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It<br />
<strong>NQVELA</strong>
1<br />
L U I S D U R A<br />
novela<br />
EDITORIAL NASCIMENTO<br />
I pSANTIAGO<br />
1934 CHILE
7-<br />
--<br />
h<br />
Con el abrigo a1 brazo y la pcquefia maleta en la mano,<br />
Andr6s Garcia descend% desganadamente del coche de pasa-<br />
jeros, en el cual acababa de llegar. Era la media tarde de un dia<br />
de rnediados de abril, nebuloso y frio. La estaci6n estaba casi<br />
desierta; algunos chiquillos y dos o tres hombres, seguramente<br />
mozos de las haciendas vecinas, eran toda la concurrencia. E1<br />
conductor, un hombre moreno, alto, de rostro severo, vestido<br />
con su traje obscuro y su gorra galoneada de rojo, recorri6 con<br />
la rnirada el and&, y, acto seguido, llevbndose el pito a 10s la-<br />
bios, lanz6 un agudo silbido. El ronco ahrido de la mhquina le<br />
contestb, e inmediatamente el convoy ech6 a rodar.<br />
A41 frente quedaron las bodegas, edificios bajos techados de<br />
calamina, parda de humedad quemada por el sol. Unos jornn-<br />
Irros con una bolsa de tocuyo sobre la cabeza, a manera de caw-<br />
chh, y la cintura enfajada, cargaban saeos de harinas sobre un<br />
carro plano. A1 costado, un portbn ancho con sus maderos rotos<br />
Y dcselavados, daha acceso a la calleja plantada de brboles. E1<br />
tren se llevb el bullicio que rein6 un instante y todo qued6 en<br />
silentio, como si el bmbito y 10s seres que lo poblaban, tornarsn<br />
a su habitual recogimiento.<br />
Garcia, indeciso, coloc6 su maleta sobre uno de 10s baneos<br />
adosados a las paredes del and& para prender un cigarrilla. El
ojos axuies, con expresi6n lejana. La sedora Carmela, con la faz<br />
inclinada, pensando segurzmente en el reci6n llegado, hacis<br />
girar el anillo que tenia en el dedo de su mano izquierda. Garcia<br />
record6 las manos de su madre a1 mirar aquellos dedos finos<br />
con cierta aristocrkticn delicadeza y La piel brillante y fresca<br />
como la de una nifia.<br />
--,Me gustaria cjuedarme a vivir aqui en su casa, seiiora.<br />
La sefiora alz6 10s ojos bondadosos, para mirarle un inr-<br />
tante :<br />
-Me parece muy bien, sefior. AquE si usted no es muy exi-<br />
gent& creo que no lo pasark mal. Somos mny pocos. Mi viejo,<br />
que est6 casi invitlido, mi hermana Teresa, y mi sobrina Elena.<br />
Mi rnarido tiene una pensi6n de veterano; fub. sargento mayor<br />
en la guerra del Peril, pero lo que recibe es poca cosa, asi es que<br />
hay que ayudarse en alguna forma.<br />
-Pienso que estar6 muy bien aqui en su casa. Yo como us-<br />
ted lo verh soy un hombre tranquilo; mi mayar anhelo es encon-<br />
trar una casa que se parezca a la de mi madre.<br />
La seriora Loyola, entonces comenzb a cxplicarle, lo que era<br />
la vida alli. Garcia In cscuchaba rasi sin entenderle, sintiendo una<br />
desaz6n que no sabia explicarse. Por Is calk no pasRba un alma.<br />
En Ia esquina del frente, un guardihn apoyado en un Brbol, con-<br />
versaba con un jornalero que liaba lentamente un cigarrillo.<br />
Alli tendria que vivir en tin medio bien diatjnto a1 de sus suefios<br />
y esperanzas. En aquella Itldea se deslizzrfa su vida, hguids,<br />
monbtona, sin relieve ni belleza. Record6 a 10s preceptores dcl<br />
tiempo cuando 61 iba a la escuela, all& en su pueblo. Todos era11<br />
unos pobres hombkes sin ninguna condici6n intelectual ni moral<br />
que 10s alzara del insigniscante rnedio en que actuaban. Mhs<br />
bien personas despreciadas por las gentes del pueblo: Rosales,<br />
Paredes, Orellana. . Fueron desfilando uno a uno, y 10s vi6<br />
wrgir de recuerdo, dentro de un marc0 triste, casi ruin. All$<br />
en el bodegbn del cGuat6n Parada”, sentados en una banca<br />
larga, o sobre un barril comiendo tortillas con a$ y empinkndose<br />
10s grandes poirillos de chacoli, dejando sobre el cristal, la media
luna de sus lahim grasientos. Algunos como Rodriguez, solian<br />
dar eschndalos horribles en sus casas. La mujer de aquel sali6<br />
llluchas veces huyendo de sus acometidns entre gritos de terror,<br />
a pedir amparo a 10s vecinos.<br />
La seiiora LoyoIa habia salido a preparar la pieza y Garcia<br />
se levant6 de su asiento para mirar 10s retratos que colgaban<br />
en la pared. Un militar de gorra aha y larga visera con el pecho<br />
adornado de presillas, y el rostro iluminado como el de las artistas<br />
que salen en 10s cigarrillos, debia ser el dueiio de casa. En otros,<br />
niujeres de peinado alto, con el talle muy ajustado y las manges<br />
snchas cerca de 10s hombros.<br />
Todo hablaba alli de COS~S aniiguas, de tiempos pasadop.<br />
Los mismos muebles de aquella habitaci6n le recordaron 10s dias<br />
de su infancia. Sillas bajas de terciopelo verde, destefiido y lustfrado,<br />
por el USO. Finos fforeros, con pajitas de colores a guisa de<br />
fiores y encima de la mesita de centro, cubierta con un gan<br />
pafio tejido a crochet, un &lbum de tapas rojas, repleto de tarjetas<br />
relumbrosns y llenas de flores, en las cuales habian escrito,<br />
versos de salutaci6n y letras doradas con las palabras: iFeliz<br />
aiio nuevo!<br />
-A la hora del t6, eonocid a 1a familia: don Samuel, un viejito<br />
octogenario con la vista baja y sin luz, que le di6 su mano 6spers<br />
j7 seca, sin lerantar la cabeza, murmurando apenas algunas<br />
palabras que no entendi6. La sefiora Teresa; menor que dofia<br />
Carmela, un poco mhs aka y delgada que Bsta, vivaracha y alegre,<br />
y dotada de una gran simpatia. Por filtimo EIena, una chiquilla<br />
de cuerpo frhgil, de belleza exangue y aspect0 reconcentrttdo,<br />
pero que tenia unos hermosos ojos verdes, y le toc6 apenas<br />
la nano con sus dedos frios.<br />
DCSPU~S, sdieron a mostrarie la casa, el jardin y la huertn.<br />
En Lodas partes se advertia, orden y limpieza, haciendo cl am.<br />
bienie cordial y acogedor. Dofia Carmela le hablabs de lo dificii<br />
que era mantener todo en buena forma, cuando en la casa no<br />
habia un hombre que pudiera ayudar.
Garcia, casi alegre ahora, expres6 su satisfacci6n:<br />
-Est% todo muy bien, seiiora. Espero vivir siempre con<br />
u stedes mientras permaneeca en este pueblo.<br />
-Mucho me alegro, pues, seiior. Creo que nos entenderemosmuy<br />
bien, y asf podr% estar como en su cma.
I1<br />
Esa tarde, Garcia se ocup6 en arreglar 10s efectos que traia<br />
en su maleta, 10s cuales fu6 distribuyendo en la c6moda y en<br />
un pequeiio ropero que habia en la pieza. Despues sin sentir la<br />
menor curiosidad por conocer el pequeiio pueblo, se sent6 jun-<br />
to la ventana para reconcentrarse en sus pensamientos. iQuC<br />
vida tan frustrada habfa sido la suya! Desde chico, fu6 apocado;<br />
timido. Hijo del amor, no conoci6 el afecto, ni el amparo de un<br />
padre, que imprimiera en 61, su huella de hombre, y le moldeara<br />
un carkcter. Asf creci6, solitario, incomprendido. El ensueiio y<br />
10s libros fueron sus mejores amigos y lleg6 a hombre, desconec-<br />
tad0 de la realidad y sin poder aprender una profesi6n, que le<br />
permitiera alcanzar una situaci6n. Con grandes sacrificios, su<br />
niadre logr6 enviarlo a Fantiago, donde ingres6 en el Instituto<br />
3-acional, a1 amparo de unos parientes que no se preocupaban<br />
ni poco ni mucho de 61. Alli su alma de niiio sofiador, conoci6<br />
lfts mAs hondas tristezai. El drama silencioso de su abandono,<br />
la enorme neeesidad del cariiio de su mzdre. Sup0 del hambre,<br />
del frio, de la humillaci6n de ir con Iss ropas rotas y la camisa<br />
desaseada a1 colegio. De sentir el menosprecio de sus compaEeros,<br />
que, en las horas libres, se iban a excursionar 31 cerro o a1 parque<br />
sin convidarlo nunca.<br />
Por lxs tardes, de rcgreso a la casa, era cuando sentia m&sp
12<br />
Luis Durand<br />
intensamente su orfandad. Era la hora desolada, la hora dolorosa<br />
y sin efusibn, sin calor ni cordialidad. Era entonces cuando esperimentaba<br />
un hambre cruel, un hambre aguda que le hacia<br />
desfallecer y pensar desesperadamente en como comprar un pcdazo<br />
de pan, o uno de esos olorosos pequenes que vendian en la<br />
Alameda. A esa misma hora all& en el pueblo lejano, estariarl<br />
alrededor del fuego. tomando el mate con leche y grandes tajadas<br />
de ((pan colono)). Su madre, luego de tostarlo en la parrilla,<br />
sobre las brasas le pondris mantequilla y mientras afuera Ilovf:t,<br />
ella preguntaria a Rosa, Is moza de servir:<br />
-iEncerrastes las gallinas? iLe dieron de comer a1 chancho?<br />
Y !uego con un suspiro diria seguramente:<br />
-iPobre mi hijo, qu6 estarh haciendo! Qui& sabe si andarfi<br />
con hambre y con frfo.<br />
Entonces recordaba quc elln le podia haber escrito, y se<br />
cncaminaba ilusionado a1 correo de la calle San Diego, que por<br />
me tiempo era una verdadera montafia rusa de tierra sacada de<br />
ios profundos heridoe, junto a 10s cuales estaban 10s Gerros y ca-<br />
Berfas para instalar el aleantarillado. Y las m& de las veces, !a<br />
mam& le habia mandado un billetito de a un peso q~e el sacabs<br />
tr6mulo de gozo, de entre 10s pliegues de la carta. iQu6 poco sc<br />
necesitaba para hacer feliz a un nifio!<br />
Y entonces, coni0 la hormiguita del cuento, cavilaba mucho<br />
sntes de decidirse a comprar una golosina. Largo rato mirsbq<br />
frente a las ventanas iluminadas, donde hablan montones diA<br />
galletas, de dulces Iustrosos, barnizados de az6car tostada, estrujando<br />
en su mano el billetito. Recordaka 10s alfajores de perrt,<br />
que hacia all$ en su pueblo dofin Angela. Grandes, dorados, olorosos.<br />
Todo ach era bien distinto. Y casi siempre optaba por un<br />
par de c blanduchos con una masa obscura adentro,<br />
y que por lo menos le satisfacfan un poco m5ts.<br />
Otros dias se hartaba de pan espiritual. Refugihbase en 1%<br />
hiblioteca del Instituto, para vivir un poco junto a 10s aventureros<br />
personajes de Julio Verne, Salgari o Mayne Reid, que le<br />
hacfan olvidar sus pequefias preocupaciones. Y asi fueron pa-
pando 10s aiios; despu6s de dejar el colegio, desempedd una serie<br />
de empleos insid@ficantcs en su pueblo. Escribiente en la not*<br />
ria, ayudante del oficial civil, empleado de la gobernacih.<br />
Eespu6s el miPaje de Santiago, le volvid a atraer. Recorrid.<br />
casas de comercio, hizo antesalas en la casa de politicos atarea-<br />
dos que le recibian en la puerta, en donde les entregaba una carta<br />
de algGn elector de su pueblo. Siempre era la misma respuesta,,<br />
obsequiosa y falsa.<br />
-Como no, dfgale a1 amigo P&rez, que me voy a preocupar<br />
con mucho interb de su asunto. Dkse una vueltecita.<br />
P no era una sola. Eran muchas vueltas infructuosas, tris-<br />
tcmente esteriles. Las puertas se cerraban, 10s personajes nunca<br />
eataban en casa. Eran como estarazos en su sensibilidad, las<br />
respuestas :<br />
-8Sali6 el caballero. Se fu6 a1 sur. Quikn sabe si vuelva.<br />
Acaba de salir.<br />
Otra vez en la cal!e. Con xn desco tremendo de encontrar<br />
un amigo. Rlguicn que le convidara a tomar una taxa de<br />
cafe o un refresco. Que ainarga rosa era ver a la gente como<br />
mtraba a Ins cafeterias del centro, en dondc habfa calor, alegria,<br />
pnlabras de mnjerm, m6sica. En suma una vida completamente<br />
c!esconocida para 61. 1- nada llegaba a endulzar la suya: 10s dias<br />
illan cleslinbndcse sin una aiegria, sin un amor. iQui6n IP podria<br />
quem, cesante, triste, apocado? Sin nada que ofrece:. a una mu-<br />
jcr. A vcces la plaza de armas, era su oasis. Alli se sentaba lnr-<br />
cl.:ts horp.5, maltratado, deshecho, ccn deseos de llorar o de salir<br />
elitando que teniz. hambre y sed de un poco de dicha.<br />
IIasta qce un dia, sin otro camino que seguir, aceptd un<br />
cmpleo bien original. Llevarfa 10s apuntes de un negocio que se<br />
acababa de abrir en e1 llamado Barrio Latino. Era una cspceie de<br />
cabaret. SU propiciaria era Matikle li'ierro, antigua meretriz<br />
3' despu6s cluefia de proptibulos, que en sus liltimos afios desraba<br />
trrmiiiar en un negocio mhs serio y decente. Lo habia bautixn-<br />
do COP un nombre pomposo: (.Paris Soir.. Pero por m$s que ella<br />
se empefi6, nadie la quiso tomar en serio. Alli llegaban noche
‘a noche comparsas de remoledores, que entraban desde la puerta<br />
I!amhndola a gritos:<br />
-iMatilde, Matilde! iHija, que elegmcia! Est0 es colosnl,<br />
mujer! Te felicitamos. ;Y las chiquillas d6nde esthn?<br />
-Nada de chiquillas, caballero. Este es un cabaret-concert<br />
-decla entonces Matilde, frunciendo mucho 10s Iabios, y acomodhndose<br />
con cierta majestad la peluca rubia. Este es un negocio<br />
serio.<br />
Eso de la seriedad, provocaba en todos verdaderos ataques<br />
de risa. Y cumdo la orquesta de ciegos, atacaba 10s primeros<br />
eompases de un valse, aquello se convertfa en un mar tempestuoso,<br />
sin tomar en cuenta para nada la seriedad de la dueiia. I.as<br />
, parejas, entraban de la calle cantando a gritos la dltima cancidn<br />
en boga, con 10s brazos en jarras y locos contorneos.<br />
Alli llegaba noche a noche, el loco Costabal, perteneciente<br />
a una rica y aristocrhtica familia. Aparecia impecable con siis<br />
trajes c!aros, su cafia flamante y su gran flor en el ojal. Hablaba<br />
siempre muy fuerte, y su voz recia logaba dominar el tumulto<br />
de las conversaciones y 10s gritos de las mujeres ebrias. Algunas<br />
noches renia la Chamito, una inujer gruesa, morena, de voz<br />
Tonca, que sin embargo, lograba dar tonos agudos y claros a su<br />
voz, cuando cantaba. Eran grandes amigos con Costabal. Desde<br />
lejos apenas se divisaban se abrian 10s brazos entre exclamaeiones<br />
de j~bilo.<br />
-jNegro lindo, ven para ach!<br />
-iChamito, de 10s demonios!<br />
Despu6s la Chamito, se subia a1 tabladillo, y cantaba acorn-<br />
pafihdose con el piano:<br />
-iAy Matilde me has echado a1 abandono!<br />
Otras veces, crrando ya el gado de alcohol era muy subido,<br />
bailaba una danza, contorsionada, epilCptica y salvaje, lanzando<br />
gritos agudos y dejando caer 10s pies cruzados a ambos lados del<br />
bast6n de Costabal, que hzlbia puesto en el suelo. Enseguida<br />
jadeando, congestionada y sudorosa, con 10s ojos extraviados se<br />
empinaba el vas0 que le ofrecia su amigo.
Meycedes Urizar 15<br />
Alli se vefan 10s tipos m6s curiosos. Un sedor solemne, im-<br />
perturbable, no faltaba jamhs a beberse su copita de fuerte. Des-<br />
puds, sin perder sv. compostura, se dedicaba a observar la escena,<br />
casi siempre animada y borrascosa, ante la cual permaneci'a<br />
impasible sin que se moviera un solo mlisculo de su rostro. Un<br />
jovencito con cars de seminarista y ojos inocentes, bebia una tras<br />
otra, botellas de cerveza, con la espalda apoyada en la pared,<br />
sin tomar jam& parte en el baibteo, ni asustarse cuando las bo-<br />
tellas se estrellaban en los espejos, o una bandeja iba a dar al<br />
suelo de un violento estrell6n.<br />
Garcia, inetido tras una rejilla, anotaba en su libreta, apre-<br />
suradamente, 10 que 10s moms servian en cada mesa. Llegaba<br />
allf a las diel;, cuando aquelln parecia una casa de tranquilos<br />
burgueses. Don Jose Santos, el amigo de la seiiora, tomaba el<br />
fresco en una silla de balanza entre 10s bamblies del patio, mien-<br />
tras Matilde trajinaba haciendo sonar las llaves 17 contando las<br />
piezas de servicio que entregaba a 10s mozos. Natalia y Marina,<br />
las dos sobrinas de Matilde, a esa hora le ayudaban, entonando<br />
a media voz alguna canci6n. Pero solia ocurrir, a veces, que Ile-<br />
gaban en las primeras horas de la noche grupos de gentes enfies-<br />
tadas queTvolvian de alguna excursi6n a1 campo. Matilde en-<br />
tonces, puesta en jarras en medio de la sala, media de una ojea-<br />
da el grado de alcohol, que aqueIlos traian, y si Bste era muy<br />
subido. se negaba rotundamente a venderles. Pero, en muchas<br />
ocasiones, 10s visitantes se ernpecinaban en tal forma, que des-<br />
pu6s de 10s mhs monstruosos improperioa, se lanzaban a las ma-<br />
nos en contra de 10s de la casa.<br />
Los niozos, cqmpeones del siiletazo, SP lanzaban de lleno a1<br />
combate, mientras las sobrinas bajando de 10s altos, gritaban<br />
agitdaxnente iGuardihn! Don Jose Santos, desempeiiaba entonccs<br />
SU oficio con verdadero entusiasmo, empleando todos sus recur-<br />
sos de ex mariner0 de UD buque a la vela, en el cual sirviera p r<br />
muchos afios. Las zancadillas y el puntapid, eran su especiali-<br />
dad. Per0 cuando las cosas eran duras sabia pelear con un valor<br />
digno de nlejor C&U% Y, en una ocasih, lo prob6 gauardamente.
Una noche, todzvia no liabia nadie en la cantina, cuando<br />
apareci6 un hombre, alto, herccleo, con gruesa cadena y profrxsidn<br />
de anillos de oro. Con el sombrero ladeado y el aire caractcristico<br />
del math, se sirvi6 un trago con vieibles muestras de<br />
desagrado :<br />
-iQuB porqueria es esta, ch6! Vaya Ud. a Burnos Aircs,<br />
alia verh amigo, all$ vera que trago se bebe.. . iJa! No hay nada<br />
que hacer, hombre. No hay como la patria crgentina. La patria<br />
chibna. iJa!<br />
Josh Santos, le oia con 10s ojos encendidos como dos tizones.<br />
Tirando la colilla, se le acerc6 bruscamente para preguntarle<br />
iracundo :<br />
-~Quc! tiene la patria chilena?<br />
El otro le mir6 como se mira a un quiltro, para volver la ca-<br />
ra en seguida con el aire y !a sonrisa desdeiiosa:<br />
-$a patria chilena! La gran macana, che!<br />
Una bofetada de Jose! Santos fu6 la respuesta. Luego, tornhn-<br />
dole de las solapas, violentamente, lo hizo girar en redondo. Pero<br />
el hombre no era hueso tan f5cil de roer. Arrojando el som-<br />
brero, se le fu6 enciina como un toro enfurecido. El otro lo reci-<br />
hi6, con la guardia cerrada, golpehndolo en el estbmago, mien-<br />
tras gritaba :<br />
--iDBjenme solo! iDBjenmesolo! ;"do le enseiiar6 a este cu-<br />
yano perro, a saber qui6nes son 10s chiienos!<br />
En el centro de la sala, bailaron, estudihndose con 10s puiios<br />
cerrados, en un ir y veair de engasosos amagos. Don JOSE Santos,<br />
desmelenado. eon una llama asesina en la mirada, fu6 el primpro<br />
en atacar. El otro, con leve bahnceo de cuerpo, lo recibi6 en 10s<br />
puiios con golpe tan recio, que lo azotb bajo una mesa, de donde<br />
aquel se par6 inmediatamente, bramando de coraje :<br />
-iD6jenme solo, dgjenme solo!<br />
Eas mujeres en tanto, lanzaban a1 extranjero toda suerte<br />
de insultos y cuchufletas, que El recibia sonriendo desdelloso y<br />
despreocupado, seguro de su fuerza. Pero esto lo perdi6. JosB<br />
Santos, recordando sus lecciones de jiu-jitsu, de a bordo, salt6
de SnDITo, uu sjuIuv<br />
_____ha lo<br />
llev6 a1 suelo, donde aquel grueso corpachdn se estrell6 con la<br />
harra de bronce atravesada a1 pie del mesh. Alii que& sin sectido,<br />
mientras un I iilillo de sangre le brotaba de la sien.<br />
Fu6 una noch e de jdhilo delirante, despu6s que el hombre<br />
sc fu6, cntra las I: iullas y repiquetes de todos. Josi: Santcs con<br />
10s !abios partidos y un ojo en tinta, fuC el hCroe de toda la concurrencia.<br />
La itlet ilde, radisnte, orgullosa, sal% de SLIS casillas,<br />
bebiendo a cad3 ri ito a pesar de su afeccid a1 higado.<br />
-iSalud mi 1 iijito! Acompaiie a su ne gra.. .<br />
-jRbjate pc Les Matilde, con una
18 Luis Durand<br />
-No tengo plats, -contestaba casi siempre Etchevers<br />
con tono regal6n-no tom0 nada.<br />
-jSeiior!-como si alguna vee se le hubiera negado algo<br />
en esta casa. iQuiere que le deje la cantina por su cuenta?<br />
Entonces Etchevers, tras una imperceptible mirada a 10s<br />
que le rodeaban sonreia satisfecho ante la consideracibn que allf<br />
se le demostraba.<br />
Aquella misma noche, Garcia sombrio y silencioso, se despi-<br />
di6 de la duefia, por mhs que todos le manifestaron sus simpatias,<br />
tratando de retenerlo, extrafiados de su repentina resolu-<br />
cibn.<br />
DespuEs se march6 a1 norte, donde fur5 pasatiempo en una<br />
oEcina salit,rera, y de la cual fu6 despedido por haberse mostra-<br />
do partidario de un dirigente obrero que m8s tarde fu6 elegido<br />
diputado. Otra vee volvi6 a Santiago a peregrinar en busca de un<br />
empleo. De nuevo 10s dfas tristes, desesperanzados, haciendo lar-<br />
gas esperas, en aquella sala de la CSLmara que alguien, con mu-<br />
cho acierto llam6 de 40s pasos perdidos.. Su amigo, todavfa<br />
un poco desorientado, sin conocer el tejemaneje de 10s minis-<br />
terios, no habfa podido conseguirle nada, a pesar de su sincero<br />
empefio, por servirlo. Hasta que una tarde lo abraz6 encantado<br />
por la noticia que le daba, que era para 61 tambiEn, su primer<br />
triunfo en el servicio de SUB electores. Le alarg6 un papel escrito<br />
a mhquina en el cual, habia varios timbres, a tiempo de de-<br />
cirle :<br />
-Para mientras, compaiiero. Despues vendrh otra cosa<br />
mejor.<br />
Garcia no salfa de su asombro.<br />
-jProfesor! Per0 si yo no s6 nada de esto, don Casiano.<br />
No tengo ideas.<br />
El otro ri6 alegremente. El tampoco habia sido jam& di-<br />
putado, y lo mhs bien que lo estaba haciendo. Todo se aprendia<br />
en la vida. Lo malo es que era tan poca cosa.<br />
-Yo hubiera querido para Ud. algo mejor, compafiero.<br />
Per0 peor es mascar laucha, y le dire que cuesta mucho encon-
Mern 9<br />
trar pega eu ebws uciiipu~. niagimt: uu IIMS y pvnga pecno a1<br />
frente. Esta noche lo convido a comer para que celebremos el<br />
triunfo.<br />
Y de esta manera, Andr& Garcia, se convirti6 de la no& a<br />
]a mariana, en profesor de la escuela mixta N.* 54 de Villa Her-<br />
mosa, a donde acababa de Ilegar.
A1 otro dfa amanecib un sol radiante. En el corredor, frente<br />
a1 jardfn, cantaban 10s phjaros dentro de numerosas jaulas y pa-<br />
jareras. Un cardenal, de encendido penacho, lanzaba su grito<br />
claro, agudo, vibrante. De la estacibn llegb el italhn-talhn! de<br />
un tren que venIa entrando, y luego el ronco pitaeo de la partida.<br />
Por la calle pasaban a1 galope algunos campesinos, luciendo a1<br />
anca su reGio laeo de cuero peludo. En la puerta de la casa, una<br />
muchuchita engreiiada y regordeta, recibia la leche que le media<br />
un muchachbn, de uno de 10s tarros y que traia sobre su caba-<br />
llejo a manera de Arguenas, uno a cada lado de la montura.<br />
Hacia un friecillo penetrante. Un pebn arremangado hasta<br />
las rodillas, provisto de un balde tiraba agua sobre la calle. De<br />
10s altos acacios, baiiados de sol, se desprendian hojas amarillas,<br />
que iban cayendo lentamente sobre la tierra hbmeda. Las mozas<br />
de servir barrian 10s corredores, ahora claros y alegres. El aire<br />
transparente traia olor a campo, a estibrcol fresco, a tierra hume-<br />
decida. Garcia respir6 con profundas aspiracionfg,. Sentiase<br />
bien, casi gozoso de vivir. Una seiiora de manto que cruz6 la<br />
calzada, le salud6 sonriendo con un :<br />
-j,Cbmo ha amanecido?-cordial y carifioso.<br />
Era doiia Teresa que iba a oir su misa. La voz del campana-<br />
rio se atropellb en un repique claro, que pareci6 quedar vibran-
do entre 1aS Copas ae 10s armies ae la cawja que se ib empinando<br />
hasta cortal *se en una hondonada, en cuyo fondo, brillaba<br />
el agua de un est( yo, entre altas matas, por sobre las cuales se<br />
tendla un puentecillc 3 de gruesos tablones. A una cuadra escasa,<br />
en la parte m&s alta , de la calle, estaba la escuela donde Garcia<br />
iba a prestar SUS Se rvicios.<br />
Agudos gritos dc 9 niiios que jugaban se oyeron en el interior.<br />
cn ancho pasadizo, dividl'a el pequeiio ed ificio en dos grandes<br />
salxs llenas de bancc IS en fila. En la tester a una mesa, sobre la<br />
cunl vefase un mapa ,mundi. Unos chicos, s ;e pelesban en la entrada<br />
insultkndose E :n voz baja.<br />
-iEst& el direc tor?<br />
Los chicos mira .ron extrafiados a Gar cia, y luego, unos a<br />
otros se contemplarc In con expresi6n de as( )mbro. Uno m&s avisado<br />
sali6 gritando :<br />
-iSeriorita, sefi orita, buscan aquf!<br />
La encontr6 jm Ito a1 brocal del pozo que estaba bajo un<br />
nispcro en el medio ( le1 patio, y del cual unc I de 10s chicos sacaba<br />
qua en un balde ar narrado a una larga ci ierda. Las ramas del<br />
nkpero, ponian mal ichas doradas y obsci iras sobre su abrigo<br />
nzul. Era una joven alta, de semblante alegre y acogedor, cuyos<br />
ojos obscuros se pos aron sobre 10s del reci6n llegado con expresibn<br />
intcrrogadora, n nientras se inclinaba levemente para corresponder<br />
3 su saludo.<br />
--Bilenos dias, , scrior. iQu6 deseaba?<br />
-Dcscnba habl ar con el director de la escuela.<br />
Rib clln, con ris n franca y graciosa, que mostr6 sus dientes<br />
snnos y blnncos, en uno de 10s que brillaba una pintita de oro.<br />
pus0 su mano sobre la cabeza de uno de 10s pequeiios, y siempre<br />
sonriendo contest6 :<br />
--Soy yo, sefioi 1, a sus 6rdenes.<br />
Garcia confuso, : 51 punto no sup0 qu6 responder. Una irntwesi6n<br />
estrafis, mezcla de agrado, de desconcierto, casi d<br />
canto se le entr6 en E b 1 pecho. Siempre su destino, le con(<br />
]as mhs insignificant( 3s situaciones! Alli iba a ser el ayuc<br />
21
22<br />
Luis Dwand<br />
una mujer, tal vez el hazmerreir de las gentes del pueblo, que se<br />
burlarian de 61. Un hombre sirviendo a las 6rdenes de una pre-<br />
ceptorcita de aldea, que segmamente seria presumida y vanidosa<br />
y trataria de humillarlo. Di6ronle ganas de pedir disculpas, de<br />
decirle que se habia equivocado y de volverse inmediatamente.<br />
Qui& sabe si a su amigo diputado, le fuera posible conseguirle<br />
una permuta a otra escuela mhs grande o cambiarle el empleo.<br />
51 no obstante, una duke inercia se habfa apoderado de 61,<br />
como si una voz afectuosa le dijera: no te vayas. Y con repentina<br />
resoluci6n, sac6 el papel que le diera en Santiago, don Casiano,<br />
para entreghrselo a la joven, que lo ley6 con visible inter&.<br />
-iPero qu6 divertido es esto!-exclam6 ella, a1 terminar de<br />
leer. - iAsi es que Ud. es el ayudante que me prometi6 el seiior<br />
Olivares, el Visitador? Y 151 me habfa dicho que iba a mandar<br />
a una nifia que estaba en Imperial. Debe ser una equivocacibn<br />
de la Inspeccibn, porque antes nunca nombmron hombres para<br />
esta escuela.<br />
Lo miraba ahora, seria, con cierta inquietud reflejada en<br />
su semblante, tal si en aquello viera un escondido prop6sito que<br />
no lograba ver claro. Despuds alz6 la mirada para posarla sobre<br />
Garcia como si quisiera preguntarle algo, que por de pronto no<br />
sup0 formular. No le extrafiaba demasiado que llegara aquel<br />
joven, a ocupar el empleo destinado a otra persona segiin todos<br />
sus informes, porque all% en Santiago sin aviso previo ni consulta<br />
a !OS Visitadores hacian cambios y nombramientos. iEs que a<br />
ella tambidn le ocurrirfa algo semejante, y mandarian a ese<br />
sefior para reemplazarla a1 poco por 61? Aquello que econ6niica-<br />
mente no le afectaba en lo mbs minimo, la heria en cambio en<br />
su amor propio. Sinti6 un momento con vehemencia el deseo de<br />
decide algo desagradable a ese hombre, para ella un intruso,<br />
Fer0 le mir6 y casi acto continuo se sinti6 desarmada. Era un<br />
rostro bondadoso el que tenia frente a ella, una cara de niBo<br />
grande, un poco triste y con cierta dulzura que se desleia en sus<br />
ojos azules. Y 10s de ella, grandes, obscures, intensos, se fueron<br />
suavizando.
-LQuiere que vamos hasta la oficina, sefior, para ponernos<br />
de acuerdo, en la forma que hemos de trabajar?<br />
Garcfa con respetuosa inclinaci6n7 la dej6 pasar. Sabia<br />
andar con gracia, y la curva de sus piernas se afinaba a tra-<br />
vks de Ias medias negras. De un salto gan6 10s dos tramos de la<br />
escalerilla y ya en el umbral, le invit6:<br />
-Adelante. Venga a conocer su nueva casa.<br />
Una luz Clara en sus pupilas. Garcia la mir6 un instante y<br />
ella con su presencia, pareci6 devolverle con una actitud plena<br />
de gracia, su mirada. Tenia las mejillas encendidas, y el pelo de<br />
un negro intenso se abria separado por una rayita blanca. En-<br />
traron en la sala desmantelada. En una larga percha, clavada<br />
en la pared, se amontonaban 10s sombreros de 10s chicos. Prendas<br />
humildes, tristes, de muchas formas per0 de una sola y minima<br />
calidad. Los mBs estaban rotos como 10s ponchitos desflecados<br />
que colgaban de 10s ganchos. Del marco del pizarr6n colocado en<br />
un Bngulo de la sala, cerca de la ventana, colgaban dos almoha-<br />
dillas negras, blanqueadas de tiza. Sobre el tablero negro, una<br />
mano insegura, habia escrito silabeando las palabras :<br />
el - ga - to - se - eo - mi6 - la.- lo - ra<br />
En el rincbn opuesto estaba el escritorio de la directora,<br />
en un recorte hecho con dss bastidores de vidrio. En la mesa,<br />
algunos papeles con el membrete ((ESCUELAS P~BLICAS<br />
DE CHILE;).<br />
En un libro grande de tapas negras, con una etiqueta decia:<br />
CLibro de presencia diaria,.<br />
-Asiento seiior.. . y tras amable vacilaci6n - jsefior<br />
cuBnto?<br />
--Garcia-dijo 61, con lenta voz afectuosa.<br />
La joven, tras el pequeiio escritorio, permaneci6 un rato<br />
de pie, con el aire de quien no se resuelve a decir lo que est6<br />
Pensando. Per0 de repente, envolviendo sus palabras en una<br />
sonrisa, le habl6 :<br />
-Yo le ruego que no se burle de mi, y tambi6n que me
24 Luis Durmd<br />
excuse si soy indiscreta, per0 quiero que Ud., en su calidad de<br />
hcmbre y de caballero principalmente, me diga si Ud. viene con<br />
sinceridad hasta mi, sin traer una escondida intenci6n. -Y a1<br />
decir esto, una leve confusi6n se apoder6 de ella, per0 sobreponihdose,<br />
alz6 SUB ojos francos, para posarlos sobre 10s de 61,<br />
agregando: iNo viene Ud. a desplazarme?<br />
And& se habia encendido hasta la rafz del pelo. Sus ojos,<br />
azules, brillantes, denunciaban la intensa agitaci6n que le produjeron<br />
aquellas palabras. Con &gil movimiento, se levant6<br />
para decirie mirhndola tambi4n cara a cara:<br />
-iPor Dios, seiiorita! iPor qui& me toma Ud? iTanta cara<br />
de sinverguenza y mala persona tengo?<br />
Ella, ahora se excusaba, tambien encendida y turbada de<br />
haberle molestado con aquella sospecha. Y su VOL fu6 blanda y<br />
suave, casi un ruego:<br />
--Yo le dije que me habia de perdonar por estas palabras.<br />
Ademhs, tengo poderosas razones para presumir estas cosas.<br />
Ud., que posiblemente, Ilevar& como yo algtm tiempo en la insth'cci6n,<br />
debe saber c6mo se estilan hoy dia las cosas. Sacar a un<br />
maestro de su empleo es m%s fhcil que despedir a un sirviente.<br />
A mi; en realidad, esto no me afectaria econ6micamente, pero si<br />
ello ccurriera, sin estar plenamente justificado, me herirfa en<br />
mi mior propio. Po vine a este empleo sin necesitarlo para vivir,<br />
per0 sf para Ilenar mi vida con algo que consider0 hermoso, como<br />
es el entregar parte de lo mejor de nuestro espirtu a 10s<br />
niiios. Como aqui nuoca mandaron antes a un hombre, a mi me<br />
estrafi6 y se me pus0 esta idea. Yo soy asf: me morirfa si no dijerr,<br />
lo que siento, y como soy vehemente no s6 esperar ni<br />
vzlerme de subterfugios. Es mejor, a mi juicio, hablar claro y<br />
carpd a cara. iNo le parece?<br />
Garcia la oia de pie, a1 otro lado de la mesa, jugando con el<br />
perforrador de papeles en una mano, mientras con la otra, se<br />
alisnba e! peIo hdmedo de transpiraci6n proveniente del bochorno<br />
que aquello le causaga. Al fin dijo en VOL baja, pausada:<br />
-Me deja Ud. - profundamente reconocido, por su franqueza,
que me da la consoladora impresi6n de que, a su lado, cualquiera<br />
puede vivir confiado. Yo a mi vez le ruego, me crea lo que le voy<br />
a decir usando de la misma sinceridad suya. Siento ansias de que<br />
asi ocurra, y no SB de quB medio valerme para ello, pero ya que<br />
de su espiritu fluye tanto sefiorfo para darse a conocer ante mi,<br />
estimo que debo corresponder con igual gentileza y confesarle,<br />
por penoso que sea, que no soy sino un pobre hombre, bastante<br />
aporreado por la vida. Nunca he sido profesor, y s610 desputss<br />
de una larga cesantia, un amigo me ha conseguido este empleo,<br />
tal vez quithndoselo a otro con mhs derecho. Pero, iqu6 quiere<br />
Ud., seiiorita? la vida es a veces demasiado dura yno todos po-<br />
demos sentar c5ttedra de estoicos frente a la necesidad urgente<br />
de muchas cosas indispensables para vivir. Ahora mismo, si Ud.<br />
no me ayuda, si no me da facilidades y me orienta para desempe-<br />
iiarme aqui, no s6 guts voy a hacer. Y se lo pido humildemcnte.<br />
Yo, en cambio, la servirts lealmente. Por de pronto no puedo ofre-<br />
cerle otra cosa. Pero, 2,Ud. me Cree? Antes que nada quiero<br />
saberlo.<br />
La joven habia dejado su aire de preocupacibn. Sus gmn-<br />
des ojos, ahora remanso de suavidad, estaban anegados de con-<br />
fiada luz, Vi6 en Garcia una expresi6n tan cha de sinceridad,<br />
que se convenci6. Y, gravemente, como si oficiua en UR rito, le<br />
alarg6 la mano:<br />
--Si Ud. lo quiere, seremos buenos compafleros. Yo por mi<br />
parte se lo prometo.<br />
Hub0 en su voz, una tierna inf,exi6n, que penetrb dulce-<br />
mente en 61. Ditsronle deseos dc inclinarse a besar nquella mano<br />
que se le ofrecia confiada.<br />
--Muchas gracias, sefiorita. Tratarts de corresponder muy<br />
de veras a su confianza.<br />
-Si, estoy segura que asi lo haremos seflor Garcia. Apren-<br />
deremos de 10s nifios a no tener reservas odiosas. iNo es cierto?<br />
-Muy cierto, seiiorita.<br />
--A prop6sito. Aun yo no le he dado mi noinbre. Me lIamo<br />
Mercedes Urizar de Arlegui.
26 Luis Diisnnd<br />
No pddo evitar Garcia un gesto de asombro, herido por<br />
una extraiia emoci6n. Balbuce6 torpemente :<br />
-iCasada! Yo creia que.. .<br />
-Era soltera, -concluy6 ella riendo-es que los niiios me<br />
dicen sefiorita. A mi me encanta. Eso de seiiora, lo encuentro<br />
tan serio, tan formal; lo dejaremos para cuando estemos m%s<br />
viejitas, auique ya no va faltando mucho para eso. Afuera es<br />
claro, no puedo evitar ese tratamiento. Y en realidad, es como si<br />
no fuera casada, porque.. . En fin, ya le contar6-termin6 con<br />
sonrisa triste. -Tendremos ititnto tiempo para conocernos!<br />
Aiios posibiemente.<br />
Despu6s conversaron de su trabajo. Ella le fu6 mostrando<br />
horarios, programm, textos. Le ech6 tambi6n su discursito sobre<br />
el papel del rnaesh-o, a su juicio, en muchos casos, m&s noble<br />
que el de 10s misnos padres. En seguida abri6 el libro de presencia<br />
diaria. hclinada sobre la mesa, sus dedos finos, un poco pBlidcs<br />
le fneron mostrando, la forma de Ilevarlo. And&, muy<br />
cerca dc ella, la oia con sus cinco sentidos. Un suave aroma a<br />
polvos de arroz, a came joven y limpia, le hacfa pensar en cosas<br />
bicx djstintas; en esas caricias, ingditas para 61, hombre sin suer-<br />
!e, clue no conocib sin0 el amor de las meretrices. Que no sup0<br />
de 10s besos que no se venden, ni de las palabras afectuosas, sin<br />
que mediara un billete.<br />
Era como un efluvio, que subfa hasta 61, para mostrarle<br />
panoramas desconocidos. Como un descubridor maravillado ante<br />
las bellezas de un mundo nuevo, de tierras ub6rrimas y prodigiosas,<br />
sentia, que una vox fuerte y duke a la vez, le hablaba<br />
en un idiom& intimo, musical, cuyo sentido era tan bello traducir.<br />
Ella le pregunt6:<br />
-LUd. se ha dado cuenta, no?<br />
-Si, claro-dijo 61.<br />
Y en realidad no habia entendido nada, porque estaba ausente<br />
del significado de SUB palabras, per0 cerca, muy cerca de<br />
su voz.
IV<br />
Mercedes se baj6 de un salto del cochecillo, que ella misma<br />
guiaba. Tir6 la huasca sobre el cojfn y luego de amarrar las riei-<br />
das en uno de 10s fierros del pescante, atraves6 el jardin corriendo :<br />
-iTh Quecha, tia Quecha!<br />
Su voz hizo levantarse a dos grnndes perros, que dormian<br />
bajo el corredor, y que a1 verla, salieron corriendo a su encuentro<br />
para hacerle entusiastas manifestaciones de jilbilo, que ella re-<br />
chaz6 con ademan de enfado, gritandole a un hombre que des-<br />
hojaba mafz en un rinc6n:<br />
-0ye Pancho, idbnde est% la tfa?<br />
El hombre levant6 la cabeza, y sachndose el cigarrillo de 10s<br />
labios, contest6 pausadamente :<br />
-Me creo que est& en la galeria. Hace apenas un rat0 que<br />
la vi pasar para alla.<br />
Mercedes crus6 el corredor, para entrar en la casa, donde<br />
~610 se oia el gorjeo de un canario, cuya jaula giraba suave-<br />
mente suspendida del techo. Una sefiora alta, un poquito gruesa,<br />
con 10s anteojos suspendidos sobre la frente y el tejido en las<br />
manos, vino a su encuentro:<br />
-~Qu6 te pasa que vienes tan apurada?<br />
La joven soltb la risa, a tiempo de dejarse caer sobre unh: de<br />
10s sillones de la galeria. Luego dijo:
28 Lufs Dzwand<br />
-Nada que sea como para ponerse a Ilorar, peso oye,<br />
jquieres que te cuente? Llegb hoy un joven que viene como ayu-<br />
dante, a reemplaaar a la sefiorita Flor Maria. iNo encuentras<br />
t6 raro que hayan mandado a un hombre?<br />
La sefiora sentada frente a ella, bajhndose 10s anteojos la<br />
mir6 un instante, y tras un rnto de silencio, mientras se disponfa<br />
a proseguir su tejido, le respondib:<br />
-jUn hombre! Es bien curioso, realmente. iNo te hzbfa<br />
dicho Olivares que mandarfa a una niiia que estaba en Imperial?<br />
-Asi es, per0 a este joven lo nombraron en Santiago.<br />
All& nombran a quien se les ocurre. Como ir& a rabiar Olivares<br />
cuando lo sepa. Per0 te dire que parece un excelente joven. Me<br />
he formado la mejor idea de 61:<br />
--No me confio mucho de tus condiciones para apreciar<br />
la gente. Hay graves antecedentes que me lo impiden. jTendria<br />
yo que dar mi fallo, hijita!.. .<br />
La seiiora habia adoptado un tono de broma, que Mercedes<br />
no advirtib, o no di6 ninguna importancia, despu6s agregb:<br />
-iY qu6 piensas hacer? Ten cuidado, no vaya a ser alguna<br />
jugarreta que te quieren hacer, y luego de mala manera te qui-<br />
ten la escuela. Eso seria lo sensible. $or qu6 no le escribes hoy<br />
mismo a Olivares?<br />
Mercedes se qued6 un instante mirhndose la punta de sus<br />
pequefios pies. Luego echando la cabexa hacia atrBs, se abri6<br />
el pelo con la peineta, inclinAndose en seguida para recibir la<br />
caricia del sol poniente.<br />
-Lo mismo pens6 yo, Quechita. Pero ya sabes coin0 soy.<br />
Llegando le largu6 el agua. Por si acaso. Le dije clarito lo que se<br />
me habia ocurrido. Ya vea tli, a la sedora Elcira, que estaba<br />
dieciocho afios en LolBn, la obligaron a acogerse a la jubiIaci6n.<br />
iPobre! Como no tenfa quien la amparara. El mismo Olivares<br />
se port6 mal con ella.<br />
La seiiora Lucrecia, apaytanclo 10s ojos del tejido, la mir6<br />
ma!icio,sa :<br />
-Es que en estos tiempos, de desconsideraci6n, es malo
ser vieja y fea para coho. Por suerte tb.. . Y sin terminar la<br />
frase, dofia Lucrecia que estaba del mejor humor, se ech6 a<br />
reir con una risita buiilona que sacudfa su cuerpo y traslucia<br />
una intencibn, conocida por la joven, que se levant6 de un salto,<br />
para bwarla en la frente, mientras con una mano, nerviosa-<br />
mente, le revolvfa el pel0 dicibndole:<br />
-iMira tontita no mtis! Crees que yo no s6 Io que me quie-<br />
res decir. Eso es para que veas que tengo espiritu de mitrtir.<br />
Mientras yo pago el pato, tti haces la romitntica con Olivares.<br />
Y no est& tan tranquila porque no sabes Io que 61 me dice cuan-<br />
do va a la escuela y conversamos solos.. . A lo mejor hijita un<br />
buen dfa nos fugamos como dos tortolitos.. .<br />
Y abriendo 10s brazos, con 10s ojos entornados, que eran<br />
una rayita de Ius brillante entre 10s phrpados, daba a entender,<br />
con risueda picardia el mundo de felicidad que aquello signs-<br />
caria. Doiia Lucrecia siguiendo la broma agreg6:<br />
-Mira, y jsabes que tienes raz6n? Como te fu6 tan bien con<br />
el primero, ahora puedes ensayar con ese viejo verde de Oliva-<br />
res. Y me haria un servicio seiiorita. Asi me dejar6 de hacer la<br />
romtintica, y pod& buscar un viejo de esos que necesitan quien<br />
10s cuide.<br />
Mercedes reia, ahora, con risa Clara que terminaba, con<br />
un iay., . ! largo y duke. En tanto, se arreglaba el pelo, alzando<br />
10s brazos que se doraban de sol, junto a 10s cristales de la galeria.<br />
-No, viejita. Y disculpe que asf la considere, Ud. no me<br />
asusta, y corn0 soy generosa, le dejo a su Olivares tranquilo;<br />
fijese que tiene un buen sueIdo y cuatro hijos de llapa, lo que ya<br />
es una ventaja, pues no tendrti que molestarse en la crianza ni.. .<br />
-Y Mercedes ahora tentada de risa, no pudo terminar su fra-<br />
se.-Entonces ud. con toda sus comodidades, no me necesitarii, y<br />
YO, para no pasar tan apenada le buscar6 el amor a mi ayudante<br />
We es solterito y bien dije. iQu6 tal? Mira como todo se arregla<br />
en santa paz de Dios.<br />
-De veras niiia. No has podido pensar nada mejor. Desde<br />
mafiisna entonces comenzamos.. .
30 Luis Duvalzd<br />
Una dulce paz reinaba en el ambiente. La voz pura del<br />
canario segufa lanzando sus largos pfos que terminaban en un<br />
gorjeo claro. Por el camino pasaba en ese momento un piiio de<br />
v~cunos, que arreabrtn dos jinetes, entre gritos energicos y des-<br />
templados. Grandes bandadss de piijaros cruzaron, casi tocando<br />
las puntas de 10s %lamos cuyas hojas maduras veianse casi trans-<br />
parentes, encendidas de sol. Desde las estacas de 10s cercos al-<br />
gunos tiuques, lmzaban su quejumbre desapacible, anuncia-<br />
dora de 10s dfas de lluvia. Gritos de chicos que jugaban en el ca-<br />
mino y ladridos de perroe, se ofan ensordinados de distancia,<br />
o tal si se fueran desmayando, enredados en la luz vacilante del<br />
crep6sculo que se avecinaba. Una muchacha gruesa con delan-<br />
tal de brin obscuro y 10s brazos arremangados apareci6 en la<br />
puerta:<br />
-Ya tengo las once en la mesa, misi6 Quecha.<br />
El comedor era grande, con muebles antiguos y pesados,<br />
barnizados de obscuro. Doiia Lucrecia se sent6 en la cabecera<br />
de la mesa para servir el t6. Mercedes que se habfa quitado el<br />
abrigo, lo habfa reemplazado por un chal rosado.<br />
-iQu6 pena!-exclam6-ya va a llegar este invierno tan<br />
aburridor! Ni a caballo dan deseos de aalir. Ah! mira y a pro-<br />
p6sito no dejes que Pancho me ensille el Tordo, porque con su<br />
msldito avio le hace pedazos el lomo a1 pobre negro. Denantes<br />
cuando le fuf a dar un terr6n de azticar, no quiso dejarme tocarle<br />
una lastimadura roja que tiene cerca de la cruz.<br />
Y fijando 10s ojos, sobre e: campo que se llenaba de sombras<br />
agreg6 :<br />
-No me digas tfa, que no es sacrificio grande, este trajfn<br />
de todos 10s dias. Y, a pesar de todo, me entretienen tanto mis<br />
pobres chiquillos. LQUB serfa de mf sin ellos? Per0 me gustaria<br />
tener la escuela aqui cerquita. Hay que ver como uno se moja<br />
en 10s dias de Iluvia. La verdad es que a veces me dan deseos<br />
de que nos vamos luego a ConcepciBn, y despues me da una pena<br />
horrible salir de aqui. Yo naci pars campesina.<br />
Doiia Lucrecia paseaba su vista, por la amplia sala como si
go la oyera. De las paredes colgaban algunos cuadros de frutas.<br />
uno de ellos lo pint6 Mercedes, en un tiempo que le di6 por la<br />
pintura. Fu6 precisamente en la Bpoca de su noviazgo con Fer-<br />
nando Arlegui, que entonces era el contador del molino de Vi-<br />
lla Hermosa. Dofia Lucrecia solia recordar esos dias tristes,<br />
cuando la auchacha se empecin6 en su pololeo con aquel mozo.<br />
Un tipo alto, pfilido, de boca grande y labios delgados. Tenia,<br />
era cierto, una arrogante figura y un gran desenfado en sus ma-<br />
neras, per0 en sus ojos grises, methlicos, habia no s6 qu6 de<br />
avieso y falso. Era un hombre vivo, inteligentisimo, per0 doda<br />
Lucrecia, cuando llegaba a oir hablar de esta cualidad, nunca<br />
dejaba de exclamar:<br />
-iPsh! De mucho le sirve. Yo no veo qu6 merit0 tiene la<br />
inteligencia cuando se es un sinverguenza.<br />
Mercedes que acababa de recibirse de bachiller en Concepci6n)<br />
a donde habia recibido, ademfis, una vasta educaci6n musical,<br />
vivia sus afios romfinticos. El influjo del campo por otra parte,<br />
habia ahincado en ella su inclinaci6n a lo sentimental. Allf donde<br />
no habfa, sin0 uno que otro joven, Fernando se le apsrecia como<br />
el principe de sus sueiios. Se sinti6 deslumbrada. Era todo un<br />
buen mozo, que gustaba de vestir con elegancia y de quien se<br />
contaban muchos enredos amorosos. Y con su orgullo de mujer,<br />
quiso rendir a aquel coraz6n esquivo. Arlegui por su parte, es-<br />
trech6 el asedio. Los dias Domingo, pasaba por la quinta en su<br />
linda yegua alazana y tambi6n muchas tardes, despu6s de las<br />
horas de oficina, doda Lucrecia ofa resonar en el callej6n el trote<br />
ruidoso de la enorme yegua inglesa. La muchacha, huraiia, ner-<br />
viosa, con un carhcter desconocido en ella, entonces tiraba 10s<br />
Pinceles y se iha a su pieza donde su tfa m&s de una vel; la encon-<br />
t1-6 llorando, en vista de su tenaz negativa para que visitara la<br />
casa. Antes, Mercedes se lo present6 una mafiana a la salida de<br />
miss, per0 la sefiora, a pesar de la obsequiosidad que Arlegui<br />
le demostrara, no lo pudo atragara, como se dice. Hasta que dofia<br />
Lucrecia, viendo la inutilidad de sus esfuerzos para convencer<br />
a Ia joven, y, ante el temor de que aquello tomara otro giro,
,<br />
32<br />
Luis Dura&<br />
resolvi6 dar a esas relaciones la seriedad necesaria, invitando a<br />
Fernando a la casa, quien a1 poco tiempo le manifest6 su formal<br />
prop6sito de contraer matrimonio con Mercedes.<br />
Durante el primer aiio de su matrimonio, todo fu6 muy<br />
bien, tanto que doiia Lucrecia comenz6 a creer que se habfa<br />
equivocado en SUB apreciaciones con respecto a Fernando, que<br />
se manifestaba muy enamorado de su mujer. Dej6 todas SUB CO-<br />
rrerfas y s610 muy de tarde en tarde iba a Temuco, por algfin<br />
asunto relacionado con su empleo, o acompaiihndolas a ellas,<br />
cuando iban de compras.<br />
Pero ocurri6 que cuando menos se esperaba, y por una cir-<br />
cunstancia imprevista, Arlegui comenz6 de nuevo, a sus anda-<br />
das de soltero. En una compaiiia de variedades, lleg6 a Temuco<br />
una coupletista, gile en 10s carteles figuraba con el nombre de<br />
Pepita Abril, y era, segdn la propaganda, la Reina del Coup16<br />
y la Emperatriz de la gracia. Fernando se declarb muy pronto,<br />
entusiasta admirador de ella. Comenzaron a menudear 10s via-<br />
jes a la ciudad. Las operaciones bancarias se demoraban mhs<br />
que de costurnbre, y muchas veces avisaba por tel6fono que lo<br />
habia dejaclo el tren. La Compafiiia, despu6s de agotar su reper-<br />
torio, sigui6 al norte, y entonces Mercedes pudo respirar, en la<br />
creencia que la cosa no habia pasado de alli.<br />
Orgullosa, jam& le demosti.6 a su marido el pesar que<br />
aquellas relaciones le causaron. Muchas veces, cuando Arlegui<br />
no Ilegabs, doBa Lccrecia la vi6 levantarse con 10s ojos hinchados<br />
y rojos de llorar, a pesar de su esfuerzo para disimularlo, pues<br />
nads le decia a ella de sus padecimientos, temerosa de que le<br />
hiciera presente SUB anteriores advertencias. Fernando, en tanto,<br />
trataba de aparentar tranquilidad y mostrarse ajeno a1 asunto,<br />
como si ignorara qJe ellas lo sabian. Era, por lo demhs, un hom-<br />
bre frivolo, vanidoso, muy preocupado de su prestigio de don<br />
Juan. Comene6 asf a reinar un ambieote falso en la casa; un hhli-<br />
to de desconfisnza y tristexa enfriaba las veladas. Mercedes<br />
que en otras ocasiones tocaba el piano acompaiiada por Fer-<br />
nando, cup voz era bastante agradable, o jugaba al domin6
con dofia Lucrecia, ahora rnetia la cara entre un libro, o sr ence-<br />
rraba en un niutismo absoluto, inclinada sobre su tejido. Fer-<br />
nando, pretextando dolor de cabeza, se iba a acostar, o se dedi-<br />
cabs a leer el diario columna por columna.<br />
Masta que la sefiora, sin avissr a Mercedes, resolvi6 enca-<br />
rar a1 mozo. AI fin y a1 cabo, era la dnica madre que conociera<br />
Mercedes, y tenfa la obligaci6n de velar por ella. Mas, apenas le<br />
formu16 las prirneras palabras, en el tono m6s prudente que pu-<br />
do, Arlegui la ataj6 en forma destemplada y altanera.<br />
-Mire seiiora, yo no me he criado en las monjas y soy<br />
bastante hombre para saber lo que hago. Y con tonillo zumb6n:<br />
-tampoco me agrada recibir consejos, cuando ya 10s han dado<br />
antes para sembrar discordias. Si a Ud. no le agrada mi manera<br />
de ser, el remedio es sencillo. Me Uevo a Mercedes, y asi no se<br />
molesta Ud. ni yo.<br />
Do& Lucrecia sicti6 que un arrebato de ira, le encendia las<br />
mejillas. Adoptando entonces un tono energico replic6:<br />
-Es que Mercedes, no se separarh de mf, para dar gusto a<br />
tus caprichos. Claro, eso es lo que deseas para estar a tus<br />
anchas. Pero no te lo imagines.<br />
Arlegui le habfa clavado 10s ojos con esa mirada fria y cruel<br />
que ella le conocia muy bien a trav6s de su sonrisa, y que 10s ojos<br />
enarnorados de Mercedes DO aupieron ver. Con risa sarchstica<br />
termin6 :<br />
--Me parece que soy yo el marido. For lo dernks, descuide<br />
Ud. ya sabre hacerme obedecer.<br />
Pero Arlegui no contaba con el derrumbamiento que en el<br />
coraz6n de Mercedes produjo su actitud. La Ena sensibilidad<br />
de eIla habia descubierto En sinndrnero de detalles odissos en<br />
manera de ser, y tambien, en su intimiclad de marido. Angus-<br />
tiada comprendfa ahora, que nunca se preocup6 de lo que aquel<br />
bombre era espiritualmente. Am6 su arrogancia, su manera de<br />
vestir, su frase oportuna que tambi6n ahora, en muchos casos,<br />
le resultaba cfnica. Am6 su leyenda de don Juan, con la ansiedad<br />
ilusionada de sus veinte aiios. Pero a pesar de todo, a ratos, se<br />
8
34<br />
I..<br />
Luis &rand<br />
aferraba con fuerza a su anhelo de hacerlo como lo imagin6, en<br />
la brumoss subconsciencia de sus esperanzas. Empero, senti8<br />
que un desapego le nacia, casi bwscamente, un cansancio de<br />
redimirlo en su ilusi6n. A veces casi sentia alegria de aquellos<br />
enredos de Fernando con la Abril. Su dolor, henchido de celos,<br />
despu6s de la crisis del sentimiento, habia dejado irse la lava<br />
ardiente de su coraz6n en donde s610 quedaba una desvaida<br />
fragancia de algo a1 cual ni siquiera concedia el presti,‘ ~io aiiorante<br />
de las horas de rec6ndita y dulce intimidad.<br />
P cuando Arfegui le explic6, por la noche, 10s prop6sitos<br />
que le manifestars a do5a Lucrecia, ella se lo qued6 mirando con<br />
una sorpresa que tenfa mucho de curiosidad y de extrafieza.<br />
Reclinada sobre 10s ahohadones estuvo un largo rato, en silencio,<br />
tal si su pensamiento preocupado de algo que lo obsediara,<br />
no pudiera retrotraerse a1 momento. Por fin, tirando a 10s<br />
pies de la cama, el libro que le!’a, le dijo.<br />
-iPero mi hijo, que te pasa! Estimo que seria la mayor<br />
locurs abandonar a la tia Quecha, a donde estamos tan bien.<br />
Ademhs, creo que no debes olvidar que a ella, le debo todo en la<br />
vida. Ha sido mi madre, mi hermana, mi amiga. Seria inhumano<br />
dejarla soh, ahora.<br />
Fernando, sentado en el borde del lecho, la miraba enfurruiiado,<br />
con el cefio contraido y hosco:<br />
-Me parece que el primer deber de una mujer, es darle<br />
gusto a su marido. Es un deber y una obligaci6n. Yo te advierto,<br />
y es bueno que lo sepas luego, que no admito ni admitire jamhs,<br />
Pa intromisi6n de nadie en mis asuntos privados; menos tendre<br />
gaciencia para soportar a una seiiora maniiitica.<br />
Mercedes se acomod6 en las almohadas, y estirhndose las<br />
mangas del palet6 de dormir, le mir6 a 10s ojos:<br />
-La tia Quecha, es demasiado buena. Tal vez si fuera su<br />
hija no me querria tanto, a1 extremo de afligirse por cualquiera<br />
insigni5caccia que me pase. Llevada por su cariiio, le ha dado<br />
mhs importancia de la que merece, a ese asunto tuyo con la mujer<br />
de un circo que vino a Temuco. Te hsblo de est0 hicamente,
porque viene a1 cas0 y no porque le d6 alguna importancia, a la<br />
mujer &a.<br />
Una sonrisa burlona entreabria 10s delgados labios de Ar-<br />
legui:<br />
-Haces muy bien, porque la seiiorita a quien te refieres,<br />
es una artista, cuya cultura y trato exquisito, est6 muy por en-<br />
cima de todos estos chismes aldeanos. No es de esas beatas que<br />
escandalizan hasta de ver volar una mosca. Por otra parte,<br />
nuestra amistad, no ha tenido mayor proporci6n que la que debe<br />
haber entre un caballero y una seiiorita.<br />
Mercedes, con el codo apoyado en la almohada, sosteniendo<br />
3u cakeea en la palma de la mano, le ois ahora sin mirarlo:<br />
-Yo no lo dud0 Fernrtndo. Y haces muy bien en cultivar<br />
relaciones con personas tan finas, cultas y distinguidas, como la<br />
seiiorita &a. El error tuyo, fu6 haberte casado con una aldeana,<br />
beata por afiadidura, que no podrit jambs proporcionarte esa<br />
satisfacci6n espiritual.<br />
Arlegui, que se paseaba oykndola, sin hacer otra cosa que<br />
sonreir ir6nicamente, se detuvo de pronto frente a su mujer,<br />
para decirle con voz dura e imperiosa.<br />
-Bueno, todo est6 muy bien. Per0 terminemos este asunto.<br />
Y de 10s dos, el que manda soy yo. Desde maiiana Ud. se va con-<br />
migo a Villa Hermosa, a1 departamento que el molino me da para<br />
vivir. Puede Ud. venir a ver a su tia, cuando le parezca, pero no<br />
estoy dispuesto a seguir haciendo el papel de pariente pobre,<br />
en esta casa.<br />
Mercedes se habia sentado en la csma. Dos lbgrimas grm-<br />
des temblaban en sus ojos.<br />
-Fernando-dijo-serfa yo la primera en estar a tu lado,<br />
si hubiera un motivo realmente justificado. Comprendo mis<br />
deberes. Pero ahora creo que no podre hacer lo que me pides.<br />
E8 un capricho absurdo que no puedo aceptar.<br />
-iDe manera que te niegas a obedecerme?<br />
-Sf, en est0 si.<br />
Su voz era ronca, marga, dolorosa. Era la primera disputa
36<br />
=ria entre ellos; pero en sus palabras hub0 una decisi6n irrevo-<br />
csble. Fernando, ahora se desvestia lentamente murmurando en<br />
tono zumb6n y amenazador:<br />
-Est& muy bien, est& muy bien.<br />
Y desde aquel dia empez6 una verdadera viacrucis para las<br />
dos mujeres. Arlegui se mostr6 cinico y desvergonzado. La Abril,<br />
habia vuelto a Temuco, en donde 61 le habfa arrendado una ca-<br />
sa, haciendo piiblica ostentaci6n de vivir con ella. Muchas ve-<br />
ces llegaba al amanecer a la quinta, ebrio, lanzando juramentos<br />
y profiriendo amenazas. Y una mafiana lleg6 a levantar la mano<br />
sobre Mercedes que desde ese momento le perdi6 el tiltimo resto<br />
de afecto que la ligaba a 61.<br />
Hasta que ocurri6, lo que di6 motivo a su separaci6n de<br />
hecho. Despu6s de defraudar a1 molino, en una fuerte sums que<br />
debia cancelar en obligaciones bancarias, Arlegui huy6 con la<br />
Abril. Deciase que a la Argentina. Ojal& hubiera sido a1 fin del<br />
mundo. Por lo menos asi lo deseaba clofia Lucrecia para la tran-<br />
quilidad de Mercedes.
Despu6s de las horas de clase, Andres Garcia sentiase des-<br />
orientado, sin ubicaci6n) en aquel pequefio pueblecito. Se iba<br />
caminando, a lo largo de la avenida de acacios, por donde se<br />
marchaba todas las tardes la sefiorita Mercedes, guiando su pe-<br />
quefio cocheeito hastja su quinta de Colliguay. Poco a poco, se<br />
fu6 habituando a esa vida apacible y mon6tona. En la casa de la<br />
familia Loyola, donde s610 por excepcih, solfa llegar al&n via-<br />
jero, la familia, despu6s de comer, se reunia en la pieza del cos-<br />
turero, donde rezaban el rosario. En seguida Elena, leia con voz<br />
lenta. algin capitulo de 10s folletines de Carolina Invernizio<br />
o Luis de Val.<br />
Garcia se sentaba en un rinc6n, sin hallar la manera de<br />
participar en las conversaciones que alli se suscitaban. Sentia sx<br />
vida vacfa y sin objeto, sin nada amable que la apartara un poco<br />
de su desesperante quietud. A veces, cosa que le alegraba mu-<br />
cho, la tertulia se animaba, pues venian de visita las Quezada.<br />
Dofia Celia. con sus dos niiias, altas, robustas, casi atl6ticas<br />
Entonces se jugaba a la loteria; dofia Teresa y Elena participa-<br />
ban en el juego, mientras dofia Celia conversaba en un rincitn,<br />
junto a1 brasero, con la seiiora Carmela.<br />
Dofia Celia, era una viejeeita alta, seca, con ademanes y<br />
maneras muy pulcras Siempre estaba conversando de su 61ti-
38 Luis Dwad<br />
mo viaje a Santiago y de 10s prodigiosos adelantos, que segfin<br />
elIa se producian allf.<br />
-Si Ud. viera Carmelita, jc6mo est6 ese Cerro Santa Lucfa!<br />
cada dia mSLs lindo, no me diga, si parece que una rejuvenece a!<br />
verlo. All& en Santiago, estas chiquillas no me dejan parar,<br />
cuando vamos. Es otra vida Carmelita, otra vida. S610 con ir a1<br />
centro, ya es una fiesta. En 10s dias que nos vinimos iba a llegar<br />
el principe de Prusia, y ya se estaban haciendo todos 10s prepa-<br />
rativos para recibirlo. Nosotras seotimos tanto no habernos<br />
podido quedar para verb a su llegada! LSe imagina Ud. con qu6<br />
pompa, viajarhn esos hombres? Lo bnico, que si una no tiene all%<br />
su casa, es plata la que se necesita para gozar. Pero all% se vive,<br />
Carmelita.. .<br />
Do6a Carmela, sonrefa pkcidamente. Ella se sentfa muy<br />
bien en Villa Hermosa. Sdlo la necesidad la hizo ir a Santiago<br />
en dos o tres ocasiones. A ella ]le mareaba ese movimiento, ese<br />
bullicio. I<br />
-No me hable Celita. A mi me enferma Santiago. Ni an-<br />
dar tranquila se puede. Y tanta gente mala que hay all&. Los<br />
diarios no hablan de otra cosa.<br />
Griselda, Is mayor de las Quezada, ee escandalizaba a1 ofrla.<br />
Levantando la vista del tarjet611 de la loterfa, preguntaba ~1<br />
Garcia :<br />
-2Oye lo que dice la sefiora Carmela? $70 es cierto que no<br />
hay c6mo Santiago?<br />
Un mundo de visiones desoladas pasaban por la mente de<br />
Garcia, que respondia desganado :<br />
-Segtin y csmo-yo pienso que para vivir en Santiago se<br />
necesita dinero. De otra manera, a mi modo de ver, es preferi-<br />
hle la vida en provincias.<br />
-Lo que es nosotras no podemos pasar ningtin invierno sin<br />
ir a Santiago, -contestaba Griselda. Yo no veo la hora que mi<br />
mama venda la hijuela para irnos a vivir all&. Ya ven Uds. las<br />
PQrez tan bien que esthn. Hasta Ia Eicira que era bien desenga-<br />
iiadita, esth de novia. Lo que aquf.. .
