La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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emperatriz y una de madame de Montesquieu, con el informe que ella había<br />
elevado al monarca de Roma.» Durante la campaña <strong>Napoleón</strong> había seguido muy<br />
de cerca <strong>los</strong> progresos de su hijo, y sobre todo su dentición; ahora, se sintió tan<br />
complacido de recibir las dos cartas que las leyó a Caulaincourt, y al fin preguntó<br />
entusiasmado: «¿No es cierto que tengo una esposa excelente?».<br />
Cuando entró en Prusia, <strong>Napoleón</strong> comenzó a inquietarse otra vez.<br />
Los caricaturistas políticos estaban preparando para la impresión esas siniestras<br />
caricaturas que habrían de llamar la atención de la Guardia que regresaba; una<br />
línea de soldados maltrechos, parecidos a espectros, avanzando penosamente<br />
sobre la nieve, sin armas, y a cierta altura sobre el<strong>los</strong>, en lugar del águila imperial,<br />
un buitre sarnoso. <strong>Napoleón</strong> sabía que se conspiraba para destruirlo. Dijo que <strong>los</strong><br />
prusianos estaban dispuestos a entregarlo a <strong>los</strong> ingleses, y es evidente que evocó<br />
cierta escena de la historia medieval. «Caulaincourt, ¿imagina qué parecería usted<br />
en una jaula de hierro, en la plaza principal de Londres?».<br />
Caulaincourt, un cortesano nato, replicó: «Sire, si eso significara compartir su<br />
suerte, no me quejaría».<br />
«No es cuestión de quejarse, sino de algo que puede suceder en cualquier<br />
momento, y de la figura que usted mostraría en esa jaula, encerrado como un<br />
infortunado negro a quien dejan librado a las moscas, después de untarlo con<br />
miel».<br />
Ante esa tétrica imagen, <strong>Napoleón</strong> comenzó a agitarse con lo que parece haber<br />
sido una risa histérica. Durante un cuarto de hora completo estuvo riendo.<br />
Después, otra vez consciente del peligro real que afrontaba, se serenó. <strong>La</strong> «jaula<br />
de hierro» reaparecería después, en 1815.<br />
Día tras día y noche tras noche continuó el agotador viaje sobre la nieve. Se<br />
detenían únicamente una hora al día. El 14 salieron de la nieve, y <strong>los</strong> patines se<br />
rompieron. <strong>Napoleón</strong> se trasladó a una calesa, y después a un lando. Con estos<br />
vehícu<strong>los</strong> alcanzaron más velocidad. Cruzaron el Rin en barco, y el día 16<br />
desembarcaron en Maguncia. <strong>Napoleón</strong> se sintió muy complacido de pisar<br />
nuevamente suelo francés. Caulaincourt no recordaba haberlo visto nunca tan<br />
animado.<br />
Ese día apareció en el Moniteur el vigésimo noveno Boletín de <strong>Napoleón</strong>. Allí<br />
<strong>Napoleón</strong> no ocultó en absoluto sus terribles pérdidas, aunque atribuyó la culpa al<br />
invierno precoz, y esperó ansiosamente para comprobar cómo se recibía ese texto.<br />
Los franceses, acostumbrados durante catorce años a las victorias, por lo menos en<br />
tierra, se sintieron desconcertados e impresionados. Muchos ya estaban llorando la<br />
pérdida de un hijo, un padre o un marido. Comprendieron que, después de todo.<br />
<strong>Napoleón</strong> no era infalible o invencible. Se conmovió la fe que habían depositado en<br />
él, pero ése fue el límite de su consternación.<br />
Continuaba siendo el emperador y el héroe de <strong>los</strong> franceses, y de un modo o de<br />
otro cuidaría de el<strong>los</strong>.<br />
En el caso de <strong>los</strong> enemigos de <strong>Napoleón</strong> la reacción fue diferente.<br />
Talleyrand comentó: «Es el principio del fin.» En la Curia, en las sacristías de<br />
Italia, en <strong>los</strong> salones de Viena, se observaban sonrisas cómplices, y Lucien<br />
Bonaparte habló por muchos fanáticos como él cuando dijo de <strong>Napoleón</strong>: «No<br />
debemos maldecirlo, pues veo acumularse sobre su cabeza las nubes de la ira<br />
celestial, de la cual brotará inevitablemente el rayo que lo abatirá si persevera en<br />
sus iniquidades».<br />
De nuevo en Francia, <strong>Napoleón</strong> no veía el momento de regresar a París para ver<br />
a su esposa y su hijo, y retomar las riendas del gobierno.<br />
A la luz de una vela estudiaba cada etapa, cada cuarto de etapa, cada cuarto de<br />
hora, cada minuto. Redujo al mínimo cada escala. Tal fue su velocidad que el día<br />
18 el eje delantero del lando se partió, y tuvieron que continuar en un cabriolé<br />
abierto hasta Meaux, donde el maestro de postas les prestó su propia y lenta silla<br />
de dos ruedas. En este vehículo continuaron al galope y atravesaron el Are de<br />
Triomphe du Carrousel —privilegio reservado para <strong>Napoleón</strong>— antes de que <strong>los</strong><br />
centinelas pudiesen detener<strong>los</strong>. Cuando el reloj daba el último cuarto antes de la<br />
