazbn! T pensar que este<br />

niismo corazbn, es el culpable de muchas de nuestras desventuras.<br />

Habia comenzado a hablar con vehemencia, para terminar<br />

como en un monblogo a la sordina. DespuBs, como si quisiera desprenderse<br />

de algo que entorpeciera sus movimientos, sc irgui6<br />

alzando 10s braaos, para sacudir su cabellera con nervioso adem&n.<br />

Con voz duke y lenta dijo:<br />

-Si, mnca podrh llarnarse zmor aquel, por el cual no searnos<br />

capaces de hacer un sacrircio. Si es que se puede llamar<br />

sacrifcio flquello que nos est8 pidiecdo a gritos el elma. Dime,<br />

it6 lo qnieres, PmdrCs?<br />

-&tercedes.. .<br />

U como siempre en esos casos, en que la elocuencia huye<br />

para dejar paso a la emocioaada ansiedsd que enmuctece 10s ISbios,<br />

Ics de Garcia callarm. Mercedes entonces, sencillameEte<br />

dijo:<br />

T7<br />

- v amos.


XXIII<br />

La cosa se resolvib mhs f&cilmente que lo que ellos pensa-<br />

ban. Dofia Lucrecia inesperadamente decidi6 ir hasta la Ense-<br />

nada, en compaiiia de unas amigas de Temuco reci6n llegadas a<br />

Puerto Varas, y que proyectaban hacer el viaje hasta ese punto.<br />

Mercedes, ebria de feIicidad, no atinabai qu6 decide cuando a1<br />

hablarle por tel6fono a su tia, esta se lo comunic6:<br />

-LAsf es que mafiana te encontraremos aqui? iQu6 bueno,<br />

Quechita! Sin necesidad de verte, creo que nunca has estado mhs<br />

linda que hoy. Eres un encanto.<br />

-APortarme bien? p ro ya lo creo! iTe olvidas qbe soy una<br />

seiiora de respeto?<br />

-iAh! iFaltarle yo el respeto a alguien? Mira, no seas mal<br />

pensada. Me siento como un piijaro purifixado por el aire de estas<br />

niontarias, y con el alma tan inmaculada como la nieve.<br />

-Si, t6 tambf6n te vas a poner poBtica cuando llegues aqui,<br />

y no seria raro que te ocurriera el rnilagro de olvidar treinta arios,<br />

para iniciar un idilio, en una noche de luna, si se te presenta la<br />

oportuoidad.<br />

-Bueno. iHasta mafiana!<br />

Mercedes colg6 el fono, y como una chiquilla feliz se volvi6<br />

hacia AndrBs, saltando y haciendo sonar 10s dedos como casta-


iiuelas, mientras con el busto en escorzo, jughndole la Iumbre<br />

cglida y juguetona en las pupilas, le decia:<br />

-i&u6 tal nifiit.o? iQu6 quiere deck todo esto? Que nos va-<br />

mos a pasear! Fijate que las Aranda se vienen mafiana con la<br />

Quecha para st&, donde nos juntaremos todos. Dime, jno epc<br />

linda la vida?<br />

Bajo la penumbra del galpbn, en donde estaban, le ofrecib<br />

10s labios, para esquivarle la cara en el precis0 momento, poni6n-<br />

dole la suavidad de la palma de su mano sobre 10s labios de 61.<br />

--j'Cuidadito! Los nifios deben portarse muy bien, porque si<br />

no, la mam& no 10s lleva de paseo.<br />

S610 cuando estuvieron a b&do del vaporcito, se vinieron<br />

a dar cuenta de que este no volvia a Petrohu6 sino hasta el dia<br />

subsiguiente. Mercedes asustada observb :<br />

--Per0 podremos vdvernos en un auto..<br />

-F'Pnes, jvive Dios!-replic6 el espaiiol que era quien les<br />

informaba -no seria raro que Ud. por milagro de su belleza y<br />

simpatia pudiera hacerlo, eso si que habria de ser por all& arriba<br />

sobre la nieve de 10s cerros. iPe atreveria?<br />

--No me embrome. LEntonces no hay camino?<br />

--Xeiiora, no se preocupe. Ei barco volverh, si no es madana,<br />

cualquier dia. Ahora no hay que acordarse de otra cosa sino<br />

de gozar de este especthculo espl6ndido. Tea Ud. jno es Bsta una<br />

visi6n de d.as mil y una noches?<br />

El barco se deslizaba tsn suavemente que parecfa ir resba-<br />

lando sobre la superficie tersa del agua que se hinchaba ligera-<br />

mente. A Io lejos en el so!, aquel espejo verde intenso, parecfa<br />

trizarse como si fuera un abanico salpicado de pedrerias ruti-<br />

Iantes. A ratos daba la impresi6n de que era una inmensa shbana<br />

de terciopelo que se arrugaba en pliegues de suavidad. Wubes<br />

rcsadas y amarillentas se desgarraban bajo un cielo de turquesa.<br />

En partes, 10s cerros se estrechaban, y entonces el barco se anew<br />

ba de misterio, todo envuelto en gasas azules.<br />

3- de pronto la sirena lanz6 un pitazo hondo y grave, como<br />

si fuera la VOB del lago que convidara a todos 10s habitantes de


Mercedes Urizur 229<br />

la rcgibn a asomarse a &l. Por entre una estrecha garganta que<br />

partia un cerro, descendfa un rfo transparente. Dab% la imgresibn<br />

de venir corriendo desde arriba, como de un hontanar nacido en<br />

el cielo. Por ese camino claro, venfa un pequefio bote tripulado,<br />

por una mujer joven -y rubia, con dos pequeiios que empufiaban<br />

10s remos. Desde el barco descolgaron entonces, una cesta en<br />

donde iban provisiones, diarios, revistas, algo del mundo de 10s<br />

vivos para ese mundo de 10s suefios donde ellos Vivian. Son6<br />

arriba la campanilla, la sirena land un breve p5taz.o y el barco se<br />

alejb dejando sobre la superficie del lago, bruiiida de sol, a1 bote<br />

que se meci6 suavemente, mientras la niujer rubia sonreia a@-<br />

tando un paijuelo de despedida.<br />

Mercedes, sentada tras la pequeiia cBmara del capithn,<br />

hojeaba una revista, aprovechando el momento en que el an-<br />

dahz parlanchfn se habfa ido a buscar cigarrillos a 611 maleta.<br />

En el barco iba muy poca gente. Un alembn alto de boina negra,<br />

y amplios pantalones de excursihn, habia venido todo el camino<br />

sacando fotograffas del paisaje, en tanto su mujer, una gordita<br />

de mejillas encendidas, leia profundamente interesada una no-<br />

vela de Jack London, vertida a1 alemhn. El era geblogo de mos<br />

yacimientos petrolfferos en la Argentina, segiin le explic6 a1<br />

espafiol que no podia pasarse sin hnblar, y acaba de comprar un<br />

pequefio fundito en las orillas de! lago, en donde pensaba venir<br />

a pasar todos 10s aiios sus vacaciones.<br />

Mercedes oia muy interesada, todos 10s detalles, de chmo era<br />

la vida en aquellos parajes solitarios, en donde nadie se preocu-<br />

paba de lo que hacfan 10s demhs. En ese momento el vaporcito,<br />

pasaba junto a la isla Margarita, situada en la parte mBs ancha<br />

del lago y cuyos terrenos estabbn dedicados a la ganaderfa por<br />

su dueiio.<br />

-Me encantaria vivir por aqui-dijo la joven cerrando<br />

bruscamente la revista. Si yo fuera sola, tambien veria modo de<br />

comprar un pequeiio fundo donde me encerraria para siempre.<br />

Es decir para siempre no. Cada all0 irfa de paseo a Santiago o a<br />

otra ciudad, a fin de no olvidarme por completo de que era una


persona civilizada. Construiria una casita muy monona, y tendrfa<br />

una lancha, aqui en el lago, para excursionar en 10s dias de<br />

sol, o en las noches de luna. P me gustaria que todos se olvidaran<br />

de mi.. .<br />

AndrBs, que la ofa forjar aquellas quimeras irrealizahles, qu.e<br />

no pasRban de ser suefios de mujer enamorada, sonrid dici6ndole:<br />

-iY yo tambib?<br />

Ella le mir6 con graciosa coqueterfa, demorando su respuesta.<br />

-No. T6 podrias venir de visita cuando quisieras. Entonces<br />

yo vendrfa a esperarte en mi lanchita, asi como esa mujer que<br />

vimos denantes y que se me figur6 una princesa encantada.<br />

--Per0 tanta soledad la cansaria. Tendria Ud. necesidad de<br />

una persona con quien conversar, y salir a pasear; alguien que Is<br />

acompafiara en las noches de soledad en la montafia.<br />

-iAh, claro! Seria necesario buscar un administrador. Esa<br />

es la parte m&s dificil de mi proyecto, porque la patrona, seria<br />

muy exigente.. .<br />

-jPor qu6?<br />

-Porque pondria condiciones muy diffciles.<br />

-J Serian condiciones tan imposibles de reunir?<br />

-Muy dificiles. Parece que Ud. ya tiene inter& por el puesto<br />

jno? Pero a Ud. mi amigo no se lo dar6. Se lo dig0 desde luego.<br />

-LTan intitil me Cree?<br />

--No es que 10 crex in~til sin0 que se me ocurre que Ud. se<br />

puede enainorar' de la patrona, y entonces a ella, no le quedar%<br />

mhs remedio que desptdirlo.<br />

-jTan cruel serfa?<br />

-Si.. . 2,no Cree que he sido siempre cruel con Ud.?<br />

Aquel duke juego amoroso, fu6 de pronto interrumpido por<br />

el espafiol, que venia un tanto desconcertado, pues el alemhn y<br />

~lu mujer se habian puesto a hablar en su idioma, sin hacer cas0<br />

de 61.<br />

-Pues mire Ud., seiiora, que esta tierra deberia llamarse el<br />

pafs idflico. Tarde me he venido a dar cuenta que no debi venir<br />

solo por estas regiones. Porque, jvamos! todo invita aqui a soCarl


filercedes Urizar 231<br />

tanto que aun cuando no tengo nada de poeta; creo que voy a<br />

salir escribimdo un canto a esta tierra maravillosa. iJ’aya Ud.<br />

a saber c61.0 irk a resultar eso! Y que 330s me lo perdone. Fi-<br />

gdrese de lo que es capaz un hombre desesperado:<br />

hdr6s, sonriendo, le preguntb con amnble cordialidad :<br />

-iY por qutl tan desesperado?<br />

El espafiol, arrugb la pie1 de la frente, con un gesto que era<br />

caracteristico en 61:<br />

-Bueno, Ud. no podrk comprender en estos momentcs, la<br />

causa de mi inquietud. porque cuando la felicidad nos toca con<br />

su varita mkgica, el espiritu se recoge hacia adentro, y no nos<br />

deja ver nada de lo que nos rodea.<br />

--;,As$ es que Ud. Cree que AndrBs es vn hombre muy feliz-<br />

le preguntb Mercedes?<br />

-Pues, jvive Dios!-si no lo es quipre decir que este caba-<br />

llero no se contenta ni aunque le den el Universo, porque a su<br />

lado la felicidad no cuesta, no dig0 imaginarla, sino sentirla.<br />

Y tras m a pwsa en la cual se 8dverti.l en h! u11q viva cu-<br />

riosidad, el esppfiol, no pudo resistir a preguntsr:<br />

-ison Uds. rrciBn cns2dos, seguwmente?<br />

En ese rnomento la Arena anunciaba la llegada a Feulla, y<br />

Mercedcs sin contestar se par6 de un salto para ir a rnirar junto<br />

a la baranda el paisaje todo envuelto en una densa nehlina azul<br />

Clara.<br />

Sin consultkselo, per0 como si sintieran una rara embria-<br />

guez, en recorrer aquellas rutas de belleza y emocibn, hrtbfan<br />

seguido camino adelante como atraidos por el anhelo recbndito<br />

de Ilegar hasta un paraje donde pudieran darse a1 arnor que, como<br />

una fiebre lenta, a veces adquirfa un ritrno acelerado, y les iba de-<br />

vorando, consumiendo en una ansiedad en la cual latian todas las<br />

formas del deleite. Y asi, en aquel dfa que siguib a1 de su llegada,<br />

recorrieron todos 10s rincones de ese lugar de sin igual belleza<br />

que es Peulla. Se internaron en 10s niontes donde sblo alentaba<br />

el misterio, para darse e1 aha en &lidos y largos besos, entre IR<br />

penumbrosa frescura del ramaje oloroso, donde s610 10s chucaos


232<br />

Luis Dwnnd<br />

audaces exploradores de la selva, rompian de rat0 en rat0 el<br />

gran silencio. DespuBs, jinetes en unos nerviosos caballitos se-<br />

rranos, galoparon por un hermoso valle que se abria hacia e]<br />

Este, en donde volaban enormes bandadas de canquenes que so<br />

posaban confiados sobre el pastizal, en tanto ellos cruzaban el<br />

torrentoso Peulla, para llegar hasta la laguna del Encanto, cu-<br />

yas aguas tenian una sombria y gglida inmovilidad, entre 10s<br />

altos Brboles.<br />

Per0 en sus cuerpos j6veoes, estaba ardiendo el ansia del<br />

amor. Tal vez sentian un ligero cansancio fisico, per0 en el fon-<br />

do de las pupilas hahia un misterioso llamado, algo como un dul-<br />

ce acuerdo en que no intervenian las palabras, per0 si, hacia<br />

temblar las manos y les subia como una fragancia desde lo mELs<br />

intimo del ser.<br />

Debian regresar a1 dia siguiente, y por la tarde, fueroh a<br />

travCs de la selva gigantesca, hasta el lugarejo llamado Puerto<br />

Blest, situado ya en tierra argentina, en las mhrgenes del lago<br />

Nahuel-Huapi. Aquel camino de fantasi'a pus0 en sus espiritus,<br />

una especie de Bxtasis silencioso. Bajo la selva inmensa, porten-<br />

tosa, el camino era una rayita parda que a veces parecfa irse a<br />

perder en un abismo, o en el coraz6n mismo de la selva. I' por<br />

todas partes silencio; un silencio grandioso. El sol del austro ha-<br />

cia entrever aspectos maravillosos en la montaiia, cuyos Brboles<br />

se tocaban por encima del camino, desde el cual, el cielo s610 se<br />

veia a ratos corn0 una manchita ad.<br />

Y despues de admirar el Tronador, gigante hureo, que res-<br />

plandecia en el fondo de una garganta, cruzaron la Laguna<br />

Frfas, agua profunda, quieta, de un vercle intenso, y misterioso,<br />

rodeada de altos murallones cortados a pique. Una lancha a gse-<br />

solina les condujo velozmente hacia la otra orilla, en donde fia-<br />

meaban 10s suaves colores de la bandera del sol de mayo. Alguien<br />

._<br />

contestando a una pregunta, dijo:<br />

-En esta laguna se han echado sondas de 900 metros sin<br />

encontrar fonds.<br />

Mercedes, a1 oirlo, siente un estremecimiento, y aprieta e!