-Es verdad-decia maliciosamente dofia Teresa cerrando<br />
un ojo con una sonrisa llena de picardia-aqui nosotras las niiias<br />
no tenemos esperanzas. Hasta yo tengo deseos de irme a colum-<br />
piar a la capital. A lo mejor, algo me resultaba. iQu6 no habrhn<br />
tambi6n algunos aburridos de su vida, que se interesen por las<br />
que dej6 el tren? iQu6 le parece don AndrBs!. . .<br />
-Par qu6 no, pues sefiora,-contestaba dste riendo.<br />
En la pieaa vecina, doiia Carmela preparaba el t6, que lue-<br />
'go ofrecia cariiiosa y jovial:<br />
-Bueno pues, dejen un rat0 su juego, para que tomemos<br />
una tacita de agua caliente.<br />
-Por Dios, sefiora Carmela-protestaban las visitas-Ud.<br />
sjempre molestiindose.<br />
Algunas noches venfa don Pedro Arriagada, el duefio de la<br />
tienda del pueblo. Era un bezto solter6n muy ceremonioso y<br />
tortes. Invariablemente llegaba con una cajita de pastillas de<br />
sal6n de las que ofrecia con su mejor sonrisa, a 10s concurrentes,<br />
inclinftndose con grandes reverencias. Haoia siempre especiales<br />
atenciones a Ester, la menor de las Quezada, que se mostraba un<br />
tanto esquiva con 61. Arriagada despues de ofrecerle a todos,<br />
recorria la sala con la mirada diciendo:<br />
-$?o queda nadie sin servirse? Bueno, entonces sirvete<br />
tii Pedro, tambi6n tienes derecho.<br />
Y con la misma ceremonia, sacaba una pastilla de la caja,<br />
para guardhrsela en seguida en cl bolsillo del chaleco.<br />
De aquel Arriagada, se contaba en el pueblo, las mbs diver-<br />
:idas historias. Era, dentro de su cursileria un hombre correcto,<br />
pacato, casi timido. Per0 cuando tomaba unos tragos, se volvfa<br />
un tige segiin la expresi6n de Jnra, uno de 10s mozos del pueblo.<br />
A veces soIfan suscitarse algunas discusiones de carhcter reli-<br />
R~OPO, tema que le apasionaba, entre 61 y algunos de 10s pow<br />
idvenes que Vivian en Villa Hermosa, y que pasaban a verlo<br />
por las tardes. Arriagada detriis del mesh, defendia sus princi-<br />
Pios ardorosamente, enredhndose a veces en tremendas disqui-<br />
aiciones sobre la existencia de Dios, y de como 61, habfa hecha
40 Lzh Dzcrund<br />
conocer SUB leyes a 10s hombres. Reforaaba sus opiniones, con 12<br />
de Manuel, el dependiente.<br />
-Ud. sera muy mi amigo, per0 est0 no lo acepto. No y no,<br />
y no. La confesi6n no es mala, mi amigo. Es e! alivio del alms. E1<br />
refugio del hombre pecador, el descanso de la conciencia. -;NO te<br />
parece Manuel?<br />
Manuelito, como todos le llamaban, era un muchacho ru-<br />
bio de pelo rebelde, y sire chdido. En el rincbn, donde estaba<br />
la secci6n a1mac6nJ pesaba una libra de clavos, o sacaba grasa<br />
de pino del barril, colocado en la entrada del negocio. A veces<br />
Arriagada lo pillaba desprevenido, hablando con un cliente a1<br />
cual despachaka:<br />
--;Un kilo de grampas, me dijo?-Y luego volvihdose pre-<br />
suroso hacia el patr6n: -Chis, claro pues don Pedro, todo buen<br />
cristiano se confiesa.<br />
En tanto, don Pedro, hacia pasar a sus amigos a la tras-<br />
tienda. Con alegre sonrisa les prevenia:<br />
-Ante todo somos caballeros. Yo respeto sus ideas. Resp6<br />
tenme las mias y tan amigos. El hombre por la palabra.. . y,<br />
ya saben Uds., lo demsts.<br />
Entretanto, descorchaba una botella de vino, del mhs or-<br />
dinario que vendia en su negocio.<br />
-Una copa mis amigos, viene bien para el frio y para alen-<br />
tar la confianza.<br />
Los invitados se sentaban sobre 10s sacos de arroz, en 10s<br />
cajones de azGcar o de galletas. Don Pedro, entonces mientras<br />
m8s repetidas eran sus libnciones, mayor era su elocuencia.<br />
Afuera Manuel se hacia tres, para pesar la harina, la manteca,<br />
o medir el tocuyo y el diablo fuerte de la tienda. Cuando ya Ias<br />
sombras comenzaban a invadir el recinto, cerraba las grandes<br />
puertas, ponh las traneas y se disponia a retirarse.<br />
-iManuel! No te vayas, Manuel-gritaba entonces la voz<br />
en6rgica de don Pedro. -Veri acst para ayudarme a convencer<br />
a estos amigos. Herejes pero buenos aniigos, no lo podemos negar.<br />
Los amigos comenzaban a hacer concesiones. La confesih
ealidad se podia aceptar; la comuni6n tambidn. Sf, era cierto,<br />
el hombre necesitaba el freno de la religi6n para contenerse. En-<br />
tomes don Pedro, furiosamente, desclavaba cajones de galletas,<br />
0 abria tarros de salm6n y sardinas. Tito Jara el ayudante de la<br />
contabilidad del molino, uno de 10s mhs descreidos, mostrhbase<br />
emocionado y decidido partidario de las doctrinas substentadas<br />
For Arriagada. Con un pedazd de queso en una mano y e! vas0<br />
de vino en la otra, declaraba solemnemente:<br />
-Me ha convencido don Pedro. Mi palabra. Yo desde mafiana<br />
comienzo a asistir a misa. Todavia es tiempo de salvarse.<br />
-iSursum corda! -gritaba don Pedro en el colmo de su<br />
entusiaemo. -Mientras e1 corazbn lata, mis amigos, el alma pue-<br />
de recibir el aroma de la fe. De la fe que es como la fragancia de<br />
la Aor del parafso.<br />
-iPreludio del concierto celestial!-completaba Jam, ce-<br />
rrando un ojo tras de Arriagada, a 10s demhs que hacian prodi-<br />
gios para no refrse.<br />
-Exacto, exacto. La fe, mis amigos, es el preludio de todas<br />
las dichas que tendremos en nuestra vida futura y eterna.<br />
Aquellas improvisadas reuniones, terminaban, a veces, en<br />
forma tumultuosa. En una ocasi6n en que se encontraba el<br />
Obispo de la dibcesis, de visita en Villa Hermosa, a don Pedro<br />
que habia estado echando sus copas, se le ocurrid ir a presentarle<br />
sus respetos. Pero en la casa parroquial, donde el Obispo se alo-<br />
jaba, no le abrieron por ser ya un poco tarde, o porque el prelado<br />
se encontraba descansando. Arriagada, que esa noche estaba<br />
mhs tigres que nunca, aquello lo tom6 a desprecio y a orgullo.<br />
hers de si se encaramb en el tabladillo donde solia tocar la<br />
banda, para lanzar un discurso incoherente y terrible, en contra<br />
de aquellos, segtin 61, falsos ap6stoles del divino Jesds. Estos, a1<br />
rev6s del maestro de la humildad, andaban en coche con llantas<br />
de goma, y s610 amaban el lujo y el dinero.<br />
Aquello, naturalmente constituy6 el esciindalo miis mafiscu-<br />
10. Se levant6 la mitad de la poblaci6n para llevarlo en vilo, y a<br />
viva fuerza hasta su casa, donde aun continu6 perorando. Per0
a1 dia siguiente cuando le informaron de lo que habfa hecho, se<br />
sinti6 tan mal cpe cay6 a IR cama. Manuel, el dependiente, con-<br />
taba que en 10s dias que siguieron SI incidente, pasaba largas<br />
horas como atontado, o reeando de rodilIas en la trastienda, sin<br />
atreverse a salir hasta el mostrador.<br />
Per0 de aqueIlo ya hacia uc par de aiios largos. Ahora Arria-<br />
gada, cuando salfa, s610 era para hacer visitas de familia, segh<br />
iu propia expresih. Nads de tragos ni peloteras, j7a estaba<br />
viejo para ems trajines. Pastillas de sa16n, pasteles o chocolates<br />
eran ahora sus aficiones. Garcia lo conocib en la casa de la sefiora<br />
Loyola, y desde ese dia Arriagada le manifest6 mucho aprecio.<br />
-Es un joven muy serio-decia-. Sobre todo tan pruden-<br />
te y educadito.<br />
A Garcia le sgradaba y entretenia don Pedro. Era un tips .<br />
curioso. Un tanto amanerado y cursi, pero con un no s6 que de<br />
simpatfa que en realidad lo hacfa apreciable. Euego de sentaree<br />
donde las Loyola, su frase invariable era:<br />
-iPero por qu6 estamos tan tristes! No es posible. La vida<br />
debe ser alegria. Y sin rnfisica no hay alegria. iNo le parece don<br />
And&?<br />
Y sin esperar respuesta, se iba a buscar la guitarra, a la cud<br />
quitaba la funda, con amorosa solicitud. Con ella se iba donde<br />
Ester Quezada, quien despues de muchos remilgos la aceptaba:<br />
-lPor Dios, si estoy tan ronca! No puedo cantar. Les voy<br />
a tocar para el ofdo no mi%.<br />
-No es posible sefiorita Ester. Asi bajito como el otro dia,<br />
gSe acuerda'! Nosotros la acompafiamos. La copa del amor%. .<br />
No me canso de ofrla.<br />
Ester despues de muchas tosecitas, carraspeos y protestas,<br />
comenzaba:<br />
Por aquella calk viene<br />
el moreno a quien yo adoro<br />
y en su bella mano trae<br />
una hermosa cops de ora
P en la eopa de or0 trae<br />
el veneno del amor.. .<br />
43<br />
-jEl veneno del amo or! -cantaba Arriagada, mirftndola<br />
eon su m%s afectuosa sonrisa. Y luego: Que veneno tan agra-<br />
&&le es este del amor. iNo le parece, don Andre%? iNo moriria<br />
Ed. envenenado con amor?<br />
Dofia Celia, comeneaba a arreglarse su pafiuelo de rebozoy<br />
el velo con que se cubria la eabezst.<br />
-2Qu6 hora es, Carmelita?<br />
-Van a ser las once.<br />
-Por Dios, qu6 escftndalo! A estas boras en la calle. Vhmonos<br />
chiquillas.<br />
Si Ilovfa, en el pasadizo, se calzaban 10s ouecos, y una vez<br />
en la calle se apretaban las tres bajo el enorme paraguas. Don<br />
Pedro las solia escoltar hasta la puerta.<br />
Garcia quedftbase solitario, sentado, fumando junto a la ventana.<br />
Recordaba sus noches en el .Paris Soir~. A las diez u once<br />
aquello era un convento. El bullicio y la jarana, reci6n comenzaba<br />
a las 12. En tanto, aquf en Villa Hermosa, ya las nueve de la<br />
noche era una hora avanzada. Largo rat0 se entretenfa en mirar<br />
hacia la calle haciendo conjeturas de lo que pudiera haber entre<br />
el misterio de aquel hueco obscuro, negro con la sombra de 10s<br />
Brboles, en donde reinaba un profundo silencio. A veces lo interrumpian<br />
algunos peones ebrios, que volvfan de alguno de 10s<br />
chincheles del pueblo. Sus voces estropajosas tenian una extrafia<br />
resonancia en la honda quietud. Luego tornaba la calma y<br />
~610 se oia el blando rumor de 10s acacios movidos por la brisa.<br />
P no obstante advertia que una duke esperanza iba entran-<br />
do en su coraz6n. Habia algo que le decfa que ya su vida RO era<br />
tan inbtil. Un sentimiento nuevo, indeciso corn0 una canci6n le<br />
jana le hacfa sofiar iMercedes! Rechazaba obstinadamente su<br />
recuerdo como si presintiera que esa mujer cuyo nombre le re-<br />
bullfa adentro como una caricia, s610 le traeria sufrimientos.<br />
Per0 la soledad le empujaba a recordarla, a cobijarla en el rin-
c6n m&s intimo de sus pensamientos. Garcia era un sofiador,<br />
pero su timidea nunca le acerc6 a una mujer con un llamado<br />
tan intenso; intenso y dulce a la vez, como un secret0 y espesanaado<br />
refugio. Su risa sana, su cuerpo gracioso, sus ojos confiados<br />
de mirada franca y serena llegaban basta 61 como un efiuvio.<br />
Record6 su primer dia en la escuela. Los niBos formados en<br />
el patio, le miraban curiosamente. Mercedes frente a ellos, muy<br />
formal, les recorria con una mirada que trataba de hacer severa.<br />
Luego les dijo:<br />
-Este caballero, es el seiior Garcia, el nuevo maestro que<br />
tendr&n Uds. Deben respetarlo y obedecerle como si fuera yo<br />
misma. Saltidenlo.<br />
Los chicos, unos m&s Ierdos que otros le habfan saludado<br />
descompasadamente :<br />
-iBuenos dfas, seiior profesor!<br />
Garcia se habia encendido para contestar todo confuso:<br />
-iBuenos dias, nifios!<br />
Despu6s Mercedes recorri6 la fila, revis&ndoles las manos,<br />
el pelo, la cars, la ropa.<br />
-T6, Crisanto no te Iavastes hoy. Sucio no miis. iNo sabes<br />
que debes asearte apenas te levantas?<br />
El chico se mostraba, asustado, confundido.<br />
-Es que me mand6 mi mamita.. . Tuve que ir a1 trabajo<br />
a dejarle el desayuno a mi pap&.<br />
-iNo es cierto, seiiorita! -gritaba uno del extreino de<br />
la fila. Estaba jugando denantes ese niiio. El pap& come en la<br />
misma hacienda ahora.<br />
-jSiiif, cuando!. . . No es cierto, sefiorita.<br />
-iA lavarse!<br />
Despu6s con voz breve orden6 :<br />
--Marchen.<br />
Golpeaba las manos para llevar el CGIYI~&~ de la marcha.<br />
LOS chicos daban una vuelta por el patio, antes de entrar a la<br />
.sala.<br />
-iNo pierdas el paso, So&!
-Un - dos - un - dos.. .<br />
Luego, un gran alboroto a1 entrar. Gritos, golpes, pellizcos y<br />
moquetes disimulados. S610 cuando la sefiorita Mercedeq recorria<br />
la fila, 10s chicos se mostraban formales.<br />
Poco a poco, Garcia se fu6 acostumbrando a aquella vida<br />
tranquila. Entre 10s chicos fu6 escogiendo sus amigos. Con ellos<br />
jugaba a las bolitas o a la barra, o en un rinc6n del patio les leia<br />
algunos cuentos de Calleja.<br />
Mercedes, pr6xima a 61, era su bella animadora. Sonriente<br />
le miraba con la misma confianza que usaba con 10s niiios. Sen-<br />
tfase asi, dulcemente protegido; que un 'afecto suave, que una<br />
cordial simpatia nacia entre ellos. En sus horas tristes, ahora le<br />
era grato acercarse a ella, cuando se entretenia con 10s mhs chi-<br />
quitos en las horas de recreo, en juegos de rondas y canciones<br />
infantiles. En esos momentos 10s chicos ponian nervioso a Gar-<br />
cia y sin motivo justificado 10s reiiia. Era un ansia de reconcen-<br />
trarse en si mismo para oir la voz de Mercedes, que le llegaba<br />
como un susurro o como una lue; cada uno de sus pasos 10s sentia<br />
sobre su coraz6n. iAy! qu6 dulce herida dejaban sus pies en su<br />
sensibilidad. Un dia, Mercedes, le sorprendib tan extasiado en<br />
su contemplaci6n, que temerosa de qfie 10s mayorcitos lo advir-<br />
tieran, le dijo sonriendo:<br />
-~$u6 le pasa Garcia?<br />
Y ella misma sinti6 que sus palabras eran tremulas, que su<br />
respirar era agitado y que aun cuando trat6 de dar a su voz un<br />
tono de broma, una duke ternura le habia salido de adentro,<br />
repentinamente, como aparece un ray0 de sol a1 filtrarse por las<br />
rendijas de un cuarto obscuro. Garcia, en silencio inch6 la ea-<br />
beza, per0 en sus ojos azules hub0 una llamarada tan intensa,<br />
que pareci6 que se le habian agrandado en una afiebrada y re-<br />
pentina alucinacih.<br />
Ella le habia dicho, Garcia, asi, en una s6bita intimidad<br />
suprimiendo el sefior, como si comprendiera que era un estorbo<br />
que les impedia acercarse.
VI<br />
-iHasta maiiana!<br />
En la puerta de la escuela, Garcia con el sombrero en la<br />
mano se despedfa de ella. Era para 61, siempre un momento de<br />
indefinible tristeza. iQu6 haria Mercedes durante todas esas<br />
horas? iLe recordaria siquiera un instante?; LGolpearia alguna vel;<br />
.el eco de su voz en su recuerdo, cuando se recogia en sus pensa-<br />
mientos?<br />
Y en ese momento cuando Mercedes, con su blusa de seda<br />
blanca bajo el palet6 granate, se inclinaba sobre el pescante de su<br />
cochecito, para despedirse, 61 trataba de mirarla entera, desde<br />
10s pies hasta la cabeza, donde 10s cabellos negrisimos hacinn<br />
resaltar la blancura de la piel. La CChaquira. en tanto, mano-<br />
teaba impaciente deseosa de ir a disfrutar del pasto jugoso en el<br />
potrero de la quinta.<br />
Mercedes a veces lo veia tan triste, que se demoraba en irsc<br />
forcejeando con la bestia que estironeaba las riendas, mientras<br />
eonversaban de cosas sin importancia, en que, sin embargo,<br />
habian escondidas sugerencias y silencios inquietantes. Por fin<br />
repetia :<br />
-Hasta maiiana, jno?<br />
Y aquel jno? era como una promesa, como una dulce com-<br />
plicidad o como una bella cita en la cual ambos quedaban de<br />
acuerdo.
Una de esas tardes, Mercedes sentada en el coche, convermba<br />
de 10s niiios, de la pobreza de sus padres, motivo que disminuia<br />
la asistencia a clases. Garcia, junto a1 coche, la escuchab<br />
coma si estuviera muy lejos con su pensamiento.<br />
-En realidad, sefiorita, es triste todo eso-respondi6 a1<br />
fin, per0 a veces la pobreaa no es lo que m&s nos hace padecer.<br />
Se me ocurre que hay ocasiones en que uno desearia ser bien<br />
pobre, per0 tener siquiera un afecto que disiparn la pena de senjjirse<br />
tan solo. iNo le parece a Ud., sefiorita?<br />
Ella le mir6 a 10s ojos. En esa palabra Csefiorita. ponia<br />
Garcia su ternura mits honda, ern como si ilusionado se olvidara<br />
del estado civil de ella y se aferrara a la idea de que era libre<br />
y asi, alguna vez podria retornarle con otra palabra afectuosa<br />
ese tratamiento. Sonriendo, le contest6:<br />
--De veras, tiene Ud. raz6n. La vida siempre es incompleta,<br />
contradictoria, pues nunca se tiene lo que se quiere, o lo que esperamos,<br />
llega cuando no lo podemos recibir.. .<br />
Y como temerosa de haber traslucido lo que sus pensamientos<br />
ocultaban, estirone6 las riendas de la yegua exclamando:<br />
-jSociego, Chaquira! iEs miis hambrienta esta yegua!<br />
Por las macanas apenas tranquea cuando venimos, per0 a la<br />
vuelta se va como disparada.<br />
Garcia, aparentando no habcr ofdo estas palabras, contest6:<br />
--Creo que en la vida hay que saber esperar, y nunca ea<br />
tarde para alcsnzar un poco de dicha. P la dicha s610 se consime..<br />
.<br />
Una stibita confusi6n le asalt6. Encendido, como le pasaba<br />
siempre, tartarnude6 mirando a1 suelo, sin atreverse a concluir<br />
SU pensamiento. Ella con las riendas listas y una sonrisa adorable<br />
y maliciosa, le pregunt6 lentamente:<br />
-j,C6mo?<br />
-En el amor de dos seres, en ese amor que sc alza por enaims<br />
de todo, para oir finicamente la voz del corazbn.<br />
Ella tuvo un gesto desemantado:<br />
-iLa voz del coraz6n! ;Existirh esa voz de que habla Ud.? Yo<br />
47
48 Luis Durand<br />
por lo menos lo dudo, mejor dicho creo que no existe. Una<br />
vez crei oirla, pero seguramente me equivoqu6, pes, si es asi,<br />
no tiene nada de hermoso, de esa cosa tan grande de que hablan<br />
10s libros. Y a prop6sito de libros, jno tiene Ud. otro mfts alegre<br />
que ese que me prest6 ayer? Ese .Poquita cosa)> es tail triste,<br />
que es como para ponerse a gritar de pens. Ii para penas, nunca nos<br />
faltan mfts de alguna.. .<br />
Y como si enervada, quisiera descansar de esa tensi6q si-<br />
gui6 hablando, en voz baja, suave, afectuosa; como en una con-<br />
fidencia :<br />
--Me he fijado que a Ud. Garcia, le gustan mucho 10s li-<br />
bros tristes. Ud. tambieb es asi.. . $or qu6? Es cierto, tambidn,<br />
que debe encontrarse muy solo aqui. Uno de estos Domingos<br />
tiene que ir a almorzar conmigo a mi casa. iQuiere?<br />
Aquella dltima palabra, fu6 para Garcfa como una caricia,<br />
como una flor olorosa que le hubiera rozado la cara. No le con-<br />
test6, pero sus ojos azules se agrandaron en una mirada rendida,<br />
casi humilde, cuando ella nlzando la mano enguantada le grit6<br />
desde el coche en movimiento:<br />
-iMasta mafiana!<br />
Qued6se solo sobre la calzada. Pronto el cochecito se perdi6<br />
en una nube de polvo y luego en una curva del camino. Sentfa,<br />
entonces una verdadera necesidad fisica de seguir andando, en<br />
la misma direcci6n. Sobre el camino se amontonaban Ias hojas<br />
marchitas. Era el Otofio. Pasaban las carretas cargadas de cho-<br />
clos y de porotos cuyos capis desteiiidos se asomaban por entre<br />
la quincha. Muy pronto las sombras caian sobre las huertas si-<br />
lenciosas arrebujiindolo todo de misterio. En los aguazales las<br />
ranas comenzaban su tonada tr6mula y dcscompasada, mientrae<br />
como pftjaros invisibles y doloridos venizn desde el fondo de la.<br />
calleja las campanadas que llamaban a la oracibn de la tarde.<br />
Pequefios rebaiios de lanares cruzaban el camino para entrar<br />
con gran alboroto de estrellones y balidos en alguna puerta a<br />
medio abrir. Alguna vaca volvfa la mama cabeza para bramar<br />
sosegadamente, esperando a1 ternerillo rezagado, entretenido en
Mercedes Urizm<br />
&spuntar las ramm bajas de 10s hlamos. Todo a esa hora se .ernpapaba<br />
en melancolfa. El canto de un pBjaro, el rechinar de una<br />
puerta sobre sus goznrs enmohecidos, el grito de un niiio que traspasaba<br />
las sombras, adquirfa un acento extrafio y triste. Un<br />
vientecillo trasminante gemia como una trutruca indigena en la<br />
oquedad de 10s tranqueros.<br />
Garcia sentia entonces una angustia tan punzante que era<br />
casi una enfermedad. Tal si sus pensamientos dolorosos le flagelaran<br />
la carne y le maceraran el est6mago. Experimentaba<br />
]a necesidad de tenderse, de no hablar, de recogerse en el silencio<br />
para ofr el acento lejano de la voz de ella, de Mercedes, cuya<br />
partida le hacfa el efecto de una desgarradura ffsica.<br />
Tendido sobre su cams, oia el gri-gri, apenas perceptible de<br />
un grillo, o la musiquita del viento en una rendija. Poco a poco,<br />
su risa, sus pasos, sus actitudes, su voz, le llenabac la mente por<br />
completo. La vefa graciosa, cuando en el patio hacia gimnasia<br />
a 10s chicos, y tomada de la mano con ellos, giraba en rondas<br />
juguetonas. Sus piernas mostraban entonces mejor que nunca,<br />
su curva fina y Bgil. Su talle flexible se movia con la misma facilidad<br />
que 10s chicos. Su boca de labios un poquito gruesos, se<br />
encendia como una fruta madura, como una cereza que convidara<br />
a, morderla.<br />
Una intensa agitaci6n ponfale una sensaci6n tremante en<br />
el cuerpo. iEn que iria a parar aquello? Una voz cruel: lejnna,<br />
insistente le golpeaba el cerebro. iNunca! Nunca serian para 61<br />
ninguno de 10s encantos de esa mujer, cuya belleza parecfa go-<br />
recer en cada mafiana y adquirir un matiz m5s atrayente para<br />
sus ojos admirados. iNunca! Jam& besarfa su boca, jarnfts su<br />
rostro se indinaria sobre la tibia seda fragante de BUS cabellos.<br />
y de pronto, una ansia ardiente lo quemaba, lo calcinaba. Vda<br />
SUs senos, sus muslos tibios y dulces, su sexo, lftmpara ardida de<br />
misterio, principio y fin de la dicha, en donde se adormecfa el<br />
divino estremecimiento. Y entonces 10s pensamientos eran cor-<br />
cdes locos, desatados, esparrancados despub, jadeando sin<br />
Poder seguir huyendo de aquella llama devorante. Wasta que<br />
4
50 Luis h r d<br />
encontraba sus OJOS. bus ojos hondos, remanso de suavidad, de<br />
promesas infinitas, oasis de frescura, de calma que le llevaha<br />
nuevamente a su Bxtasis, a sus rosados caminos de ilusi6n.<br />
Desesperado se ponfa de pie. Se empapaba con agua helada la<br />
cabeza, y fumando cigarriIIos unm tras otros, se paseaba con<br />
ganas de acostarse, de salir, de correr o de gritar. Iba a la mesa,<br />
sin deseos de comer, sintiendo una inquietud apremiante, que<br />
a veces lo hacfa ser hurafio con las gentes de la casa, en medio de<br />
las cuales, sentia cada vez mas, la intimidad del hogar. Dofia<br />
Teresa le solia embromar:<br />
-Algo le pasa a Ud., sefior Garcia. iQue no le han escrito de<br />
Santiago? Alguna ingrata serh. Pero si lo olvidan, haga Ud. lo<br />
mismo. "Yo creo que por aqui no es tan dificil encontrar un<br />
consuelo.<br />
Garcia sonreia sin ganas. M&s de una vea a1 levantar la<br />
cahza, vi6 sobre 61 la mirada de Elena, en la cual no sup0 ex-<br />
plicarse si habfa admiraci6n o curiosidad. AquelIa chiqui-<br />
lla tenfa algo de flor de invernadero, demasiado frSgil fisi-<br />
camente y en extremo sensitiva y retraida. Habia en ella esa<br />
belleza fugaz del sol invernal cuando aparece por entre las nubes,<br />
pues tras una sonrisa su mirada se tornaba esquiva y casi hura-<br />
iia. Algunas veces Garcia pensaba que podia intimar con ella, y<br />
poco a poco hacer nacer un carico. Quien sabe si asi conseguiria<br />
olvidar aquella otra que jamas serin para B!. Pero las palabras<br />
no le salian. La conversaci6n languidecia y terminaba por le-<br />
vantarse de la mesa para ir a pasearse por la calle solitaria.<br />
En una de esas ocasiones se encontr6 con Arriagada, quien<br />
le present6 a Alfonso Fuentes, estudiante de agronomia que<br />
ahandon6 sus estudios y vivia allf con su madre. Esa misma no-<br />
c
-Vamos compadero, all% va a conocer un par de chiquillas<br />
Corn0 se pide. De lo bueno, bueno.. .<br />
-Pur0 y garantido, mi alma-dijo Galarce bromeando.<br />
Deseoso de distracci6n, acept6 agradecido. Por el camino<br />
se les uni6 Javier MCndez, que era el comandante de la Policfa<br />
Comunal, y Tito Jara.<br />
-Hombre, y yo casi la pierdo-dijo Jara. Estuve toda la<br />
tarde con un dolor de muelas tremendo, que me tenia desesperado.<br />
Por suerte con unas obleas que me mandaron de Temuco,<br />
se me quit6, a6n que siempre tengo muy delicado la parte<br />
de la muela.<br />
-iQu6 barbaridad!-exclam6 M6ndez-Ud. sufre porque<br />
quiere pues compaficro, cuando con una gotita de parafina no<br />
siente m%s la muela. Es maravilloso el efecto que hace.<br />
-No hay caso-replic6 Jara riendo-Ud. sefior Garcfa,<br />
juo conoce a1 medico m%s prodigioso de estas tierras? Aqui lo tiene<br />
pues. Es el doctor Parafina. Este doctor receta la parafina hasta<br />
para las enfermedad del amor.. .<br />
Lo pasclron magnificamente en casa de la familia CBspedes<br />
que era una gente simpatiquisima. En un ambiente muy cordial<br />
y alegre la fiesta se desarroll6 hasta que aparecieron las primeras<br />
luces del alba. Las dos chiquillas, Nora y Elba, eran bellas y graciosas,<br />
llenas de amable condescendencia en todo lo que ayudara<br />
a animar la fiesta. Nora, de rostro casi perfecto, estaba, a instancias<br />
de su padre, de novia con Juan Osores, un vejete muy<br />
relamido, gerente de la feria de Temuco, y hombre de muchos<br />
pesos. Esa noche con su cuello alto y almidonado, rendia el mbximun<br />
de sus 6ltimas gallardfas sacando en cada baile a su novia.<br />
No obstante, Tito Jara que todo el tiempo hacia chistes, celebrados<br />
ruidosamente por la concurrencia, la sacaba de nuevo a<br />
badar, apenas Osores fatigado y tembloroso la dejaba en su<br />
asiento.<br />
-No sea tan abusador pues don Juan. DCjenos siquiera<br />
akuna vez bailar con la Norita, ahora que todavia est% soltera.<br />
iQu6 mbs irh a ser despu&! Por Dios, ique hombre tan terrible!. . .
52 Luis Durand<br />
La seftora Cdspedes, tocaba el arpa maravillosamente. Elba<br />
la acompaiiaba en la guitarra p Nora cantaba con una voz duke,<br />
un poquito nasal en la que habia cierto inf exi6n de tristeza. Las<br />
bandejas se sucedi'an unas +*as otras. Siempre se encontmba<br />
motivo para servirse mistela, apiado, ponche, etc. Tito Jara,<br />
tenia una especia! preocupnci6n por servirle tragos a Ozores,<br />
cuyo cuello almidonado, se arrugaba en grandes canalones de<br />
audor.<br />
- iEste don Juan es muy gallo: Asi hasta quidn no espera-<br />
le decia Jar, dhdole confianzudas y amistosas palmadas en In<br />
espalda.<br />
--H que m8s tiene pues joven Jara-contestaba el otro con<br />
cierta sonrisa de vanidad satisfecha que no sabia ocultar.<br />
Hable Ud. pues. Ahi est& la Elbita que con alguien se tiene que<br />
casar.<br />
Jara haciendo una morisqueta muy signifieativa, le decfa<br />
en el oido:<br />
-Si Ud. me da la receta.. . iqu6 nos demoramos? Todo creo<br />
yo que depende de la tinca que se le ponga. Pero de todas layas,<br />
para mi que en esta cuesti6n Ud. tiene sus secretos. Diga con<br />
franqueza don Juan, iqud le dijo a la Worita para enamorarla<br />
tanto?<br />
Osores reia plhcidamente COD las bromas de Jara, y sacando<br />
su paiiuelo empapado en agua colonia, se limpiaba cuidadosa-<br />
mente 10s labios, como una mujer despu6s de empolvarse.<br />
- Bueno con el hombre Bste, tiene obra y no la trabaja.. .<br />
-Es que llegu6 atrasado don Juan, parece que Ud. se pus0<br />
las botas de siete leguas, para dejarme tan atrhs.<br />
En tanto que 10s grados de alcohol subian, la reuni6n co-<br />
braba mayor animaci6n. Alfonso Fuentes, gordo, casi obeso,<br />
con una mirada lejana y romhntica en sus grandes ojos verdes,<br />
declamaba versos, a 10s cuales era muy aficionadc, ante un gru-<br />
PO de muchachas que en un rinc6n de la sala le oian embelesrt-<br />
das. Garcia, a quien 10s tragos habian dado una inesperada ani-<br />
macih, bailrtba un vals languid0 y arrastrado con Elba.
La seiiora CBspedes anunci6 de pronto:<br />
-Tengan la bondad de pasar a la mesa. Por ahora se van<br />
a tener que sacrificar, para otra vez sera mejor.<br />
-Yo estoy dispuesto a1 sacrificio-grit6 Jara-pero es pre-<br />
cis0 antes saludar en debida forma a la mesa. No podemos entrar<br />
sin bailar una cueca con la dueiia de casa. El primer pie lo baila<br />
la sefiora con don Paocho, el segundo Pedro Arriagada, y el<br />
tercer0 esta mamita. con la seiiora, si acaso todavia es tan<br />
ccafamada, como dicen.<br />
-$Iurra!--gritb en ese momento Arriagada, que a pesar<br />
de toda su compostura, pues Ester Quezada era de las invitadas,<br />
comenzaba a sentir unos impetus terribles. Eso se llama hablar<br />
bien, p jviva la alegria!<br />
-Ya Torchi, has de cuenta que est8s en el Piave. iAl piano,<br />
a1 piano!<br />
Torchi que era un mozo simpatiquisimo, de un salto estuvo<br />
junto a1 piano. Nora, con loa ojos hondos, tristes, como si sofiara,<br />
sacabs acordes du.lces, gemidos largos y armoniosos a1 arpa.<br />
V de pronto, corm un grito, como UTI lamento, que era tambi6n<br />
un ruego amoroso, surgi6 la voz de la chiquilla:<br />
El clavel y la rosa<br />
se enamoraron, se enamoraron<br />
10s claveles y rosas<br />
siempre se amaron.. .<br />
La duefia de cam, muy akgre bailaba ante la expectaci6n<br />
risueAa y carifiosa de 10s conviclados. Don Pancho gallardamente<br />
trataba de arrinconarla, pero ella en la vuelta, recordando sus<br />
mejores tiempos le ataj6 con un zapateo tan gracioso, que la<br />
concurrencin les lanzaba 10s m8s entusiastas epitetos.<br />
-Ese no es clave!, parece cardo por lo espinudo!<br />
-jNo lo mate doiia Rosa, por Dios!<br />
-jFSsenle un ahanico, para que pueda respirar!<br />
El piano parecia, crujir, mient-as Torchi con su voz arreve-<br />
s3
54 Luis &rand<br />
zada de italiano, seguia a Nora en su canci6n. Jara de un brinco<br />
se interpuso de pronto gritando:<br />
-iYo lo defender6 don Pancho antes que lo maten!<br />
La sefiora CBspedes, tenia fama de bailar bien la cueca.<br />
Habfa en ella toda esa gracia tfpica y sabrosa de 10s gloriosos<br />
tiempos de nuestra danza. Hi entonces fu6 tal la alegria y el en-<br />
tusiasmo, que la easa daba la impresi6n de venirse abajo. Tito<br />
Jara que se creia un maestro, se encontraba con la horma de su<br />
zapato. En el centro de la sals, sus cuerpos segufan las mismas<br />
infiexiones de la miisica, ya ondulando, ya zapateando o persi-<br />
gui6ndose en avances y amagos maliciosos e intencionados.<br />
De pronto: Jara. con esa galanteria del hombre que siente la<br />
necesidad de rendirse ante una mujer, abri6 10s brazos gritando:<br />
-iAuxilio, auxilio!<br />
Arriagada, Vicente Galarse y el mismo Torchi que daba unos<br />
saltos estrafalarios, lo reemplazaron frente a la sefiora, mientras<br />
Jara ahora apaleaba el piano en forma estruendosa. Dofia<br />
Rosa fu6 llevada despu6s en triunfo hasta la cabecera de la mesa,<br />
en la cual se amontonabnn frutas y viandas en forma verdadera-<br />
mente fant8stica. Pavos, tortas, dukes, licores. Tito se deses-<br />
peraba :<br />
-Yo me voy, sefiora Rosita. Despu6s que casi me mata, no<br />
le tiene ni qu6 comer a uno. Es un verdadero abuso.<br />
La alegrfa no decreci6 un momento. Los plstos eran servi-<br />
dos por las nifias de la casa y por las Quezada. Tito Jara siempre<br />
inquieto hacia frecuentes incursiones a la cocina, no sin visible<br />
molestia de don Juan Osores que entonces le miraba con car& de<br />
pocos amigos. A la hora de 10s postres, don Pedro se levant6<br />
para brindar por la eterna paz cristiana de 10s duefios de casa y<br />
de las nifias,
Alfonso, gordo, mesurado, le aclar6 cordial y afectuoso.<br />
-No son mfos 10s versos, Pedro. Son de un peruano. Un<br />
bardo ilustre.<br />
-iSf, no? Miren no m&s. No se puede negar que es inteli-<br />
gente el peruano iinteligente, inteligente! Pero 10s versos, en es-<br />
tos casos, son del que 10s dice, asi como las canciones son de la<br />
cantora cuando las canta bien.<br />
La guitarra estaba ahora en manos de la seiiora CBspedes,<br />
que cantaba una especie de redondilla, dirigida a cada uno de 10s<br />
comensales y comenzaba asi :<br />
Estando en la reuni6n<br />
hay que seguir el destino<br />
sirvase su copa, su copa de vino<br />
sirvasela toda la copa de vino.<br />
El dltimo verso se iba repitiendo hasta que el aludido va-<br />
ciaba su copa. Entonces la cantora seguia con el m&s pr6ximo<br />
hasta dar vueltas la mesa. Todo aquello con graciosas varisntes<br />
que eran muy celebradas.<br />
Aquella fiesta dej6 imborrables recuerdos en todos 10s asis-<br />
tentes y sus incidencias fueron el comentario obliaado durante<br />
muchos dias. Para AndrBs tuvo un sabor novedoso y grato. FuB<br />
tambi6n el principio de otra vida mSts entretenidrt, pues en ella<br />
conoci6 a toda la juventud de Villa Hermosa.<br />
NO obstante, sus nuevas amistades a veces le producian<br />
un verdadero fastidio. Siempre la misma cosa: el chismecillo, el<br />
poker de veinte para cuarenta, 10s cuentos colorados y de tarde<br />
en tarde en las noches de luna, especialmente, algdn paseo por<br />
la larga avenida de acacios. kina de esas noches llegaron muy<br />
cerca de la quinta de Mercedes. Desde un altillo, Fuentes, mostr6<br />
a Garcia la cam de ella, semienvuelta entre 10s Strboles del<br />
jardin.<br />
-Es una mujer que manda muchas fuerzas su patrona, com-<br />
PaBero Garcfa-le dijo Jara.
56 Luis Durand<br />
-De veras-exclam6 Fuentes, -y tan tonta que fud.<br />
Ese imbtcil de Arlegui no sup0 lo que tuvo, era un farsante. La<br />
Merceditas merecia otro hombre, y DO ese sinvergtienza, porque<br />
era hart0 dije y buena. Yo la conozco desde chiquilla.. .<br />
--Corn0 dije lo es todavfa, y bastante-dijo Garcfa con<br />
insegura voz.<br />
-+Hem! CompBAero no se entusiasme demasiado mire<br />
que ya anden moros en la costa-interrumpi6 Jara.<br />
-No seas mala lengua Tito-intervino Torchi. Apucsto<br />
que ya quieres pelar a la sefiorita Mercedes.<br />
Garcfa, sintiendo una tremenda angustia, una inquietud<br />
que no sup0 disimular, mir6 sucesivamentc a sus acompaiiantes.<br />
Luego haciendo un esfuerzo supremo sonri6 :<br />
ut es eso de moros en la costa? iQut es lo que quiere<br />
decir el amigo Jara?<br />
El otro soh6 una ruidosrt carcajada.<br />
-iCaramba, con que esas tenemos! Calladito el hombre<br />
se quiere comer el dulce.. .<br />
Calmosamente, Fuentes intervino, para explicar la alusih<br />
de Jara.<br />
-No le haga cas0 a este gallo, porque es un frito. Lo que<br />
hay es que el visitador Olivares, viene muy seguido a verlas.<br />
Y Ud. sabe que pueblo chico, infierno grande. La gente dice que<br />
le hace el amor a la Merceditas. Yo, por mi parte, no lo ereo.<br />
Es amigo muy antiguo de la casa. Posiblemente 61 le busque el<br />
ajuste, per0 ella no lo lleva. Es medio cargante el tfo ese.. .<br />
-Arlegui era peor todavfa.. .<br />
-Sf, tal vez, per0 por una vez eso est6 bien. No creo yo<br />
que la Merceditas vaya a hacerle cas0 a Olivares, que puede<br />
ser su padre. Lo atiende porque 61 es muy servicial con ellas.<br />
Creo que fut quien la meti6 a esa escuela, para que la Merceditas<br />
tuviera en que entretenerse. A mi parecer ahf no hay m6s que<br />
amistad. Asf es que Ud. compaiiero, puede eatar tranqui-<br />
lo.. .<br />
Las filtimas pdabras dichas con socarrona y maliciosa in-
Mercedes Urhar 57<br />
tenci61l provocaron una explosi6n de risa, en la cual el mismo<br />
AndrBs tom6 parte, m&s luego serenhndose dijo :<br />
-Son Uds. muy bromistas y creo que lo hacen sin otra in-<br />
tenci6n que la de pasar el momento, per0 comprenderh que el<br />
hecho de que yo la encuentre m&s o menos bien a !a seiiorita<br />
Mercedes.. .<br />
-No cambie las palabras, denantes dijo que era dije, bo-<br />
nita.<br />
-Todo lo que Ud. quiera mi amigo. Per0 convengamos que<br />
es una sefiora y adem&s es mi Jefe, le debo consideraci6n y res-<br />
peto. Una broma se convierte en chisme, el chisme en calumnia.<br />
-No se ponga trhgico, joven.<br />
-No, es verdad lo que dice Garcia-convino Fuentes.<br />
Es peligroso haccr bromas asi. Para el momento pase, per0 no<br />
para seguirlas.. . a menos que el afectado d6 motivos.<br />
Alfonso Fuentes era un hombre bondadoso y sincero. Serio,<br />
conciliad or, buen amigo, siempre intervenia en las discusiones<br />
mits violentas con tan buen tino, que lograba apaciguar 10s hi-<br />
mos y hasta hacer reir con una broma hien intencionada.<br />
Siguieron caminando hacia Villa Hermosa. Era una noche<br />
de Sunio, fria, silenciosa. La luna se mostraba, limpia, reluciente,<br />
a1 centro de un circulo que parecia haber sido trazndo con un<br />
brochazo de nubes plomizas, en el cielo profundo. Cantaban le-<br />
janamente 10s gabs unos despu6s de otros. Desde lo alto cafa<br />
sobre la aldea una paa suave, empapada en blancura lunar.
P<br />
VI1<br />
Un bordoneo mon6tono, llenaba la sala. Los chicos inclina-<br />
dos sobre sus libros estudiaban la lecci6n en sus silabarios.<br />
Como las ovejas cuando lanzan un balido y todas las dembs le<br />
siguen el mismo tono, 10s chicos se iban siguiendo el sonsonete.<br />
Por las ventanas entraba, el sol, un hermoso sol de Junio, que<br />
atemperaba el vientecillo Bspero que se colaba por 10s vidrios<br />
trizados.<br />
Pobres trajes de casineta, piececillos desnudos amoratdos<br />
de frio, ojos claros, inteligentes, alegres y dulces, como una<br />
buena intencih, algunos. Obscures, taciturnos y esquivos, con<br />
10s p6mulos pronunciados, 10s mhs. Algunos distraidos miraban<br />
hacia arriba siguiendo un rayo de sol, que se quebraba entre las<br />
vigas, o se rascaban la cabeza con expresi6n despreocupada,<br />
per0 cantaban igual que 10s demBs:<br />
-Federico - era - un - niiio - muy - miedoso -<br />
En tanto, Garcia se paseaba entre 10s bancos, con el pens&-<br />
miento completamente ausente, sin darse cuenta de lo que le<br />
rodeaba. Con el cigarrillo en 10s labios, y las manos en 10s bol-<br />
sillos del abrigo, pensaba en lo que le dijeran sus amigos sobre<br />
Mercedes que en la sala vecina hacia su clase.<br />
-iQue idiotez-pens6-Lque saeo yo con llevarme pen-<br />
aando en ests mujer? Convertirme en un imbecil y nada mhs.
Mercedcs Urizur 59<br />
Hay que buscar algo que nos distraiga y nos saque de esta obse-<br />
si6n ridicula. iY no hay m&s!-grito de &bit0 en voz alta, dando<br />
un puiietazo sobre un banco pr6ximo con tal fuerza que todos 10s<br />
chicos detuvieron su canturreo, para mirarlo extrafiado.<br />
-Estudien, estudien-dijo entonces confundido, como si<br />
~610 en ese momento se diera cuenta de que estaba en medio<br />
de ellos.<br />
Los chicos tornaron a su bordoneo, mientras Andr&, pren-<br />
dia otro cigarro. Y de pronto la voz de Mercedes, surgi6 desde la<br />
otra sala, Clara, suave, dulce como si estuviera sofiando bajo la<br />
luna, y luego cristalina, como la de una chiquilla que soltara 1s<br />
limpia vertiente de su risa.<br />
Es el sol, es el sol<br />
lindo sol<br />
cuyo rayo<br />
me llam6.. .<br />
Garcfa sinti6 entonces que aquel canto sencillo, se le entra-<br />
ba en esa voz, como una luz, como un aroma que le ponia alas<br />
y le hacia remontarse a una regida de ensuefio:<br />
-Lindo sol, cuyo rayo<br />
me llamb!. . .<br />
iLa voz de Mercedes! Cerr6 10s ojos para verla, para imagi-<br />
narla frente a sus nifios sosteniendo una pequeiia regla, con 10s<br />
bellos ojos intensos, llenos de luz alegre y la boca encendida:<br />
-iLindo sol!<br />
De veras, era un ray0 de sol que le llevaba por caminos her-<br />
mosos. iQu6 importaba sufrir? Sufriria en silencio guardando<br />
aquel tesoro de ensueiio que su amor le ofrecia. Su vida era tonta,<br />
sin relieve, sin nada que le arrancara de esa monotonfa de yivir<br />
sin esperar nada. Un dfa le sonreiria, otro cantaria como ahora<br />
Y todo eso iria hasta su coraz6n como un rocio fresco, comQ una
60 Luis Durand<br />
huella que se abre paso entre sus pensamientos, pefias ttsperas,<br />
donde no arraig6 nunca una planta, de donde surgiera la graaia<br />
de una flor. iQui&n sabh lo que guarda un destino? Cofre ceaado,<br />
entre sus secretos alguna bella sorpresa podrfa ofrecer. Acaso<br />
tambih, jno era posible que ella lo amara y ambos pudieran<br />
sentirse transfundidos en la transparencia de un afecto ideal?<br />
Una limpia claridad ponia un rebullir confiado en su cora-<br />
z6n. Toda su existencia, habfa sido cle tristezas, de fracasos, de<br />
ansias jam& realieadas. LPor qu6 un dfa, no podia llegar hasts 61,<br />
un poquito de dicha? En la sala vecina se habia hecho ahora un<br />
silencio completo, per0 su voz segufa cantando dentro de 61.<br />
Una ternura inmensa, le subia hasta 10s Iabios, para pronuneiar<br />
muv quedo, su nombre, su nombre que era tan lindo, porque ella<br />
lo llevaba: iMercedes!<br />
Lindo sol, cuyo rayo me llam6.. ,<br />
Y de pronto el hielo de la realidad, vino a echarle por tierra<br />
su atlchzar de quimeras, nn acontecimieato vulgar, a1 parecer<br />
sin importancia. La puerta se habia abierto y por ella apareci6<br />
un seiior aha, vestido correctamente, junto a Mereedes. Bien<br />
parecido con un rostro bondadoso, pero con unos ojos inexpresi-<br />
vos, como si quedaran ausrntes de su rostro cuando sonreia o<br />
hablaba. Traia una cartera de cuero bajo el braze; y Garcia<br />
antes que ella se lo presentara sup0 el nombre del reciEn Ilegado.<br />
Una voz que parti6 de su coraz6n ya se lo habia dicho:<br />
-El sefior Olivares, -el sefior Garcia.<br />
La voz de ella reson6 en 61 como si tuviera UWB alegria nueva<br />
que le nacfa repentina, una alegrfa que 61 antes no advirtiera;<br />
sus ojos confiados, fuueron serenamente de uno a otro serilblante,<br />
para agregar :<br />
-El seiior Olivares es el Visitador.<br />
Garcia sonrib con visible esfuerzo, mientras sus pensa-<br />
miento$, fierecillas encadenadas le decfan: iClaro si yo 86, que ea
Mercedes Urizar 6f<br />
el Visitador! Si ya s6 que es su querido seiior Olivares, que es<br />
tan heno. segdn Ud.!<br />
El visitador, en tanto miraba a Mercedes con afable sonri-<br />
sa que se tradujo por filtimo en un:<br />
-Muy bien, muy bien.. .<br />
Los chicos en tanto, simulaban leer, mirando a hurtadillas<br />
hacia el pnpo. Afuera sobre el nispero del patio inundado de<br />
sol, revoloteaban unos phjaros. El visitador habia dejado su car-<br />
tera sobre la mesa, y se restregaba las manos despaciosamente.<br />
--Un poquito de frfo, jno?<br />
-Sf, en realidad, -contest6 Garcia con fria atenci6n.<br />
El sefior Olivares hizo un gesto desencantado:<br />
-La educaci6n esth desatendida en este pais, sefior! Salas<br />
desabrigadas, difjcultad para observar la higiene, falta de mate-<br />
rial apropiado. iUna cosa terrible! Nosotros ya sabemos lo que es<br />
eso, jno es cierto?-termin6 volvi6ndose a Mercedes.<br />
La joven sonrefa sin hablar. Encogida con las manos en el<br />
bolsillo del abrigo, cuyo cuello se habia subido, estaba en la ac-<br />
titud de una persona aterida. Luego con leve tiritbn, y cierto<br />
acento que reson6 zalamero en 10s oidos de Garcia contest6:<br />
-Si, per0 Ud. tiene mucha culpa. Podia habernos conse-<br />
guido una estufa siquiera. En este frigorifico el reumatismo nos<br />
va re hacer salir muy pronto en silla de ruedas. Ud. que tanto<br />
amigo tiene allh en la Direccibn, pudo habernos conseguido<br />
alguna de las muchas cosas que necesitamos.<br />
El otro sonrefa afectuoso, demostrando a Mercedes a1 di-<br />
rigirse a ella, una confianza que bien podia ser de amigo o de<br />
amante, pero no de Jefe a subalterno:<br />
-Es que de todits partes llega el mismo clamor. No crea<br />
Ud., mi amiga, que no me preocupo de mis escuelas cuando VOY<br />
a Santiago, per0 la politiqueria, 10s empeiios.. . Vaya Ud. a<br />
saber! Hasta nuestros derechos mhs legitimos a veces son atro-<br />
pellados.<br />
Eablaba en general, sin referirse a ningfm cas0 en particu-<br />
lar, pero Garcfa crey6 entender en aquella G!tima frase, una alu-
62 Luis D U T ~<br />
si6n a 61, por haber sido nombrado sin tener titulo, per0 en ese<br />
momento Mercedes desvi6 la conversaci6n, explicando a Oli-<br />
vares, el porqu6 de la escasa asistencia, en relaci6n con la matri-<br />
cula y que se debfa a la pobreza de las gentes del pueblo, raz6n<br />
que privaba a muchos padres de mandar a sus chicos a la es-<br />
cuela.<br />
-En estos dias tan helados, yo 10s hago correr todas ks<br />
mafianas una media hora para ahuyentar el frio. Otras veces,<br />
yo misme les hago una fogata bajo el galpbn. iPobrecitos, hay<br />
que ver como llegan 10s chiquitos! Da realmente pena.. . &No<br />
es cierto seiior Garcia?<br />
-Asi es-contest6 &te con el tono vago de quien est6<br />
pensando en otra cosa.<br />
-Y Ud., seiior-dijo entonces el Visitador-zingresa recien<br />
a la instrucci6n? No tiene titulo, jno?<br />
-No, sefior, no tengo titulo.<br />
-Eso es lo malo. No lo dig0 por Ud. en especial, per0 10s<br />
normalistas que han hecho sus estudios para cumplir este objeto,<br />
se perjudican con esta situaci6n. AdemSs hay muchos de 10s que<br />
ingresan en esta forma que estarian mejor para alumnos que<br />
para maestros.<br />
-Si, eso es cierto,-interrumpi6 vivamente Mercedes-<br />
per0 esa es gente que no se interesa por su empleo ni le toma<br />
carifio a la ensefianza. En el cas0 del seiior Garcia, yo me hago un<br />
deber en declararle que lo ha tomado con verdadero empeiio,<br />
como Ud. lo podrb apreciar.<br />
-Muy bien, muy bien. . Vamos a ver, vamos a ver.. .<br />
Sonreia con su caracteristico aire bonachbn. En seguida,<br />
adoptando un tono de atenta y grave autoridad, dijo a Garcia:<br />
-2Quiere tener la bondad de seguir su clase?<br />
Y luego con su tono mbs afable a Mercedes:<br />
-Vaya no mbs a atender su sala.<br />
Andr6s que todo el rato habia estado pensando en &to, se<br />
turb6 visiblemente. iQu6 triste era su situacibn! Tal vez incurri-<br />
ria, dominado por sus nervios, en una serie de errores que el se-
Bor Olivares le reprocharia en presencia de ella. Y lo tendria que<br />
soportar. No era posible ponerse frente a quien tenia la autori-<br />
dad. Se le hizo odiosa la presencia de aquel hombre. Un deseo<br />
obscure, desconocido en 61, le subfa con fuerza inusitada esti-<br />
rone6ndole 10s nervios : saltar sobre el Visitador, para estrangu-<br />
1arI0, para abofetearlo, para morderlo rabiosamente. Le moles-<br />
taba, le irritaba que la mirara siquiera. Se le figuraba que le<br />
quitaba algo de ella, que la manchaba con 10s deseos que segura-<br />
mente se ocultaban tras de sus miradas. Estaba piilido, con una<br />
sombra extraiia en el semblante. Mercedes busc6 sus ojos antes<br />
de salir, per0 61 10s desvi6 porfiadamente.<br />
-Hasta luego, jno?<br />
Su voz quedd vibrando dentro de 61, e hizo el milagro de<br />
volverlo a la tranquilidad, a una tranquilidad absoluta. Con to-<br />
da calma se volvi6 hacia 10s niiios para hacer su clase como si no<br />
hubiera nadie presencihdola.<br />
El sefior Olivares, apoyado en la mesa le observaba. A ratos<br />
abrfa su libreta y apuntaba algo, moviendo la cabeaa y haciendo<br />
unos visajes en los cuales sus ojos seguian dando la impresi6n<br />
de estar ausente. La campana, anunciando el t6rmino de las clases<br />
de la maiiana, reson6 de pronto. El seiior Olivares presenci6<br />
hasta el filthno momento la salida de 10s chicos. En seguida pus0<br />
su cartera bajo el brazo, y salud6 a Garcfa con un apret6n de<br />
manos vigoroso.<br />
--Hasta la vista, seiior. En mi pr6xima visita, traer6 a Ud.<br />
las observaciones que me merece su labor. Hay que contraerse<br />
mucho, mi amigo, para que la enseiianza dB 10s frutos necesarios.<br />
AndrBs, como de costumbre, esper6 que
64 Luis Durad<br />
Carcfa no contest6. Estaba trdmulo, 10s labios secos: las<br />
nianos empufiadas. Vi6 como Mercedes subi6 de un salto a1 eo-<br />
che, y tras ella Olivares. En seguida pasaron frente a la ventana.<br />
La joven iba sonriendo, pero no con esa sonrisa que 61 le conocia.<br />
SUS ojos se clavaron con fuerza, tratando de ver hacia el interior<br />
de la escuela. Iba guiando, y muy pronto se perdieron tras la<br />
curva del camino.<br />
En medio de la sala de clases el joven se qued6 indeciso,<br />
extenuado, agobiado. 6us ojos azules estaban brillantes, su ros-<br />
tro moreno se habia encendido y el pelo se le inundaba de trans-<br />
piraci6n. Un tumulto obscuro de pensamientos lo agitaba, un<br />
torbellino de ideas descabclladas, estrafalarias, se retorcia den-<br />
tro de 61. Ahora si que estaba solo, m&s que en sus dias de erran-<br />
cia a la busca de un emples, mas que en sus noches vergonzan-<br />
tes del Garis Soira. Eetaba solo, y sin embargo la tenia adentro<br />
como un aroma adormecedor, luego como un hormigueo doloroso<br />
que se troeaba en afliccih hasta ahogario, quitandole 1% respi-<br />
raci6n, y con unos deseos de salir gritando de dolor, de un dolor<br />
que le punzaba y no sabia donde, si en el coraz6n o en todo el<br />
cuerpo, plies hasta el cabello le doli6 al pasarse la mano sobre 61.<br />
-Me voy--dijo lentamente. P aquellas palabras diehas en<br />
voz alta le exasperaron. DihoQle deseos de tirarse a1 suelo, de<br />
estrellarse la cabeza entre 10s bancos, de romperse la ropa.<br />
iNunca! La palabra despiadada como un suplicio chino, le caia<br />
sobre la sensibilidad como la punta de un cuchillo sobre una fru-<br />
ta madura. iNunca! Ni sus besos ni SUB palabras serian para 61.<br />
Nunca besaria sus manos de seda tibia, nunca sus dedos finos<br />
se enterrarian entre su pelo, mientras sus labios le dijeran: te<br />
amo.<br />
iQu6 le ofrecia el mundo a 10s hombres que, como 61, no<br />
tenian otra cosa que su pobreza? A aquellos que para mayor<br />
desgracia tenfan en la mente un phjaro am1 canthndole, o vo-<br />
lando hasta perderse en las lindes anchas e infinitas de una<br />
ilusi6n? iQu6 se sacaba con amar lo bello, lo grande, lo generoso<br />
de la vida, cuando todo en ella se desenvolvfa a base de egoismo,
de mezquino inter&, que sobrenadaba, por encima de 10s senti-<br />
mientos mhs puros? Una ira sorda le fu6 llenando el pecho. Tam-<br />
bi& ek era asf. h las mujeres que viven apegadas a un ink-<br />
res, a una conveniencia. No se vendia como una prostituta, per0<br />
se vendfa a1 fin a una situacibn, sin consultar para nada el grito<br />
del coraz6n, del alma. icorazbn, alma! Palabras absurdas, ri-<br />
diculas, con un sentido unilateral que quedaban sin ninguna<br />
significaci6n, ante la sensibilidad dormida de 10s seres norma-<br />
les. iCanalla, hiphcrita! Era la hipocresia de la mujer que ni si-<br />
@era tiene el valor de afrontar el desddn, con que se mira a<br />
una cortesana.<br />
-iMe voy! Otra vez lo repiti6 Andr6s Garcia, y no obstan-<br />
te, una dejadez indigena, le retuvo. Sentado ante la mesa, hacia<br />
mil proyectos. Se iria dejando la puerta abierta, para no volver<br />
mhs. Asi le demostraria su desprecio. Aunque no, era mejor de-<br />
mostrar gentileza hasta el tiltimo instante. Se marcharia dejando<br />
todo en orden. Le escribiria unas cumtas palabras, despidi6n-<br />
dose, haei6ndoIe ver lo bello que era recordarla.<br />
-Tiene que ir un Domingo de estos, a vernos a la quinta.<br />
AQuiere?<br />
La voa de ella, se lo dijo despacito, emergiendo de un dia<br />
de ensuefio. JQuiere? Dulce milagro de una palabra, salida de<br />
una boca de mujer, le apacigu6 el hurachn de sus pensamientos<br />
y le hizo razonar optimista. iPobreeita! Ella seguramente hacia<br />
todo aquello obedeciendo a una fuerza mayor, o sencillamentc<br />
por el deber que impone la amistad. Adernhs, estaba acostum-<br />
brada a aquel rincbn, junto a su tia Lucrecia a quien no podia<br />
dejar. ilinda! Era el lindo sol. iC6mo era posible que la hubiera<br />
ofendido con tan crueles pensamientos? Toda la tensa exalta-<br />
ci6n de sus celos se le desdobl6 en una tristeza infinita. Se le-<br />
mt6 de su asiento, y al salir al pasadizo vi6 la puerta de Ia sala<br />
de Mercedes, abierta. Un llamado dulce, suave como palabra de<br />
consuelo lo atrajo hacia allf. Cruz6 la fila de bancos, hasta llegar<br />
a1 rincbn donde estaba el escritorio de ella. Un ram0 de flores<br />
sobre la mesa. Una libreta de apuntes. Tenia una ietra firme,<br />
5
66 Lais Durand<br />
Clara, graciosamente redondeada, con algo de parecido a su<br />
andar, a sus actitudes, alguna de las cuales vi6 reflejarse en loa<br />
rasgos de ella. DetaUes de gastos de fines del mes, horarios, fe-<br />
chas, cartas por escribir. En una hoja decia: Abril 20. Hoy lleg6<br />
el nuevo profesor, se llama Andr6s Garcia.<br />
Todo aquello le fu6 llenando el pecho de dulsura. iQu6 im-<br />
portaba que ella no lo amara, si 61 la adoraba? Alguna ves la<br />
luz intensa de sus ojos, penetraria hasta el rinc6n de sus penas.<br />
Y quih sabe si lentamente irfa naciendo en ella un afecto nuevo,<br />
desconocido. Gratitud, compasi6n. iQui6n podia saber el<br />
hondo misterio que ocultan 10s ojos de una mujer? Por todos 10s<br />
caminos se llegaba a la felicidad. Y ya se iba a marchar, curtndo<br />
advirtid que el abrigo azul de Mercedes, estaba colgado tras del<br />
armario. Lo cogib con ansia, acerchdolo a su rostro, apretgndolo<br />
a su pecho con una ternura de nifio. Cada pedazo de tela, tenia<br />
algo de ella, del olor de su carne, de BUS cabellos, tal vez del mis-<br />
terio fntimo de su cuerpo. Una emocidn duke, le fu6 doblando<br />
sobre aquella prenda para besarla muchas veces, mientras unas<br />
lhgrimas grandes, tranquilaa, le sacaban del pecho aquella lar-<br />
ga y lancinante espina, para dejarle en cambio su triste alegrfa<br />
de querer.<br />
Se fu6 caminando despacito. El cuerpo laxo y 10s nervios<br />
deshechos. En la calle habfa una gran paz aldeana. Algunas ga-<br />
has picoteaban entre la yerba mustia. Un buey, metido en una<br />
acequia, le mir6 SI pasar con sus ojos mansos y asombrados. El<br />
sol en tanto le acariciaba la espalda. Los gallos cantaban la dul-<br />
cedumbre del mediodia y el cielo era tan azul, que a traves de 10s<br />
Brboles pudo ver 10s altos picachos de la cordillera, coronados de<br />
nieve resplandeciente.<br />
En la esquina de la calle que iba hacia la estaci6n: conver-<br />
saba el gordo Fuentes con Torchi. Le saludaron desde lejos con<br />
cariiioso adem&n. Garcia les contest6 en igual forma, agachnndo<br />
en seguida la cabeza. Se le figuraba que llevaba escrito en el<br />
semblante el sentimiento que lo embargaba. Que 10s otros iban
a ver muy claro todo aqueI secret0 de su amor que se le desbor-<br />
dabs por todos 10s poros.<br />
Encontr6 la puertecilla del patio abierta, y por ella penetr6<br />
a1 interior de la casa, saltando a1 corredor frente a su cuarto.<br />
A1 empujar la puerta, no pudo disimular un movimiento de<br />
asombro a1 ver que Elena, tenia EU retrato en las manos y lo con-<br />
teniplaba con expresi6n de arrobamiento. La joven a1 verIo di6<br />
un grito dejhndolo sobre el velador para volverse hacia 61 aver-<br />
gonzada y triste.<br />
-iPor Dios, qu6 wsto me ha dado!-exclamb-. Estaba mi-<br />
rando el nombre de la fotograffa, y no lo podfa entender.<br />
Huy6 rbpida como una sombra que se deshace junto a la pa-<br />
red. Su cuerpo delgado pareci6 doblegarse en un vencimiento total.<br />
Garcfa, en tanto, habfase quedado con 10s braxos colgantes<br />
a lo largo del cuerpo, sin poder a1 punto coordinar sus pensa-<br />
mientos. iQu6 significaba aquello? iEs que Elena estaba enamo-<br />
rnda de d? Record6 sus miradas ardientes, a veces, en el comedor,<br />
su actitud esquiva y temerosa para permanecer con 61 a solas.<br />
Adembs, habfa notado, dltiniamente, en su pieea, un arreglo<br />
especial. Flores, cojines, algunus cuadros. Su misma ropa era<br />
cuidadosamente revisada. Un hada invisible y buena se preocu-<br />
paba de todo.<br />
-jPobre nir?a!-pens6-. jQU6 tremendo seria haber des-<br />
pertado un afecto, en ella, que ya jambs podria corresponder!<br />
Largo rato se qued6 conjeturando, sobre 10s sufrimientos que<br />
Elena podria tener, en sus Ihgrimas ocultas, en su desesperaci6n)<br />
si le amnba con esa pasidn que el sentfa por Mercedes. Y no<br />
obstante, a pesar de su buena voluntad, no pudo sentir ningiln<br />
dolor grande, ninguna compasidn que le preocupara demasiado.<br />
M&s bien fueron sus palabras, las que lamentaron el hecho,<br />
Permaneciendo sus pensamientos rebeldes a aquel dolor que<br />
Presentfa en la joven.<br />
--iQuB estdpida y arrevesada es la vida!-soliloqui6. So-<br />
mos puro egoismo. Vivimos adorbndonos nosotros mismos.<br />
8610 nos hace vibras Io que nos interesa, lo que deseamon.
68 Luis Durand<br />
Despues de almorzar se peinaba junto a la ventana, cuando<br />
vi6 cruzar el cochecillo de Mercedes hacia la estaci6n. Xba con<br />
Olivares. Seguramente a dejarlo a1 tren que pasaba poco despues<br />
del mediodia por Villa Xermosa. Le acometi6 una ira tan tre-<br />
menda, una furia tan stibita, que se estirone6 el pelo, estrellando<br />
la peineta contra la pared.<br />
iCaramba, huena la habfa hwho! iC6mo se engafiaba un<br />
hombre! E!, que la creia digna, delicada, vefa ahora por sus pro-<br />
pios ojos que era poco menos que una.. . La palabra le subia por<br />
10s nervios como un escalofrio y como una onda ardiente des-<br />
pubs.<br />
Irfa a la estacibn, para que eIla se diera cuenta de que 61 la<br />
habia visto, para mnnifestarle su desprecio, su desd6n. Y decidido,<br />
sombrio, con e1 aima en vilo, se dirigi6 hacia all&. Afuera reinaba<br />
una atm6sfera tibia; de 10s jardines venfa un aroma desvaido<br />
y htimedo. A la media cuadra, encontr6 a Tito Jara que Ie salu-<br />
d6 riendo:<br />
-iSaIud ilustre! iA donde march&is?<br />
Una sensacibn innicnsa del ridiculo que estaba haciendo, le<br />
acometi6 en seguida. Di6ronle qana de refr, pero la tristeza le<br />
tafifa adentro un responso de muerk. Aparentando indiferencia,<br />
contest6 :<br />
--Hombre, iba a dejar una carta a1 tren, pero ya no voy a<br />
aIcanzar. Lo hare maiiana. Adem&s me olvidd de poner lo m&s<br />
importante.--Y con ese afkn de 10s enamorados de aparentar lo<br />
quie no hace falta, pues creen que todo el mundo vive para estar<br />
atento n lo que ellos haccn, agreg6:--Estoy lateandome aquf. Voy<br />
a ver si me consigo un traslado. Estos pueblos chicos.. .<br />
Jara le mirb maliciosamente. Trafa ese dia el hablar roman-<br />
cesco y le contest6 con gravedad y sorna:<br />
-No os amilan6is, joven; el mor0 puede ser vencido. Animo<br />
y coraz6n fuerte.<br />
Ambos soltarou la carcajada. Garcfa se daba cuenta de que<br />
no debia tomar en serio aquellas bromas y que por el contrario<br />
una actitud indiferente era la m&s conveniente en su caso. Con-
Mercedes Urizur 69<br />
Versaron despu6s de un paseo campestre que se proyectaba. y<br />
en la puerta del molino se despidieron.<br />
No habfa caminado sin0 unos cuantos metros, cuando sinti6<br />
a su espalda el trote de la Chaquira. Lo conocfa tanto como 10s<br />
pasos de ella; no le cabia duda, era Mercedes que venia. Y no tuvo<br />
necesidad de volverse a comprobarlo porque el coche ya se<br />
habfa detenido a su lado. Mercedes, cariiiosamente, ahora con<br />
esa sonrisa adorable que descubria sus dientes brillantes aneg%ndole<br />
de luz 10s ojos, le hablaba:<br />
-Suba, lo llevo. Ya, venga luego que vamos atrasados.<br />
La mirb 61, esqtiivamente. iAh, como la adoraba! Se hubiera<br />
abrazado a sus piernas para besar el pofvo de sus zapatos. Per0<br />
mir6 su boca, sus mejillas, sus ojos, tal vez el otro 10s habrfa<br />
besado, apenas un momento antes. Sin alzar 10s ojos le repuso:<br />
--Muchas gracias, voy muy bien a pie.<br />
-iOh, no sea porf ado, suba luego!-insisti6 ella.<br />
El con la voz helada, le dijo entonces con acento rrmc:<br />
-Perd6neme, sehora, deseo caminar un poco.<br />
Aquel wefiora, la hirib. Fu6 recalcado con especial entonaci6n.<br />
Nunca la habia llamado asi. Irgui6se altiva y con visible<br />
molestia le dijo:<br />
-iAh, dispbnseme-y encogiendo 10s hombros, dej6 caer<br />
con nerviosa energfa, la huasca sobre las ancas de la Chaquira<br />
que part$ a1 galope.<br />
No sabia si volver o seguir. Ahora una terrible angustia de<br />
que ella se hubiera enojado de veras, le asaltb. iPor qu6 era tan<br />
estbpido? iQu6 derechos podria hacer valer ante ella? Era absurdo,<br />
ridiculo el adoptar semejante actitud.<br />
Lleg6 a la escuela eohibido, maltrecho, con deseos de dormir<br />
largamente. De hundirse en una inconsciencia absoluta. Un<br />
profundo desmayo le desmadejaba el euerpo. Ella, por el contrario,<br />
esa tarde estuvo m&s alegre que nunca. En la clase de<br />
gimnasia jug6 con 10s chicos corn0 si tuviera doce afios. Des-<br />
Pu~s, como si 61 no existiera, subid hasta su sal&, tarareando una<br />
canci6n.
70 Lais Durand<br />
Garcia estaba desconcertado. Le hubiera gustado verla tris-<br />
te, tal vez la hubiera preferido enojada. Un sentimiento empa-<br />
pado en rencor, casi en odio, le subia otra vez por las venas.<br />
-Es una mujer vulgar, estspida,-murmur6 entre dientes.<br />
Per0 vefa sus ojos espresivos en todos 10s rincones. Su ca-<br />
bellera magnifca, su andar gracioso. E1 aroma de su palet6 le<br />
cosquille6 caririosamente como en un suefio. Y no sup0 c6mo sus<br />
labios dijeron:<br />
-jLinda! jOh, como la adoro!<br />
Era un ansia terrible de oirla hablar, de que lo mirara.<br />
Tante6 que 10s chicos estuvieran con sus sombreros listos a la<br />
hora de tocar la campana, a fin de selir hasta el pasadizo antes<br />
de que ella se fuera sin despedirse. Y apenas reson6, di6 la orden<br />
de partida y se fu6 a esperarla junto a la puerta. iQu6 le iba a<br />
decir? iLe pediria excusas? Comenz6 mentalmente a enhebrar<br />
una serie de frases, en las cuales adem&s le haria entrever su<br />
tortura, pero de pronto ella misma, vino a desbaratar todos sus<br />
proycctos:<br />
-Mafiana, hay que hacer las libretas de 10s nifios, seiior<br />
Garcia.<br />
-Muy bien, sefiorita.<br />
-Bueno cntonces, hasta maiiana.<br />
- j Seiiorita Mercedes!<br />
Muy seria, se volvi6 para interrogarlo un tanto seca:<br />
-LQUf5?<br />
Garcia permaneci6 silencioso. Habia olvidado sus bellas<br />
frases y s610 tontas vulgaridades, venian a golpear su mente.<br />
-Este.. . iba a decide, que me encuentro un poco enfermo.. .<br />
-@? $ah! idesde cuhndo? Resfriado seguramente, no se<br />
levante temprano mafiana. Yo me preocupar6 de su sala.<br />
Garcia no respond% nada, pero sus ojos ardieron, dolorosos,<br />
tristcs, humildes. iQu6 necesidad habia a veces de pronunciar<br />
las palabras? Mcrcedes le sonreia ahora como una madre a un<br />
hijo regal6n.<br />
-Le voy a quemar todos esos ljbros tristes que Ud. tiene.<br />
Eso le est& haciendo mucho mal. Hay que pensar, amigo mio,
que la vida suele ser hermosa cuando uno menos lo imagina.<br />
AlCgrese. Hasta mafiana, y que duerma bien.<br />
Andres quedb deslumbrado. Una inmensa ternura le llenaba<br />
el pecho. Una fragancia de jardfn en primavera lo embriagaba.<br />
Hubirra querido alzarla en sus brazos y correr a t,rav&s del campo<br />
Ileviindola, hasta caer rendido, para besarla con un ansia inacabable.