Serbelloni, influyente amigo de <strong>Napoleón</strong>, apoyó el nombre de República<br />
Transalpina, «pues todos <strong>los</strong> sentimientos y todas las esperanzas de esta República<br />
ahora están depositados en Francia». <strong>Napoleón</strong> consideró que ese nombre<br />
implicaba excesiva dependencia, y en definitiva eligió la denominación usada por<br />
<strong>los</strong> antiguos romanos: República Cisalpina.<br />
<strong>Napoleón</strong> elaboró su constitución basándose en la de Francia. Todos <strong>los</strong><br />
hombres debían tener <strong>los</strong> mismos derechos. El ejecutivo estaría formado por cinco<br />
directores, y la legislatura por dos cámaras con cuarenta o sesenta ancianos y<br />
ciento veinte jóvenes. <strong>Napoleón</strong> designó a <strong>los</strong> primeros directores y a <strong>los</strong> primeros<br />
miembros de las Cámaras; después, se <strong>los</strong> elegiría por votación. El 29 de junio de<br />
1797 nació la República Cisalpina libre e independiente. En una alocución dirigida al<br />
pueblo.<br />
<strong>Napoleón</strong> definió sus intenciones: «Con el fin de consolidar la libertad y con el<br />
único propósito de promover vuestra felicidad, he ejecutado una tarea que hasta<br />
aquí se había realizado sólo por ambición y amor al poder... Divididos y agobiados<br />
tanto tiempo por la tiranía, no podríais haber conquistado vuestra propia libertad;<br />
abandonados a vuestros recursos durante unos pocos años, no habrá poder sobre<br />
la tierra que tenga fuerza suficiente para arrebatarla de vuestras manos».<br />
<strong>La</strong> República Cisalpina tuvo tanto éxito que <strong>los</strong> ex Estados Papales,<br />
encabezados por Bolonia, solicitaron incorporarse. Con el consentimiento de <strong>los</strong><br />
directores, <strong>Napoleón</strong> lo permitió, y en julio de 1797 esos estados se unieron a<br />
Milán, y de ese modo duplicaron la extensión y la población de la República<br />
Cisalpina.<br />
Genova se encontró aislada entre la Francia republicana y la nueva República<br />
Cisalpina; su gobierno aristocrático comenzó a tambalearse.<br />
<strong>Napoleón</strong> se ocupó especialmente de alentar al pueblo a derribarlo del todo<br />
para terminar con un régimen que durante tres sig<strong>los</strong> había oprimido a Córcega.<br />
Aplaudió cuando <strong>los</strong> genoveses quemaron su Libro d'0ro —una nómina de las<br />
familias cuya sangre era lo bastante azul como para gobernar— y arrojaron al mar<br />
las cenizas. A mediados de 1797 <strong>Napoleón</strong> creó en Genova el segundo de <strong>los</strong><br />
estados italianos que fundó: la República Ligur.Al promover el republicanismo,<br />
<strong>Napoleón</strong> insistió en <strong>los</strong> elementos positivos y constructivos de la nueva estructura,<br />
y trató de sofrenar el prejuicio que a veces acompañaba a las nuevas instituciones.<br />
El 19 de junio de 1797 escribió a <strong>los</strong> genoveses:<br />
Ciudadanos, he sabido con profundo desagrado que la estatua de Andrea Doria<br />
fue derribada en un momento de pasión. Andrea Doria fue un gran marino y<br />
estadista; la aristocracia era la libertad de su tiempo. Europa entera envidia a<br />
vuestra ciudad el magnífico honor de haber sido la cuna de este hombre famoso.<br />
No dudo de que os apresuraréis a restaurar su estatua. Os ruego que inscribáis mi<br />
nombre como contribuyente al pago de <strong>los</strong> gastos.<br />
Nuevamente a finales de 1797 <strong>Napoleón</strong> tuvo que reprender a <strong>los</strong> genoveses:<br />
Excluir a todos <strong>los</strong> nobles de las funciones públicas sería una chocante injusticia;<br />
estaríais haciendo lo que el<strong>los</strong> hicieron otrora... cuando el pueblo de un Estado,<br />
pero sobre todo de un pequeño Estado, se acostumbra a condenar sin escuchar, y a<br />
aplaudir discursos sólo porque son apasionados; cuando llaman virtud a la<br />
exageración y la furia, delitos a la equidad y la moderación, la ruina de ese Estado<br />
está próxima.<br />
De este modo, <strong>Napoleón</strong> no sólo aportó a Italia septentrional <strong>los</strong> principios y las<br />
instituciones de la República Francesa sino que hizo todo lo posible para asegurar<br />
que se aplicasen con moderación.<br />
Entretanto, se desarrollaban las conversaciones de paz en Austria, y <strong>Napoleón</strong>,<br />
que ahora asumía un nuevo papel como diplomático, tenía que defender a sus<br />
nacientes repúblicas en un nuevo escenario, el de las relaciones internacionales. En<br />
Leoben, la posición de <strong>los</strong> directores era que Francia debía conseguir que Austria<br />
cediese a Bélgica, antes posesión austríaca, pero conquistada por Francia en 1795,<br />
y la frontera del Rin. Eran <strong>los</strong> dos elementos esenciales, y a cambio de eso bien