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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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ansiaba «arrancar de su cuerpo hasta el último retazo de chifón, tus pantuflas,<br />

todo, y después, como en el sueño que te relaté... alzarte y encerrarte,<br />

¡aprisionarte en mi corazón! ¿Por qué no puedo hacerlo? <strong>La</strong>s leyes de la naturaleza<br />

dejan mucho que desear».<br />

Josefina había advertido en París que <strong>Napoleón</strong> tenía un carácter posesivo, pero<br />

estaba tan mal preparada para un sentimiento posesivo de esa intensidad como <strong>los</strong><br />

generales austríacos lo estaban para el juego de la guerra que <strong>Napoleón</strong> utilizaba.<br />

Un acento de alarma puede percibirse en su carta a Thérésia Tallien: «Mi marido no<br />

me ama, me adora. Creo que enloquecerá».<br />

<strong>Napoleón</strong> mostró orgul<strong>los</strong>amente su esposa a <strong>los</strong> italianos. Entre las batallas y<br />

después de las campañas conseguía que ella asistiera a cenas de gala, realizara<br />

giras por las ciudades principales, donde se la agasajaba en la Ópera, y exhibiese<br />

sus innumerables vestidos parisienses en <strong>los</strong> bailes elegante. Pero Josefina no<br />

hablaba italiano como <strong>Napoleón</strong>, y de todos modos juzgaba provincianos a <strong>los</strong><br />

milaneses. Escribió a sus amigos de París que estaba hastiada, y que deseaba<br />

retornar con el<strong>los</strong>.<br />

Durante una de esas tediosas giras, en Genova, Josefina conoció a un pintor de<br />

veinticinco años, un nativo de Toulouse llamado Antoine Gros. Gros poseía la<br />

apostura morena y meridional de Hippolyte Charles; era alumno del famoso David,<br />

y dijo a Josefina que su ambición en la vida era pintar a <strong>Napoleón</strong>. Josefina, a quien<br />

agradaba cumplimentar a <strong>los</strong> jóvenes, sobre todo cuando tenían ardientes ojos<br />

oscuros, invitó a Gros a compartir su carruaje durante el viaje de regreso a Milán.<br />

Allí le presentó a su marido. <strong>Napoleón</strong> también simpatizó con Gros, y aceptó posar<br />

para su propio retrato, y le asignó una habitación en su palacio.<br />

Pero <strong>Napoleón</strong> nunca disponía de tiempo para posar. Estaba ocupado<br />

conduciendo a sus tropas a la batalla —Gros, un niño mimado, no deseaba seguirlo<br />

hasta allá— o reunido con destacados italianos, o dictaba cartas, órdenes y<br />

directivas. Apenas tenía tiempo para sentarse a comer. Josefina le rogó muchas<br />

veces, y sin duda comentó que <strong>los</strong> restantes generales de su ejército ya habían<br />

ordenado pintar sus retratos, pero <strong>Napoleón</strong> contestaba siempre que estaba<br />

demasiado atareado para posar.<br />

Finalmente, Josefina decidió aprovechar el amor que <strong>Napoleón</strong> le profesaba.<br />

Después del almuerzo, a la hora del café en el salón, lo invitó a posar para el<br />

retrato sentado sobre sus rodillas. Como ella había previsto, <strong>Napoleón</strong> aceptó. Gros<br />

tenía preparadas la tela y la paleta, e inmediatamente comenzó a trazar las<br />

primeras líneas del retrato. El segundo y el tercer día, mientras servían el café<br />

después del almuerzo, <strong>Napoleón</strong> se sentó sobre las rodillas de Josefina, inmóvil y<br />

sereno por una vez en sus atareadas veinticuatro horas; gracias a estas sesiones<br />

desusadas Gros pintó el cuadro más famoso de la campaña de Italia: <strong>Napoleón</strong><br />

descubierto, con una bandera en la mano avanzando sobre el puente de Arcóle.<br />

Después de firmar las condiciones preliminares de la paz en Leoben, <strong>Napoleón</strong><br />

pudo gozar de uno de <strong>los</strong> frutos de la victoria: la presencia de <strong>los</strong> suyos. Vivía<br />

entonces en Mombello, cerca de Milán, un palacio de amplios salones embaldosados<br />

e íntimos salones barrocos. Allí <strong>Napoleón</strong> recibió a Joseph, a quien había designado<br />

embajador en Roma con 60.000 francos anuales. Llegaron Lucien y Jéróme y Louis,<br />

quien, con <strong>La</strong>nnes, había sido el primer soldado francés que cruzó el Po, así como<br />

las hermanas de <strong>Napoleón</strong>. Éste disfrutó al prodigar a todos las cosas buenas de la<br />

vida, las mismas que no habían tenido durante <strong>los</strong> últimos años en Córcega.<br />

Recordó incluso a sus hijastros, y envió a Eugéne un reloj de oro y a Hortense otro<br />

de esmalte recamado con finas perlas.<br />

Letizia fue la última en llegar a esta reunión de familia. El primer día de junio,<br />

<strong>Napoleón</strong> salió a caballo para ir al encuentro de su madre, del mismo modo que<br />

había recibido a Josefina un año antes a las puertas de Milán, y allí la multitud<br />

vitoreó a «la madre del libertador de Italia».<br />

Mientras <strong>Napoleón</strong> la abrazaba Letizia murmuró: «Hoy soy la madre más feliz<br />

del mundo.» También para <strong>Napoleón</strong> ese momento adquirió un valor inapreciable;<br />

después de todos <strong>los</strong> peligros que el<strong>los</strong> habían afrontado en Córcega, y de todos <strong>los</strong><br />