VI11<br />
-Por fin se ha decidido Ud. venir-exclam6 la joven a1<br />
verlo Ilegar. iCu&nto me alegra tenerlo por a&!<br />
Lo esperaba junto a la puerta que daba acceso a1 jardin.<br />
Era una hermosa maiiana de sol de fines de agosto.<br />
-iC6rno ha amanecido Ud.?<br />
Cariiiosa y jovial le sonrefa. Vestfa un traje azul ajustado<br />
a1 cuerpo. Sobre 10s hombros habfase echado un chal de lana.<br />
-iP que tal le pareci6 el camino? Est& bastante retirado<br />
mi ranchito, jno?<br />
-No tanto. Cr6ame que no senti el trayecto.<br />
-$le veras? Yo habla pensado mandar a Pancho esta maiiana<br />
con el cochecito, pero a la tia Quecha, se le ocurri6 ir a<br />
misa, y seguramente se ha pasado a comadrear porque aun no<br />
vuelve. iQuiere que nos vamos a scntar para que descanse?<br />
-Si Ud. lo manda.. . Yo preferirfa pasear un poco. Est6<br />
tan hermosa la mafiana.<br />
-iLinda!-asinti6 ella con entusiasmo. Parece que uno<br />
revive con estos dias. Fijese como viene llegando la primavera.<br />
En efecto, ya algunos manzanos y durazneros se vefan Borccidos.<br />
En la !impia claridad, las ramas se extendian cuajadas<br />
de gores blancas y rosadas, con gracia aha y delicada. Eran<br />
como la sonriea jubilosa, con que la naturalesa sdudaba a1 dia
Mercedes Urizar 73<br />
luminoso. Algunos chincoles saltaban entre las ramas haciendo<br />
caer 10s p6talos sobre la tierra negra y h6meda.<br />
-Que jardh tan bonito tiene Ud.-dijo Andres. Tan<br />
bonito como.. .<br />
Y timido, avergonzado se detuvo, ante la ingenuidad de la<br />
frase que iba a decir. Alcanz6 a columbrar que era aquel un re-<br />
quiebro de huaso sifitico, desprovisto de todas esas vagas suge-<br />
rencias que hacen el encanto de una insinuaci6n. La joven son-<br />
ri6 discretamente como si no hubiera ofdo. Ponihdose la mano<br />
sobre la frente, para mirar la lejanfa le propuso:<br />
-LVamos hasta aquel alto? Se divisa desde alli un paisaje<br />
muy interesante, porgue ahi comienza la selva.<br />
Caminaban por un sender0 estrecho. Altos hlamos, aun<br />
desnudos, alzaban su silueta plomiza, entre las tupidas zarza-<br />
moras en donde un phjaro lanzaba sus silbidos insistentes, que<br />
siempre se oian rnuy cerca, como si fuera tras ellos. Un pequexio<br />
estero cruzaba el camino. Mercedes se adelant6 para coger unas<br />
piedrecitas blancas barnizadas de agua cristalina. Garcfa enton-<br />
ces pudo admirnr la linea frme de sus caderas, y la curva gracio-<br />
sa de sus pantorrilhs, henchdzs 6entro de la bdsnte suavi-<br />
dad de la secla. P cuando el joven iba a ofrecerle su ayuda, ella<br />
Bgil y scgura, ya habia ganado la otra orilla.<br />
--Muchas gracias Garcia. Yo soy como las cabras para sal-<br />
tar. Campesina al fin. Me he criado desde chica en este rinc6n y<br />
siento que formo parte de 61. P a pesar de 10s pesares IO quiero<br />
mucho.<br />
-Si--contest6 Gar&,-se quiere a la tierra donde uno nace,<br />
per0 creo que se mira con mhs ilusidn cuando se est& Iejos de<br />
ella.<br />
-Ciesto. En la distancia todo se nos figura m8s bello, con<br />
cse encanto de lo que no vimos bien y se nos qued6 sin conocer.<br />
Es como en el amor. Yo cuando muchacha tuve un pololo, un<br />
bven muy inteligente. Recuerdo que en una ocasi6n me decfa<br />
en una postal ((que la ausencia agiganta el recuerdo de 10s sere8<br />
queridos, .
74 Luis Durand<br />
-Por supuesto que 61 trataria de acortar esa ausencia-<br />
exclam6 Garcia en son de broma, pero con el deseo de inquirir<br />
algo de su pret6rita intimidad.<br />
Ella, entorn6 10s ojos con leve ensoriaci6n. En seguida re-<br />
plic6 :<br />
-iOh, no! Fu6 de esos pololeos que no reeisten la media do-<br />
cena de cartas por lado. Es que en ese tiempo existk la costum-<br />
bre de mandarse tarjetas postales entre la juventud. Baetaba<br />
que un joven supirra el nombre de una niiia para que le remitiera<br />
una, que, conforme a la costumbre, debia ser contestada. MBs de<br />
alguna vez Ud. tambih lo harfa.<br />
-No, en realidad no me acuerdo.<br />
Maliciosa ella, busc6 la mirada de AndrBs.<br />
-LTambiBn me va a hacer creer que nunca ha tenido un<br />
amor?<br />
Garcia como si le hubieran descubierto un secret0 que no<br />
deseaba revelar, enrojeci6. En realidad, su vida anlorosa habia<br />
sido insignificante, por no decir nula. Record6 que a 10s diecio-<br />
cho aiios se enamor6 de 1% querida de un militar que llegb a su<br />
pueblo. Tenfa aquella mujer, unos grandes ojos nrgros y un mer-<br />
PO muy esbelto. En esa @oca Garcia era empleado de la notaria,<br />
y por las nochcs la veia pasar por la vereda de su casa, oliendo a<br />
perfumes fuertes que lo turbaban. Una vez se atrevid a saludarla<br />
y ella le sonri6 afectuosa. En muchas ocasiones le escribi6 car-<br />
tas encendidas de pasi6n, cartas que lefa 61 mismo en su cama an-<br />
tes de dormirse y que jam& le remiti6. Se ilusionaba con que era<br />
ella quien se las escribfa. Despues el militar la dej6 y entonces<br />
la mujer comenz6 a rrcibir por IAS noches misteriosas visitas en<br />
su pieza. El, a la sombra de un kbol que habia en la esquina, lo<br />
veia todo con inmenso dolor. Muchas veces se acost6 Ilorando,<br />
con deseos de morir o sofiando con redimirla, haci6ndola su es-<br />
posa. Y ahora sonrojado delante de Mercedes, experimentaba la<br />
tristeza de reconocer que habia sido un hombre sin historia amo-<br />
rosa. No obstantp replic6:<br />
-En realidad, creo que a nadie le ha faltado, su gequefiio
amor. Pero eso que uno sueiia no creo que haya sido todavfa<br />
palidad en mi.<br />
No encontraba las palabras. Experimentaha de nuevo la<br />
impotencia de no saber interpretarse a si mismo. Hubiera<br />
&seado decirle algo a la, joven, que lejanamente la hiciera com-<br />
prender c6mo In adoraba, pero nada se le ocurri6. Un afhn tras-<br />
cendental y grave lo enredaba recogi6ndole m&s adentro sus<br />
pensamientos.<br />
Ella dijo entonces, sin darIe ninguna importancia a las pa-<br />
labras :<br />
-Results divertido a veces, recordar 10s tiempos de la ni-<br />
fiez. Se me viane a la memoria un incidente de cuando yo es-<br />
taba en In escuela mixta de Temuco. Habfa en mi clase, un chi-<br />
quill0 rubio, gordito, de carhcter muy apacible a1 cual yo querk<br />
mucho. En esa Bpoca las nifias acostumbraban a llevar a1 cole-<br />
gio, el tejido, una fruta o un pedazo de pan, dentro de una de<br />
esas cajitas donde venia el t6. Era comg una especie de torneo,<br />
en el cud, cada una trataba de llevar una caja m&s linda. Y<br />
un buen dia mi amiguito tambi6n se aparece con una caja enor-<br />
me. Aquello produjo una exploA6n de risas y de gritos entre todas<br />
las chicas que armaron un verdadero eaabndalo, ya Ud. 10s ve<br />
como son. Todas le gritahan iMariquita! en tanto el chico en<br />
silencio ]as miraba muy enojado pugnando por no llorar. Yo,<br />
compadecida de mi amorcito, me acerqu6 a 61 para decirle:<br />
-No seas tonto, ipara qu6 les haces caso? Dame a mi la<br />
caja.<br />
-Y entonces 61, enfurecido, sin tener otra m8s pr6xima con<br />
wien desquitarse, me la estrrll6 en la cabeza. De esta manera<br />
estrepitosa conclug6 mi primer amor.<br />
Y Mercedes, como si de nuevo volviera a ser una chiquilla,<br />
refa alegremente, recordando el suceso.<br />
Una deliciosa intimidad, parecfa haberles unido. Juntos<br />
hron despuhs, recordando muchas incidencias de su vida de<br />
colegiales. Mercedes se entregaba confiada a aquella amistad.<br />
Andres sentia la impresi6n de que la joven ni siquiera habia<br />
75
76 Lais Duuand<br />
reparado en su admiracibn, y que 61 no debia romper aquella<br />
encantadora camaraderfa con una insinuaci6n que 8610 consi-<br />
guiera ofenderla. Una duke ceguera le hacfa mer que no sabrfa<br />
encontrar el camino hasta su coraz6n. Y, no obstante, exporimen-<br />
taba cada vez con mayor apreniio la necesidad de que ella lo<br />
supiera.<br />
Cruzaron el potrero que seguia a las tierras de la quinta,<br />
para caminar despuhs por un sender0 que se retorcfa a1 pie de unas<br />
lomas suaves, en donde un trigal se rizaba con la fresca brisa.<br />
Unos robles viejos, retorcidos, achatados, parecfan imponer su<br />
direccidn a1 camino.<br />
Un largo silencio, les recogi6 en si mismos. Arriba, unas nu-<br />
bes vinjaban lentamente hacia el mar. En tanto ellos iban as-<br />
cendiendo lentamente por la suave gradiente del camino, ha&<br />
llegar a una especie de plazoleta rdstica, donde el viento hacfa<br />
oir su quejumbre entre la oquedad de 10s viejos robles.<br />
Mercedes aspirci con deleite el aire fresco. Con 10s brazos en<br />
alto y las manos cruzadas por encima de la cabeza mir6 el ciclo<br />
que ahora estaba limpio y casi celeste. El palet6 se le habfa ttbier-<br />
to y el viento le ceAia a1 cuerpo la blusa de scda blanca. Los senos<br />
emergieron redondos, finos, tersos, dibujando graciosamente el<br />
puntito inicial, principio y fin de aquella fruta, envuelta en la<br />
tibia fragancia del misterio, y que se ofrecia como una proa de<br />
ensueiio a la duke caricia de la brisa. Andr6s la contemp16 ab-<br />
sorto un largo rato. La mirada de la joven se perdfa en la dis-<br />
tancia, y sus mejillas, florecidas de carmin, tenian la misma en-<br />
cendida seducci6n que sus labios entreabiertos.<br />
-jMire!-exclam6 de pronto-que enormidad de phjaros<br />
vienen all&. Son choroyes, y van a pasar por aquf.<br />
En efecto a1 poco rato se oy6 el griterfo insistente de 10s<br />
phjaros. Un momento proyectd la bandada su sombra tembloro-<br />
sa sobre el pasto. Despubs, se fu6 doblando en un arco, para ir<br />
a posarse entre 10s firboles de una quebrada pr6xima en donde<br />
continuaron chillando bulliciosamente.<br />
-j&u6 comodidad tan grande es poder volar!-exclam6
77<br />
Mercedes riendo. Se puede ir para donde uno quiere. iQu6 lindo<br />
&be verse todo desde arriba!<br />
--Nosotros volamos, dnicamente con la imaginaci6n-dijo<br />
61, intencionadamente. -Eso si, que a veces es una cruel manera<br />
de asomarnos a las cosas bellas.<br />
La joven sonri6 esquiva. Alargando la mano, exclam6:<br />
-2Ye Ud. aquellos montcncitos blancos entre 10s hrboles?<br />
AcBrquese aqui mirsndo derechito, por entre ese roble desgan-<br />
&ado, donde esthn 10s choroyes. LVe ahora?<br />
Un aroma tibio, turbador, surgfa de su cuerpo, como un<br />
efiuvio. Andr6s la mir6 npasionadamente. icon qu6 loca ansiedad<br />
la hubiera estrechado en su pecho, para liundir su boca en<br />
10s labios de ella que parecian esperar la caricia!<br />
-sf, sf veo-dijo cor! la voz tenibha.<br />
-Es el cementerio, explicb Mercedes. Otro dfa que Ud.<br />
venga varnos a ir a conccerlo. Es bien bonito.<br />
Garcia con esa ansia romhntica de 10s enamorados le<br />
dijo:<br />
-Que trkte debe ser morirse, sin tener quien nos vaya a<br />
dejar una fior, siquiere alguna we.<br />
Ella hizo un gesto vagc.<br />
-A nadie le falta eso. iNo sabe Ud. que los muertos son<br />
siempre icuenos? iY qai6n piensa en morirse en este dia!<br />
Garcia tontarnente insisti6 :<br />
-Yo creo que a mi me ialtaria. iQui6n podria acordarse<br />
de mf?<br />
-@ah!-hizo ella con gracioso enfado-qu6 cosas tiene<br />
Ud.! Si eso oeurriera irfa yo a dejarle muchas Bores. --P entre<br />
risueiia y afectuosa agreg6: Supongo que no piensa morirse tan<br />
Pronto.. .<br />
-Quien sabe-dijo 61 melancblicamente-tal vez esa serfa<br />
ahora mi dnica felicidad.<br />
-jPor Dios! JTan aburrido esth a mi lado?<br />
-Por el contrario-. Encendido tartamudcb un momento,<br />
Y por fin sobreponithdose a su timidez, concluyb con la voz
temblona-siento que para mi todo lo bello de la vida est6 cerca<br />
de Ud.<br />
Mercedes lo mir6 en silencio, per0 hubo en su mirada tal<br />
fuerza, tan intenso fliiido, que 61 experiment6 la sensacitin de<br />
haber quedado ciego. Despues, dulcemente, ella dijo :<br />
-i&uiere que nos volvamos?<br />
Una dicha inefable lo turbaba. Mercedes caminaba ahora,<br />
silenciosa, muy ocupada en sacarle con sus ufias rosadas, la cor-<br />
teza a una ramita que cort6 al pasar. De 10s potreros venia un<br />
olor a tierra Iiueva, a pastos verdes, a le5os hundidos en el agua.<br />
Entre el fango de las acequias, 10s pidenes lanzaban el jriu-riu!<br />
sonoro y claro de 10s dias de sol. En una poza que formaba el<br />
canal que cruzaba bajo el puente, unos patos nadaban ceremonio-<br />
sos y erguidos. Las membranas amarillas de sus patas brilla-<br />
ban como lhminas de or0 dentro del agua. Cerca de la casa encon-<br />
traron a la tia Quecha, tomando el sol a1 abrigo de una aka cer-<br />
ca de zarzas. Rfercedes se adelant6 para cogerla pcr la cintura y<br />
volverse con ella a1 encuentro del joven:<br />
--Mi tia Lucrecia. El seiior Garcfa.<br />
La sefiora le mir6 a traves de !os vidrios brillantes de sus<br />
anteojos. Tenia 10s ojos verdes y la frente amplia. El pel0 ondu-<br />
lado !e cal'a en dos bandas relucientes a ambos lados de la ca-<br />
beza. su aspect0 era aristocriitico con una natural fineza de<br />
actitudes que se acentuaban en ella a1 hablar.<br />
--Corn0 tii no estabas-dijo Mercedes-nos fuimos andando<br />
hasta 10s Robles Viejos.<br />
La seiiora ri6, con una risa franca, conEada:<br />
-jNada mhs! Ya no puede ser mSts amable su compafiera<br />
con Ud. Lo hace venir a pie y despues lo oblige a caminar casi el<br />
doble. Es abusar sin ninguna consideraci6n de la amistad.<br />
Mercedes la habfa cogido del brazo, y con el rostro ladeado<br />
sobre el hombro de la seiiora sonreia con expresi6n maliciosa.<br />
Garcia con su tono mhs afable repuso:<br />
-:Oh, no sefiora! Por el contrario ha sido una'excursi6n<br />
muy agradable.
79<br />
Caminando lentarnente siguieron hasta la casa. Dos perros<br />
enormes vinieron jubilosos a1 encuentro de las sefioras. Despues<br />
olfatearon amistosamente a Garcia. Mercades les habl6 entre<br />
cariiiosa y formal:<br />
-Cuidado muchachos con este caballero. Vengan para ac&.<br />
-Estos son nuestros compafieros-comentd doiia Lucrecia,<br />
-son como leones en la noche.<br />
Entraron por la puerta del jardin. Junto a1 sender0 que Io<br />
cruzaba habia un duraznero en flor, cuyos p&talos salpicaban<br />
de manchitas rosadas eI suelo, En la ternblorosa suavidad de<br />
las corolas de algunas rosas phlidas, brillaban gotas de agua.<br />
Doiia Lucrecia se volvi6 a Mercedes para llamar su atencidn:<br />
-Mira que Ifistima. El ventarrdn de anoche, quebr6 10s<br />
brotes m&s lindos del camelio.<br />
Mercedes pe sac6 una hojits de tallo rosado que tenia entre<br />
104 dientes, para responder :<br />
--iNo ves? Yo te dije el otro dfa que era conveniente pro-<br />
tegerlo con un cerquillo de alambre.<br />
En el pasadizo la jaula del canario giraba suspendida del<br />
techo. Hnbian muchos cojines sobre el piso brillante y en las<br />
repisas y mesitas altas, maceteros con hermosisimas hojas trans-<br />
parentes. El sol cntraba de lleno enla salita donde le dejaron un<br />
momento, excuehndose, para ver el a!muerzo. Una mata de car-<br />
dentil, cubierta de Bores, colocada entre la ventana y la cortina,<br />
ponis una nota cordial y lumioosa en el rinc6n.<br />
Garcia ~uspird con tristeza, recordando sus dias de niiio en<br />
su casa, cuando su madre vivia. Tambi6n ella tenia una salita<br />
asi llena de fiores, y de pequeiios cuadros con marc0 de ter-<br />
ciopclo. Se parecia mucho a 6sta. S610 faltaba en ella el enorme<br />
espejo, frente a1 cual 61 iba a contemplarse 10s dias Domingo,<br />
para admirar su gran cuello blanco y tieeo, sobre el palet6, y<br />
Su corbata escocesa de h a seda a cuadros.<br />
En Csta tambib habian muchos retratos. Uno de medio<br />
cuerpo, de un seiior que aparecfa sonriendo, le record6 al del
80 Luis Durand<br />
Papa Le6n XIII, cuyos ojos parecian seguirlo por todos 10s rincones,<br />
cuando 61 entraba a la sala. DespuCs llam6 su atenci6n<br />
un estante giratorio con libros, cuyos titulos fu6 mirando con<br />
rivida curiosidad. Alli estaba Dumas a1 lado de Daudet y de<br />
Loti. Sudermam, Queiroz y Perez Gald6s junto a Carlota Braeme<br />
y Xavier de Montepin. Tambien algunos autores chilenos:<br />
Blest Gana y Liborio Brieba entre 10s del siglo pasado, Fantivhn<br />
Joaquin Ed i.ards, Mariano Latorre y Eduardo Barrios entre 10s<br />
del tiltimo tiempo.<br />
Mercedes entr6 de pronto y vino a sentarse a su lado.<br />
-No se venga a refr de mi bihlioteca, pues. Y luego como si<br />
se excusara anticipadamente de 10s reparos que le pudieran hacer<br />
sobre la calidad de los libros aiiadi6: -Aqui tambi6n hay<br />
muchos de la tia Quecha.<br />
Juntos, sintiendose respirar hurgaron como dos chicos curiosos<br />
en el estante. El pelo de ella, a ratos le cosquillea'na deliciosamente<br />
en el rostro. De pronto Mercedes estirando su mano<br />
fina, en uno de cuyos dcdos brillaba una picdrecita ad, le dijo:<br />
-iConoce Ud. cste libro?<br />
--Amistad amorosa-ley6 Garcia y luego: jQU6 libro tan<br />
hermoso es! jno?<br />
-Si-contest6 la joven, hojeando sobre su falda, sin levantar<br />
la cabesa, un libro lleno de herrnosae laminas en colores.<br />
-Amistad amorosa--repiti6 Garcia, en un scsurro, como si<br />
soiiara o hablara para si mismo. Y 10s dos con el mismo pensamiento<br />
que se les retorcia suavemente en la cabeza C O ~ O una<br />
voluts azul, qucdhronse silenciosos, mir6ndose a hurtadillas,<br />
temerosos de verse en 10s ojos el mismo secreto.<br />
DespuCs del almuerzo hicieron un rato de charla, en 1% galeria<br />
que a esa hora estaba inundada de sol. La conversaci6n languidecia<br />
y Mercedes muy pronto lo convid6 a recorrer las dependencias<br />
de la quinta. A veces le mostraba plantas, a1 parecer<br />
insigniccantes, ponderando su aroma, la belleza de la Aor o la<br />
delicadeaa de su cultivo. .4ndr6s, aparentando gran inter&, escuchabs<br />
sin pestafiear las explicaciones de ella.
-Estas otras no-decia luego-son tambi8n niuy bonitas,<br />
nero son carne de perro; ni aunque Ud. les eche agua caliente se<br />
mumen.<br />
Despu8s inclinada sobre un ctmdro, sus ojos certeros busca-<br />
rOn algo entre las matas, para alzarse en seguida con dos viole-<br />
tas de largo tallo morado.<br />
--D8jeme condecorarlo, le habl6 juguetona y lejananiente<br />
t,ierna, a1 colocarle en el ojal del vest6n, las flores.<br />
En seguida vieron cl gallinero cuidadosamente barrido y<br />
enarenado. Unas gallinas negras de enormes cresta roja y abul-<br />
tados aretes blancos, se amontonaron bulliciosas a picotear un<br />
puiiado de granos que ella les sac6 de una caja. Bajo una casita<br />
de madera, un cerdo dormia plhcidamente su sueiio de personaje<br />
obeso y satisfecho de vivir. Una cantidad de detalles, hieieron<br />
rwordar a Garcia, la easa donde transcurriera su niiiez. Su ma-<br />
dre acostumbraba a matar todos 10s afios, por aquel mismo mes,<br />
un chancho. El dia del sacrificio, todos en la casa, se levantaban<br />
muy temprano. La olleta negra de tres patas, llena de agua,<br />
hervia desde la mafiana. Don Villablanca el matancero, afilaba<br />
sus cuchillos en la piedra de moler. El, rondaba de lejos, inquieto,<br />
con una aflicci6n que no podia dominar. Con que ganas les hu-<br />
biers dicho que no le hicieran nada a1 pobre chanchito que ern<br />
tan manso y bueno y se tendia de costado, cuando 81 le rascft-<br />
ba el vientre, diciendole jcochi-cochi! mientras el adormilado<br />
hacia: iho, ho!<br />
Per0 10s hombres entraban a1 chiquero, y entonces se oian<br />
10s gritos agudos, enfurecidos, rabiosos a1 principio, luego fa-<br />
tigados, suplicantes. Y de siibito un alarido de dolor que tras-<br />
pai;aba todo el kmbito, para muy luego, convertirse en un ron-<br />
quid0 penoso que se iba debilitando poco a poco. Entonces 81,<br />
agobindo por una tremenda aflicci6n, se metis en el iiltimo rin-<br />
c6n y muchas veces lo enconfraron debajo del catre llorando.<br />
Pero mhs tarde cuando 10s chicharrones chisporroteaban en<br />
la olla, y humeaban en el azafate las salchichas calientes, era de<br />
10s primeros en reclamar su parte, y, junto con el sabor de una<br />
c
82 1<br />
Luis Dura&<br />
sopaipilla, terminaban en 61, 10s penosos recuerdos de la tremen-<br />
da y definitiva desgracia del pohre, cochi-cochi.<br />
-ieTup! En qu6 se quedb, pensando amigo mio-dijole<br />
Mercedes tochndole en el brazo. Y graciosa agreg6: --Parece<br />
que andaba muy lejos, jno?<br />
--En realidad-replic6 Garcia prendiendo un cigarrillo<br />
para disimular su turbaci6n. Aunque no tanto, porque siempre<br />
que pienso en la felicidad, estoy cerca de Ud.- Y para aminorar<br />
la intenci6n de la frase abadi6: --Me acordaba de mi casa, de<br />
cuando era nifio.<br />
Ella con afectada gravedad, le pregunt6:<br />
-iYa sabia mentir?<br />
No sup0 quE contestar, porque un turnulto de frases apasio-<br />
nndas le subian a la cabeza.<br />
Tomaron el tE junto a una mesita redonda, en la galeria.<br />
Descendia dulcemente la tarde. LOS gritos de 10s chiquillos de<br />
10s ranchos vecinos que jugaban en el callejhn, se oian con cierto<br />
dejo de melancolia. Una cortina de sombra subia por la pared<br />
empujando a1 phlido sol.<br />
--$or qu6 no tmas algo?-propuso la seiiora Lucracia; y<br />
dirigikndose a Garcia 1~ prrgunt6: -&e giista a Ud. eI<br />
piano?<br />
-Le gusta mucho, -contest6 Mercedes-pero cuando lo<br />
tocan bien.<br />
--Entonces para poder opinar, hay que oirla-dijo Gar-<br />
cia.<br />
La joven no se hizo de rogar. Ahri6 la ventana de la sala<br />
contigua a la galeria, y muy pronto 10s acordes suaves y evoca-<br />
dores de un vals antiguo se hicieron oir. Era una mdsica en la<br />
mal parecia renacer en una perfumada onda de recuerdos aque-<br />
llo de que todo tiempo pasado fu6 mejor. Despu6s con voz lim-<br />
pia y aterciopelada entnn6 una sencilla canci6n cuyos dltimos<br />
versos decian :
i2/lercedes Urizar 83<br />
En tu imagen pensando, adorado,<br />
sorprendibme tan hermoso sueiio<br />
en tu pecho so% duke dueiio<br />
blandamente reclinada estar.. .<br />
Habfa ya anochecido cuando se ddspidib de ellas junto a la<br />
puerta que dabs, SI callej6n. Experiment6 enbnces una infinita<br />
melancolia. Era como si la felicidad residiera alli y a1 alejarse<br />
Lerminara en 61. Tal si ya no la fuera a ver m&s. Hubiera desea-<br />
do quedarse en la casa donde todo se saturaba de su adorable<br />
presencia. Un tren piteb agudamente y luego divis6se entre 10s<br />
hrboles Ia luz fugitiva de las ventanillas. Aquel pitazo fu6 como<br />
una desgarradura dentro de 61. Un rumor sordo y lejsno qued6<br />
vibrando en la noche. Despub, todo lo envolvi6 el silencio. En<br />
10s ranchos, d6bilmente iluminados, 10s perros ladraban medro-<br />
samente.
IX<br />
-Hombre, Lno sahes la gran noticia?<br />
Comenzaba la noche de un apacible dia de 6nes de septiem-<br />
bre. Los trcs amigos lo detuvieron a1 doblar la esquina de la calle<br />
donde estaba la casa de las sefioras Loyola.<br />
-iQu6 noticia?-interrog6 Garcia sin prestarle mayor<br />
inter& a la cosa.<br />
-jPsh! Este Garcia est% en la luna-exclam6 entonces Vi-<br />
cente Galarce.<br />
-iE devera que Don sabes niente?-preguntb a su w z<br />
Torchi con sonrisa incrkdula.<br />
Don Pedro Arriagada le miraha socarrbn, y tras un rato de<br />
silencio exclam6 :<br />
-A mi no me la pega el compafiero Garcia. Seguramente ya<br />
lo ha sabido, pues siendo tan amighs con Jara no es posible que<br />
no le haya contado el asunto.<br />
-$'era que djablos ha pasado, digan de una vez!-repuso<br />
Garcia.- Les doy mi palabra que no s6 una palabra de lo ocurrido<br />
en Villa Hermosa. Vengo ahora de la escuela donde me qued6<br />
escrib5endo algunas cartas. Realmente estoy en la luna como dice<br />
Galarce.<br />
Entonces, Fuentes, como siempre calnioso, ehup6 su ciga-<br />
rrillo, para lanzar en seguida la colilla:
Mercedes Urizur 85<br />
-Una noticia estupenda compafiero. Fijese que esta macans<br />
Tito Jara se las emplum6, por el tren de 7 con la chiquilla<br />
CBspedes.<br />
-iNo diga compafiero! iY con cui2 de ellas?<br />
+Rombre!-eso no se pregunta. Con cual queria que fuese<br />
sin0 con la Norita, pues mi amigo.<br />
-iChupallas! Asi es que el joven Jara, entre broma y broma,<br />
sali6 haciendo la grande. Como estarii el pobre viejo Osores.<br />
Don Pedro Arriagada interrumpi6 vivamente :<br />
-Per0 si 61 no debe saber nada am. Ayer estuvo aqui,<br />
pero se volvi6 en la tarde por el tren Cburrero,.<br />
Alfonso Fuentes solt6 una estrepitosa carcajada:<br />
-Eso se llama ponerse a tono con la realidad-exclam6-<br />
No habria estado hien que se hubiera ido por otro tren. iSe dan<br />
cuenta Uds.? Osores se fu6 ayer por el burrer0 y hoy Tito, se las<br />
ech6 a primera hora por el alecliero, con su prenda. Cada uno<br />
como corresponde. Han cumplido con el protocolo.<br />
-iY no se sabe d6nde han ido a aterrizarl-inquiri6 Garcia.<br />
-Don Ludovino, el Jefe de estacih, dice que Tito Jara<br />
sac6 boleto no m%s que hasta Lautaro, pero yo creo que eso no<br />
ha sido sin0 para despis tar-explic6 Arriagada-. Esos gallos<br />
no van a sacar la cabeza sino hasta Concepci6n o Chilliin, lo<br />
menos.<br />
-Si no van a dar a Santiago-apuntb Galarce.<br />
-No lo creo, dijo Fuentes. A lo mejor se han ido a Lautaro,<br />
como 61 dice. Lo que a 61 le interesa es que cuando 10s encuentren<br />
ya el ahecho, est6 consumado.<br />
---As1 es que a esta hora.. .<br />
-Eros preside su reunibn-concluy6 con afectada grave-<br />
dad Fuentes.<br />
-La suerte del fiato-coment6 Garcia.<br />
--A estas horas-sigui6 Fuentes-todas las sefioras de Villa<br />
Hermosa, deben estar dicidndoles a sus chiquillas. iNo ven lo<br />
que le pas6 a la Nora CBspedes? Eso es para que les sirva de experiencia.<br />
Y las c> estariin envidiando a rabiar a la Nora.
86 Luis Durand<br />
Est0 le puede servir de experiencia a 10s caballeros en estado de<br />
pretender, a Garcia, por ejemplo, y a Pedro, tambi6n.. .<br />
Una risita interminente sacudfa su abultado vientre. Gar-<br />
cia protestb:<br />
--Y a mf ipor qu6? En todo cas0 a don Pedro.<br />
-iHombre!-y a propbsito-exclamb Galarce-. Pasado<br />
maiiana Domingo, cambia argollas el amigo Arriagada. Es ne-<br />
cesario que esta noche nos manifestemos con 61. No todos han de<br />
tener la misma suerte. Maiiana don Juan Osores estarh llorando<br />
su desgracia, mientras don Pedro disfrutarh del cariiio de la Es-<br />
tercita que le estarh cantando .La copa del amor,. iQu6 diablos!<br />
La vida es asf. Bueno, propongo una moderada mota por crheo<br />
para que nos vaqos a comer donde el rey.<br />
-No, no es posible-decia Arriagada, melifluo y sonriente.<br />
Todavia no corresponde. No se molesten Uds. Despu6s habra<br />
tiempo.. .<br />
-En este caso, Pedro no delibera, es el estado llano.<br />
Garcia sonriendo, interrogb curioso :<br />
-iEl estado llano? ,<br />
-Clare hombre. iQu6 no ve que esth llano a casarse? Pedro<br />
ahora se calla y obedece. Vamos a buscar a don Ludovino y a<br />
don Menandro porque somos muy pocos. Aunque esto no tiene<br />
ninguna importancia porque la manifestacibn va a ser en la cas%<br />
de un rey, y este solo hecho, suple todo lo que falta.<br />
La idea encontrb amplia acogida. Don Menandro Saldfas,<br />
y don Ludovino Jerez aceptaron entusiasmados. Eran el Jefe<br />
de la estacibn y el dueiio de la botica, respectivamente. Por el<br />
camino encontraron a Baltasar Peclregal, el valijero que trans-<br />
portaba la correspondencia a las minas de Lol6n. Como tenia<br />
unas chiquillas muy dijes, lo cual era de gran importancia para<br />
despu6s de la comida, por acuerdo unhime fu6 tambi6n pro-<br />
puesto para formar parte de 10s manifestantes. En total, ocho<br />
personas dispuestas a divertirse.<br />
-Hoy ha hecho falta un diario en Villa Hermosa-dijo
Mercedes Urizitr 87<br />
Galarce. Acontecimientos como estos, no deben pasar desaper-<br />
cibidos.<br />
-E'la verd&-replic6 Torchi-ahora questa manifestacione<br />
debe ser conocida.<br />
Llegaron a casa de Jer6nimo Cereceda: *;El Rey, como to-<br />
dos le llamaban en Villa Hermosa, por su apostura arrogante y<br />
su nivea melena. Todo lo hablaba en forma solemne y ampulosa.<br />
En las procesiones era indispensable su presencia para encabe-<br />
zar el anda.<br />
Fuentes y Galarce se encargaron de confeccionar el menti.<br />
En ese momento apareci6 Juvenal Toro, sobrino de un general<br />
que se cubriera de gloria en la guerra del Per6, y que, por tales<br />
antecedentes, se incorporaba en forma brillante a la juventud<br />
de la Villa. Era el jefe de la bodega de 10s Ferrocarriles, y fu6<br />
recibido jubilosamente.<br />
-iAtencidn! Vamos a ver que le parece a la concurrencia.<br />
Entrada: sardinas con pebre de cebolla con cilantro. Segundo:<br />
cazuela de ave con chuchoca y ajicito para que llame trago.<br />
Tercero: longanizas con papas paradas. Cuarto: asado de cor-<br />
dero con ensalada de apio. Postre de pifia y t6 o cafe al gusto del<br />
consumidor.<br />
Galarce gritaba como 10s martilleros en un remate. A1 ter-<br />
minar fu6 saludado con un aplauso cerrado.<br />
-Est& bien, est& muy conveniente-dijo el rey con su voz<br />
Clara y entera. Apoyado en el mesh, esperaba Brdenes erguido<br />
y solemne :<br />
--Mientras tanto digan que les sirvo. La comida se va B<br />
dernorar un poquito.<br />
-iVino, pues, hijo mfo, vino!-exclam6 Toro.<br />
--;C6mo es eso-tron6 Fuentes-a qui& os atraveis a<br />
llamar hijo mfo? Tal impavidez os puede ser fatal joven inex-<br />
perto. Bien es verdad que 61 desde su omnipotencia, no os conce-<br />
der& mayor importancia. Este que veis aquf es el rey de Villa<br />
Hermosa. Lo corond Ruben Darfo, no s6 si,
88<br />
en Ecbatana fu6 una vez<br />
o m8s bien creo que en Bagdad.. .<br />
--Ya pues, cortenlA-apur6 el rey. Mientras mhs embro-<br />
men, mas se dilatarhn en comer. jGuillermina! Dile a Pancho<br />
que vaya a1 gallinero a buscar una de las gallinas grandes. De<br />
las amarillas dile. Que la mate a1 momento. jEes pongo vino?<br />
-Una vainita, jno seria bueno?-propuso timido y sonrien-<br />
te Arriagada-con una media docenita de huevos.<br />
-1rTaces bien Pedro-exclam6 Alfonso. Debes desde luego<br />
comenzar a fortalecerte. En vino tinto-agreg6 dirigidndose a1<br />
rey-el vino tinto es muy reconfortante; es como la leche alba<br />
que da la vaca negra. Pero, jno scrAn muchos huevos?<br />
-Son pocos-afinn6 don Pedro-debe ser por lo menos<br />
uno psr persona.<br />
--Si, para variar-apunt6 Galarce muy formal.<br />
Iiabia en el Animo de todos un manifiesto deseo de alegrar-<br />
se y de intentar chistes, aunque no siempre resultaran. Ponian<br />
la mejor voluntad en celebrarlos. Cereceda, en tanto, molia<br />
az6car para preparar el trago. Arriagada apart6 a Garcia en un<br />
rinc6n :<br />
-Y, iqu6 le parece compaiiero, la barrabasada del ami-<br />
go Jara?<br />
Garcia sonri6 lanzando una bocanada de humo.<br />
-Hombre, no se puede dar una opini6n definitiva, porque<br />
(:I cas0 tiene sus pro y sus contra muy dignos de ser tornados en<br />
consideracihn.<br />
-Claro, tiene sus pro y sus contra de mucha fuerza-repli-<br />
c6 el otro. -Pero, mi aiiiigo, no hay derecho a burlarse de la<br />
gente respetable.<br />
--Es que tampoco hay derecho a obligar a una chiquilla<br />
que comienza a vivir, a casarse con un viejo, pues un matrimonio<br />
a4 tiene por fuersa que resultar un fracaso. El amor es una cosa<br />
inuy bella para segarla en flor a cambio de una conveniencia.<br />
-Cierto, cierto-convino Arriagada-no se puede segar en
.<br />
Mercedes Urizar 89<br />
flor. -Y dando una palmadita en el hombro de Garcia: -Es<br />
muy poeta Ud., mi amigo. Sabe decir bien las cosas. Per0 un gran<br />
golpe para la familia y para el pobre don Juan cuando lo sepa.<br />
Y tras una pausa:<br />
-Yo creo que Jar, es un buen muchacho, y se casarB con<br />
la Nora. iNo le parece?<br />
--Ad lo creo. Lo demh seria una canallada.<br />
La sala se habia llenado de humo. Los concurrentes senta-<br />
dos, parte sobre unos sacos de porotos y otros en una larga ban-<br />
ca arrimada a la pared. El perro negro, de Vicente, estaba muy<br />
preocupado de mirar a1 gato, que, fastidiado de sus embestidas,<br />
concluy6 por subirse arriba de! estante.<br />
La conversaci6n se habia generalizado. Eran ya varias las<br />
corridas de tragos servidas. Arriagada consultaba a ratos a<br />
Garcia sobre su proprisito de casarse.<br />
-LNO le parece que la Estercita Quezada es de lo mejor<br />
de la Villa? Yo la CO~OZCO desde nifiita. Creo que me harB feliz.<br />
Y le dire que ha pensado mucho para darme el si. Por fin lo ha<br />
hecho a conciencia, completamente a conciencia. Aqul no hay<br />
engailo ni inter&, compafiero. iNo lo Cree Ud. asi don AndrBs?<br />
--Ya lo creo-repuso el 6tro distraido-Ud. hace muy bien.<br />
Torchi que estaba sentado en la banca, le contaba a Tor0<br />
en su pintoresca y arrevesada jerga, una excursidn que hiciera<br />
en su viaje, por el barrio negro, a su paso por Dakar, en com-<br />
paiiia de uno de 10s empleados de la nave. Era aquello una he-<br />
diondez tan espantosa, que renunci6 a seguir caminando bajo un<br />
sol de fuego, por entre aquellas cabafias miserables, donde todo<br />
se descomponia y podria. Alli, s610 vi6 perros muertos, detritus<br />
y porquerias.<br />
Toro, con 10s ojos encandilados le decia:<br />
--Me han contado que hay negras muy bonitas. .<br />
-+on diga hombre! Qui: va a haber. Unas negras lo llaman<br />
a Ud. con unos senos que le llegan hasta la rodilla. Todo una<br />
mugre. iCaramba!<br />
Vicente Galarce conversaba por otro lado, con Pedregal y
90. Luis Duramf<br />
don Ludovino, sobre 10s precios de la feria. Aquello era una inde-<br />
cencia. Un verdadero descaro. Vacas que 61 comprara un mes.<br />
antes y mantenidas a buen talaje no habian llegado a1 precio.<br />
-Fu6 un eschndalo-dijo Pedregal-. lusted se acuerds<br />
de aquella vaca frutilla, que le compr6 a don Diaz, la vez pa-<br />
sada? No lleg6 a dos cincuenta. FigGrese.. .<br />
. -No hay m&s que aguantarse-aconsej6 el Jefe. Yo tambi6n<br />
tengo un lote de novillos colorados, que me esthn sacando media<br />
costilla. Y si 10s vendo no sac0 ni el talaje.<br />
-Y d6se a santo-exclam6 el valijero.<br />
Fuentes, ya muy alegre y colorado, le echaba requiebros a;<br />
Guillermina, la hija de Cereceda. Los versos de Pedro Antonio<br />
Gonzhlez le vinieron a1 pelo:<br />
Suelta tu cabellera a1 c6firo de Europa<br />
en torno de tu cuello alabastrino<br />
y dame un beso, y ll6name la copa<br />
que tengo sed de amor y sed de vino.<br />
-Est0 cs-dijo Galarce-no es nada lo que le pide el cuerpo<br />
a este guat6n. Que le den un beso p le llenen la copa. Y en presen-<br />
cia del rey. Es atrevimiento grande.<br />
-Nada me detendrh ni amenguarh mi Animo, caballeros.<br />
No parare hasta llegar a ser el principe consorte.<br />
-Ya va a estar ligerito la comida, para que se est6 calla-<br />
do-dijo Jerbnimo-. La debilidad lo est6 haciendo hablar<br />
mhs de la cuenta.<br />
-iOh, Majestad, no ofendhis a este humilde paje del en-<br />
suefio quc s610 se alimenta en la mirada de !os dukes ojos de<br />
Guillermina .<br />
La conversaci6n adquiria cada vez m&s vivacida,d. Las ban-<br />
dejas se sucedian unas detrtts de otras, y despu6s de la vaina<br />
habfa seguido el (( tinto,, profusamente. Don Menandro, lampi-<br />
50, enjuto, con algo de simiesco en sus gestos y ademanes, sa-<br />
tado sobre un barril vacfo, contaba cuentos colorados a1 valijero
Mercedts Urizav * 91<br />
y a don Pedro, en tanto, ahora don Ludovino se habia enredado<br />
en una furiosa discusih, con Galarce, sosteniendo que un au-<br />
tombvil, no podia en ningGn cas0 competir en velocidad con el<br />
tren.<br />
-ConvBnzase, don Ludovino. Si el tren es un chuzo muy<br />
retieso mientras que el auto tiene muy buena rienda, va por<br />
donde Ud. lo endilgue.<br />
Fuentes con Toro, Garcia y Torchi, cantaban junto al mos-<br />
trador, con la copa en la mano una canci6n en boga que termi-<br />
naba con el siguiente estribillo:<br />
aOlvidame. olvidame, pues tengo cierta ocuFacibn>>.<br />
-iBravo!-gritb Arriagada-viva la alegrial Y digame<br />
Alfonso, iqu6 ocupaci6n seria esa?<br />
-No hagas preguntas indiscretas, Pedro. Un hombre corn@<br />
tii, pr6ximo a contraer waucias., debe respetar 10s secretos de1<br />
amor.<br />
La comida transcurd en un ambiente caldeado por 10s-<br />
brindis repetidos. Se bebib a la salud de 10s futuros esposos.<br />
Tambi6n en honor de 10s fugitivos, quienes, scgh la expresibn.<br />
de Fuentes, en aquellos momentos aapuraban el delicioso n6c-<br />
tar del amor,.<br />
Arriagada agradecib la manifestacih, en emocionadas pa-<br />
labras en las cuales habl6 del amor de JesGs a Magdalena y de la<br />
fe que lo habia hecho esperar a 61, que un dia llegara esa mujer.<br />
a ofrecerle su cbntaro rebosante de amor.<br />
-Protest0 por lo del cbntaro rebosante-interrumpi6, AI-<br />
fonso-. TG, Pedro, debiste decir aa ofrecerme el bttcaro deli-<br />
cioso y pleno de 6sculos fervidos y encendidos de amor,.<br />
-iEs que yo no soy poeta, mi amigo Fuentes, y por em<br />
tengo que buscar mis comparaciones en 10s libros que proclaman<br />
la excelsa fe de Cristo!<br />
-Bueno, bueno, no es para gritar tanto. No olvides que tu<br />
nombre puede inclinarte a negar a1 maestro antes del tercer<br />
canto del gallo.<br />
Eran 10s dfas en que mas cuantas canciones nuevas andabant
92 ' Luis Durand<br />
-en boca de todo cl mundo. Muy pronto a la concurrencia le di6<br />
por cantar. Habia alguntts adaptadas a defender la campafia<br />
de un candidato a diputado que se presentaba por el departn-<br />
mento. Pero Arriagada se opus0 a que se cantara, esa.<br />
-Nada de adaptaciones partidistas, mis amigos. La amistad<br />
drbe prevalecer por encima de todo: lo tinico mhs alts que hay<br />
para mi, es el amor. jViva el amor!<br />
-iBicn Pedro! Hablas como Salom6n en el (\Cantar de 10s<br />
Cantares, lleno de entusiasmo y de generosidad-exclam6<br />
Fuentes, y luego con ztcento grave y dolorido afiadi6: -ofalh<br />
que nunca tengas que hablar con el desencanto que habl6 des-<br />
pu6s en el Eclesiast6s.<br />
-0iga don Fuentes, ;.a Ud. le paso la cuenta?-pregunt6<br />
en ese momento el rey, con digna gravedad.<br />
--No mc parece, le contest6 Cste muy serio. Estimo que en<br />
,el presente cas0 es el iestejado quien debe pagar. Es lo justo.<br />
Ha recibido nuestros homenajes, le hemos dedicado lo mejor<br />
de nuestro espfritu. iQue pague 61, con ese vi1 metal tanta<br />
atencihn!<br />
-iTres rhs por Arriagada!<br />
El aludido sonreia entre malicioso e inquieto. No era broma<br />
pagar todo aquello. Lo menos sesenta pesos, calculaba. El rey<br />
cruzado de brazos muy tranquilo, contemplaba aquella baraiinda.<br />
Galarce y fientes, declararon por fin.<br />
-No se preocupe su majestad. La cuenta se pagarh. Servios<br />
ahora acompafiarnos a beber por Ester y Pedro que muy en bre-<br />
ve constituirhn uno de 10s mhs nobles y hospitalarios hogares de<br />
Villa Hermosa.<br />
HaXan abierto la puerta de la calle. Con el humo de 10s<br />
cigarrillos y el calor producido por 10s tragos, la atm6sfera de la<br />
sala se hizo irrespirable. Una oleada de viento fresco di6 nuevos<br />
brios a 10s cantores. Los versos de c(Olvidame)) y I'J
Mercds Urizar 83<br />
policfa municipal, seguido de sus dos guardianes. Ellos, y e1<br />
cornandante Javier M6ndez que a esa hora ya dormia en su casa,<br />
constitufan toda la fuerza de seguridad de la poblaci6n. Aquel<br />
mrgento estaba reci6n llbgado, y tenia un marcado afh de<br />
dhrselas de .palo grueso, hacjBndose respetar y obedecer a1 pie<br />
de la letra. No era como el pobre Crisanto, su antecesor, a quien<br />
acababan de expulsar del c(Cuerpo>) por ccponerle)) muy seguido<br />
a1 tinto y a la chicha cruda. Era todo una simpatia, cuando completamente<br />
ebrio y eructando ruidosamente decia:<br />
-E1 iinico defecto que tengo, es que soy un roto muy paco<br />
y muy perro tambi6n. iHip! No aguanto pelos en el lomo. El que<br />
tienc que ir preso va no m&s iy no hay tutia!<br />
Pero casi siempre 10s dos guardianes se ocupaban en arrastrarlo<br />
a 61 hasta el cuartel para dormir la borrachera que recomenzabs<br />
a1 otro dia con un ((pihuelo. con harina de maiz.<br />
Su sucesor era muy distinto. Se hacia llamar ((mi primeror<br />
y a1 referirse a 10s dcis guardianes decia
94 Lsis Dura&<br />
'no son horas para estar con gritos. La gente desea dormir y Uds.<br />
.deben obedecerle a la, autoridad.. .<br />
El mozo enfurecido, replic6, saliendo a la calle:<br />
-i@6 autoridad eres t6, paco mugriento, aparecido, in-<br />
truso! 2,Crees que porque nadie te ha hecho un parado, yo tam-<br />
bib te voy a soportar tus atrevimientos? Retirate inmediata-<br />
mente antes de que te haga conocer de mala manera quien es<br />
Vicente Galarce!<br />
El policia refunfun6 entre dientes una. amenaza, avan-<br />
zando hasta la puerta del boliche, para gritar con grueso vo-<br />
zarr6n :<br />
-A ver, que se presente aquf el duefio del negocio. Vamos<br />
-a ver si se vienen a reir de la autoridad. Creen que por que son<br />
futres.. . Tengo encargo de amansar a estos ccempaladitos..<br />
-iSi, no'? Vamos a ver hijo de p.. . si aqui vienes a reirte<br />
de mi.<br />
Acto seguido, Vicente arrojando el ligero poncho hacia el<br />
interior, sali6 a la vereda lanziindose sobre Sobarzo a quien asest6<br />
una bofetada en pleno rostro. Los otros salieron tras 61 para<br />
htervenir a favor de su amigo. Pern, en ese momento, 10s dos<br />
Cguardianes enarbolando sus pequeiios bastones vinieron a ponerse<br />
*de parte del sargento.<br />
Sbbitamente, en el medio de la calle se form6 un verdadero<br />
niido de hombres, que abrazados se abo€eteaban lanzando impre-<br />
4caciones y juramentos. El garrotito de 10s guardianes, sonaba<br />
,seco en la cabeza de 10s manifestantes. Pedregal, don Ludovino<br />
y el boticario, en vista de que la cosa tomaba aquel cariz, se,resbalaron<br />
por entre 10s hrboles de la calleja.<br />
Don Pedro que en medio de la refriega, perdiera el sombrero,<br />
gritaba asustadisimo :<br />
-Calma sefiores, calma. Todos somos caballeros y debemos<br />
respctarnos.<br />
Per0 una hofetada en plena boca, de uno de 10s guardianes,<br />
40 sac6 de quicio. En uni6n de Alfonso se le fu6 encima con tal<br />
Smpetu, que fueron 10s tres a dar a1 suelo. Y alli siguieron dh-
dose bofetadas sin fijarse donde pegaban. La calk estaba coin0<br />
el dia, pues era una noche de luna llena. Cerca de un Brbol,<br />
Vicente boxeaba acad6micamente con el sargento a quien el<br />
Negro en tanto, le tarasconeaba 10s taIones. Torchi por su lado,<br />
hbia reducido en uni6n de Garcia, a1 otro guardiBn que renega-<br />
ba enfurecido.<br />
De pronto, Galarce tencli6 R Sobarzo de una recia bofetada<br />
-y ya se disponia a seguirlo castigando, cuando el otro se par6<br />
de un brinco, huyendo a todo correr hacia su casa que estaba a<br />
corta distancia del lugar del suceso. Don Pedro Arriagada enar-<br />
decido, y dando muestras de un valor inaudito, sali6 tras 8<br />
gritando:<br />
-iPBrate' cobarde: pBrate bribbn!<br />
Per0 el otro sin hacerle caso, lleg6 hasta su casa, cuya puer-<br />
ta abri6 de un vigoroso est,rell6n, para salir casi inmediatamente<br />
'eon un garrote fanthstico, ante el cual Arriagada gir6 sobre sus<br />
$alones, para huir a su vez, dtsesperadamente hacia el grupo de<br />
sus amigos.<br />
La situacibn habia cambiado por completo, y .el sargento<br />
asi lo comprendi6, pues haciendo girar el garrote como una gura-<br />
TipoIa, 10s insultaba ahora a su antojo:<br />
-Peguen ahora, cuadrilleros, sinverguenzas, borrachos,<br />
futres falsificados. Van todos presos.<br />
Todos se miraron consternados. Con un solo garrotazo de<br />
aquellos era mris que suficiente para mandar a1 demonio, a cual-<br />
quiera. Alfonso Fuentes, a manera de general vencido que desea<br />
xendir sus armas con honor, avanz6 timidamente :<br />
-Mire sargento, no se exalte, iremos a1 cuartel siempre que<br />
Ud. nos respete, y nos trate como corresponde.<br />
-No sB nada yo. Van todos a1 cuartel. All& les voy a ense-<br />
fiar a respetar a la autoridad.<br />
Marcharon todos en silencio: uno de 10s guardianes a cada<br />
lado y el Jefe atrBs, con el garrote listo para descargarlo sobre<br />
el que intentara huir. La autoridad en tanto, lanzaba a 10s presoa<br />
mBs repiquetes que un campanario. Al llegar a la avenida de
96 Luis Diirrad<br />
Los Acacios, vieron venir a una persona que se dirigi6 resuelta-<br />
mente hacia el grupo. Era Javier MCndez el comandante que,<br />
avisado por 10s fagitivos, venia a imponerse del incidente. Sa-<br />
lud6 con un ubucnas noches,, severo, y dirigidndose ai sargento<br />
interrog6:<br />
-~$u6 pasa sarqento?<br />
Bastante mal debi6 parecerle a Bste, que su jefe lo tratara<br />
de sargento, olvidando su grado de ccprirnero,, conferido recien-<br />
temente por el alcalde. De mal talante respondi6:<br />
-Lo que pasa es que estos son unos futres abusadores y sin-<br />
verguenzas, que han venido a atropellar a la autoridad.<br />
A la vista del comandante, todos recobraron sus brios,<br />
Vicente que era el miis afectado, habl6 a gritos: '<br />
-0ye Javier, est0 es insoportable. Nunca pas6 antes, que h<br />
gente conocida del pueblo fuera atropellada por la policfa. Y la<br />
culpa de todo la tiene este roto badulaque, que Sanhueza ha<br />
puesto aqui. Todo el mundo sabe que te est& haeiendo la crcania,,<br />
pues desea quedarse en tu puesto.<br />
Estas palabras provocaron un tumulto de voces y gritos,<br />
Estaban frente a1 cuartel y M6ndez dijo:<br />
-Entrernos. No es posible estar dando esciindalos a estas<br />
horas.<br />
En el cuerpo de guardia, MBndez prendi6 una vela, y la<br />
colocb en un candelero de bronce que habia sobre la mesa. Lue-<br />
go sacando un cigarrillo yued6se un rat0 en silencio, y tratando<br />
de aparentar una calma que no sentk hablb pausadamente:<br />
-Ustedes estbn ahora con todo el fastidio del momento.<br />
Mejor es que nos vamos a dormir y maiiana arreglaremos este<br />
asunto en la mejor forma.<br />
-iClaro pues!-bram6 el sargento-que otra cosa se 'podia<br />
esperar, sin0 que Ud. les djera toda la rae6n a estos futres. Si son<br />
de su misma calafia tambiBn.. .<br />
MEndez estupefacto, abri6 tamafios ojos ante la insolente<br />
respuesta de su subordinado. Per0 reaccionando violentamente<br />
orden6 :
ordinados que habfan desconocido su autoridad.<br />
El suceso fu6 cornentado jocosamente en 10s diarios de Te-<br />
muco, en donde se public6 a grandes tfulos haciendo resaltar el<br />
hecho de que el pueblo tomara preso a toda la policia de la loca-<br />
lidad. El alcalde, en vista de la gravedad del incidente, se vi6<br />
en la necesidad de aceptar lae medidas propuestas por MBndez.<br />
E1 que saIi6 beneficiado fu6 Crisanto que logr6 reincorporarse<br />
a su puesto y lucir nuevamente su &forme, como 61 decfa.<br />
L<br />
7
X<br />
Pocos dias despu,& de aquel bullado incidente, se recibi6<br />
en la escuela un largo oficio del Visitador, en el cual expresaba<br />
su impresi6n sobre In visita a ella, y a1 mismo tiempo las obser-<br />
vaciones que le mereciera la actuaci6n del profesor sedor Garcia<br />
en el desempeiio de sus funciones, quien a juicio de Olivares debia<br />
hacer un curso de perfeccionamiento a fin de poder ejercer con ma-<br />
yor eSciencia su magisterio. Por de pronto, era necesario que el se-<br />
iior profesor trabara ccnocimiento con algunosautores que estaban<br />
de moda en esos dias, y adem%s, que la seiiora Directora le guiara<br />
y supervigilara en sus clases, para que 10s alumnos adquirie-<br />
ran 10s conocimientos que 10s programas exigian durante el<br />
aiio escolar. Terminaba diciendo que la Visitacibn tendria muy<br />
presente el prop6sito de trasladarlo a una escuela de mayor im-<br />
portancia donde le fuera m&s fhcil convertirse en Gn verdadeio<br />
maestro.<br />
Aquel oficio produjo en Garcia la m&s penosa impresi6n.<br />
Eran 10s comienzos de septiembre, ymuy pronto 10s niiios sal-<br />
drian a vacaciones, durante Ias wales 61 no tendria trabajo y pens6<br />
aprovechar en ir a Santiago, para hablar con don Casiano, su<br />
amigo diputado. Mas, de pronto, Andr6s record6 que este anda-<br />
ba en el norte, noticia que ley6 en 10s diarios y era la explicacibn<br />
de no haber recibido respuesta a una carts que le dirigiera.<br />
d
I gusta<br />
comeneb a levantarse un vientecillo frio y trasminante que gemia<br />
entre las rendijas y se colaba por 10s vidrios rotos.<br />
-iQud le parece?-dijo Mercedes, tirando sobre La mess<br />
el papel cubierto de letras azules escritas a m&quina.<br />
-Que es una simpatia el seiior Qisitador-repuso Garcia<br />
con aire desabrido y molesto. Lo sensible es que estamos bejo sus<br />
brdenes y obligados a acomodarnos a sus gustos y deseos<br />
mientras estemos en este empleo.<br />
La joven hizo un mohfn entre burI6n y malicioso, y acomo-<br />
dhdose en su silIa, se apret6 a1 cuello las vueltas del abrigo.<br />
Luego encogidndose de hombros contest6 :<br />
--No le d6 mucha importancia a lo que dice Olivares. Tiene<br />
la mania de d&rselas de asabiondo,. A mi me habfa extrafiado<br />
que no hubiera ernpezado antes con sus recomendaciones. Le<br />
que lo encuentren rnuy culto e inteligente y le lleven el<br />
am& en todo lo que dice. Pero, en el fondo es muy buena per-<br />
sona, incapaz de hacerle un mal a nadie.<br />
-Sf, en realidad la cosa no es para darle tanta importancia-<br />
replie6 Garcfa.-Lo hico malo seria que me hiciera salir de aquf,<br />
porque ahora yo no deseo irme, por ningGn motivo.<br />
Mercedes con el codo apoyado sobre la mesa, hacia girar<br />
con la punta del dedo el globo del mapamundi. Una sombra de<br />
tistem vagaba en su rostro. No contest6 a1 momento las palabras<br />
de Garcia, y sus phrpados ocultaron obstinadamente !a luz de<br />
BUS pupilas. Afuera 10s nifios en el patio cantaban:
100 Lziis Dwand<br />
Le pondremos la toea piano<br />
mandan dirun dirun dhn.. .<br />
En realidad, no habfa un motivo real para estar triste, y no<br />
obstante aquel papel lleno de frases muy peinadas, se les figur6<br />
que era como un mensajero hip6erita que en el fondo ocultaba<br />
una mala intencibn. Garcia, de pie a1 otro lado de la mesa, se<br />
empeiiaba en entender un problema de aritm6tica escrito en<br />
un papel, per0 su pensamiento dominando fhcilmente a su volun-<br />
tad, lo llevaba a recordar el dfa cuando llegb a1 colegio y desed<br />
irse, deseo que 10s bellos ojos de Mercedes le quitaron casi in-<br />
mediatamente. Y alli estaba frente a 61, mirhndole otra vez con<br />
esa duke expresidn de sus ojos de 10s que surgfa una luz recbn-<br />
dita e intensa que le hizo experimentar la impresibn de que ella<br />
le amaba, que le entregaba su espiritu en esa mirada. Y 10s ojos<br />
de Garcia se detuvieron lentamente, sobre 10s de ella para darle<br />
las gracias por esa merced, por esa ventura que le infundfa en<br />
aquel momento de inquietud.<br />
-No, eso no-dijo a1 fin con repentina energfa,- Olivares<br />
no harh eso y si tal ocurriera, yo le dire que no quiero que Ud.<br />
se vaya.. .<br />
Lo dijo tratando de aparentar indiferencia, de no darle impor-<br />
tancia a sus palabras, y sin embargo un vivo rubor le encendib<br />
las mejillas. Garcia tartamudeando se inclinb para darle las gra-<br />
cias, y entonces? ella ahora, con esa franqueza que le era carac-<br />
terfstica, le dijo:<br />
-No me agradezca nada, amigo mfo. Hago 6nicamente lo<br />
que Ud.: corresponder a su estimacibn. iNo es asf?<br />
Sabia empapar sus palabras en una velada ternura, que le<br />
tocaba el corazbn como un efluvio lejano. Otra vez, el dia, se ha-<br />
bia vuelto a nublar. Sobre las hojas del nfspero saltnban algunos<br />
chincoles. Una arafiita negra se balanceaba colgando de su tela,<br />
como si tratara de reintegrarse a su vivienda, ubicada en el An-<br />
gulo del marc0 de la, ventana. Las voces de 10s nifios adquirjan
Mmcedes U~iznr 101<br />
un acento extrafio y lejano, como si el vientecillo Aspero Ias sa-<br />
turara de tristeza.<br />
-Hate frio-dijo la joven-parece que va a Ilover.<br />
-Si,-dijo Garcia, soiiando con ella. Y como si de pronto<br />
volviera a la realidad, le pregunt6: -jUd. tiene frfo?<br />
Despu6s de la clase y antes de que la joven se marchara,<br />
conversaron brevemente en la vereda. La tempestad se avecina-<br />
ba. *Nubes gruesas, henchidas, se avecinaban, amontonhndose<br />
en el cielo. En las charcas prbximas 10s sapos lanzaban su croar<br />
methlico e insistente. Las ramas de 10s acacios se abatfan produ-<br />
ciendo un rumor hondo y doliente, que pareclan devolver las<br />
alamedas distantes. De un potrero cercano lleg6 el rebuzno silban-<br />
te y desapacible de un burro. Mercedes sentada en el cocheci-<br />
110, trataba de arreglarse eI pelo que le agitaba el viento.<br />
-Me voy Garcia. Y Ud. tambi6n vhyase luego, para que<br />
no se moje; ihasta mafiana! Mire, no est6 triste. No olvide que des-<br />
< pu6s de un dia de temporal luce el sol. Y por lo demhs, nosotros<br />
hemos estado preocuphndonos de algo sin importancia. iQu6<br />
duerma bien! jno? iHasta mafiana!<br />
-Muchas gracias-repuso 61-iHasta mafiana, senorita!<br />
La mano de Mercedes se alzb entonces en sefial de despedida<br />
mientras con la otra agiib las riendas, animando a la bestia que<br />
parti6 a1 trote largo.<br />
And& se quedd un instante de pie sobre la vereda, en acti-<br />
tud indecisa. Sentia adentro un tumulto de sentimientos contra-<br />
dictorios; alegria, tristeza, inquietud. Como le ocurria siempre<br />
que ella se iba, experimentaba un impulso de partir tras el CO-<br />
checito empujado por el deseo de hacer algo descabellado. Saltar<br />
sobre el pescante, y quitarle las riendas para, en seguida, cubrirla<br />
con sus besos. Para aplacar 10s nervios, caminaba entonces algu-<br />
nas cuadras, hasta que un desgano enorme le aflojaba las piernas,<br />
que una laxitud le desmadejaba el cuerpo por completo. Enton-<br />
ces volvia lentamente sobre sus pasos, pensando en mil cosas<br />
disparatadas. Sacarse la loterfa, heredar a un millonario o tener<br />
dinero, mucho dinero que no sabia de donde le Uegaria. Via-
jar, Ilevhndola a ella, en camarotes de Iujo, cruzando el oda-<br />
no en grandes transatlhnticos donde todas las gentes serian<br />
desconacidas para ellos. Comprar despu6s una finca, en alglin<br />
pais de Europa donde nacerfan a una vida nueva, de amor, de<br />
dicba inacabable. Pero, muy pronto la realidad lo sacaba de aque-<br />
llae fantasias pueriles, a1 encontrawe frente a la escuela y re-<br />
cardar sus S 200 mensuales. Le daban entonces deseos de gritar<br />
de pena, sintiendo un dolor sin remedio. Era en van0 luchar:<br />
aquella mujer no seria jamhs de 61. Todo 10s separaba: su estado<br />
civil en primer termino y, luego su tremenda pobreza. Aunque<br />
ella lo quisiera, iera tan adorablemente buena! no teoia derecho<br />
a hacerla mhs desgraciada de lo que ya habfa sido. Debia aban-<br />
donar noblemente toda intencidn amorosa. Si, era mejor irse,<br />
olvidar. 0 bien casarse con una Iugarefia presumida como la<br />
mayor de las Quezada o estdpida y adinerada como la hija de<br />
don Zen6n Miranda, duefio de uno de 10s fundos mhs valiosos de<br />
la regihn, ofrendiindole asi toda una vida de sufrimientas en ho-<br />
menaje a aquel inmenso amor.<br />
Entraba a la escuela y alli se dedicaba a escribirle cartas<br />
apasionadas, dolorosas, en las cuales daba rienda suelta a su fan-<br />
tasia, o vertia tada la inquietud sentimental que le dominaba.<br />
A veces se despedia de ella para siempre. Decidido, con el sem-<br />
blante grave y la faz desencajada iba a dejarlas en el cajdn del<br />
escritorio de Mercedes. Lo hacia como en un ritual, pausada,<br />
solernne, respetuosamente. Despu6s se marchaba y cuando aun<br />
no habia caminado dos cuadras, regresaba, apresurado, temeroso,<br />
presintiendo las coeas mhs absurdas. Sacaba entonces la carta<br />
no sin antes rnirar muchas veces el cajdn por si se habfa quedado<br />
a?gnna carilla, u otra carta que le escribiera y en ese momento<br />
no recordaba. Entonces las leia de nuevo, lentamente, deslumbrhn-<br />
dose 61 mismo con su literatura. iQU6 Ihstima que ella no leyera<br />
eso taa bermoso! Seguramente a1 saberlo tan inmensamente des-<br />
gsaciado, lo querria por encima de cualquier consideracibn.<br />
Un tanto calmado, tornaba a pisar tierra firm?, conformhn-<br />
dose sf, con seguirla amando. Pobre, triste, solitario. Era la an-
torcha que iluminsbs su sendero, la flor que ponfa un aroma de<br />
ilusi6n en su vida. iQu6 m8s podia esperar?<br />
-No, nunca me podr6 alejar de su lado-deciase entonces<br />
convencido-me morir6 de hambre si es precis0 junto a ells. Y<br />
esa tarde, como le ocurrfa siempre, tras de sentir una terrible<br />
tempestad dentro de su alma, se encamin6 a la pensi6n de Ias<br />
sefioras Loyola. Todo ese tiempo habh vivido tan abstrafdo en<br />
su amor, que casi no se daba cuenta de lo qup ocurria en Ia casa.<br />
Lleg6 a tiempo que un fuerte chaparr6n se descolgaba sobre 10s<br />
techos haciendo resonar las calaminas, para caer, en seguida, en<br />
delgados chorritos sobre la veredn donde formaba una pequefia<br />
canaI arenosa.<br />
Reinaba a esa hora un gran silencio. El viento agitaba 10s<br />
kboles del patio, cuyas hojas barnizaba de un verde mSLs claro<br />
el agua de la Iluvia. Largo rat0 estuvo mirando llover a travBs<br />
de 10s cristales. La calleja vefase desierta y las sombras de un crep~sculo<br />
invernal invndfan todo el hmbito. De pronto oy6 que alguien<br />
tocaba despacito en su puerta. Rdpidamente fu6 a abrir.<br />
Era la sefiora Teresa que le sonri6 a1 saludarlo:<br />
-iQu6 hay, seiiora Teresa?<br />
-Veda a rogarle nos facilitara alguna aspirina si es que<br />
Ud. tiene. Con este aguacero no me atrcvo a ir a la botica.<br />
-iCbmo no seiiora! iSe siente mal?<br />
-No, a Dios gracias. Es para Elena que est& otra vez en<br />
cama. La pobre volvi6 otra vez a cam hoy como un pollo. Qamos<br />
a tener que Ilevarla donde el medico apenns pueda levantarse<br />
Y est6 el tiempo mejor.<br />
-Vaya sefiora. iCuhnto lo siento! LQuiere que la vaya a ver?<br />
Sonri6 afectuosa la sefiora con gesto de aquiescencia.<br />
La tarde cerraba rhpidamente y la lluvia habia mojado las<br />
maderas del corredor interior. Una tristeea infinita lo llenaba<br />
todo. El dormitorio de Elena estaba debilmente alumbrado, por<br />
una pequefia Ihmpara, cuya pantalla tenia un papel verde encima.<br />
El cuerpo de la joven apenas se advertia bajo lap ropus.<br />
De espaldas en el lecho y en la indecisa Ius, su rostra tenia algo
d 04<br />
Luis Duvand<br />
de irreal, como si se desdibujara dentro del marco obscuro de su<br />
cabellera.<br />
Garcia se acerc6 despacito, hasta el lecho de la enferma.<br />
La joven abri6 10s ojos para fijarlos con Ihnguida expresibn sobre<br />
61. Un instante una luz extrafia 10s agrandb en un destello vivo<br />
y luminoso, que luego se apag6 tornandose en un suave resplandor<br />
afiebrado.<br />
-&u6 hay Elenita, no se siente bien?<br />
Elena bajB 10s ojos y su rostro adquiri6 una suave belleza,<br />
duke y rendida. Su nariz se afinaba delicadamente sin afearla, y<br />
10s labios sonrosados se dibujaron tenuemente en la difusa luz<br />
que le comunicaba un halo de ensoiiaci6n.<br />
-Hay que cuidarse-prosigui6 Garcia, sin que se le ocurriera<br />
otra cosa que deckle, per0 dando a su voz la mas cariiiosa<br />
entonacibn. -Est0 pasara muy luego.<br />
a La joven permaneci6 en silencio. El mozo se sent6 junto a1<br />
kcho con el animo de distraerla con alguna frase amable, tratando<br />
de poner en ello su mayor sinceridad. Aquella casa habla sido<br />
un verdadero hogar para 61, durante su permaneocia en Villa<br />
Hermosa. Era deudor de atenciones y afecto a esa gente. Estaba<br />
obligado a corresponder en la misma forma, y, no obstante, su<br />
pensamiento se alejaba presuroso hacia la otra, hacia la mujer<br />
cuya juventud plena de gracia y de salud le llamaba con su sonrisa<br />
de chiquilla regalona. Era indtil intento encadenar su pensamiento<br />
allf junto al lecho de la enferma. Cruzaba velos el callej6n<br />
para ir a rendir su homenaje a la adorada. iMercedes!<br />
iQu6 lido era siempre el nombre de una mujer querida!<br />
Se ohidaba por completo de esta niiia enferma que yacia<br />
en el lecho, cerca de 61, cuyas actitudes le demostraron en miis<br />
de una ocasibn, un silencioso amor hacia su persona. Veialo todo<br />
corn0 en un suefio que ocupaba s610 a ratos su mente, como si<br />
surgiera desde un fondo verdoso y destefiiido.<br />
Afuera el agua caia con violencia y el viento hacia crujir<br />
las calaminas del techo colandose en la casa con un gemido largo<br />
y hondo.
jQu6 harfa Mercedes, all& en su quinta? Tal vez estaria<br />
asustada sintiendo el rumor poderoso de la tormenta y quien sabe<br />
si pensando a ratos en 61.<br />
El maullido plaiiidero del gat0 le volvi6 a la realidad. Estaba<br />
a sus pies en actitud de saltar sobre sus rodillas, como tenia<br />
costumbre. Elena, entonces despegd 10s labios para decirle en un<br />
susurro :<br />
-Echelo afuera para que no lo moleste.<br />
Eabl6 como venciendo una fatiga suprema. Garcia le repuso<br />
sonriendo.<br />
-No, dejelo no m&s, es muy bueno este rucio.<br />
Lo habia cogido sobre las rodillas, donde el cccucho~ ronroneaba<br />
satisfecho, mirhndole a ratos con sus ojos enigm%%icos,<br />
en tanto Garcia, se habla quedado contemplando una imagen de<br />
Cristo, que colgaba en la pared sobre la cabecera. Tenia aquel<br />
Cristo un rostro casi femenino, unos ojos suaves y timidos. Con<br />
su mano fina y delicada como la de una mujer, mostraba su coraz6n.<br />
Mis abajo, se lefan unas bellas palabras:<br />
La joven lloraba en silencio, conteniendo !os sollosos. Un<br />
inetante acerc6 a su rostro la mano de Garcia, para apretarla,<br />
con la suya ardiente, rechashndols en seguida. Luego con la faz<br />
escondida en la almohada, le implor6:<br />
-iVAyase, vhyase, por favor, iquiere?<br />
Trat6 61 de decirle alguna palabra carir?osa, pero ante el<br />
apremiante pedido de ella opt6 por retirarse. Afuesa, en el co-<br />
rredor que azotaba la lluvia, permaneci6 un largo rat0 fumando<br />
con el pensamiento hundido en confusas cavilaciones.<br />
iPobre chiquilla! Asf era de contradictoria la vida. A ella<br />
que era libre y seguramente con muchas condiciones para hacerlo<br />
feliz, 61 no podia retornarle su afecto. iImposible! Era todo de la<br />
otra, de Mercedes. Y alli, frente a la noche, su recuerdo surgi6<br />
claro, vibrante, triunfador dentro de 6!. Sus ojos tenian un bar-<br />
niz brillante de seduccihn, de hechicerfa. Su boca encendida,<br />
hfimeda, fresca, duke.. . iQU6 fuerza de vida se desprendfa de<br />
toda su persona! Elena se le desvanecia como se desvanece una<br />
voluta de humo en una tarde dorada y fragante.