Mercedes Urizar 233<br />

brazo de And&, que la atrae hacia 61. En voz baja y lenta le<br />

pregunta :<br />

-LTiene miedo?<br />

Ella alza 10s ojos intensos. Luz cargada de pensamientos<br />

afectuosos para decirle rnuy quedo.<br />

-No. Cerea de ti, ipor qui: lo habia de tener?<br />

Luego okra vez la selva, cuyo misterio perfora un camino<br />

sombrfo donde el sol, s6!0 a ratos, logra penetrar timidamente.<br />

Arriba hay un cielo profundo, con cierta transparencia de crista1<br />

y vaguedad de abisrno. En todo el hmbito una fragancia, a hu-<br />

medad a maderos sombrios a humus y a gores de raro aroma. Y<br />

otra vea agua. Pais del agua y de las selvas rnagllifcas es Bste.<br />

'fT ahora el Nahuel-Huapi, es un espejo azul, que se recorta entre<br />

las riberas enmarafiadas de &boles majestuosos. Susurra el vien-<br />

to suavemente: y hay unos phjaros que sobre el cerro de 10s Tres<br />

Eermanos, describen circulos ingrhvidos COMO si embsiagados<br />

de lus y de frescor, estuvieran jugando a1 pillarse en la altitud<br />

sin horizontes de aquel paisaje de ensuefio.<br />

Soledad y silencio. El agua duerme, la montaba no tiene<br />

ahora un susarro. 'r' el cieIo es $an hondo que ninguna nube se<br />

atreve a navegar en 61. Como no es dia de combinaci6n, el hotel<br />

est& tambi6n solitario. S610 despues de un rat0 aparece un hombre<br />

de voz lenta, que a1 hablar, da la impresi6n de sentir asombro, a1<br />

ofr sus propias palabras.<br />

Han vagado despu6s, toda la tarde, por las orillas del lago.<br />

Y cuando un crep5sculo suave en el cual la claridad evanescente<br />

se diluye en el paisaje, han cruzado el agua azul para ir en la<br />

lancha a gasolina a ver en la otra ribera, el rio de Los Chntaros,<br />

que desciende por en medio de la selva, despeiiado entre troncos<br />

y piedras decoradas de espuma. Hay allf alerces hermosisimos, y el<br />

sol con sus liltimas lumbraradas pone un soplo rnsgico barni-<br />

zando de rosa el agua y poniendo aladas colgaduras de oro, entre<br />

10s alerces que semejan gigantescos hrboles de Fascua. Una del-<br />

gada sombra parece descender desde el cielo fresco y empalide-<br />

cido en donde surge con limpidez brillante la Crus del Sur.


Unos pBjaros que vuelan rnuy alto y mueven s6lo a ratos las alas<br />

dejan caer una nota temblorosa eobre la poetica azulidad del<br />

agua, que parcce frorecer en un suave latido musical. En tanto,<br />

el motor de la lansha late con un gemido convulso, haeta esta-<br />

llar despues vigoroso y dejar la orilla velozmente.<br />

Per0 esta ernbriaguez de luces, de eo1 y de aire vivificante,<br />

parece transforniarse dentro de ellos en un ansia tremante, en<br />

una inquietud deliciosa, en un anhclo que se retuerce en ellos como<br />

una serpentina de fuego que les obsedia y les arrulla. El ansia<br />

divina del amor lea arde adentro COMO un cirio que les va consu-<br />

miendo, en una idea devorante, fija, recbndita, que asorna en sus<br />

pupilas, per0 que Ias palabras no llegan a decir. Esto les torna<br />

silenciosos, como si cada uno sintiera el placer de ver que la ra-<br />

z6n huye tfniida, empujada por ese anhelo fdrvido que clama an-<br />

gustiado por una dulce realidad. Por una realidad que haga<br />

desaparecer ese enervamiento hecho de dolor y de deleite.<br />

Y despues de un largo paseo, por el camino alfombrado de<br />

hojas htimedas, durante el cual sus labios han callado, vuelven<br />

lentamente hacia el hotel, que est& envuelto en una soledad tan<br />

honda, qne da In impresi6n de que trnta de ocultarse medroso, en<br />

el recodo del camino. Ira son m&s de las 9 de la noclie, y el lar-<br />

go creplisculo del austro aun no termina. Una sombra inderisa<br />

envuelve todo el Bmbito en un cendal misterioPo. Apoyados en la<br />

baranda del corredor, se han quedado un rato contemplando la<br />

sBbana obscura del lago, y de pronto Mercedes dice Imtamente,<br />

con-un temblor raro en la VOZ:<br />

-Tengo un poco de frio.<br />

-LFrio?-dice Andr6s, y la vox se le quiebra como si le fal-<br />

tara el aire. Cogiendo el cha! que han dejado sobre un banco, se<br />

lo pone amorosamente sobre 10s hombros.<br />

Pero ella, a1 poco rato, como poseida por un sentimientoin-<br />

definible, meacla de timidez) de rubor, de afecto y de misterio,<br />

vuelve a musitar:


--iFrio?--vueIve a preguntar hndr6s con inquieta ingenui-<br />

dnd-LQuiere irse a su pieza ya?<br />

Ella no contesta, pero tomiindole del brszo con un leve<br />

estironcito le hace caminar. k’ ya junto a la pieza que ella ocupark<br />

se han deteniclo temblorosos, como si ninguno de 10s dos se ntre-<br />

viera a expresar su anhelo:<br />

-Hasta mafiana, entonces jno?<br />

Ha ido cerrando Mercedes la puerta, con la mano sobre la<br />

Ilave, hasta no dejnr m5ts espacio que el que ocupa su cuerpo,<br />

pero And& no se mueve del umbral. Mudo, con cierto temblor<br />

febril que se advierte en el brill0 de SUB ojos, y en un leve tiritbn<br />

de sus manos, dice por fin en un susurro suplicante:<br />

-iMercedes!<br />

Ella no contesta, pero su mano se alsa para acariciarIe la<br />

csbeea. ResbaIa detriis de la nuca y le atrae lentamente hacia<br />

su cuerpo. And& siente el hhlito tibio de su boca, la suave<br />

fragancia de sus senos, y sin saber como estb unidos en un largo<br />

beso. Tras ellos se ha cerrado la puerta, y apoyados en ella sien-<br />

ten que una duke embriaguez les circuls por las venas como un<br />

vino ardielate.<br />

--Andate-dice ella, como en un ruego-iiindate! Pero 10s<br />

aniIIos tibios de sus brazos le siguen ciifendo, cada vez con mks<br />

fuerza.<br />

-&nor, mi amor, Merccdes!-suplica 61 en un susurro,<br />

mientras BUS labios iividos, besan, besan siempre, sobre 10s ojos,<br />

tras las orejas entre el cabello oloroso, en la seda tibia del cuello,<br />

en tanto 10s cuerpos se unen, se unen y el iinfora de sus caderas<br />

adquiere una Iarga y estremeeida vibracibn.<br />

-Andate-gime rendids la adorada. Pero el abrazo se es-<br />

trecha, se ahinca en un dulce martirio. Cae un botoncito y rueda<br />

por el suelo con un ruido que a; ellos se les antoja tan grande<br />

como si se derrumbara el Universo. Y por entre la seda de la<br />

blusa, revienta la seda tersa de 10s senos, flores maravillosas en-<br />

vueltas hasta entonces en e! misterio de 10s sueiios de 41. Y su<br />

ciilida fragancia enciende una nueva embriagues, despierta una


236<br />

Luis Durund<br />

nueva e intensa sed, en 10s labios incsnsables que resbalan des-<br />

de el puntito inieial de la svave redondez, para ir de ahi a busys<br />

la hlimeda frescura de 10s labios de ella, tal si quisieran transfun-<br />

dirse el alma en un secreto que no se seabar% de decir jam&.<br />

Y la ISLmpara interior sigue ardiendo eada ves m8s intensa-<br />

mente. ibrde, Itrde! hrde, quema, calcina. Sube coma un rio<br />

duke hasta el cerebro donde enciende visiones maravillosas, en<br />

latidos de vi&, en torbellinos fdrvidos que revientan en un soplo,<br />

que les hunde en u.n vdrtlgo delieioso, para alzarlos en seguida a<br />

10s espacios, desde don& imaginan derrumbarse en una polva-<br />

reda de desteilos %ureas.<br />

Afuera est% el misterio de la noche. El gran silencio de la<br />

noche austral, sobre la cual parpadea la Cruz del Sur. El viento<br />

ha llegado a cantar bajo 10s corredores una balada de ensuefio.<br />

Canta y gime en@e las rendijas de las puertas, junto a 10s crista-<br />

les de la ventana. Fero ellos ya no oyen. Tampoeo oyen el latido<br />

de sus corazones tal si quisieran saltar a1 inSnito, o fueran un<br />

nifio enajenado, columpiiindose bajo el azul del cielo.<br />

Y de pronto han salido del mundo para internarse en las<br />

sendas rr,aravillosas del parafso, Una fronda ardiente, alucinada, les<br />

envuelve. La vida busca ahora el sender0 de la vida, con un ansia<br />

fredtica, delirante. La voz de ella, ya no es un ruego, es un ge-<br />

mido blando, es una caricia que rechaza lo que est% anhelando.<br />

-iMo!-dicen 10s labios, pero 10s senos se estremecen en dulces<br />

latidos. jno.. . ! susurra debilmente la voz, pero 10s labios se hun-<br />

den en 10s labios. iNo.. . no.. . ! ?ero las piernas dulaes son lianas<br />

frescas y ardidas sobre el lecho, asiendo el amor, sujethndolo,<br />

atray6ndolo a su chlida prisi6n.<br />

Y ahora es un rumor de palabras que no terminan, de agita-<br />

do respirar que rebulle entre seda tibia y carne fragante, que al<br />

sentirse penetrada, gime dulcemente estremecida, en un ritmo<br />

delicioso, en un torrente de intensidad, que de pronto vierte la<br />

vida sobre la vida, para unirla en un soplo divino, en el cual hay<br />

tambi6n un divino dolor que 10s labios de la adorada expresan


en un largo iay.. . rendido; corola que se desprende a1 sentir el<br />

polen que deja el amor como la brisa una caricia suave.<br />

Para oir el bland0 chasquido de 10s besos, el viento canta<br />

ahora tenuemente. Su rumor se alarga y se retuerce con melancolia<br />

como si estuviera hecho de almas sin lum, que lloraran lejanamente,<br />

angustiadas de no alcanzar jam& la dicha. Y es que la<br />

dicha esth ahi adentro, escondida, oculta en un hnfora tibia y<br />

fragante. Ha venido a refugiarse en ese rincbn de la montafia,<br />

para verter en el alma de dos seres, todo e! mhgico deleite de un<br />

minuto de felicidad. Para hacer duke realidad el ansia ilusionada,<br />

y convertir en jardin el erial de tantas desesperanzas. Para aprisionar<br />

en una conjuncibn divina, toda la sublime poesfa de 10s<br />

sue8os que como phjaros jubilosos, se escaparon de todas las<br />

mentiras y convencionalismos de la existencia hacidndose tras<br />

la exaltacibn ardiente, remanso de serenidad y de belleza.<br />

Pero, iay! la noche esta vez, empapada en la dicha del amor,<br />

ha sido dernasiado breve. Ya la blancura nivea de 10s cerros prbsimos<br />

se ha cubierto de cendales de rosa. Un phjaro ha lanzado<br />

un pi0 largo, que vibra melodioso y claro, como una gota de agua<br />

que cayera sobre el crista1 del alba. 8610 entonces la in"nita<br />

fatiga del amor, Zes cierra 10s phrpados, hundihdolos en un suefio<br />

delicioso, que refresca 10s cuerpos extenuados, dentro de 10s cua-<br />

Ies est& adormecida pero intacta, la chispa de la juventud.<br />

--<br />

1 sblo euando el sol, mago milagroso que adora la bellema,<br />

porque es la esencia de ella, penetra en la estancia para hundir<br />

su lanza de oro en el pecho de Mereedes, An&& Garcia ha despertado<br />

para quedarse en Bxtasis, contempl%ndoh. Ella duerme.<br />

Daerme con la ca5eza sobre su braze, COD 10s lzbios entreabiertos,<br />

C Q ~ O si soiiara, o le sonriera a la felicidad.


