La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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CAPÍTULO VEINTIDÓS<br />
El derrumbe<br />
<strong>Napoleón</strong> comenzó a engordar a <strong>los</strong> treinta y cuatro años, y desde que desposó<br />
a María Luisa tendió a consumir alimentos más nutritivos, y en mayor cantidad.<br />
Hacia 1812 era un hombre bastante grueso, con las mejillas redondas y el vientre<br />
lleno, casi rotundo. Este cambio físico influyó sobre su carácter. Su optimismo se<br />
acentuó; tendió aún más que antes a ver el lado bueno de las cosas. Pero la<br />
obesidad no disminuyó su energía. El día siguiente a su regreso de Moscú trabajó<br />
quince horas, y en el curso de una semana se puso al tanto de todo lo que sucedía,<br />
desde Madrid hasta Dresde. Esta combinación de optimismo y esfuerzo productivo<br />
explica la notable confianza de <strong>Napoleón</strong> en presencia del desastre que él acababa<br />
de protagonizar. Si aquel invierno hubiese mostrado un semblante decaído durante<br />
una ceremonia pública, o incluso se hubiese mostrado nervioso, la Bolsa se habría<br />
derrumbado. Pero <strong>Napoleón</strong> no hizo ninguna de las dos cosas. Demostró confianza<br />
total, y a su vez esta actitud acentuó la confianza de otros. Los parisienses<br />
olvidaron el vigésimo noveno Boletín, y comentaban únicamente el rápido viaje del<br />
emperador. Desde Dresde en cuatro días... ¡extraordinario! A decir verdad, el<br />
hombre era extraordinario. Ya se las arreglaría para corregir la situación.<br />
Por su parte, <strong>Napoleón</strong> tenía el firme propósito de hacerlo. Desde su estudio de<br />
las Tullerías envió un torrente de cartas y órdenes, notables por el cuidado del<br />
detalle que se manifiesta en una enorme diversidad de temas. Exoneró al prefecto<br />
de París por la negligencia que había demostrado en el caso del general Malet;<br />
preparó el presupuesto para 1813, que como de costumbre contempló la situación<br />
de las viudas y <strong>los</strong> huérfanos, y agregó un millón y medio de francos para <strong>los</strong><br />
refugiados lituanos y polacos; ordenó a Joseph que se trasladase a Valladolid; a<br />
Jéróme que vigilase de cerca <strong>los</strong> documentos relacionados con Westfalia; a Caroline<br />
que enviase a Verona cuatro escuadrones de caballería napolitana. Reorganizó la<br />
marina, desde Brest hasta Venecia, en una carta en la que alude por su nombre a<br />
cuarenta y seis barcos; ordenó que se construyese a orillas del Bidasoa una torre<br />
que debía defender la frontera con España; envió veinte mil hombres a Danzig, y<br />
seiscientas mil raciones de harina a Palmanova, en Italia septentrional. Además de<br />
mil y un actos administrativos de este género, <strong>Napoleón</strong> reclutó un ejército<br />
completamente nuevo para sustituir las pérdidas sufridas en Rusia: convocó a filas<br />
a cien mil hombres, compró uniformes, botas, mosquetes y cañones nuevos, y<br />
construyó carros de nuevo modelo ideado por él, más livianos que <strong>los</strong> usuales y<br />
tirados por cuatro cabal<strong>los</strong>.<br />
Cuando dejó a la Grande Armée cerca de Vilna, el 5 de diciembre, <strong>Napoleón</strong><br />
estaba seguro de que <strong>los</strong> rusos se detendrían en su propia frontera. Pero Alejandro,<br />
que había comenzado a manifestar inclinaciones místicas, anunció que Dios lo<br />
había destinado a ser el «libertador de Europa», cruzó el Niemen y entró en el Gran<br />
Ducado. El 30 de diciembre el cuerpo prusiano del general Yorck desertó de la<br />
Grande Armée y se pasó a <strong>los</strong> rusos, hecho éste que obligó a <strong>los</strong> franceses a<br />
retirarse hacia el Vístula. El rey prusiano decidió cooperar con Alejandro para<br />
recuperar el territorio que <strong>Napoleón</strong> le había quitado, y el 17 de marzo de 1813<br />
declaró la guerra a Francia.<br />
enviados al Museo de París, inaugurado poco antes, y allí atrajeron la atención de<br />
multitudes. En 1795 Louis Watteau, sobrino nieto del famoso Antoine, en su<br />
carácter de representante oficial, confiscó por lo menos 382 cuadros de <strong>los</strong><br />
castil<strong>los</strong>, las iglesias y <strong>los</strong> monasterios de Picardía. Carnot no hacía nada fuera de lo<br />
usual cuando escribió el 7 de mayo de 1796 para ordenar a <strong>Napoleón</strong> que remitiese<br />
obras de arte a París, «con el fin de fortalecer y embellecer el reino de la libertad».<br />
<strong>Napoleón</strong> cumplió esas órdenes con exactitud y poniendo atención en la calidad.<br />