SI<br />
Las sombras se fueron apretando riipidamente sobre el cam-<br />
po, donde ya se percibia el latido de la tempestad. El viento ba-<br />
rria las hojas del callejbn que se enredaban en el pasto o forma-<br />
ban peqiuefios remolinos, confundidas con el polvo del camino.<br />
La 1uz se hizo m&s indecisa en tanio el rumor de la ventiscn se<br />
torn6 m$s arnenazador. Un espeso cortinaje de nubes cerraba el<br />
horiaonte. Critos lejanos, can0 voces de angustia, venfan de 10s<br />
potreros donde 10s capataces rodesban el ganado mugidor. Como<br />
golpecitos en el hierro frio las ranas salpicsban el estruendo de<br />
aquek amenazadora sinfonia que era el preludio de IS tempes-<br />
tad.<br />
Una inmeosa tristeea se abatia sobre el campo. Lejos, en la<br />
curva de Molco, las ruedas de un tren de carga tuvieron un<br />
chirriar desapacible. Poco despuhs, la locomotora lanz6 un<br />
alarido I-QIICO y luego algunos pitazos, breves y agudos corn0<br />
lamentos de alguien que fuera huyendo. Desde las ramas m&s<br />
altas de unos robles viejos, volaron unos tiuques con desganado<br />
aleteo, chillando quejumbrosos. La Chaquira iba al trote largo,<br />
estironeanclo las riendas con tales brios que Mercedes se veia<br />
obligada a llevar las riendas frmes, casi tensas, chistiindola a cada<br />
instante.<br />
Una desazbn casi angustiosa, agitaba el iinimo de la joven.
108 Luis Durand<br />
Hubiera deseado que el camino fuera mucho mSs largo, para fa-<br />
tigarse un poco y aquietar sus nervios por el cansancio. Y sin<br />
darse cuenta, fustigaba a1 animal, que de pronto, parti6 a1 galo-<br />
pe, si6ndolc precis0 sujetarlo empleando todas sus fuerzas. Prb-<br />
ximo a la quinta encontr6 a Francisco, el m0z0 que iba a dejarle<br />
la capa de agua que le mandaba la sefiora Lucrecia, temerosa de<br />
que la lluvia la sorprendiera en el camino. Mas ella, sin detenerse<br />
la rechazb a tiempo de gritarle:<br />
-iVu6fveB Pancho para que largues la yegua!<br />
Ya 10s primeros goterones, comenzaban a humedecer el<br />
anca de la Chaquira. Un trueno retumbb lejanamente, y la Ila-<br />
mita azul verdosa de un relhmpago alumbr6 fugazmente las<br />
puntas de 10s Slamos.<br />
-Va a llover que es vicio, patroncita-le grit6 Pancho<br />
galopando junto a1 coche-el tiempo se ha preparado como para<br />
Uover una semana.<br />
Como un promontorio de tierra ondulante y moviblc, un<br />
pifio de ovejas avanzaban por el camino, apretujadas, alleghndose<br />
a1 cerco. La esquila de la oveja madrina tenia un tintineo de<br />
crista1 roto. A1 cruzarse con el coche, el ganado se atropell6<br />
balando desesperadamente. Voces roncas y temblorosas se con-<br />
fundlan con otras trbmulas y chillonas. Gaia ya el agua a torrentes,<br />
cuando Mercedes detuvo a su bestia junto a1 galpbn.<br />
En la salita de la costura, la esperaba tejiendo, dofia Lu-<br />
crecia que, a1 sentir 10s hgiles pasos de la joven se asom6 a la<br />
puerta del pasadizo para interrogarla:<br />
-&uB hay, te mojastes mucho?<br />
-No, nada,-respondi6 Mercedes arreglkndose el pel0 que<br />
le caia sobre la frente-comenz6 a llover ahora no mSs.<br />
-iElisa-gritb la seiiora-trSele el t6 a Mercedes! Que<br />
venga bien caliente.<br />
Afuera, en tanto aullaba la ternpestad. La ventisca hacfa<br />
crujir las maderas con un leve rumor de cristales. En el corredor,<br />
10s grandes perros ulularon Iargamente, lanzando despu6s la-<br />
dridos arnenazadores. A ratos, cuando la fuerza del viento de-
Mevcedes Urizar 109<br />
crecfa, oiase el chapotear de algunos caballos a1 pasar galopando<br />
por el camino. Mercedes se sent6 en un sill6n de mimbre que acerc6<br />
8 la mesita donde la muchacha acababa de servirle el t6.<br />
-LTraes hambre?<br />
La joven arrug6 ligeramente el entrecejo, con gesto negativo.<br />
Luego alcanzando su bolsa de tejer, extrajo de ella una carta<br />
que desdobl6 sin apresurarse. A medida que se iba imponiendo de<br />
su cktenido se le iba arrugando la frente mientras sus labios<br />
se estiraban en un mohfn de digusto.<br />
-AQui6n te escribib?<br />
-iQue gran tontera!-repuso-. Es una carta de Olivares,<br />
en la cual me dice que se va a llevar a Garcia, para mandarme<br />
a una sedorita en su reemplazo. Y de est0 tienes tfi la culpa, por<br />
haberle manifestado tus recelos cuando .este joven llegb, y tambi6n<br />
la tengo yo, pues nunca le dije que no tomara en cuenta tu<br />
petici6n. iQu6 tontera!-repit%-. Otra vez tener que comenzar<br />
a congeniar con una persona que no se conoce.<br />
En su voz se transparentaba el desagrado que aquella noticia<br />
le causara. Con el codo apoyado en la mesita y la carta en<br />
la mano, habiase quedado silenciosa. De pronto la sefiora dijo:<br />
-iMejor nib! Cierto que Garcia es una excelente persona,<br />
per0 ya tfi sabes como son en 10s pueblos chicos. Luego comenzarh<br />
10s pelambres y las habladurfas.. . Te dire que yo he pensad0<br />
muchas veces en eso. Alegrate. iY a d6nde lo trasladan?<br />
Mercedes mir6 el papel levantandolo a la altura de su ros-<br />
tro para ocultar la emoci6n que la embargaba. Luego con voz<br />
insegura contestb:<br />
-A Temuco.<br />
-iAh! Muy bien queda ahi. En este pueblo debe aburrirse<br />
bastante, el pob>e.<br />
Mercedes se habia levantado despu6s de empinarse de un<br />
trago la taza de t 6, sin tocar el pan. Un nudo de angustia le apre-<br />
taba la garganta. Una gran tristeza llenaba su espiritu. En su<br />
pima, sentada a1 borde de la cama, volvi6 a leer a la luz de la pe-<br />
quefia liimpara aquellas palabras que tanto la hicieran sufrir.
I10 Luis Durand<br />
*Me imagino que Ud. estarB muy contenta cuando sepa<br />
esta noticia-le decia Olivares-pues en esta forma desaparecera<br />
la inquietud que la Quecha y Ud. me manifestaron cuando lleg6<br />
este mozo. Por otra parte, estimo m8s conveniente y correct0<br />
que su ayudante sea una seiiorita. AI joven Garcia no se le hace<br />
nindn mal con esto; pues ir& a Temuco, donde tendrii mb po-<br />
' sibilidades para su carrera. Sin embargo, no es conveniente po-<br />
nerlo en ant,ecedentes hasta que no llegue el decreto de la Di-<br />
recci6n General,,.<br />
Abrumada, se enderead para arrebozarse en un dial de lana.<br />
Sentia frio y luego una sensaci6n de ahogo y de calor que le su-<br />
bfa a la caheza. Se acerc6 a la ventana para apoyar Ia frente<br />
sobre el eristal, en donde el agua de la lluvia se escurria en lar-<br />
gas 18grimas. A traves de la noche, veia 10s ojos de Garcia con-<br />
fiados y siempre hurnildes para mirarla. iPobre! Como se adver-<br />
tia en todm sus actitudes el inmenso carifio que senth por ella,<br />
que ahora era la culpable de lo ocurrido. $or qu.6 no impidi6<br />
a dofia Imxecia que insinuara a Clivares el alejamiento de Gar-<br />
cia? Ni ella misma lo sabia. Rien es cierto, que aquello no la<br />
preocup6, pues Olivares era niuy dejado para cumplir sus encar-<br />
$os. Y la verdad era que, aparte de sus dudas drl primer niomento,<br />
jamas tuvo temor de que Garcia no iba a ser a su lado el compa-<br />
niero leal, que se ofreciera, en su conversaci6n del d h de su Ile-<br />
gada a la escuela. Era una curiosa jugarreta. de su destino, el ser<br />
ella quien faltara a la lealtad ofrecida, cuando su cornzbn le<br />
estaba diciendo que ese era el hombre que sus suef,os de mujer<br />
la hicieran presentir. Ahi estabs, era cierto, tfmido, apoeado,<br />
tal vez demasiado sofhdar y romhtico, pero todo coraz6n para<br />
quererla como ella anhelaba ser amada. P era ella, ella misma,<br />
quien lo lanzsba de su lado. Ella, que necesitaha del calor de su<br />
afecto, como un rosa1, la Iuz, para fiorecrer, o como el agua para<br />
ser transparente. Y, no obstante, su nialhsdado destino la po-<br />
nia, por su propia culpa, en aquel trance.<br />
iQu6 hacer? Nerviosamente ley6 varias veces la carta de<br />
Olivares sin eneontrar la soluci6n a1 problema. Sin iinimos para
111<br />
desveetirse, habiase reclinado sobre las almohadas y alli comenzb<br />
a adormecerse agobiada por una congoja infinita. iAh, la vida!<br />
Siempre era una contradiccibn, siempre estaha ofreciendo lo que<br />
no se deseaba. La felicidad no era m&s que un miraje absurdo.<br />
De pronto el hielo de sus propias lagrimas la hizo reaccionar<br />
bruscnmente. 2.Y si le contara todo a Olivares? Era cierto que<br />
habfa en 61 un funcionario honesto que por encima de cualquier<br />
consideracih cumpliria eon su deber, per0 tambi6n tenia co-<br />
razbn. En el fondo era un hombre bondadoso y tierno. Le contn-<br />
ria su intima tragedia, SUP anhelos de ser feliz, de ser admirada<br />
por un hombre, de saber que dnicamente sus deseos reinaran<br />
sobre 41, y Olivares que la querfa como a una chica consentida<br />
accederla.<br />
Ya mas tranquila, se incorporb, acercfindose a un espejo<br />
a mirnrse 10s ojos. LOS tenia hinchados y con tal expresibn de<br />
tristeza que a ella mismn se asust6. Una luz fuerte 1% penetraba<br />
para hacerla comprender. Jam& habia amado hasta entonces.<br />
Lo otro no fu6 sino un capricho. S610 ahora sentia la dulce heri-<br />
da hasta el fondo de su ser, para lanzarla a ratos a abismos de<br />
tinieblas, y, luego a cima? donde resplandecia como un sol, su<br />
mfis alegre esperanza.<br />
Si, Olivares accederia, mas, era preciso hacerlo inmediata-<br />
mente. AI dia siguiente a m%s tardar. Ella sabria conmoverlo.<br />
Adem&s, le sabia su secretillo el cual le seria necesario aprovechar<br />
para tocarlo en medio del corazbn. Olivares cuando muchacho<br />
sintib una gran pasibn por dofia Lucrecia, pero 61 en esos aiios<br />
no era sino un insignificante preeeptorcito de escuela y aunque<br />
de una familia muy honorable, como no se le veia ningh porvenir<br />
esta razbn, movib tt 10s padrcs de ella a hacerle una oposicibn<br />
tenaz, en tal forma, que ninguno de 10s dos, pudo alimentar nin-<br />
guna esperanza. La vida deapu6s les alej6 por espacio de cerca<br />
de veinte afios y hacia ya diez, que volvieron a encontrarse en<br />
Temuco. Dofia Lucrecia viudn y 61 casado con una mujer con la<br />
cua!, segdn se decia, jam& se pudo avenir. Y corn0 aun quedaba<br />
112 Luis Dura&<br />
Mercedes, por esa Bpoca era una muchacha de dieciocho<br />
ados, un tanto candorosa y distrafda, que aprovechaba su tiem-<br />
PO en leer a escondidas algunas novelas romhticas que le prestaban<br />
sus compafieras del Liceo. En realidad, nunca se di6 cuenta<br />
de nada extraordinario en las relaciones de aquellos viejos<br />
amigos. Fu6 la propia sefiora Lucrecia quien se lo cont6 durante<br />
una grave enfermedad que la tuvo pr6xima a la muerte.<br />
U, poco despu&, resolvieron ir a pasar un tiempo a la quinta<br />
de Villa Hermosa, per0 la temporada se fu6 alargandn ambas<br />
que habfan cobrado un gran cariiio por esa propipdac:", resolvieron<br />
quedarse a vivir allf. Era un rincbn muy tranquil0 y seguro<br />
pues a1 frente estaba el ret& de la policia; Despu6s vino el matrimonio<br />
de Mercedes seguido de su desastroso dmalabro.<br />
Fu6 entonces, cuando Olivares la convenci6 que nceptara e1<br />
puesto de ayudant,e en la escuela de dofia Milagros, la vieja preceptora,<br />
que poco despu6s muri6, siendo reemplazada por<br />
Mercedes.<br />
Per0 en esa parte de sus evocaciones, la joven record6 que<br />
Olivares, fu6 quien m&s influy6 en su Bnimo en contra de su matrimonio<br />
con Arlegui. En una ocasi6n) con una ternura de padre,<br />
le pidiO visibleinente emocicnado que se fijara bien en lo que iba<br />
a hacer. Pero ella, ila gran tonta! se habia encaprichado con<br />
aquel barbilindo. Se insultaba ahora con 10s m&s deprinientes<br />
calificativos, y, luego, dbbase himos para realizar su geatidn<br />
ante Olivares. Mas, de pronto, le asalt6 una preocupaci6n horrible.<br />
iQu6 explicacibn le daria. para pedirle dejara sin efecto<br />
el traslado de Garcia? iLe dirfa que lo amaba y que si Bste se<br />
iba ella moriria de desesperacibn? iP para qu6? Para convertirlo<br />
en su amante y ser luego el pasto de todos 10s chismes, como poco<br />
rat0 antes se lo dijera la sefiora Lucrecia? Se afiebr6 haciendo<br />
conjeturas y proyectando mil cosas que, siempre le resultaban<br />
descabelladas. Era in~til, el coraz6n jamas podria avenirse con<br />
las cosas que inventaban 10s hombres para despu4s martirizarse<br />
ellos mism os, cuando sus sentimientos no lograban conciliarse<br />
con aquellos dictados.<br />
7
XIS<br />
En casa de las sehoras Loyola, reinaba el m&s cruel descon-<br />
cierto. El medico venido de Temuco, despu6s de recetar, habia<br />
movido la cabexa con esa esquiva gravedad del hombre que no<br />
desea decir una verdad demasiado penosa. El cas0 era en extre-<br />
mo delicado y si la joven lograba reaccionar despues de Ins me-<br />
dicinas que le dejaba, era necesario cuidarla mucho para llevarla<br />
a un clima alto, donde pudiera restablecerse poco a poco. El<br />
pulmbn, 10s nervios, el coraz6n.. .<br />
Garcia, considerado como de la familia, oyd en la sala ve-<br />
cina el dictamen del facultativo. Aquello, m8s que tristexa, le<br />
caus6 una desaz6n inexplicable. Se sentia como reo de un delito<br />
que no dese6 cometer, de haber hecho algo sin saber porqu6,<br />
como empujado por una ley fatal. Despu6s que el medico se<br />
march6 qued6se en la sala con las dos sefioras. Crey6 advertir<br />
en la actitud de ellas algo asf como un secreto que no le pudieran<br />
confiar.<br />
LOS amigos de la, casa, llegaron tambien, UBOS tras otros<br />
a preguntar por la salud de la enferma. Don Pedro, como siem-<br />
pre grave y ceremonioso, trat6 de consolarlas dicihndoles que era<br />
precis0 tener fe en la divina Providencia. Fuentes, serio y pensa-<br />
tivo citd el cas0 de una hija del administrador del fundo Hui-<br />
llenlebu que tambih estuvo muy mal del pulm6n, y con una
Mercedes Urizar 115<br />
estadia de tres meses en LolBn, se habia restablecido por com-<br />
pleto.<br />
-La juventud es siempre una esperanza, seiiora Carmela,<br />
no hay por qu6 desesperarse tanto.<br />
-Ya lo creo-agregb Arriagada-dice muy bien el amigo<br />
Fuentes,-la juventud es una esperanza y es un tesoro.<br />
Vicente Galarce abri6 la boca seguramente para decir un<br />
chiste, pero se retuvo en vista de la gravedad de las circuns-<br />
tancias. Cuando se despidieron, Garcia les acompaii6 hasta la<br />
puerta del corredor, en donde Alfonso lo invit6 a dar una vuelta:<br />
--Dicen que donde Barrera ha llegado una chicha, que es<br />
como para bautizar con ella-dijo el gordo. iTTamos a probarla?<br />
Garcia sonri6 de la comparacibn irreverente.<br />
-No, hombre, discdlpenme. Debo escribir unas cartas ur-<br />
gentes. Tal vez en un rat0 m&s vaya a reunirme con Uds.<br />
Los mir6 alejarse a trav6s de la calleja donde 10s kboles,<br />
aun desnudos de sus hojas, ponian una nota de paisaje invernal.<br />
Era un dfa nublado y silencioso. En el fondo de la calle veiase<br />
d port6n de la estacihn, desclavado. Un carro con harina cruzb<br />
en ese momento empujado por unos jornaleros. Era tal la quie-<br />
tud, que el
116 Luis Dunand<br />
derecho a conocer el dulzor de un beso, ni el delicioso cosquilleo<br />
de una palabra afectuosa, que abre a1 pensamiento fantasiosos<br />
panoramas de ilusi6n. Y 61, iqu6 podria hacer en tan crueles cir-<br />
cunstancias? iEra honrado mentirle afecto a un ser que estaba<br />
pr6ximo a hundirse en la eternidad? Y si lo hacia y aquello con-<br />
tribuia a mejorarla, jen qu6 situaci6n quedaria cuando ya no le<br />
fuera posible seguir engadhdola?<br />
El pitazo de un tren le torci6 sus pensamientos hacia Mer-<br />
cedes. iQu6 harfa en ese momento? Seguramente habfa ido a<br />
hablar con Olivares a fin de que no lo molestara a 61. Y claro,<br />
para eso era preciso que le concediera algo, una sonrisa, quizits<br />
un beso. Los hombres que podian hacer servicios, sabian hacerse<br />
pagar bien cuando era una mujer bonita quien 10s pedia. Y ante<br />
esa idea toda la sangre se le subi6 a la cabeza. Caramba, era pre-<br />
ferible soportarlo todo antes de poner a la mujer adorada en ese<br />
trance. Pero Mercedes no era de esas, la sabia demasiado buena<br />
para descender a esos extremos. Ella era s610 de 61 y aun cuando<br />
nada se lo dijera hasta entonces, lo presentfa en sus dulces silen-<br />
cios, lo lefa en sus intensas miradas, en todo eso que hay en la.<br />
mujer que siente rebullir en su intimidad, la inquietud anhelan-<br />
te de la felicidad.<br />
Y, no obstante aquellas consideraciones, un dolor agudo<br />
lo penetraba, se le retorcfa en la carne viva como un alamhre<br />
ardiendo, a1 pensar que pudiera estar en ese momento sentade<br />
sobre las rodillas de Olivares, entreghndole la boca encendida, la<br />
boca que 61 ansiaba tan locameote, dandole como un efluvio la<br />
luz acariciante de sus pupilas. Quien sabe si aquel, era un amm<br />
que declinaba entre ellos, y Mercedes experimentaba ahora la,<br />
necesidad de dar paso a este que comenzaba a sentir por 61.<br />
Pero, seguramente le era preciso valerse de su ascendiente amo-<br />
roso para obtener del Visitador lo que deseaba. 0 a lo mejor,<br />
a 61 lo necesitaba para satisfacer esa vanidad de toda mujer que<br />
se siente bien sabi6ndose adorada. Quiz& el capricho de quien<br />
desea un juguete para despu6s tirarlo. iQu6 distinto del amor de<br />
Mercedes, era aquel otro de Elena: grande, sublime en su dolor,
ivkrctdes Urizar 117<br />
rec6ndito. Y 10s hombres eran unos estdpidos, unos imbeciles y<br />
quien sabe si, m6s que todo, unos tremendos vanidosos. Porque<br />
bien mirada la cosa, si 61 no se hubiera enamorado de Mercedes,<br />
habria podido ser muy feliz cashdose con Elena para vivir la<br />
tranquila y apacible existencia de la aldea. Sdbitamente sinti6<br />
un rencor salvaje en contra de ella, de Mercedes, un odio de fie-<br />
ra que se revuelve fren6tica en su cubil, un odio que le subfa<br />
como una embriaguez tremante hasta el cerebro. iPsh! El no era<br />
nada m8s que un buen animal. Lo mejor era irse lo m8s pronto<br />
de alIf. Asi no haria desgraciada a la pobre Elena, ni le servirfa de<br />
entretencibn a la otra.<br />
Trat6 de leer para aligerar su tensibn nerviosa y a1 abrir un<br />
libro se encontr6 con las violetas que ella le pusiera en el ojal,<br />
la tarde que la fu6 a ver a su casa. Se acerc6 a ellas para coger<br />
dgo de su evanescente frzgancia y entonces la vi6 surgir, con<br />
10s ojos dulces, con su sonrisa de niiia grande y buena. Luego,<br />
euando le mostraba el eementerio, de sus senos surgia un aroma<br />
de suavidad y de misterio, nacido de aquellas dos flores mara-<br />
villosas que palpitaban con leve respirar bajo la seda de su blusa.<br />
iOh, no, no! Era imposible sachrsela del pecho. En ella se resu-<br />
mian todos sus sueiios, todo el sentido hermoso de la vida, toda<br />
la razbn de existir. Satisfacia dentro de lo ideal, todo aquello que<br />
la mente forja como atributo de una mujer. Su manera de ca-<br />
minar, la modulacih de su voz, todo se hacia 1uz de simpatia<br />
dentro de su alma. jNo! la amaria aunque se burlara de 61, aunque<br />
lo pusiera en ridiculo, aunque lo tomara como el juguete con que<br />
se entretiene un nirio.<br />
Estaba tan abstraido en sus pensamientos, que no sinti6<br />
Uegar el tren y que el cochecito de Mercedes se habia detenido<br />
frente a la casa. La mocita regordeta, le volvi6 a la realidad a1<br />
abrir la puerta de su cuarto.<br />
-La seiiorita Mercedes, est6 ahf don And&, y desea ha-<br />
blar con Ud. Esth en la pieza de misih Elenita.<br />
Se par6 de un brinco alis6ndose el pelo y arreglhndose e1
118 Luis Dwand<br />
paletd. En ese momento un phlido so1, doraha las hojas en el<br />
jardfn.<br />
-Con ella siempre aparece el sol-se dijo Garcfa, dete-<br />
nidndose un momento.<br />
Estaba junto a la cama de Elena, hablando con Bsta en voz<br />
baja. Lo dud6 con afectuosa indiferencia para tornar a su con-<br />
versaci6n. La sefiora Carmela le invit6 afable:<br />
--SiBntese don AndrBs. Creimos que se habla ido con sus<br />
amigos.<br />
-No-hizo El, con leve movimiento de cabeza-estaba<br />
en mi pieza escribiendo unas cartas.<br />
Mercedes sonri6 maliciosa:<br />
--Dicen que estos jbvenes de Villa Hermosa, son muy<br />
alegres. La otra noche dieron una funci6n muy bonita, muy gra-<br />
ciosa sobre todo.<br />
Garcia se encendid a1 contestar tartamudeando:<br />
-2QuiEn le pudo decir tal cosa?<br />
--Si,-exclam6 entonces la sefiora Teresa, bromeando,<br />
-se lo vamos a acusar Merceditas, para que lo deje sin recreo<br />
all& en la escuela. Con la junta de estos picaronazos de la Villa,<br />
se est& poniendo bien diablito. Antes era muy serio, per0 ahora<br />
se manda tambien con eUos a tunantear.<br />
-Per0 nifia--la reconvino dofia Carmela-las cosas tuyas!<br />
Como lo ves de buen carhcter, le dices lo que se te ocurre. iQu6<br />
quieres que haga aqui solo entre nosotras? Los j6venes en algo<br />
han de ent%nerse.<br />
-Buena cosa con la chiquilla Ma-dijo Mercedes tras un<br />
breve silencio, haciendo girar la conversaci6n hacia otro terre-<br />
no-;a qui& ha salido con la salud tan delicada? Es que tambien<br />
debfa salir un poco m8s para distraerse y no pasar todo el dia<br />
metida en la casa sin nada que la alegre. Yo por mi lo digo,<br />
Cuando estaba en Ia quinta, pasaba desesperada y en un tiempo<br />
estuve bastante mal de 10s nervios, a tal punto que casi nos fui-<br />
mos a vivir a Concepci6n. Eso debo agradecerle a Olivares que<br />
tanto se empefid porque me empleara. Ahora me entretengG
Mercedes Urizar 119<br />
en la escuela, y, muchas veces, jugando con 10s chicos ni e6 c6mo<br />
se me pasa el tiempo.<br />
-Si, es cierto dijo entonces dofia Carmela-hace mucho la<br />
distraccci6n. Per0 esta chiquilla es tan floja para salir.<br />
-Tienes que cambiar-le aconsejb Mercedes-. Podias irte<br />
40s dfas Shbados para Colliguay, y venirte 10s Lunes conmigo.<br />
Asi por lo menos cambiarfas de aire. En cuanto te sientas mejor,<br />
te voy a llevar para all&.<br />
. Elena con sonrisa triste, se limpi6 la frente y luego dijo<br />
pausadamente :<br />
-Yo me voy a mejorar con la muerte.<br />
-iAh, no seas tontita, pues, mi hija-replic6 cariiiosa<br />
Mercedcs. Si td lo que tienes no es m%s que un gran resfrfo.<br />
Lucidos estariamos si nos echkamos a morir por eso. Hay que<br />
hacer hnimo, todos estamos expuestos a una enfermedad. -I7<br />
con risuefia malicia termin6: -Si todavfa tenemos mucho que<br />
ver en esta vida.. .<br />
Dofia Carmela, en tanto, habfa traido una bandeja con ta-<br />
zas que dofia Teresa arreglb sobre una mesita prbxima:<br />
-Acompftfienos Mercedita, a tomar una taxa de t6. Es un<br />
k? bien pobre, per0 hhgalo por la Elena, para que est6 mb<br />
contenta y no se lleve pensando tonterias.<br />
A trav6s de 10s cristales habfa entrado el sol, que iluminb<br />
1% cara de la enferma. Tenia 10s ojos orlados de negro que hack<br />
mhs intensa la palidez de su semblante. Era una flor deshojada,<br />
marchita. Los labios blancos, la nariz transparente y afilada.<br />
Frente a ella, Mercedes era la expresibn de la vida sana y es-<br />
Plendorosa. Los ojos barnizados de expresiva lux, el pel0 relu-<br />
ciente y un suave sonrosado en las mejillas.<br />
Tomaron el t6, haciendo proyectos de paseos y excursiones.<br />
Mercedes con Garcia irian a verlos a L&n, cuando estuvieran<br />
all%, Elena y la seiiora Teresa. iQui6n pensaba en la muertc!<br />
La muerte era para dos viejos que andaban con las patas a la<br />
rastrap no para lo jbvenes que tanto tenfan que hacer enla<br />
vida.
AI despedirse, Garcia acompaii6 a Mercedes hasta el coche.<br />
Mientras se acomodaba en el asiento ella le dijo:<br />
--HablB con Olivares sobre Ud. y le pedi que no lo moles-<br />
tara en nada, porque Ud. era un buen compafiero y le tenia un<br />
verdadero amor a !a enseiianza. El no tiene ningdn mal hnimo<br />
en contra suya, per0 me parece que deseaba llevhrselo a Temuco.<br />
En atenci6n a mi pedido me prometi6 no hacerlc. De todas ma-<br />
neras, escribale hoy mismo a su amigo diputado, a fin de que vea<br />
en la Direccihn, si hay algo en ese sentido y lo deje sin efecto.<br />
No deje de hacerlo. Hay que ponerse en todos 10s casos. iNo le<br />
parece?<br />
Garcfa junto a la vereda, permnnecfa silencioso, sin mirarla.<br />
-iQu6 le pareci6 mal?<br />
-No-dijo 61-es que siento haberla molestado.<br />
-jPsh! No saa keno. Al6grese hombre. La vida es dema-<br />
siado corta para pasarla triste. Que hubo, ,pa a hacer lo que le<br />
dije?<br />
Su voz era insinuante con cierta afectuosa autoridad.<br />
-Si, ahora mismo.<br />
-Bueno entonces, hasta maiiana jno?<br />
Ah6 la mano enguantada para dejar caer la huasca sobre<br />
el anca de la aChaquira. dejhndole a1 partir su mhs carifiosa
XI11<br />
Ese dia, por el tren que llegaba a Ias dos de la tarde, regre-<br />
Baron a Villa Hermosa, Tito Jara y Nora CQspedes. Eran ya<br />
marido y mujer. Don Francisco y la sedora Rosa fueron el dia<br />
antes a Lautaro para dar su aprobacih en la ceremonia religiostt.<br />
NO quedaba otro remedio. Por lo demas, doiia Rosa en el fondo<br />
sstsba feliz de que aquello hubiera terminado asi. Ese vejete de<br />
Qsores, a ella no le gustaba y s610 accedi6 en vista de la insisten-<br />
-cia de don Francisco, a consentir en ese matrimonio. En cambio,<br />
a Tito Jara lo consideraba como su hijo y aun cuando Qste no te-<br />
nia una situacih muy buena, la cosa no era para preocuparse<br />
tanto. En la casa de ellos, a Dios gracias, no faltaba nada. Ya<br />
se irian formando alguna situacih. Las cargas se arreglaban<br />
por el camino.. .<br />
-iQuC diantre de muchacho! Con sus chacotas y payasadas<br />
nos hizo la grande. Per0 ya vera el picaronazo si no sale buen<br />
Gasado. iconmigo se las va a entender!<br />
Y doria Rosa con su mas alegre sonrisa, esa tarde convidb<br />
,a 10s amigos de confianza a una comida en familia.<br />
-Es una comidita a lo pobre-dijo Jara-haciendo una de<br />
BUS muecas caracterfsticas. Pero, jnada de bailoteos!-Y bajando;<br />
la voz para que no le oyera don Francisco agreg6:-Eso lo dejare-
I22 Luis Duranb<br />
mos para cuando el viejo se baje bien del macho. Ahora es cierto<br />
que ya se baj6, pero todavia lo tiene ensillado.<br />
Todos 10s amigos, ya impuestos de su pr6ximo arribo, 10s<br />
esperaron en la estaci6n. Fuentes, Galarce, Torchi y Garcia,<br />
que esa tarde no tenia clases en la eseuela. El Jefe de estaci6n<br />
10s cumpliment6 cariiioso y habia yn empezado a enhebrar su<br />
discursito, cuando el K"grm el perro de Vicente irrumpi6 vio-<br />
lentamente entre ellos, para hzcer las m8s jubilosas demostra-<br />
ciones de carifio a Jara. Pero en cambio no se libraron de Arria-<br />
gada que les habl6 de la paz del hogar y de la uni6n bendecida<br />
por Dios.<br />
--Mi amigo Jara, ahora que Ud. ha hecho triunfar su arnor,<br />
time graves y solemnes deberes que cumplir. Graves y solem-<br />
nes, si, sf.. .<br />
-Si, si.. . comprendo-repuso Jara con tan afectada serie-<br />
dad que todos estallaron en una carcajadz.<br />
Nora CBspedes, ruborosa, timida y recogida, oh sin levantar<br />
la vista, las palabras de Arriagada. S610 en ese momento a126 10s<br />
ojos para sacudir suavemente del brazo a su flzimante marido y<br />
decide con carifioso reproche:<br />
-iTan tonto que eres!<br />
Se despidieron en la esquina. Eran 10s comienzos de Sep-<br />
por encima del cerco del sitio de la viuda FernBndez,<br />
a sonrisa de un duraanero en ffor. En la puerta del<br />
cuartel de la policia estaba Crisanto que se cuadr6 militarmente<br />
a1 verlos pasar. En las acequias gorgoriteaba el agua, bajo el pas-<br />
to que vwdeaba en las orillas. Galarce convid6 a Garcia a ver<br />
unos carboneros que tenfa en la montafia:<br />
--Andale rucio. Te tengo un caballo bien suavecito. Vas a<br />
ver que ni sentirbs la tarde,<br />
-No, discblpame. Debo ir a la escuela a hacer unos estados<br />
de presencia diaria que es necesario mandar mafiana. Convida<br />
d gordo Fuentes.<br />
-Eso no quita-dijo Bste-yo ya tengo mi caballo ensilla-
do para ir. Pero deseiibamos que nos acompafiaras. Conversaremos.<br />
Asi tu musa no ser& tan doliente.<br />
-De veras que este rucio anda apenado-dijo Galarceiyo<br />
no s6 que te pasa, mira ve! Para mi que estas enamorado.<br />
Garcia trat6 de aparentar alegrfa y haciendo un ademhn<br />
de despedida, les grit6 ya andando hacia la escuela:<br />
--Me las pagarttn esta noche. iHasta luego!<br />
Era una tarde apacible. La primavers reventaba dulcemen-<br />
te por todos lados. Una brisilla tenue hacia delicioso - el ambiente.<br />
Garcia deseaba estar solo con sus pensamientos. Tenia horas de<br />
neurosis tan terribfe que s610 las aplacaba en la soledad, entre-<br />
ghndose a1 ensuefio. Le agradaba, entonces, irse a la escuela en<br />
las horas que-estaba solitaria y sentarse en un rinc6n a forjar<br />
sus quimeras, a Seces con angustia, con un dolor desesperado.<br />
Se calmaba escribi6ndole largas cartas, en las cuales vaciaba toda<br />
esa tumultuosa inquietud que embargaba su espiritu. Se entre-<br />
tenia evocando en ellas su vida de nifio, sus sueiios y sus triste-<br />
zas de hombre. En esos momentos experimentaba una necesi-<br />
dad de fumar y quernaba un cigarrillo tras otro, con una especie<br />
de fiebre que s610 se calmaba asi.<br />
Y ese dfa, cuando ya iba dispuesto a refugiarse en la sole-<br />
dad, que se le hiciera m8s cruel e insoportable ante la felicidad<br />
de Jara, no pudo reprimir un gesto de extraiieza a1 ver que la<br />
puerta de la escuela estaba abierta. Crey6 que 61 la habia dejado<br />
asi, cuando a1 acercarse oy6 la voz de Mercedes, que 10 traspasb<br />
de emoci6n:<br />
-Mira Vicente, trae el balde y la escoba para actt. Da gus-<br />
to ver lo bien que limpjaste aqui.. .<br />
No sup0 si entrar o volverse. Seguramente habria venido a<br />
hacer un aseo general en el interior de la escuela, donde 10s chi-<br />
COS estaban siempre rompiendo y ensucittndolo todo. Refiexio-<br />
n6 un instante, y por fin, se decidi6 a entrar. Se encontr6 COIL<br />
ella en la entrada del pasadizo. Estaba con la cabeza envuelta en<br />
un pafiuelo azul y con 10s brazos arremangados m8s arriba del<br />
eodo. Lo salud6 con alegre sonrisa, exclamando:
tl<br />
-iPero que a tiempo llega Ud.! Casualmente estaba necesi-<br />
tando alguien que me ayudara a limpiar las paredes, que ya no<br />
se ven de telas de arafias. Ni que lo hubiera Ilamado.<br />
--Me alegro much0 de poderle ser bti!. Aqul estoy listo para<br />
hacer lo que mande. iHay que sacarse el paletb?<br />
-iClaro! 1- el chaleco tambi6n y ponerse un capuch6n en<br />
la caheza, para no 1lenStrsela de tierra.<br />
Estaba linda con 19s mejillas encendidas, 10s ojos reidores y<br />
10s dientes brillantes entre la pulpa encarnada de su boca. En<br />
10s brazos blancos, ligeramente dorados, las venas azules se trans-<br />
parentaban levemente. Garcfa tomando en serio la cosa, despu6s<br />
(de dejar su sombrero en una percha, se dispuso a sacarse el pa-<br />
let& Pero e!la, con vivo ademttn, corri6 hacia 61, riendo- confia-<br />
da y tierna:<br />
-iPero est6 loco, hombre! iC6mo se le ocurre que va a ha-<br />
cer eso? iSi es una broma!<br />
El protest6 entusiasmado con la idea de quedarse allf ai%-<br />
dttndole. iD6nde estaria mejor?<br />
-iY qu6 tiene de particular? Como Ud. lo hace.. .<br />
Mercedes, seria ahora, le miraba desde el fondo de las ojos<br />
aon una dulzura inmensa.<br />
-N& Garcia, no es eso. 86 que Ud. lo harfa, per0 se ensu-<br />
&ark su ropa y no vale la pena. Lo harh Pancho que luego Ilega-<br />
r& con el coche. iY quB andaba haciendo par aqui a ,estea hora?<br />
El pens6 largo rat0 y por fin dijo en voz baja:<br />
-No s6. He venido porque alguien me lo mandaba; como si<br />
abedeciera a un pensamiento que abrigara ese deseo.<br />
Le pareci6 de una audacia enorme aquella frase, y, despubs<br />
de decirla, enrojecib hasta las orejas. En ese momento 10s chicos<br />
que le estaban ayudando a hacer la limpieza, aparecieron en la<br />
puerta.<br />
-Ya nos vamos, seiiorita. Tenemos que ir a1 tren de Ias 4.<br />
Ella vacil6 un instante:<br />
-Bueno, vStyanse.<br />
En tanto, se habia sacado el paiiuelo de la cabeza y con Ia
palma de Ias manos se enderezaba el peinado. TambiBn se habia<br />
estirado las mangas de la blusa de lana, y mientras se desataba<br />
el delantal amarrado en la cintura, dijo con ligero enfado:<br />
-Bueno el hombre bfen ionto este Pancho. Le dije que viniera<br />
a las cuatro y todavia no Ilega.<br />
--Son reciBn las cuatro-dijo Garcia con una voz trBmula<br />
que ni 61 mismo se reconoci6. Una emocibn intensa hacia temblar<br />
sus manos y le estrujaba el estbmago, a1 verse solo por primera<br />
vez en las escuela, con Mercedes. Un duke anhelar le agitaba la<br />
respiraci6n. Ella dijo:<br />
-Toy a dejar estos trapos a mi sala. iPor quB no se asomzd<br />
Garcia B ver si viene Pancho?<br />
El sali6 sintiendo la pena de no poderle decir una palabra<br />
de afecto. Mir6 hacia el camino un rato que le pareci6 muy<br />
largo y entr6 con las piernas dBbiles como si pisara en altos y en<br />
bajos a decide que el hombre no venia:<br />
La joven estaba abn en su rincbn. Mirkbase en el espejo,<br />
despu6s de haberse empolvado ligeramente. Garcfa quiso mostrarse<br />
sereno, pero se atragant6 a1 hablarle:<br />
-No viene Pancho todavia.<br />
Ella le mir6 en silencio. Kabfa una luz misteriosa en sus<br />
pupilas. El silencio se agrand6 de pronto. Diriase que ambos se<br />
habian puesto a escuchar el latido de su coraz6n. De sfibito Mercedes<br />
dijo:<br />
-VAyase Garcfa, iquiere?<br />
Su ruego estaba echo de suavidad y ternura. AndrBs se<br />
atrevi6 a preguntarle :<br />
-dud. quiere que me vaya?<br />
Mercedes no contest6 pero sus ojos ardieron, en una mirada<br />
larga, infinita. DespuBs le respond% quedamente:<br />
-Si, ahora si.. .<br />
And& le di6 la mano para despedirse. Una suave presi6n<br />
Ias mantuvo unidas como si se atrajeran. Tal vez fueron 10s dos<br />
que obedecian a esa emocionada ansiedad, que, como un rio<br />
duke, les subia desde el coraz6n. Y no supieron c6m0, tal si re-<br />
*
,126<br />
Lais Durcmd<br />
pentinamente se quedaran ciegos, heridos por una luz que le8<br />
%raspas& el alma haci6ndoles perder la nocibn del momento, ~e<br />
unieron en un beso largo, interminable, casi doloroso que se apre-<br />
Itaba mhs y mAs, como si quisieran tranafundirse el alma, en un<br />
enloquecimiento definitivo, en una embriaguez que se tornaba<br />
eada vez miis intensa. Se separaron un instante para hundirse las<br />
mirndas en 10s ojos y tornar anhelantes y como enajenados a<br />
unirse en otro beso que entonces fut? fren6tico. Era una sed inextinguible,<br />
una dulce sed que les recorria todo el cuerpo con un<br />
fltlbido de narc6tico. Y del pecho de Mercedes subfa una suave<br />
fragancia desconocida para Andrt?s que ahora la besaba sobre<br />
10s ojos, en la frente, hundiendo sus labios entre la cabellera.<br />
Hasta que ella, temblando como un arbusto florecido de rojo se<br />
desciii6 de aquel abrazo inacabable :<br />
-iAy, por Dios, Garda! Vhyase, viiyase, por caridad.<br />
Y 6l obedecib caminando como si estuviera ciego, tropeaando<br />
con 10s bancos, llevando en su rostro la expresibn de quien<br />
no sabe lo que hace. 5610 a1 salir a la calle se di6 cuenta de que<br />
se iba sin sombrero. Sentia el rostro ardiendo y en el corazh<br />
un latir tan agitado, como si fuera incapaz de contener tanta y<br />
tan inesperada dicha.
XIV<br />
Elena, aparentemente, fu6 recobrando poco a poco su salud,<br />
aunque siempre estaba muy delicada. Su enfermedad le habia<br />
dejado una expresi6n de melancolia que Auia de sus ojos, orlados<br />
de sombras que 10s agrandaban, haciendo rnhs intensa la palidez<br />
de su cara enflaquecida. Habia algo de vejez prematura en aquel<br />
~<br />
rostro donde la soprisa se abria como una flor pr6xima a desho-<br />
jarse. La primavera que comenzara luminosa y casi ardiente, ha-<br />
blase tornado nebulosa y fria. Doiia Teresa, de ordinario tan<br />
alegre y con ese aspect0 juvenil que le prestaba el brillo de sus<br />
ojos, era la mhs afectada con la enfermedad de Elena, a quien<br />
miraba ahora como a una niBa chica.<br />
En algunas ocasiones Garcia las acompaiiaba despuBs de la<br />
bora del tB, IeyBndoles algunos de 10s .;Episodios oacionales,<br />
de PBrez Gald6s que lograban hacer reir y animar a la joven.<br />
A veces, cuando doiia Teresa abandonaba la estancia, Andrks<br />
d volver una phgina veia 10s ojos ardientes de Elena fijos en 61.<br />
AqueIIo lo turbaba y por rnhs que trataba de contraerse a la lec-<br />
kura y de seguir el relato, le era imposible. Pero esa turbaci6n<br />
desvanecia para dar paso a1 recuerdo de Mercedes que lo envol-<br />
via, en una especie de onda chlida, enervhndolo, ha6i6ndole na-<br />
cer intensos deseos de irse a la calle, a recorrer 10s largos C&<br />
minos desiertos, para contraerse mejor a aquel minuto de dicha
I28<br />
que lo sentfa prendido en su sensibilidad como un aroma que a<br />
la vez tenia el sabor delicioso de su boca.<br />
Per0 de pronto a1 mirar a Elena, la vefa absorta, con el pen-<br />
samiento ausente, el rostro exangue entre 10s pliegues de su chaI<br />
de h a. Una piedad sincera lo hacia olvidar momentftneamente<br />
a la otra. Un deseo de consolarla. La seguridad de saberse amado<br />
por Mercedes lo hacia mfts generoso con Elena. Con su voz mfts<br />
afectuosa le preguntaba a1 verla tan desmayada:<br />
-jEstfi muy cansada, Elena? iNo quiere que le siga leyendo?<br />
0, jencuentra muy latoso esto?<br />
Ella con un movimiento cansado, como si sus ddbiles fuer-<br />
zas necesitaran emplearse enteras, para desprenderse de lo que<br />
la abrumaba, respondfa :<br />
-No, a1 contrario, est& muy gracioso y entretenido. Es<br />
que a1 caer la tarde el him0 se me apaga. Los t
campanas de la iglesia sur&&, entonces, tal si fuera la voz doliente<br />
de la tarde saturada de dulcedumbre. La viuda Fernhndez cru-<br />
zaba a esa hora la calleja para ir a rezar el rosario. Se iba calmo-<br />
samente recogida la faz cetrina, en aparente y mfstica medita-<br />
cibn. Por el camino unfanse a ella la hija de don Zenbn Miranda,<br />
con quien hacfa 10s liltimos comentarios de la Villa, el pr6ximo<br />
matrimonio de Arriagada, el regreso de Tito Jara con su mujer,<br />
y la enfermedad de Elena. La viuda tenia una voz agria, incisiva,<br />
mordaz.<br />
-Para mi que la chiquilla esa no tiene vuelta, Filomenita.<br />
Es tisis lo que tiene y de esa que ataca a la garganta. Para col-<br />
mol dicen que est6 enamorada del preceptor Garcia.<br />
--iSi, no?-respondia entonces la Filomena Miranda, en-<br />
tornando 10s ojos con expresi6n pudibunda. De seguro que el<br />
joven no le correfiponde, porque es harto desengaiiadita la pobre.<br />
-Y para colmo, hueso pelado, pues niria-replicaba la<br />
viuda con sonrisa aviesa-. Hoy en dia lo que 10s hombres bus-<br />
can, es una mujer a la cual haya algo que sacarle. Y m6s que el<br />
futre ese debe andar a1 tres y a1 cuatro. Apenas alcanzarh para<br />
sus gastos. No hay refr6n m$s cierto niiia que ese de SCasamiento<br />
de pobres, es lo mismo que echar piojos a pelear,.. .<br />
Filomena refa entrecortadamente escondiendo la cara an-<br />
cha y de facciones bastas, entre 10s pliegues del manto, al cele-<br />
brar las venenosas alusiones de la viuda. Luego ariadia por su<br />
cuenta con un tonillo despectivo.<br />
-Per0 el joven ese es muy pagado de si: se Cree una gran<br />
cosa.. . Lo que es yo ni lo miro cuando pasa. Le gusta mucho<br />
hacerse el interesante.<br />
Y tras un momento de silencio para pensar en donde fijar<br />
SUS mal4volas alusiones, proseguian :<br />
-Dicen que la Ester Quezada se casa pasado mariana.<br />
Est& que no cabe de orgullosa. No es para menos tambi6n, por-<br />
que ya hace ratito que la estaba dejando el tren. Si no es por el<br />
buenas tanas de Arriagada, no se la aseguro.<br />
--Em lo va a dejar en la calle, porque en lo vanidosa no<br />
9<br />
~
me dir& Ud. que no son todas cortadas por una misma tijera.<br />
No viven sino aparentando lo que no tienen.<br />
-De veras nifia. Son las dos, unas
exigirle reanudar su vide matrimonial. 3' eso no era una quimera.<br />
Alga le contaron una tarde en el molino, de que un hermano<br />
riic~, residente en Santiago, habia escrito a1 due50 proponi6ndole<br />
un arreglo a fin de que la mano de la justicia no cayera sobre 61.<br />
Ella no prestb mayor interes a la cosa, pero ahora venin a mor-<br />
derla como una fierecilla que se le introdujera de siibiLo en s~<br />
intimidad para desgarrarle 10s rnomentos mSLs dukes.<br />
Sin embargo, luego reaccionaba de todas aquellas dudas<br />
que Be le infiltraban como un veneno. iNo! Jam& volveria a unir-<br />
se a ese hombre. Preferia morir. Ha no podria traicionar a su<br />
amor, a aquel amor que se le ofreeia rendido y suave como la<br />
sGplica de un nifio, de un nigo bueno que llegara B buscar su<br />
amparo. Estaba segura de que la tia Quecha no la abandonarfa<br />
en aquel trance sentimental. Era la tinica persona que tenia de<br />
su sangre, y el carifo que le demostrb siempre, era tan grande<br />
o mayor que si fuera su hija. La queria con ese aferramiento del<br />
que lucha en el agua sujeto a un madero. En su cas0 no le queda-<br />
ba sino pedir el divorcio, y aunque eso no anulaba el vinculo, por<br />
10 menos la separaria para siempre de aquel hombre por quien<br />
no sentfa rencor ni odio, pero si, una profunda antipatia, tan
Lacis Durud<br />
intensa corn0 era su amor por AndrBs. Nadie, nadie le privaria<br />
de amarlo, de dark un poco de la felicidad si es que en su mano<br />
estaba hacerlo y ser dichosn, ella tambibn, de esta manera. Si<br />
era necesario renunciaria a su empleo, que en realidad no necesi-<br />
tabs y solo acept6 por no hacer su vida tan mon6tona. La tia<br />
Quecha era casi rica, pues con las rentas de sus propiedades po-<br />
db vivir perfwtamente. Ella misma, tenia dos casas en Temuco<br />
que daban una buena renta, y casi todos 10s meses gastaba gran<br />
parte de su sueldo y en ocasiones fntegramente en comprarle<br />
ropa a algunos chicos, o remedios a algin enfermo indigente.<br />
Eea tarde sentada junto a doiia Luerecia, tejL sin levan-<br />
tar 10s ojos, y mientras la sefiora leEa en voz alta, Mercedes se-<br />
guia sofiando en su inquietante felieidad. Doha Lucrecia lefa<br />
un grueso novelbn, que trataba sobre un amor adulterino. Mer-<br />
cedes nerviosa a1 oir las tonterias moralizantes del folletfn no<br />
pudo reprimirse:<br />
-ilero, Quecha, por Dios! Rasta cu&ndo vas a leer esas lese-<br />
ras. Me revientas con tus folletines de marqueses y condes in-<br />
trigantes y malos, y de rnujeres que no saben lo que es amor.<br />
El amor es LIE% cosa demasiado belh para decir tanta tonteria<br />
de 61. "6 misma lo sabes demasiado bien.<br />
Dofia Lucrecia, se ah6 10s anteojos para mirarla extrafiada,<br />
con tal cam de asombro, que Mercedes no' pudo reprimir una<br />
alegre carcajada. La seriora terminb por unirse a su hilaridad.<br />
DespuBs. con el libro en Is falda se qued6 un largo rat0 medi-<br />
tando.<br />
-Es cierto-dijo a1 fin-que son medio tontos estos folle-<br />
tines, pero tambiBn la vida. a veces, es tan absurda y contra-<br />
dictoria para juzgar eso que no va de actrerdo con lo establecido.<br />
La murrnuraci'6n no perdona a 10s seres que se cquivocaron y<br />
que despuBs tratan de tener una migaja de felicidad. El
la cara apopada sobre la palma de la mano. En 10s cristales<br />
se quebraban las dltimas luces del atardecer; una mosca grande<br />
trataba vanamente de subir por el vidrio. Sobre una mesita cer-<br />
ca de ella y junto a1 florero, el gat0 se acariciaba el hocico con<br />
su pata rubia, entornando 10s ojos ante la viva luz.<br />
' -~Asi es que tb crew que el que la err6 no tiene mas que<br />
aguantar?<br />
Dniia Lucrecia se sac6 10s anteojos, para meterlos despacio-<br />
* samente dentro de la caja que a1 cerrarse son6 tan fuerte que<br />
asust.6 a1 gato. Luego, con voz en que habia cierta tristeza, dijo:<br />
--No s6, mi hija qu6 decirte. Pero todo est& sujeto a tantn<br />
circunstancia. iQu6 me dirfas td, si despu6s de sufrir tanto como<br />
sufriste con ese desgraciado matrimonio, le entregaras tu amor<br />
a un badulaque, que en vez de agradecerte y respetar tu afecto,<br />
le sirviera s610 para pavonearse? El hombre de por sf tiene algo<br />
de vanidoso. Est6 mhs dispuesto a recibir que a dar. Y luego,<br />
que en cuestiones de amor, cuando hace un dado es casi siempre<br />
un malhechor a mansalva. Los peligros mayores son para la<br />
mujer. Todas las consecuencias caen implacables sobre ella.<br />
Dime td, una mujer herida en lo rn6s intimo, que entreg6 todo<br />
lo que sus suefios le pidieron, y que en cambio de eso recibe<br />
como un latigazo el calificativo de
134<br />
gato que habfa sal,ado sobre su falda, pasandole !a mano por<br />
el lomo.<br />
-De algo se ha de conversar, pues, sefiora. Hay que estar<br />
preparada para todo. Por si acaso.. .<br />
-iPsh nifia! M&s vale la tranquilidad. La tranquilidad es<br />
como la salud. que s61o se aprecia cuaodo se pierde.<br />
-Si clnro. Fero tarnbib es una gran lata. El aburrimiento<br />
pone est6pida a la gente.<br />
En ese momento entraba Pancho con una carta. Era un<br />
sobre grueso de la mejor calidad, con un monograma en la es-<br />
quina. Estaba a nombre de las dos. Mercedes ley6:<br />
xv<br />
FuB un lindo dia de primavera aque! en gue se celebr6 el<br />
matrimonio de don Pedro Arriagada. La noche antes, Garcia<br />
y Alfonso Fuentes cstuvieron en la pieza del scgundo, planchando<br />
10s pantalones rayados que se pondrifin a1 dia siguiente.<br />
Fuentes se habia hecho muy experto en este trabajo, cuando vivia<br />
en una pensi6n en Cantiago, mientras scguia su curso de agonomia.<br />
AndrBs, por la tarde, !e manifest6 sus dudas sobre la asistencie<br />
a1 matrimonio, pues tda su ropa muy ajadtl. Per0 el<br />
gordo mirhndole con sus ojos enormes, en el fondo de 10s cuales<br />
se desleia una sonrisita maliciosa le dijo:<br />
--iEstbs loco? For una dificultad tan pequeiia seria una<br />
tontera perder una fiesta asi como esa. Si eso va a estar niuy<br />
.lape>> rucio. Convkncete.<br />
-No me interesa, crdelo.<br />
Alfonso le desliz6 intencionadamente :<br />
-La Merceditas tambiBn va a ir.. .<br />
Garcia trat6 de disimular el rubor, que como siempre le<br />
Pncfndfa las medillas, cuando le hablaban de ella en son de<br />
broma, 9 dkndole la espalda se pus0 a niirar hacia la calle. Fuentes<br />
insistib:<br />
-NO os avergonchis, joven amigo. El amor es la m&s noble<br />
L
136<br />
facultad del espirit.u. SB que ahora estbis ansioso de abrir<br />
vuestro corazdn para decirrne como el poeta:<br />
Pues bicn yo necesito, decirte que la quiero,<br />
decirte que la adoro con todo el corazdn.. .<br />
-Fer0 no os obligaT6 a tales confdencins y en cambio OS<br />
promcto plancharos, como nadie lo hizo, 10s pantalones.<br />
El gordo Fuentes, ante 1% expcctativa de 10s buenos ratos<br />
que iha a pasar en la f esta, estaba del mejor humor. Gnrcfa opt6<br />
por reirse y preguntarle en seguida:<br />
-Oye, ientonces es cierto que t6 sabes planchar ropa de<br />
hombre?<br />
+Per0 claro! Vamos a ver inmediatamente esa ternada y<br />
yo te dire inmediatamente lo que hay que hacerle.<br />
En In noche, despuCs de terminar su fama, en la cual Fuen-<br />
tes pus0 el mByor esmero, salieron a fumar un cigarrillo en el<br />
banco que habia en la vereda. Pronto aparecieron Tito Jara,<br />
Galarce y Torchi.<br />
--iQuB hay?-dijo Galarce-iya esth Jistos para maiiana<br />
Uds.? La cosa, a juzgar por 10s preparativos va a ser como po-<br />
cas. Hoy pot- el tren de seis llegaron de Temuco, unas wabras<br />
como se pide, don Vito..<br />
-jAmigo!-vaquillonas de dos para tres-dijo Jara ha-<br />
ciendo el huaso.<br />
-Non seas roto, Tito-exclam6 Torchi-tii ahora debes per<br />
m&s serio.<br />
-Y el aPiaveB lo que se aflige-ri6 Galarce. -Si Tito es<br />
como la chicharra: time que morir cantando.<br />
-Por suerte ahora no pasarB del canto-dijo Fuentes-<br />
porque la Nora lo tend& a !a atrinca.. No debemos inquietarnos<br />
por Tito, reinaremos sin peligo nosotros. La cueetidn es que e1<br />
ganado ese que lleg6, ses bueno.<br />
-Es de primera-asegurd Galarce-tal vez algo monta-
fiero, pero de muy buenas hechuras. Viene una gorda cmuy hien<br />
empiernada)> que, ni sobre medida, te vendria mejor guat6n.<br />
-Muy bien pues, hombre. Espero en Dios que sabrC fasci-<br />
narla, haciendo us0 de esta simpatia que se desborda de mi per-<br />
sona. Para mientras, jvamos a jugar un pokercito de a chnucha,<br />
donde nuestro amado rey?<br />
-Ya tiene cerrado cl yey. Creo que la chiquilla est& enfer-<br />
ma.<br />
-iPero es posible-salt6 Fuentes con c6miea y afectada<br />
afiicci6n-y yo sin saber que mi amada Guillermina puede estar<br />
a punto de fallecer!<br />
-jNo tengas cuidado!-exclam6 Tito-ya pas6 el peligro,<br />
acaba de salir con bien de uno de 10s mayordomos de (
138<br />
Luis Durattd<br />
novios, lleg6 hiercedes con do5a Lucrecia, a quienes ayudaron a<br />
descender del coche, AndrBs y Vicente. Mercedes venfa radiante<br />
de alegrfa. Vestfa un traje de seda negro y un sencillo velo sobre<br />
la cabeza. Una crucecita de or0 le colgaba sobre el pecho. AI<br />
entrar en la iglesia se separ6 de doiia Lucrecia para unirse a las<br />
chiquillas CBspedes. Babfa verdadera expectaci6n de ver llega,r<br />
a 10s novios, que por En aparecieron caminando lentamente por<br />
la vereda bafiada de so!.<br />
Arriagada venia muy circunspecto. Muy phlido, s610 en las<br />
sienes le asomaba un ligero tint. sonrosado. Wenia de tongo, con<br />
chaquE y pantal6n claro y trafa del brazo con tal empaque a !a<br />
seiiora Quezada, que daba la impresi6n de tenrr las piernas li-<br />
geramente engarrotadas. Ester vestia de blanco de pies a cabeza<br />
y daba su brazo a Alfonso Fuentes que a1 pasar salud6 risueiia-<br />
mente a1 grupo de sus amigos, que abrieron calle a la entrada<br />
del templo, mientras 10s acordes graves y hondos del armonio,<br />
resonaron lentamente, basta cuando la pareja lleg6 junto a1<br />
altar. En ese momento el sacerdote revesticlo sal% de la sacristia,<br />
para cornenzar el ofcio divino. La viuda Fernhndez no se pudo<br />
retener y desliz6 a1 ofdo de Filomena:<br />
-iPor Dios, la mujer
de Ella que estaba allf cerca, acaso sintiendo, su mismo anhelo<br />
en ese instante.<br />
Babia un no s6 qu6 de hermoso en aquella misa aldeana.<br />
~ampesinos viej os con la cerviz inclinada, rezaban entregados .<br />
con inmensa devoci6n a sus creencias. TJ en el momento de alzar<br />
parecib que se dobkgaban enteros, ante la fuerza de aquel poder<br />
divino que presentian como la cristalizaci6n de toda la bondad<br />
circundante. La igIesia se llenb un momento del olor a1 ineienso,<br />
del aroma denso de laafiores. La campanilla resonaba a intermi-<br />
tenciaa, mientras 10s hombres se golpeaban el pecho con un<br />
isanto, santo!-traspasado de unci6n.<br />
En el acto del matrimonio, el sacerdote les hahl6 de 10s SO-<br />
lemnes deberes que imponia nquel sacramento. LO dijo con pa-<br />
labras claras, sencillas, emoeionadas. F cuando la f6rmula del<br />
ritual se dej6 oir, hubo un momento de silencio durante el cual<br />
pareci6 que 10s fieles contenfan la respiraci6n:<br />
--Pedro Arriagacla : iquieres recibir por esposa a Ester<br />
Quezada?<br />
La voz del hombre reson6 tr6mula, velada de emoci6n.<br />
--Sh’, quiero.<br />
Ester contest6 alegremente, trenquila, orgullosa. Tras de<br />
ella su madre se limpiaba una Ihgrima. Alfonso estaba muy serio,<br />
con aspecto reeogido y respetuoso. Garcia en su rinc6n, sinti6<br />
que un sollozo le subfa porfiadamente a la garganta. Tosi6 a la<br />
fuerza, para disimular !a emoci6n que lo ahogaba, y 10s ojos se le<br />
llenaron de lhgrimas.<br />
-iQu6 idiota estoy!-se dijo en voz baja.<br />
La mirada de Mercedes estaba fija en 61 como si le mirara<br />
en una especie de ensofiaci6n, mientras un suspiro contenido le<br />
henchia levemente 10s senos. Y de pronto la mfisica del harmonio<br />
kn6 todo el iimbito en una onda fresca y melodiosa. La voz de<br />
las tres j6venes surgi6 desde el cor0 como una duke vertiente de<br />
emoci6n, para saludar a 10s reci6n caeados. Afuera, el sol irradia-<br />
ba doriosamente, caldeando la tierra que ecloaionaba con fuer-
zas. En el aire tibjo zunhaban las abejas, y, bajo 10s kboles, el<br />
suelo negro y hiiniedo estaba salpicado de p6talos de flores.<br />
En el enorme salbn de las Quezada, esperaron todas las visitas<br />
a 10s novios, para darles el abrazo tradicional. Muy pronto<br />
aparecieron radiantes de felicidad y todos entre gritos, exclamaciones<br />
y alegres bromas querian ser 10s primeros en recibir el<br />
abrazo a fin de que 88 les pegara el cespfritu santo.. Tito Jar8<br />
con ademhn de arremangarse le dijo a Garcfa:<br />
--ilqui hay que apretar fuerte, compaEero. Cosa que la novia<br />
se maltrate a fn de que Arriagada despu6s no se vea tan aAigido.<br />
E1 otro sonrib desgnnado como si no comprendiera la picante<br />
intencih. Y no sup0 por qu6 sintib una siibita ternura y<br />
simpatia, cuando Ester avanzd hasta 61, para abrazarlo afectuosa,<br />
y fu6 seguramente uno de 10s m8s sinceros sus deseos a1 deckle:<br />
-Que sea Ud. muy felie Estercita.<br />
-Gracias Garcia, y que pronto me' devuelva este abrazo<br />
con el mismo motivo.<br />
En tanto 10s amigos ya le tenian las espaldas molidas a don<br />
Pedro, que juvenil y gallardo devolvia 10s palmetazos con alegre<br />
energfa. Sin embargo, a1 abrazar a Fuentes y a Garcfa, les estrechd<br />
largo rato sin decides una palabra. Era tal vez la mejor<br />
expresi6n del hondo aprecio que por ellos tenia. Igualmente le<br />
ocurrid con Mercedes que con esa voz duke tan conocida por<br />
Garcfa, le dijo :<br />
-jPedro!-sea Ud. siempre bueno con su mujer!<br />
-Cbmo no, Merceditas, c6mo no.. .<br />
Y entre el tumulto de risas, de cuchufietas y bromas en<br />
donde todos hablaban a un tiempo, ellos quedaron juntos. La<br />
joven con ese bello domini0 que tenia sobre 61, le dijo, corn0 si se<br />
acercara s~bitamente a su intimidad.<br />
-Buenos dias, Andr6s. Lo he notado triste. iPor qu6?<br />
i.Ser& porque estoy yo aqul?<br />
-No s6, me agobia la felicidad de 10s dem&s. Y, sin embargo,<br />
soy feliz, dolorosamente, eso si.