XXIV<br />

Fu6 en la noche de un shbado, cuando la viuda Fernhndec,<br />

despu6s del rosario, a donde como de costumbre fuera con su<br />

amiga Filomena Miranda, se encontr6 en su casa con un inespe-<br />

rado hu6sped.<br />

Se habia quedado en la puerta de su negocio, comentando<br />

risuefiamente con su amiga, el hecho de que esa tarde a1 salir de<br />

la iglesia, habfan visto pasar por el callej6n a don Pedro Arriaga-<br />

da con Ester y Griselda, en el namante auto que compraran en<br />

Concepci6n. lban a dar un paseo antes de la hora de la comida y<br />

las acompafiaba Alfonso Fuentes, que esa tarde guiaba el coche,<br />

pues don Pedro se lesion6 una mmo y no estaba en condiciones<br />

de manejar.<br />

-iPero te fijastes nifia lo hinchada que iba la Ester? Si<br />

parece que no cabia en su pellejo. A mi me da tanta risa, ver a<br />

estas mugrientas, tirando esa faeha! jC6mo si uno no las cono-<br />

ciera! Bendito sea Dios. Mientras mhs se vive mBs se ve. Me<br />

acuerdo ahora, cuando Vivian en la hijuela, y solian venir a la<br />

casa de 10s Fuentes. El viejo arreando 10s bueyes a czballo en el<br />

pertigo de la carreta, con la garrocha en la mano, y la Celia arre-<br />

bozada en un pafiuelo verdoso, que compraron aqui mismo, en<br />

10s tiempos cuando el fnado Micanor tenia la tienda. Las dos<br />

chicuelas sentadas arriba de 10s sacos de trigo, con unas chupa-


Mercedes Urizar 239<br />

llas que eran para la irrisi6n de todo el mundo. iTIl no las vistes<br />

nunca?<br />

La Filomena adoptaba una actitud de curiosidad, casi infanta,<br />

COMO la de una persona que oye hablar de cosas muy anteriores<br />

a su existeneia. Entonces la viuda para halagarla, aunque<br />

en muchas ocasiones asegurara lo contrario, le dijo:<br />

-i@6 estoy lesiandof Si entonces tIl apenitas estarfas reci6n<br />

nacida. Hay que ver. Si estas ya son burras viejas. Como andan<br />

tan wmdimanadas,, no se les nota la cdad. Si dicen que a la<br />

Griselda ya no le.. .<br />

E inclinkndose a1 ofdo de Filomena, le susurr6 algo que debi6<br />

ser muy picante y divertido, pues est& pugnando por sonrojarse,<br />

se reia por lo hajo diciendo:<br />

-2.Y asi quiere casarse con Alfonso, &a?<br />

-Ahi verhs lo descalabazado que es el rnedio leso, ese.<br />

iSi la Griselcla puede ser madre de 6ll A mi no vienen a contar<br />

cuentos, porque cuando este muchaeho estaba eo el Liceo de<br />

m<br />

~emuco, ya la Griselda polo!c%ba con EI Jefe de la Estaci6n que<br />

en ese tiempo era 11x1 tal Rossel, un hombre mny tunante que dicen<br />

que la pas6 por el aro, y despuks pidi6 el traslstdo para dejnrla<br />

plantada.<br />

--iSer% tonto? La pura verdad que yo no lo crefa tan enfermo<br />

de 18s piernas a este AKonso.<br />

--iPsh! Chllate nil?,%, si este Alfonso es un 4ojonazo. Como la<br />

otra se cas6 con Pedro a quien consideran muy rico, creen seguramente<br />

que la hijuela se la darhn a la Griselda. Y no saben lo<br />

eagarrado, que es Pedro. i"0 que lo conozco pues, mi hijital<br />

Es piedra azul. Piedra azd ya te digo. Con decirte que aches ni<br />

la pensi6n pedia. AM en Ia tienda, se hncian con &Ianuel: unos<br />

dauchaos" que en mi cas&, ni el perro se 10s come.<br />

-Y ahora tan relamidos.<br />

-Si, m%s fruncidos que una gallina con moquillo. Ahora<br />

ya no se c


240<br />

Luis Duranri<br />

bien. Pero ella no quiere. A. mi nadie me quita que la Mercedes<br />

est& Ccinsolentada)) con el preceptor. No s6 quien me dijo, que<br />

antes de las vacaciones, venla de ese lado del cementerio, con el<br />

mosca muerta, &e.<br />

La Filomena entonces adopt6 una t&c%ica que siempre le<br />

daba muy buenos resultados. Era defender a las Urizar. Esto<br />

exasperaba a la viuda.<br />

--C6mo ha de ser eso, seiiora. Si doiia Lucrecia es muy<br />

seria. .<br />

-jCBllate la boca! Que me vienes a decir de la Lucrecia.<br />

Buena alcahueta tambi6n ha sido. -4 mf no me vengas a porfiar,<br />

porque yo s6 lo que hablo. La Lucrecia le abonarii todo a su<br />

chiquilla. iLa nifia! Eo dnico que le falta es decide: ia na nay la<br />

guagiiita! P te dire que la Mercedes ya no es tan nueva. Deb?<br />

andar muy cerca de 10s treinta y cinco arios, aunque ella dice que<br />

tiene veintiocho.<br />

-2Entonces es mayor que yo?<br />

Ea viuda no pudo reprimir un gesto de asombro ante el<br />

desplante de Filomena. Xe acordaba perfectamente que Mercedes<br />

aun no nacia, cuando ya Filomena, iba al colegio de dofia Mi-<br />

lagros. Pero ahora era su compaiiera de pelambres y era preciso<br />

otorgarle, aun Ias cosas miis absurdas. No obstante le preguntd<br />

con cierto retintin, entre meloso y zumb6n:<br />

-&QuB edad tienes tii, hijita?<br />

Filomena tartaxnudeb enredandose a1 responder :<br />

--Po.. . yo tengo, es decir voy a cumplir treinta y uno este<br />

verano.<br />

- Si, en cada pata-di6ronle ganas de contestarle con toda<br />

su aIma a la viuda. Mas, disimulando una sonrisa le dijo:<br />

--Mayor que tii es pes, nifia. jVaya, ffjate como son las<br />

cosas! Pero la Mercedes aun no sale de sus dengues y de sus aires<br />

de chiquillita consentida. Si parece que va a pedis la (‘papa,<br />

cuando habla. Le han dicho que tiene un modo muy dulcecito<br />

para hablar, y ella se cree. Y la Quecha le tapa todo lo que haga,<br />

no creas tii que no. No podia viir B Ar!eE;ui, pero la mosquita


auerta de Ia Mercedes se le engall6 hasta salir con la suya. Para<br />

mi que es la Lucrecia quien le aconseja no juntarse con 61. T te<br />

cIir6 que a mi no me saca nadie de entre ceja y ceja, que la Mer-<br />

cedes est% templada del preceptorctto efie.. . iy no es mBs que un<br />

pobre tiuque! Desde que est& aqui no se ha sacado el ternito plo-<br />

mo con que lleg6, y ya se les est% poniendo verdoso. A poco<br />

m6s van a salir 10s burros detr%s de 61.<br />

La Filomena sonreia regocijada. En ese momento la sirvien-<br />

te de la viuda, que estaba en el interior ocupada en smar una,<br />

hornada de pan, entrb en el negocio trayado el canasto que va-<br />

gueaba esparciendo un grato aroma. Extrafiada le pregunt6 :<br />

-1Vaya sefiora! iUd. no ha visto a un caballero que la es-<br />

pera en el comedor? Yo lo pas6 para all% porque me dijo era muy<br />

amigo auyo.<br />

- jC6mo es eso, muchacha!-exclamb la Fernhndez abrup-<br />

tamente-. U no me habias dicho nada.<br />

Y volvi6ndose a Filomena, le dijo:<br />

-EspBrate, no te vayas todavia. Voy a ver qui& es,<br />

Apresuradamente entr6 a1 comedor, en donde bajo 1% liaz<br />

de la l%mpara, el rostro phlido de un hombre joven estaba incli-<br />

nado sobre un peri6dico. AI verla se alzb para ir a su encuentro,<br />

con una sonrisa que ponia casi una expresi6n de ironia en su<br />

semblante. Era alto, delgado, y el pelo muy negro echado hacia<br />

r,trBs le relucia.<br />

-iQu6 hay sefiora! iC6mo le va?<br />

La viuda no pudo retener una exclamaci6n de asombro:<br />

--iDon Fernando! iUd. por acfi? - iCuhnto me alegTo de verlo!<br />

IY desde cuhndo?<br />

--Acabo de llegar. Vine en un auto de Temuco, para regresar<br />

esta misma noche.<br />

-iVaya, vsya! iY qu6 de bueno lo trae por a&?<br />

Fernando Arlegui, sonrid entreabriendo 10s labios con sire<br />

dubitativo. Era todo un buen mozo. Los ojos cuyo color no se<br />

veian en la penumbra de Ia habitaci6n, tenian no obstante, una<br />

hz desdeiiosa. Con las manos en 10s bolsillos de su abrigo color<br />

36


chscara, se balance6 un momento sobre uno de sus pies, guardao,<br />

do ese silencio insinuante, de quien necesita decir algo y no sabe<br />

ccmo empezzlr. En 10s ojos de la viuda, habia una luz ansiosa, que<br />

al rnismo tiempo era gozo. Gozo de pensax que sabrfa muchas COsas<br />

y podria contar el doble. Con el manto enrollado sobre los<br />

hombros, se habia concentrado entera para oirle. Por fin Adeyi<br />

dijo:<br />

---Bueno Seiiora, perdone Ud. pero como lo que deseo convep<br />

sarle es un poco largo, yo le ruego me diga si podrfa comer aqui.<br />

En la forma que Ud. estime, es decir. .<br />

-iPsh! Vaya don Fernando. Si no time para quB decirmelo.<br />

Si ya lo habIa penssdo. Agnhrdese un momento, mientras hablo<br />

con una amiga que me espera. Yuelvo en seguida.<br />

Sal% con estr6pito, para decirle a Filomena, que ya se iba<br />

a marchar.<br />

--jXifia por Dios! ih qu6 no adivinas qui& est& aquf?<br />

3' tras un r&o de espectaciijn, la viuda le agreg6 con vehemencia<br />

:<br />

-No vas st mer Izunca. Fijate que es Fernando, el marido<br />

de la, Mercedes.<br />

-Eeeh!. . . hizo la otra asombradn. @e veras?<br />

-$Vo te &go? Con que objeto te iba a meatir. Triene a ha-<br />

blar conmigo. No dejes de volver maiiana para contarte. Te dirt5<br />

que si la Mercedes anda con leseras, ahora se va armar 12 gorda.<br />

Este Fernando es muy hoinbronazo y no le va a aguantar ca5ix-<br />

fiuyes). Hasta maiiana. No dejes de venir.<br />

-iCho se le ocurro!<br />

Le hubiera dado la tienda entera, la Fernhndez a Wrlegui,<br />

por em feliz ocnrrencia de venir a verla, y ser la primera en cono-<br />

cer todos 10s detalles del asuuoto. Aquello le cmiss,ba una alegria<br />

hdecible. Con una agilidad extraordinaria habia puesto el mantel<br />

y 10s cubiertos sobre la mesa del comedor, mientras klegui,<br />

fumando cigarrillo tras cigarrillo, se paseaba lentmente por la<br />

estancia, preguntando algunos detalles de la vida en la aldea.<br />

--Me dicen que Pedro Arriagadr, se cas6, jab?


La viuda en cada pregunta detenia sus quehacercs, un breve<br />

instante, para mostrarle su rostro de felicidad, a la visita:<br />

-Be cas6 pues, don Fernando.. .<br />

-Asi es que el hombre encontr6 por fin quien lo quisiera.<br />

-Ya Ud. sabe que nunca falta harina para 10s chicharrones.<br />

Se cass con una de las Quezada. Ud. debe acordarse de esta gente.<br />

Son 1as dueilas de la hijuela que queda detrhs del cementerio.<br />

-i-Ah? si, claro! Recuerdo que eran muy amigas de las Loyola.<br />

Y a prop6sito ique es de esa gente?<br />

-Ahf esth como siempre. En la primavera pasada se les<br />

muri6 1% sobrina. Han estado lo m&s apenadas las pobres. Son<br />

tan solas.. .<br />

Arlegui se detenia para lanzar una espesa bocanada de humo<br />

y preguntar de nuevo:<br />

--LEI viejito se murib tambihn?<br />

-No, fijese. Todavia est& vivo, el pobre. Per0 es como si no<br />

Yiviera porque est6 ciego y tullido. Enterhndola no m8s. Por<br />

fortuna tienen ahora un pensionista que se ha aquerenciado mucho<br />

en la casa.<br />

Arlegui, la oia distraido ahora. De un porta tarjetas de paja,<br />

eolgado en la pared, habia sacado una fotografia que examinaba<br />

con lenta curiosidad. Per0 como si las filthas frases de su inter-<br />

Iocutora le hubieran quedado resonando en 10s oidos, se volvi6<br />

para preguntarle bruscamente :<br />

-LAh, si? iY qui& es el fulano ese?<br />

La viuda le iba a contestar, per0 en ese momento se abri6 la<br />

puerta por donde asom6 la cara reluciente y 10s vivos ojos del<br />


244<br />

Lidis Duranrt"<br />

-Es un tal Garcia que lleg6 coin0 ayudante de la escuela de<br />

la seiiora Mercedes.<br />

-Bah, iqu6 curioso! iAsi es que es un hombre el ayudantr<br />

que tiene ahora la Mercedes? iY por quB es eso?<br />

-jVaya Ud. a saberlo don Fernando! Cosas del Gobierno<br />

que uno no sabe por qu6 son. P es la primera vez que pasa wto,<br />

porque antes fu6 siempre una niiia.<br />

Una preocupaci6n que no pudo disimular habia obscurecido<br />

el cefio de Fernando Arlegui. Con la punta del tenedor, trsbzaba<br />

sobre el mantel figuras geoni6tricas, en tanto el pulso le temblaba<br />

imperceptiblemente. Una mariposa nocturna? giraba obstinada<br />

junto a la IBrnpara, traeando circulos de sombra. La viuda, sen-<br />

tada muy pr6xima a 61, le escrutaba ansiosamente. Se habia<br />

hecho un silencio tan hondo que se oia nitidamente el gri-gri<br />

de 10s grillos ocultos en la oquedad de 10s tabiques.<br />

Por fin Arlegui, rechazando con gesto neryioso, el plato que<br />

apenas habia tocado, rompi6 el silencio :<br />

-iY el futre ese es soltero?<br />

---Si, soltero.<br />

--Sei-& muy amigo de Mercedes.<br />

La viuda vacil6 largo rato antes de eontestar. La mariposa<br />

despues de describir r6pidamente dos circulos junto a1 tub0 de<br />

la I&mpara donde se chamusc6 las alas, se estrellnba ahora con<br />

golpes secos sobre la mesa. La Fern%ndez opt6 por dar una res-<br />

puesta evasiva.<br />

-Como trabajan juntos, tendrhn que ser amigos. Parece<br />

que se avienen muy bien. Dicen que es buena persona. Yo para<br />

no mentir, es bien poco lo que lo cooozco.<br />

Fernando, tras de dar un furioso manot6n, a la mariposa que<br />

se le habia estrellado en la frente, apoy6 el cod0 sobre la mesa, y<br />

afirmando la cara en la palma de la mano, miraba a la viuda<br />

tratando de descubrir la intencibn que ocultaban sus palabras.<br />

Despu6s con 10s labios apretados, como un grufiido que apenas<br />

se entendi6 dijo:<br />

-iSf, no?