Cuando cruzó el Po por Piacenza concertó un tratado con el duque de Parma, y en<br />
él se establecía que por una indemnización convenida permitiría que Fernando<br />
retuviese sin molestia su ducado.<br />
Entre <strong>los</strong> cuadros reclamados por <strong>Napoleón</strong> estaba <strong>La</strong> alborada de Correggio.<br />
Un republicano de mente estrecha podría haber apartado <strong>los</strong> ojos de este<br />
cuadro porque representa a la Madonna y al Niño con <strong>los</strong> santos y, de acuerdo con<br />
Grouvelle, <strong>los</strong> santos habían infligido tanto daño como <strong>los</strong> príncipes. <strong>Napoleón</strong><br />
demostró una visión más amplia. Fernando no deseaba separarse de una obra tan<br />
hermosa, y ofreció a cambio una elevada suma en efectivo, pero <strong>Napoleón</strong> insistió<br />
en el Correggio. «El millón que nos ofrece pronto será gastado —escribió <strong>Napoleón</strong><br />
a <strong>los</strong> directores—, pero la posesión de esta obra maestra en París adornará durante<br />
mucho tiempo la capital, y originará esfuerzos análogos del genio».<br />
<strong>Napoleón</strong> eligió <strong>La</strong> alborada de Correggio por iniciativa propia.Después, contó<br />
con el consejo de expertos. Pero las obras remitidas a París a menudo reflejan <strong>los</strong><br />
gustos del propio <strong>Napoleón</strong>; por ejemplo, el manuscrito de Galileo acerca de las<br />
fortificaciones, y <strong>los</strong> tratados científicos escritos por Leonardo da Vinci. Entre las<br />
obras de arte que envió a Francia están el Concert champetre, de Giorgione, el<br />
dibujo de Rafael para <strong>La</strong> escuela de Atenas y la Madonna de la victoria, de<br />
Mantegna, que conmemora la expedición menos exitosa a Italia de Car<strong>los</strong> VIII en<br />
1495.<br />
Casi todos <strong>los</strong> tratados firmados por <strong>Napoleón</strong> incluían cláusulas acerca de las<br />
obras de arte. Por ejemplo, el Papa tuvo que suministrar cien cuadros, estatuas o<br />
vasos, y <strong>Napoleón</strong> eligió personalmente estatuas de <strong>los</strong> dos precursores<br />
republicanos, Junio Bruto y Marco Bruto. De acuerdo con el escultor suizo Heinrich<br />
Keller, en Roma «<strong>los</strong> cuadros más bel<strong>los</strong> se venden por nada. Cuanto más sagrado<br />
es el tema, más barata es la obra. Marco Antonio está de pie en una cocina, y<br />
aparece con un pesado collar de madera y guantes, el Galo moribundo está<br />
revestido de paja y tosco lienzo hasta <strong>los</strong> pies, y la bella Venus se encuentra<br />
enterrada hasta el pecho en heno». Cuando las obras llegaron a París, <strong>los</strong><br />
directores las pasearon por las calles con un vanidoso cartel: «Grecia las entregó,<br />
Roma las perdió; dos veces cambió su suerte; no volverá a cambiar.» <strong>Napoleón</strong> se<br />
atuvo rigurosamente a <strong>los</strong> límites de sus órdenes. Por ejemplo, en Florencia admiró<br />
la Venus de Medici; dijo al conservador que le habría agradado enviarla a Francia,<br />
pero carecía de autoridad para hacerlo, pues Toscana y Francia estaban en paz, y<br />
de este modo la Venus permaneció donde estaba, en el Pitti. Siempre que podía,<br />
<strong>Napoleón</strong> también trataba de suavizar en lo posible <strong>los</strong> perjuicios de la guerra.<br />
Durante el sitio de Mantua propuso que todos <strong>los</strong> monumentos artísticos de la<br />
ciudad estuviesen protegidos con una bandera convenida. En Milán fue a Santa<br />
María della Grazie para inspeccionar <strong>La</strong> última cena de Leonardo en el refectorio del<br />
convento, y al ver la frágil condición del fresco, instantáneamente tomó papel y<br />
pluma, y apoyando el papel sobre la rodilla escribió una orden de puño y letra en el<br />
sentido de que allí nunca debían alojarse tropas.<br />
Una cosa era llevar cuadros y estatuas de Italia a Francia, y otra muy distinta<br />
determinar qué podía transferirse, fuera de <strong>los</strong> árboles de la libertad, de Francia a<br />
Italia. Pero ante todo, ¿valía la pena transferir algo? ¿Valía la pena ayudar a <strong>los</strong><br />
italianos? Los directores reclamaban hechos, y éstos eran <strong>los</strong> hechos. El noble<br />
italiano era un individuo rico y privilegiado; sólo él podía acceder a <strong>los</strong> altos cargos.<br />
Vivía para las fiestas y <strong>los</strong> bailes de disfraces —incluso gozaba del derecho de<br />
entrar en la casa de un ciudadano cualquiera «apenas se oyeran <strong>los</strong> violines»—.<br />
Jugaba fuerte, mantenía una amante, y cerraba <strong>los</strong> ojos a las infidelidades de su