Mercedes dejaba irse su mirada en derredor, aparentando distraccibn,<br />
per0 estaba pcndiente de las palabras de Garcia, y de<br />
pronto volvi6ndose hacia 61 le dijo con su voz empapada en ter-<br />
Dura :<br />
-No quiero verlo asf. Deseo que est6 alegre hoy. Asi me<br />
sentire feliz. iLo va a hacer?<br />
Andr6s se habia encendido, una duke exaltncibn le hizo<br />
enterrarse las ufias en las manos. Quiz0 hablarle pero ya ella estabs<br />
lejos. iOh, qu6 hermoso era quererla asf, dolorosamente,<br />
desesperadamente! Una embriaguez deliciosa se apoder6 de 61,<br />
y entonces, con 10s nervios tensos hubiera querido dispararse<br />
a la calle para disfrutar a solas de toda la ventura que le dejaban<br />
BUS palabras. P poco a poco todo aquello se le fu6 transformando<br />
en una sensacih de suavidad, de livianura, como si dentro<br />
tuviera un phjaro cantando junto a su coradn, o si sus pensamientos<br />
fueran ajorcas de oro, con las cuales el nifio del amor<br />
estuviera jugando. Asf recibib, alegremente, a don Pedro, que le<br />
sat6 de su rincbn para presentarle a las amiguitas de Temuco.<br />
Dos morenas, una de ellas muy graciosa y simphtica, la otra, una<br />
rubia de senos prominentes y ojos verdes. Lo saludaron con afectada<br />
distincibn. Con ellas se pus0 a hablar del dia tan hermoso, de<br />
la ceremonia en la iglesia, y de la primavera que se presentaba<br />
tan agradable.<br />
KO obstante, sus ojos la buqcaban, y se sintib m8s tranquil0<br />
am, cuando la vi6 conversando muy risue5a con Fuentes y<br />
Torchi. Era ya el medio dia, y entre 10s invitados circulaban<br />
Profusamente bandejas con aperitivos y pasteles. Don Pedro<br />
declar6 en ese momento que nadie se podria ir.<br />
-Quedan todos invitados a1 almuerzo. Gerh un almuerzo<br />
EUY modesto, pero en cambio, habrh rnucha sinceridad y cari-<br />
BO para atenderlos.<br />
Lo concurrencia manifest6 la mayor conformidad con aquella<br />
determinaci6n. Todos agradecfan encantados. Don Pedro insi~u6<br />
a media voz cerca de Mercedes y las C6pedes:<br />
-Un poco de mdsica vendria bien, para que bailen un rato,
242<br />
Luis Durand<br />
La cuesti6n es, mis amigos, que en estos momentos en que se<br />
santiSca el amor: haya alegria, mucha alegrfa y en el corazbn,<br />
paz, mucha paz.<br />
-hi en la tierra como en el cielo-termini5 Jara con la vOz<br />
campanuda en su eterno afhn de hacer chistes.<br />
Las nifias de Temuco fueron las dnicas en celebrarlo. Una<br />
de las morenas dijo a Garcia:<br />
-iPero qu6 divertido es este joven!<br />
-Si-repuso<br />
a la broma.<br />
AndrBs-siempre est& muy alegre y dispuesto<br />
La rubia tenia la voz ligeramente nasal. Pregunt6:<br />
-Fer0 es casado, jno?<br />
--Se acaba de casar con la Norita C&pedes, la niAa que est&<br />
junto a1 piano.<br />
-ply! jKo es esa nifia, la que estaba de oovia con don<br />
Juan Osores?<br />
-La misma.<br />
Se miraron Ins tres con impereept>ible gesto de entendimiento<br />
y de malieia. Torchi, en ese momento, tocaba ((Sobre las<br />
Olas., en el piano. Garcia les pregunt6:<br />
-jSupongo que Uds. bailarhn?<br />
-iAy,<br />
mente.<br />
pero valse no sabemos! Puras cosas rnodernas bnica-<br />
-Yo, dijo la rubia-bailo nada mbs que tango.<br />
En ese momento se ace& Mora CBspedes y Garcia la inviti5<br />
a bailar, aprovechando la ocasi6n de zafarse de aquellas seiioritas<br />
que comenzaban a cargarle. Ya Fuentes bailaba quel<br />
valse cuya milsica tenia un cornpiis lento y cnsi linguido. Pedro<br />
Arriagads con su Bamante esposa girabatn tambi&n, miribdose<br />
eomo dos t6rtolos. Galarce inclinhndose al oido de don Ludovino<br />
le dijo:<br />
-$3e fjs don Ludo? Mire ese pollito como las menea.<br />
creo que esta noche se va a portar a la altura de 10s pafscs<br />
bajos.<br />
--;Claaaro!-hizo el otro alargando con intenci6n la d!%ba-
el cheque va a ser en toda la linea-termin6 con una sonrisita<br />
rechoncha como su cuerpo.<br />
31 baile terminaba. Jara grit6 con voz atiplada:<br />
-0ye Torchi, toca un
jenado. Mercedes lo vi6 traspasado por un sentimiento tan intenso,<br />
lo vi6 tan suyo, que le dijo:<br />
-Y ahora tengamos fe mi amor. Fe para creer en la dicha<br />
aunque sea a costa de muchas tristeeas.<br />
-IOh, Mercedes yo.. .!<br />
Torchi de pronto se levant6 del piano, para gritar:<br />
-iNo, puesl-yo tambi6n quiero bailar.. .<br />
Bero no alcanzb. En ese momento don Pedro con su esposa,<br />
golpeando las manos, dijeron:<br />
-&ora van a tener la bondad de pasar a1 comedor. TJ<br />
disculpar todo lo malo.<br />
Jara sujet6 a Fuentes para decide en voe baja:<br />
-iR chitas, hombre, que me salib cimbradora la rucia! Es<br />
como puerta de golpe en dia de viento. No te conviene a ti que<br />
eres lerdo para
cuello, como si le intcresara en extremo ofr Io que se conversaba.<br />
A rates gritaba con aguda insistencia:<br />
-iMaria, sirve el almuerzo! La lorita tiene hambre. Tiene<br />
hambre la lorita.. .<br />
AI comienzo pareci6 que la confianza que reinaba en la sala<br />
habfa desaparecido en el comedor. Los hombres ofrecfan pan,<br />
con ceremoniosas inclinaciones, y las nifias se limpiaban muchas<br />
veces la boca agradeciendo con la mayor finesa que podian.<br />
as, poco a poco, aquello se fu6 animando con Ias bromas de<br />
Jara y las cuchufletas de Galarce. El vino, que las nifias tomaban<br />
muy moderadamente en pequerlos sorbos, terliia de carmfn sus<br />
Inejillas y abrillantaba las pupilas de 10s hombres. Muy luego la<br />
alegria se hizo general. De pronto, 10s acordes de una orquesta<br />
resonaron en la sala vecina. Era la suprema sorpresa que Arriagada<br />
tenia reservada a sus invitados. Aquello fu6 celebrado con<br />
vivas congratulaciones para 10s reci6n casados. Don Pedro estaba<br />
radiante, pero muy medido en 10s tragos. Galarce que no le<br />
quitaba el ojo de encima le grit6:<br />
-Oye, Pedro, sirvete un trago pues, hombre. Est& besando<br />
las copas.<br />
-Muy bien-exclam6 Fuentes-que se sirva paueadamente,<br />
per0 que se sirva. Los besos debes guardarlos para despuds. Te<br />
haran mucha falta.<br />
-No tengas cuidado-grit6 Jara-est6 muy bien provisto.<br />
-El hombre hahla por experiencia-exclam6 un tanto ruborizado<br />
Arriagada-pero accedo en beber esta copa por mi querids<br />
Ester que es el cofre en donde he depositado todos mis<br />
anhelos de felicidad, y tambih por Uds., mis amigos, que me<br />
acompafian en esta hora tan dichosa.<br />
-iPero que bien, Pedro!-grit6 Alfonso entusiasmado.<br />
Hablas como el divino Rub& LBstima que tu emoci6n no haya<br />
“Icanzado para beberte
146<br />
LZ~S &rand<br />
'os olos iuminosos y el rostro suavemente eocendido. Cada vez<br />
que se indinaba junto a Fuentes para oir la conversaci6n de &tp,<br />
aprovechaba la oportunidad para enviarle a Garcia algo de su<br />
dulce intimidad en el fhir de sus miradas. Garcia, muy Iocuaz, con-<br />
versaba con Nora y Griselda Qiieeada que, a ratos, se ponia,<br />
muy romhtica:<br />
-Claro que han sido muchos 10s jdvenes que me han que.<br />
rido, per0 francamente debo decir que ninguno ha sido mi<br />
ideal.<br />
A 10s postres Alfonso se pus0 de pie, para agradecer y de-<br />
cir algunas palabras con motivo de la fiesta: ((Pedro-dijo-tiene<br />
UD alma de niib bueno, y Ester en cuya persona se reunen todas<br />
!as virtudes de la mujer chilena, se lo merece de sobra.. .<br />
-jChis, de sobra no, pues, a donde va!-le interiumpi6<br />
don Ludovino a quien las copas habian puesto muy chistoso.<br />
-Bien. Se lo merece por sus bellas cualidades. Ruego no<br />
interrumpirme porque me har&n perder el hilo de mis observa-<br />
ciones. iQu6 tal? En la Chmara, que bien hubiera resultado esto.. .<br />
Bueno, para nosotros, para la juventud.. .<br />
-jPaso!-exclamb alguien.<br />
--Entonces vSlyase a1 plato, per0 no me agujeree el discurso<br />
-dijoelgordo ya tomando a broma la cosa, y uniendo sus<br />
carcajadas a 10s demhs, Pedro, deserta de nuestras alegres reunio-<br />
nes, donde siempre su presencia era recibida.. .<br />
-Con un vas0 de w6aB le grit6 Jara.<br />
-Si, muchas veces, per0 tambib con sinceridad y carico.<br />
Pero, en cambio como belln compensaci6n, tendremos un hogar<br />
m&s que nos reciba con afecto, con esa hospitalidad tan noble<br />
como el crista1 de esta copa cuyo contenido os invito a beber por<br />
la felicidad de ellos. iSalud!<br />
-iQut5 bien! Poco, per0 bueno.<br />
-Confortable y apretado- volvi6 a hablar el jefe.<br />
Despu6s agradeci6 Arriagada .usando sus frases conocidas.<br />
No se olvid6 del cantaro de la Samaritana, ni de la paz del ho-<br />
gar. En seguida Jara recit6 un mon6logo jocoso y Alfonso una
pesfa de Dfaz Mirbn. Poco antes de pararse de la mesa Nora<br />
Cbspedes cant6
148<br />
Luis burad<br />
Las horas transcurrfan sin sentir. Mercedes estaba muy<br />
alegre y sin dejar de atender la conversaci6n a Torchi con quien<br />
ahora bailnba, sabia decirle con la muda elocuencia de 10s ojos<br />
a Garcia todo lo feliz que se sentia en esos momentos. De pronto<br />
hubo un revuelo en Ia sala. Don Pedro y sefiora, que hacfa iinOS<br />
instantes desaparecieran del sah, volvieron en traje de viaje,<br />
listos para partir a su luna de miel, por el tren que pasaba a lag<br />
siete de la tarde hacia el norte. Hubo gritos de sorpresa, protes.<br />
tas y exclamaciones. Don Pedro declar6 solemnemente :<br />
-Nos vamos, pero dejhndcles el coraz6n y el aha a todos<br />
!os buenos amigos que han tenido la amabilidad de acompafiar-<br />
nos, y de szcrifcarse en esta modesta reuni6n familiar. Per0 la<br />
fiesta debe seguir con igual entusiasmo. Mi sefiora madre poli-<br />
tics y Alfonso quedarhn representhndonos.<br />
-Serhn cumplidas tus brdenes, Pedro, dijo Alfonso incli-<br />
nhndose con afectada graveclad. -Y bajando la voz les dijo:<br />
--Ahora partid y que Venus os inspire y Eros os cntregue sus mhs<br />
dulces secretos. Idos y sed dichosos.<br />
-jBravo!-grit6 Vicente, pero antes es de rigor que se des-<br />
pidan con una cueca. iEsthn obligados!<br />
-iClaro, claro, obligados!-gritaban todos gozosamente.<br />
-iCancha, cnncha- decia Jara hablando a gritos.<br />
-Pero, por Dios, que terrible,-decia Ester, si yo casi no<br />
s6 bailar cueca.<br />
--No sc REija, mi hijita--la anim6 Arriagada tr6muIo y exci-<br />
tado, con 10s ojos brillantes de alegria. Haremos lo que se<br />
pueda.<br />
Y de pronto la sala pareci6 derrumbarse, porque la milsics<br />
estall6 con tanto impetu y brios, tal si en todos hubiera un repi-<br />
que de alegria expresiva y bulliciosa. Elba, en el piano, y Nora<br />
Cgspedes, en la guitarra, junto a la cual se habia arrodillado Jars<br />
para ganar las Ctres mitadesz, solt6 de pronto el torrente cho<br />
y gracioso de su voz:
'Qnda ingrato que algiin dfa<br />
de mi te habrhs de acordar<br />
y te pondrhs a pensar<br />
en quien tanto te queria.<br />
. . . . . .Y te pondrhs a pensar<br />
en quien tanto te queria.. .<br />
i 49<br />
Ester, casi acto continuo de alzarse la voz de Nora, completa-<br />
mente olvidada de que no sabfa bailar cueca, arremeti6 con tal<br />
entusiasmo que casi desconcert6 por completo a su marido. Era<br />
la cueca graciosa y con cierta distincih que se baila en todos 10s<br />
hogares de nuestra clase media. Iba y venia en rondas, COMO si<br />
apenas tocara el suelo con cierta estrernecida ondulaci6n de las<br />
caderas, el paduelo en alto, 10s ojos llenos de alegre y provocdora<br />
luz, ya amagando, entreghndose o huyendo del hombre, con un<br />
Iigero cimbrar del cuerpo, mientras 10s pafiuelos a ratos ondeaban<br />
junto a 10s rostros en un juego engadcso y hgil que tenia algo be<br />
sensual y rebelde a la vez.<br />
El corro aplaudia con un entusiasmo imposible de deseri-<br />
bir en medio de las mfts absurdas y divertidas exelamaciones:<br />
-Sulfite, sulfato, nitrito, nitrato, el perro y el gato! iPGn&e<br />
con bi-car-bo-na-to!!!<br />
-1Agarra ese trompo en I'ufia!<br />
-iTirenles con el aparador!<br />
-jAffrmate riendas d'hilo!<br />
En el segundo pie fu6 el delirio, cuando 10s novios, casi juntos -<br />
uno frente a1 otro, terminaron con un zapateo tan sostenido, que<br />
*rriagada, agitadfsimo, se detuvo para abraxar a Ester nlegre-<br />
mente gritando :<br />
--Me entrego, me entrego.<br />
En seguida, apresuradamente, fueron a dejar a 10s novios a<br />
la estaci6n. El tren ya estaba anunciado, y 10s j6venes se despe-<br />
dian de Arriagada hacidndole a1 oido 10s mSs picantes encargo?.<br />
Javier MBndez muy serio le dijo a1 abrazarlo:
-iNo se olvide de tomar una gotita de pwafina, cornpa.<br />
dero! -Y con el aire m8s serio y convencido, agreg6:-en estos<br />
casos es lo mejor para afirmarlas, mi amigo!<br />
lJn clamoroso tumulto agit6 el and&, cuando entr6 el tren<br />
inundando con su chorro de lux el recinto de la estaci6n sobre la<br />
cud ya caia el crepdsculo. Pafiuelos en el aire, voces de mujer,<br />
gritos energicos de hombres saludaron la partida del convoy<br />
por cuyas ventanillas SP asomaban curiosamente 10s pasajeros,<br />
Tras el agudo silbato del conductor, reson6 el breve pitazo de 18<br />
locomotora, y el tren como una rnonstruosa serpiente anillada<br />
de luces, ech6 a rodar veloamente por en medio de 10s campos y<br />
de la noche que ya se avecinaba.
XVI<br />
h\TCngase hoy mismo. Gesti6n resuelta con felicidad sobre<br />
enipleo, IC conviene mucho. Saludos. Casiano,.<br />
Garcia, de vuelta de la escuela, encontrb a1 mensajero que<br />
I? llevaba el telegrama. Venia ssturado de felicidad, tr6mulo de<br />
dicha. Esa tarde, Mercedes, habiase quedado haciendo algunos<br />
apuntes, despu6s que se fueron 10s nifios. Desde aquel dia tan<br />
hermoso, en que se dijeran su amor con un heso. cuyo recu,\r?,o aun<br />
rebuilia en su sensibilidad, Garcia no habfa tenido oportunidad de<br />
hablar con ella, pues siempre temerosa, como si todos 10s pequefios<br />
fueran a leer en su rostro aquel bello secreto, esquivaba encon-<br />
trarse con 61, y s610 le saludaba de lejos con una sonrisa afectuosa.<br />
Andr6s, desconcertado, mostrhbase triste, sintiendo cada vez<br />
mhs lacerante la inquietud de su sentimiento, a pesar de sus c11-<br />
rifiosas palabras en la fiesta del matrimonio de Arriagada. Y esa<br />
tarde, con un ansia indecible fu6 hasta PU escritorio presintiendo<br />
un dulce momento en aquel amor que llegaba entre tantos SO-<br />
brcsaltos y prcocupaciones. Mercedes ya estaba lista para partir<br />
Y apenas le vi6 entrar se pus0 de pie para preguntarle en voe<br />
baja:<br />
-iSe fueron todos 10s nifios?<br />
-Si,-dijo 61, presa de extrafia sobreexitacibn.<br />
Se quedaron mirando a 10s ojos en 10s que despuntaba una
luz chlida. La sala con sus puertas cerradas, estaba en la penurn.<br />
bra. Afuera habia un gran silencio que s6lo turbaba a ratos el<br />
canto de un zorzal, desde el nispero del patio. Fu6 un instante de<br />
vacilaci6n que deshizo ella impetuosa, tal si temiera perder la<br />
oportunidad de aligerarse en una explosi6n de afecto, de to&<br />
aquella tortura de sentir 10s nervios tensos.<br />
-Queria verte-musit6 tutehndolo por la primera vez-<br />
Queria verte-repiti6-verte cerca de mf, ofrte decir que me<br />
quieres mucho, que s610 piensas en m5.<br />
Las filtimas palabras casi no pudo decirlas, porque Garcia<br />
la habia estrechado entre sus brazos, con una especie de v&go<br />
que lo hizo vacilar sobre sus pies como si estuviera ebrio. FrenB.<br />
tico, la besS con un beso interminable sobre 10s labios dukes y<br />
chlidos, frescos y aromosos como una fuente sobre la cual se des-<br />
hicieran rosas. Luego, aparthndose un tanto, la mir6 traspasado<br />
como en un 6xtasis. Ella con la cabeza rendida sobre su brazo,<br />
tenia 10s labios entreabiertos, mhs bellos despu6s de la caricia,<br />
10s ojos entornados, y un haIo de misterio y seduccibn en el rostro.<br />
De su cuerpo se desprendia una fragancia sutil, como si toda<br />
ella fuera una esencia suave, un aroma de fruta en saz6n.<br />
--BBsama amor, b6same-suspir6.<br />
Y 61 le cubri6 el rostro con sus besos, y luego, en la deliciosa<br />
y tersa suavidad donde comenzabzn a insinuarse 10s senos.<br />
Haeta que de pronto Mercedes reaccionando repentinamente de<br />
su Iaxitud, anud6 sus brezos al cuello de 61, y atrayendo su cabe-<br />
za rukia lo acarici6 con ternura como si fuera un nifio. Des-<br />
PUBS lo bes6 en la boca para rechazarlo en seguida con intenso<br />
ruego.<br />
-Andate ahora, mi amor. jhdate! D6jame sola y no est45<br />
triste. Piensa siempre en que te quiero mucho.<br />
El trat6 de alejarse, per0 como atrafdo por una fuerza mag-<br />
netica, volvid de nuevo para besarla por filtima vez sobre 10s<br />
ojos, y salir en seguida apresuradamente hacia la cd!e. Eentfase<br />
ingrhido, como si de pronto hers a poder saltar sobre 10s Br-<br />
boles del camino o columpiarse en sus ganchos m8s altos. Todo
tarde tenia una luz nueva, una belleza en la que antes no re-<br />
par6. La primavera llegaba con fuerza. Los hrboles de la avenida<br />
se cubrian de hojas y 10s patios de las casas tenian un encanto<br />
rdstico y po6tico. Una brisa fresca y agradable discurrfa suave-<br />
mente como si trajera una voz de esperanza. Y de pronto, ese<br />
papel que el chico del telegrafo le entregara venfa a sumirlo en<br />
una tremenda inquietud. Como una voz destemplada que le di-<br />
jera que la felicidad no se coge asf no m&.<br />
-&uC diantres serh lo que me ha encontrado don Ca-<br />
siano?-pens6 intranquilo, volviendo a desdoblar el telegrama y<br />
tratnndo de encontrar en aquellas breves palabras una respuesta<br />
a su interrogaci6n. Claro, no cabia duda; su amigo le habrfa<br />
conseguido algdn empleo que seguramente mejoraria su condi-<br />
ci6n econ6mica, pero, en cambio, lo alejabs de all& de ebe rinc6n<br />
hermoso donde residfa ahora todo el objeto de su existencia.<br />
Una afliccibn enorme se apoder6 entonces de su espfritu. Aquello<br />
significaba abandonar todos sus suefios de amor. iDejarla a<br />
ella! Esta idea le produjo tal dolor, que crey6 ahogarse,tanta<br />
fu6 su desesperacibn. Marcharse de ese rinc6n para siempre,<br />
era como si le arrancaran el coraz6n. Preferfa quedarse allf,<br />
trabajando aunque fuera de pe6n con tal de verla, de respirar<br />
su rnismo aire. iMercedes! Quiso ir corriendo a1 tel6grafo a poner-<br />
le un largo despacho a don Casiano. Y de pronto resolvi6 ir a<br />
cont&rselo a Mercedes. Ella siernpre sabia afrontar con serenidad<br />
10s rnomentos rnjs diffciles. El, en muchas cosas era solo un nifio<br />
a su lado. Los fracasos de su vida, le hicieron tfniido, cobarde.<br />
En cambio, Mercedes, sabia ser valerosa frente a la adversidad.<br />
Hablando solo, dando tropezones, como 10s campesinos<br />
cuando recien se desmontan de su cabalgadura, sintiendo un<br />
miedo tremendo de que ella le aconsejara marcharse, o se mostra-<br />
15 indiferente, march6 hacia !a quinta. Per0 ya pr6xima a ella, le<br />
adt6 una grave preocupaci6n. iQu6 diria dofia Lucrecia? iQu6<br />
exP!icaci6n le daria si era ella quien lo recibia? No, era mejor no<br />
ir. kwamentt, 61, con esa cosa estdpida que habia en su sen-<br />
sibilidad, incapaz en un momento dado de sobreponerse a su do-
lor cuando este se a
acechaba a1 pejarito, enareando el lomo y con 10s ojos fosfores-<br />
centes. La iiltima claridad del atardecer resplandeci6 detrhs<br />
de unos blamos raqufticos. €'or el camino pasaban a!gunos jine-<br />
tes arreando Iss vacas para la encierra. Gritos lejanos y cantos<br />
de pbjaros que se ofan tenuemente como si fuera la tarde que se<br />
trizariz, expresaban la melanc6lica dulcedumbre del crepbsculo.<br />
un grato aroma a eores deshojadas entraba por la ventana. Y<br />
alli, en medio de la paz del ambiente, estaban sus corazones la-<br />
tiendo ngitados por la inquietud del amor que agranda cualquier<br />
acontecimiento cuando este pone una ligera sombra cerca de 61.<br />
Por fin ella dijo:<br />
-LY si es un empleo muy bueno? No es posible perderlo asf<br />
no m&s.<br />
En tanto, aparentando indiferencia, estaba atenta a1 efec-<br />
to de sus palabras. Garcia la mir6 como si soAara o no entendiera<br />
lo que le dijo. Un mundo de sensaciones, de pensamientos, de<br />
anhelos venian a golpearle el coraz6n y la mente. Y en aque'l todo<br />
estaba ella siempre, como principio y como fin. jQU6 hermoso<br />
hubiera sido poder explicarle toda la significaci6n que tenia en<br />
su espiritu! Y como un niiio temeroso o rendido, le habl6 con una<br />
voz que era casi un sollozo:<br />
-jOh, Mercedes! Por piedad no me deje solo pensar en esto.<br />
Ayiideme. Si me sacan de aqui me morir6.<br />
Ella le sonri6 cariiiosa. Despues en voz baja, en la que no<br />
obstante se manifestaba intensamente toda la fuerza de su amor,<br />
le animb:<br />
-No, And&, yo no quiero que te vayas. iNo quiero! P<br />
no te irhs. Nuestro cariiio, ya nada lo podrSL romper, pase lo que<br />
pase. iNo te parece? Hay que pensar este asunto con calma.<br />
Por lo dembs este ofrecimiento de tu amigo es una gran prueba<br />
de afecto para ti y auestra mejor esperanza. Mira, p6nle ahora<br />
mismo un telegrama pidiendole no haga nada hasta no recibir<br />
carta tuya, y a la noche le escribes explichndole que no deseas<br />
irte de aqui.<br />
Se fu6 animando a medida que hablaba. En sus ojos vefase
otra ves la fuerte luz de sus momentos de alegria. Juguetona<br />
como una chiquilla le agreg6 risuefia y bromista:<br />
-Le puede decir a su amigo, que no se va, porque yo no le<br />
doy permiso, y tambien porque me quiere mucho. iNo es asi?<br />
Garcia ya casi aligerado por cornpleto de aquel mundo de<br />
aflicci6n que se echara encima, ri6 alegremente. Experimentaba<br />
cierta dulsura inexpresable cuando ella con la mayor naturalidad<br />
lo trataba de 46, a ratos, como si lo hubiera echo toda su vida.<br />
Contestb:<br />
-Si, Mercedes, Ud. lo sabe bien.<br />
Sectiase tan tfmido ante ella, que en el fondo experimentaba<br />
una especie de asombro que lo quisiera, como si no fuera merece-<br />
dor de squel afecto. Aquella misma circunstancia, le daba la<br />
medida de su insignificancia frente a la realidad de la vida. Si<br />
lo trasladzran, falto de medios, de libertad y de tanta cosa que era<br />
menester, le seria poco menos que imposible volver a verla. Era<br />
de la falange de 10s esclavos que para comer, para poder aferrar-<br />
se a la vida que en algunos es tan inmensamente bella, deben<br />
olvidar todo suefio, toda ansia ideal. IlabBse puesto de pie para<br />
marcharse, pero ella lo retuvo con dulce autoridad:<br />
-No te vayas. Mandaremos el telegrama con Pancho.<br />
Ahora vamos a ver la tia Lucrecia, que est& muy ocupada con<br />
sus gallinas. Tiene algunas echadas y otras con pollitos nuevos.<br />
Verbs tG qu6 lindos son.<br />
Era una deliciosa tarde de fines de septiembre. En el jar-<br />
din se detuvo para mostrarle algunas rosas que recih abrian.<br />
Por todos lados veianse fiores y plantas muy hermosas y raras.<br />
Se habfa puesto una bata de grandes ffores azules cuyos tonos<br />
muy suaves daban cierta gracia poetica a su semblante y hacian<br />
mSls fina su silueta. Dofia Lucrecia pillada en sus afanes en me-<br />
dio de 10s polluelos que corrian grhciles junto a la cerca de alam-<br />
bre, protest6:<br />
-jPero, qutl nifia tan loca eres t6! Ni siquiera me avisas que<br />
ha Ilegado este caballero. Mire el estado en que me encuentra.<br />
-Per0 si est& en su casa, sefiora-replic6 el joven-por IO
demks, es muy agradable que ,lo reciban asi en la intimidad<br />
a uno.<br />
Mercedes habfa cogido un pollito negro, cuyos ojos estaban<br />
rodeados de un cerquiIlo blanco. Lo acariciaba en la palma de la<br />
mano acerchndolo a su rostro. Despues lo mir6 detenidamente, y<br />
vohiBndose a dofia Lucrecia, le dijo.<br />
-Mira, Quecha, el pollito con anteojos. Este debe ser pa-<br />
riente tuyo.<br />
La sefiora ri6 alegremente:<br />
-Realmente yo no s6 cbmo 10s niAos le tienen respeto a<br />
&tn. Cada dia se pone m&s disparatera. -Y moviendo la cabeza<br />
entre risuefia y sentenciosa agregd :-Y ya 10s afios no son tan po-<br />
cos para que no se ponga m&s seriecita.<br />
-iUf! Para eso no faltarh tiempo, mi hijita. Y por IO demiis<br />
10s aiios no son tantos. La vejez, Quecha, ya te est& haciendo per-<br />
der la nocidn de mi edad. Soy apenas un pimpollo.<br />
Lo decl'a riendo con graciosa coqueterla, como burlhndose<br />
de sf misma. Garcia pas6 alli el resto de la tarde. Despues lo de-<br />
jaron a comer. Sentado frente a Mercedes, Garcia experimentaba<br />
un dulce agrado en ofr la charla de doiiia Lucrecia que en la inti-<br />
midad era muy entretenida y ocurrente. Esa noche record6, las<br />
incidencias de la fiesta de las Quezada, y tuvo expresiones muy<br />
agudas para referirse a las amiguitas venidas de Temnco. Tgual-<br />
mente cuando se refri6 a la viuda Fernhdez y a la Filomena<br />
Miranda, que no fueron convidadas y que por ese motivo esta-<br />
ban como un uchingue, de rabia. Despu6s le pregunt6 a1 joven:<br />
-LY la Elena, cdmo ha seguido?<br />
-Est& bastante mejor. Pero siempre por las tardes se siente<br />
my decaida. Esperan que se afirme un poco m8s para llev%rse-<br />
la a LolBn.<br />
-iPobrecita! Y yo le dire que la primavera es terrible para<br />
10s enfermos del pulm6n. Dios quiera que se mejore, aunque'<br />
YO creo que este afio se va, si no tienen mucho cuidado con ella.<br />
SU padre muri6 del mismo mal. Para coho, dice que est& ena-<br />
morada sin remedio.
158<br />
Luis Durand<br />
-2 Ah, si?-saftb entonces Mercedes vivamente-. i’l’ de<br />
quien? No me digas, Quecha. jQu6 va a ser cierto! Habladurfas de<br />
la gente de Villa Hermosa.<br />
-Es muy posible. Pero tambidn no veo porque no puede ser,<br />
y por lo menos asf lo asegura la viuda Fernhndez a quien<br />
se lo ha ofdo Pancho cuando va a las compras.<br />
Garcia, estaba rojo hasta Ias orejas. Hablase inclinado obstinadamente<br />
sobre el plato sin decir una palabra. Dofia Lucrecia<br />
con maliciosa crueldad agreg6 :<br />
-El seiior Garcia debe saber algo de eso.<br />
Andrgs sin atreverse aiin a levantar 10s ojos repuso:<br />
-Yo, en realidad, casi no podrla deck nada al respecto.<br />
Paso todo el tiempo en la calle. Por lo demhs, no me parece creible’que<br />
una nida que estB tan enferma, pueda estar preocupada<br />
de enamorarse.<br />
Habia comenzado a hablar tr@mulamente, tartamudeando.<br />
Pero, POCO a poco, se seren6 hasta el punto de alzar 10s ojos a1 terminar<br />
de hablar. Mercedes a su turno, esquivaba mirarlo. Aque-<br />
110 la toe6 en parte sensible, y en ese niomento no sup0 disimular<br />
su molestia, cuyo signo exterior fu6 una pequefia arruga sobre<br />
la frente. Sin embargo, como le ocurria siempre, reacciond<br />
mug pronto. AI posar de nuevo sus ojos sobre Garcfa, una chispita<br />
maliciosa despuntaba en ellos. Festivamente le dijo bromeando<br />
:<br />
--P a lo mejor es Garcia el causante de lo que le ocurre a<br />
E!ene. Dofia Lucrecia le mird riendo:<br />
-No, eso no. El sefior Garcia no haria ese daiio. Tiene car8<br />
de hombre bueno, incapaz de hacer sufrir a nadie.<br />
No obstante: el. tono de sus palabras indicaban lo contrario.<br />
Garcia torn6 a encenderse pero estaba tranquilo.<br />
-iEs muy picara Ud., sefiora Lucrecia! Pero en broma me<br />
ha dicho la verdad. En realidad yo no soy capaz de haeer sufrir<br />
a nadie, y I~~CTIQS<br />
hacer daiio a gentes a quienes s610 debo delica-<br />
dezas y atenciones.<br />
--Si, --rib Mereedes-venga a bacerse el santito aquf.
Era con esto voy a tener mucho cnidado cuando nos visite.<br />
CnaIquier dfa se enamora la Quecha de Ud. y luego se muere de<br />
peas, dejhndome sola.<br />
-No, eso no-replic6 vivamente la seiiora-pero me PO-<br />
dria robar asi como Tito Jara a Nora. Y yo te dire que me de-<br />
ja& Ahora Ud., seiior Garcia, sabrB como toma esta insinuacibn<br />
tan indirecta.. .<br />
Rieron todos alegremente. Conversaron un rato m&s y<br />
en seguida Andr6s se despidi6. Mercedes cruz6 el jardfn para ir<br />
a dejarlo hasta la reja. AI despedirse le dijo:<br />
--icon que esas teniamos, no?<br />
En su voz habfa una reconvenci6n carifiosa y triste a la vez.<br />
And& le retuvo un instante la mano para deckle emocionado:<br />
-Me ir6 muy triste si Ud. Cree eso. iNo es verdad que no<br />
lo Cree?<br />
-No, And& Vhyase tranquilo. Lo hice por seguirle la bro-<br />
ma a In tfa. Hasta mafiana. No deje de escribir esa carta.<br />
-No tenga cuidado. Eu-enas noches.<br />
Habfa una herrnoPa luna. Desde el medio del camino el<br />
joven se volvi6 a mirarla. La vi6 a traves de la reja como en una<br />
ensofiaci6n. Una duke tristeza le llenaba el espiritu. iEn que<br />
terminaria todo eso? iLo seguiria queriendo siempre? Y si eso<br />
ocurriera, iqu6 triste seria siernpse ese amor! Nunca podria mos-<br />
trarse a 10s demhs. Disfrutar de 61 con la tranquila alegria, de 10s<br />
que tuvieron la dicha de hacer realidad lo que soiiaron. Porque<br />
61 la adoraba con el ansia de que fuera suya para siempre. iQu6<br />
felices dcbian ser Jara y Arriagada, quienes dentro de su manera<br />
de ser, alcanzaron el logro de sus anhelos. En cambio en 61, todo<br />
era una herida, una tortura, un grito desolado. Pero Mercedes<br />
10 amaba. iQU6 lindo era saberlo! Se apret6 las manos contra el<br />
Pecho y como el que oye una mGsica muy bella se Hen6 de su re-<br />
cuerdo. iDe su simpatia, de su gracia para decirlo todo!<br />
La noche estaba fresca, olorosa, susurrante. Sobre el ca-<br />
mino, la luz de la luna dibujaba las m& raras figuras, a1 proyec-<br />
tame a traves de las ramas de 10s Brboles. Desde un altdio vis6
160<br />
Luis Durand<br />
las casas de la Villa, como si estuvieran acurrucadas entre lag<br />
arboledas. Hubiera deseado andar toda la noche, cansarse, para<br />
dormir en seguida con ~ SOS deseos de no clespertar mAs, que as&<br />
tan a 10s seres en quienes la alegrfa de la vida es siempre esquiva.<br />
A la entrada del pueblo, se encontr6’con Fuentes y Galarce<br />
que volvfan de San Enrique, un villorrio campesino, donde de<br />
vea en cuando solian ir a escuchar algunas tonadas. A1 divisarlo,<br />
casi a un tiempo le saludaron en son de broma:<br />
--icon que asi era la cosa gallito, no? Y ni siquiera Ie cuenta<br />
a 10s amigos. Hay que ver el rucio egofsta &&e. Cu6ntanos algo<br />
siquiera, para acompaiiarte en tu alegrfa.<br />
-Sf, es necesario-dijo Fuentes-no puedes negarte a participarnos<br />
algo de esa dicha que te embriaga.. .<br />
-No embromen, hombre. Si vengo de la casa de mi lavandera<br />
a donde fui a apurar mi ropa. No SI$ si tenga que ir maiiana<br />
a Santiago.<br />
-jHombre! iY a qu6?<br />
-Parece que me voy. Mi amigo don Casiano me ha conseguido<br />
un empleo por allA. No s6 afin qu6 cosa serfi. Aqui est6 el<br />
telegrama.<br />
Lo Ieyeron Avidamente. Hnbfan cambiado de actitud y<br />
ahora lo miraban en silencio.<br />
-iPero, hombre, y no nos habias contado nada! iCuAnto sentiremos<br />
que te vnyas! Toda la gallada va a echarte mucho de<br />
menos. Realmente, &to. iY es algo bueno lo que te ofrecen?<br />
-Time que ser,-exclam6 Fuentes-el amigo de Garcfa<br />
sabe su situaci6n. Bien sensible es porque ya no volverhs nunca<br />
por ac6.<br />
-Pero, vendrhs a despedirte.<br />
-iAh!, claro-repuso Garcia-y deho decides que si es algo<br />
que no est6 de acuerdo con mi manera de ser, prefiero quedarme<br />
aqui.<br />
--Yo que tii no me iba-opin6 Alfonso-. A mi me parece<br />
que la Merceditas de repente va a renunciar a su empleo. Doiia<br />
Lucrecia tiene muchos deseos de irse a Concepci6n, segtin le
a mi madre ahora tiempo, porque ese clima le hace muy<br />
Hen para el coraz6n. - , entonces, tli podrias conseguirte la direc-<br />
cibn de la escuela. Con tu amigo de Santiago, no seria diffcil, y<br />
quedarlas muy bien.<br />
-jClarol--agreg6 'vicente-y cerca de tus amigos que te<br />
quieren con sinceridad. Debes pensarlo bien, pues eso que te<br />
dice el gordo no est& lejos. Si cstas ni:>as tienen de m8s con que<br />
vivir, sin necesidad del sueldo de la Merceditas. A dofia Lucre-<br />
cia no le cortan el pescuezo por menos de cien mil pesos.<br />
-Y tal vez m&s-confrm6 Fuentes-. Ffjate que las dos<br />
casas de Temuco son de la Meche, y la quinta de Colliguay<br />
tambib es dc ella.<br />
Se fueron conversando del asunto hasta la esquina de la<br />
calle que iba hacia la estaci6n. En el banco de la Municipalidad,<br />
estaban Javier MBndez, Tor0 y Jara, a quienes Vicente irnpuso<br />
de la nueva.<br />
-iQd les parece, se nos va el rucio Garcia!<br />
-iC6mo! LDe veras?<br />
Todos se interesaron mucho por Garcia, a quien realmente<br />
estimaban. Javier MCndez que en ese momento les contaha una<br />
prodigiosa curaci6n efectuada a base de parafina, se interrum-<br />
pi6 para deckle:<br />
-No sea tonto compaijero, no se vaya. Creo que Ud. de-<br />
be hacer lo que le aconseja Alfonso. Por lo demhs, aqui la vida es<br />
barata. P Ud. que es soltero no tiene para que apurarse tanto.<br />
-Y si se enferma-ri6 Jara-donde Arriagada hay mucha<br />
parafina.<br />
--Va lo creo.<br />
Tanto se convers6 esa noche de su partida, que cuando se<br />
fu6 a su cual'to, iba con la idea que en realidad era cierto su ale-<br />
jamiento de allf. No obstante, le alegraba saberse estimado de<br />
todo8 sus amigos, en aquel pueblecito donde conociera el amor.<br />
11
XVII<br />
-A mi me dieron a ente lder un dfa en el Ministerio, que el<br />
Visitador deseaba sacarlo de ahi, y por eso le trajinC esta pega.<br />
Le dire compaiiero que va a perder una oportunidad muy buena<br />
de hacer carrera. Per0 en fin Ud. lo ha de ver.<br />
-Sf, es cierto-replic6 Garcfa-pero, en realidad, yo ahora<br />
deseo quedarme all&. Toda la gente es muy buena y me han<br />
tomado mucho carifio.<br />
-iPsh, en todas partes hay gente buena, mi amigo! Si e6<br />
por eso le dirC que va a hacer una lesera. Porque ha sido un ver-<br />
dadero whiripazo, conseguir este empleo. No se imagina Ud.<br />
la cantidad de interesados que habian. Y a un paso de Santiago.<br />
Yo creo que debe decidirse.<br />
Caminaban entre el tumulto de la calle Bandera. Don Ca-<br />
siano iba hacia la Cgmara a buscar su correspondencia. Habfa<br />
adquirido cierto empaque en su manera de caminar y una co-<br />
rrecci6n en el vestir, que AndrCs no le conocia. Le saludaban<br />
muchos conoeidos, algunos con desmesurada atencih, a 10s cua-<br />
les don Casiano respondia con ademh desenvuelto, a veces con<br />
un jhola! o jsalud! cuando eran correligionarios y con cierta<br />
ceremonia cuando se trataba de algtin personaje que conociera<br />
en SUB actividades politicas.<br />
Pero con Garcfa no habia cambiado en nada. Era siempre el
aismo hombre bondadoso y afable que conociera en el norte.<br />
LO llevaba cogido del brazo y con tanto cariiio como alIh en<br />
Iquique cuando iban a comer a alguno de 10s numerosos hoteli-<br />
tos de la calle Vivar. Garcfa, ahora sentla que su carifio por 61,<br />
tenia tambidn un poco de respeto y admiracibn. A la entrada de<br />
la Chmara quiso despedirse, pregun thndole :<br />
-LA qu6 horas vengo B verlo don Casimo?<br />
-iC6m0! iQuC se quiere ir? No, mi amigo. Tenemos que al-<br />
morzar juntos, para conversm tranquilos. Los quehaceres 10s<br />
deja para despu6s.<br />
Lo entr6 en un aaldn cuyas amplias ventanas daban a1 jar-<br />
din, en el centro del cual habia una gran mesa rodeada de sillo-<br />
nes tapizados con cuero, en donde algunos diputados leian o<br />
conversaban con sus electores. Un hombre grande, moreno, de<br />
corbats de rosa cafda, como la de un poeta, de ojos redondos<br />
y labios sensuales, conversaba en voz alta con un vejete phlido<br />
que le decfa muy zalamero:<br />
--Claro que a Ud., por su alta investidura, no le pueden de-<br />
cir eso, per0 a mi me han tlratado muy mal a tal punto que euan-<br />
do voy a la Inspecci6n, el jefe no me recibe.<br />
-E ' muy extraiio. Debe per porque aun ILO han recibido la<br />
orden de reponerlo. Per0 como le digo, ayer tarde el Mini&o me<br />
di6 su palabra de que el asunto suyo quedaba solucionado. Asf<br />
es que vayase tranquilo. Salude por all6 a todos 10s correligio-<br />
narios.<br />
Pero el vejete insistfa preguntando y dando ciertos detalles<br />
en voz baja, y con tal insistencia que el hombronazo le respond%<br />
de pronto con impaciente actitud.<br />
-Le digo que todo est& arreglado. Lo demhs son historias.<br />
Hasta la vista.<br />
-]Ah, eso si! Muchas gracias, muchss gracias. iEntonces me<br />
wedo ir tranquilo?<br />
El diputado le reeong6 un jclaro! tan en6rgico, que a1 hombre-<br />
Cillo no le qued6 mhs remedio que retirarse, dando vueltas a:<br />
sombrero en actitud indecisa. A1 pasar junto a Garcfa dijo:
--iCrtrrtmba! Tenia una porci6n de cosas que decirle a este<br />
caballero, lo malo es que no dan tiempo. Basan tan ocupados<br />
tambidn.<br />
Aun se detuvo en la puerta vacilando. Se rasc6 la cabeza<br />
con'aire de contrariedad y echando una iiltima mirada a1 dipu-<br />
tad0 que conversaba ahora con una sedora, se decidi6 a mar-<br />
charse.<br />
Don Casiano, en tanto, hfibfa vuelto del interior, trayendo<br />
muchas cartas en la mano. Sentado en un sillbn, las iba leyendo<br />
rhpidamente. Algunas ]as doblaba dejhndolas sobre la mesa y<br />
otras las partfa en dos, arrojhndolas a1 canasto. De pronto vol-<br />
viendose a Garcia le dijo:<br />
-iQd sinvergiienza es la gente! Figdrese que Astudillo, el<br />
ayudante de la Tesoreria, me escribe. pididndome amparo. Pa-<br />
rece que lo tienen afligido. Ud. sabe que fud uno de 10s futrecitos<br />
que m&s se refa de mi cuando present6 la candidatura. 1' ahora<br />
me dice que todos fueron chismes para ponerlo mal conmigo.<br />
ICara de palo, el tipo! iQu6 se joda por mala lengua!<br />
P estrujando la carta sin romperla, la lanz6 a1 canasto mo-<br />
viendo la cabeza con aire despreciativo. En seguida, levanthdose,<br />
orden6 sus papeles, se 10s pus0 en la cartera, y, despididndose<br />
de un joven que estaba a su lado con un: ehasta luego, colega)),<br />
se volvi6 a Garcia:<br />
-2,Vamos compafiero?<br />
En la esquina de Bandera se detuvieron a esperar el carro.<br />
Era el mediodfa. Los suplementeros ofrecian con insistentes gri-<br />
tos sus peri6dicos. Autos y tranvias pasaban en sucesi6n inter-<br />
minable haciendo sonar sus pitos y bocinas con un bullicio en-<br />
sordecedor. Un tranvia Matadero pas6 convertido en un racimo<br />
humano. En cada carro la gente se metia atropelladamente, em-<br />
pujbndose y code&ndose sin ningdn miramiento. Don Casiano,<br />
fastidiado, le dijo a Garcia:<br />
-iQd embromar, hombre! A esta hora es una gran lata to-<br />
mar carro. V&monos en un auto mejor. No lo convido a almor-<br />
car en el centro porque deseo darle una sorpresa.
Don Casiano vivia en Ia Gran Avenida, una8 cuantas cuadras<br />
rnb~ all& del Zanj6n de la Aguada. Por el camino le cant6 a<br />
Garcia que habia arrendado una pequefia quinta. El era hombre<br />
del sur, y s6h las circunstancias de su vida de esfuerso le llevaron<br />
a1 norte, donde sup0 hacerse querer del elernento obrero.<br />
Siempre deseb vivir en una casa amplia con hrboles y flores,<br />
cosa que en Santiago no era tan diffcil conseguir.<br />
--Me carga, compafero, vivir en esos cit&, donde parece<br />
que uno no puede ni estornudar a gusto, porque el vecino lo<br />
est& oyendo, asi como uno tiene que imponerse ha9ta de lo que<br />
el del lado va a comer. All& en el norte igU& diablos! no habia<br />
m&s que asantar la calamina y el cuarto redondo. Pero aquf en<br />
Santiago, si quiera podemos darnos el gusto de respirar buen<br />
aire. JNO le parece?<br />
--Ba lo creo. La salud anda tambien much0 mejor.<br />
-iClaro! Y para mi tiene otra ventaja, porque viviendo m8s<br />
nl centro 10s arnigos y correligionarios no me dejan ni almorsar<br />
tranquilo. En fin acst, no es tanto.<br />
Se detuvieron frente a una casita con rejas a las que seguia<br />
un pequefio jardfn. Don Casiano alegremente, sac6 la Ilavc y<br />
abri6 la marnpara, hacibdole pasar a una pequefia salita donde<br />
habia una mesa y algunas sillas. Junto a la ventana un tiesto con<br />
flores y en el rinc6n un estante con libros.<br />
-iQuB le parece? Aqui nos vamos arreglando poco a poco.<br />
A 10 pobre.<br />
De pie bajo el dintel de la puerta de la sala don Casiano<br />
le sonreia feliz. Era un hombre ancho de espaIdas, de porte re-<br />
WIar y con algo de riistico en su aspecto. Colorado, sin una cam<br />
n pesar de sus ciiarenta y ocho afios.<br />
-Bueno mi amigo, ahora le voy a presentar a mi dueiia<br />
de casa; a lo mejor va a resultar conocida suya.<br />
Garcfa pe asom6 a la ventana. En ese rnomento pasaba a<br />
Wan velhdad el can0 hacia San Zernardo. En la esquina un<br />
heladero hacia sonar su platillo de metal. En el fondo, la cordi-<br />
IIera recortaba su mole ad, coronada de resplandeciente blan-
I66<br />
Luis Dwund<br />
cura. Sentla el mozo una dulce tristeza. El aroma de las flares,<br />
le trajo el recuerdo de Mercedes. Su casa, su jardin, la linea<br />
graciosa de su cuerpo, su boca dulce, la c&Iida luz de sus OSOS.<br />
Todo en una lejanfa que le satur6 de penetrante nostalgia. Mirb<br />
la hora. Iba a ser la una de la tarde. Ellas almorzaban temprano.<br />
Seguramente estaria cosiendo o leyendo, sentada en la galeria<br />
en medio del apacible silencio campesino. El canario, en tanto,<br />
desde su jaula, lanzaria sus largos pios, seguidos de un gorjeo<br />
claro.<br />
En ese momento 10s pasos de don Casiano y 10s de otra per-<br />
aona, con quien venfa conversando entre risas ahogadas, lo sa-<br />
caron de su ensofiaci6n. AI volverse vivamente, se encontr6, sin<br />
poder reprimir un grito de asombro, con Hortensia, la linda viuda<br />
de don Silvio Paretti, que fuera el duefio del Hotel Tripoli, de Iqui-<br />
que, que le abraz6 risuefia y feliz.<br />
-j$u6 ha.y Garcia! iCu5nto gusto de verlo!<br />
-iPero qu6 es estoI-exclam6 Garcia alegremente sorpren-<br />
dido. P no me habfa contado nada Ud., don Casiano. Pero ha si-<br />
do rnejor. No podfa darme una sorpresa mbs agmdable.<br />
Hortensia refa entrecortadamente, con su manera carac-<br />
terfstica, desplegando SUP labios gruesos, que mostraban unos<br />
dientes grandes, sanos y relucientes. Era una morena simpatiqui-<br />
sima, cuyos ojos verdes orlados de largas pestadas, daban cierta<br />
expresidn rombntica a su rostro, pero s610 en apariencia, pues<br />
tenfa un carhcter alegre y bromista como el de una chiquilla.<br />
-?a le habia preguntado por Ud., a don Casiano-le dijo<br />
Garcfa-y el diablito nada me cont6 de Ud.<br />
-Fuf yo que le encargu6, no le dijera nada hasta cuando<br />
viniera. Dese&bamos dar!e una sorpresa bien grande. Lo lindo<br />
es que Ud. no sabe atin para que lo necesitamos. jk’a le conta-<br />
remos! Ahora Uds. han de estar muri6ndose de hambre, pero no<br />
se afijan porque he puesto toda mi ciencia de cocinera en el<br />
almuerzo. ;Est 6 rico!<br />
Y a1 decir esto, refa alegremcnte Hortensia. A nadie que no<br />
Is supiera, pe le ocurrirfa que era italiana, pues su manera de
hablar y hasta 10s dichos con que salpicaba sus conversaciones<br />
eran 10s de una chilena. Y era lo natural, pues lleg6 a Chile<br />
en 10s brazos de su madre, y no habfa vuelto nunca m&s, a la<br />
tien& de BUS mayores.<br />
Y mientras ella fu6 a ayudarle a la muchacha a servir el almuerzo,<br />
don Casiano le explic6 la - cosa. Aquellos eran amores<br />
viejos. A la muerte de don Silvio, Hortensia se vi6 envuelta en<br />
una serie de dificultades comerciales COB motivo de las numerosas<br />
deudas que dejara su marido y entonces don Casiano le ayud6<br />
a salir de todos estos 110s. Ast pudo sostener el negocio y venderlo<br />
en muy buenas condiciones un aiio despu6s. Entretanto la amistad<br />
se convirti6 en cariiio.<br />
-A un hombre de mi edad, no le conviene una scabraw, compafiero.<br />
Es exponerse a que nca pongan el cucurucho. En cambio,<br />
la Hortensia que no tiene treinta y cinco aiios Bun, me ha demostrado<br />
un gran afecto. Es una mujer muy generosa y abnegada.<br />
Sreo que lo pasaremos bien. iNo le parece?<br />
-Ad me parece. iY cuando se casaron?<br />
Don Casiano sonrid malicioso. En ese momento entraba<br />
Rortensia, y 61 le dijo:<br />
--Oye, Tencha, Garcia me pregunta que cuando nos cas%<br />
mos.<br />
El!a ri6 un tanto ruborizada. Luego con su chlida y armoniosa<br />
voz de italiana, le dijo:<br />
--Lueguito lo va a saber. Pero primer0 vamos a almorzar.<br />
Durante el ahnuerzo que 5.6 un verdadero banquete, conver8aron<br />
de Iquique, de 10s dias de la decci6n1 cuando el Hotel<br />
Tripoli era el centro de toda la actividad electoral de la candidatura<br />
de don Casiano. Hortensia en esos dias habia sido la m&8<br />
entusiasta en 10s trabajos. El mesh y las paredes del bar estaban<br />
empapelados con 10s retratos de don Casiano. Fu6 alli donde<br />
Garcfa hizo la cosa mBs fanthstica de su vida: decir un discurso.<br />
LO escribi6 y en seguida se lo aprendi6 de memoria. Muchas veces<br />
Io ensayaba delante de Hortensia, que a fuerza de ofrselo lo<br />
habia aprendido mejor que 61 mismo. La noche que lo pronun-
168<br />
ci6. estuvo a su Iado lista para soplarle poi. Si dao se !e oIvidaba.<br />
Afortunadamente, animado por 10s estruendosos aplausos de la<br />
concumencia, Io dijo con tanta expresi6n que todos de pie lo<br />
ovacionaron larqamente. Rortensia, en uno de esos arrebatos<br />
rtpasionadoe, lo abraz6 Iargamente y luego subiendose R una si.<br />
Ila, con un vas0 en la mano, Janz6 un sonoro .speech,:<br />
-iTres r&s, por el diputado Casiano Pbrez!<br />
P en efecto, a1 dfa siguiente, don Casiano obtuvo una de la8<br />
mhs altas mayorfas. En 1% noche e1 Hotel Tripoli se convirti6 en<br />
un verdadero voIcBn, que estallaba en una erupci6n de jdbilo,<br />
celebrando el triunfo del candidato.<br />
-Caramba, qu6 trabajamos fuerte Garcia! Para la prdxima<br />
tenemos que ir juntos a1 norte. Por eso, hombre, me gustaria<br />
tanto tenerlo cerca. Muchas veces crealo, me hace falta aqiii.<br />
Uno necesita una persona de toda su confianza para ciertas co-<br />
w. y Ud. que es un gallo para eso de correr la pluma me ayuda-<br />
ria mucho en ese sentido.<br />
-Per0 ahora lo vamos a tener a un paso de Santiago-<br />
exclam6 Hortensia y pod& venir continuamente. Aquf ya le<br />
hemos destinado una pieza para que se aloje cuando vengs.<br />
--iQub!-le interrumpid vivamente don Casiano--si no se<br />
quiere venir ahora. Lo tienen encantado por all&. Despu6s que<br />
casi le cost6 llanto irse.<br />
Hortensia entre asombrada y maliciosa exclam6 :<br />
-2,Es posible? No, Garcfa no pede hacer eso con sus ami-<br />
gos que lo quieren tanto.<br />
En ese momento la sirviente, vino a avisarle que un sefior<br />
Barrientos, de Iquique, desenba verlo. Don Casiano no pudo re-<br />
primir un gesto de fastidio.<br />
-iCar&cho! Ni comer a gusto lo dejana uno. PBsalo a la<br />
sda y dile que tenpa la bondad de esperarme un momento.<br />
-Gente m&s fastidiosa-dijo Hortensia cuando 61 salik<br />
a1 pobre Casiano no lo dejan tranquil0 un momento. Y todos<br />
quieran empleoa. Po creo que si e1 Fisco emplenra a todos los<br />
que andan tras de un puesto, estarfa toda la poblsci6n, en 1% ad-
ministraci6n pbblica. W a prop6sit0, les cierto que Ud. no desea<br />
venirse para ach?<br />
-S+replic6 Garcfa-algo de eso hay. Tengo que conver-<br />
sar largo sobre ese punto con don Casiano.<br />
-j&u6 I&stima! Ud. no se imagina cuanto lo aprecia Ca-<br />
siano. Ahora le voy a contar toda la tramoya que tenemos.<br />
Ffjese que yo s6lo hace un me8 que estoy aquf. No nos hemos<br />
casado todavfa, porque queremos hacerlo -nuestro padrino y<br />
Casiano no deseaba que viniera hasta no tenerle algo a fin de que<br />
se quedara inmediatamente.<br />
-iCu&nto se loa agadezco!-murmur6 Garcfa sinceramente<br />
emocionado. No sabe Ud. Rortensia lo que esto significa para<br />
mi. Realmente no s6 cbmo expresarle mi gratitud. S6Io Dios sa-<br />
be el carifio que siento cor don Casiano. Desde que lo conozco,<br />
ha sido como un padre para mi.<br />
-En realidad, no pasa dh sin recordarlo. Supiera la alegrfa<br />
con que me muestra sus cartas. Para mf que Ud., diablito, esth<br />
enamorado por all&. iVerdad?<br />
Garcia, sin mirarla, respondi6 :<br />
--Algo de eso hay.<br />
En ese momento entr6 don Casiano a decirle:<br />
-Mire,Garcfa, iUd. tiene que hacer en el centro? Porque si<br />
qiiiere se queda acompadando a la Hortensia. Y oigame bien,<br />
queda notificado a vcnirse a almorzar y a comer aqui. En su<br />
pr6xirno viaje ya le tendremos su pieza lista.<br />
--Muchas gracias. Pero yo quisiera hablar con Ud. hoy<br />
mismo. Tengo tantas cosas que contarle y explicarle.<br />
--Pero, mi hijo, si tenemos toda la semana para hablar.<br />
De todos modos si quiere confesarse luego vaya a la CSmarrta<br />
buscarme a las siete. Nos vendremos juntos a corner.<br />
y esa noche, de vuelta de la casa del diputado, habfa sen-<br />
tido una profunda inquietud. Vefa 10s ojos de Mercedes aman-<br />
de pesar, con un aire de misteriosa reconvenci6n. Habiale<br />
CoQtado a su amigo todn la historia de vu amor, de su bello amor.<br />
Fentados en un rinc6n de uno de 10s bares del centro, don CR-
170<br />
Lib Dvrcrd<br />
Piano le oia muy interesado, tomhndose a trapitos cortos un<br />
gran vas0 de clery. Despuks qued6 silencioso fumando en largas<br />
chupadas su cigarrillo, para lanzar por dltimo su interjeccidn<br />
habitual :<br />
-iiCarachoi Que embromar, compafiero. Est6 enamorado<br />
hasta 10s huesos por lo que me cuenta. La del diantre es que ni<br />
siquiera pueden casarse porque aunque ella se divorcie eso no<br />
anula el vinculo. Y el asunto tendrh que llegar a donde llega<br />
siempre el carifio, cuando es verdadero. Menos mal. Lo embro-<br />
mado que esth en un pucblo tan chico donde es muy diffcil<br />
ocultar nada, a la malsana curiosidad de la gente. P eso podria<br />
traer mhs de un desagrado. iNo es cierto?<br />
--Ad es, en realidad.<br />
-Lo que Ud. mi amigo debe hacer, es andar con mucho<br />
cuidado, y no contarle el asunto, fuera de mi, ni a su almohada.<br />
Le encuentro toda la rash para no venirse. Vq en su cas0 harfa<br />
otro tanto. No hay dicho mhs cierto que ese de
otras. MulIidos quilantares, salpicados de Aores rojas, y siempre<br />
en lo alto; casi a1 bor,P.de del barranco, un boldo, mancha verdi-<br />
negra de hojas brillantes. Tierras foscas, huraiias, bravfm, sur-<br />
cadas de pardos caminillos audaces que se retorcfan entre los<br />
troncos. Y a veces un retazo de selva en agonfa. Palos secos, ergui-<br />
dos angustiadamente, con el-vientre negro y hueco. Otros como le-<br />
prosos, agujereados, torcidos, en actitudes estrafalarias, como un<br />
ebrio vacilando a1 borde de una vereda, o implorantes como en un<br />
hierbtico ruego. X siempre manchados de nego. Coigiies blan-<br />
quecinos y robles rojizor; y de abajo, de la tierra, eterna juventud,<br />
brotaba el renoval de hualles, fraternixando en un abrazo fresco p<br />
perfumado con 10s quilantos, salpicados por el labio encendido<br />
de una flor de copihue. Por las ventanillas entraba aire y luz;<br />
fragancia de agua sombria, de leiios tronchados de tierra fra-<br />
gosa. Y mbs all& lomas ondulantes por donde ditcurrfa la gracia<br />
juguetona de 10s corderillos y de las borregas que balaban do-<br />
lientes.<br />
Corrfa el tren, y And& sentia como algo fisico dentro su<br />
espiritu, la tristeza de ir alejbndose de Mercedes, cada rato m&s.<br />
Pa no estaba ells para embellecer lo circundante con su presencia.<br />
;,Que escondida hechiceria, guk bello secretio guardaba su per-<br />
sona para poner ese algo encantador en lo que la rodeaba? iAh!<br />
-si no hubiera sido por el segundo telegrama de don Casiano, en<br />
el cud le decfa: ees necesaria y mgente su presencia en 6staB, el<br />
no hubiera hecho de ninguna manera aquel viaje. Cuando Mer-<br />
cedes lo supo, le dijo:<br />
--Es mejor que vayas. Te servirb mucho para conveneer<br />
a tu amigo de que par motivos especiales, no deseas alejltrte<br />
de aqui. Asf conseguirh quedarte completamente tranquilo.<br />
TT te ha de servir tambib para que aprendas a quererme mbs.<br />
-iMBs todavfa? Creo que ser& imposible.. .<br />
Y mientras el tren se tragaba 10s kil6metros 61 se Xlenabrt de<br />
su recuerdo. DecIinaba la tarde sobre 10s cerros lejanos arrebu-<br />
jados en gasas sutiles de malva y rosa. AI cruzar un rfo el awa<br />
era azul, profunda, transparente, pero en la distancia se habfa
incendiado. Llameaba con un resplandor que se reflejaba en el<br />
cielo, como si ‘fuera un torrente de vino ardiendo. Cerca de<br />
Victoria hahia Ilovido y un trozo de selva mostraba su verdor<br />
m8s opulent,o, rejuvenecido, claro y fresco, aun cuando la noche<br />
se aproximaba eE una sombra delgada, jluminada hacia el<br />
oriente COMO un extrado amanecer.<br />
La tierra hfimeda, negra, debfa tener un latido tenue,<br />
bebiendose sedienta el chaparrbn. Lentamente las sombras se<br />
apketaron, hacidndose m8s densas, y entonces Garcia se fij6 en<br />
10s viajeros que le rodeaban. Algunos dormitaban y otros leian<br />
con cara de aburridos una revista. A ratos sonaban reciamente<br />
las portezuelas y aparecfa un empleado del ferrocarril con su uni-<br />
forme bbscuro y su andar oscilante siguiendo 10s vaivenes del<br />
coche. Otras veces erac vendedores de frutas, refrescos o peri6-<br />
dicos. Y poco a poco, fud sintiendo que sus nervios se soltaban,<br />
que un hhlito fresco y consolador lo penetraba, para irlo adorme-<br />
ciendo suavemente. A ratos la locomotora lanaaba su alarido,<br />
grito de angustia y amenaza horadante, y luego el convoy como<br />
si nervioso de saber que debia comer toda la noche para llegar a<br />
Santiago, emprendfa una especie de carrer6n frendtico, tal si<br />
enfurecido de no encontrar otro enemigo, embistiera a la noche<br />
Y a1 misterio.
XVIII<br />
Don Casiano y Nortensia se casaron tres dfas despu6s<br />
de haber llegado Garcia, a Santiago. El oficial civil fu6 a la easa<br />
de 10s contrayentes, y por la noche se efectu6 la ceremonia reli-<br />
giosa en la parroquia del barrio, en la cual fu6 Garcia el padrino.<br />
Hortensia estaba radiante de alegria y don Casiano muy feliz,<br />
aunque un poco eniocionado. Vinieroo unos parientes de 61, y<br />
entre eilos su hermana mayor, una seriora grande, morena, que<br />
debfa estar ya pr6xima a 10s sesenta aiios.<br />
En la noche, despues de la comida se celebrb la fiesta que<br />
dur6 hasta el amanecer y durante la cual rein6 una completa<br />
alegria. And& fu6 objeto de parte de 10s contrayentes, de las<br />
mlts carifiosas manifestaciones de simpatfa. Don Casiano le<br />
present6 a todos sus amigos, ponderando sus condiciones de ink-<br />
ligencia, en tal forma, que Andr6s hub0 de hacer prodigies, pa-<br />
ra no defraudarlo en el concept0 de 10s demhs. Estaba alegre,<br />
tranquilo, confiado. AI fin todo llegaba en la vi&. Warto habfa<br />
sufrido, tambibn, don Casiano. Probablemente m& que 61 mis-<br />
mo, y no obstante, el dia de la felicidad llegaba hasta 61. ESo le<br />
hizo sentirse optimista. AdemBs, esa maiiana le habfa escrito una<br />
carta a Mercedes, encendida y lfrica, en la cual se deshag6 con-<br />
thndole sus impresionea y sus sueiios de amor y& saturrtdos de<br />
penetran te nostalgia ,
Asf pudo mostrarse alegre y comunicativo. Intervino en<br />
to& 18s conversaciones y bail6 con todas las chiquilhs sin mos-<br />
trar preferencia por ninguna. A1 finalizar la fiesta fu6 a dejar<br />
basta su casa en el auto que don Casiano arrendara para la fie5<br />
ta, a LuciIa Carlini, que asisti6 con eu madre y un heimmo me-<br />
quo era cad un nifio todavia.<br />
Hortensia le dijo, poco despu6s de presentbrsela:<br />
--No le perdono, Garcfa, que se haya ido a enamorar por<br />
allb. 5’0 que le habia hablado tanto de Ud. a esta chiquilla que es<br />
un encanto. Hubiera sido muy feliz cashdose con ells. Ffjese<br />
qu6 bonita es, y ademiis su padre tieoe mucho chiche.. . jami-<br />
guito!<br />
Y abriendo 10s brazos, sus ojos se llenaron de luz expresiva<br />
y maliciosa.<br />
Y en realidad, Lucila era una bellisima joven, de cabellos<br />
dorados y ojos claros, eaodorosos, que se posaron sobre 10s de 61<br />
con ingenua curiosidad. Tenia el cutis tan delicado y un sonro-<br />
sado en las rcejillas tan leve, como el de una fruta cuando co-<br />
mienza a pintarse ante la caricia del sol. Se apoy6 en su brazo<br />
con la confiada tranquilidad de un nifio, y en su cuerpo habfa<br />
algo de liana y de 6rbol joven a la vez.<br />
Pero Garcfa sentia sus nervios tranquilos. No habfa en<br />
hila, ese misterio, esa inquietud, esa vibraci6n interns, que se<br />
asomaba a 10s ojos de Mercedes. No tenia esta, esavitalidad<br />
graciosa, emocionada a ratos y alegre otras veces. Garcfa no sa-<br />
bfa donde estaba la diferencia, per0 Mercedes tenia para 61 la<br />
Clara alegria de un pttjaro y el aroma de una flor. Era la dnica<br />
dentro de su espfritu. Y no sabia advertir que esta otra, era para<br />
61 un encanto in&dito, que resplandecerfa tal vez con la misma<br />
maravillosa, si la tocara el soplo milagraso del amor.<br />
y en ese fresco amanecer de septiembre iba sentado dentro<br />
auto, junto a aquella hermosa muchachs, sin experimentar<br />
ninguna inquietud. Desde su cuerpo le llegaba a ratos cuando el<br />
rebullia dentro del coche, un delicioso aroma a poIvos, a<br />
@encia fina, a came joven y limpia, ligeramente humedecida de
transpiraci6n. La ciudad a m no despertaba de su sucfio. Can-<br />
taban 10s gallos melanc6licamente haciendo sofiar en amaneceres<br />
campesinos. En frescura de hondonada umbrfa, esperando la<br />
sonrisa del sol, entre la hurafiez acerada de las piedras hbmeda,s<br />
de rocio. En esa hora, cuando 10s vaqueros se lavan el rostro<br />
curtido, en el azote delicioso de las quilas y 10s phjaros sacuden<br />
el ala tibia, para dejar caer el crista1 de IUS primeros pios, miea-<br />
tras 10s zorros cansados de trajinar toda la noche por 10s montes,<br />
se rinden en su cub4 para sofiar con gallinas gordas y pavos de<br />
cuello bermejo.<br />
Rodaba el auto por la calle Arturo Frat a esa hora silenciosa<br />
y solitaria. En la esquina de la Avenida Matta un hombre vo-<br />
ce6 con aeento triste, su mercancia:<br />
-iTortilliii guenaaa!<br />
De pronto la niiia dijo a Garcia.<br />
-Y Ud. se va a venir pronto para ac8 segh me ha dicho<br />
la seriora Hortensia. Espero que entonccs nos vendrh a ver.<br />
Tendremos mucho gusto en tenerlo de visita en nuestra casa.<br />
-Muchas graciils, sefiorita. Para mi ser& un placer.<br />
Sinti6 la necesidad de ser sincero y decir que ya no se ven-<br />
drfa y sin saber porqu6, prefiki6 callarse. Vivian ellas en la ca-<br />
Ile de San Isidro, cerca de la plazuela, y a1 bajarse, laa serioras le<br />
invitaron a entrar.<br />
-Bhjese. En un mornento prepararemos una taza de cafe<br />
que nos vendrh muy bien.<br />
Per0 Garcia se excus6 de la mejor manera que pudo, despi-<br />
diendose en la puerta de la casa. En la esquina de Eleuterio<br />
Ramirez despidi6 al chofer, encarghndole que no dejara de ir B<br />
la 1 de la tarde donde don Casiano, pues irian a las carreras des-<br />
put% de almuerzo.<br />
Tenia frio y deseos de andar. Sin saber porqub, sinti6 una<br />
extrafia curiosidad por ver aquellos lugares donde se sintiera tan<br />
infeliz y desgraciado. Oiase atin, el bullicio declinante, en el<br />
barrio donde se vendia el amor. En la esquina de Santa Rosa,<br />
lath con acelerada angustia un auto sin poder pa*. Los pasa-
---+<br />
jeros echaban toda suerte de improperios a1 chofer, que, preocu-<br />
de su miiquina 10s recibfa como quien oye Ilover. Yhhs all&,<br />
Lln ebrio apoyado en la pared, renegaba evacuando su est6mago<br />
entre grandes quejidos. Mir6 a Garcia cuando dste pas6 junto<br />
61, con cara de idiota, e1 pel0 sobre la frente de su rost,ro con-<br />
gestionado. Lanz6le una interjecci6n canallesca que no inquiet6<br />
joven. abnocia demasiado el ambiente y sabga hien como habia<br />
que estilarlas. Dos mujeres de voz- ronca le llamaron desde una<br />
puerta.<br />
--Venga, mi hijito. Venga, lindo.. .<br />
FuB pasando junto a aquellas casas que surgfan en su re-<br />
cuerdo ccmo una pesadilla. La Elvira Silva, Pedro Jose; las<br />
Folacas, la Rosa Lepe. Frente a1
debla estar en el mesh a esa hora, con la peluca desgredada<br />
la cara arrugada destefiida de afeites. Todo en una niebla es-<br />
pesa de hum0 de cigarros, de olor a comida, a licor y cuerpos<br />
transpirados. Tambih dcbfa estar alli el loco Gostabal, hipando,<br />
apoyado en el bast6n con un resto de la Aor deshecha en el ojal,<br />
empeliado en tomarse un iiltimo trago que Matilde hflexible<br />
le negaria. CoFtabal, levantando la cabeza, seguramente debia<br />
preguntarle.<br />
-Oye, Matilde, dime, Ate he quedado debiendo alguna<br />
vez?<br />
Y Matilde sin contestarle, preguntaria a1 mozo:<br />
-&e apuntaste el Macul reservado a1 niimero tres?<br />
Afuera tambh, era todo igual. Frente a la puerta del
-LY qu6 tal Is vida? iUd. no ha vuelto mhs donde la Matilde?<br />
Ha estado 30 m&s enferma. Jose Santos casi la ech6 a1 hoyo<br />
de una tremenda pateadura que le di6. Parece que Io pi116<br />
haci6ndole empefio a una de las chicuelas y entonces la Matilde<br />
Be enfureci6. P por las puras no m&s, cuando Bstas ya agarraron<br />
1% calle del medio.<br />
-iSi? jHombre que Ihstima! Pobres chiquillas.. .<br />
-Y de ahi, que otra cosa se esperaba. Estando en la miel.. .<br />
Y de pronto haciendo un gesto de risueiio asombro, le indicb<br />
que mirara hacia atrh. A1 volver la cara se encontr6 con 10s<br />
ojos de Marina, una de las sobrinas de Matilde, que lo observaba<br />
con asombrada curiosidad.<br />
-iChiquillo, qu6 haces por aquf! iCuBnto gusto de vertel<br />
~ Westabas O en el Norte? iY cu&ndo llegaste?<br />
Un trope1 de preguntas que no sup0 a1 punto contestar.<br />
Marina le habia tomado del brazo con amorosa familiaridad,<br />
acerchdose a la de 61 su cara con 10s labios secos pintados de<br />
rouge. Un olor a licor, a tabaco y a transpiracibn se desprendia<br />
de ella.<br />
--Me alegro de verla-dijo Garcia, con manifresta turbacibn,<br />
como si temiera que la muchacha le hablara dli, de cuando<br />
estaba en la casa de ella. -iY que fu6 de su hermana? Fijese que<br />
en estos momentos nos esthbamos acordando de Uds. aqui con<br />
don Pepe.<br />
-Muchas gracbs. A la Natalia hace dias que no la veo.<br />
Tiene un amiguito muy celoso que no la deja ahora. Y que dije<br />
est%s, chiquillo. Oye, ipor qu6 no me vas a ver? Si quieres anda<br />
mafiana despues de las tres voy a estar sola en mi pieza. Toma<br />
mi direcci6n.<br />
De su bolsita extrajo una tajeta donde se lefa:<br />
Mademoiselle Ivonne.<br />
Modes. Santa Cruz 027.<br />
-Y esto, iqu6 quiere decir?-le pregunt6 Garcfa.