Embargado por una visible molestia, se levant6 para prender<br />

un cigarrillo, y medir despues con largos pasos, la estancia.<br />

Torn6 a sentarse, y esta vez, coin0 si no pudiera soportar el<br />

tumulto de sus pensamientos, le habl6 francamente a Is mujer<br />

cuyaB pupilas brillaban como las de un avaro: frente a1 mal, estuvieran<br />

contando una bolsa de monedas.<br />

--Pues yo sefiora, he venido, a hablar con Mercedes, y Bsta<br />

no me ha querido escuchar ninguna de mis proposiciones, aleccionsda<br />

seguramente por esa perra vieja de su tia, que nunca me<br />

ha podido tragar. Yo habia pensado irme y no volver jam&s despu6s<br />

de una escena bastante violenta que tuvimos denantes.<br />

Pero algo me ha retenido. Me tinea que la Mercedes tiene algtin<br />

enredo con el preceptorcito ese, o con algiin otro fulano. De otra<br />

manera no se explica la actitud tan terca y dura que tuvo pars<br />

reehazar mis ofertas. Ud. mhs de algo debe saber.<br />

La viuda ahora, con 10s ojos bajos, estregaba lentamente<br />

sobre el mantel, una miga de pan. Conocia el carhcter violento<br />

de Arlegui, y calculaba las molestias del Eo en que se podia meter,<br />

si hablaba mhs de lo conveniente. No obstante, un violento<br />

deseo de hablar, le hacia cominillo adentro.<br />

Fernando preguntb:<br />

-$To tiene por ahf algh trago de fuerte? Algo que sea<br />

agradable para que Ud. tambib me pueda acompaiiar.<br />

De un estante empotrado en la pared, extrajo la mujer, una<br />

botella de largo cuello, que pus0 sobre la mess.<br />

-Hay menta. iLe sirvo con agua o s oh?<br />

-Asi solita no m8s-repuso Arlegui-tratando de dar a su<br />

voz un tono de broma cordial y afectuosa, sirviendo las copas, con<br />

eI pulso un poco.tirit6n.<br />

-jA su salud pues, sefiora!<br />

-A la suya pues don Fernando, y porque le vaya bien en<br />

todos sus asuntos-dijo la vieja con socarrona malicia,<br />

-Gracias-repuso el mozo apurando hasta *la iiltima gota.<br />

Y lnego con el cigarrillo en 10s labios, entrecerrando los ojos<br />

heridos por el humo, afiadi6 :-No crea que tengo mayor inter&.


246<br />

Luis Durand<br />

Lo que hay es que como Ud. comprenderh, yo estoy camdo, y a<br />

pesar de lo ocurrido, creo, no s6 si me equivoco, que Mercedes<br />

es una buena mujer, y iqu6 diablos! yo estaba dispuesto a 01-vi-<br />

dado todo, para rehacer la vida. Per0 si ella se obstina no hay<br />

mbs que dejarla seguir con su capricho. $To le parece?<br />

Llenaron de nuevo las copas que vaciaron sin preocuparse<br />

de hacer salud. La Fern8ndez tenia 10s ojos brillantes, y en el<br />

rostro un aire de compunci6n, como la de una persona dolida deb<br />

pesar ajeno, per0 que tampoco puede hacer nada por remediarlo,<br />

Tras un largo silencio di6 su parecer:<br />

-Asi no m8s es don Fernando. iAy, esta vida! Nunca podrii<br />

ser como uno la desea.<br />

Afuera el viento de marzo anunciador de las ventiscas oto-<br />

fides, gemia blandaniente ; 10s grillos seguian entonando su can-<br />

ci6n de melancolia, en t.anto lejanamente se oia el ladrar de 10s<br />

perros en las cams de la aldea. La conversaci6n languidecia y de<br />

pronto Arlegui, se pus0 de pie lanxando con energia la colilIa<br />

del cigarro.<br />

-A mi lo que me fastidisria, es que la Mercedes tengn un<br />

amante aqui. Eso si que no lo soporto. Mientras lleve mi nombre<br />

no lo puedo permitir.. . A1 fin y a1 cabo el hombre es hombre y<br />

puede sacudirse de todo. iNo le parece?<br />

-Asf no m8s es, don Fernando. Si, muy verdad. Tiene Ud.<br />

toda la raz6n.<br />

Arlegui se mordi6 10s labios, disimulando una mirada de<br />

rencor.<br />

-Vieja maldita-pensaba-est& de ganas que se muere<br />

por largar la pepa, pero no se atreve. Pero hay quo hacerla<br />

cantar.<br />

P en efecto, poco a poco, la FernBndez, se fu6 tornando m6s<br />

expansiva. La menta le habia soltado la lengua, haci@ndo!e dvi-<br />

dar sus temores. De su boca fueron salienclo todos 10s chisrnes de<br />

la aldea, todas las malEvolas conjeturas e intrigas lagarofias.<br />

Arlegui !a oia con una sonrisa cruel, mordiendo con fuerea eI<br />

cigarrillo, o despedazhndolo entre 10s dedos nerviosos. La ani-


Mercedes Urizar 247<br />

maba a cada.rato, con un afirmativo movimiento de cabeza.<br />

Despc6s dijo :<br />

-Tiene que ser ad no mhs. Per0 que se agarren fuerte. De<br />

mi no se van a burlar tkngalo por seguro.<br />

--Per0 tenga calma don Fernando. Conv6nzase Ud. mismo<br />

por SUE ojos y despu6s piense lo que ha de hacer. Tamhien pue-<br />

den ser habladurfas; ya sabe lo chismosa que es la gente de aquf.<br />

-iAh, claro! Yo ver6 lo que he de hacer. Lo finico que digo<br />

es que les va a costar caro. Bien caro. iCaramba! Por eso es que la<br />

Mercedes est$ tan tiesa. ?- como tiene a la sinveraenza de la<br />

Quecha que le alcahuetea todo. Creian que yo me habfa muerto,<br />

pero se han equivocado. iAh!<br />

Se fu6, poco a poco, exaltando hasta la violencia. En su ros-<br />

tro se advertia m&s la ira que el sufrirniento. La Fernhdez tam-<br />

bi6n se pus0 de pie. Sdbitamente el mareo del trago se le disip6, y<br />

ahora media las consecuencias de lo que podfa ocurrir, a causa de<br />

sus mal6vslos informes.<br />

--Tenga calma, don Fernando, tengn calma. No se olvide<br />

que en este pueblo la gente es muy chismosa. Por eso yo soy ene-<br />

rniga de tener (


245 Lzh Durand<br />

cuartel, bajo la luz agonixante del farol, Crisanto completamente<br />

borracho, discutia con uno de 10s soldados:<br />

-Vaya a acostarse, mi sargento, no sea porfiado.<br />

-No me acuesto, ni me acuesfo. Y vos no me venfs a dar<br />

6rdenes a mi. No se te olvide que soy tu jefe, Crisanto Contrerw,<br />

el roto mirs paco que se ha visto por estas orillas. Y harto perm<br />

Ctarnich,. No apanto pel0 en el lomo, porque el que tiene que<br />

ir preso va no mBs y in0 hay tutia!. . .


-j,Asi es que no vuelves a almorzar?<br />

Junto a 10s vidrios de la galeria, Mercedes se mir6 en un<br />

espejito, que despues guard6 eh el bolsillo de su palet6. En voz<br />

baja, aparentemente alegre, entonaba una canci6n. Despu6s<br />

sacudi6ndose 10s polvos que le quedaron en la pechera, se inclinG<br />

para tomar 10s pantes que estaban sobre una silla. Distraida<br />

pregunt6 :<br />

-j,&u6 me dijistes?<br />

Doiia Lucrecia sentada en su rinc6n habitual, estir6 el hil~<br />

de un ovillo de lana azul, para repetir en seguida:<br />

-Te preguntaba si vuelves a almorzar.<br />

--Yo creo que no pues.. . Porque seguramente las chiquillas<br />

CBspedes no me van a dejar venirme. A lo mejor tienen aIgCln<br />

dmuerzo preparado all& en la montafia. Ya sabes lo carifiosas<br />

que son.<br />

-j,Tias a ir sola?<br />

Sonroj6se, Mercedes. Para disimularlo, se pus0 a sacudirsc<br />

le falda del vestido.<br />

--Clara pues. icon qui& quieres que vaya?<br />

Dofia Lucrecia sonri6 maliciosa. Tratando de no apsrentar<br />

intencidn alguna, repuso.<br />

3


2.50<br />

-iAh, yo no s6 pues! Pero se me ocurre que podia habep<br />

convidado a algin amigo suyo.. .<br />

Mercedes se Eabia vuelto a mirarla sonriendo ahora tristemente.<br />

Tenh las mejillas encendidas y entre 10s labios hhedos,<br />

le brillaban 10s dientes. Su voz fu& suave y carifiosa.<br />

-iMira tonta no mAs! Siempre est& con tus brornas. Y lo<br />

haces de pura envidia, porque harto que lo quieres td tambi6n.<br />

-$ah, eso sf que esth bueno! LPor qu6 lo voy a odiar?<br />

Aunque mis motivos tendria porque le gusta mucho hacerse eI<br />

zorro manco.<br />

Un profundo suspiro se habia escapado del pecho de Mercedes.<br />

Sdbitamente 10s ojos se le humedecieron. Doiia Lucrecis<br />

a su vez se pus0 seria, y miraba con expresibn melanc6lica a traves<br />

de 10s cristales. Mercedes de pronto se acercb para abrmarla,<br />

hasta caer de rodillas hundiendo el rostro en el regazo. Unos so-<br />

Ilozos largos la doblegaron, delatando la pena que Uenaba su<br />

31 ma.<br />

Dofia Lucrecia tarnbi6n conmovjda hasta lss lagrimas<br />

acariciaba la seda negra de su cabellera. Varias veces tratb de<br />

hablarle pero las palabras se le quebraban sin poder salir. Por<br />

fin le dijo:<br />

-No tengas pena, mi hijita. No tengas pena, no hay dolor<br />

que no tenga consuelo en esta vida.<br />

La joven como una nifia chica se sent6 a sus pies, sobre un<br />

cojfn, para seguk llorando en silencio:<br />

--Tanto que me lo digistes td, Queeha-articul6 por fin con<br />

la voz enronquecida. --P no te quise hacer caso, s610 yo tengo la<br />

culpa. 1-0 no m&s. iQu6 distinta seria ahora mi vida si hubiera<br />

oido tus consejos! Mientras que ahora a m&s de mis sufrimientos,<br />

vivir6 sblo para hacer desgraciado a otro ser.<br />

-As? fu6 pues, mi hija querida. For eso ahora no hay miis<br />

que darse Animos y tener conformidad.<br />

Mercedes Ia miraba ahora con una tristeza infinita refleja-<br />

da en su semblante. Despues tomando las manos de su tfa las<br />

scerc6 a sus labios.


fikrcedes Urizar 251<br />

--&uecha, Quechita linda, yo deseo que nos vamos de aqui<br />

este afio. Ya no podr6 vivir e2 este pueblo, en donde nunca<br />

tendre tranquilidad. Vhmonos a donde trL quieras, a donde tii<br />

me digas.<br />

La sefiors la miraba tierna y grave, sin comprender bien<br />

aquel repentino anhelo. Y no pudo retener !a pregunta:<br />

-iY Garcia qu6 ha&?<br />

Xercedes se qued6 silenciosa. El canario lanzaba un claro.<br />

y apasionado gorjeo, como si se sintiera traspasado por Is? tibia<br />

frescura de aquella hermosa mafiana de marzo. El cielo era una<br />

inmensa turquesa, y sobre unos Blamos, en 10s cuales, ya el ote<br />

do que comenzaba, habia puesto una6 salpicaciuras de oro, se<br />

deshaciao unas nubecillas rosadas. Eesde un rinc6n del pequefio<br />

parque se %!a6 una bandada compacta de chiriguas, con un rumor<br />

que fu6 como un si5bito y melodioso aletazo del viento. La joven<br />

ahora con expresibn rendida, habiase reclinado en el brazo<br />

del sill6n ocupado por dofia Lucrecia. Sus ojos tenian una expresi6n<br />

susente que ponia una gracia po6tica en su rostro.. .<br />

Despu6s dijo, lentamente:<br />

-iGarcia? Yo no s6 lo que ha&. Es decir el harh lo que yo<br />

!e diga. Y yo nunca lo dejar6 solo, Quecha. iNuncs! Preferirfa<br />

morir antes de hacerlo. iSi tti supieras c6mo es de grande, c6mo<br />

es de inmenso mi cariflo por 61!<br />

DoEa Lucreci?” tenia un aire preocupado. Con una de sus<br />

manos sobre la cabeza de la joven le hundia 10s dedos entre la cabellera,.<br />

-Per0 mi hija, por Dios! iP que piensas hacer? A1 fin y al<br />

cabo t6 no puedes.. .<br />

Se detuvo sin encontrar la palnbra que atenuara la dureza<br />

de su expresi6n. Pero Mercedes, con lhguida dulzura, le interrumpi6<br />

:<br />

-Ser su amante. Eso es lo que note atreves a decirme, Quecha.<br />

Fero dilo no m&. Neda me duele siempre que sea por 61.<br />

Por 61, por este carifio estoy dispuesta a sufrirlo todo. jTodo,<br />

todo! iOh, si supieras c6mo me ha sabido enamorar! Si supieras


2.52 Luis Cusnnd<br />

qu6 delicadezas, qu6 hondas ternuras ha tenido para ml. I! es un<br />

niiio ante la vida. Un ni5o que se morirfa de desesperacih, si yo<br />

lo abandonara, si le quitara mi carifio. Y no podria, Quecha.<br />

Seria imposible. Tsnto como si me pidieras que sigiiera viviendo<br />

sin respirar. Yo no s6 lo que hare. Lo dnico es que debo qgererio<br />

siempre. Toda mi vida serti para 61.<br />

-2'ero es que no te puedes olvidar por completo de Ia raeh,<br />

?\Tercedes. No puedes olvidar todas las obligaciones qGe tiene In<br />

vida. Fsponerte a tanta cosa triste, quien sabe si hastst el despre-<br />

eio de cuantos nos conocen.<br />

-iY qu6 me importa, a mf el desprecio de 10s demhs, si 61<br />

me qeiere? iPara qu& necpsito yo la sonrisa de 10s demhs sin su<br />

cariiio? ;De qu6 me serviria todo eso, si For acatarlo me estoy<br />

ciando a czda rat0 cien puiialadas en el corazh? LCrees t-ri que<br />

ese es el verdadero sentido de la vida? Crees td que es mBs honra-<br />

do vivir rindiBndole culto a la mentira y a la hipocresis? LCrees<br />

ti3 que es nobleza la de una mujer, matar lentamente a un hom-<br />

bre, sabiendo que la adora, s6lo por aferrarse hip6critamente a las<br />

conveniencias, aunque todo eso lo est6n rechazando nuestros<br />

sentimientos mhs intimos?<br />

-iAv, Mercedes, todo eso es muy bonito, muy hermoso!<br />

Pero si siquiera durara siempre, si no fuera lanpideciendo poco<br />

a POCO hasta concluirse. Yo tambi6n he sido joven y aim no estop<br />

tan vieja, como para no sentir la falta del afecto de un hombre.<br />

Pero todo eso, mi hija se lo lleva el tiempo demasiado pronto..<br />

-i Qui6n sabe!-dij o Mercedes, sofiadora. --Cuesta trabaj o<br />

creer en esc duro porvenir cuando se siente la exzltaci6n de UT:<br />

sentimiento. Pero aunque asi fuera creo que no es posible recha-<br />

zar lo bellc. Claro que todo debe conclilir alguna vea. Ese cana-<br />

rio que esth cantando, un dia se morirh. Mariana esas Eores tan<br />

hermoeas estarhn marchitss. Fero, mientras tanto, &me, ipodemos<br />

dejar de sentir admiracibn por ellas?<br />

--iAh, claro que no! Pero, mi hijft linda, ffjate que tu situs-<br />

ei6n es especial. iCrees td que Fernando se va a a quedsr tan<br />

tranquilo? Parece que no lo conosieras.