Cuando llegó la primavera, las esperanzas de <strong>Napoleón</strong> florecieron al mismo<br />

tiempo que <strong>los</strong> árboles del jardín de las Tullerías. Formuló unas opiniones<br />

optimistas de María Luisa: «Es más inteligente que todos mis ministros»; del rey de<br />

Roma: «Es el más apuesto hijo de Francia»; de Francisco: «Siempre depositaré<br />

mucha confianza en el sentido de familia de mi suegro». En abril, ocho días antes<br />

de salir para el frente, <strong>Napoleón</strong> dijo al architesorero Lebrón: «Con respecto a<br />

Austria, no hay motivos de ansiedad. Existen las relaciones más íntimas entre las<br />

dos cortes».<br />

Hacia finales de abril <strong>Napoleón</strong> se reunió con su ejército en las planicies de<br />

Leipzig, donde <strong>los</strong> campos de centeno y avena lindaban con <strong>los</strong> huertos, entonces<br />

en plena floración. El 2 de mayo, cerca de la aldea de Lützen, <strong>Napoleón</strong> con ciento<br />

diez mil hombres atacó a un ejército rusoprusiano de setenta y tres mil. Durante<br />

veinte años en el campo de batalla nunca se había arriesgado tanto como aquel<br />

día; encabezó personalmente una carga contra Blücher, con la espada<br />

desenvainada, a la cabeza de dieciséis batallones de la Joven Guardia. Conquistó la<br />

victoria en Lützen y empujó al enemigo más allá del Elba, lo siguió, obtuvo una<br />

victoria aún más importante en Bautzen, y expulsó a sus antagonistas al otro lado<br />

del Oder. Sólo la falta de caballería le impidió destruir por completo al ejército<br />

disperso. Pero durante las tres semanas hizo lo que se había propuesto hacer:<br />

obligar a <strong>los</strong> prusianos a retornar a su propio país, y limpiar de invasores a<br />

Alemania.<br />

<strong>Napoleón</strong> había confiado en que Francisco se atendría a su alianza y enviaría a<br />

un ejército contra <strong>los</strong> rusoprusianos; pero Francisco no envió tropas; según afirmó,<br />

todas sus fuerzas habían sido destruidas durante la retirada de Moscú, pero le<br />

aseguró que estaba formando un ejército, porque deseaba mediar entre <strong>Napoleón</strong> y<br />

sus enemigos, y «la voz de un mediador fuerte tendrá más peso que la de uno<br />

débil». <strong>Napoleón</strong> olfateó dificultades y propuso que él y Francisco se reuniesen.<br />

Pero Francisco no mostró mucha disposición en mantener una conversación de<br />

hombre a hombre, o en cumplir las obligaciones del tratado. En cambio, traspasó<br />

todo el asunto a su ministro de Relaciones Exteriores, el conde Clemens Metternich.<br />

Los Metternich eran una familia de la nobleza menor de Coblenza, en la<br />

Renania: es decir alemanes, no austríacos. En 1794 Francia había ocupado la orilla<br />

izquierda del Rin, y <strong>los</strong> franceses se apoderaron de las grandes propiedades de <strong>los</strong><br />

Metternich, entre ellas el famoso viñedo de Johannisberg, y habían liberado a <strong>los</strong><br />

seis mil campesinos «sujetos a la gleba». Esa pérdida personal era el hecho<br />

fundamental de la política de Clemens Metternich. En su condición de noble,<br />

identificaba a la expansión francesa con el jacobinismo: «Robespierre hacía la<br />

guerra a las casas de <strong>los</strong> nobles. <strong>Napoleón</strong> hace la guerra a Europa... Es el mismo<br />

peligro, pero en más amplia escala», y en su carácter de firme creyente en la raza<br />

teutónica, se proponía lograr que <strong>Napoleón</strong> devolviese todo lo que había obtenido<br />

en Europa —incluyendo las propiedades de <strong>los</strong> Metternich— al antiguo Imperio<br />

teutónico.<br />

Cuando <strong>Napoleón</strong> supo que Francisco había decidido esconderse detrás de<br />

Metternich, comprendió que el invierno durante el cual había prodigado atenciones<br />

al emperador austríaco había sido trabajo perdido.<br />

Sin embargo, las lecciones recibidas a lo largo de su propia vida hubieran<br />

debido advertir a <strong>Napoleón</strong>. Se había convertido en amigo íntimo de Alejandro,<br />

pero eso no impidió que Alejandro cediese ante la emperatriz madre, <strong>los</strong> nobles y la<br />

corte; había establecido cierta amistad con Pío y firmado un nuevo Concordato,<br />

pero eso no impidió que Pío cediese a las presiones del cardenal Pacca. Por tercera<br />

vez esperó demasiado de la amistad de un hombre débil. <strong>Napoleón</strong> no era lo<br />

bastante cínico, lo suficiente psicólogo. Creía que en la Europa del siglo XIX, al<br />

igual que en Córcega y en el drama clásico, la amistad, la cálida relación humana<br />

entre un hombre y otro, ese vínculo tan apreciado por él, era una base segura para<br />

la política.<br />

El mediador Metternich comenzó proponiendo un armisticio entre Francia y<br />

Prusia. <strong>Napoleón</strong> aceptó el armisticio, que le daría tiempo para reforzar su

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