-Es mi nombre actual, mi hijo. Me dedico a la mod&.<br />
Pero s610 para hombres. Vieras qu6 cosas tan lindas y buenas<br />
hago! iNo me ofreces nada?<br />
-jPero claro! iQu6 te sirves?<br />
--Dame un cigarrito primero. Una menta con seltz. ;Son<br />
43 estos cigarrillos? iay! qu& bueno. Son de 10s que a mf me gus-<br />
tan. Mira no dejes de ir. Maiiana te espero. Dispensame que me<br />
vaya, per0 me aguarda un amiguito.<br />
Ee bebi6 la menta de un trago y sali6 a brincos gritando:<br />
-No vayas a faltar. Mira que lo pasaremos regio!<br />
Don Pepe con su cachaza habitual, le dijo sonriendo:<br />
-Ahora esth obligado. Por ley. Y le dire que es muy soli-<br />
citada la chicuela Bsta. Est& en toda la pega tambib.<br />
And& se despidi6 con un-hasta lueguito-aun cuando no<br />
pensaba volver mbs. Frente a la puerta, el caballo de un victoria,<br />
orinaba esparciendo una vaharada acre y c&licla. Las puertas,<br />
a1 rev& de !o que ocurria en las dembs calks, se cerraban. En la<br />
esquina campanilled un tranvia. Andr6s deseaba limpiarse de<br />
aquella triste sensaci6n que una necesidad inexplicable le hizo<br />
experimentar. Torci6 por la ealle de San Isidro hacia la Alameda,<br />
en donde tom6 carro. Tenh deseos de dormir, de pensar en Mer-<br />
cedes, de lavarse entero para desprenderse de toda aquella at-<br />
m6sfera de la cual estaba penosamente contaminado. En la ciu-<br />
dad advertiase la quietud caracterietica de las mafianas domini-<br />
cales. Frente a la calle Ahumada sub% una mujer gorda con un<br />
canasto lleno de hortalizas que esparcieron su caracteristico<br />
olor. Cuando lleg6 a1 hotel, ya la lhmina de or0 del sol se habia<br />
esparcido Alameda abajo. El hotel estaba abierto, un muchach6n<br />
ojeroso y desgreiiado, loarria el piso abundantemente regado. Un<br />
hedor fuerte que heria la garganta hacia mhs desagradable aun<br />
la indecisa lua del recinto de la cantina.<br />
Subi6 la escalera con movimientos cansados. Una sensaci6n<br />
de acidee en el est6mago y un dolorcillo en la nuca, le hizo sen-<br />
tir un gran deseo de tirarse en la cama. Pero muy pronto aquella<br />
impresi6n de desaseo lo volvi6 a coger y entonces decidib ir a
,leterse a1 bafio. El agua fresca le produjo una deliciosa reacci6n<br />
erey6 que donniria unas cuantas horas muy cbmodamente.<br />
Per0 a1 acostarse sinti6 su cabeza firme y hicida. De la calle lle-<br />
gabs un rumor sordo y hondo que se acercaba y dejaba con sorda<br />
vibraci6n; campanilleaban 10s tranvias y gritaban 10s vendedo<br />
res de peri6dicos. Una raya de or0 se quebraba en la sib donde<br />
estaba su ropa. Di4ronIe deseos de fumar y pensar en una carta<br />
que le escribirfa a Mercedes, mas, de pronto, se hundi6 en un sue-<br />
fi0 tan agradable que s610 despert6 cuando el mozo vino a 11s-<br />
marlo.<br />
-+Hombre!-exclam6 intranquilo-iquE hora es?<br />
-Falta un cuarto para la una.<br />
Vistibse apresuradamente mascullando confusas palabras de<br />
reproche para 61 mismo. Estsba convidado a almorzar donde don<br />
Cashno y era una falta de consideraci6n para su amigo, hacerlo<br />
esperar. Disponiase ya a partir cuando el mozo vino de nuevo<br />
trayhdole una carta. Era un eobre grande rosado, sobre el cual<br />
estaba escrito con caracteres claros y hermosos su direccibn.<br />
Era de ella, de Mercedes. jMercedes! iQU6 lindo era pronunciar<br />
su nombre! Una alegria de nifio le llenb el pecho. Era como ux<br />
repique de campanas jubilosas resonando en sus ofdos. Se ten-<br />
di6 en la cama, para leerla m%s a gusto, per0 le pareci6 irrespe-<br />
tuoso recibir el efluvio de su espfritu en esa forma. Como un ava-<br />
ro que cuenta lentamente sus monedas resplandecientes, leia 10s<br />
renglones, sentado en la silla junto a la ventana. Que cosas tan<br />
sencillaa y tan hermosas sabia decir. Era a m%s de hermosa, in-<br />
teligente. 8u coraz6n enamorado daba un prestigio y un vaIor<br />
enorme a cada una de las palabras de la carta.<br />
--d Amigo querido-decia Mercedes-cr6ame que la parte<br />
m%s diffcil de esta carta ha sido ponerle el tratamiento. Me pa-<br />
recian risibles, meaquinos otros y este mismo por el cual he<br />
optado me parece hipbcrita, porque mi coraz6n me pide otra cos5<br />
mEcs bella que refleje mejor el sentimiento que me anima a1 es-<br />
cribir, pero no me fu6 posible encontrarla. iC6mo ha estado Ud?<br />
EsCo tambi6n lo encuentro tan raro. iC6mo es posible tratar de
Ud. a1 ser a quien adoramos? Y es que estos temores provincianos<br />
ponen una ridfeula timidez en mi pluma. Se me ocurre que esta.<br />
carta la pueden abrir en el correo y eotonces ite imaginas? Me<br />
dan escalofrios pensxr en la cara que pondria la viuda Fernhlez,<br />
la Filomena Miranda o la mujer del boticario si supieran de este<br />
amor que es tan hermoso y triste. Entonees he decidido ir a PO-<br />
ner!a a Temuco, y ya con esta resoluci6n1 te escribo como de-<br />
seo hacerlo. iC6mo has llegado, mi amor? iQuieres decirme<br />
cuhnto tiempo hace, desde esa tarde tan dolorosa en que te des-<br />
pedistes de mi en la estacibn?<br />
-iAh, si supieras que pena tan grande tenia en ese mo-<br />
mento! iQu6 cos& tan despiadada y cruel es, a veces, un tren que<br />
parte! Yo nunca habia conocido esa sensacih hasta ese dia en<br />
que te fuiste. iPobre mi amor! Cuando te mire sentf UEQS in-<br />
mensos deseos de que subieras luego a1 carro por temor de que te<br />
pusieras a llorar delante de todos. Y yo debo confesarte, aunque<br />
te rfas, me sentia m8s desgraciada que Margarita Gautier.<br />
La pobre Chaquira fu6 quien pag6 el pato, porque la azotd<br />
sin lhstima hasta la escuela, a donde llegu6 en una carrera loca<br />
desde la estacih. Y es que sectia tanibien ganas de llorar, de<br />
gritar de pena, como 10s chiquillos chicos cuando les quitasel<br />
chupete. Y no te da verguenza grandota, dirhs tii. Per0 no,<br />
Andr6s, no me da verguenea porque te quiero mucho y ahora que<br />
te has ido es cuando lo he podido apreciar mejor. Todo mi es-<br />
piritu esth lleno de tu recuerdo. Estos dias he pensado en tantas<br />
cosas y mientras mhs imposible veo que es nuestro carifio, miis<br />
me aferro a 61. iQu6 cosa tan bella y doliente es querer cuando<br />
todo se nos interpone y la vida nos llama por ese antiphtico<br />
camino del sentido comdn! Pero este otro camino tan hermo-<br />
so, tan ilusionado, iqu6 nos traerii?<br />
Queria escribirte una carta bien alegre, una carta que fue-<br />
ra como un din de sol, y me ha resultado esta otra romanticona<br />
y tal vez un poquito eursi. Pero est0 de crcorrer la pluma. no es<br />
tan f8cil que digamos. Sin embargo, me quedo ilusionada con que<br />
la encontraras hermosa, porque va de la mujer que te quiere.
,tlercedes Uvizar 183<br />
pienso que la leer& muchas veces, y entre cada rengl6n leer&<br />
todo aquello que quise decirte y no supe como hacerlo. Supongo<br />
que ya td me has escrito y eso me llena de alegia, alegrla que ner&,o<br />
mucho, porque desde que te marchaste todo aqui est%<br />
muy triste. Me doy cuenta ahora, y la entiendo perfectamente,<br />
Llna frase que lef hace tiempo en una novela, de que Iz alegria<br />
de la vida, reside dentro de nosotros mismos.<br />
Siento ahora que esths lejos que se ha apoderado de mi una<br />
%ran inquietud, un temor a peligros que no s6 de d6nde vendr5tn.<br />
por est0 te pido que te vengas luego. As$ me sentire m&s fuerte,<br />
miis dentro de una realidad que me hace soiiar en cows bellas cerca<br />
de las cuales siempre esths tfi, y nuestro amor que sabe arrinconar<br />
mis pensamientos m&s negros. Deseo que eomo respuesta<br />
a esta carta seas tti mismo quien llegues a dhrmela y a contarme<br />
todo lo que te ha pasado por all&. . .<br />
Un golpe en la puerta lo sac6 de su 6xtasis.<br />
-&UB hBy?<br />
--Lo necesita un chofer, sefior.<br />
-Por Dios, qu6 barbaridad; de dcnde don Casiano debe ser.<br />
Era 61 en efecto que lo mandaba a buscar extrafiado de que<br />
no llegara. Lo recibieron entre risuefias protestas. Ya estaban<br />
m la mesa y don Casiano le pregunth.<br />
-iSe qued6 dormido, Garcia?<br />
-Sf, en realidzd me qued6 dormido tarde, es decir mucho<br />
despu6s de acostarme.<br />
-iPobrecito!-exclam6 Hortensia poniendo una cara entre<br />
c6mico y trhgica. Pensando seguramente en esa picara que nos<br />
IO ha quitado, se desvel6. $40 le voy a perdonar nunca esta que<br />
110s ha hecho!<br />
Almorzaron apresuradamente p~res don Casiano deseaba<br />
llegar antes de In tercera carrera para la cud tenia un dato muy<br />
Wxwo.<br />
-Yo no voy hunca a Iss carrerns, compafiero. Per0 la Horknsia<br />
tiene muchos deseos de conocer el Club Wl'pico, y en plena<br />
luna de miel hay que dade gusto. iWo es cierto'?
--Pa lo creo-respondi6 Garciano puede ser m6s justa.<br />
-Ya que no podemos salir en viaje de luna de miel, hay quC<br />
ir a tantear la suerte. Seria el colmo que nos fuera mal en un dis<br />
de tanta alegria como Me.<br />
-iAyt hijo!-exclarn6 doiia Felicinda-la hermana de don Ca-<br />
siano, no te hagas ilusiones, la felicidad no es nunca completa. Sieni-<br />
pre falts algo, por eso es mejor contentasse con lo que uno tiene.<br />
--Ad me parece-brome6 Hortensia-y ahora no es poco<br />
lo que Ud., don Casiano, posee. Parece que Ud. todavfa no se de<br />
cuenta de lo dificil que es conseguirse una mujercita como la que<br />
su suerte le ha puesto en el camino.. .<br />
-iSalud! Me gust6 la modestia. Shora que me pescaste<br />
tratas de hacerme el trago menos amargo. Gracias por la inten-<br />
cih, mi hija. LQuieren que vamos andando?<br />
Llegaron cuando se acababa de comer la segunda carrera.<br />
Junto a las rejas de las galerias, se amontonaban grupos de ha-<br />
rapientos de entre cuyas tiras, no obstante, lograban Facar d-<br />
gunas monedas pars jugar a medias, por entre 10s barrotes, con<br />
nlgium compinche que two para la entrada. Los vendedsres se<br />
alineaban a1 borde de la vereda, ofreciendo tortillas, sandwiches,<br />
o empanadas. En la cara. de dgunos hombres flacos y sucios,<br />
muchos cubiertos con una camiseta, negra de mugre, bajo e I<br />
palet6 desgarrado, se advertia una luz ansiosa, un ansia sombria Y<br />
penosa. Anhelosos se acercaban a 10s que jugaban para saber<br />
como les trataba la, suerte y ver manera de pescar algo.<br />
--&uiubo, jc6mo te lig6?<br />
-Rema1 h6, y de pur0 dorao, no mhs fijate. El Huacho Ho-<br />
norio ju6 el que tuvo toa la culpa. Yo le porfi6 que le jughramos<br />
too seco a San Amhn y a1 muy chaPc6n le car@ de ponerselo too<br />
a Fatalis, siendo que a San Amltn yo lo tenia refijo. Por eso no<br />
hay lesera m&s grande que jugar de una mano a otra. Y Sari<br />
Rmhn pag6 regiieno: fijate.<br />
--iFigur6 Fatalis?<br />
-iChis! ;qu6 iba a figurar! Hubiera dado (;placer) entoncf's<br />
sicpiera.. .
~ercedeo Urixer<br />
171<br />
sentfa una pena inmensa, una inqfiietud tremenda, tanto que<br />
cuando son6 el pito de la locomotora, experiment6 la sensaci6n<br />
de que era un cuchillo que se le enterraba en el coraz6n. Tratd<br />
hfe aparentar serenidad a1 despedirse, mas no pudo hablar. Estmch6<br />
en silencio a BUS amigos junto a su pecho:<br />
-iQtl6 te vaya bien, Garcia, y @e vuelvas pronto!<br />
Ella le retuvo un instante la mano. Sus ojos intensos, claros<br />
de esperanza, hClmedos de ternura se posaron largamente<br />
sobre 10s de 61, tratando de infundirle valor. Adn resonaba su<br />
voz en BUS oidos.<br />
-Hasta lueguito, Garcfa. Felicidadea. Buen viaje.<br />
El estir6n del tren a1 partir desgarr6 toda su pena. La luz,<br />
el aire, el &mbito que le rodeaba adquiri6 entonces algo indefinible<br />
y extrafioj sin alegrfa ni vibraciones. En tanto en el pecho<br />
una lancinante congoja. P como cuando all&, en 10s dias lejanos,<br />
se despedia de su madre para ir a Santiago, dej6 correr sus I&grimas.<br />
Sentia una dulce felicidad de llorar por ella, de saber<br />
que eso a la vez de consolarlo, era e1 homenaje de su sincero<br />
mor.<br />
Despu&, ya en el otro tren, m&s calmado, Re entregb obstinado<br />
a la contempIaci6n del przisaje, el cual se ofrecfa a SUE ojos<br />
envuelto en po&ica tristeea. Las sementeras se rizaban en el<br />
viento. En medio de ellas, casi siempre destacaba su silueta un<br />
roble 8010, desnudo, seco, ancgustiado. Quebradas hondas, esteroe,<br />
azules que se trasparentaban a trds de la grbcil delicadeaa<br />
de 10s helechos. Loa tranqueros daban la irnpresi6n de COrrer<br />
vertiginosos a la vera del tren, que a ratos aullnba fren6tico.<br />
Ganados indiferentes a su paso. pastaban en 10s potreros vecinos.<br />
A veces un potrillo con su largo mech6n caido sobre 10s ojos,<br />
arquesbba el cuello para lanzar un largo y vibrante relincho.<br />
Bajo un pequefio puentecillo, pr6ximo a1 largufsimo puente de la<br />
via fhrrea, una moza campefiina lavaba, aporreando sobre una<br />
piedra, la ropas blanqufsimas. Su brazo moreno se betrnizb de<br />
sol, a1 aIzarIo, para corresponder el saludo de slg~n galante pasajero<br />
del convoy. Las hondonadas sucedfanse una8 detras de
Sobre la vereda ardia el sol. Una vendedora gorda, canosa,<br />
le grita a su vecina:<br />
-.$To le decia yo dofia Etelvina? Si ese San Amhn es mucho<br />
caballo! Todos 10s demhs eran unos traros a1 lado de 61.<br />
Don Casiano y sus acornpasantes habian entrado a1 recinto<br />
de'las galerias. La gente en tumulto, se dirigia a comprar sus<br />
boletos para la tercera. Algunos hombres, con un enorme fajo<br />
de billetes en la mano, recorrlan 10s patios, con el rostro congest,ionado<br />
de gritar:<br />
-iPago, pago, pago!<br />
Pagaban con una rapidez asombrosa, a las personas que se<br />
agrupaban a su alrededor, para salir en seguida corriendo hacia<br />
las boleterfas antes de que timbraran. Alli la gente anhelosa pedia<br />
siis boletos :<br />
--Limited, arriba y abajo.<br />
--Gitanillo, seco.<br />
-For favor-gritaba una vieja-deme dos Kplaceres, a<br />
DesavillB.<br />
El p6blico se distribuia por el enorme local. Un hombre<br />
flaco de ojos penetrantes 9 afiebrados, en un banco frente a las<br />
boleterfss de diez pesos, anotaba cuidadosamente el nombre de<br />
10s caballos que estaban m&s jugados. $Tn grupo de chinitos, peclue5os,<br />
nerviosos, comentaban las incidencias de la carrera, cuyos<br />
resultados no debi6 serles favorable, pues gesticulaban vivamente,<br />
para terminar por romper con trhgica expresi6n 10s bolrtos<br />
que no pudieron cobrar.<br />
La gente comenzaba a llenar el patio, frente a la pista, para<br />
ver el paso de 10s caballos.<br />
-iQu6 hay-pregunt6 Gwcia-jug6 Ud., don Casiano?<br />
-iClaro!--le meti cincuenta pesos, arriba a Salpic6n.<br />
Ustima que parece estar muy jugado.<br />
-SI, per0 en las de a diez-dijo su hermana-en las de<br />
cinco tiene pocos boletos.<br />
-3lejor entonces. iCaracho! OjaE la acertbamos. Y Ud.<br />
'Garcia, tambi6n jug6?
186 Luis DwanJ<br />
-TambiCn IEF! atrevf-replic6 Bste somiendo- le jugV.6<br />
veinte pesos abajo a Desavill6. Me di6 una viejita el dato asegu-<br />
rhdome que le podia cortar la cabeza, si la yegua no Uegaba.<br />
Hacia un lindo dia de Eeptiembre. Una brisa freeca, habia<br />
enrojecido Ias mejiIIas de Flortensia, que tomada del brazo de<br />
don Casiano sonreia felia. Un panorama esplBndido se extendia<br />
en frente, destachndose como brochazos enBrgicos en un telbn<br />
ad, la mole de Pa cordillera cuyos altos pieachos resplandeefan<br />
de nfvea brillantez. En ese mumento salian 10s caballos a !a can-<br />
cha. Todos man de fina muscdatura, de remos delgados, cabeza<br />
chica, y grandes ujos inquietos. Iban con trotecito menudo y<br />
nervioso estironeando el bocado. Los jinetes, hombrecitos mi-<br />
ndsculos vestidos de or0 y seda, semejaban mufiecos y daban<br />
la impresidn de que cualquier movimiento brusco de las Stgiles<br />
bestias, 10s lanzarian de la silla, sobre la cual iban como equili-<br />
brhndose con las piernas encogidas.<br />
-Lacre, azul y oro; gorra blanca. Ese es Gitanillo, decia<br />
un hombre gorclo de grandes y penetrantes ojos negros, mirando<br />
el programa que tenia entre 10s dedos amarillos de nicotina.<br />
Garcia se interes6 por saber cu&l era DesavillC. El hombre<br />
muy contento de poder dar a conocer su sabiduria hipica arrug6<br />
la frente con aire de importancia y despuBs de consultar sus papeles<br />
le dijo:<br />
-Es esa negra del medio. NO ve? Blusa blanca, franja verde,<br />
gorra morada. LUd. la jug6?-Y con aire de quien sabe lo<br />
que dice terrnind-le dire que puede dar un batatazo.<br />
Ya 10s caballos estaban frente a las huinchas de partida, y<br />
entre el pdblico, como si todos se hubieran puesto de comdra<br />
acuerdo, se habia hecho un gran silencio. Todos 10s ojos estaban<br />
fijos en el sitio de la partida. En 10s rostros se advertia una preocupaci6n<br />
tan grande, que ninguna cosa pr6xima lograba llamar<br />
la atenci6n. Kasta que de sdbito como una gigantesca voz de<br />
mando, el grito formidable de miles de personas, atrond el espacio<br />
:<br />
-iiYa!!
Desph un momento de ansiosa expectacibn. Todas las mi-<br />
Tadas tendidas hacia el Iote de caballos y jinetes que en el fondo<br />
de la enorme cancha, corrian en un grupo cornpacto. De pronto<br />
un voxarr6n entusiasta rasg6 el siIencio que hasta entonces esta-<br />
ba tenso de respiraciones contenidas:<br />
- jlimited entrando! jLimited adelante! Ese es caballo<br />
Inibrcole.. .<br />
El hombre que estaba de pie, adquirib una expresibn de<br />
posefdo. Los ojos llenos de luz snsiosa, el rostro rojo y en la gar-<br />
ganta un jadeo de motor que retiernbla a alta presi6n y sin con-<br />
trol. Habia encogido el cuerpo y en un ir y venir de 10s braeoe<br />
grilaba entrecortadamente :<br />
-jEchal6, echal6. . . ! ilimited, Limited, echal6.. . !<br />
Mas, de pronto la presibn de sus calderas encendidas de en-<br />
tusiasmo, se enfri6. Los caballos pasaban frente a las galerias<br />
oorriendo en un tren vertiginoso. Un pataleo ritmico a pesar de<br />
su velocidad reson6 un instante. TAX hombrecitos de or0 y seda,<br />
de pie sobre 10s estribos y curvados sobre el cuello de las nobles<br />
bestias iban requirihdolas frenbticamente. De repente un ca-<br />
baillo que corria en el fondo cerca de la empalieada, pareci6 ad-<br />
quirir el impulso de un resorte, lansado a una velocidad enclemo-<br />
niada, dejando atrSs a todo el Iote:<br />
-jSalpicbn, Salpicbn!-grit& entonces la muchedumbre<br />
enardecida. iSalpicbn adelante! jsalpicbn a1 galope! jSalpic6n<br />
solo!<br />
El hombre que gritara antes, animaodo a Limited, estaba<br />
ahora silencioso; su cara habia adquirido una fiereza trhgica.<br />
Las galerfas todas, eran una ola humana, estremecida, aulladora,<br />
frenbtica. Los caballos iban llegando a la meta. Garcia en ese<br />
mornento se volvi6 para mirar un instante a su alrededor. Toda la<br />
gente estaba, de pie, gesticulando y gritando; algunos con el ros-<br />
tro radiante, otros rabiosos y sombrios. Y cuando el lote traspuscbi<br />
la meta se ab6 un grito ensordecedor.<br />
-iSalpic&n! iSalpic6n solo!<br />
Y en ese precis0 instante, una mujer que todo el tiempch
mientras dur6 la carrera, estuvo saltando y animendo el. caballo<br />
de sus simpatias, di6 un grito de loca y en un arrebato de entu-<br />
siasmo sin encontrar a otro miis a la mano, se abraz6 de Garcia<br />
que estaba junto a ella.<br />
-iEse si que es caballo, mi hijito! iEse si que es caballo!<br />
iWo le decia yo?<br />
Y antes de que Garcia le contestara, ya se habfa saparado<br />
de 61, agitando sus boletos de ganador, para perderse entre el<br />
tumulto de gente que iba hacia, las cajas a cobrar.<br />
En el pasillo se encontr6 con don Casiano que lo buscaba.<br />
Alegremente le dij o :<br />
-$&IC? hubo Garcfa! iAnduvo bien la COSB, hombre! iY Ud.?<br />
tambi6n gad? iCu5tnto me alegro! Qjalh que el viaje a Santiago<br />
le salga de valde. Serfa macanudo. ,jNo le parece?<br />
F'ueron a ver el tablero donde ponian 10s dividendos. Desa-<br />
vill6, la yegua jugada por Garcia, habfa dado un place estupendo.<br />
Ochenta y tres pesos por cada boleto de a cinco.<br />
Hortensia que jugara a Gitanillo, le dijo entre apenada y<br />
risueiia :<br />
-i&u6 mal amigo se ha puesto Garcia! No ve, si me hubiera<br />
dado el dato, yo tarnbi6n habria cobrado. Ahora tienen que dar-<br />
me xbarato..<br />
-Ya lo creo-exclam6 don Casiano-y si la suerte nos<br />
acompafia, te llevaremos a comer a Apoquindo.<br />
Y como a hdos 10s que van por primera vez a Ias carreras;<br />
la suerte para tentarlos, les Hen6 esa tarde 10s bolsillos. Hasta<br />
dofia Felicinda habia cobrado dos hermosos wongrios, de a<br />
cien.<br />
-Ahora te va a gustar la pega-brome6 don Cssiano-y te<br />
vas a poner hipica.<br />
-iBahl jcrees que soy tonta? No: mi hijito, maiiana mismo<br />
me compro con esta plata, un adorno para mi abrigo negro. Est%<br />
platita caida del cielo hay que aprovecharla muy bien.<br />
No obstante, a pesar de todos aquellos momentos de intimi-<br />
dad y expansi6n: Andr6s sentfa que el duke lhmado de w amor
hacia m8s intenso. Y esa noche, de vuelta de Apoquindo,<br />
aientras el auto rodaba bajo las alamedas susurrantes, experi-<br />
ment& con un ansia casi dolorosa, la necesidad de estar cercs de<br />
ella, de oir la voz de Mercedes y de sentirse envuelto como en<br />
una onda tibia, en la luz afectuosa de sus ojos.
XIX<br />
Futs una tarde de mediados de octubre, cuando heron a<br />
dejar a Elena, a LolBn. El administrador del molino les facilit6 el<br />
auto, para hacer el viaje hasta aquel rinchn, a donde las sefioras<br />
Loyola deseabbn que la joven pasara por lo menos un mes a fin<br />
de que se repusiera de su enfermedad. Elena habfa dejado el<br />
lecho pocos dlas antes que Garcia regresara de Santiago. Xu larga<br />
permanencia en cama, la adelgaz6 de tal manera que las ropas<br />
parecian coigarle del cuerpo. Daba la impresih de que su cuerpo<br />
no tenia sangre, tan intensa era la palidez de su rostro.<br />
AI comienzo lo pas6 sentada en un sill6n cerca de la ventana,<br />
con las nianos exangues, sobre la falda. Sin embargo, tenia las<br />
mejillas encendidas y en 10s labios hfimedos un ligero tinte<br />
sonrosado. Pero la nariz se le afin6 y en sus ojos seguia vi&dose<br />
una brillantez febril. Era un sbbado, y como esa tarde<br />
no tenfan clases en la escuela, la acompadaron Mercedes y Garcia.<br />
La seriora Teresa se quedaria en Lokn mientras durara 18<br />
permanencia de Elena alli.<br />
Era un camino muy hermoso aqu61. A -<br />
ratos el auto se internaba<br />
bajo una b6veda de ramas, en tanto las quilas sedosas se<br />
~destrensaban sobre la capota del coche. La selva, en parte, se tornaba<br />
audaz, invadiendo el camino, y desde su fresco coraz6n
,jMercedes Urizar 191<br />
viento trda aroma de ulmos, de boldos y canelos que se aparragaban<br />
junto a 10s alerces airosos, o se confundfan con 10s robles<br />
y mafifos. En 10s claros, el hnahuftn destacaba su silueta<br />
elegante y graciosa, cuyas ramas estaban cubiertas de hejas pequefiitas<br />
y brillantes.<br />
Mercedes iba encantada de poder participar en aquella excursi6n.<br />
Su rostro terso barnizado de lua, tenia una frescura de<br />
manaana hameda de rocio. Wabian acordado quedarse ese dia y<br />
el siguiente en LolBn, donde proyectaban hacer algunas excursiones<br />
en 10s alrededores de aquel paraje que era de una belleza<br />
ex tr aordinaria.<br />
--Me encantarfa ir a caballo, hasta el puente de .El Cen-<br />
tinelap-dijo Mercedes. --De ahi se puede pasar al otro lado del<br />
rio que va por un precipicio mug. hondo, y l!egar hasta la laguna<br />
de &os Robles. que es preciosa.<br />
--Linda seria-replic6 dofia Teresa-basta yo me atreverfa<br />
a Cempetrencarme,, en un caballo y acompadarlos a Uds., per0<br />
esta chiquilla, se quedaria sola.<br />
-iAy, de veras! Que lhstirna que Elena no puda acompa-<br />
Barnos, -dijo Mercedes, mirando a Ia joven.<br />
Garcia que iba sentado adelante, junto a1 chofer, se volvi6<br />
para proponer:<br />
--Es que lo dejainos para cuando vengamos a buscar 8,<br />
Elena.<br />
-No, ipor qu6, pues? -dijo entonces la nifia con una sonrisa<br />
triste que se le deshizo en el rostro como una flor mustia-vayan<br />
no m&s. Hay que gozar de la vida cuando se puede.<br />
Mercedes se volvi6 hacia clla para mirarla con su sonrisa<br />
mhs afectuosa :<br />
--jPylUy cierto!-y t6 tambien vas a poder hacarlo muy<br />
pronto. Pero times que dejar a un lado esa tristeza que con-<br />
tribuye a retardsr tu mejoria. Hay que esperar siempre lo mejor<br />
de la vida, mi hijita.<br />
-Si, es verdad, per0 eso cuando la vida es buena con<br />
Uno, pues de otro modo, For m&s que se quiera.. .
La voz de Elena se habia trizado, en tanto dos Ihgrhas re-<br />
ventsban en sus pupilas. P con 10s labios apretados, para no 901-<br />
tar el Ilanto, se qued6 sin terminar la frase.<br />
-Per0 qu6 tonta eres, nifia-la reconvino dofia Teresa-<br />
emocionada a pesar suyo, -iqu6 sacas con afiigirte sin raz6nP<br />
Debes de cambiar. CAybdate que yo te ayudar6,, dice el prover-<br />
bio.<br />
QuedBronse todos en silencio. El auto descendfa por una sua-<br />
ve pendiente, cruzada por un estero de agua limpida en cuyo<br />
fondo brillaban las piedrecillas. A la orilla del camino, tal si la<br />
mano cuidadosa de un jardinero, las hubiera plantado; vefanse<br />
hileras interminabIes de cartuchos, blancos, rosados y morados.<br />
Eajo la umbrfa, muchos tenfan las corolas cargadas de rocfo,<br />
que seguramente se escurri6 del espeso ramaje. En un recodo<br />
pr6ximo. un ray0 de sol se cernfa entre la ramazdn :de las quilas,<br />
dbndoles el aspect0 de una enorme esponja de oro. De 10s brazos<br />
de un coihue gigantesco colgaba con gracia ingrBvida la lima de<br />
las copihueras, cuyas flores ternblaban leves en guirnaldas de en-<br />
suefio. Entre el duke mistcrio de la selva 10s huios y 10s chucaos,<br />
perforaban el silencio con su grito caracteristico. Unos novillos<br />
de hermoso pelaje que pastaban entre 10s troncos del faldeo, se<br />
internaron apresurados entre la espesura. En el cielo, de dihfana<br />
azulidad, se desgarraban unas nubes rosadas que el viento as-<br />
naba, dhndoles forma de siluetas femeninas, tal si hadas de 10s<br />
bosques, bailaran sobre las altas copas de 10s brboles.<br />
Llegaron a Lol6n a1 atardecer. Era un bello rincdn en donde<br />
se amontonaba una docena de casas, con jardines, hrboles y<br />
phjaros enjaulados bajo 10s corredores. Una infinita dulcedumbre<br />
llenaba todo el Bmbito a esa hora. Cruzaban el camino algunas<br />
yuntas llevando el arado sobre e! yugo. De las hondonadas, re-<br />
mansos de neblina azul, subia un hhlito fresco y oloroso.<br />
Doiia Rosa Maureira, la duefia de casa, recibib encantada<br />
a 10s viajeros. Era una mujer alta, de semblante bonach6n ;y<br />
sonrisa franca.<br />
--Yo 10s esperaba para el almuerzo-dijo-. Le tenia a la
glenita, una dieta de ave rica. Pero eso no impide. Siempre hac<br />
br& en la casa de 10s pobres un algo con que hacer cariiio cuando<br />
~y voluntad. Pasen mhs adelante a descansar. Per0 la nifia<br />
trae buen semblante, un poco mBs delgadita no mas viene.<br />
Aqui con el buen aire no se va a dilatar nadita en mejorarse.<br />
y esta otra siiiorita tan linda, itambidn es de la Villa?<br />
-Si,-explic6 doiia Teresa-es la seiiora Mercedes, la direc-<br />
tor& de la escuela.<br />
-Ah!-hizo doiia Rosa, con ingenua sonrisa-y el caballero<br />
ser& el esposo.. . Bien bueno, pues; a su casa no mhs Ilegan.<br />
Garcia se habia puesto rojo hasta 10s cabellos, en tanto<br />
Mercedes tambi6n ruborizada, reia alegremente, tomada del<br />
brazo de doiia Teresa, quien bromeando pregunt6 :<br />
-LY c6mo Ies fu6 a conocer tan luego que eran casados?<br />
La rriujer ahora, con el delantal recogido, 10s miraba soc-<br />
riendo dubitativa:<br />
-Novios serh entonces pues, porque en la cara se les co-<br />
note que se est&n queriendo.<br />
-Bueno con la sejiora esta, jpor Dim!-grit6 entonces<br />
Mercedes-si este cab,allero es soltero; soy yo la hica casada de<br />
foda esta gente. El es un amigo de Villa Hermosa que ha venido<br />
a acompafiarnos.<br />
-Miren no mhs, insist3 la duefia de casa-as5 es como uno<br />
se equivoca. Ya se ve, como el pensamiento es tan ligero.. . Yo<br />
estaba pensando en darles la pieza donde tengo la cama para<br />
matrimonies.<br />
Una carcajada general estall6 entonces. Hasta Elena que<br />
se habia sentado en un silloncito de mimbre, reia nerviosamente.<br />
Dofia Rosa, ahora solicita, preguntaba:<br />
-iQu6 van a querer servirse? Les tengo cafecito listo.<br />
Per0 si les gusta mhs el t6, no me dilato una nada en prepararles.<br />
Era una casita limpia y alegre. Desde la ventana de la pie-<br />
za del comedor, divishbase un paisaje hermosfsimo. El SO] decli-<br />
nante era una hoguera entre 10s StrboIes, y una mancha de sangre<br />
en el horizonte.
194<br />
Luis Dura&<br />
-iQu6 lindo es todo esto!-exclam6 Carcfa-. Aquf la Ele.<br />
nita se va a mejorar muy luego. Este otro mes cuando la venga,<br />
mos a buscar, nos acompafiarii a hacer la excursi6n a caballo, de<br />
que Ud. nos hablaba.<br />
--Pa lo creo-exclam6 Mercedes entusiasmada. Y a!zando<br />
la inano cuya pie1 sedosa bril16 en el sol, agreg6:- Por eee cerro<br />
de enfrente se va hacia el Centinela, y, a1 otro lado, detr6s de<br />
esos &rholes que ?e ven en el fondo, est& la laguna de ~Los Robles..<br />
Frente a la luz, el rostro de Mercedes, tenia una belleza espl6ndida.<br />
El cabello sedoso le acariciaba las sienes, 10s ojos llenos<br />
de honda !uz, y la boca encendida a1 sonreir dejaba wr 10s<br />
dientes blanquisimos. Garcia se que& como en 6xtxsis mirhndola,<br />
sin advertir que 10s ojos de Elena florecidos en un fulgor<br />
doloroso y extraiio, se clavahan en 61, con una expresihn tan llens<br />
de ansiedad, que Mercedes a1 volverse lo advirti6.<br />
Do5a Teresa en ese momento le pregunt6:<br />
-?,Con qui6n vino Ud. por aqui, Mereeditas?<br />
-2Con qui&? iAh, pero si hace tanto tipmpo! FuB con<br />
Fernando.. .<br />
iFernando! Qu4 herida tan punzante, abri6 de s6bito ese<br />
nombre en el coraz6n del mozo. Una arruga honda le surd la<br />
frente, y como si 10s pensamientos en tumulto se le hubieran<br />
subido a la cabeza en una onda ardiente, experiment6 una sensaci6n<br />
de angustia amarga y cruel. La vela ahora a braves de una<br />
telarafia de visiones atormentadas. Todos 10s encantos de esa<br />
mujw ya hahian sido de otro, del otro, que habfa gozado del dulzor<br />
de siis labios, de la fragancia de su cabellera, del misterio de<br />
sw senos. iEl otro! Clavo ardiendo que penetraba en su sensibilidad,<br />
pufial que se le clavaba en el coray6n retorci6ndose para<br />
salpicar la hoja helada con su sacpe. iTodo habla sido del otro!<br />
Las piernas dukes, suaves, enhadas en un vertigo delicioso,<br />
transfundidas en el perfume de la voluptuosidad. Sus bocas unidais<br />
en el beso tremante, en el Seso dulce, en el beso en que se<br />
da el espiritu en una mordedura enhquecida, ansiosa, delirante
dad. En la lejania unos iirboles cuyas copas traspasadas de sol,<br />
daban la sensaci6n de ir volando lentamente colgados del cielo
cuyo griterio, tenia nn eco desmayado, como si en ello influyeran<br />
laa sombras que se avecinaban. Todo adqixiria un po6tico encan-<br />
to, un ini'ujo de leyenda, en la cua! vagaran en dulce errancia el<br />
espiritu de Ins hadas y de 10s gnomos que salidos de un cuento<br />
vinieran a poblar en esa hora aquel rinc6n.<br />
El sol se habia ocultado y en aquella pieza comenzaba a ha-<br />
cer frio. Mercedes estaba junto a la ventana mirando como todo<br />
se inundaba de sombras. Una roja for de copihue que tenfa pren-<br />
dida en el pecho, sigui6 la curva de sus senos cuando un suspire<br />
10s agit6 levemente. Elcna, a su lado, tenia la fragilidad de un<br />
arbusto que se curva sobre un precipicio. Doiia Teresa le dijo:<br />
-Seria bueno que te acostaras, mi hija. Con el viaje y el<br />
cambio de clima, el primer dia hay que tener cuidado.<br />
-Cuidados inlitiles-sonri6 hablando en voz tan baja,<br />
como si soiiara-vivir para cuidarse, ide qii6 sirve?<br />
Habia un dolor tan resignado en aquellas palabras que todos<br />
la miraron con pena. Y And& en un sdbito arranque del mhs<br />
acendrado afecto, se acerc6, como cuando ella estaba en cama en<br />
Villa Ilermosa, para alisarle el pelo cariiiosamente.<br />
-Per0 qu6 niiilita se ha puesto Ud. con su enfermedad.<br />
Hay que tener m&s confianza, m&s fe en la vida que a1 fin y a1<br />
cab0 es hermosa.. .<br />
-Si, ya lo s6 que es hermosa, ya lo s6-repiti6 entonces<br />
como un d6bil eco.<br />
Doiia Teresa habia salido a prepararle la cama, y alli es-<br />
taban 10s tres en un tri&ngulo de amor, uno de cuyos lados era<br />
como 10s brazos de un nhufrago extendidos ante la inmensa ter-<br />
quedad de 10s elementos contrarios. Mercedes con 10s ojos hd-<br />
medos de Egrimas, con una ternura de madre, la tenia ahora<br />
apretada contra su pecho, beshdola como a 10s nifios chicos,<br />
mientras le musitaba a1 oido las m8s dukes palabras.<br />
-Chiquilla, chiquilla, ipor qu6 te has pucsto tan tontita?<br />
Garcia, cerca de la ventana, apoyado en una sills, tenia 10s<br />
ojos hdmedos, un gran dolor le llenaba el pecho. iQu6 cosa tan<br />
caprichosa era la vida! iPor qu6 a aquella chiquilla tan buena Y
tan merecedora de afecto se le habfa ocurrido quererlo? 2Era<br />
que s610 a costa del dolor de unos, era posible la felicidad de 10s<br />
otros? Y 81 mismo, iqu6 podia esperar de la existencia, cuando<br />
su sentimiento tan dktante de 10s caminos de un don Juan, le<br />
exigia el amor de Mercedes para siempre, y sin la amarga inquie-<br />
tud de que ese otro hombre, cuyo recuerdo surgi6 ese dia como<br />
una negra visi6n llegara un dia a quithrseln?<br />
Se paseaba por el caminillo delante de la casa, pensando en<br />
muchas cosas a las cuales no les vefa soluci6n, cuando vi6 venir<br />
a Mercedes hacia donde 61 estaba. Traia el abrigo sobre 10s hom-<br />
bros, y en el rostro una sombra pensativa. Sin hablar, camina-<br />
Ton sintiendo que la misma preocupaci6n les helaba las pala-<br />
bras. Por fin ella dijo:<br />
-Es hermoso este rincbn, pero a esta hora es muy triste.<br />
Aunque la alegrfa uno nunca sabe donde la encuentra, aquf<br />
mismo posiblemente, si la existencia no fuera tan mezquine.<br />
Garcia la ofa en silencio fumando su cigarrilIo con larges<br />
chupadas. Ella sigui6 hablando y ahora con cierta vchernencia :<br />
-Dime AndrBs, dimelo por la fe que hemos puesto en nues-<br />
tro amor, itG nunca haIagaste el afecto que esta niiia siente por<br />
ti?<br />
En la difusa luz, 10s ojos de Garcia se alzaron hacia la joven<br />
serenos, francos:<br />
-Nunca, Nercedes. Hubiera sido una canallada de la cuad<br />
no me siento capaa. Elena tampoco, jam&s me ha dado a entender<br />
que me quiere. Son seguramente 10s quebrantos de su enferme-<br />
dad, 10s que han hecho traslucir algo de eso que yo larnento mhs<br />
que nadie.<br />
-iY que5 pena da saberlo, AndrBs! Si fuera una mujer lleoa<br />
de vida, tal vez sentiria orgulIo de saber que no podria quitarme<br />
tu cariflo. Per0 asi, en estas crueles circunstancias, se me rompe<br />
el coraz6n. Que cosa tan espantosa deb ser para una persona<br />
darse cuenta que la vida se Io niega todo. Esta chiquilla me da la<br />
hmpresibn de que se muere sin remedio. Mira, ipor qu6 estas<br />
horas que vamos a estar aquf, no lae sacrificamos en hornenaie
198<br />
Luis Durand<br />
a su dolor, y tratas de ser lo m%s afectuoso que puedas con ella?<br />
Yo no voy a sentir celos por eso. Y pensar, que despu6s de todo,<br />
nuestro amor est6 rodeado de tanta inquietud e incertidumbre.<br />
-En eso pensaba denantes-dijo Andr6s hablando lenta-<br />
mente-a1 considerar como todo se eriza de dificultades y penas;<br />
de ver como para algunos la vida es un camino dificil y Reno de<br />
peligrosas encrucijadas. iQui6n pudiera ser como esos mag08<br />
de que hablan 10s cuentos, para poder quitarles el dolor a las per-<br />
sonas que estimamos! Porque la vida a mi juicio debia ser en<br />
cierto modo parecida a como se sueiia, sin necesidad de tanto<br />
quebranto para coger un poquito de eso que llamamos dicha.<br />
Yo a rato siento miedo de la felicidad de este amor, y debo<br />
decirle con entera franqueza, me nsalta el temor de que un buen<br />
dia se ncabe en Ud. este carifio, que en mi se agiganta, y que<br />
entonces la cruel razh, el feroz sentido combn, me la quite,<br />
me la arrebate. Y quien sabe si es mejor morir purificado por<br />
el dolor asi como un dial se extinguirh la vida de Elena. iNo<br />
es cierto?<br />
Ella le contest6 acercando la fresca suavidad de su rostro<br />
a la eara de 61. Habfan llegado hasta unos hrboles donde el ea-<br />
mino torcia y se ensanchaba. La noche latfa quedamente en un<br />
susurro de vida dormida. En un aliento que tenia lejanas vibra-<br />
ciones. Y entonces se detuvieron un momento, para cogerse las<br />
manos, para beberse el alma y experimentar el inefable goxo de<br />
sentirse dueiios de sus vidas un momento, para dhrselas el uno<br />
a1 otro, con esa hermosa ansiedad que se alzaba por enciina de<br />
toda conveniencia.<br />
La luna COMO un arete blanco enredado entre 10s hrboles,<br />
se habfa alzado sobre el campo para derramar su halo de blanca<br />
suavidad. Un alienbo fresco Ilegaba desde las quebradas, entre<br />
cuyos ramajes dormian 10s phjaros, descansando de su duke fa-<br />
tiga de errar por el azul. La brisa traia un olor a follaje empapa-<br />
do en la deliciosa humedad de las vegas prbximas, donde 10s pi-<br />
dcnes lanzaban sus silbidos vibrantes. Desde la montaiia donde<br />
el viento destrenzaba Ias altas copas de 10s hrboles, llegaba un
umor hondo, armonioso, como el de una sinfonfa lejantt. En el<br />
del camino veianse las luces de las casas de LoIBn, escondidas<br />
eatre 10s hrboles. Desteaido de distancia llegh hasta elIos el !a-<br />
drar de 10s perros y el grito intermitente de algdn chiquillo re-<br />
trasado en 10s escondrijos de un sendero, que se enredablt<br />
entre 10s renovales pr6ximos. Mercedes se habia cogido del brazo<br />
de Garcia y lentamente, silenciosos, caminaron sintiendo Ia in-<br />
fmita dulzura del momento, hacia la cas% donde por primera<br />
vez pasarfan la noche bajo el mismo techo.
XX<br />
-Son unos j6venes mal pensados Uds. Se ve que no cono-<br />
cen lo que es la vida del matrimonio, cuando en Bste, se encuentra<br />
la verdadera felicidad junto a la mujer amada.<br />
-jPsh! Pero si eso tambi6n entra en la felicidad pues, mi<br />
amigo. Ademhs, no olvide que Dios dijo: CCreced y multiplicaos..<br />
May que cumplir con todo lo que manda la ley, pues de otro<br />
modo uno se desacredita 6n el concepto de 10s demhs, y especial-<br />
mente en el de la mujer amada, como Ud. dice.<br />
-Muy bien. Todo eso llegarii en su debida oportunidad.<br />
€Iay que darle tiempo a1 tiempo, mis amigos.<br />
En la puerta de la tienda, conversaba Arriagada, con da-<br />
vier M6ndez y Vicente Galarce. Hacia ya cerca de un mes que<br />
10s novios habfan regresado de su luna de miel. Ester volvib de<br />
Concepci6n con muchos trajes que se ponia todas las tardes<br />
para ir a casa de su familia, distante tres cuadras de la tienda,<br />
o para pasearse frente a la Municipalidad, del brazo de su mari-<br />
do, haciendo las delicias de la viuds Fernbndez que, desde su<br />
cas&, en cornpailia de su inseparable amiga, Filomena Miranda,<br />
10s observaba haciendo 10s m6s picantes comentarios.<br />
-Bueno con la mujer xayecahue”. Ya le llevo contados como<br />
siete trajes, y a cu&l de todos mbs charrow. JHabrhse visto va-
nidosa m&s grande? Esta va a echar a1 hoyo a ese pobre hombre.<br />
Aunque bien nierecido se lo tiene por buenas peras.. .<br />
Filomena se destornillaba de risa, agregando algo de su cogechb,<br />
a fin de dar ocasi6n a la viuda a seguir en sus chismorreos.<br />
-Ah, iy no sabes? Dicen que han comprado un autom6vil.<br />
Debe ser para sacar a ventearse a la, otra que ya se est& ahn- brando demasiado. Me han contado que Alfonso Fuentes anda<br />
muy allegado a ella, aunque no lo hallo muy fhil para caer a la<br />
Ecnazaa. Y si asf fuera bien se lo merecerfa por imbBcil. Ffjate<br />
nida en Pedro, ahora ya no se pone el guardapolvos, para no parecer<br />
ordinario aunque tenga que vender aceite de carrcta a<br />
cada rato.. .<br />
Arriagada, ajeno a 10s picantes comentarios de su vecina,<br />
seguia conversando con sus amigos. En ese momento llegaba<br />
Jara, con Toro, el jefe de la bodega, a quienes MBndez con gesto<br />
malicioso les dijo:<br />
-A ver, digan Uds. :No creen que Pedro debia haber dado<br />
ya, pruebas de su capacidad?<br />
-~Claro!-exclam6 vivamente Jara-ya es tiempo de m&s.<br />
iQu6 estamos muertos entonces? Tiene que ponerle much? ginjusi6na<br />
compafiero, porque si no los helados no van a cuajar.<br />
--iQUB bribones son Uds.!-decia Arriagada tratando de<br />
desviar la conv~rsaci6n hacia otro tema-ya esth bueno que se<br />
pongan serios. Debian aprenderle a1 amigo Garcia que es tan<br />
formal en todo. Y a prop6sit0, iquB es de 61?<br />
-No s6-repuso Galarce-hace dos dias que no lo veo. Se<br />
ha puesto muy raro el rucio. Anda siempre medio trist6n y hurafio,<br />
como sacando el cuerpo. Cuando antes nunca dejaba de estar<br />
con nosotros.<br />
-Hay que darle unas gotitas de parafina, para que le vuelva<br />
la alegria-aconsej 6 entonces Javier MBndez-y Ud., amigo<br />
Arriagada, debe tambi6n tomar unas gotitas para fortificar el<br />
him0 pues de otra manera el heredero se va a tardar mucho en<br />
llegar. iNo es cierto?<br />
Una carcajada genera1 ahog6 Ias protestas de Arriagada
202<br />
que ahora un tanto serio hac..< valer una serie de consideracjones,<br />
que era precis0 guardar a las serioras y, en este caso, a la suya,<br />
aun cuando el sabia que s610 se trataba de bromas de amigos.<br />
En ese momento vieron que Alfonso Fuentes y Garcia, venfan<br />
hacia ellos casi corriendo y con cara de consternaci6n.<br />
--;Hombre! jQuB 1es pasa?-preguntaron todos a un tiem-<br />
PO, vivamente intrigados.<br />
Alfonso, olvidado de todas: sus musas, jadeante, les Ianz6<br />
la noticia:<br />
-Hombre, jno saben la gran desgracia? La Elenita muri6<br />
esta mafisna en LolBn.<br />
-iNo diga hombre, por Dios! iPohre chiquillrt! iY c6mo decfan<br />
que estaba tan mejor!<br />
-Asf parecfa. Per0 acaban de venir de la casa de 10s hlaurcira<br />
a nvisar. La sefiora Carmela est6 como loca de pesar. Ahora<br />
vamos a1 molino a conseguir el auto para ir a buscarla.<br />
Garcia no dijo nada. Estaba deshecho. LOB ojos enterrados<br />
y el cuerpo l-!&cido, desmadejado, como si de repente se hubjera<br />
en0aquecido. TJas manos le temblaron cuando encendid un cigarrillo.<br />
Ester, que salfa en eso momento hasta la puerta, uni6 su<br />
comentario triste a1 de 10s hombres sinceramente apenados con<br />
la fatal nueva.<br />
La viuda Fernhndez, con esa especie de adivinaci6n que era<br />
como el reflejo del sentimiento que se advertia en el semblante<br />
de las personas allf reunidas, se asom6 a la puerta de su negocio,<br />
para interrogar desde el otro lado de la calle:<br />
-jQu6 es lo que ha pasado, Pedro?<br />
Javier Mendez contest6 por Arriagada, que abstraido en<br />
honda meditaci6n1 pareci6 no 'ofr :<br />
-Han venido a avisar que murib la Elenita Loyola.<br />
-iCreo en Dios Padre!-exclam6 la viuda haciendo grandes<br />
aspsvientos. -Pobrecita, y tan dije que era. iQuB Dios la tenga en<br />
ws santos reinos!<br />
MBndez, con Toro, se uniwon a Fuentes y Garcia, para ir<br />
hasta el molino a conseguir el auto, en tanto Galarce con Jara,
Mercedes Urizar 303<br />
a insinuaci6n de And&, fueron a la casa de las Loyola, a ponerse<br />
8 las 6rdenes de 10s dolientes.<br />
Don Pedro saliendo de pronto de su ensimismamiento, dijo<br />
8 Ester:<br />
-Hay que cumplir con estos penosos y sagrados deberes,<br />
mi hija. Vamos inmediatamente a darle nuestro p6same a la<br />
sefiora Carmela y a rer si se le ofrece dgo.<br />
-Pero hombre, jestas loco? Como vamos a ir en esta facha.<br />
Seria una falta de respeto imperdonable. Anda a ponerte tu tra-<br />
je negro. Yo tambien me voy a vestir.<br />
-De veras hijs, de veras, hay que ir en forma conveniente.<br />
No olvides de mandar a decide a dofia Celia.<br />
Mercedes, avisada por uno de 10s carreteros que pasaban<br />
por Colliguay, se impuso momentos despu6s de la triste nueva.<br />
Dolorosamente sorprendida se vino inmediatamente a Villa<br />
Hermosa. Habfa ensillad@ a1 Tordo, su h&rmoso caballo negro,<br />
y de un galope estuvo en el molino a donde lleg6 en el preciso ins-<br />
tante quien salia AndrBs, que le ayud6 a descender de la silla.<br />
No se hablaron una palabra. Los ojos de Mercedes traian<br />
ese barniz brillante que dejan las Iiigrimas. Tras un prolongado<br />
silencio dijo:<br />
-Era lo que debia suceder, amigo mio. Y quien sabe, si<br />
es que hay algo mhs all% de esta vida, ahora Elena es m%s Teliz<br />
que nosotros. Por lo menos ha dejado de padecer. iCu%ndo la<br />
van a buscar?<br />
-Hoy mismo, repuso Garcia-estamos esperando el atahd<br />
que pedimos a Temuco, y IIegarit por el tren de cuatro. iUd.<br />
no ir&?<br />
-Habrfa ido con toda mi alma, per0 s6 que esto me apena-<br />
rit demasiado. Le ir6 a rezar muchas veces aquf y a pedirle que<br />
me perdone si involuntariamente la hice sufrir.<br />
Caminaban bajo 10s acacios de la larga avenida que iba hacia<br />
el pueblq Nabia olor a tierra nueva, y a vida que comienza. En<br />
las casas cantaban alegremente 10s gallos. La primavera fecun-<br />
da ponfa un soplo vivificante en todo el hmbito. Y esa misma
primavera, que tantas canciones, tantas promesas y esperanzas<br />
trafa, habia sido demasiado vigorosa para estallar en aquel vas0<br />
frhgil que era el cuerpo de Elena. Ahora estarfa all% en Lolen,<br />
dormida para siempre, en su cama frente a la ventana, por don&<br />
se divisaba la azulidad de 10s cerros que ya no podrfa ver.<br />
Cantarian 10s pkjaros en el aire sonoro y ya no 10s podrfa ofr,<br />
Entrarfa por todos lados el perfume fresco de la montada y no<br />
lo pod&a aspirar. Su rostro blanco como un cirio se habrfa tor-<br />
nado transparente.<br />
Mercedes iba con Ias riendas del Tordo, bajo el brazo, y<br />
a ratos se echaba hacia atrhs cuando el caballo se detenia para<br />
despuntar una ramita tierna. Record6 esa tarde, en LolBn, cuan-<br />
do vi6 10s ojos de Elena, intensos de triste amor imposible. Un<br />
Iaeo de angustia le apret6 la garganta, y dos l%griinas grandes<br />
reventaron en sus ojos. No las sec6; las dej6 rodar por su sem-<br />
blante. Como si sofiara, dijo en un susurro:<br />
-Y pensar que uno se va para siempre, a veces sin que la<br />
vide, nada hermoso le conceda.<br />
En Villa Hermosa encontraron la casa de las Loyola, llena<br />
de gente. La sefiora Carmela vefase m%s chica y envejecida. Se<br />
abraz6 a Mercedes con un abrazo silencioso y rendido. La joven<br />
la bes6 sobre el cabello con amoroso respeto, y entonces la sefiora<br />
alzando su rostro dolorido le dijo con la voz quebrada:<br />
-Dios sabr& lo que hace, mi hijita.<br />
Era el supremo consuelo. La voz del espfritu que se yergue<br />
ante lo inexorable del destino. En esos momentos, ia qu6 otro con-<br />
suelo se podia apelar? Dios, origen de todo bien, era tambih en<br />
el coraz6n de 10s hombres, el causante de todo el dolor, para el<br />
cual ya 10s habia destinado. Ahora s610 restaba pedirle que re-<br />
cibiera esa alma con su generosidad magnitnima, y le concediera<br />
la paz eterna.<br />
Pedro Arriagada con su esposa, Ilegaron vestidos de negro.<br />
Ester, sinceramente apenada, se sent6 junto a Mercedesf a quien<br />
dijo:<br />
-No se imagina lo que siento la rnuerte de esta nifia. La
conociamos desde chiquita y en casa la queriamos como si fuera<br />
de nuestra familia. iQu6 15stima que no hayan alcanzado a man-<br />
darnos el auto que compramos en Concepci6n! Habriamos ido<br />
con toda el alma a LolBn, a buscarla.<br />
En ese momento, entr6 Fuentes a decirle a Mercedes, que<br />
ya se marchaban con Garcia. Les acompafiarian Torchi y Vi-<br />
cente Galarce. En la camioneta del molino traerian el caj6n con<br />
10s restos de Elena.<br />
Llegaron a la hora del crepGsculo a la casa de doiia Rosa<br />
Maureira, qzle 10s recibi6 realmente consternada. La pieza donde<br />
Elena dormia su Gltimo suefio estaba abierta, y en el corredor<br />
algunos hombres y mujeres de rodillas sobre el piso enladrillado,<br />
rezaban recogidamente. Cerca de la ventana, las ramas de un.<br />
Brbol rozaban 10s vidrios, meci6ndose blandamente. En el fondo<br />
del pequeiio valle, alzhbanse 10s cerros aun baiiados de sol mu-<br />
riente, que las sombras iban empujando hacia la altura. BaIaban<br />
10s rebaiios diseminados entre 10s huallentos que cubrian 10s<br />
lomajes pr6ximos.<br />
Reinaba en todo el Stmbito una tristeza penetrante, que se<br />
retorcia en la quejumbre del viento. El estero cerca de la casa<br />
seguia cantando su canci6n monocorde, a1 destrenzar su melena<br />
Clara entre las piedras. PStjaros gemebundos volaban hacia sus<br />
alojamientos, bajo el cielo hondo de lejanfas. Y bajo el corredor,<br />
la voz ronca, empapada en sinceridad, de las gentes sencillas:<br />
. . . ahora y en la hora<br />
de nuestra muerte.. .<br />
Doiia Teresa que estaba sen'tada a 10s pies de la cama de<br />
Elena, alz6 10s ojos llorosos cuando Garcfa la toc6 en el hombro:<br />
-<br />
j Gar cia !- gimi6- j G arcfa!<br />
Y no pudo decir mhs, porque el llanto le ahog6 las palabras.<br />
Habfa muerto esa maiiana, cuando menos su salud, podia<br />
hacerlo presagiar. Despert6 muy temprano, antes que doiia Tc-<br />
resa, a quien llam6:
206<br />
Luis Durand<br />
-iTeresa! No duennas tanto. Mira, viejita, qud mafiana tan<br />
linda!<br />
Satisfaciendo sus deseos, dofia Teresa abri6 la ventana, por<br />
donde penetrb la brisa fresca y fraga.nte, en tanto el sol se de-<br />
Tram6 como un chorro de or0 dentro de la pieza. Habfa en todo<br />
un soplo de vida nueva, un grito glorioso y jocundo, una canci6n<br />
de amanecer.<br />
-LC6mo te sientes, mi hija?-le pregunt6 la sefiora.<br />
-Muy bien tia, per0 no tengo ganas de levantarme. Oye,<br />
viejita querida, itengo tantos deseos de comer mote! Fijate<br />
que anoche sofie que lo habiamos pelxdo las dos con la tia Car-<br />
mela, en una fuente bien grande, y despu6s llenamos el azafate<br />
azul. iQu6 rico estaba! iPor qu6 no consi.gues con dofia Rosa<br />
que pele un poquito? Y con esta ceniza de hualles dicen que sale<br />
muy lindo. Dile, iquieres?<br />
Tenia esa maiiana un bello y suave color sonrosado en las<br />
mejillas. Los ojos le brillaban, pero habia un no s6 qu6 de luz<br />
dormida en ellos, de cansancio que tal vez ella misma no adver-<br />
tia. La seiiora Teresa sali6 a buscar a dofia Rosa Maureira para<br />
rogarle que pelara un poco de mote. La encontr6 en el patio<br />
junto a1 pil6n del agua sobre el cual se deshojaban 10s p6talos de<br />
una enredadera reci6n florecida.<br />
-iQu6 le parece, Rosita?, Elena, ha amanecido con antojo<br />
hoy. Dice que anoche soil6 que estaba pelando mote con la Car-<br />
mela y tiene tantos deseos de comer un poquito. LPor qu6 no le<br />
hacemos? Yo le ayudo.<br />
--No hay para qu6 se moleste Ud. Y vea lo que son las CO-<br />
sas. Yo ahora mismo estaba pensando en esta nifia, porque veo<br />
que la mejoria es poca. Parece que est& enferma de1 Bnimo tam-<br />
bi6n. Y eso hace mucho, mire. El cristiano enfermo ha de tener<br />
deseos de mejorarse porque si no est& pcrdido. Y esta nifia no se<br />
alegra, lo pasa .apensionada, como si tuviera su pensamiento<br />
en otra parte. Quien sabe si est& queriendo sin que le correspon-<br />
dan. Y no hay cosa m8s mala, misi& Teresa. Es el peor gum0<br />
que se le puede meter en Ia cabeza a1 cristiano. Le haremos mo-
JIercen'es Urizar<br />
207<br />
tecito pes, con ceniza de troncos para que salga bien tierno.<br />
Lo dnico que se va a dilatar un poco porque el trigo tiene que<br />
pasarse de lejla. Por suerte tengo un poquito de trigo candeal.<br />
-Muchas gracias, Rosita, muchas gracias.<br />
-No hay por que. Es un agrado servir a quien se quiere.<br />
Y hoy, jc6mo anianecib Elenita?<br />
-Despert6 muy temprano y me cont6 a1 momento su suefio.<br />
-Vea no mits. Yo esta maiiana tambi6n despert6 a1 primer<br />
canto del gallo. Y me levant6 en seguidita, porque tenia un dess-<br />
sociego muy grande en la cama. Yo, misih Teresa, soy muy<br />
xaucionera, en estos golpes del corazbn, y para no mentirle le<br />
dire que pens6 much0 en la nifia. Para colmo a1 salir a1 corredor,<br />
veo que una de las gallinas patojas, que a Ram6n le gustan mu-<br />
cho porque son de una raza muy ponedora, se vino a mi encuentro<br />
y sacudi6 las alas hackndo un cacareo de gallo con moquillo.<br />
Yo no la quiero asustar, per0 dicen que es mal indicio, que son<br />
anuncios de muerte y es preciso matarlas a1 momento porque a1<br />
tercer canto ya no hay caso. Es anuncio seguro. Por suerte tenia<br />
a la mano un varej6n de hualle, y la volte6 del primer garrotazo.<br />
Vaya, me alegro tanto que la niEa haya amanecido mejor. A<br />
ver si antes del almuerzo le llevamos un pocillo con mote para<br />
que pase el d5a bien contenta.<br />
Dofia .Teresa la oia itvidamente deshojando unas rositas de<br />
la enredadera. DespuBs le dijo:<br />
-0jalSt que no tenga ningdn contratiempo en su enferme-<br />
dad esta chiquilla. Rosita, cuando est6 el desayuno, me avisa pa-<br />
ra venirlo a buscar.<br />
-No se intranquilice. Yo misma le Ilevar6 el cafB para sa-<br />
ludarla.<br />
Elena lefa, reclinada sobre 10s almohadones, un pequeiio<br />
libro de las ediciones de
208<br />
Luis Durand<br />
Oye, cuando me traigas el desayuno, tr%eme tambidn un poquito<br />
de miel. Hasta aqui se siente el olor de las azucenas del jardin,<br />
ipor quC no cortas una y me la pones en un vas0 aqui en el velador?<br />
Se habia sentado en la cama con aire de estar sobando.<br />
Doiia Teresa con 10s ojos h'iimedos y brillantes, la miraba apoyada<br />
en el respaldar del catre. Elena se pus0 el chal, y luego lo<br />
ech6 hacia atriis como si le molestara su contacto, pashndose<br />
en seguida la mano sobre la frente.<br />
-Me gustaria que le escribieras a la Merceditas, para que<br />
venga con Garcia. Tengo hartos deseos de verlos. Se conoce que<br />
10s dos se quieren: jno es cierto, tfa Teresa? iQu6 lhstima que no<br />
se puedan casar!<br />
Doiia Teresa le iba a contestar, cuando la vi6 rendir la cabeza.<br />
-:Ay, qu6 sue60 me di6 de repente!<br />
Se habia inclinado sobre Ins almohadas, y cuando la sefiora<br />
se acerc6 para acomodarla, Elena abri6 10s ojos, para mirarla con<br />
un infinito desmayo, como un ~ ifi~ que desea Ilorar, para cerrar-<br />
10s en seguida. Luego, tras un pequefio tiritbn, su cabeea resbal6<br />
en la almohnda, rendida para siempre.<br />
De un salto dofia Teresa, se acerc6 para enderezarla entre<br />
sus brazos. Per0 ya habia alli la rigida inmovilidad de la muerte.<br />
En voz bnja, intenso grito contenido, le dijo: __<br />
-iElena, Elena!. . . iElenita!<br />
Y ante el silencio inexorable el grito le sali6 como un alarid0<br />
:<br />
-iAy, madre mia! iAy, Virgen santa!<br />
Afuera la rama de un Brhol se balanceaba dulcemente<br />
junto a 10s cristales. En el corredor zumbaban 10s moscardones<br />
y cantaban 10s piijaros. La vaca clavela bramaba en el corraI,<br />
esperando la ordefia. Pasaban las yuntas por el camino hacia 10s<br />
potreros y junto a1 estero !as mozas cantaban la alegria del<br />
amanecer y de su juventud. iQu6 cosa tan minima era el dolor,<br />
en medio de la vida que seguia su ritmo indiferente!
XXI<br />
-iQud le pasa a Ud.? La he notado un poco rara estos dfas.<br />
No a6 si triste o fastidiada.. .<br />
--No me pasa nada, AndrBs. ~Acaso no soy la misma de<br />
siempre? APor qud Cree eso?<br />
-La misma, claro est&. Per0 hay algo que me oculta, y se<br />
me ocurre la tiene apenada. iNo me prometi6 que nunc8 ten-<br />
drfa secretos para mi?<br />
Conversaban cerca del pozo, en voz baja, aparentando indi-<br />
ferencia, en medio de 10s niiios que jugaban en el patio. Merce-<br />
des lo mir6 un instante desde el fondo de 10s ojos, como si qui-<br />
siera trasmitirle todo su afecto.<br />
-Sf, en realidad hay algo que no te he contado, por no<br />
apenarte-le dijo-per0 es verdad que las penas entre dos Bon<br />
menos. Hace unos dfas recibf una carta de Fernando, en la cual<br />
me dice estar muy arrepentido de todo lo que hizo, y me insinda<br />
SUS grandes deseos de reconstruir nuestra vida matrimonial,<br />
Prometidndome ser otro hombre, s610 dedicado a trabajar y a<br />
quererme.<br />
Garcia con la cabeza baja, la oia sintiendo un dolor punzante.<br />
La triste situaci6n que tantas veces temiera y que le dejaba las<br />
noches enteras sin dormir, llegaba a1 fin. Largo rat0 permane-<br />
ci6 en esa actitud, tal si ]as palabras de Mercedes le hubieran<br />
14
21 0<br />
Luis Dzirand<br />
hecho el efecto de un garrotazo. Por fin le contest6 con la yoz<br />
deshechs como si las palabras se le cayeran de 10s labios.<br />
-iY piensa venir para a&?<br />
-Me wcribe desde Santiago, a donde lleg6 hace poco.<br />
Tiene un hermano all6 en muy buena situacibn, y este le arreglb<br />
el asunto del molino. Parece que ahora van a trabajar juntos. Me<br />
dice, ademh, que apenas su situacibn se sfiance un poco vend^<br />
a busmrme para irnos a vivir a Santiago.<br />
Garcia somMo y como si una resoluci6n finica y fatd 10<br />
penetrara, le &io ahora en voz dura, casi col6rica:<br />
-Y Ud., claro, se irh.<br />
Habk ahdo la cabeza y la niiraba de frente, con el rostro<br />
terco, y las pupilas azules apretadas en un ansia fuerte, que<br />
era como la luz de una suprema decisibn.<br />
Era un dfa luminoso y ardiente de principios de diciembre.<br />
Una brisilla juguetona, ci86 al busto de la joven, la blusa de sed8<br />
bbnca, delatando la suave redondez de sus senos. Tenia 10s ojw<br />
plenos de luz chlida y en 10s IaBos hfimedos y encendidos, una<br />
sonrisa esquiva. Quiso sentirle un momento padecer, verlo hasta<br />
qu6 punto la amsba, y contest6 con lhnguida despreocupacih:<br />
-&Qufen sabg?. . . iY si asf fuera, que haria Ud.?<br />
-iYo? Desearle que fuera muy feliz. Lo demh, iqu6 inter&<br />
podrfa tener para Ud.?<br />
-jQuien sabel.. . -torn6 a repetir ella, como en un susurro.<br />
El inter& por 10s buenos amigos, no se concluye asi no miis.<br />
iNo le parece?<br />
Garcia se qued6 mirhdola como un enajenado, como si de<br />
pronto dudara de que era ellia quien le hablaba. Una sfibita garra<br />
de hierro le apretaba la nuca, en tanto que sus nervios, em cien viboras mordiendole el coraabn. Tartamudeando, artid6<br />
por fin:<br />
-Ad ea que todo.. .<br />
--Lo ocurrido entre nosotros, era nada m8s que para entretenerme,<br />
mientras volvfa mi maridito, le interrumpi6 entonces<br />
ella, sonriendo melanc6licamente. i&u6 tontito eres! ~ES posible
que puedas dudar en esa forma de mi carririo? iEsa es la fe que<br />
tienes en mi? Pero te perdono de todo coraz6n. Me gusta verte<br />
wnvertido en un niEo para quererme. -Y bajando la voz aca,kciante<br />
le dijo: -Oye, jvamos a1 cementerio esta tarde? Le Uevaremos<br />
flores a mi madre, y a EIena. A ellas que nos quisieron tanto<br />
les pediremos nos iluminen en este duro trance. Mientras<br />
tanto, piensa t6 en la posible respuesta para Fernando, ojalii en<br />
forma que le hagamos desktirke de su viaje a Bsta.<br />
Era la hora de Ia clase y se separaron, en ese dulce acuerdo.<br />
Se aproximaban 10s ex%menes de 10s rhos, y con ese motivo,<br />
Garcia, habia estado muy preocupado. Vefa venir con temor<br />
aquellos do,s meses de vacaciones, durante 10s cuales, posiblemente,<br />
s6Io se verfan de vez en cuando. El, se aburriria en e1 pueblo,<br />
obligado muchas veces a pasar Ias tardes jugando a1 poker,<br />
donde el Rey, o entregado a Ias mfnimap entretenciones de BUS<br />
amigos de Villa Hermosa, que a veces park su estado de inimo se<br />
tornaban intolerables. Y ahora, la vuelta de Arlegui que hasta<br />
entonces s6lo fu6 una amenaza Iejana, se convertfa en una realidad<br />
prefiada de inquietantes augurios. Todos esos dfas sentia su<br />
amor como una cancibn melanc6lica. Las seiioras Loyola, despuhs<br />
de la muerte de Elena, vagaban por la casa como seres sin aha.<br />
Las veia s610 en las horas de las comidas, silenciosas con 61, tal<br />
si recogidas dentro de su pena le alejaran sin advertirlo, de su intimidad,<br />
o secretamente tuvieran un reproche para 61. Por otra<br />
parte, el pueblo se iba quedando solo. Vicente Galarce ahora no<br />
se vefa, preocupado con todoslos afanes de su cosecha. Alfonso<br />
Fuentes estaba en Tomb, xcompaiiando a su madre que sufria<br />
de1 coraz6nJ y a Tito Jara lo habian mandado a Temuco para<br />
atender la agencia del molino en em ciudad.<br />
Entregbbase, entonces ahincadamente a la lectura. Por<br />
suerte de su viaje a Santiago, trajo una buena provisi6n de Iibros<br />
que le hacfan soiiar con absurdos y lejanos viajes en compaiifa<br />
de Mercedes. Y ahora llegaba e'l otro a quit%rseIa, invocando el<br />
derecho que le concedia la ley, aun cuando 10s sentimientos de<br />
&a quisieran rebeltme. ~Qu6 podia hacer ante lo irremediable?