Mercedes se habfa incorporado, y abriendo una de Sas ventanas<br />

grit6 hacia el patio:<br />

-iPancho! iEst& listo el caballo?<br />

A travb de la reja se asom6 la cara del mozo, que repuso:<br />

-Hac, rat0 que est6 listo patroncita.<br />

--Bueno, ya voy entonces.<br />

Cerr6 la ventana, y volvi6ndose hacia doiia Lucrecia, contest6<br />

a su reflexih:<br />

--Es que eso no lo voy a dejar as€. Con el permiso tuyo, yo<br />

pedir6 el divorcio. Cierto que asi como es aqui, no me desata de<br />

61, per0 por IO menos %e garantiza que no me molestars.<br />

Habia tomado la huasca, con la eual se golpeaba lentamente<br />

la falda, mientras sus ojos se iban a traves del espacio.<br />

-iFernando, Fernando!-exclam6 despub con la voz ronca<br />

y triste. Si no hubiera de ser injusta contigo, Quecha, muchas<br />

wces he peosado en el bien que me habrias hecho, si doblegando<br />

mi voluntad en esa ocasi6n me hubieras obligado a obedecerte.<br />

jQu6 feliz seria ahora! Per0 a que martirizarnos con eso. Creo que<br />

en la forma como lo recibi, no 1~ quedarhn mhs ganas de volver.<br />

--Quien sabe Mercedes, quien sabe-repuso la sefiora susgirando.<br />

No sE quien le cont6 a Pancho, que esa tarde, despu6s de<br />

venir a hablar contigo, lo vieron entrando en casa de la viuda<br />

Fernhndez. iQu6 cositas le habra contado esa vfbora!<br />

--Pues yo me defeoderhreplic6 en6rgicamente Mercedes.<br />

-Pedir6 ampro a la autoridad si es preciso. iHombre sin<br />

delicadeza! Pudiera tener un poco de verguenza antes de venir a<br />

meterse aqui despuEs de todo lo que hizo. iAh!,. . . me da ira pensar<br />

en que un dia lo quise. Bueno, me voy, Quecha. Nasta luego.<br />

-€Iasta luego, Mercedes. &sf es que no vuelves a almorzar?<br />

-No sE, mira. Casi seguro que no.<br />

-Bueno entonces. De todas maneras yo te guardar6 alguna<br />

cosita. Ah, se me olvidaba decirte pasariis donde la Teresita<br />

Loyola, a avisarle que como a las once va a ir Pancho a buscarla<br />

para que se venga a dmorzar conmigo. No te olvides.<br />

-NO.


Bajo el galpdn, sujeto por las riendas que colgaban de un<br />

garfio, la esperaba el Tordo, su hermoso caballo negro, que era<br />

manso como ninguno para montarlo, per0 al cud, nunca pudo<br />

doblegarse a arrastrar el cochecito. Toda su mansedumbre se<br />

tornaba inquietud entonces. No podia soportar oir el ruido del<br />

eoche tras 61. Eso si que cuando hacia tiempo que no lo ensillaba,<br />

ze ponia demasiado brioso, y en muchas ocasiones, le era precis0<br />

a Mercedes, darle unos cuantos azotes para dominarlo. Bero a1<br />

descender, elln se abrazaba a su cuello, como para pedirle perddn<br />

por su violencia. El Tordo en cambio. no le dabs ninguna impor-<br />

tancia a la cosa. Estregaba con una falta de respeto sin iguai, su<br />

hermosa €rente en 10s brazos de Mercedes, llenhndole el traje con<br />

fa espuma del bocado, que sus fuertes dientes tascaban, como para<br />

disirnular sus energias. En sus grandes ojos, sobre 10s eudes le<br />

cafa un gracioso mechdn, no habia ningiin rencor para su linda<br />

duefia.<br />

Mercedes, siempre antes de montar, lo sacaba del galp6n<br />

para ver si estaba bien limpio. Le gustaba verlo con sus redondas<br />

ancas relucientes, y con el mechdn limpio de ((amores secos~ de<br />

%os cuales se llenaba apenas lo soltaban a1 potrero. Era experta,<br />

ademhs, para apreciar si un caballo estaba bien ensillado.<br />

-0ye Pancho, jno me dijistes que el caballo estabet listo?<br />

-Claro pues, patroncita.<br />

-jSi, no? Mira como esth la cincha de suelta.<br />

--Es que a este caballo le ha dado por hincharse, d tiempo<br />

de ensillado, sefiorita. Ahora despu6s de viejo, esth aprendiendo<br />

mafias.<br />

-Lo mismo que tb.. .<br />

-iEh, yo no pues! Las OestisLs son mafiosas; 10s crktianos<br />

son uidiosos,.<br />

-33ueno entonces por Cidioso, te voy a pegar corn0 al Tor-<br />

do, un par de hua,scazos en la cabeza, para que otra vez ensillev<br />

como es debido.<br />

Pancho que adoraba a Mercedes, de quien decia, que no habia


:tlerredes Urizcmr 2f5<br />

otra patroncita'mhs linda y buena que ella, mir6 al caballo y des-<br />

PLEBS a Mercedes, sin atinar a que se referia.<br />

I-fmta que de pronto llevltndose bs dos manos a la cabeza<br />

exclam6 :<br />

-iSerB mata de arrayttn? Me le habfan olvidado las testeras.<br />

Y abando las manos en actitud de barajar el fustazo, conque<br />

la joven ahora en medio del patio, le amenazaba risueda y jugue-<br />

tona, se disculp6:<br />

--Es que se las iba a cambiar por las granates, patroncita,<br />

y despuCs me lo olvid6. iSerB?<br />

FuB a buscar la cinta iodiana, que adornaba las cabezadas y<br />

que Mercedes misma; arregl6. Despues ech6 las riendas encima:<br />

--jLa encumbro patroncita?<br />

La a1z6 el hombre cogiBndolsl por 10s pies, inientras ella<br />

empinada, se apoyaba en la montura.<br />

--Chis, no pesa nada hoy la patrona. iQu6 no tom6 desa-<br />

yuno?<br />

Hinchhronse las pantorrillas dentro de la tersa suavidad de<br />

3as medias. Un tirante rosado asom6 fugaz ante 10s ojos del horn-<br />

bre que ahora sujetaba a1 caballo de las riendas, mientras ella 68<br />

acomodaba sobre la silla.<br />

--Eueno; hasta luego Pancho.<br />

--Hasta luego, seiiorita.<br />

Era una tibia y hermosa mafiana de sol. El paisaje tenia<br />

ma poetics belleza de 10s frutos y de las hojas maduras que ya<br />

aomienzan a languidecer. Por el camino pasaban algunas carre-<br />

tas cargadas con choclos y matas de porotos, que dejaban una<br />

fragancia a potrero hiimedo en la hora del amanecer. En un cerco<br />

vecino, unas potrancas de cola larga, galopaban en briosa carre-<br />

ra, como si se siotieran atraidas por el Tordo, que estironeaba<br />

el bocado con gaIlarda y viva inquietud. Mercedes lo chist6, acor-<br />

tando las riendas suavemente y goIpehndolo despacito, con el<br />

extremo de la huasca en la tabla del cuello. Unos tiuques mansu-<br />

rrones y desganados, iban volando de una estaca a otra, con un<br />

ahillido desapacible.


Mercedes, despuBs de aquel duke desahcgo, que tndern<br />

con su tfa, iba con el Bnimo m8s tranquilo. Desde el fondo de su<br />

tristeza le nacia una energia nueva, una tranquila conEanza para<br />

afrontar el porvenir. Alegres proyectos le rebullian ahora en la<br />

mente. Se irian de alli, de aquel pequei;,o pueblo que tanto ama-<br />

ba, pero que se le hiciera odioso por las inquietudes que vein,<br />

venir para su amor. Y ella sentia ansias de vivir, de gozar plena-<br />

mente de su juventud y del cariiio de ese hombre, fuente inex-<br />

tinguible donde se calmaria su sed de ventura. Se irizn a una ciu-<br />

dad grande, donde pasarfan mhs desapercibidos. All& tambidn<br />

irEa And&. Con su afecto, ella le ayudaria a busczlr otros<br />

senderos m&s propicios. Le infundiria valor para Iuchar, y a te-<br />

ner confianza en si mismo acompaiihndole en sus desfalleci-<br />

rnientos. Y en tanto se amarian sintiendo la infinita alegria de<br />

saber que la felicidad no era una quirnera. i5Qui6n podia saber<br />

lo que guardaba el porvenir? Era precis0 afrontarlo con fe y op-<br />

timismo.<br />

Y a1 pensar que esa mafiana, iba a encontrar a AndrBs, en<br />

casa de 10s Chspedes, donde pasarian el dia, sinti6 una alegria<br />

inexpresable. Era el comienzo de una existencia nueva, que se<br />

ofrecia como un pdrtico jubiloso, en cuyo umbral quedaran todas<br />

las tristezas y las inquietudes. iQu6 caramba! La vida era siempre<br />

hermosa cuando se llevaba adentro ese divino tesoro de la ju-<br />

ventud, de que hablaba el poeta. Asi la esperanza era tan amable<br />

como la m&s esplendida de las realidades. Dierode deseos de<br />

emprender una loca camera, para llegar pronto donde las CBs-<br />

pedes, mas, una dulzura rec6ndita la retuvo, como si sus suefios<br />

la acariciaran toda entera, o se diera un baa0 de suavidad.<br />

Tan abstraida marchaba, que no advirti6 que un hombre a<br />

pie venfa a su encuentro. Solo a! oir la voz, en la cual habia una<br />

fria amabilidad: la arranc6 shbitamente de su enso2acibn:<br />

-Buenos dias Mercedes.<br />

Di6 la joven un tirit6n sobre la silla, sofrenando bruscamente<br />

al caballo, que di6 un ligero salto de costado. Una sensaci6n rara<br />

de haber quedado desnuda y de sentirse aterida, la envolvi6.