212 Luis DzLrand<br />
Pobre, obscuro, sin ninguna situaci6n que le permitiera alzarse<br />
sobre aquel medio tan mezquino, reducido s610 a lo que las cjrcunstancias<br />
quisieran hacer de 61.<br />
Fueron esa tarde a1 cementerio, en romhtico peregrinaje.<br />
Mercedes dej6 el cochecito en la escuela y se habfan ido caminando<br />
lentamente, gozando de la infinita dukedumbre que llenaba<br />
todo el kmbito. Reconcentrados en sus pensamientos, marcharon<br />
silenciosos, sin poder aclarar la sombra inquietante que les preocupaba.<br />
El cementerio estaba solitario. 5610 ellos llegaban a<br />
turbar el hondo silencio de aquel recinto donde yacfan 10s restos<br />
de tant-as personas, que supieron de anhelos, de inquietudes y de<br />
preocupaciones, muchas de las cuales, 8610 encontraron su solucidn<br />
allf. Tras 10s tapiales, alzfibanse unos cipreces meditabundos<br />
entre 10s cuales plafifa el viento. El pasto crecfa sobre las tumbas<br />
humildes, donde ye la carne vencida se reintegraba a la tierra.<br />
Mercedes se detuvo de pronto, frente a una reja de hierro,<br />
junto a la cual se qued6 largo rat0 ensimisniada, tal si estuviera<br />
sola y njena a cuanto la rodeaba. Un suspiro largo, la hieo alzar<br />
el rostro hacia el cielo, mientras sus labios musitaban una oraci6n.<br />
Garcia a1 lado de ella, con el sombrero en la mano, se habla<br />
quedado mirando la inscripci6n con el nombre de aquella mujer<br />
que albergara en su sen0 a Mercedes, a la adorada, que le hiciera<br />
conocer el m8s hermoso sentido de la vida. Una emocidn intensa<br />
le llenaba el pecho. iC6mo seria aquella sefiora? Fu6 haciendola<br />
revivir en su imaginaci6n, ayudado por las palabras de Mercedes,<br />
cuando en otras ocasiones la recordaba:<br />
-jA4y, ojak pudiera parecerme a mi madre! iQu6 linda era!<br />
Y su veneraci6n la exaltaba, adorniindola de 10s m&s bellos<br />
atributos espirituales, y de las mayores gracias y dones fisicos.<br />
Ahora ya no quedarfa nada bajo la tierra. Polvo negro, tierra donde<br />
dormfa el recuerdo de tantas cosas que jam& retornarfan.<br />
-iAndr6s!<br />
La voz de ella, a pesar de haber pronunciado su nombre, lo<br />
estremecib.<br />
-Ven. Hincate aquf, cerca de m5. Pidiimosle que perdone
3fercedes Urizat 21 3<br />
este amor. Pidbmosle que lo santifique, que lo proteja. -Y CQ-<br />
mo en un Qxtasis fervoroso, su ruego se hizo tr6mulo-. iE8 lo<br />
~nico hermoso que me ha concedido la vida, madrecita! Afldanos<br />
tb, prot6genos de todas las desdichas que nos puedan<br />
venir.<br />
Garcia, junto a ella, sentia el suave e imperceptible aroma,<br />
de su cuerpo. Quiso rezar, per0 ninguna oraci6n se le vino a la<br />
mente. En cambio, sentiase traspasrtdo por el dulzor de 10s momentos<br />
felices que conociera en el amor de Mercedes. La miel fragante<br />
de su hca, la tersa frescura de su rostro, el arrullo de sus<br />
palabpas, 10s mil suefios que imaginara junto a ella; todo eso que<br />
ahora se obscurecia de negros presagios con el anuncio de la venida<br />
de Arlegui.<br />
Despu4s fueron a ponerle flores a Elena. Hacia ya mhs de<br />
40s meses que habia muerto. iQu6 quedarfa de aquel cuerpo tan<br />
frAgil? AndrQs se qued6 largo rat0 mirando la lhpida sobre la cuaI<br />
se lefa:<br />
Aqui yacen 10s restos de<br />
Elens Loyola Rojas.<br />
Nacida el 10 de junio de 1896.<br />
Fallecida el 6 de octubre de 1917.<br />
iVeinti~n aiios de vida, que ahora dormiac para siempre!<br />
Muri6, precisamente, en la 6poca cuando se comienza a soiiar, n<br />
senti la caricia del amor, principio y fin de la existencia hu-<br />
mana. Y para ella, para la pobre niiia todo no habia sido sino<br />
una queja, una amargura, un dolor callado, como la angustia de<br />
un nifio estraviado en la medrosa obscuridad de un camino.<br />
Se volvieron lentamen& Parecia que desde el sen0 de la<br />
tierra, les llegaba un suave consuelo, un hblito de esperanza. Mer-<br />
cedes, de pronto, dijo:<br />
-Que hay, iqu6 has pensado t6, respecto a la contestacih<br />
la carta de Fernando?
Andr6s permanecid un momento silencioso, y despues un<br />
tanto vacilante repuso:<br />
-ere0 que lo mejor serh contestarle en forma muy pru-<br />
dente a fin de no exasperarlo, haciendole ver que es mejor que 61<br />
viva tranquil0 sin preocuparse de Ud. hasta que vea si en reali-<br />
dad siente una sincera necesidad de volver otra vea a la yida de2<br />
matrimonio.. .<br />
Mercedes le miraba intensamente, como si tratara de ver<br />
mhs all& de lo que las palabras decian, hasta que de sdbito, le<br />
interrumpid nerviosa.<br />
-Si, para despues seguir viviendo como unos tortolitos.<br />
No, Andres, adivino tu intencidn. T6 talvez, con esto deseas<br />
sondearme, o dejarme en likrtad para seguir el camino del sen-<br />
tido combn. Pero eso no lo deseo, jme entiendes? Ahora te am0<br />
a ti, 6nicamente. El tiempo dirit despuhs su palabra definitiva.<br />
Le voy a escribir, dici&dole, en forma tranquila, eso sf, per0 ter-<br />
minante: que como 61 quiso tener su libertad, que siga con ella.<br />
En nada le molest6 entonces. Que me deje tranquila ahora. ESO<br />
es lo justo. Le dir6, ademiis, que mi resoluci6n es irrevocable, y<br />
si viene a Qsta sed para darle 1% misma respuesta.<br />
Un tanto agitada, se detuvo bajo el sombraje de un brbol<br />
que era un oasis de frescura, en un recodo. Con una ramita sc<br />
sacudia 10s eapatos cubiertos con el ciilido polvo del camino.<br />
Garcia, la contemp'labn, sin encontrar qu6 palabras decirle. Eran<br />
sus ojos azules, 10s hicos que podian en aquel instante expresar<br />
toda la gratitud de su alma, y la felicidad que como un soplo<br />
luminoso lo envolvia. Era la mujer fuerte, para afrontar la vida,<br />
y la criatura tierna, delicada, sumisa, para ofrendzr a1 amor todo<br />
el encanto de su juventud.<br />
-iOh, Mercedes!-balbuce6 a1 fin-no s6 qu6 decirle, no s6<br />
qu6 hacer, para pagar todo esto.<br />
Ella con 10s ojos barnizados de triste suavidsd, se habia<br />
quedado mirando hacia la azul lejania. Emocionada, con la voz<br />
un poco tr6mula, repuso:
-i$u6 hacer? Quererme siempre, AndrBs. isiempre! iQU6<br />
jindas son a veces las palabras! iNo es verdad, mi amor?<br />
Y animhndose, ahora alegre, agreg6:<br />
-Oye, iquieres que te cuente? Tengo un proyecto. Tb,<br />
iqu6 piensas hacer en estos dos meses de vacaciones?<br />
-iYo? En realidad esto me ha preocupado bastante, pues<br />
me apena vivir alejado de Ud. tanto tiempo. Pensaba quedarme<br />
aquf, con la esperanza de verla de vez en cuando.<br />
Mercedes, con el aire de quien tiene un secreto que contar<br />
le dijo:<br />
--iSigamos? Oye, fijate que yo he entusiasmado a la tia<br />
Eucrecia, para irnos a1 sur, por un mes. Iremos a Valdivia, a<br />
Cocham6, a Calbuco, a Puerto Varas, que es tan bonito. Entonces<br />
tb nos esperas por allh. Durante el viaje yo le preparo el SLnimo<br />
a la Quecha, a fin de que no le pareaca mal. iQu6 te parece?<br />
-Me parece un proyecto tan hermoso, que s610 de pensarlo,<br />
me hace temblar de alegrfa. iY cubdo serfs eso?<br />
-En el mes de Enero. Es la Bpoca mejor.<br />
Se aproximsban a la callejrrela que conducia al colegio.<br />
Garcia quiso seguir en su compafifa, con el secreto anhelo de llegar<br />
hasta 61, y alli alcanzar el bello instante de una caricia, pero<br />
Mercedes le dijo:<br />
--Mira, es mejor que te vayas por el lado del molino. Evitemos<br />
de que nos vean juntos ahf en la avenida.<br />
Garcfa se detuvo, mirhndola ansiosamente, tratando de<br />
reprimir sus nervios y disimular el acelerado latir de su coraz6n.<br />
Mercedes, a su vez, habfa posado su mirada sobre 61. Una son&a<br />
de picardfa le jugaba en el rosfro. Graciosa y tierna le dijo:<br />
--Pa sB lo que deseas, nifiito malo. Per0 ahora no, mi amor.<br />
iAy, yo tambib lo quidera! Serh otro dfa. Naz cuenta que ahora<br />
me has besado, sobre 10s 050s) de esa manera tan duke como tc1<br />
sabes hacerlo. l,YB? Beamos ahora unos niiiitos buenos. iH&a<br />
mafiana! iTe vas contento?<br />
-Si, Mercedes. Hasta mafians.<br />
SaIM 6gd la acequia, casi oculta por el pasto, y ya junto a1
21 4 Luis DurQd<br />
cerco que segufa las curvas de la calle, se volvi6 a mirarlo son-<br />
riendo. Los rayos del sol a1 perforar la seda de SU sombrilla ba-<br />
fiaron su cabellera de Ius rosada. Entonces a126 la mano, para<br />
tocarse 10s labios y extender en seguida 10s dedos, como si soItara<br />
un phjaro que se deshiciera en 1% chlida luz, antes de<br />
Ias alas.
XXII<br />
-iPst!<br />
Suavemenk, como el ala de una mariposa que roeara BUR<br />
ofdos, le cosquilleb el llamado de ella. Garcfa, junto a la baranda<br />
de la cubierta del pequefio vaporcito que hacfa la travesia entre<br />
Puerto Varas y Ia Ensenada, trataba de escudriiiar con la ayuda<br />
de unos gemeIos, 1% lejanfa brumosa de las riberas del Llanquihue.<br />
aBpido se volvib a Mercedes, que estaba de pie junto a la chi-<br />
menea.<br />
-Ven a sentarte aqui. Vieras que tibiecito' est&.<br />
Era una maiiana nebulosa y fria. Trepidaban las mhquinas,<br />
en el fondo del pequefio barco, jadeando ~1 ratos como bestias<br />
extenuadas. Sobre el agua de un azul intenso, el barco iba dejan-<br />
do una estela honda, bordada de espumas. El paisaje se quedaba<br />
escondido entre las nieblas densas que se cernfan sobre las tie-<br />
mas ribereiias.<br />
Mercedes se habfa sentado tras de la chimenea, cuyo calor<br />
aternpernba la brisa trasminante. AndrBs, con el abrigo cerrado p<br />
el cuello subido, la contemp16 en silencio un instante:<br />
-Si6ntese, sefior-le dijo la joven bromeando carSosa y<br />
risueiia--jno tiene frlo?<br />
Sonri6 Garcia estregiindose la manos enbrgicamente:
218<br />
Luis Dumn$'<br />
-En realidad, hace frio, pero no es un frfo que entuma, sin0<br />
por el contrasio parece fortalecer. iNo es cierto?<br />
-La pura verdad-replic6 ella--y cr6eme que yo me siento<br />
mejor aqui encima del agua, que all& en Puerto Varas. Parece<br />
que el carnbio de clima tan brusco me resfri6.<br />
AndrCs se habia sentado tan cerca de ella, que sentfa en el<br />
costado el tibio contact0 de su cuerpo. Largo rato quedhronse<br />
contemplando la lejsenfa, tratando de descubrir algo de esa belle-<br />
za, que la variedad esplendida del paisaje ofrece en esas regiones.<br />
Pero las nieblas ohstinadarnente, en lugar de disiparse se tornaron<br />
ids densas.<br />
-j.Pero ha visto, Garcia, las porffas de la Quecha? Preferir<br />
quedarse all6 en el hotel, en vez de venir a conocer todo esto.<br />
Me parece una gran tonteria. iNo es verdad, nifiito?<br />
-Ya Io creo-repuso el joven dulcemente acariciado, por<br />
las palabras de ella, que le hacian pensar, en como todos sus<br />
sueiios imposibles habian idol poco a poco, lleviindolo a una her-<br />
mosa realidad.<br />
Garcia lleg6 dos dias antes que ellas. AI despedirse de Mer-<br />
cedes en una de esas perfumadas y romdnticas tardes del verano<br />
del sur, no sinti6 ya tan agudo el dolor de esa separaci6n) como<br />
cuando sc! fuera a Santiago, llevando la incertidumbre de no<br />
saber si volveria a esas tierras. Esa tarde era una inquietud<br />
esperanzada, la que rebullfa en su coraz6o. Era m8s bien una<br />
deliciosa ansiedad que le estirooeaba 10s nervios, y a ratos le<br />
producia una especie de laxitud en la cual se hundia para sofiar<br />
con 10s momentos en que Mercedes tras de acariciarle con la mi-<br />
rada, le habfa entregado tambien la pulpa fragante de su boca.<br />
Y el tren rodaba ahora hacia el sur. A raios entre un ejercito<br />
st6nito de palos secos, de mhstiles desolados que daban la impre-<br />
si6n de estar ateridos, cuando unas nubes plomizas se cernian<br />
sobre ellos, y luego como heridas por sus recias y agudas puntas<br />
se iban desgarrando poco a poco. Eran 10s iiltimos restos de la<br />
selva musical y olorosa, enmarafiada y sombria, entre cuya es-<br />
pesura 8e posare antes la pisada cautelosa de 10s pumas, y en
cuyos claros relucian log ojos inqnietos de 10s venados iierviosos<br />
y ftgiles. Empero, entre aquella tupicibn de palm deformes, des-<br />
de la tierra brotaba desaEando la crueldad del hombre, el re-<br />
noval vigoroso, de 10s hualles de 10s rnafiios y 10s canelos de ho-<br />
jas tranlsparentas y perfurnadas. A veces una copihuera, se asia a<br />
11, gancho ennegrecido y deforme, envoIvi&do!o con sus liana<br />
Snap, exorokndolo con sus fores rojes, o blancas tenuemente<br />
rosadas, cemo las mejillas de una novicia chndida, de las euales,<br />
las grruesas paredes claustrales, uo hubieran aiin borrado el car-<br />
mfn de sus dias de sol.<br />
Aloj6 esa noche en (asorno; un pueblo activo y sdudable en<br />
donde llovfa desganadarnente a la hora de su Ilegada. El hoteI<br />
donde se hosped6 estaba lleno de turistas: rubias alemancitas<br />
de ojos claros e ingenuos, inglesas altas de mirada fria y desde-<br />
fiosa, lisas como una tabla aplancbdora y chilenas graciosas<br />
en cuyos ojos se asomaba una lumbre suave y acariciadora.<br />
Casi todos 10s hombres, andaban preocupados de cornprar pelicu-<br />
las para fotografias, de inquirir detalles de 10s lugares 3 donde se<br />
podia excursionar, de averiguar la salida de trenes, autos, o es-<br />
tudiar 1pb manera de arrendar caballos para ir a saturarse del<br />
paisa je .<br />
AI dfa siguiente tom6 el tren a Puerto Montt. Era una her-<br />
inosfsirna maliana de sol. De pie sobre una de las pIataformas<br />
pudo cocternplar a sus anchas el especthculo fantktico que el<br />
campo del austro ofrecia a esa hora. En un recodo, sobre el tajo<br />
de un torrente, de la m8s pura transparencia, vi6, de siibito, el<br />
arc0 plomizo de un puente cuya ferreterfa pareci6 envolver eD<br />
un abrazo heiado y estridente a todo el convoy que a1 despren-<br />
derse de 61, hz6 un alarido jubiloso que repercutib en el aire<br />
fresco y estremeeido de vuelos de pftjaros. Grandes phzoletas de<br />
robIes airosos, de coihues austeros, de cvellanos enrojecidos de<br />
frukos como un cerezal rojo monta86s. Y en tanto, la bTisa del<br />
austro se entraba en el pecho, como un thico, como una can-<br />
d6n, como UII soplo vivo, comunicador de energfas que infundfan<br />
deseos de irse a comer a trav4s de 10s pastizales, en medio de loa
-males se ergufa el gracioso y elegante huahubn, sobre el cual los<br />
phjaros describian parhbolas ingrStvidas.<br />
Y por en medio de todo, en su coraz6n, en 10s montes y en<br />
.el fondo de 10s esteros azules, estaba ella, Mercedes, la adorada,<br />
que tenia en su cuerpo la gracia de un brbol joven, en sus pup&-<br />
la limpidez del agua, y en la boca la frescura de esas gores d':<br />
copihue que asomaban temblorosas entre la maraca de Ia<br />
bselva.<br />
Y de pronto aparecib ante sus ojos, el lago: agua viva y pal-<br />
pitante, barnizada de dorada luz. Entre 10s montes riberefios<br />
10s techos rojos de las casitas ponfan una alegre nota de color.<br />
Bajo un cielo azul profundo, el alarido de la locomotora adquiria<br />
sonoras y claras vibraciones tal si fuera una voz jocunda, que,<br />
llevada por un ser invisible corriera delante del convoy, para<br />
munciar su arribo a aquel pueblito a donde se entraba por un<br />
eamino que era como un cintur6n de enredaderas florecidas.<br />
Todo era alli hermosisimo, y no obstante una duke tristezs<br />
le llenaba el coraz6n. Recih llegaba, y ya a Garcia, le pareci6<br />
estar mucho tiempo, en ese pueblo que tenia algo del silencio<br />
de un parque campesino, en la hora del creptlsculo. Por la tarde<br />
para disimular su ansiedad, se fu6 a conocer Puerto Montt cu-<br />
yas casas daban la impresidn de estar estrechadas entre el cerro<br />
.y el mar. Unos hombres morenos que a1 hablar pronunciaban las<br />
palabras con un ceceo duke y melancdlico vinieron a ofrecerle su<br />
bote para llevarlo hasta la isla de Tenglo, bello jardln en medio<br />
de la azulidad profunda del oc6ano. Ya el sol poniente baiiaba<br />
con sus tliltimas y vivas lumbraradas todo el hmbito, Ilenhndolo<br />
de poesfa. Resonaba lejanamente el mar, gemia el viento entre<br />
10s tranqueros y en la oquedad de 10s grandes &boles rumorosos,<br />
y entonces, en medio del agua, sus ojos admirados, vieron una<br />
goleta con sus velas desplegadas teiiidas por la 1uz romhntica<br />
del atardecer. Era una visi6n de ensuefio: verde, azul, rosa p<br />
malva, que le hizo pensar en aquellos navios corsarios de Drab<br />
bo Cavendish, cuando volvian de sus viajes maravillosos con sus<br />
velas de or0 y ptlrpura. DespuBs, una gasa suave y trsnsparente
envolvib la barca como un cendal de misterio que fuera tajandos<br />
la proa hasta perderse en la lejania.<br />
Unos pios largos, empapados en cristalino dulzor, sacudieron<br />
el Bxtasis de And&. Descendia la noche poniendo en todas par-<br />
tes su halo de misterio. Sobre el agua que se hinchaba perezosa,<br />
navegaba el espfritu de 10s desconocidos en su barco de sombras.<br />
HundiQronse en ella 10s remos con suave chasquido, y el bote<br />
avanz6 silenciosamente hacia la orilla de Angelm6, en donde ya<br />
las luces se alargaban sobre la superficie del mar como senderos-<br />
palpitantes.<br />
Y ahora, Mercedes, estaba junto a 61, acompafiiindole en ess<br />
excursi6n, que tenia un recdndito encanto para su coraz6n.<br />
Hubiera deseado que ese paseo se prolongara indefinidamente,<br />
para olvidar todas aquellas crueles dificultades que 10s separaban.<br />
Para experimentar la alegria de sentirla suya. Y se entristecfa;<br />
pensando en que ese paseo no duraria sino ese dia, para retornar<br />
en seguida a vivir doblegado a las apariencias, que s610 dejaban..<br />
en el pecho una huella amarga y desesperanzada.<br />
De pronto ella le preguntb snchdolo de sus sueiios:<br />
-2Sabes t.6, a qu6 hora estaremos de regreso en Puerto<br />
Varas?<br />
Se habian mirado a 10s ojos en 10s cuales despuntaba la e&<br />
condida ansiedad de sus almas. Les parecib que ambos se habfaan<br />
quemado el coraz6n con la lumbre de sus miradas. Una fina<br />
garda habia dejado sola la cubierta y entonces AndrBs, atrajo.<br />
hacia sus labios la mano de Mercedes.<br />
-No s6 mi amor-le contest6-quisiera que no regreska-<br />
mos nunca. Que pudi6ramos quedarnos siempre detriis de esas<br />
montaiias para querernos siempre.<br />
$e quedaron silenciosos un momento y despues, Mercedes,<br />
dijo lentamente, como si hablara algo que ella misma no supie-<br />
ra a que se referfa:<br />
-Creo que es a las ocho.<br />
Hacia el medio dia llegaron a la Ensenada. Era un paraje<br />
hermosisimo, aquel, en donde estaba situado el Hotel, rodeado*
-222<br />
por grandes y majestuosos Brboles. En eeos momentos alumbr6<br />
el sol, y su luz radiante, disip6 las espesas nubes que cerraban<br />
el horizonte. El con0 niveo del Osorno, resplandeci6 en la leja-<br />
nfaenmedio de un paisaje que tenfa algo de fanthstica irreali-<br />
dad.<br />
Almorzaron en una mesita que estaba arrinconada en un<br />
Anguulo penumbroso del comedor. El aire fresco encendi6 Ias me-<br />
jillas de Mercedes, en cuyas pupilas habfa una luz intensa.<br />
iQu6 delicioso le pareci6 a Garcia, aquel almuerzo en el cual se<br />
sentfan 10s dos unidos por una afectuosa intimidad! Ella le pus0<br />
mantequilla a1 pan, para ofrec6rselo, en seguida, con risuelia<br />
ternura :<br />
-Ud. disculparii sefior que tome el pan, aunque no me lave<br />
las manos. Per0 asi es m8s sabroso. Sfrvase. Supongo que el via-<br />
je le habrh dado apetito.<br />
-En realidad-replic6 el mozo sonriendo alegremente-no<br />
podremos deck que s610 nos alimentaremos de la belleza del pai-<br />
saje, y del placer de esta excursi6n. Pero es mejor asi, porque de<br />
este modo puedo gozar de la felicidad de comer este pan que han<br />
tocado sus manos.<br />
Ri6 ella, gozosa, como una colegiala que disfruts de un dia<br />
de holganza. Luego exclam6:<br />
-Per0 no se puede negar que es muy lindo todo esto. Me<br />
gustaria pasar aquf todo el verano. Y como dijo el poeta, con un<br />
libro, un buen amigo, y un sueiio duke que no lo perturben ni<br />
deudas ni pesares.. .<br />
-LNi siquiera el dolor de amar?<br />
Hizo ella un mohin gracioso y displicente.<br />
-iQui6n sabe! Po creo que a veces es tambi4n necesario<br />
#sufrir, para saber, por medio del contraste, valorar toda la dicha<br />
que hay en la tranquilidad de un afecto sin sobresaltos.<br />
Conversaron despues, evocando 10s bellos momentos de su<br />
mor. Era como volver a entonar una cancibn siempre nueva, que<br />
hiciera rebullir dentro de ellos un viento melodioso. Recordaron<br />
.tambiCn a1 pueblo, que en la distancia se hacia simphtico, sin 811s
chismecil-los y pequeiios problemas aldeanos. Era como un paseo<br />
carifioso, en donde la ilusibn ponfa todo el encanto del pasado.<br />
En ese momento aparecib en la puerta del comedor, el ad-<br />
ministrador del hotel, un aleman alto y ceremonioso que anunci6:<br />
--Estfi listo el auto que va a buscar la combinaci6n a Pe-<br />
$rohu6. iNo hay ninguno de 10s sedores que desee ir hasta all&?<br />
El coche volverfi una hora antes de la partida del vapor.<br />
RIercedes que estnba pendiente de las palabrss del hombre,<br />
se pus0 vivamente de pie para preguntarle:<br />
--jDe manera que yendo hasta all&, se vuelve a tomar el<br />
vapor?<br />
--Exacto, seiiora. Y ya que estitn Uds. aquf serk lhtima,<br />
que no conocieran ese camino. No se arrepentirhn, cr6ame.<br />
Relampaguearon 10s ojos de Mercedes. VolvitSndose a Andrb<br />
le pregunt6:<br />
-2QutS le psrece.. .? iNo le gustaria que fu6ramos hasta<br />
all%?<br />
-Per0 encantado-dijo Garcia con entusiasmo-serfa lhs-<br />
tima si perdieramos una oportunidad como dsta.<br />
No lo discutieron mas. Instantes despues estaban ambos<br />
sentados en el autombvil que salia hacia PetrohuB. Frente a elIoa<br />
iba un seiior pequefio, vivaracho y nervioso, que d poco les di6<br />
conversacibn. Era un espafiol, un nndaluz comerciante en pafios,<br />
avecindado en Vdparaiso:<br />
--jTran Uds. hasta Peulla?<br />
-iAy, desgraciadamente no!-replicb Mercedes. Vamos ~610<br />
basta Fetrohue para volvernos esta misma tarde.<br />
-Dice Ud. bien, desgraciadamente, porque en verdad es<br />
una Itistima, venir a asomarse a estos parajes sin alcanxar a CO-<br />
nocerlos. Es como si un hambriento se asornara a la puerta de<br />
un banquete sin poder participar en 81, Y a veces uno siente<br />
hambre de belleza, de emocih, de inquietud tal vez, para gozar<br />
mejor de todos 10s dones del sentimiento. iNo es asi?<br />
Hablaba el hombre con un gran fervor, con un entusiasmo<br />
ilimitado. Mercedes, entretsanto, mirbndolo pensaba en lo tre-
224 Luis Dtwand<br />
mendo que debia de ser detrhs del mostrador de su tienda, para<br />
elogiar las excelencias de sus telas. Seria necesario emplear to-<br />
das las energias para desprenderse de sus ofertas. Sonriendo le<br />
contest6:<br />
-Sf, todo eso esth muy bien. Per0 cuando no es posible,<br />
no queda otro remedio que resignarse.<br />
-Pues querer es poder, mi hermosa seiiora. Hay momentos<br />
en que es precis0 olvidarse de todo para gozar del placer de la<br />
vida. iQu6 lo s6 yo! Y vivir no es linicamente, trabajar, comer,<br />
moverse; es necesario tambien dar a1 espfritu la satisfacci6n de<br />
gozar del especthculo espl6ndido del mundo. Y diga Ud. si no,<br />
iNo vale la pena haber andado cien leguas o mhs, para venir a<br />
ver todo esto?<br />
En efecto, el paisaje en aquella parte del camino era real-<br />
mente fanthstico. El auto iba por una huella de color chocolate,<br />
gruesa costra de lava que dejara el torrente de una erupci6n vol-<br />
chnica. Beguia a traves de una estrecha garganta, entre cerros<br />
altisimos coronados de nieve donde fulguraba el sol. Los flancos<br />
de 10s cerros, estaban cubiertos de hrboles silenciosos donde no<br />
gritaba un phjaro, ni siquiera se oia el rumor del viento. A veces<br />
la nieve como largas cabelleras, descendia en transparentes cas-<br />
cadas hasta el lecho del rio que se deslizaba entre las piedras y<br />
10s troncos muertos que obstrufan su cauce. Y el agua, por el<br />
efecto de las substancias minerales, o de la luz, tenia 10s mhs raros<br />
y caprichosos colores. Azul, verde glauco, morado, amarillento,<br />
el torrente se retorcia saltando entre las piedras, y a ratps era<br />
una verdadera danza musical la que producia a1 caer en flores<br />
de espuma para ir despu6s a descansar de aquel juego en un re-<br />
manso transparente y cristalino. Y todo estaba saturado de mis-<br />
terio, de soledad, de silencio, en tal forma que hasta las palabras<br />
tertian resonancias extraordinarias que devolvia el eco distante.<br />
Mercedes, afirmada en el brazo de hierro del asicnto, tenia<br />
una expresibn de asombro en 10s ojos. Aquello hacfa pensar en el<br />
viaje maravilloso de Aladino, por su jardfn de ensueiio. Y en<br />
tanto, el silencio parecia ahondarse, como si la atm6sfera fume
un crista1 que ellos fueran rompiendo, para penetrar en el misterio<br />
que guardaba aquella ruta de emoci6n. De pronto, Mercedes, tornando<br />
del brazo a Andrks, no pudo reprimir un grito de admiracib,<br />
a tiempo de mostrarle algo que la hizo alzar el rostro por<br />
encima de 10s otros viajeros.<br />
Era el Lago de Todos 10s Santos. El lago de Esmeralda como<br />
tambkn Io llaman. Un especthculo que sobsepasaba a toda ponderaci6n<br />
se ofrecia a su vista. Ea estrecha garganta por donde rodaba<br />
el auto, se habia cortado para ensancharse en un 8rnbito<br />
arnurallado de cerros abruptos, y nimbado de neblina azul.<br />
Y abajo estaba dormido, el lago verde, intenso, inm6vil entre las<br />
riberas inaccesibles y hurafias.<br />
Todos 10s viajeros habianse quedado silenciosos, sobrecogidos<br />
por el ambiente, traspasados de belleza. 5610 se oh el jadeo<br />
del motor que latia angustiado en el repecho, antes de llegar<br />
a la orilla, cerca de la cual se mecfa graciosamente como una paloma<br />
blanca, el vaporcito que hacia el crucero hasta Peulla.<br />
li'iercedes, con una emoci6n de nifia chica, cogi6 la mano de<br />
kndr6s, para apretarla nefviosamente, en tanto le decia:<br />
--iPero qu6 hermoso es todo esto! jQu6 inmensamente bello!<br />
Y luego de saltar del auto, se acere6 a 61, para decirle como<br />
ea un susurro:<br />
-No sabes la pena que me da, de que no podamos seguir<br />
m&s adelante.<br />
Sin darse cucnta, le habia, tomado del brazo, sintiendo la<br />
intensa alegria de encontrarse entre gentes desconocidas. And&<br />
la miraba carifiosamente. En sus ojos habia una muda sbplica.<br />
Con la voz tr6mula le dijo:<br />
-&Tercedes,<br />
qu6 no le avisa a dofia herecia que nos ha<br />
ocurrido un accidente y no podremos regresar hasta maCana?<br />
Maaana, pasado.. . iqu6 m8s da, si pensamos en la eternidad<br />
que es para nosotros el tiempo, estrechados por tanto rfgido con-<br />
vencionalismo, del cual debernos ser eselavos? $or qu6 no nos<br />
libertamos aunque sea por un dia? ihcaqo nuestro amor no me-<br />
rece un poco de piedad, de eonsicleracibn de parte de nosotraa<br />
16
mismos, ya que nadie la trndr8 de el? LQuiCn sabe lo que nos<br />
aguarda mafiana?<br />
Mercedes le oia en silencio. Su mirada se iba a traves del<br />
lago cruzado a ratos por phjaros silenciosos, en un vuelo lento,<br />
como si tamhien sintieran la embriaguez de contemplar la m&gica<br />
belleea del paisaje. De pronto la joven movi6 la cabeaa. como si<br />
saliera de un suefio para volver energicamente a la redidad:<br />
-jAy, caramba que estdpida es la vida a veces! iC6mo tenemos<br />
que martirizar a nuestro pobre corazbn! T pensar que este<br />
niismo corazbn, es el culpable de muchas de nuestras desventuras.<br />
Habia comenzado a hablar con vehemencia, para terminar<br />
como en un monblogo a la sordina. DespuBs, como si quisiera desprenderse<br />
de algo que entorpeciera sus movimientos, sc irgui6<br />
alzando 10s braaos, para sacudir su cabellera con nervioso adem&n.<br />
Con voz duke y lenta dijo:<br />
-Si, mnca podrh llarnarse zmor aquel, por el cual no searnos<br />
capaces de hacer un sacrircio. Si es que se puede llamar<br />
sacrifcio flquello que nos est8 pidiecdo a gritos el elma. Dime,<br />
it6 lo qnieres, PmdrCs?<br />
-&tercedes.. .<br />
U como siempre en esos casos, en que la elocuencia huye<br />
para dejar paso a la emocioaada ansiedsd que enmuctece 10s ISbios,<br />
Ics de Garcia callarm. Mercedes entonces, sencillameEte<br />
dijo:<br />
T7<br />
- v amos.
XXIII<br />
La cosa se resolvib mhs f&cilmente que lo que ellos pensa-<br />
ban. Dofia Lucrecia inesperadamente decidi6 ir hasta la Ense-<br />
nada, en compaiiia de unas amigas de Temuco reci6n llegadas a<br />
Puerto Varas, y que proyectaban hacer el viaje hasta ese punto.<br />
Mercedes, ebria de feIicidad, no atinabai qu6 decide cuando a1<br />
hablarle por tel6fono a su tia, esta se lo comunic6:<br />
-LAsf es que mafiana te encontraremos aqui? iQu6 bueno,<br />
Quechita! Sin necesidad de verte, creo que nunca has estado mhs<br />
linda que hoy. Eres un encanto.<br />
-APortarme bien? p ro ya lo creo! iTe olvidas qbe soy una<br />
seiiora de respeto?<br />
-iAh! iFaltarle yo el respeto a alguien? Mira, no seas mal<br />
pensada. Me siento como un piijaro purifixado por el aire de estas<br />
niontarias, y con el alma tan inmaculada como la nieve.<br />
-Si, t6 tambf6n te vas a poner poBtica cuando llegues aqui,<br />
y no seria raro que te ocurriera el rnilagro de olvidar treinta arios,<br />
para iniciar un idilio, en una noche de luna, si se te presenta la<br />
oportuoidad.<br />
-Bueno. iHasta mafiana!<br />
Mercedes colg6 el fono, y como una chiquilla feliz se volvi6<br />
hacia AndrBs, saltando y haciendo sonar 10s dedos como casta-
iiuelas, mientras con el busto en escorzo, jughndole la Iumbre<br />
cglida y juguetona en las pupilas, le decia:<br />
-i&u6 tal nifiit.o? iQu6 quiere deck todo esto? Que nos va-<br />
mos a pasear! Fijate que las Aranda se vienen mafiana con la<br />
Quecha para st&, donde nos juntaremos todos. Dime, jno epc<br />
linda la vida?<br />
Bajo la penumbra del galpbn, en donde estaban, le ofrecib<br />
10s labios, para esquivarle la cara en el precis0 momento, poni6n-<br />
dole la suavidad de la palma de su mano sobre 10s labios de 61.<br />
--j'Cuidadito! Los nifios deben portarse muy bien, porque si<br />
no, la mam& no 10s lleva de paseo.<br />
S610 cuando estuvieron a b&do del vaporcito, se vinieron<br />
a dar cuenta de que este no volvia a Petrohu6 sino hasta el dia<br />
subsiguiente. Mercedes asustada observb :<br />
--Per0 podremos vdvernos en un auto..<br />
-F'Pnes, jvive Dios!-replic6 el espaiiol que era quien les<br />
informaba -no seria raro que Ud. por milagro de su belleza y<br />
simpatia pudiera hacerlo, eso si que habria de ser por all& arriba<br />
sobre la nieve de 10s cerros. iPe atreveria?<br />
--No me embrome. LEntonces no hay camino?<br />
--Xeiiora, no se preocupe. Ei barco volverh, si no es madana,<br />
cualquier dia. Ahora no hay que acordarse de otra cosa sino<br />
de gozar de este especthculo espl6ndido. Tea Ud. jno es Bsta una<br />
visi6n de d.as mil y una noches?<br />
El barco se deslizaba tsn suavemente que parecfa ir resba-<br />
lando sobre la superficie tersa del agua que se hinchaba ligera-<br />
mente. A Io lejos en el so!, aquel espejo verde intenso, parecfa<br />
trizarse como si fuera un abanico salpicado de pedrerias ruti-<br />
Iantes. A ratos daba la impresi6n de que era una inmensa shbana<br />
de terciopelo que se arrugaba en pliegues de suavidad. Wubes<br />
rcsadas y amarillentas se desgarraban bajo un cielo de turquesa.<br />
En partes, 10s cerros se estrechaban, y entonces el barco se anew<br />
ba de misterio, todo envuelto en gasas azules.<br />
3- de pronto la sirena lanz6 un pitazo hondo y grave, como<br />
si fuera la VOB del lago que convidara a todos 10s habitantes de
Mercedes Urizur 229<br />
la rcgibn a asomarse a &l. Por entre una estrecha garganta que<br />
partia un cerro, descendfa un rfo transparente. Dab% la imgresibn<br />
de venir corriendo desde arriba, como de un hontanar nacido en<br />
el cielo. Por ese camino claro, venfa un pequefio bote tripulado,<br />
por una mujer joven -y rubia, con dos pequeiios que empufiaban<br />
10s remos. Desde el barco descolgaron entonces, una cesta en<br />
donde iban provisiones, diarios, revistas, algo del mundo de 10s<br />
vivos para ese mundo de 10s suefios donde ellos Vivian. Son6<br />
arriba la campanilla, la sirena land un breve p5taz.o y el barco se<br />
alejb dejando sobre la superficie del lago, bruiiida de sol, a1 bote<br />
que se meci6 suavemente, mientras la niujer rubia sonreia a@-<br />
tando un paijuelo de despedida.<br />
Mercedes, sentada tras la pequeiia cBmara del capithn,<br />
hojeaba una revista, aprovechando el momento en que el an-<br />
dahz parlanchfn se habfa ido a buscar cigarrillos a 611 maleta.<br />
En el barco iba muy poca gente. Un alembn alto de boina negra,<br />
y amplios pantalones de excursihn, habia venido todo el camino<br />
sacando fotograffas del paisaje, en tanto su mujer, una gordita<br />
de mejillas encendidas, leia profundamente interesada una no-<br />
vela de Jack London, vertida a1 alemhn. El era geblogo de mos<br />
yacimientos petrolfferos en la Argentina, segiin le explic6 a1<br />
espafiol que no podia pasarse sin hnblar, y acaba de comprar un<br />
pequefio fundito en las orillas de! lago, en donde pensaba venir<br />
a pasar todos 10s aiios sus vacaciones.<br />
Mercedes oia muy interesada, todos 10s detalles, de chmo era<br />
la vida en aquellos parajes solitarios, en donde nadie se preocu-<br />
paba de lo que hacfan 10s demhs. En ese momento el vaporcito,<br />
pasaba junto a la isla Margarita, situada en la parte mBs ancha<br />
del lago y cuyos terrenos estabbn dedicados a la ganaderfa por<br />
su dueiio.<br />
-Me encantaria vivir por aqui-dijo la joven cerrando<br />
bruscamente la revista. Si yo fuera sola, tambien veria modo de<br />
comprar un pequeiio fundo donde me encerraria para siempre.<br />
Es decir para siempre no. Cada all0 irfa de paseo a Santiago o a<br />
otra ciudad, a fin de no olvidarme por completo de que era una
persona civilizada. Construiria una casita muy monona, y tendrfa<br />
una lancha, aqui en el lago, para excursionar en 10s dias de<br />
sol, o en las noches de luna. P me gustaria que todos se olvidaran<br />
de mi.. .<br />
AndrBs, que la ofa forjar aquellas quimeras irrealizahles, qu.e<br />
no pasRban de ser suefios de mujer enamorada, sonrid dici6ndole:<br />
-iY yo tambib?<br />
Ella le mir6 con graciosa coqueterfa, demorando su respuesta.<br />
-No. T6 podrias venir de visita cuando quisieras. Entonces<br />
yo vendrfa a esperarte en mi lanchita, asi como esa mujer que<br />
vimos denantes y que se me figur6 una princesa encantada.<br />
--Per0 tanta soledad la cansaria. Tendria Ud. necesidad de<br />
una persona con quien conversar, y salir a pasear; alguien que Is<br />
acompafiara en las noches de soledad en la montafia.<br />
-iAh, claro! Seria necesario buscar un administrador. Esa<br />
es la parte m&s dificil de mi proyecto, porque la patrona, seria<br />
muy exigente.. .<br />
-jPor qu6?<br />
-Porque pondria condiciones muy diffciles.<br />
-J Serian condiciones tan imposibles de reunir?<br />
-Muy dificiles. Parece que Ud. ya tiene inter& por el puesto<br />
jno? Pero a Ud. mi amigo no se lo dar6. Se lo dig0 desde luego.<br />
-LTan intitil me Cree?<br />
--No es que 10 crex in~til sin0 que se me ocurre que Ud. se<br />
puede enainorar' de la patrona, y entonces a ella, no le quedar%<br />
mhs remedio que desptdirlo.<br />
-jTan cruel serfa?<br />
-Si.. . 2,no Cree que he sido siempre cruel con Ud.?<br />
Aquel duke juego amoroso, fu6 de pronto interrumpido por<br />
el espafiol, que venia un tanto desconcertado, pues el alemhn y<br />
~lu mujer se habian puesto a hablar en su idioma, sin hacer cas0<br />
de 61.<br />
-Pues mire Ud., seiiora, que esta tierra deberia llamarse el<br />
pafs idflico. Tarde me he venido a dar cuenta que no debi venir<br />
solo por estas regiones. Porque, jvamos! todo invita aqui a soCarl
filercedes Urizar 231<br />
tanto que aun cuando no tengo nada de poeta; creo que voy a<br />
salir escribimdo un canto a esta tierra maravillosa. iJ’aya Ud.<br />
a saber c61.0 irk a resultar eso! Y que 330s me lo perdone. Fi-<br />
gdrese de lo que es capaz un hombre desesperado:<br />
hdr6s, sonriendo, le preguntb con amnble cordialidad :<br />
-iY por qutl tan desesperado?<br />
El espafiol, arrugb la pie1 de la frente, con un gesto que era<br />
caracteristico en 61:<br />
-Bueno, Ud. no podrk comprender en estos momentcs, la<br />
causa de mi inquietud. porque cuando la felicidad nos toca con<br />
su varita mkgica, el espiritu se recoge hacia adentro, y no nos<br />
deja ver nada de lo que nos rodea.<br />
--;,As$ es que Ud. Cree que AndrBs es vn hombre muy feliz-<br />
le preguntb Mercedes?<br />
-Pues, jvive Dios!-si no lo es quipre decir que este caba-<br />
llero no se contenta ni aunque le den el Universo, porque a su<br />
lado la felicidad no cuesta, no dig0 imaginarla, sino sentirla.<br />
Y tras m a pwsa en la cual se 8dverti.l en h! u11q viva cu-<br />
riosidad, el esppfiol, no pudo resistir a preguntsr:<br />
-ison Uds. rrciBn cns2dos, seguwmente?<br />
En ese rnomento la Arena anunciaba la llegada a Feulla, y<br />
Mercedcs sin contestar se par6 de un salto para ir a rnirar junto<br />
a la baranda el paisaje todo envuelto en una densa nehlina azul<br />
Clara.<br />
Sin consultkselo, per0 como si sintieran una rara embria-<br />
guez, en recorrer aquellas rutas de belleza y emocibn, hrtbfan<br />
seguido camino adelante como atraidos por el anhelo recbndito<br />
de Ilegar hasta un paraje donde pudieran darse a1 arnor que, como<br />
una fiebre lenta, a veces adquirfa un ritrno acelerado, y les iba de-<br />
vorando, consumiendo en una ansiedad en la cual latian todas las<br />
formas del deleite. Y asi, en aquel dfa que siguib a1 de su llegada,<br />
recorrieron todos 10s rincones de ese lugar de sin igual belleza<br />
que es Peulla. Se internaron en 10s niontes donde sblo alentaba<br />
el misterio, para darse e1 aha en &lidos y largos besos, entre IR<br />
penumbrosa frescura del ramaje oloroso, donde s610 10s chucaos
232<br />
Luis Dwnnd<br />
audaces exploradores de la selva, rompian de rat0 en rat0 el<br />
gran silencio. DespuBs, jinetes en unos nerviosos caballitos se-<br />
rranos, galoparon por un hermoso valle que se abria hacia e]<br />
Este, en donde volaban enormes bandadas de canquenes que so<br />
posaban confiados sobre el pastizal, en tanto ellos cruzaban el<br />
torrentoso Peulla, para llegar hasta la laguna del Encanto, cu-<br />
yas aguas tenian una sombria y gglida inmovilidad, entre 10s<br />
altos Brboles.<br />
Per0 en sus cuerpos j6veoes, estaba ardiendo el ansia del<br />
amor. Tal vez sentian un ligero cansancio fisico, per0 en el fon-<br />
do de las pupilas hahia un misterioso llamado, algo como un dul-<br />
ce acuerdo en que no intervenian las palabras, per0 si, hacia<br />
temblar las manos y les subia como una fragancia desde lo mELs<br />
intimo del ser.<br />
Debian regresar a1 dia siguiente, y por la tarde, fueroh a<br />
travCs de la selva gigantesca, hasta el lugarejo llamado Puerto<br />
Blest, situado ya en tierra argentina, en las mhrgenes del lago<br />
Nahuel-Huapi. Aquel camino de fantasi'a pus0 en sus espiritus,<br />
una especie de Bxtasis silencioso. Bajo la selva inmensa, porten-<br />
tosa, el camino era una rayita parda que a veces parecfa irse a<br />
perder en un abismo, o en el coraz6n mismo de la selva. I' por<br />
todas partes silencio; un silencio grandioso. El sol del austro ha-<br />
cia entrever aspectos maravillosos en la montaiia, cuyos Brboles<br />
se tocaban por encima del camino, desde el cual, el cielo s610 se<br />
veia a ratos corn0 una manchita ad.<br />
Y despues de admirar el Tronador, gigante hureo, que res-<br />
plandecia en el fondo de una garganta, cruzaron la Laguna<br />
Frfas, agua profunda, quieta, de un vercle intenso, y misterioso,<br />
rodeada de altos murallones cortados a pique. Una lancha a gse-<br />
solina les condujo velozmente hacia la otra orilla, en donde fia-<br />
meaban 10s suaves colores de la bandera del sol de mayo. Alguien<br />
._<br />
contestando a una pregunta, dijo:<br />
-En esta laguna se han echado sondas de 900 metros sin<br />
encontrar fonds.<br />
Mercedes, a1 oirlo, siente un estremecimiento, y aprieta e!
Mercedes Urizar 233<br />
brazo de And&, que la atrae hacia 61. En voz baja y lenta le<br />
pregunta :<br />
-LTiene miedo?<br />
Ella alza 10s ojos intensos. Luz cargada de pensamientos<br />
afectuosos para decirle rnuy quedo.<br />
-No. Cerea de ti, ipor qui: lo habia de tener?<br />
Luego okra vez la selva, cuyo misterio perfora un camino<br />
sombrfo donde el sol, s6!0 a ratos, logra penetrar timidamente.<br />
Arriba hay un cielo profundo, con cierta transparencia de crista1<br />
y vaguedad de abisrno. En todo el hmbito una fragancia, a hu-<br />
medad a maderos sombrios a humus y a gores de raro aroma. Y<br />
otra vea agua. Pais del agua y de las selvas rnagllifcas es Bste.<br />
'fT ahora el Nahuel-Huapi, es un espejo azul, que se recorta entre<br />
las riberas enmarafiadas de &boles majestuosos. Susurra el vien-<br />
to suavemente: y hay unos phjaros que sobre el cerro de 10s Tres<br />
Eermanos, describen circulos ingrhvidos COMO si embsiagados<br />
de lus y de frescor, estuvieran jugando a1 pillarse en la altitud<br />
sin horizontes de aquel paisaje de ensuefio.<br />
Soledad y silencio. El agua duerme, la montaba no tiene<br />
ahora un susarro. 'r' el cieIo es $an hondo que ninguna nube se<br />
atreve a navegar en 61. Como no es dia de combinaci6n, el hotel<br />
est& tambi6n solitario. S610 despues de un rat0 aparece un hombre<br />
de voz lenta, que a1 hablar, da la impresi6n de sentir asombro, a1<br />
ofr sus propias palabras.<br />
Han vagado despu6s, toda la tarde, por las orillas del lago.<br />
Y cuando un crep5sculo suave en el cual la claridad evanescente<br />
se diluye en el paisaje, han cruzado el agua azul para ir en la<br />
lancha a gasolina a ver en la otra ribera, el rio de Los Chntaros,<br />
que desciende por en medio de la selva, despeiiado entre troncos<br />
y piedras decoradas de espuma. Hay allf alerces hermosisimos, y el<br />
sol con sus liltimas lumbraradas pone un soplo rnsgico barni-<br />
zando de rosa el agua y poniendo aladas colgaduras de oro, entre<br />
10s alerces que semejan gigantescos hrboles de Fascua. Una del-<br />
gada sombra parece descender desde el cielo fresco y empalide-<br />
cido en donde surge con limpidez brillante la Crus del Sur.
Unos pBjaros que vuelan rnuy alto y mueven s6lo a ratos las alas<br />
dejan caer una nota temblorosa eobre la poetica azulidad del<br />
agua, que parcce frorecer en un suave latido musical. En tanto,<br />
el motor de la lansha late con un gemido convulso, haeta esta-<br />
llar despues vigoroso y dejar la orilla velozmente.<br />
Per0 esta ernbriaguez de luces, de eo1 y de aire vivificante,<br />
parece transforniarse dentro de ellos en un ansia tremante, en<br />
una inquietud deliciosa, en un anhclo que se retuerce en ellos como<br />
una serpentina de fuego que les obsedia y les arrulla. El ansia<br />
divina del amor lea arde adentro COMO un cirio que les va consu-<br />
miendo, en una idea devorante, fija, recbndita, que asorna en sus<br />
pupilas, per0 que Ias palabras no llegan a decir. Esto les torna<br />
silenciosos, como si cada uno sintiera el placer de ver que la ra-<br />
z6n huye tfniida, empujada por ese anhelo fdrvido que clama an-<br />
gustiado por una dulce realidad. Por una realidad que haga<br />
desaparecer ese enervamiento hecho de dolor y de deleite.<br />
Y despues de un largo paseo, por el camino alfombrado de<br />
hojas htimedas, durante el cual sus labios han callado, vuelven<br />
lentamente hacia el hotel, que est& envuelto en una soledad tan<br />
honda, qne da In impresi6n de que trnta de ocultarse medroso, en<br />
el recodo del camino. Ira son m&s de las 9 de la noclie, y el lar-<br />
go creplisculo del austro aun no termina. Una sombra inderisa<br />
envuelve todo el Bmbito en un cendal misterioPo. Apoyados en la<br />
baranda del corredor, se han quedado un rato contemplando la<br />
sBbana obscura del lago, y de pronto Mercedes dice Imtamente,<br />
con-un temblor raro en la VOZ:<br />
-Tengo un poco de frio.<br />
-LFrio?-dice Andr6s, y la vox se le quiebra como si le fal-<br />
tara el aire. Cogiendo el cha! que han dejado sobre un banco, se<br />
lo pone amorosamente sobre 10s hombros.<br />
Pero ella, a1 poco rato, como poseida por un sentimientoin-<br />
definible, meacla de timidez) de rubor, de afecto y de misterio,<br />
vuelve a musitar:
--iFrio?--vueIve a preguntar hndr6s con inquieta ingenui-<br />
dnd-LQuiere irse a su pieza ya?<br />
Ella no contesta, pero tomiindole del brszo con un leve<br />
estironcito le hace caminar. k’ ya junto a la pieza que ella ocupark<br />
se han deteniclo temblorosos, como si ninguno de 10s dos se ntre-<br />
viera a expresar su anhelo:<br />
-Hasta mafiana, entonces jno?<br />
Ha ido cerrando Mercedes la puerta, con la mano sobre la<br />
Ilave, hasta no dejnr m5ts espacio que el que ocupa su cuerpo,<br />
pero And& no se mueve del umbral. Mudo, con cierto temblor<br />
febril que se advierte en el brill0 de SUB ojos, y en un leve tiritbn<br />
de sus manos, dice por fin en un susurro suplicante:<br />
-iMercedes!<br />
Ella no contesta, pero su mano se alsa para acariciarIe la<br />
csbeea. ResbaIa detriis de la nuca y le atrae lentamente hacia<br />
su cuerpo. And& siente el hhlito tibio de su boca, la suave<br />
fragancia de sus senos, y sin saber como estb unidos en un largo<br />
beso. Tras ellos se ha cerrado la puerta, y apoyados en ella sien-<br />
ten que una duke embriaguez les circuls por las venas como un<br />
vino ardielate.<br />
--Andate-dice ella, como en un ruego-iiindate! Pero 10s<br />
aniIIos tibios de sus brazos le siguen ciifendo, cada vez con mks<br />
fuerza.<br />
-&nor, mi amor, Merccdes!-suplica 61 en un susurro,<br />
mientras BUS labios iividos, besan, besan siempre, sobre 10s ojos,<br />
tras las orejas entre el cabello oloroso, en la seda tibia del cuello,<br />
en tanto 10s cuerpos se unen, se unen y el iinfora de sus caderas<br />
adquiere una Iarga y estremeeida vibracibn.<br />
-Andate-gime rendids la adorada. Pero el abrazo se es-<br />
trecha, se ahinca en un dulce martirio. Cae un botoncito y rueda<br />
por el suelo con un ruido que a; ellos se les antoja tan grande<br />
como si se derrumbara el Universo. Y por entre la seda de la<br />
blusa, revienta la seda tersa de 10s senos, flores maravillosas en-<br />
vueltas hasta entonces en e! misterio de 10s sueiios de 41. Y su<br />
ciilida fragancia enciende una nueva embriagues, despierta una
236<br />
Luis Durund<br />
nueva e intensa sed, en 10s labios incsnsables que resbalan des-<br />
de el puntito inieial de la svave redondez, para ir de ahi a busys<br />
la hlimeda frescura de 10s labios de ella, tal si quisieran transfun-<br />
dirse el alma en un secreto que no se seabar% de decir jam&.<br />
Y la ISLmpara interior sigue ardiendo eada ves m8s intensa-<br />
mente. ibrde, Itrde! hrde, quema, calcina. Sube coma un rio<br />
duke hasta el cerebro donde enciende visiones maravillosas, en<br />
latidos de vi&, en torbellinos fdrvidos que revientan en un soplo,<br />
que les hunde en u.n vdrtlgo delieioso, para alzarlos en seguida a<br />
10s espacios, desde don& imaginan derrumbarse en una polva-<br />
reda de desteilos %ureas.<br />
Afuera est% el misterio de la noche. El gran silencio de la<br />
noche austral, sobre la cual parpadea la Cruz del Sur. El viento<br />
ha llegado a cantar bajo 10s corredores una balada de ensuefio.<br />
Canta y gime en@e las rendijas de las puertas, junto a 10s crista-<br />
les de la ventana. Fero ellos ya no oyen. Tampoeo oyen el latido<br />
de sus corazones tal si quisieran saltar a1 inSnito, o fueran un<br />
nifio enajenado, columpiiindose bajo el azul del cielo.<br />
Y de pronto han salido del mundo para internarse en las<br />
sendas rr,aravillosas del parafso, Una fronda ardiente, alucinada, les<br />
envuelve. La vida busca ahora el sender0 de la vida, con un ansia<br />
fredtica, delirante. La voz de ella, ya no es un ruego, es un ge-<br />
mido blando, es una caricia que rechaza lo que est% anhelando.<br />
-iMo!-dicen 10s labios, pero 10s senos se estremecen en dulces<br />
latidos. jno.. . ! susurra debilmente la voz, pero 10s labios se hun-<br />
den en 10s labios. iNo.. . no.. . ! ?ero las piernas dulaes son lianas<br />
frescas y ardidas sobre el lecho, asiendo el amor, sujethndolo,<br />
atray6ndolo a su chlida prisi6n.<br />
Y ahora es un rumor de palabras que no terminan, de agita-<br />
do respirar que rebulle entre seda tibia y carne fragante, que al<br />
sentirse penetrada, gime dulcemente estremecida, en un ritmo<br />
delicioso, en un torrente de intensidad, que de pronto vierte la<br />
vida sobre la vida, para unirla en un soplo divino, en el cual hay<br />
tambi6n un divino dolor que 10s labios de la adorada expresan
en un largo iay.. . rendido; corola que se desprende a1 sentir el<br />
polen que deja el amor como la brisa una caricia suave.<br />
Para oir el bland0 chasquido de 10s besos, el viento canta<br />
ahora tenuemente. Su rumor se alarga y se retuerce con melancolia<br />
como si estuviera hecho de almas sin lum, que lloraran lejanamente,<br />
angustiadas de no alcanzar jam& la dicha. Y es que la<br />
dicha esth ahi adentro, escondida, oculta en un hnfora tibia y<br />
fragante. Ha venido a refugiarse en ese rincbn de la montafia,<br />
para verter en el alma de dos seres, todo e! mhgico deleite de un<br />
minuto de felicidad. Para hacer duke realidad el ansia ilusionada,<br />
y convertir en jardin el erial de tantas desesperanzas. Para aprisionar<br />
en una conjuncibn divina, toda la sublime poesfa de 10s<br />
sue8os que como phjaros jubilosos, se escaparon de todas las<br />
mentiras y convencionalismos de la existencia hacidndose tras<br />
la exaltacibn ardiente, remanso de serenidad y de belleza.<br />
Pero, iay! la noche esta vez, empapada en la dicha del amor,<br />
ha sido dernasiado breve. Ya la blancura nivea de 10s cerros prbsimos<br />
se ha cubierto de cendales de rosa. Un phjaro ha lanzado<br />
un pi0 largo, que vibra melodioso y claro, como una gota de agua<br />
que cayera sobre el crista1 del alba. 8610 entonces la in"nita<br />
fatiga del amor, Zes cierra 10s phrpados, hundihdolos en un suefio<br />
delicioso, que refresca 10s cuerpos extenuados, dentro de 10s cua-<br />
Ies est& adormecida pero intacta, la chispa de la juventud.<br />
--<br />
1 sblo euando el sol, mago milagroso que adora la bellema,<br />
porque es la esencia de ella, penetra en la estancia para hundir<br />
su lanza de oro en el pecho de Mereedes, An&& Garcia ha despertado<br />
para quedarse en Bxtasis, contempl%ndoh. Ella duerme.<br />
Daerme con la ca5eza sobre su braze, COD 10s lzbios entreabiertos,<br />
C Q ~ O si soiiara, o le sonriera a la felicidad.
XXIV<br />
Fu6 en la noche de un shbado, cuando la viuda Fernhndec,<br />
despu6s del rosario, a donde como de costumbre fuera con su<br />
amiga Filomena Miranda, se encontr6 en su casa con un inespe-<br />
rado hu6sped.<br />
Se habia quedado en la puerta de su negocio, comentando<br />
risuefiamente con su amiga, el hecho de que esa tarde a1 salir de<br />
la iglesia, habfan visto pasar por el callej6n a don Pedro Arriaga-<br />
da con Ester y Griselda, en el namante auto que compraran en<br />
Concepci6n. lban a dar un paseo antes de la hora de la comida y<br />
las acompafiaba Alfonso Fuentes, que esa tarde guiaba el coche,<br />
pues don Pedro se lesion6 una mmo y no estaba en condiciones<br />
de manejar.<br />
-iPero te fijastes nifia lo hinchada que iba la Ester? Si<br />
parece que no cabia en su pellejo. A mi me da tanta risa, ver a<br />
estas mugrientas, tirando esa faeha! jC6mo si uno no las cono-<br />
ciera! Bendito sea Dios. Mientras mhs se vive mBs se ve. Me<br />
acuerdo ahora, cuando Vivian en la hijuela, y solian venir a la<br />
casa de 10s Fuentes. El viejo arreando 10s bueyes a czballo en el<br />
pertigo de la carreta, con la garrocha en la mano, y la Celia arre-<br />
bozada en un pafiuelo verdoso, que compraron aqui mismo, en<br />
10s tiempos cuando el fnado Micanor tenia la tienda. Las dos<br />
chicuelas sentadas arriba de 10s sacos de trigo, con unas chupa-
Mercedes Urizar 239<br />
llas que eran para la irrisi6n de todo el mundo. iTIl no las vistes<br />
nunca?<br />
La Filomena adoptaba una actitud de curiosidad, casi infanta,<br />
COMO la de una persona que oye hablar de cosas muy anteriores<br />
a su existeneia. Entonces la viuda para halagarla, aunque<br />
en muchas ocasiones asegurara lo contrario, le dijo:<br />
-i@6 estoy lesiandof Si entonces tIl apenitas estarfas reci6n<br />
nacida. Hay que ver. Si estas ya son burras viejas. Como andan<br />
tan wmdimanadas,, no se les nota la cdad. Si dicen que a la<br />
Griselda ya no le.. .<br />
E inclinkndose a1 ofdo de Filomena, le susurr6 algo que debi6<br />
ser muy picante y divertido, pues est& pugnando por sonrojarse,<br />
se reia por lo hajo diciendo:<br />
-2.Y asi quiere casarse con Alfonso, &a?<br />
-Ahi verhs lo descalabazado que es el rnedio leso, ese.<br />
iSi la Griselcla puede ser madre de 6ll A mi no vienen a contar<br />
cuentos, porque cuando este muchaeho estaba eo el Liceo de<br />
m<br />
~emuco, ya la Griselda polo!c%ba con EI Jefe de la Estaci6n que<br />
en ese tiempo era 11x1 tal Rossel, un hombre mny tunante que dicen<br />
que la pas6 por el aro, y despuks pidi6 el traslstdo para dejnrla<br />
plantada.<br />
--iSer% tonto? La pura verdad que yo no lo crefa tan enfermo<br />
de 18s piernas a este AKonso.<br />
--iPsh! Chllate nil?,%, si este Alfonso es un 4ojonazo. Como la<br />
otra se cas6 con Pedro a quien consideran muy rico, creen seguramente<br />
que la hijuela se la darhn a la Griselda. Y no saben lo<br />
eagarrado, que es Pedro. i"0 que lo conozco pues, mi hijital<br />
Es piedra azul. Piedra azd ya te digo. Con decirte que aches ni<br />
la pensi6n pedia. AM en Ia tienda, se hncian con &Ianuel: unos<br />
dauchaos" que en mi cas&, ni el perro se 10s come.<br />
-Y ahora tan relamidos.<br />
-Si, m%s fruncidos que una gallina con moquillo. Ahora<br />
ya no se c
240<br />
Luis Duranri<br />
bien. Pero ella no quiere. A. mi nadie me quita que la Mercedes<br />
est& Ccinsolentada)) con el preceptor. No s6 quien me dijo, que<br />
antes de las vacaciones, venla de ese lado del cementerio, con el<br />
mosca muerta, &e.<br />
La Filomena entonces adopt6 una t&c%ica que siempre le<br />
daba muy buenos resultados. Era defender a las Urizar. Esto<br />
exasperaba a la viuda.<br />
--C6mo ha de ser eso, seiiora. Si doiia Lucrecia es muy<br />
seria. .<br />
-jCBllate la boca! Que me vienes a decir de la Lucrecia.<br />
Buena alcahueta tambi6n ha sido. -4 mf no me vengas a porfiar,<br />
porque yo s6 lo que hablo. La Lucrecia le abonarii todo a su<br />
chiquilla. iLa nifia! Eo dnico que le falta es decide: ia na nay la<br />
guagiiita! P te dire que la Mercedes ya no es tan nueva. Deb?<br />
andar muy cerca de 10s treinta y cinco arios, aunque ella dice que<br />
tiene veintiocho.<br />
-2Entonces es mayor que yo?<br />
Ea viuda no pudo reprimir un gesto de asombro ante el<br />
desplante de Filomena. Xe acordaba perfectamente que Mercedes<br />
aun no nacia, cuando ya Filomena, iba al colegio de dofia Mi-<br />
lagros. Pero ahora era su compaiiera de pelambres y era preciso<br />
otorgarle, aun Ias cosas miis absurdas. No obstante le preguntd<br />
con cierto retintin, entre meloso y zumb6n:<br />
-&QuB edad tienes tii, hijita?<br />
Filomena tartaxnudeb enredandose a1 responder :<br />
--Po.. . yo tengo, es decir voy a cumplir treinta y uno este<br />
verano.<br />
- Si, en cada pata-di6ronle ganas de contestarle con toda<br />
su aIma a la viuda. Mas, disimulando una sonrisa le dijo:<br />
--Mayor que tii es pes, nifia. jVaya, ffjate como son las<br />
cosas! Pero la Mercedes aun no sale de sus dengues y de sus aires<br />
de chiquillita consentida. Si parece que va a pedis la (‘papa,<br />
cuando habla. Le han dicho que tiene un modo muy dulcecito<br />
para hablar, y ella se cree. Y la Quecha le tapa todo lo que haga,<br />
no creas tii que no. No podia viir B Ar!eE;ui, pero la mosquita
auerta de Ia Mercedes se le engall6 hasta salir con la suya. Para<br />
mi que es la Lucrecia quien le aconseja no juntarse con 61. T te<br />
cIir6 que a mi no me saca nadie de entre ceja y ceja, que la Mer-<br />
cedes est% templada del preceptorctto efie.. . iy no es mBs que un<br />
pobre tiuque! Desde que est& aqui no se ha sacado el ternito plo-<br />
mo con que lleg6, y ya se les est% poniendo verdoso. A poco<br />
m6s van a salir 10s burros detr%s de 61.<br />
La Filomena sonreia regocijada. En ese momento la sirvien-<br />
te de la viuda, que estaba en el interior ocupada en smar una,<br />
hornada de pan, entrb en el negocio trayado el canasto que va-<br />
gueaba esparciendo un grato aroma. Extrafiada le pregunt6 :<br />
-1Vaya sefiora! iUd. no ha visto a un caballero que la es-<br />
pera en el comedor? Yo lo pas6 para all% porque me dijo era muy<br />
amigo auyo.<br />
- jC6mo es eso, muchacha!-exclamb la Fernhndez abrup-<br />
tamente-. U no me habias dicho nada.<br />
Y volvi6ndose a Filomena, le dijo:<br />
-EspBrate, no te vayas todavia. Voy a ver qui& es,<br />
Apresuradamente entr6 a1 comedor, en donde bajo 1% liaz<br />
de la l%mpara, el rostro phlido de un hombre joven estaba incli-<br />
nado sobre un peri6dico. AI verla se alzb para ir a su encuentro,<br />
con una sonrisa que ponia casi una expresi6n de ironia en su<br />
semblante. Era alto, delgado, y el pelo muy negro echado hacia<br />
r,trBs le relucia.<br />
-iQu6 hay sefiora! iC6mo le va?<br />
La viuda no pudo retener una exclamaci6n de asombro:<br />
--iDon Fernando! iUd. por acfi? - iCuhnto me alegTo de verlo!<br />
IY desde cuhndo?<br />
--Acabo de llegar. Vine en un auto de Temuco, para regresar<br />
esta misma noche.<br />
-iVaya, vsya! iY qu6 de bueno lo trae por a&?<br />
Fernando Arlegui, sonrid entreabriendo 10s labios con sire<br />
dubitativo. Era todo un buen mozo. Los ojos cuyo color no se<br />
veian en la penumbra de Ia habitaci6n, tenian no obstante, una<br />
hz desdeiiosa. Con las manos en 10s bolsillos de su abrigo color<br />
36
chscara, se balance6 un momento sobre uno de sus pies, guardao,<br />
do ese silencio insinuante, de quien necesita decir algo y no sabe<br />
ccmo empezzlr. En 10s ojos de la viuda, habia una luz ansiosa, que<br />
al rnismo tiempo era gozo. Gozo de pensax que sabrfa muchas COsas<br />
y podria contar el doble. Con el manto enrollado sobre los<br />
hombros, se habia concentrado entera para oirle. Por fin Adeyi<br />
dijo:<br />
---Bueno Seiiora, perdone Ud. pero como lo que deseo convep<br />
sarle es un poco largo, yo le ruego me diga si podrfa comer aqui.<br />
En la forma que Ud. estime, es decir. .<br />
-iPsh! Vaya don Fernando. Si no time para quB decirmelo.<br />
Si ya lo habIa penssdo. Agnhrdese un momento, mientras hablo<br />
con una amiga que me espera. Yuelvo en seguida.<br />
Sal% con estr6pito, para decirle a Filomena, que ya se iba<br />
a marchar.<br />
--jXifia por Dios! ih qu6 no adivinas qui& est& aquf?<br />
3' tras un r&o de espectaciijn, la viuda le agreg6 con vehemencia<br />
:<br />
-No vas st mer Izunca. Fijate que es Fernando, el marido<br />
de la, Mercedes.<br />
-Eeeh!. . . hizo la otra asombradn. @e veras?<br />
-$Vo te &go? Con que objeto te iba a meatir. Triene a ha-<br />
blar conmigo. No dejes de volver maiiana para contarte. Te dirt5<br />
que si la Mercedes anda con leseras, ahora se va armar 12 gorda.<br />
Este Fernando es muy hoinbronazo y no le va a aguantar ca5ix-<br />
fiuyes). Hasta maiiana. No dejes de venir.<br />
-iCho se le ocurro!<br />
Le hubiera dado la tienda entera, la Fernhndez a Wrlegui,<br />
por em feliz ocnrrencia de venir a verla, y ser la primera en cono-<br />
cer todos 10s detalles del asuuoto. Aquello le cmiss,ba una alegria<br />
hdecible. Con una agilidad extraordinaria habia puesto el mantel<br />
y 10s cubiertos sobre la mesa del comedor, mientras klegui,<br />
fumando cigarrillo tras cigarrillo, se paseaba lentmente por la<br />
estancia, preguntando algunos detalles de la vida en la aldea.<br />
--Me dicen que Pedro Arriagadr, se cas6, jab?
La viuda en cada pregunta detenia sus quehacercs, un breve<br />
instante, para mostrarle su rostro de felicidad, a la visita:<br />
-Be cas6 pues, don Fernando.. .<br />
-Asi es que el hombre encontr6 por fin quien lo quisiera.<br />
-Ya Ud. sabe que nunca falta harina para 10s chicharrones.<br />
Se cass con una de las Quezada. Ud. debe acordarse de esta gente.<br />
Son 1as dueilas de la hijuela que queda detrhs del cementerio.<br />
-i-Ah? si, claro! Recuerdo que eran muy amigas de las Loyola.<br />
Y a prop6sito ique es de esa gente?<br />
-Ahf esth como siempre. En la primavera pasada se les<br />
muri6 1% sobrina. Han estado lo m&s apenadas las pobres. Son<br />
tan solas.. .<br />
Arlegui se detenia para lanzar una espesa bocanada de humo<br />
y preguntar de nuevo:<br />
--LEI viejito se murib tambihn?<br />
-No, fijese. Todavia est& vivo, el pobre. Per0 es como si no<br />
Yiviera porque est6 ciego y tullido. Enterhndola no m8s. Por<br />
fortuna tienen ahora un pensionista que se ha aquerenciado mucho<br />
en la casa.<br />
Arlegui, la oia distraido ahora. De un porta tarjetas de paja,<br />
eolgado en la pared, habia sacado una fotografia que examinaba<br />
con lenta curiosidad. Per0 como si las filthas frases de su inter-<br />
Iocutora le hubieran quedado resonando en 10s oidos, se volvi6<br />
para preguntarle bruscamente :<br />
-LAh, si? iY qui& es el fulano ese?<br />
La viuda le iba a contestar, per0 en ese momento se abri6 la<br />
puerta por donde asom6 la cara reluciente y 10s vivos ojos del<br />
244<br />
Lidis Duranrt"<br />
-Es un tal Garcia que lleg6 coin0 ayudante de la escuela de<br />
la seiiora Mercedes.<br />
-Bah, iqu6 curioso! iAsi es que es un hombre el ayudantr<br />
que tiene ahora la Mercedes? iY por quB es eso?<br />
-jVaya Ud. a saberlo don Fernando! Cosas del Gobierno<br />
que uno no sabe por qu6 son. P es la primera vez que pasa wto,<br />
porque antes fu6 siempre una niiia.<br />
Una preocupaci6n que no pudo disimular habia obscurecido<br />
el cefio de Fernando Arlegui. Con la punta del tenedor, trsbzaba<br />
sobre el mantel figuras geoni6tricas, en tanto el pulso le temblaba<br />
imperceptiblemente. Una mariposa nocturna? giraba obstinada<br />
junto a la IBrnpara, traeando circulos de sombra. La viuda, sen-<br />
tada muy pr6xima a 61, le escrutaba ansiosamente. Se habia<br />
hecho un silencio tan hondo que se oia nitidamente el gri-gri<br />
de 10s grillos ocultos en la oquedad de 10s tabiques.<br />
Por fin Arlegui, rechazando con gesto neryioso, el plato que<br />
apenas habia tocado, rompi6 el silencio :<br />
-iY el futre ese es soltero?<br />
---Si, soltero.<br />
--Sei-& muy amigo de Mercedes.<br />
La viuda vacil6 largo rato antes de eontestar. La mariposa<br />
despues de describir r6pidamente dos circulos junto a1 tub0 de<br />
la I&mpara donde se chamusc6 las alas, se estrellnba ahora con<br />
golpes secos sobre la mesa. La Fern%ndez opt6 por dar una res-<br />
puesta evasiva.<br />
-Como trabajan juntos, tendrhn que ser amigos. Parece<br />
que se avienen muy bien. Dicen que es buena persona. Yo para<br />
no mentir, es bien poco lo que lo cooozco.<br />
Fernando, tras de dar un furioso manot6n, a la mariposa que<br />
se le habia estrellado en la frente, apoy6 el cod0 sobre la mesa, y<br />
afirmando la cara en la palma de la mano, miraba a la viuda<br />
tratando de descubrir la intencibn que ocultaban sus palabras.<br />
Despu6s con 10s labios apretados, como un grufiido que apenas<br />
se entendi6 dijo:<br />
-iSf, no?