Mercedes Urizar 257<br />

Su cara, en cuyos ojos se reflej6 el asombro, habia palidecido, y<br />

casi repentinamente sinti6 que tras aquel hielo, en su ser, se<br />

desataba una vioknta reaccibn, que se le transformaba en una<br />

ira que nunca sintiera antes. Estaba roja. Detuvo su caballo para<br />

mirar a Fernando, que con una, sonrisa meacla de ironia y de<br />

amabilidad, fijaba sobre ella sus ojos penetrantes.<br />

-Buenos dias replie6 a1 fin Mercedes. --Y casi impaciente<br />

pregunt6: jqu6 desea Ud.?<br />

Temblaba la huasca irnpereeptiblemente en su mano, mien-<br />

tras un anhelar de inquietud, le ajitaba 10s senos. Arlegui, eal-<br />

moso prendi6 un cigarrillo, acercando a su rostro, entre sus ma-<br />

nos ahuecadas, la llama del fbsforo.<br />

-Te extraiiarB que salga a1 camino a hablarte-dijo 61<br />

lentamente-y no vaya a tu casa como debiera ser. iHem! Me<br />

recibistes tan cordialmente el otro dia, que no era como para<br />

sentir entusiasmo de volver. Sin embargo, pensaba hacerlo esta<br />

tarde, si no te encontraba ahora.<br />

Mercedes, en tanto, sentia que una gran tranquilidad, que un<br />

sereno ddminio de si misma, volvia a su espiritu. Le contest6<br />

casi antes de que terminara:<br />

-Bueno y, jqu6 desea?<br />

-iAh, va apurada la seiiora! sonri6 Arlegui nervioso y bur-<br />

16n.<br />

-Si, -contest6 ella con energia-voy apurada, y no veo el<br />

objeto de deternerme aquf, porque no tengo nada que hablar con<br />

Ud. jNada, absolutamente nada! Ni en el camino ni en mi casa.<br />

En ninguna parte.<br />

-Con que nada, jno? Eso todavia tenemos que verlo.<br />

Experiment6 la joven el deseo de dar un azote a su caballo,<br />

y desprenderse de un galope, pero despues pens6 que era mejor<br />

apurar aquel trago amargo, hasta donde fuera preciso. Asi por<br />

lo menos, podria ir hacia el eomienso del fin.<br />

-Si-dijo Mercedes-eso ser& lo finico en que estemos de<br />

acuerdo, de aqui en adelante. En que es necesario arreglar le-<br />

galmente esta situaci6n. Ya habia pensado en pedir amparo a la<br />

17


258<br />

Luis Durand<br />

autoridad, a fin de que por lo nienos me garantice mi derecho a<br />

estar tranquila, y a no ser molestada.<br />

Arlegui, muy pitlido, la miraba con Eria y escrutadora insis-<br />

tencia. Trataba de disimular su nerviosidad, fumando su ciga-<br />

rriklo con largas y repetidas chupadas. Despuih, como quien desea<br />

ofrecer algo sohre Io cual no tiene mayor inter&, le dijo:<br />

--Mira, Mercedes; yo he venido en son de paz a proponerte<br />

que rehagamos nuestra vida. Para probarte la sinceridad de mi<br />

intenci6n: vuelvo a repetir mi oferta y estoy dispuesto a darte<br />

el plazo que me pidas para que reflexiones. Yo olvidar6 todo lo<br />

pasado.<br />

Mereedes le oia golpeando la estribera con la huasca, pero<br />

de pronto sonriendo eon amargura repIic6:<br />

-No se puede pedir mayor generosidad a quien.. .<br />

-2A quih qu6?<br />

-A quien ha sido el m&s feroz de 10s egoistas. iAy! Lo que<br />

me admira es la tranquilidad suya, por no emplear otra palabra<br />

mBs dura, para decir que olvidarh el pasado. iEl pasado! Ese pa-<br />

sado que Ud. sup0 aprovechar bien. No se puede pedir mayor<br />

generosidad, per0 le doy las gracias. Entre Ud. y yo no puede<br />

haber sino olvido. Es lo dnico que puedo pedirle y ofrecerle. Ja-<br />

m&, oigalo bien, jamhs, podr6 volver a vivir con quien se burl6<br />

de mi sin ninguna consideraci6n. $am&! No podre vivir nunca<br />

m8s con un hombre por quien s610 siento.. .<br />

--Cesprecio y udio- dijo Arlegui, tirando el cigarrillo.<br />

-No, nada de eso. E610 kdiferencia. 8iga Cd. su camino sin<br />

ocuparse de mi. k que le vaya bien. Adi6s.<br />

Requiri6 !as riendas, para proseguir su camino, pero Arle-<br />

gui, ahora enardecido, se le interpuso de un salto.<br />

-Es que no te vas a ir asi no rr;hs--!e grit6. De mf no te<br />

quedarits riendo, ni dejitndome plantado con tus aires de reina.<br />

Lo que hay, es que tienes un amante. Que vives pdblicamente con<br />

un hombre, y a pecar de eso te atreves a usar mi apellido. icon-<br />

FBsalo, confiesn que eres una sinvengiienza!<br />

Le hablaba a gritos geeticulando con violentos ademanes,


como un enajenado. En 10s ojos de Mercedes, fulguraba tambi6n<br />

una cdlera inmensa.<br />

-iCanalla!-le dijo-iCanalla! M&s que canalla eres un co-<br />

barde, un bandido que asalta en el camino a una mujer.<br />

-iA una mujer! A una prostituta d5, mejor, a una infame<br />

que se olvida que lleva el nombre de un caballero, para revolcarse<br />

con su amante a vista y paciencia de la perra alcahueta de tu tia.<br />

No eres nada m6s que una. . A ti y a tu amante 10s matar6 como<br />

perros. iLos matarb, 10s matarb! Confibalo, df que tienes un<br />

amante.<br />

En el colmo de la exaltacibn, fren6tico. y desmelenado, ha-<br />

bfa cogido las riendas del caballo, tratando de desmontarla.<br />

Mercedes con 10s ojos brillantes de ICgrimas, aeotaba a su bestia<br />

que trataba de desprenderse alzando las manos y cabeceando fu-<br />

riosamente. Per0 el hombre se colgaba de las riendas, intentando<br />

coger las manos de Mercedes a fin de sacarla de la silla. En-<br />

tonces, enloquecida, le azot6 en la cabeea, con tal violencia que el<br />

hombre se solt6 Ianzhdole las m$s horrenda de las blasfemias,<br />

para dar un salto hacia atrhs lleviindose la mano a1 bolsillo.<br />

-jA ti entonces! iMuere canalla!<br />

FuB uii segundo de claridad, un instante de supremo llamado<br />

a todas sus energias. Mercedes vi6 brillar el arma que tuvo un<br />

destello fatidico en la Ius del sol, y como si en un desfile vertigi-<br />

noso, viera toda su vida y la de lo que amaba corriendo hacia<br />

un despefiadero, a1z6 las riendas del caballo, requiri6ndolo con<br />

desesperada energia, en tal forma que la noble bestia, de un salto<br />

estuvo sobre Arlegui, cogi6ndolo medio a medio con 10s encuen-<br />

tros, mientras el freno como un martillazo azotaba la cara del<br />

hombre.<br />

FuB un encontronazo feroe. Un instante en que Mercedes<br />

como en un vertigo de claridad mental, comprendi6 que aquello<br />

era como un abrazo con la muerte. Y, junto con el estampido del<br />

balazo, que pas6 junto a 10s ofdos de la joven como el ludir fa-<br />

tidico de un alambre, el cuerpo de Arlegui se azot6 en el suelo<br />

con tan fiera rudeza, que en una voltereta tragicbmica, qued6


~<br />

,266<br />

Luis Durand<br />

un instante con 10s pies hacia arriba, para en seguida doblarse<br />

lentamente, hasta quedar de bruces sobre el camino, como un<br />

sac0 que no est& bien lleno y se derrumba de una carreta.<br />

Entonces Mercedes, transida de angustia, pas6 junto a1 cuer-<br />

po de Fernando de cuya frente se escapaba un hilo de sangre,<br />

mientras de su pecho salia un ronco gemido. MAS all&, enterrado<br />

en el espeso terral, asomaba fulgurando a1 SO], el cafi6n del re-<br />

v6lver. Entonces sinti6 una fatiga inmensa, como si 10s brazos se<br />

le cayeran, y le hubieran dado un mazazo en el cerebro. No sup0<br />

si regresaba a la casa o volvia hacia el pueblo. S610 experiment6<br />

el ansia de dejarse caer a1 suelo, y asi hubiera ocurrido si Pancho<br />

que en ese momento iba hacia la Villa a buscar a dofia Teresa,<br />

no la encontrara.<br />

-Patroncita, por la Virgen Santisima, igu6 le pasa!<br />

Ella no pudo responder. Como un niho que siente el ansia<br />

terrible de Ilorar, y no puede, se abraz6 del cuello del hombre,<br />

que la alz6 en sus brazos para depositarla sobre el asiento del<br />

coche y volver apresuradamente hacia la quinta.


DcspuEs del ardiente estio, ebrio de luces, de aromas y de<br />

frutos maduros, el oto50, principe melnncblico cpe canta bn-<br />

ladas de ensuefio entre las frondas, habia llegado a pintar de oro<br />

phlido, 10s Brboles. Una angustia de canciones errantes, Ileva5a<br />

ahora el viento en sus alas. Y en el ambiente flotaSs una dulce<br />

poesia que era como la expresibn nosthlgica, de otros dias mBs<br />

bellos.<br />

Era la media tarde un dia de fines de abril. MAS o menos la<br />

misma 6poca en que un afio atrhs llegara Andr&, a Villa Hermosa,<br />

Habia almorzado en casa de las sefioras Loyola, con don Pedro<br />

Arriagada y su mujer, que por scr doming0 fueron invitados.<br />

Ester estaba niuy orgullosa de su prbxima maternidad, y don<br />

Pedro se sentia tambiEn muy ufano, asegurando que el viajero<br />

habria de ser un hombre. AI fin y a1 cabo 61 mantuvo sienipre<br />

mucha compostura en sm lios amorosos, y a 10s amigos, les decia<br />

en con "anza que le sobraba vitalidad hasta para engendrar<br />

un par de mellizos.<br />

Dofia Teresa lo embromaba.<br />

-A mi me tinea que va a ser chancleta. El bultito ese, no<br />

es como para que venga un hombre.<br />

-AS$? Lo veremos sefiora Teresa, lo veremos. Casi me stre-<br />

veria a apostarle mi cabeza.<br />

.


262<br />

Luis Durnnd<br />

-iBueno! No sea cosa que vamos a quedar en verguenza<br />

despM3.<br />

Ester, que ya sentfa la intima ternura del hijo que palpita-<br />

ba en su entraiia, protest6 con vehemencia:<br />

-Y si es mujer, iquB importarfa? Creo que 10s hijos se quie-<br />

ren lo mismo, ya Sean hombre o mujer. Yo estarE igualmente feliz.<br />

Claro que por Pedro me gustarfa que fuera hombre.<br />

La seiiora Carmela dijo lentamente:<br />

-Los hombres son unos ingratos, Estercita. Apenas ya est&n<br />

grandes se van a buscar otros cariiios. En cambio, la mujer es<br />

m8s de su casa y m&s apegada a la madre.<br />

-Es que cuando llega ese caso, todos se van-interrumpi6<br />

Arriagada-Sean hombres o mujeres. iNo le parece don And&?<br />

Garcia hizo un gesto, sonriendo con aire distrafdo, como de<br />

quien no entiende en consultas de esa especie. Arriagada lo em-<br />

brom6 :<br />

-El amigo Garcia siempre calladito. Ya va estando bueno<br />

que se case, tambiBn.<br />

-iMiren!-protest6 doiia Teresa. -DEjelo asi coni0 est& no<br />

m&s. --Ad vive lo m&s tranquilo. No venga Ud. a aconsejarlo<br />

mal, porque entonces tendria que irse de nuestro lado. Es el hijo<br />

que tenemos. DespuEs que se fu6 Elena.. .<br />

Un sGbito dolor triz6 la voz de la seiiora. Un halo de tristeza<br />

como cuando se abre una puerta y entra el viento, se introdujo<br />

en la estancia.<br />

-Pobre, mi hijita-suspir6 doiia Carmela-asi como era de<br />

buena fuE de desgraciada.<br />

Ester, tambiEn conmovida, dijo entonces:<br />

-No tengan pena. AI fin y a1 cabo ella est& descansando,<br />

de todas las preocupaciones de esta vida.<br />

-Es verdad-apoy6 AndrBs-es verdad. Elena era un<br />

bueno, y si hay algo m&s all& de esta tierra, ella debe estar dis-<br />

frutando de lo mejor. Lo contrario querrfa decir, que la justicia no<br />

existfa aquf, ni en ninguna parte.<br />

-Muy cierto -confirm6 Arriagada. --Per0 no hablemos


263<br />

de cosas tristes, porque es seguro que Dim le habrii otorgado<br />

todas sus mercedes a Elenita. Hablemos de lo presente ahora que<br />

se trataba de que el amigo Garcia, se debia casar, jse han fijado<br />

Uds. que 10s j6venes de Villa Hermosa son bastante poco amigos<br />

del matrimonio?<br />

-sf, pero el m&s diablito cayd-exclam6 dofia Teresa--<br />

porque hay que ver que Jara, habia dejado a unas cuantas chi-<br />

quillas con 10s crespos hechos.<br />

Garcfa, mientras 10s dem&s conversaban se habia quedado<br />

abstraido, fumando con el codo apoyado sobre la mesa, entre-<br />

tenid0 en mirar como 13,s volutas de! hum0 se retorcian en el<br />

&e. Corno siempre pensaba en Mercedes. jQu6 estaria haciendo<br />

en eSOs momentos? En su mente se agitaban en tumulto todos 10s<br />

recuerdos de su amor. Todas sus incidencias. Sentia la ale-<br />

gria de saber que nadie le podria quitar su cariiio. Per0 tarn<br />

bihn la intensa amargura de wtar siempre separado de ella. Vi-<br />

vir preocupado de las apariencias, de estar atcnto a que nadie<br />

pudiera ofenderla con algo en Io cual 61 tuviera la culpa. $?or<br />

que era tan agudo su dolor de amar? iCuiinto le hizo sufrir<br />

aquella violenta incidencia ocurrida entre hlercedes y Ark-<br />

gui! Esos dias sintid nacer en 61, un s6bito y reconcentrado<br />

sentimiento de odio hacia ape1 miserable. Un odio que le enar-<br />

decfa. Un odio que le subia en quemantes oleadas hasta el cere-<br />

bro, y le hacfa tiritar las manos sintiendo el fastidio de no haber<br />

podido castigarlo como se merecia. Obsediado por ese pensa-<br />

miento, lo busc6 por todas partes. Rondaba en las noches por las<br />

calles, con 10s nervios tensos, listo para lanzarse sobre 61, como una<br />

fiera. Fu6 a Temuco a buscarlo, pero por mks que se indag6<br />

no lo pudo eocontrar. Fernando hacia cerca de dos mcses que<br />

se habia hecho humo. TambiBn la policia de epa ciudad, le sigui6<br />

la pista sin poder averiguar su paradero.<br />

Y en tanto ella, la adorada, estuvo tan enferma que a no<br />

mediar su juventud y su rico temperamento de mujer decidida<br />

a veneer el dolor y a tener fe en el futuro, lo hubiera pasado mal.<br />

Una terrible crisis de nervios la tuvo agobiada unos cuantos dine.<br />

.


264<br />

Luis Duraiid<br />

Per0 poco a poco, se fu6 rehaciendo y sentia ahora una especie de<br />

descanso de saber que aquella encrucijada que pudo ser morta1,<br />

habia por lo menos definido una situacih; la de que Arlegui ya<br />

no volveria a prekender que continuaran su vida matrimonial.<br />

No volveria seguramente. Ella estaba dispuesta a defenderse, y<br />

ahora serin la primera en disparar si llegaba el caso.<br />

Per0 Garcia a1 pensar en todo eso, sentfa una inquietud<br />

inexpresable. Cualquier dia aquel bandido la volveria a acechar<br />

y tal vez asesinarla, y entonces, iqu6 serfa de 61? jAh, qu6 imensa<br />

crueldad habia en las gentes que murmuraban salpicando de lo-<br />

do, y p6rfidas insidias a aquellos que se amaban en trance de<br />

dolor y de eterna inquietud! Que Vivian en mundo de sobresal-<br />

tos y obsesiones. A aquellos para quienes cada despedida era un<br />

martirio, y un beso les costaba. un rfo de desesperacih. jQU6<br />

infinita tortura, era amar, a espaldas de todo aquello que la so-<br />

ciedad habia establecido! iPor que la gente sentia tanta inclina-<br />

ci6n a convertirse en lobos despiadados, sin acordarse que mal-<br />

quier dia el amor podria herirles en el medio del corazBn?<br />

iAh, pero tambib era cierta que esa gente carecia de sensi-<br />

bilidad, de afinamiento para comprender el tormento de un<br />

amor que se ahinca como un garfio, como una garra, que no sol-<br />

tar& jambs, o como un torniquete que gira sin tregua, impulsacio<br />

por 10s celos, por las dudas y por todos esos escondidos martirios,<br />

que mantienen 10s nervios tensos y hacen sangrar el corazh!<br />

No quedaba entooces mhs remedio que cobijarse en el ensuefio,<br />

para huir de la realidad aviesa y buscar la otra, la que encendia<br />

el amor y dibujaba filigranas azules dentro del cerebro.<br />

Y no obstante, ique bello era querer a una mujer! Como un<br />

crista1 facetado por 10s m6s fanthsticos colores, todas las visiones<br />

del mundo se embellecian a traves de PU persona. Como las hadas<br />

de las leyendas, devolvia generosamente esa adoracih, con la<br />

fragancia de su cabellera, con el frescor dulce de sus labios, con la<br />

luz chlida y afectuosa de sus ojos. S610 quien estaba sintiendo,<br />

8610 quien estaba vibrando como una cuerda melodiosa, sabia<br />

valorar todo aquel acendrado tesoro de, sentimientos. iQU6 ar-


Afercedes Uvizrrr 26i<br />

monia tan pura sabia verter en el alma de un hombre, la palabra<br />

de una mujer adorada!<br />

Per0 tambiBn el amor en esta forma, tenia fuera del ensuefio<br />

doliente, el tormento fisico. La tortura de pasar a veces muridn-<br />

dose con la ansiedad de un beso. iQu6 intensamente sentia An-<br />

drBs este anhelo! Vivia obsediado por el secret0 encanto de su<br />

cuerpo. Ea sentia coni0 un perfume dulce, como un arroyuelo de<br />

suavidad, como la caricia de petalos frescos, como el aleteo de una<br />

brisa tibia que jugara sobre su pie1 desnuda. Per0 estas sensaciones<br />

se iban ahincando, en una sucesidn infinita de gradaciones que<br />

eran como si su cuerpo se lanzara hacia el vdrtigo, envuelto en<br />

una llamarada que se encendia mhs y mhs. Los petalos eran<br />

entonces, rnarcas de fuego, el arroyuelo de suavidad, rio de lava,<br />

alambre ardiendo retorcido en la carne viva, y la brisa tibia,<br />

oleadas tuniuliuosas, que le causaban una especie de embriaguea<br />

angustiada y frenBtica. iAh, su cuerpo, su dulce cuerpo en donde<br />

se asilaba la esencia divina del amor! El la habia sentido<br />

como un vas0 fresco desbordado de 6leos fragantes, que lo un-<br />

gian de suprema felicidad. Y cuando una mujer venia a calmar<br />

todo ese infierno de retorcidos anhelos, dhndose a un carifio en el<br />

cud estaba la esencia de Dios mismo, 10s imbfkiles, aquellos que<br />

se visten con el burdo ropaje de la vulgaridad, lo llamahan<br />

rnaldad.<br />

Enervado de tanto cavilar, y aprovechando un momento<br />

en que la conversacibn entre 10s Arriagada y las Loyola se hacia<br />

m&s animada e intima, se levant6 para salir al corredor a tornar un<br />

poco de aire. En uno de 10s firboles del jardin, un zorzal lanzaba<br />

unos silbidos cristalinos y melodiosos.<br />

Bentia esa tarde una extraiia inquietud. Lacerado por un<br />

dolor rechndito, que le caia como una gotita de nieve sobre<br />

la sensibilidad, sus pensamientos eran cuerdas sutiles que le<br />

f-teran llenando de vibraciones inquietantes. Y en realidad, den-<br />

tro de lo ocurrido en 10s liltimos dias, no tenia ningtln motivo<br />

para sentirse asi. Por el contrario, debfa ser mhs bien una grata<br />

esperanza la que ncariciara su intimidad. Habia recibido e! dia<br />

*


266 Lzris Dwand<br />

antes una larga y cariiiosa carta de don Casiano, en la cual le<br />

manifestaba que contara como siempre con su apoyo para curt-<br />

lesquier traslado en su empleo, y ahora crela poder hacerle esa<br />

oferta con la absoluta seguridad de cumplirla, pues sus amista-<br />

des en el Ministerio eran mks numerosas, pues 10s Ciiatos)) esos,<br />

seguian siendo muy buena gente. Hortensia en una postdata, le<br />

saludaba cariiiosamente, haciendole algunas bromas sobre las insi-<br />

nuaciones matrimoniales que ella le hiciera en su viaje a Santiago.<br />

Aquella chiquilIa tan hermosa, y con mucho achiche, le seguia<br />

recordando con gran inter& y simpatia. Terminaba deseiindole<br />

que eso de allii, donde El estaba, concluyera pronto y entonces ella<br />

tuviera la satisfaccibn de verlo casada con esa nifia que le hsria<br />

muy feliz.<br />

AndrBs, al recordar las frases de la carta, sonri6 tristemente.<br />

iLa felicidad! iQu6 cosa era? En todo caso, no sblo la ficcibn del<br />

poeta que dice acerca de ella hermosas irrealidades. Era algo<br />

tangible, per0 que no se podia retener y que estaba hecho de<br />

inquietud y de dulzura. Leves y sutiIes pinceIadas en lo sensible<br />

que quedaban en el espiritu como la suavidad de un perfume<br />

o la sonrisa de una mujer. Porque, ipodia llamarse felicidad<br />

esa terrible crueldad de saber que Mercedes lo amaba, en tanto<br />

todo 10s separaba poniendo impalpables murallas de zozobra<br />

entre ellos, que ahora no se atrevian ni siquiera a darse un beso,<br />

pues crefan ver en todas partes el ojo vigilante de la maledicencia?<br />

Y no obstante todo era tan hermoso, enredado con el recuerdo<br />

de ella. Cada incidente de su vida, tenia un matiz seductor y un<br />

soplo de simpatia, pues casi siempre estaba relacionado con Mer-<br />

cedes, que con su presencia embellecia ante sus ojos, todo !a<br />

circundante.<br />

Esa noche, estaba convidado a comer en Colliguay. Lo con-<br />

vid6 Mercedes por la mafiana a1 salir de misa. Se lo dijo en V O ~<br />

baja casi imperceptible, a1 tiempo de despedirse. Andr6s quiso<br />

rehusar per0 bubo en la mirada de ella una dulce luz imperativa,<br />

que hiso morir las palabras en sus labios. Y ahora estaba como una


Merredes Urizar 267<br />

cuerda tensa, esperando con ansiedad, la hora de irse para la<br />

quin ta .<br />

Desde su ventana mir6 hacia la calleja, quieta e igual a1<br />

dia, como la viera a1 llegar. Entre las yerbas que crecian a ambas<br />

orillas de la acequia, picoteaban algunas gallinas. Un cerdo<br />

rojizo, con manchas negras en el cuerpo y las orejas, trituraba<br />

con deleite un hueso. Como si la brisa fuera una fina mall& en<br />

donde se cerniera el or0 de la tarde, una sombra tenue ponia<br />

bajo 10s &-boles una melanc6lica dulcedumbre. Todo estaba absolutamente<br />

igual. En la pared desconchada de la casa del frente,<br />

un cartel que fu6 rojo, ahora incoloro, aleteaba a ratos, como<br />

un phjaro prisionero. En una ventana faltaba un vidrio, y arriba<br />

de la puerta, en el techo, una teja quebrada daba la impresi6n<br />

de estar prbxima a caerse. Y no obstante, habia pasado un aiio<br />

con sus lluvias y ventiscas, sin que tal ocurriera. Asi tambiGn,<br />

la puerta de la estacibn, segufa con sus tablones desclavados, chirriando<br />

desapacible a1 girar sobre sus goznes enmohecidos.<br />

Frente a aquel estatismo de las cosas, Garcia se qued6 pensando<br />

en cu&n distints era la condici6n humana. iCu&ntas cosas,<br />

bellas, alegres o tristes, habian en cambio ocurrido a 10s habitzntes<br />

de la aldea aparible en ese aiio de vivir en ella! Acontecimientos<br />

algunos que habian dejado huellas tan hondas, que imprimian<br />

un rumbo definitivo a una existencia, como en su caso.<br />

Muchas veces se preguntaba en que iria a parar aquel amor tan<br />

intenso, y no divisaba nada en el futuro que aclarara su sentimental<br />

curiosidad. iSeria siempre esa ansiedad de vivir queri6ndola<br />

dolorosamente? La posesidn de la mujer amada no habia<br />

restado el m&s mfnimo prestigio a su ilusibn. Por el contrario, parecia<br />

haberla exornado con nuevos atributos, con una especie de<br />

amarra rec6ndita que lo hacia sentirse m&s unido a ella.<br />

Cantaban a esa hora 10s gallos, en 10s patios vecinos, y su<br />

canto era como una herida de tristeza en ia apacibilidad del<br />

atardecer. Quiso leer y a1 azar, cogi6


268<br />

w<br />

Luis Dumna<br />

dias tenian para 61 un encanto sugestionante, ahora se le fgura-<br />

ron desvafdas e incoloras. jMercedes, Mercedes! Mhgico nombre<br />

que encerraba para 41 todo el sentido de la vida. No podia alejar<br />

su pensamiento de aquel nombre, junto a1 cual se erguia la ado-<br />

rada. iQu6 estaria haciendo en ese momento? iLo recordaria con<br />

el apasionado fervor que lo hacfa 61? Si, seguramente. Tenia<br />

pruebas definitivas para pensarlo asi. Y no obstante, el maiiana<br />

incierto le punzaba en el coraz6n, como la duda a 10s viajeros<br />

extraviados, que siguen una ruta sin saber si en realidad 10s con-<br />

ducirh a su destino.<br />

Se lav6 cuidadosamente, y despu6s con lenta meticulosidad,<br />

fu6 escobillando, su ropa, sus zapatos, su sombrero. Muchas<br />

veces se mir6 en el espejo para ver si habfa en su persona, alg6n<br />

detalle inarm6nico. Despu6s hoje6 largo rat0 aquel librito de<br />

Gyp, que contaba la historia de un niiio, y que tuvo Elena en<br />

sus manos hasta el momento de morirse. iPobre chiquilla! LPor-<br />

qu6 no fu4 ella Mercedes? jAh, la eterna contradicci6n de la vida<br />

que ponia siempre 10s m8s duros tropiezos en el camino hacia la<br />

felicidad!<br />

-Mafiana en la tarde le ir6 a dejar flores,-pens6 dejando<br />

el libro sobre el velador. -Le pedir6 perd6n muchas veces por lo<br />

que involuntariamente la hice sufrir. Su espiritu nos proteger% a<br />

Mercedes y a mi.. .<br />

En la esquina, frente a1 alrnacen de Arriagada, encontr6<br />

a Tito Jara que iba con Nora, hacia el molino en donde 6sta le<br />

ayudaria dicthdole unas planillas, en las cuales estaba mu37<br />

atrasado. Saludaron a Garcia cariiiosamente.<br />

-Per0 qu6 ingrato se ha portado con nosotros-le reproch6<br />

Nora-ipor qu6 no nos va nunca a ver? tA d6nde se mete Ud.<br />

que no se le ve por ninguna parte?<br />

Garcia se disculp6 pretextando nuevas ocupnciones en 1%<br />

escuela. Tito tras de Nora, le cerrb un ojo, hacihndole un mab<br />

cioso visaje.<br />

--icon que muchas ocupaciones, jno?<br />

De la puerttl del molino venia saliendo en ese momento


Javier M6ndex que les cont6 lleno de entusiasmo una curaci6n<br />

sorprendente que habia obtenido, en uno de 10s serenos del mo-<br />

ljno. El hombre estaba enfermo del estbmago y todo le cafa mal,<br />

per0 con unas gotitas de parafioa, a1 dia, estaba completamente<br />

restablecido. Bajo el brazo, Mkndez, llevaba un paquete que mos-<br />

tr6 satisfecho a sus amigos:<br />

-Son dos gallinitas que me acaba de regalar este riato. El<br />

pobre est& tan contento, que no ha encontrado como manifestar-<br />

me su gratitud. Hay que ver tambikn que la mejoria no le alcanza<br />

a costar ni cuarenta ceotavos que fu6 lo que comprb de parafi-<br />

na. Asi e3 que ya saben. Los convido maiiana a una ca-<br />

zuela.<br />

--icon parafina?-le preguntb Nora riendo.<br />

-No pues: a donde va! Per0 a Ud. le roy a recetar unas go-<br />

titas, a no ser que sea el amigo Jara quien las necesite.. .<br />

Se despidieron, comprometikndose a almorzar juntos a1<br />

otro dia. Garcia sigui6 lentamente su camino hacia la casa de<br />

Mercedes que a1 verlo llegar, fu6 a su encuentro hasta la reja de<br />

la entrada.<br />

-iPor que vino tan tarde? Lo estuve esperando desde que<br />

almorzamos, para que hubi6ramos ido a andar hasta 10s


”<br />

290<br />

-Muchas gracias. iY por qu6 se ha puesto tan rogado, para<br />

venir por acft?<br />

-No hay tal. Venqo cada vez que me convidan.<br />

-Si, pero ya no hay necesidad de convidarlo. Sabe Ud. demasiado<br />

bien el camiao.<br />

Wabian cerrado la puerta de la galerfa y adentro el ambiente,<br />

era tan amable y grato, que Garcia experiment6 un delicioso<br />

bienpstar. Un perfume suave, a flores, a yerbas aromftticas y<br />

a todo ese algo indefinible que encierra el calor del hogar. Afuera<br />