Embargado por una visible molestia, se levant6 para prender<br />
un cigarrillo, y medir despues con largos pasos, la estancia.<br />
Torn6 a sentarse, y esta vez, coin0 si no pudiera soportar el<br />
tumulto de sus pensamientos, le habl6 francamente a Is mujer<br />
cuyaB pupilas brillaban como las de un avaro: frente a1 mal, estuvieran<br />
contando una bolsa de monedas.<br />
--Pues yo sefiora, he venido, a hablar con Mercedes, y Bsta<br />
no me ha querido escuchar ninguna de mis proposiciones, aleccionsda<br />
seguramente por esa perra vieja de su tia, que nunca me<br />
ha podido tragar. Yo habia pensado irme y no volver jam&s despu6s<br />
de una escena bastante violenta que tuvimos denantes.<br />
Pero algo me ha retenido. Me tinea que la Mercedes tiene algtin<br />
enredo con el preceptorcito ese, o con algiin otro fulano. De otra<br />
manera no se explica la actitud tan terca y dura que tuvo pars<br />
reehazar mis ofertas. Ud. mhs de algo debe saber.<br />
La viuda ahora, con 10s ojos bajos, estregaba lentamente<br />
sobre el mantel, una miga de pan. Conocia el carhcter violento<br />
de Arlegui, y calculaba las molestias del Eo en que se podia meter,<br />
si hablaba mhs de lo conveniente. No obstante, un violento<br />
deseo de hablar, le hacia cominillo adentro.<br />
Fernando preguntb:<br />
-$To tiene por ahf algh trago de fuerte? Algo que sea<br />
agradable para que Ud. tambib me pueda acompaiiar.<br />
De un estante empotrado en la pared, extrajo la mujer, una<br />
botella de largo cuello, que pus0 sobre la mess.<br />
-Hay menta. iLe sirvo con agua o s oh?<br />
-Asi solita no m8s-repuso Arlegui-tratando de dar a su<br />
voz un tono de broma cordial y afectuosa, sirviendo las copas, con<br />
eI pulso un poco.tirit6n.<br />
-jA su salud pues, sefiora!<br />
-A la suya pues don Fernando, y porque le vaya bien en<br />
todos sus asuntos-dijo la vieja con socarrona malicia,<br />
-Gracias-repuso el mozo apurando hasta *la iiltima gota.<br />
Y lnego con el cigarrillo en 10s labios, entrecerrando los ojos<br />
heridos por el humo, afiadi6 :-No crea que tengo mayor inter&.
246<br />
Luis Durand<br />
Lo que hay es que como Ud. comprenderh, yo estoy camdo, y a<br />
pesar de lo ocurrido, creo, no s6 si me equivoco, que Mercedes<br />
es una buena mujer, y iqu6 diablos! yo estaba dispuesto a 01-vi-<br />
dado todo, para rehacer la vida. Per0 si ella se obstina no hay<br />
mbs que dejarla seguir con su capricho. $To le parece?<br />
Llenaron de nuevo las copas que vaciaron sin preocuparse<br />
de hacer salud. La Fern8ndez tenia 10s ojos brillantes, y en el<br />
rostro un aire de compunci6n, como la de una persona dolida deb<br />
pesar ajeno, per0 que tampoco puede hacer nada por remediarlo,<br />
Tras un largo silencio di6 su parecer:<br />
-Asi no m8s es don Fernando. iAy, esta vida! Nunca podrii<br />
ser como uno la desea.<br />
Afuera el viento de marzo anunciador de las ventiscas oto-<br />
fides, gemia blandaniente ; 10s grillos seguian entonando su can-<br />
ci6n de melancolia, en t.anto lejanamente se oia el ladrar de 10s<br />
perros en las cams de la aldea. La conversaci6n languidecia y de<br />
pronto Arlegui, se pus0 de pie lanxando con energia la colilIa<br />
del cigarro.<br />
-A mi lo que me fastidisria, es que la Mercedes tengn un<br />
amante aqui. Eso si que no lo soporto. Mientras lleve mi nombre<br />
no lo puedo permitir.. . A1 fin y a1 cabo el hombre es hombre y<br />
puede sacudirse de todo. iNo le parece?<br />
-Asf no m8s es, don Fernando. Si, muy verdad. Tiene Ud.<br />
toda la raz6n.<br />
Arlegui se mordi6 10s labios, disimulando una mirada de<br />
rencor.<br />
-Vieja maldita-pensaba-est& de ganas que se muere<br />
por largar la pepa, pero no se atreve. Pero hay quo hacerla<br />
cantar.<br />
P en efecto, poco a poco, la FernBndez, se fu6 tornando m6s<br />
expansiva. La menta le habia soltado la lengua, haci@ndo!e dvi-<br />
dar sus temores. De su boca fueron salienclo todos 10s chisrnes de<br />
la aldea, todas las malEvolas conjeturas e intrigas lagarofias.<br />
Arlegui !a oia con una sonrisa cruel, mordiendo con fuerea eI<br />
cigarrillo, o despedazhndolo entre 10s dedos nerviosos. La ani-
Mercedes Urizar 247<br />
maba a cada.rato, con un afirmativo movimiento de cabeza.<br />
Despc6s dijo :<br />
-Tiene que ser ad no mhs. Per0 que se agarren fuerte. De<br />
mi no se van a burlar tkngalo por seguro.<br />
--Per0 tenga calma don Fernando. Conv6nzase Ud. mismo<br />
por SUE ojos y despu6s piense lo que ha de hacer. Tamhien pue-<br />
den ser habladurfas; ya sabe lo chismosa que es la gente de aquf.<br />
-iAh, claro! Yo ver6 lo que he de hacer. Lo finico que digo<br />
es que les va a costar caro. Bien caro. iCaramba! Por eso es que la<br />
Mercedes est$ tan tiesa. ?- como tiene a la sinveraenza de la<br />
Quecha que le alcahuetea todo. Creian que yo me habfa muerto,<br />
pero se han equivocado. iAh!<br />
Se fu6, poco a poco, exaltando hasta la violencia. En su ros-<br />
tro se advertia m&s la ira que el sufrirniento. La Fernhdez tam-<br />
bi6n se pus0 de pie. Sdbitamente el mareo del trago se le disip6, y<br />
ahora media las consecuencias de lo que podfa ocurrir, a causa de<br />
sus mal6vslos informes.<br />
--Tenga calma, don Fernando, tengn calma. No se olvide<br />
que en este pueblo la gente es muy chismosa. Por eso yo soy ene-<br />
rniga de tener (
245 Lzh Durand<br />
cuartel, bajo la luz agonixante del farol, Crisanto completamente<br />
borracho, discutia con uno de 10s soldados:<br />
-Vaya a acostarse, mi sargento, no sea porfiado.<br />
-No me acuesto, ni me acuesfo. Y vos no me venfs a dar<br />
6rdenes a mi. No se te olvide que soy tu jefe, Crisanto Contrerw,<br />
el roto mirs paco que se ha visto por estas orillas. Y harto perm<br />
Ctarnich,. No apanto pel0 en el lomo, porque el que tiene que<br />
ir preso va no mBs y in0 hay tutia!. . .
-j,Asi es que no vuelves a almorzar?<br />
Junto a 10s vidrios de la galeria, Mercedes se mir6 en un<br />
espejito, que despues guard6 eh el bolsillo de su palet6. En voz<br />
baja, aparentemente alegre, entonaba una canci6n. Despu6s<br />
sacudi6ndose 10s polvos que le quedaron en la pechera, se inclinG<br />
para tomar 10s pantes que estaban sobre una silla. Distraida<br />
pregunt6 :<br />
-j,&u6 me dijistes?<br />
Doiia Lucrecia sentada en su rinc6n habitual, estir6 el hil~<br />
de un ovillo de lana azul, para repetir en seguida:<br />
-Te preguntaba si vuelves a almorzar.<br />
--Yo creo que no pues.. . Porque seguramente las chiquillas<br />
CBspedes no me van a dejar venirme. A lo mejor tienen aIgCln<br />
dmuerzo preparado all& en la montafia. Ya sabes lo carifiosas<br />
que son.<br />
-j,Tias a ir sola?<br />
Sonroj6se, Mercedes. Para disimularlo, se pus0 a sacudirsc<br />
le falda del vestido.<br />
--Clara pues. icon qui& quieres que vaya?<br />
Dofia Lucrecia sonri6 maliciosa. Tratando de no apsrentar<br />
intencidn alguna, repuso.<br />
3
2.50<br />
-iAh, yo no s6 pues! Pero se me ocurre que podia habep<br />
convidado a algin amigo suyo.. .<br />
Mercedes se Eabia vuelto a mirarla sonriendo ahora tristemente.<br />
Tenh las mejillas encendidas y entre 10s labios hhedos,<br />
le brillaban 10s dientes. Su voz fu& suave y carifiosa.<br />
-iMira tonta no mAs! Siempre est& con tus brornas. Y lo<br />
haces de pura envidia, porque harto que lo quieres td tambi6n.<br />
-$ah, eso sf que esth bueno! LPor qu6 lo voy a odiar?<br />
Aunque mis motivos tendria porque le gusta mucho hacerse eI<br />
zorro manco.<br />
Un profundo suspiro se habia escapado del pecho de Mercedes.<br />
Sdbitamente 10s ojos se le humedecieron. Doiia Lucrecis<br />
a su vez se pus0 seria, y miraba con expresibn melanc6lica a traves<br />
de 10s cristales. Mercedes de pronto se acercb para abrmarla,<br />
hasta caer de rodillas hundiendo el rostro en el regazo. Unos so-<br />
Ilozos largos la doblegaron, delatando la pena que Uenaba su<br />
31 ma.<br />
Dofia Lucrecia tarnbi6n conmovjda hasta lss lagrimas<br />
acariciaba la seda negra de su cabellera. Varias veces tratb de<br />
hablarle pero las palabras se le quebraban sin poder salir. Por<br />
fin le dijo:<br />
-No tengas pena, mi hijita. No tengas pena, no hay dolor<br />
que no tenga consuelo en esta vida.<br />
La joven como una nifia chica se sent6 a sus pies, sobre un<br />
cojfn, para seguk llorando en silencio:<br />
--Tanto que me lo digistes td, Queeha-articul6 por fin con<br />
la voz enronquecida. --P no te quise hacer caso, s610 yo tengo la<br />
culpa. 1-0 no m&s. iQu6 distinta seria ahora mi vida si hubiera<br />
oido tus consejos! Mientras que ahora a m&s de mis sufrimientos,<br />
vivir6 sblo para hacer desgraciado a otro ser.<br />
-As? fu6 pues, mi hija querida. For eso ahora no hay miis<br />
que darse Animos y tener conformidad.<br />
Mercedes Ia miraba ahora con una tristeza infinita refleja-<br />
da en su semblante. Despues tomando las manos de su tfa las<br />
scerc6 a sus labios.
fikrcedes Urizar 251<br />
--&uecha, Quechita linda, yo deseo que nos vamos de aqui<br />
este afio. Ya no podr6 vivir e2 este pueblo, en donde nunca<br />
tendre tranquilidad. Vhmonos a donde trL quieras, a donde tii<br />
me digas.<br />
La sefiors la miraba tierna y grave, sin comprender bien<br />
aquel repentino anhelo. Y no pudo retener !a pregunta:<br />
-iY Garcia qu6 ha&?<br />
Xercedes se qued6 silenciosa. El canario lanzaba un claro.<br />
y apasionado gorjeo, como si se sintiera traspasado por Is? tibia<br />
frescura de aquella hermosa mafiana de marzo. El cielo era una<br />
inmensa turquesa, y sobre unos Blamos, en 10s cuales, ya el ote<br />
do que comenzaba, habia puesto una6 salpicaciuras de oro, se<br />
deshaciao unas nubecillas rosadas. Eesde un rinc6n del pequefio<br />
parque se %!a6 una bandada compacta de chiriguas, con un rumor<br />
que fu6 como un si5bito y melodioso aletazo del viento. La joven<br />
ahora con expresibn rendida, habiase reclinado en el brazo<br />
del sill6n ocupado por dofia Lucrecia. Sus ojos tenian una expresi6n<br />
susente que ponia una gracia po6tica en su rostro.. .<br />
Despu6s dijo, lentamente:<br />
-iGarcia? Yo no s6 lo que ha&. Es decir el harh lo que yo<br />
!e diga. Y yo nunca lo dejar6 solo, Quecha. iNuncs! Preferirfa<br />
morir antes de hacerlo. iSi tti supieras c6mo es de grande, c6mo<br />
es de inmenso mi cariflo por 61!<br />
DoEa Lucreci?” tenia un aire preocupado. Con una de sus<br />
manos sobre la cabeza de la joven le hundia 10s dedos entre la cabellera,.<br />
-Per0 mi hija, por Dios! iP que piensas hacer? A1 fin y al<br />
cabo t6 no puedes.. .<br />
Se detuvo sin encontrar la palnbra que atenuara la dureza<br />
de su expresi6n. Pero Mercedes, con lhguida dulzura, le interrumpi6<br />
:<br />
-Ser su amante. Eso es lo que note atreves a decirme, Quecha.<br />
Fero dilo no m&. Neda me duele siempre que sea por 61.<br />
Por 61, por este carifio estoy dispuesta a sufrirlo todo. jTodo,<br />
todo! iOh, si supieras c6mo me ha sabido enamorar! Si supieras
2.52 Luis Cusnnd<br />
qu6 delicadezas, qu6 hondas ternuras ha tenido para ml. I! es un<br />
niiio ante la vida. Un ni5o que se morirfa de desesperacih, si yo<br />
lo abandonara, si le quitara mi carifio. Y no podria, Quecha.<br />
Seria imposible. Tsnto como si me pidieras que sigiiera viviendo<br />
sin respirar. Yo no s6 lo que hare. Lo dnico es que debo qgererio<br />
siempre. Toda mi vida serti para 61.<br />
-2'ero es que no te puedes olvidar por completo de Ia raeh,<br />
?\Tercedes. No puedes olvidar todas las obligaciones qGe tiene In<br />
vida. Fsponerte a tanta cosa triste, quien sabe si hastst el despre-<br />
eio de cuantos nos conocen.<br />
-iY qu6 me importa, a mf el desprecio de 10s demhs, si 61<br />
me qeiere? iPara qu& necpsito yo la sonrisa de 10s demhs sin su<br />
cariiio? ;De qu6 me serviria todo eso, si For acatarlo me estoy<br />
ciando a czda rat0 cien puiialadas en el corazh? LCrees t-ri que<br />
ese es el verdadero sentido de la vida? Crees td que es mBs honra-<br />
do vivir rindiBndole culto a la mentira y a la hipocresis? LCrees<br />
ti3 que es nobleza la de una mujer, matar lentamente a un hom-<br />
bre, sabiendo que la adora, s6lo por aferrarse hip6critamente a las<br />
conveniencias, aunque todo eso lo est6n rechazando nuestros<br />
sentimientos mhs intimos?<br />
-iAv, Mercedes, todo eso es muy bonito, muy hermoso!<br />
Pero si siquiera durara siempre, si no fuera lanpideciendo poco<br />
a POCO hasta concluirse. Yo tambi6n he sido joven y aim no estop<br />
tan vieja, como para no sentir la falta del afecto de un hombre.<br />
Pero todo eso, mi hija se lo lleva el tiempo demasiado pronto..<br />
-i Qui6n sabe!-dij o Mercedes, sofiadora. --Cuesta trabaj o<br />
creer en esc duro porvenir cuando se siente la exzltaci6n de UT:<br />
sentimiento. Pero aunque asi fuera creo que no es posible recha-<br />
zar lo bellc. Claro que todo debe conclilir alguna vea. Ese cana-<br />
rio que esth cantando, un dia se morirh. Mariana esas Eores tan<br />
hermoeas estarhn marchitss. Fero, mientras tanto, &me, ipodemos<br />
dejar de sentir admiracibn por ellas?<br />
--iAh, claro que no! Pero, mi hijft linda, ffjate que tu situs-<br />
ei6n es especial. iCrees td que Fernando se va a a quedsr tan<br />
tranquilo? Parece que no lo conosieras.
Mercedes se habfa incorporado, y abriendo una de Sas ventanas<br />
grit6 hacia el patio:<br />
-iPancho! iEst& listo el caballo?<br />
A travb de la reja se asom6 la cara del mozo, que repuso:<br />
-Hac, rat0 que est6 listo patroncita.<br />
--Bueno, ya voy entonces.<br />
Cerr6 la ventana, y volvi6ndose hacia doiia Lucrecia, contest6<br />
a su reflexih:<br />
--Es que eso no lo voy a dejar as€. Con el permiso tuyo, yo<br />
pedir6 el divorcio. Cierto que asi como es aqui, no me desata de<br />
61, per0 por IO menos %e garantiza que no me molestars.<br />
Habia tomado la huasca, con la eual se golpeaba lentamente<br />
la falda, mientras sus ojos se iban a traves del espacio.<br />
-iFernando, Fernando!-exclam6 despub con la voz ronca<br />
y triste. Si no hubiera de ser injusta contigo, Quecha, muchas<br />
wces he peosado en el bien que me habrias hecho, si doblegando<br />
mi voluntad en esa ocasi6n me hubieras obligado a obedecerte.<br />
jQu6 feliz seria ahora! Per0 a que martirizarnos con eso. Creo que<br />
en la forma como lo recibi, no 1~ quedarhn mhs ganas de volver.<br />
--Quien sabe Mercedes, quien sabe-repuso la sefiora susgirando.<br />
No sE quien le cont6 a Pancho, que esa tarde, despu6s de<br />
venir a hablar contigo, lo vieron entrando en casa de la viuda<br />
Fernhndez. iQu6 cositas le habra contado esa vfbora!<br />
--Pues yo me defeoderhreplic6 en6rgicamente Mercedes.<br />
-Pedir6 ampro a la autoridad si es preciso. iHombre sin<br />
delicadeza! Pudiera tener un poco de verguenza antes de venir a<br />
meterse aqui despuEs de todo lo que hizo. iAh!,. . . me da ira pensar<br />
en que un dia lo quise. Bueno, me voy, Quecha. Nasta luego.<br />
-€Iasta luego, Mercedes. &sf es que no vuelves a almorzar?<br />
-No sE, mira. Casi seguro que no.<br />
-Bueno entonces. De todas maneras yo te guardar6 alguna<br />
cosita. Ah, se me olvidaba decirte pasariis donde la Teresita<br />
Loyola, a avisarle que como a las once va a ir Pancho a buscarla<br />
para que se venga a dmorzar conmigo. No te olvides.<br />
-NO.
Bajo el galpdn, sujeto por las riendas que colgaban de un<br />
garfio, la esperaba el Tordo, su hermoso caballo negro, que era<br />
manso como ninguno para montarlo, per0 al cud, nunca pudo<br />
doblegarse a arrastrar el cochecito. Toda su mansedumbre se<br />
tornaba inquietud entonces. No podia soportar oir el ruido del<br />
eoche tras 61. Eso si que cuando hacia tiempo que no lo ensillaba,<br />
ze ponia demasiado brioso, y en muchas ocasiones, le era precis0<br />
a Mercedes, darle unos cuantos azotes para dominarlo. Bero a1<br />
descender, elln se abrazaba a su cuello, como para pedirle perddn<br />
por su violencia. El Tordo en cambio. no le dabs ninguna impor-<br />
tancia a la cosa. Estregaba con una falta de respeto sin iguai, su<br />
hermosa €rente en 10s brazos de Mercedes, llenhndole el traje con<br />
fa espuma del bocado, que sus fuertes dientes tascaban, como para<br />
disirnular sus energias. En sus grandes ojos, sobre 10s eudes le<br />
cafa un gracioso mechdn, no habia ningiin rencor para su linda<br />
duefia.<br />
Mercedes, siempre antes de montar, lo sacaba del galp6n<br />
para ver si estaba bien limpio. Le gustaba verlo con sus redondas<br />
ancas relucientes, y con el mechdn limpio de ((amores secos~ de<br />
%os cuales se llenaba apenas lo soltaban a1 potrero. Era experta,<br />
ademhs, para apreciar si un caballo estaba bien ensillado.<br />
-0ye Pancho, jno me dijistes que el caballo estabet listo?<br />
-Claro pues, patroncita.<br />
-jSi, no? Mira como esth la cincha de suelta.<br />
--Es que a este caballo le ha dado por hincharse, d tiempo<br />
de ensillado, sefiorita. Ahora despu6s de viejo, esth aprendiendo<br />
mafias.<br />
-Lo mismo que tb.. .<br />
-iEh, yo no pues! Las OestisLs son mafiosas; 10s crktianos<br />
son uidiosos,.<br />
-33ueno entonces por Cidioso, te voy a pegar corn0 al Tor-<br />
do, un par de hua,scazos en la cabeza, para que otra vez ensillev<br />
como es debido.<br />
Pancho que adoraba a Mercedes, de quien decia, que no habia
:tlerredes Urizcmr 2f5<br />
otra patroncita'mhs linda y buena que ella, mir6 al caballo y des-<br />
PLEBS a Mercedes, sin atinar a que se referia.<br />
I-fmta que de pronto llevltndose bs dos manos a la cabeza<br />
exclam6 :<br />
-iSerB mata de arrayttn? Me le habfan olvidado las testeras.<br />
Y abando las manos en actitud de barajar el fustazo, conque<br />
la joven ahora en medio del patio, le amenazaba risueda y jugue-<br />
tona, se disculp6:<br />
--Es que se las iba a cambiar por las granates, patroncita,<br />
y despuCs me lo olvid6. iSerB?<br />
FuB a buscar la cinta iodiana, que adornaba las cabezadas y<br />
que Mercedes misma; arregl6. Despues ech6 las riendas encima:<br />
--jLa encumbro patroncita?<br />
La a1z6 el hombre cogiBndolsl por 10s pies, inientras ella<br />
empinada, se apoyaba en la montura.<br />
--Chis, no pesa nada hoy la patrona. iQu6 no tom6 desa-<br />
yuno?<br />
Hinchhronse las pantorrillas dentro de la tersa suavidad de<br />
3as medias. Un tirante rosado asom6 fugaz ante 10s ojos del horn-<br />
bre que ahora sujetaba a1 caballo de las riendas, mientras ella 68<br />
acomodaba sobre la silla.<br />
--Eueno; hasta luego Pancho.<br />
--Hasta luego, seiiorita.<br />
Era una tibia y hermosa mafiana de sol. El paisaje tenia<br />
ma poetics belleza de 10s frutos y de las hojas maduras que ya<br />
aomienzan a languidecer. Por el camino pasaban algunas carre-<br />
tas cargadas con choclos y matas de porotos, que dejaban una<br />
fragancia a potrero hiimedo en la hora del amanecer. En un cerco<br />
vecino, unas potrancas de cola larga, galopaban en briosa carre-<br />
ra, como si se siotieran atraidas por el Tordo, que estironeaba<br />
el bocado con gaIlarda y viva inquietud. Mercedes lo chist6, acor-<br />
tando las riendas suavemente y goIpehndolo despacito, con el<br />
extremo de la huasca en la tabla del cuello. Unos tiuques mansu-<br />
rrones y desganados, iban volando de una estaca a otra, con un<br />
ahillido desapacible.
Mercedes, despuBs de aquel duke desahcgo, que tndern<br />
con su tfa, iba con el Bnimo m8s tranquilo. Desde el fondo de su<br />
tristeza le nacia una energia nueva, una tranquila conEanza para<br />
afrontar el porvenir. Alegres proyectos le rebullian ahora en la<br />
mente. Se irian de alli, de aquel pequei;,o pueblo que tanto ama-<br />
ba, pero que se le hiciera odioso por las inquietudes que vein,<br />
venir para su amor. Y ella sentia ansias de vivir, de gozar plena-<br />
mente de su juventud y del cariiio de ese hombre, fuente inex-<br />
tinguible donde se calmaria su sed de ventura. Se irizn a una ciu-<br />
dad grande, donde pasarfan mhs desapercibidos. All& tambidn<br />
irEa And&. Con su afecto, ella le ayudaria a busczlr otros<br />
senderos m&s propicios. Le infundiria valor para Iuchar, y a te-<br />
ner confianza en si mismo acompaiihndole en sus desfalleci-<br />
rnientos. Y en tanto se amarian sintiendo la infinita alegria de<br />
saber que la felicidad no era una quirnera. i5Qui6n podia saber<br />
lo que guardaba el porvenir? Era precis0 afrontarlo con fe y op-<br />
timismo.<br />
Y a1 pensar que esa mafiana, iba a encontrar a AndrBs, en<br />
casa de 10s Chspedes, donde pasarian el dia, sinti6 una alegria<br />
inexpresable. Era el comienzo de una existencia nueva, que se<br />
ofrecia como un pdrtico jubiloso, en cuyo umbral quedaran todas<br />
las tristezas y las inquietudes. iQu6 caramba! La vida era siempre<br />
hermosa cuando se llevaba adentro ese divino tesoro de la ju-<br />
ventud, de que hablaba el poeta. Asi la esperanza era tan amable<br />
como la m&s esplendida de las realidades. Dierode deseos de<br />
emprender una loca camera, para llegar pronto donde las CBs-<br />
pedes, mas, una dulzura rec6ndita la retuvo, como si sus suefios<br />
la acariciaran toda entera, o se diera un baa0 de suavidad.<br />
Tan abstraida marchaba, que no advirti6 que un hombre a<br />
pie venfa a su encuentro. Solo a! oir la voz, en la cual habia una<br />
fria amabilidad: la arranc6 shbitamente de su enso2acibn:<br />
-Buenos dias Mercedes.<br />
Di6 la joven un tirit6n sobre la silla, sofrenando bruscamente<br />
al caballo, que di6 un ligero salto de costado. Una sensaci6n rara<br />
de haber quedado desnuda y de sentirse aterida, la envolvi6.
Mercedes Urizar 257<br />
Su cara, en cuyos ojos se reflej6 el asombro, habia palidecido, y<br />
casi repentinamente sinti6 que tras aquel hielo, en su ser, se<br />
desataba una vioknta reaccibn, que se le transformaba en una<br />
ira que nunca sintiera antes. Estaba roja. Detuvo su caballo para<br />
mirar a Fernando, que con una, sonrisa meacla de ironia y de<br />
amabilidad, fijaba sobre ella sus ojos penetrantes.<br />
-Buenos dias replie6 a1 fin Mercedes. --Y casi impaciente<br />
pregunt6: jqu6 desea Ud.?<br />
Temblaba la huasca irnpereeptiblemente en su mano, mien-<br />
tras un anhelar de inquietud, le ajitaba 10s senos. Arlegui, eal-<br />
moso prendi6 un cigarrillo, acercando a su rostro, entre sus ma-<br />
nos ahuecadas, la llama del fbsforo.<br />
-Te extraiiarB que salga a1 camino a hablarte-dijo 61<br />
lentamente-y no vaya a tu casa como debiera ser. iHem! Me<br />
recibistes tan cordialmente el otro dia, que no era como para<br />
sentir entusiasmo de volver. Sin embargo, pensaba hacerlo esta<br />
tarde, si no te encontraba ahora.<br />
Mercedes, en tanto, sentia que una gran tranquilidad, que un<br />
sereno ddminio de si misma, volvia a su espiritu. Le contest6<br />
casi antes de que terminara:<br />
-Bueno y, jqu6 desea?<br />
-iAh, va apurada la seiiora! sonri6 Arlegui nervioso y bur-<br />
16n.<br />
-Si, -contest6 ella con energia-voy apurada, y no veo el<br />
objeto de deternerme aquf, porque no tengo nada que hablar con<br />
Ud. jNada, absolutamente nada! Ni en el camino ni en mi casa.<br />
En ninguna parte.<br />
-Con que nada, jno? Eso todavia tenemos que verlo.<br />
Experiment6 la joven el deseo de dar un azote a su caballo,<br />
y desprenderse de un galope, pero despues pens6 que era mejor<br />
apurar aquel trago amargo, hasta donde fuera preciso. Asi por<br />
lo menos, podria ir hacia el eomienso del fin.<br />
-Si-dijo Mercedes-eso ser& lo finico en que estemos de<br />
acuerdo, de aqui en adelante. En que es necesario arreglar le-<br />
galmente esta situaci6n. Ya habia pensado en pedir amparo a la<br />
17
258<br />
Luis Durand<br />
autoridad, a fin de que por lo nienos me garantice mi derecho a<br />
estar tranquila, y a no ser molestada.<br />
Arlegui, muy pitlido, la miraba con Eria y escrutadora insis-<br />
tencia. Trataba de disimular su nerviosidad, fumando su ciga-<br />
rriklo con largas y repetidas chupadas. Despuih, como quien desea<br />
ofrecer algo sohre Io cual no tiene mayor inter&, le dijo:<br />
--Mira, Mercedes; yo he venido en son de paz a proponerte<br />
que rehagamos nuestra vida. Para probarte la sinceridad de mi<br />
intenci6n: vuelvo a repetir mi oferta y estoy dispuesto a darte<br />
el plazo que me pidas para que reflexiones. Yo olvidar6 todo lo<br />
pasado.<br />
Mereedes le oia golpeando la estribera con la huasca, pero<br />
de pronto sonriendo eon amargura repIic6:<br />
-No se puede pedir mayor generosidad a quien.. .<br />
-2A quih qu6?<br />
-A quien ha sido el m&s feroz de 10s egoistas. iAy! Lo que<br />
me admira es la tranquilidad suya, por no emplear otra palabra<br />
mBs dura, para decir que olvidarh el pasado. iEl pasado! Ese pa-<br />
sado que Ud. sup0 aprovechar bien. No se puede pedir mayor<br />
generosidad, per0 le doy las gracias. Entre Ud. y yo no puede<br />
haber sino olvido. Es lo dnico que puedo pedirle y ofrecerle. Ja-<br />
m&, oigalo bien, jamhs, podr6 volver a vivir con quien se burl6<br />
de mi sin ninguna consideraci6n. $am&! No podre vivir nunca<br />
m8s con un hombre por quien s610 siento.. .<br />
--Cesprecio y udio- dijo Arlegui, tirando el cigarrillo.<br />
-No, nada de eso. E610 kdiferencia. 8iga Cd. su camino sin<br />
ocuparse de mi. k que le vaya bien. Adi6s.<br />
Requiri6 !as riendas, para proseguir su camino, pero Arle-<br />
gui, ahora enardecido, se le interpuso de un salto.<br />
-Es que no te vas a ir asi no rr;hs--!e grit6. De mf no te<br />
quedarits riendo, ni dejitndome plantado con tus aires de reina.<br />
Lo que hay, es que tienes un amante. Que vives pdblicamente con<br />
un hombre, y a pecar de eso te atreves a usar mi apellido. icon-<br />
FBsalo, confiesn que eres una sinvengiienza!<br />
Le hablaba a gritos geeticulando con violentos ademanes,
como un enajenado. En 10s ojos de Mercedes, fulguraba tambi6n<br />
una cdlera inmensa.<br />
-iCanalla!-le dijo-iCanalla! M&s que canalla eres un co-<br />
barde, un bandido que asalta en el camino a una mujer.<br />
-iA una mujer! A una prostituta d5, mejor, a una infame<br />
que se olvida que lleva el nombre de un caballero, para revolcarse<br />
con su amante a vista y paciencia de la perra alcahueta de tu tia.<br />
No eres nada m6s que una. . A ti y a tu amante 10s matar6 como<br />
perros. iLos matarb, 10s matarb! Confibalo, df que tienes un<br />
amante.<br />
En el colmo de la exaltacibn, fren6tico. y desmelenado, ha-<br />
bfa cogido las riendas del caballo, tratando de desmontarla.<br />
Mercedes con 10s ojos brillantes de ICgrimas, aeotaba a su bestia<br />
que trataba de desprenderse alzando las manos y cabeceando fu-<br />
riosamente. Per0 el hombre se colgaba de las riendas, intentando<br />
coger las manos de Mercedes a fin de sacarla de la silla. En-<br />
tonces, enloquecida, le azot6 en la cabeea, con tal violencia que el<br />
hombre se solt6 Ianzhdole las m$s horrenda de las blasfemias,<br />
para dar un salto hacia atrhs lleviindose la mano a1 bolsillo.<br />
-jA ti entonces! iMuere canalla!<br />
FuB uii segundo de claridad, un instante de supremo llamado<br />
a todas sus energias. Mercedes vi6 brillar el arma que tuvo un<br />
destello fatidico en la Ius del sol, y como si en un desfile vertigi-<br />
noso, viera toda su vida y la de lo que amaba corriendo hacia<br />
un despefiadero, a1z6 las riendas del caballo, requiri6ndolo con<br />
desesperada energia, en tal forma que la noble bestia, de un salto<br />
estuvo sobre Arlegui, cogi6ndolo medio a medio con 10s encuen-<br />
tros, mientras el freno como un martillazo azotaba la cara del<br />
hombre.<br />
FuB un encontronazo feroe. Un instante en que Mercedes<br />
como en un vertigo de claridad mental, comprendi6 que aquello<br />
era como un abrazo con la muerte. Y, junto con el estampido del<br />
balazo, que pas6 junto a 10s ofdos de la joven como el ludir fa-<br />
tidico de un alambre, el cuerpo de Arlegui se azot6 en el suelo<br />
con tan fiera rudeza, que en una voltereta tragicbmica, qued6
~<br />
,266<br />
Luis Durand<br />
un instante con 10s pies hacia arriba, para en seguida doblarse<br />
lentamente, hasta quedar de bruces sobre el camino, como un<br />
sac0 que no est& bien lleno y se derrumba de una carreta.<br />
Entonces Mercedes, transida de angustia, pas6 junto a1 cuer-<br />
po de Fernando de cuya frente se escapaba un hilo de sangre,<br />
mientras de su pecho salia un ronco gemido. MAS all&, enterrado<br />
en el espeso terral, asomaba fulgurando a1 SO], el cafi6n del re-<br />
v6lver. Entonces sinti6 una fatiga inmensa, como si 10s brazos se<br />
le cayeran, y le hubieran dado un mazazo en el cerebro. No sup0<br />
si regresaba a la casa o volvia hacia el pueblo. S610 experiment6<br />
el ansia de dejarse caer a1 suelo, y asi hubiera ocurrido si Pancho<br />
que en ese momento iba hacia la Villa a buscar a dofia Teresa,<br />
no la encontrara.<br />
-Patroncita, por la Virgen Santisima, igu6 le pasa!<br />
Ella no pudo responder. Como un niho que siente el ansia<br />
terrible de Ilorar, y no puede, se abraz6 del cuello del hombre,<br />
que la alz6 en sus brazos para depositarla sobre el asiento del<br />
coche y volver apresuradamente hacia la quinta.
DcspuEs del ardiente estio, ebrio de luces, de aromas y de<br />
frutos maduros, el oto50, principe melnncblico cpe canta bn-<br />
ladas de ensuefio entre las frondas, habia llegado a pintar de oro<br />
phlido, 10s Brboles. Una angustia de canciones errantes, Ileva5a<br />
ahora el viento en sus alas. Y en el ambiente flotaSs una dulce<br />
poesia que era como la expresibn nosthlgica, de otros dias mBs<br />
bellos.<br />
Era la media tarde un dia de fines de abril. MAS o menos la<br />
misma 6poca en que un afio atrhs llegara Andr&, a Villa Hermosa,<br />
Habia almorzado en casa de las sefioras Loyola, con don Pedro<br />
Arriagada y su mujer, que por scr doming0 fueron invitados.<br />
Ester estaba niuy orgullosa de su prbxima maternidad, y don<br />
Pedro se sentia tambiEn muy ufano, asegurando que el viajero<br />
habria de ser un hombre. AI fin y a1 cabo 61 mantuvo sienipre<br />
mucha compostura en sm lios amorosos, y a 10s amigos, les decia<br />
en con "anza que le sobraba vitalidad hasta para engendrar<br />
un par de mellizos.<br />
Dofia Teresa lo embromaba.<br />
-A mi me tinea que va a ser chancleta. El bultito ese, no<br />
es como para que venga un hombre.<br />
-AS$? Lo veremos sefiora Teresa, lo veremos. Casi me stre-<br />
veria a apostarle mi cabeza.<br />
.
262<br />
Luis Durnnd<br />
-iBueno! No sea cosa que vamos a quedar en verguenza<br />
despM3.<br />
Ester, que ya sentfa la intima ternura del hijo que palpita-<br />
ba en su entraiia, protest6 con vehemencia:<br />
-Y si es mujer, iquB importarfa? Creo que 10s hijos se quie-<br />
ren lo mismo, ya Sean hombre o mujer. Yo estarE igualmente feliz.<br />
Claro que por Pedro me gustarfa que fuera hombre.<br />
La seiiora Carmela dijo lentamente:<br />
-Los hombres son unos ingratos, Estercita. Apenas ya est&n<br />
grandes se van a buscar otros cariiios. En cambio, la mujer es<br />
m8s de su casa y m&s apegada a la madre.<br />
-Es que cuando llega ese caso, todos se van-interrumpi6<br />
Arriagada-Sean hombres o mujeres. iNo le parece don And&?<br />
Garcia hizo un gesto, sonriendo con aire distrafdo, como de<br />
quien no entiende en consultas de esa especie. Arriagada lo em-<br />
brom6 :<br />
-El amigo Garcia siempre calladito. Ya va estando bueno<br />
que se case, tambiBn.<br />
-iMiren!-protest6 doiia Teresa. -DEjelo asi coni0 est& no<br />
m&s. --Ad vive lo m&s tranquilo. No venga Ud. a aconsejarlo<br />
mal, porque entonces tendria que irse de nuestro lado. Es el hijo<br />
que tenemos. DespuEs que se fu6 Elena.. .<br />
Un sGbito dolor triz6 la voz de la seiiora. Un halo de tristeza<br />
como cuando se abre una puerta y entra el viento, se introdujo<br />
en la estancia.<br />
-Pobre, mi hijita-suspir6 doiia Carmela-asi como era de<br />
buena fuE de desgraciada.<br />
Ester, tambiEn conmovida, dijo entonces:<br />
-No tengan pena. AI fin y a1 cabo ella est& descansando,<br />
de todas las preocupaciones de esta vida.<br />
-Es verdad-apoy6 AndrBs-es verdad. Elena era un<br />
bueno, y si hay algo m&s all& de esta tierra, ella debe estar dis-<br />
frutando de lo mejor. Lo contrario querrfa decir, que la justicia no<br />
existfa aquf, ni en ninguna parte.<br />
-Muy cierto -confirm6 Arriagada. --Per0 no hablemos
263<br />
de cosas tristes, porque es seguro que Dim le habrii otorgado<br />
todas sus mercedes a Elenita. Hablemos de lo presente ahora que<br />
se trataba de que el amigo Garcia, se debia casar, jse han fijado<br />
Uds. que 10s j6venes de Villa Hermosa son bastante poco amigos<br />
del matrimonio?<br />
-sf, pero el m&s diablito cayd-exclam6 dofia Teresa--<br />
porque hay que ver que Jara, habia dejado a unas cuantas chi-<br />
quillas con 10s crespos hechos.<br />
Garcfa, mientras 10s dem&s conversaban se habia quedado<br />
abstraido, fumando con el codo apoyado sobre la mesa, entre-<br />
tenid0 en mirar como 13,s volutas de! hum0 se retorcian en el<br />
&e. Corno siempre pensaba en Mercedes. jQu6 estaria haciendo<br />
en eSOs momentos? En su mente se agitaban en tumulto todos 10s<br />
recuerdos de su amor. Todas sus incidencias. Sentia la ale-<br />
gria de saber que nadie le podria quitar su cariiio. Per0 tarn<br />
bihn la intensa amargura de wtar siempre separado de ella. Vi-<br />
vir preocupado de las apariencias, de estar atcnto a que nadie<br />
pudiera ofenderla con algo en Io cual 61 tuviera la culpa. $?or<br />
que era tan agudo su dolor de amar? iCuiinto le hizo sufrir<br />
aquella violenta incidencia ocurrida entre hlercedes y Ark-<br />
gui! Esos dias sintid nacer en 61, un s6bito y reconcentrado<br />
sentimiento de odio hacia ape1 miserable. Un odio que le enar-<br />
decfa. Un odio que le subia en quemantes oleadas hasta el cere-<br />
bro, y le hacfa tiritar las manos sintiendo el fastidio de no haber<br />
podido castigarlo como se merecia. Obsediado por ese pensa-<br />
miento, lo busc6 por todas partes. Rondaba en las noches por las<br />
calles, con 10s nervios tensos, listo para lanzarse sobre 61, como una<br />
fiera. Fu6 a Temuco a buscarlo, pero por mks que se indag6<br />
no lo pudo eocontrar. Fernando hacia cerca de dos mcses que<br />
se habia hecho humo. TambiBn la policia de epa ciudad, le sigui6<br />
la pista sin poder averiguar su paradero.<br />
Y en tanto ella, la adorada, estuvo tan enferma que a no<br />
mediar su juventud y su rico temperamento de mujer decidida<br />
a veneer el dolor y a tener fe en el futuro, lo hubiera pasado mal.<br />
Una terrible crisis de nervios la tuvo agobiada unos cuantos dine.<br />
.
264<br />
Luis Duraiid<br />
Per0 poco a poco, se fu6 rehaciendo y sentia ahora una especie de<br />
descanso de saber que aquella encrucijada que pudo ser morta1,<br />
habia por lo menos definido una situacih; la de que Arlegui ya<br />
no volveria a prekender que continuaran su vida matrimonial.<br />
No volveria seguramente. Ella estaba dispuesta a defenderse, y<br />
ahora serin la primera en disparar si llegaba el caso.<br />
Per0 Garcia a1 pensar en todo eso, sentfa una inquietud<br />
inexpresable. Cualquier dia aquel bandido la volveria a acechar<br />
y tal vez asesinarla, y entonces, iqu6 serfa de 61? jAh, qu6 imensa<br />
crueldad habia en las gentes que murmuraban salpicando de lo-<br />
do, y p6rfidas insidias a aquellos que se amaban en trance de<br />
dolor y de eterna inquietud! Que Vivian en mundo de sobresal-<br />
tos y obsesiones. A aquellos para quienes cada despedida era un<br />
martirio, y un beso les costaba. un rfo de desesperacih. jQU6<br />
infinita tortura, era amar, a espaldas de todo aquello que la so-<br />
ciedad habia establecido! iPor que la gente sentia tanta inclina-<br />
ci6n a convertirse en lobos despiadados, sin acordarse que mal-<br />
quier dia el amor podria herirles en el medio del corazBn?<br />
iAh, pero tambib era cierta que esa gente carecia de sensi-<br />
bilidad, de afinamiento para comprender el tormento de un<br />
amor que se ahinca como un garfio, como una garra, que no sol-<br />
tar& jambs, o como un torniquete que gira sin tregua, impulsacio<br />
por 10s celos, por las dudas y por todos esos escondidos martirios,<br />
que mantienen 10s nervios tensos y hacen sangrar el corazh!<br />
No quedaba entooces mhs remedio que cobijarse en el ensuefio,<br />
para huir de la realidad aviesa y buscar la otra, la que encendia<br />
el amor y dibujaba filigranas azules dentro del cerebro.<br />
Y no obstante, ique bello era querer a una mujer! Como un<br />
crista1 facetado por 10s m6s fanthsticos colores, todas las visiones<br />
del mundo se embellecian a traves de PU persona. Como las hadas<br />
de las leyendas, devolvia generosamente esa adoracih, con la<br />
fragancia de su cabellera, con el frescor dulce de sus labios, con la<br />
luz chlida y afectuosa de sus ojos. S610 quien estaba sintiendo,<br />
8610 quien estaba vibrando como una cuerda melodiosa, sabia<br />
valorar todo aquel acendrado tesoro de, sentimientos. iQU6 ar-
Afercedes Uvizrrr 26i<br />
monia tan pura sabia verter en el alma de un hombre, la palabra<br />
de una mujer adorada!<br />
Per0 tambiBn el amor en esta forma, tenia fuera del ensuefio<br />
doliente, el tormento fisico. La tortura de pasar a veces muridn-<br />
dose con la ansiedad de un beso. iQu6 intensamente sentia An-<br />
drBs este anhelo! Vivia obsediado por el secret0 encanto de su<br />
cuerpo. Ea sentia coni0 un perfume dulce, como un arroyuelo de<br />
suavidad, como la caricia de petalos frescos, como el aleteo de una<br />
brisa tibia que jugara sobre su pie1 desnuda. Per0 estas sensaciones<br />
se iban ahincando, en una sucesidn infinita de gradaciones que<br />
eran como si su cuerpo se lanzara hacia el vdrtigo, envuelto en<br />
una llamarada que se encendia mhs y mhs. Los petalos eran<br />
entonces, rnarcas de fuego, el arroyuelo de suavidad, rio de lava,<br />
alambre ardiendo retorcido en la carne viva, y la brisa tibia,<br />
oleadas tuniuliuosas, que le causaban una especie de embriaguea<br />
angustiada y frenBtica. iAh, su cuerpo, su dulce cuerpo en donde<br />
se asilaba la esencia divina del amor! El la habia sentido<br />
como un vas0 fresco desbordado de 6leos fragantes, que lo un-<br />
gian de suprema felicidad. Y cuando una mujer venia a calmar<br />
todo ese infierno de retorcidos anhelos, dhndose a un carifio en el<br />
cud estaba la esencia de Dios mismo, 10s imbfkiles, aquellos que<br />
se visten con el burdo ropaje de la vulgaridad, lo llamahan<br />
rnaldad.<br />
Enervado de tanto cavilar, y aprovechando un momento<br />
en que la conversacibn entre 10s Arriagada y las Loyola se hacia<br />
m&s animada e intima, se levant6 para salir al corredor a tornar un<br />
poco de aire. En uno de 10s firboles del jardin, un zorzal lanzaba<br />
unos silbidos cristalinos y melodiosos.<br />
Bentia esa tarde una extraiia inquietud. Lacerado por un<br />
dolor rechndito, que le caia como una gotita de nieve sobre<br />
la sensibilidad, sus pensamientos eran cuerdas sutiles que le<br />
f-teran llenando de vibraciones inquietantes. Y en realidad, den-<br />
tro de lo ocurrido en 10s liltimos dias, no tenia ningtln motivo<br />
para sentirse asi. Por el contrario, debfa ser mhs bien una grata<br />
esperanza la que ncariciara su intimidad. Habia recibido e! dia<br />
*
266 Lzris Dwand<br />
antes una larga y cariiiosa carta de don Casiano, en la cual le<br />
manifestaba que contara como siempre con su apoyo para curt-<br />
lesquier traslado en su empleo, y ahora crela poder hacerle esa<br />
oferta con la absoluta seguridad de cumplirla, pues sus amista-<br />
des en el Ministerio eran mks numerosas, pues 10s Ciiatos)) esos,<br />
seguian siendo muy buena gente. Hortensia en una postdata, le<br />
saludaba cariiiosamente, haciendole algunas bromas sobre las insi-<br />
nuaciones matrimoniales que ella le hiciera en su viaje a Santiago.<br />
Aquella chiquilIa tan hermosa, y con mucho achiche, le seguia<br />
recordando con gran inter& y simpatia. Terminaba deseiindole<br />
que eso de allii, donde El estaba, concluyera pronto y entonces ella<br />
tuviera la satisfaccibn de verlo casada con esa nifia que le hsria<br />
muy feliz.<br />
AndrBs, al recordar las frases de la carta, sonri6 tristemente.<br />
iLa felicidad! iQu6 cosa era? En todo caso, no sblo la ficcibn del<br />
poeta que dice acerca de ella hermosas irrealidades. Era algo<br />
tangible, per0 que no se podia retener y que estaba hecho de<br />
inquietud y de dulzura. Leves y sutiIes pinceIadas en lo sensible<br />
que quedaban en el espiritu como la suavidad de un perfume<br />
o la sonrisa de una mujer. Porque, ipodia llamarse felicidad<br />
esa terrible crueldad de saber que Mercedes lo amaba, en tanto<br />
todo 10s separaba poniendo impalpables murallas de zozobra<br />
entre ellos, que ahora no se atrevian ni siquiera a darse un beso,<br />
pues crefan ver en todas partes el ojo vigilante de la maledicencia?<br />
Y no obstante todo era tan hermoso, enredado con el recuerdo<br />
de ella. Cada incidente de su vida, tenia un matiz seductor y un<br />
soplo de simpatia, pues casi siempre estaba relacionado con Mer-<br />
cedes, que con su presencia embellecia ante sus ojos, todo !a<br />
circundante.<br />
Esa noche, estaba convidado a comer en Colliguay. Lo con-<br />
vid6 Mercedes por la mafiana a1 salir de misa. Se lo dijo en V O ~<br />
baja casi imperceptible, a1 tiempo de despedirse. Andr6s quiso<br />
rehusar per0 bubo en la mirada de ella una dulce luz imperativa,<br />
que hiso morir las palabras en sus labios. Y ahora estaba como una
Merredes Urizar 267<br />
cuerda tensa, esperando con ansiedad, la hora de irse para la<br />
quin ta .<br />
Desde su ventana mir6 hacia la calleja, quieta e igual a1<br />
dia, como la viera a1 llegar. Entre las yerbas que crecian a ambas<br />
orillas de la acequia, picoteaban algunas gallinas. Un cerdo<br />
rojizo, con manchas negras en el cuerpo y las orejas, trituraba<br />
con deleite un hueso. Como si la brisa fuera una fina mall& en<br />
donde se cerniera el or0 de la tarde, una sombra tenue ponia<br />
bajo 10s &-boles una melanc6lica dulcedumbre. Todo estaba absolutamente<br />
igual. En la pared desconchada de la casa del frente,<br />
un cartel que fu6 rojo, ahora incoloro, aleteaba a ratos, como<br />
un phjaro prisionero. En una ventana faltaba un vidrio, y arriba<br />
de la puerta, en el techo, una teja quebrada daba la impresi6n<br />
de estar prbxima a caerse. Y no obstante, habia pasado un aiio<br />
con sus lluvias y ventiscas, sin que tal ocurriera. Asi tambiGn,<br />
la puerta de la estacibn, segufa con sus tablones desclavados, chirriando<br />
desapacible a1 girar sobre sus goznes enmohecidos.<br />
Frente a aquel estatismo de las cosas, Garcia se qued6 pensando<br />
en cu&n distints era la condici6n humana. iCu&ntas cosas,<br />
bellas, alegres o tristes, habian en cambio ocurrido a 10s habitzntes<br />
de la aldea aparible en ese aiio de vivir en ella! Acontecimientos<br />
algunos que habian dejado huellas tan hondas, que imprimian<br />
un rumbo definitivo a una existencia, como en su caso.<br />
Muchas veces se preguntaba en que iria a parar aquel amor tan<br />
intenso, y no divisaba nada en el futuro que aclarara su sentimental<br />
curiosidad. iSeria siempre esa ansiedad de vivir queri6ndola<br />
dolorosamente? La posesidn de la mujer amada no habia<br />
restado el m&s mfnimo prestigio a su ilusibn. Por el contrario, parecia<br />
haberla exornado con nuevos atributos, con una especie de<br />
amarra rec6ndita que lo hacia sentirse m&s unido a ella.<br />
Cantaban a esa hora 10s gallos, en 10s patios vecinos, y su<br />
canto era como una herida de tristeza en ia apacibilidad del<br />
atardecer. Quiso leer y a1 azar, cogi6
268<br />
w<br />
Luis Dumna<br />
dias tenian para 61 un encanto sugestionante, ahora se le fgura-<br />
ron desvafdas e incoloras. jMercedes, Mercedes! Mhgico nombre<br />
que encerraba para 41 todo el sentido de la vida. No podia alejar<br />
su pensamiento de aquel nombre, junto a1 cual se erguia la ado-<br />
rada. iQu6 estaria haciendo en ese momento? iLo recordaria con<br />
el apasionado fervor que lo hacfa 61? Si, seguramente. Tenia<br />
pruebas definitivas para pensarlo asi. Y no obstante, el maiiana<br />
incierto le punzaba en el coraz6n, como la duda a 10s viajeros<br />
extraviados, que siguen una ruta sin saber si en realidad 10s con-<br />
ducirh a su destino.<br />
Se lav6 cuidadosamente, y despu6s con lenta meticulosidad,<br />
fu6 escobillando, su ropa, sus zapatos, su sombrero. Muchas<br />
veces se mir6 en el espejo para ver si habfa en su persona, alg6n<br />
detalle inarm6nico. Despu6s hoje6 largo rat0 aquel librito de<br />
Gyp, que contaba la historia de un niiio, y que tuvo Elena en<br />
sus manos hasta el momento de morirse. iPobre chiquilla! LPor-<br />
qu6 no fu4 ella Mercedes? jAh, la eterna contradicci6n de la vida<br />
que ponia siempre 10s m8s duros tropiezos en el camino hacia la<br />
felicidad!<br />
-Mafiana en la tarde le ir6 a dejar flores,-pens6 dejando<br />
el libro sobre el velador. -Le pedir6 perd6n muchas veces por lo<br />
que involuntariamente la hice sufrir. Su espiritu nos proteger% a<br />
Mercedes y a mi.. .<br />
En la esquina, frente a1 alrnacen de Arriagada, encontr6<br />
a Tito Jara que iba con Nora, hacia el molino en donde 6sta le<br />
ayudaria dicthdole unas planillas, en las cuales estaba mu37<br />
atrasado. Saludaron a Garcia cariiiosamente.<br />
-Per0 qu6 ingrato se ha portado con nosotros-le reproch6<br />
Nora-ipor qu6 no nos va nunca a ver? tA d6nde se mete Ud.<br />
que no se le ve por ninguna parte?<br />
Garcia se disculp6 pretextando nuevas ocupnciones en 1%<br />
escuela. Tito tras de Nora, le cerrb un ojo, hacihndole un mab<br />
cioso visaje.<br />
--icon que muchas ocupaciones, jno?<br />
De la puerttl del molino venia saliendo en ese momento
Javier M6ndex que les cont6 lleno de entusiasmo una curaci6n<br />
sorprendente que habia obtenido, en uno de 10s serenos del mo-<br />
ljno. El hombre estaba enfermo del estbmago y todo le cafa mal,<br />
per0 con unas gotitas de parafioa, a1 dia, estaba completamente<br />
restablecido. Bajo el brazo, Mkndez, llevaba un paquete que mos-<br />
tr6 satisfecho a sus amigos:<br />
-Son dos gallinitas que me acaba de regalar este riato. El<br />
pobre est& tan contento, que no ha encontrado como manifestar-<br />
me su gratitud. Hay que ver tambikn que la mejoria no le alcanza<br />
a costar ni cuarenta ceotavos que fu6 lo que comprb de parafi-<br />
na. Asi e3 que ya saben. Los convido maiiana a una ca-<br />
zuela.<br />
--icon parafina?-le preguntb Nora riendo.<br />
-No pues: a donde va! Per0 a Ud. le roy a recetar unas go-<br />
titas, a no ser que sea el amigo Jara quien las necesite.. .<br />
Se despidieron, comprometikndose a almorzar juntos a1<br />
otro dia. Garcia sigui6 lentamente su camino hacia la casa de<br />
Mercedes que a1 verlo llegar, fu6 a su encuentro hasta la reja de<br />
la entrada.<br />
-iPor que vino tan tarde? Lo estuve esperando desde que<br />
almorzamos, para que hubi6ramos ido a andar hasta 10s
”<br />
290<br />
-Muchas gracias. iY por qu6 se ha puesto tan rogado, para<br />
venir por acft?<br />
-No hay tal. Venqo cada vez que me convidan.<br />
-Si, pero ya no hay necesidad de convidarlo. Sabe Ud. demasiado<br />
bien el camiao.<br />
Wabian cerrado la puerta de la galerfa y adentro el ambiente,<br />
era tan amable y grato, que Garcia experiment6 un delicioso<br />
bienpstar. Un perfume suave, a flores, a yerbas aromftticas y<br />
a todo ese algo indefinible que encierra el calor del hogar. Afuera<br />
el viento gemia entre las rendijas, haciendo oscilar Ientamcnte Ias<br />
copas de 10s ftrboles, ocultando a ratos, la luz del faro1 que habfa<br />
en la puerta del retBn de la policia.<br />
-JPor qu6 no enciendes la luz Mercedes?<br />
-iY para qu6, cuando estamos tan bien asi! iNo es cierto<br />
Garcia?<br />
-De veras-dijo Qste. -No hace ninguna falta.<br />
Asi en la intimidad de ese rinconcito, conversaron despuBs,<br />
recordando aquellos hermosos dias de su paseo a1 sur. Intencionadamente,<br />
Andres y Mercedes, iban nombrando algunos parajes,<br />
que estaban unidos en su recuerdo por un instante de dicha, que<br />
ya evocaban con nostalgia. DespuBs la conversaci6n gir6 hacia 10s<br />
proyectos de ellas que se proponian irse a vivir a Concepci6n,<br />
antes que comenzara la Bpoca de Ias Iluvias. La casa de la quinta,<br />
se la arrendarian a Javier Mendez.<br />
Garcia, las oia con una tristeza indefinible. Aun cuando tenia<br />
casi la absoluta seguridad, de conseguir su traslado a Concepci6n,<br />
experimentaba un vag0 temor que no acertaba a explicarse claramente.<br />
Le parecia que all% el medio lo ahogaria; que en una<br />
ciudad grande, Mercedes, advertiria la insignificancia de su situacibn,<br />
pues la escasez de sus medios bien disimulada aquf, se<br />
haria mfts ostensible all&. La joven por el contrario, hablaba con<br />
optimista entusiasmo de la nueva existencia que Ias aguardab’a.<br />
-iUd. ya renunci6 a su puesto?-le pregunt6 Garcia.<br />
-No, todavia no. Olivares no quiere ni por nada que renuncie.<br />
Per0 yo no estoy dispuesta a seguir m%s. En una ciudad gran-
Mercrdes Uri’zar 271<br />
de como es Concepci6n, creo que no faltarh con que llenar la<br />
vida. iNo te parece, Quecha?<br />
-As€ lo creo-repuso lentamente la seiiora, dejando escapar<br />
un suspiro.<br />
Durante la comida estuvieron casi tristes, como si en el<br />
him0 de 10s tres hubiera una preocup’aci6n que ninguno se<br />
atrevia a exteriorizar. Afuera el viento se habia hecho mhs intenso<br />
y se oia como un rumor hondo entre 10s hrboles del jardin.<br />
-Y Ud., Garcia, ipiensa quedarse aquf siempre?-le pregunt6<br />
de pronto doiia Lucrecia.<br />
AndrBs, cogido de sorpresa, se encendi6 sin saber que contestar.<br />
Pero Mercedes vino en su ayuda, diciendo en son de<br />
broma :<br />
-jC6mo se te ocurre, Quecha! El tambidn se irk a Concepci6n<br />
para estar cerca de sus amigas. NO es verdad, Garcia?<br />
El mozo, permaneci6 en silencio. Un temblor apengs perceptible,<br />
le agitaba las manos. Per fin repuso:<br />
--Me encantaria. Ojalh pudiera hacerlo.<br />
Durante la sobremesa, se quedaron conversando de 10s muchos<br />
trajines que les seria precis0 realizar para movilizarse.<br />
Mercedes, le preguntb:<br />
-Per0 Ud. Garcia nos ayudarh. iNo es cierto?<br />
-jPero claro! No necesitan ni pregunthrmelo.<br />
Los tres se habfan empefiado en darle animaci6n a la charla<br />
aquella noche. Y no obstante, la conversaci6n languidecia a<br />
cada rato, y se sorprendian tan silenciosos como si estuvieran en<br />
misa :<br />
-2Por qu6 no tocas algo, Mercedes?<br />
--LYa.. ._ iVamos a la sala?<br />
Garcia, sentado en una silla, junto a1 piano, se qued6 ensimismado.<br />
Le pareci6 que su corazbn, que su espiritu, que 61, todo<br />
entero, era un cristal, en donde caian con un chasquido melodioso<br />
las notas que la joven arrancaba del teclado. En ese instante<br />
sentia su vida como un suefio duke y triste. iQu6 eterna<br />
era su sed de adorarla! iQu6 infinito su deseo de no moverse de
272<br />
alli! De no experimentar la cruel realidad, de marcharse de esa<br />
casa donde todo le atraia amorosamente. TI las notas seguian<br />
cayendo sobre 61, como caricias armoniosas, dhndole la impresi6n<br />
de que su cuerpo era tambi6n un instrumento tan sensible, que<br />
cada arpegio se le entraba para quedar vibrando en una intima<br />
y suave resonancia.<br />
DespuBs, Mercedes, cant6 en voz tan baja, que era casi un<br />
susurro de suavidad, que se enredaha con aquellos latidos musi-<br />
cales, como argollas de or0 a1 estrellarse sobre un terciopelo.<br />
Era aquella vieja cancibn, aquella canci6n sencilla y vulgar,<br />
per0 a la cual el Auir de su alma, prestaba un encanto tal, que<br />
cada palabra parecia tener un significado rec6ndito y alto a la<br />
vez :<br />
En tu imagen pensando adorado<br />
sorprendi6me tan hermoso suefio.<br />
En tu pecho soii6 dulce duefio<br />
blandamente reclinada estar.. .<br />
Y entonces la sentia dentro de 61, como un vas0 de fino<br />
cristal, fresco, claro’o, en el cual cada vibracidn le hacia recordar,<br />
muchas bellas incidencias de su amor. Cerr6 10s ojos<br />
para verla como en aquella maiiana cuando amanecib dormida<br />
junto a 61. Los encendidos labios entreabiertos, la cabellera negra<br />
extendida sobre la almohada, 10s senos dorados de sol, y junto<br />
a 61, la ventura imponderable de su cuerpo, nardo y resedft, que<br />
despu6s de la divina entrega palpitaba en un ritmo de suavidad.<br />
Sin cftlculos mezquinos, ni falsos pudores, Mercedes daba lo mhs<br />
hermoso de su ser, como un brillante su mejor resplandor a1 ser<br />
tocado por un ray0 de sol. Ayer, su ewrpo, todo envuelto en un<br />
soplo de ensueiio. Hoy, su espiritu sutilizado por la emoci6n.<br />
Sali6 a despedirlo hasta la reja. A1 darle la mano junto a<br />
la sombra protectora de un hrbol prhximo, se atrajeron carifiosamente.<br />
Sus labios, a1 besarle, le dieron la impresi6n de verter sobre<br />
su boca, un pomo de esencias frescas que le produjeron una<br />
rara embriaguez.
-jAmor, mi amor!-le dijo atray6ndola hacia 61, con un<br />
ansia desesperada en que palpitaba todo su sentimiento: --in0<br />
me nbandones nunca!<br />
Ella, con las dos manos !e to1115 la cabeza, y en una caricia<br />
lenta, le dijo entonces:<br />
-No, AndrBs. INunca! Eres mi amor, mi Gnico carifio, mi<br />
niiio bueno.<br />
Y en cada palabra, bajo la tenue lux de las estrellas, un beso<br />
que a1 despedirse, se prolongb, se apret6 estrechbndose hasta<br />
convertirse en un dulce martirio. P ya, en medio del camino, su<br />
voz le sepia acariciando: 0<br />
-Hasta mafiana. jno?<br />
Se march6 coni0 poseido por una enajenaci6n maravillosa<br />
~QuB tesoro de principe oriental, podrfa igualarse a 6ste que llevaba<br />
prendido en lo mbs intimo de la sensibilidad? Tenia la PUrem<br />
del canto de un pbjaro que pia a1 nacer el alba. La, suavidad<br />
perfumada de las violetas cuando se yerguen timidas, bajo el<br />
pblido so! del invierno. Ninguno de 10s pensnmientos que aMan<br />
como chispazos de luz a su cerebro, podfan condensar aquella<br />
deliciosa impresi6n que lo penetraba como una suave claridad,<br />
como una esencia que lo hacia sentirse ingrhvido y experimentar<br />
el deseo de correr o de cantar todo aquello que le rebullfa adentro<br />
como un latido musical.<br />
Sus caricias le dejaban un remanso de calma, de esp<br />
quietud. Eran como un sedante que tenfa la virtud milagrosa de<br />
hacer huir todos 10s temores que le obsediaban a diario. Un vigor<br />
nuevo como un soplo de fresoura lo inundaba, comunicbndole<br />
energias y fe en el porvenir. Era cierto. La vida no entregaba<br />
tan fbcilmente sus halagos, y para doblegarla, acerchndola a 10s<br />
anhelos de cada uno, era precis0 luchar, luchar siempre, hasta<br />
vencer. Y 61, ipor que no habfa de vencer? ;,No tenfa maso el<br />
amor de ella, que seria como la palabra magica que le fuera abri<br />
do todos 10s caminos? Con su amparo todas las dificultades irim<br />
desapareciendo lentamente hasta que sus sueiios, hechos realidad,
274<br />
se transformaran en el amable refugio de su futura existencia en<br />
la forma como 61 la imaginaba.<br />
Caminaba absorto, con todos sus pensamientos recogidos<br />
en su mundo interior, intenso y complicado casi siempre, pro<br />
ahora alumbrado por alegres destellos, que le infundfan valor, y,<br />
hasta deseos de tener la oportunidad de emdear todas SUB adorlrecidas<br />
energfas, en esa luche nue era n. ,is0 afrontar, para con<br />
quistar la felicidad. .Junta2 a 6: la noche lath quedamente, con<br />
leves SUSUITOS. Por el lado del viIIorrio de San Enrique, herfa la<br />
quietud, el lamentoso ulular de un perro. Desde una hondonada<br />
montuosa, llegaba el rumor de 10s grandcs krboles, en donde el<br />
viento entonaba sus baladas de ensueiio 7 misterio. Un olor<br />
a estibrcol fresco, venia desde 10s corrales prdxirnos a1 camino,<br />
en donde dormian 10s ganados.<br />
Per0 Garcia que en otras ocasiones se embriagaba, con todo<br />
aquel olor a campo. ahora no se daba cuenta de nada, e iba como<br />
hundido en un bxtasis. No podia ordenar sus pensamientos ni<br />
dar forma clam a sus proyectos para el porvenir, per0 aquella tristeza<br />
que sintiera todo ese dfa, se le habfa transformado en un<br />
ansia formidable de no detenerse, ni amedrentarse ante ningdn<br />
obsthculo. Todo lo resumfa en Mercedes y su amor; y por el<br />
otro lado, en sus energfas de hombre, para doblegar el destino,<br />
para hacerlo suyo, y entreghrselo a esa mujer, como la dnica<br />
ofrenda de que era capaz su voluntad.<br />
El largo y vibrante relincho de un potrillo que pastabs cerca,<br />
le hizo levantar la cabeza. En el fondo del camino como un<br />
ojo vigilante que acechara a la noche, vefase la luz esquiva de<br />
uno de 10s faroles de la calleja de la Villa, que ocultaban a ratos<br />
las ramas delos hrboles. IT de sdbito como si el tronco de uno de<br />
10s acacios, se partierz en dos y una de esas partes tomara todas<br />
las formas de un ser humano, para avanzar a su encuentro, vi6<br />
que un hombre le cerraba el camino. Casi instanthneamente, SU<br />
instinto en una violenta corazonada le advirti6 el peligro.<br />
-Es 61-pens6-es 61. -Y con 108 nervios tensos apretd 10s
Mevcedes Uriznr 275<br />
pufios. Una vs% incisiva, breve, seca, que le hizo el efecto de un<br />
Iatigaxo en pleno rostro, le interrog6:<br />
--jAndrEs Garcia?<br />
-El mismo. iQu6 se ofrece?<br />
--Yo soy Fernando Arlegui.. .<br />
Pared6 que el hombre !e habfa lanzado las palabras como<br />
piedras que le golipearan el coraz6n. Una injuria soez que era la<br />
provocacih a1 duelo, las rubic6. Andr6s no le vi6 la cara. No<br />
sup0 si era alto o bajo, lo sinti6 mtts bien, como se advierte un<br />
peligro informe, en un trance supremo.<br />
En ese momento pasaba a gran velocidad, y como un mom-<br />
truo negro y frenetico, un tren de carga que embestfa aullando B<br />
la noche. Le pareci6 que el alarido le perforaba el cerebro. Sin-<br />
ti6 que sus dientes se apretaban, que algo como la cola helada,<br />
pringostt y obscura de una sabandija se le enredaba en la cabeza.<br />
1- no sup0 c6mo se sinti6 enlaeado a aquel hombre, que a su vez,<br />
estrech6 a su cuerpo, el anillo duro de unos brazos largos y hue-<br />
sudos. En tanto, palabras entrecortadas e injuriosas encana-<br />
llaban la boca del enemigo, qne trataba de derribarlo, dhdole a1<br />
mismo tiempo furiosas czbezadas.<br />
Pero AndrEs sentia ahora que sus fuerzas se habian multi-<br />
plicado, que a1 aire fresco entraba mejor en su pecho y le hacfa<br />
respirar mejor. Entonces el otro, jadeante, dhdose cuenta de<br />
su impotencia, trat6 de descefiirse, sin conseguirlo, pues ahora<br />
Garcfa apretaba, apretaba a&el cuerpo escurridizo, hasta poder<br />
a1 fin, con un irnpulso violento alaarlo en $10, y arrojarlo rabiosa-<br />
mente al suelo. Di4ronle impnlsos de arrojarse sobre 61) de hacede<br />
aiiicos la cabeza a puntapi6s, de triturarlo, de arrancarle el alma<br />
si fuera posible. Pero la confianza en sus fuerzas, el deseo de cas-<br />
tigarlo sin encanallarse, triunf6 sobre El. Sentiase estremecido<br />
de coraje, de fuerza, de desprecio, por aquel hombre que cerca de<br />
61, se enderezaba lentamente. Con la voz tremula lo requiri6:<br />
---Piirate badulaque, bandi.. .<br />
Pero no alcanz6 a terminar. Dos fogonazos casi simulth-<br />
neos, alumbraron su rostro. En ban momento de suprema angus-
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tia, le pareci6 que una luz enceguecedora se abria frente a SUB<br />
ojos. Que el rostro de Mercedes, que sus pupilas hondns, amorosas<br />
y angustiadas, que sus labios dulces se acercaban a 61. Pero no lo<br />
alcanzaron. Con las dos manos apretadas sobre el pecho por donde<br />
la vida se le wcapaba en dos chorros de sangre, se tambale6 tra-<br />
tando de dar un paso, per0 casi instanthneamente una obscuri-<br />
dad, densa como un abismo lo envolvi6 sin encontrar donde<br />
poner el pie. Entonces abri6 10s brazos buscando en que npoyarse,<br />
hasta caer lentamente, junto a uno de 10s krboles de ese camino,<br />
por donde tantas veces pasara soiiando con la dicha. Cay6 sin<br />
pronunciar una palabra, ni siquiera la queja de su filtimo dolor.<br />
P nadie junto a 61. S61o la noche, seguia latiendo con leves su-<br />
surros.