el viento gemia entre las rendijas, haciendo oscilar Ientamcnte Ias<br />

copas de 10s ftrboles, ocultando a ratos, la luz del faro1 que habfa<br />

en la puerta del retBn de la policia.<br />

-JPor qu6 no enciendes la luz Mercedes?<br />

-iY para qu6, cuando estamos tan bien asi! iNo es cierto<br />

Garcia?<br />

-De veras-dijo Qste. -No hace ninguna falta.<br />

Asi en la intimidad de ese rinconcito, conversaron despuBs,<br />

recordando aquellos hermosos dias de su paseo a1 sur. Intencionadamente,<br />

Andres y Mercedes, iban nombrando algunos parajes,<br />

que estaban unidos en su recuerdo por un instante de dicha, que<br />

ya evocaban con nostalgia. DespuBs la conversaci6n gir6 hacia 10s<br />

proyectos de ellas que se proponian irse a vivir a Concepci6n,<br />

antes que comenzara la Bpoca de Ias Iluvias. La casa de la quinta,<br />

se la arrendarian a Javier Mendez.<br />

Garcia, las oia con una tristeza indefinible. Aun cuando tenia<br />

casi la absoluta seguridad, de conseguir su traslado a Concepci6n,<br />

experimentaba un vag0 temor que no acertaba a explicarse claramente.<br />

Le parecia que all% el medio lo ahogaria; que en una<br />

ciudad grande, Mercedes, advertiria la insignificancia de su situacibn,<br />

pues la escasez de sus medios bien disimulada aquf, se<br />

haria mfts ostensible all&. La joven por el contrario, hablaba con<br />

optimista entusiasmo de la nueva existencia que Ias aguardab’a.<br />

-iUd. ya renunci6 a su puesto?-le pregunt6 Garcia.<br />

-No, todavia no. Olivares no quiere ni por nada que renuncie.<br />

Per0 yo no estoy dispuesta a seguir m%s. En una ciudad gran-


Mercrdes Uri’zar 271<br />

de como es Concepci6n, creo que no faltarh con que llenar la<br />

vida. iNo te parece, Quecha?<br />

-As€ lo creo-repuso lentamente la seiiora, dejando escapar<br />

un suspiro.<br />

Durante la comida estuvieron casi tristes, como si en el<br />

him0 de 10s tres hubiera una preocup’aci6n que ninguno se<br />

atrevia a exteriorizar. Afuera el viento se habia hecho mhs intenso<br />

y se oia como un rumor hondo entre 10s hrboles del jardin.<br />

-Y Ud., Garcia, ipiensa quedarse aquf siempre?-le pregunt6<br />

de pronto doiia Lucrecia.<br />

AndrBs, cogido de sorpresa, se encendi6 sin saber que contestar.<br />

Pero Mercedes vino en su ayuda, diciendo en son de<br />

broma :<br />

-jC6mo se te ocurre, Quecha! El tambidn se irk a Concepci6n<br />

para estar cerca de sus amigas. NO es verdad, Garcia?<br />

El mozo, permaneci6 en silencio. Un temblor apengs perceptible,<br />

le agitaba las manos. Per fin repuso:<br />

--Me encantaria. Ojalh pudiera hacerlo.<br />

Durante la sobremesa, se quedaron conversando de 10s muchos<br />

trajines que les seria precis0 realizar para movilizarse.<br />

Mercedes, le preguntb:<br />

-Per0 Ud. Garcia nos ayudarh. iNo es cierto?<br />

-jPero claro! No necesitan ni pregunthrmelo.<br />

Los tres se habfan empefiado en darle animaci6n a la charla<br />

aquella noche. Y no obstante, la conversaci6n languidecia a<br />

cada rato, y se sorprendian tan silenciosos como si estuvieran en<br />

misa :<br />

-2Por qu6 no tocas algo, Mercedes?<br />

--LYa.. ._ iVamos a la sala?<br />

Garcia, sentado en una silla, junto a1 piano, se qued6 ensimismado.<br />

Le pareci6 que su corazbn, que su espiritu, que 61, todo<br />

entero, era un cristal, en donde caian con un chasquido melodioso<br />

las notas que la joven arrancaba del teclado. En ese instante<br />

sentia su vida como un suefio duke y triste. iQu6 eterna<br />

era su sed de adorarla! iQu6 infinito su deseo de no moverse de


272<br />

alli! De no experimentar la cruel realidad, de marcharse de esa<br />

casa donde todo le atraia amorosamente. TI las notas seguian<br />

cayendo sobre 61, como caricias armoniosas, dhndole la impresi6n<br />

de que su cuerpo era tambi6n un instrumento tan sensible, que<br />

cada arpegio se le entraba para quedar vibrando en una intima<br />

y suave resonancia.<br />

DespuBs, Mercedes, cant6 en voz tan baja, que era casi un<br />

susurro de suavidad, que se enredaha con aquellos latidos musi-<br />

cales, como argollas de or0 a1 estrellarse sobre un terciopelo.<br />

Era aquella vieja cancibn, aquella canci6n sencilla y vulgar,<br />

per0 a la cual el Auir de su alma, prestaba un encanto tal, que<br />

cada palabra parecia tener un significado rec6ndito y alto a la<br />

vez :<br />

En tu imagen pensando adorado<br />

sorprendi6me tan hermoso suefio.<br />

En tu pecho soii6 dulce duefio<br />

blandamente reclinada estar.. .<br />

Y entonces la sentia dentro de 61, como un vas0 de fino<br />

cristal, fresco, claro’o, en el cual cada vibracidn le hacia recordar,<br />

muchas bellas incidencias de su amor. Cerr6 10s ojos<br />

para verla como en aquella maiiana cuando amanecib dormida<br />

junto a 61. Los encendidos labios entreabiertos, la cabellera negra<br />

extendida sobre la almohada, 10s senos dorados de sol, y junto<br />

a 61, la ventura imponderable de su cuerpo, nardo y resedft, que<br />

despu6s de la divina entrega palpitaba en un ritmo de suavidad.<br />

Sin cftlculos mezquinos, ni falsos pudores, Mercedes daba lo mhs<br />

hermoso de su ser, como un brillante su mejor resplandor a1 ser<br />

tocado por un ray0 de sol. Ayer, su ewrpo, todo envuelto en un<br />

soplo de ensueiio. Hoy, su espiritu sutilizado por la emoci6n.<br />

Sali6 a despedirlo hasta la reja. A1 darle la mano junto a<br />

la sombra protectora de un hrbol prhximo, se atrajeron carifiosamente.<br />

Sus labios, a1 besarle, le dieron la impresi6n de verter sobre<br />

su boca, un pomo de esencias frescas que le produjeron una<br />

rara embriaguez.


-jAmor, mi amor!-le dijo atray6ndola hacia 61, con un<br />

ansia desesperada en que palpitaba todo su sentimiento: --in0<br />

me nbandones nunca!<br />

Ella, con las dos manos !e to1115 la cabeza, y en una caricia<br />

lenta, le dijo entonces:<br />

-No, AndrBs. INunca! Eres mi amor, mi Gnico carifio, mi<br />

niiio bueno.<br />

Y en cada palabra, bajo la tenue lux de las estrellas, un beso<br />

que a1 despedirse, se prolongb, se apret6 estrechbndose hasta<br />

convertirse en un dulce martirio. P ya, en medio del camino, su<br />

voz le sepia acariciando: 0<br />

-Hasta mafiana. jno?<br />

Se march6 coni0 poseido por una enajenaci6n maravillosa<br />

~QuB tesoro de principe oriental, podrfa igualarse a 6ste que llevaba<br />

prendido en lo mbs intimo de la sensibilidad? Tenia la PUrem<br />

del canto de un pbjaro que pia a1 nacer el alba. La, suavidad<br />

perfumada de las violetas cuando se yerguen timidas, bajo el<br />

pblido so! del invierno. Ninguno de 10s pensnmientos que aMan<br />

como chispazos de luz a su cerebro, podfan condensar aquella<br />

deliciosa impresi6n que lo penetraba como una suave claridad,<br />

como una esencia que lo hacia sentirse ingrhvido y experimentar<br />

el deseo de correr o de cantar todo aquello que le rebullfa adentro<br />

como un latido musical.<br />

Sus caricias le dejaban un remanso de calma, de esp<br />

quietud. Eran como un sedante que tenfa la virtud milagrosa de<br />

hacer huir todos 10s temores que le obsediaban a diario. Un vigor<br />

nuevo como un soplo de fresoura lo inundaba, comunicbndole<br />

energias y fe en el porvenir. Era cierto. La vida no entregaba<br />

tan fbcilmente sus halagos, y para doblegarla, acerchndola a 10s<br />

anhelos de cada uno, era precis0 luchar, luchar siempre, hasta<br />

vencer. Y 61, ipor que no habfa de vencer? ;,No tenfa maso el<br />

amor de ella, que seria como la palabra magica que le fuera abri<br />

do todos 10s caminos? Con su amparo todas las dificultades irim<br />

desapareciendo lentamente hasta que sus sueiios, hechos realidad,


274<br />

se transformaran en el amable refugio de su futura existencia en<br />

la forma como 61 la imaginaba.<br />

Caminaba absorto, con todos sus pensamientos recogidos<br />

en su mundo interior, intenso y complicado casi siempre, pro<br />

ahora alumbrado por alegres destellos, que le infundfan valor, y,<br />

hasta deseos de tener la oportunidad de emdear todas SUB adorlrecidas<br />

energfas, en esa luche nue era n. ,is0 afrontar, para con<br />

quistar la felicidad. .Junta2 a 6: la noche lath quedamente, con<br />

leves SUSUITOS. Por el lado del viIIorrio de San Enrique, herfa la<br />

quietud, el lamentoso ulular de un perro. Desde una hondonada<br />

montuosa, llegaba el rumor de 10s grandcs krboles, en donde el<br />

viento entonaba sus baladas de ensueiio 7 misterio. Un olor<br />

a estibrcol fresco, venia desde 10s corrales prdxirnos a1 camino,<br />

en donde dormian 10s ganados.<br />

Per0 Garcia que en otras ocasiones se embriagaba, con todo<br />

aquel olor a campo. ahora no se daba cuenta de nada, e iba como<br />

hundido en un bxtasis. No podia ordenar sus pensamientos ni<br />

dar forma clam a sus proyectos para el porvenir, per0 aquella tristeza<br />

que sintiera todo ese dfa, se le habfa transformado en un<br />

ansia formidable de no detenerse, ni amedrentarse ante ningdn<br />

obsthculo. Todo lo resumfa en Mercedes y su amor; y por el<br />

otro lado, en sus energfas de hombre, para doblegar el destino,<br />

para hacerlo suyo, y entreghrselo a esa mujer, como la dnica<br />

ofrenda de que era capaz su voluntad.<br />

El largo y vibrante relincho de un potrillo que pastabs cerca,<br />

le hizo levantar la cabeza. En el fondo del camino como un<br />

ojo vigilante que acechara a la noche, vefase la luz esquiva de<br />

uno de 10s faroles de la calleja de la Villa, que ocultaban a ratos<br />

las ramas delos hrboles. IT de sdbito como si el tronco de uno de<br />

10s acacios, se partierz en dos y una de esas partes tomara todas<br />

las formas de un ser humano, para avanzar a su encuentro, vi6<br />

que un hombre le cerraba el camino. Casi instanthneamente, SU<br />

instinto en una violenta corazonada le advirti6 el peligro.<br />

-Es 61-pens6-es 61. -Y con 108 nervios tensos apretd 10s


Mevcedes Uriznr 275<br />

pufios. Una vs% incisiva, breve, seca, que le hizo el efecto de un<br />

Iatigaxo en pleno rostro, le interrog6:<br />

--jAndrEs Garcia?<br />

-El mismo. iQu6 se ofrece?<br />

--Yo soy Fernando Arlegui.. .<br />

Pared6 que el hombre !e habfa lanzado las palabras como<br />

piedras que le golipearan el coraz6n. Una injuria soez que era la<br />

provocacih a1 duelo, las rubic6. Andr6s no le vi6 la cara. No<br />

sup0 si era alto o bajo, lo sinti6 mtts bien, como se advierte un<br />

peligro informe, en un trance supremo.<br />

En ese momento pasaba a gran velocidad, y como un mom-<br />

truo negro y frenetico, un tren de carga que embestfa aullando B<br />

la noche. Le pareci6 que el alarido le perforaba el cerebro. Sin-<br />

ti6 que sus dientes se apretaban, que algo como la cola helada,<br />

pringostt y obscura de una sabandija se le enredaba en la cabeza.<br />

1- no sup0 c6mo se sinti6 enlaeado a aquel hombre, que a su vez,<br />

estrech6 a su cuerpo, el anillo duro de unos brazos largos y hue-<br />

sudos. En tanto, palabras entrecortadas e injuriosas encana-<br />

llaban la boca del enemigo, qne trataba de derribarlo, dhdole a1<br />

mismo tiempo furiosas czbezadas.<br />

Pero AndrEs sentia ahora que sus fuerzas se habian multi-<br />

plicado, que a1 aire fresco entraba mejor en su pecho y le hacfa<br />

respirar mejor. Entonces el otro, jadeante, dhdose cuenta de<br />

su impotencia, trat6 de descefiirse, sin conseguirlo, pues ahora<br />

Garcfa apretaba, apretaba a&el cuerpo escurridizo, hasta poder<br />

a1 fin, con un irnpulso violento alaarlo en $10, y arrojarlo rabiosa-<br />

mente al suelo. Di4ronle impnlsos de arrojarse sobre 61) de hacede<br />

aiiicos la cabeza a puntapi6s, de triturarlo, de arrancarle el alma<br />

si fuera posible. Pero la confianza en sus fuerzas, el deseo de cas-<br />

tigarlo sin encanallarse, triunf6 sobre El. Sentiase estremecido<br />

de coraje, de fuerza, de desprecio, por aquel hombre que cerca de<br />

61, se enderezaba lentamente. Con la voz tremula lo requiri6:<br />

---Piirate badulaque, bandi.. .<br />

Pero no alcanz6 a terminar. Dos fogonazos casi simulth-<br />

neos, alumbraron su rostro. En ban momento de suprema angus-


276 Luis 3urarzd<br />

tia, le pareci6 que una luz enceguecedora se abria frente a SUB<br />

ojos. Que el rostro de Mercedes, que sus pupilas hondns, amorosas<br />

y angustiadas, que sus labios dulces se acercaban a 61. Pero no lo<br />

alcanzaron. Con las dos manos apretadas sobre el pecho por donde<br />

la vida se le wcapaba en dos chorros de sangre, se tambale6 tra-<br />

tando de dar un paso, per0 casi instanthneamente una obscuri-<br />

dad, densa como un abismo lo envolvi6 sin encontrar donde<br />

poner el pie. Entonces abri6 10s brazos buscando en que npoyarse,<br />

hasta caer lentamente, junto a uno de 10s krboles de ese camino,<br />

por donde tantas veces pasara soiiando con la dicha. Cay6 sin<br />

pronunciar una palabra, ni siquiera la queja de su filtimo dolor.<br />

P nadie junto a 61. S61o la noche, seguia latiendo con leves su-<br />

surros.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!