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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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caballería. Por su parte, trató de negociar la paz con Prusia y con Rusia, pero<br />

Metternich ya había obtenido la promesa de Federico Guillermo y de Alejandro en el<br />

sentido de que todas las comunicaciones debían pasar por las manos del mediador.<br />

Después, Metternich informó a <strong>Napoleón</strong> de que no podría mediar libremente si no<br />

gozaba de independencia. «¿No sería una buena idea que la alianza [con <strong>Napoleón</strong>]<br />

no se quebrara, pero sí se suspendiera?» A <strong>Napoleón</strong> le desagradaban .<br />

esas sutilezas. «Metternich desea romper. Pues bien, que lo haga. No queremos<br />

que nuestra alianza sea una carga para nuestros amigos.» De modo que Austria<br />

asumió una posición neutral; pero estaba atareada formando un ejército de<br />

doscientos mil hombres. <strong>Napoleón</strong> necesitaba a toda costa mantenerla neutral.<br />

Ofreció Iliria a Metternich a cambio de la neutralidad permanente, pero no obtuvo<br />

respuesta. En junio, <strong>Napoleón</strong> continuó presionando con el fin de que se acelerara<br />

la celebración de conversaciones, pero Metternich estaba muy atareado trabajando<br />

entre bambalinas, y no deseaba fijar fecha. Finalmente, se arregló que se<br />

celebraría un encuentro el 26 de junio. <strong>Napoleón</strong> decidió que el lugar debía ser<br />

Dresde, la más pacífica y bella de las ciudades sajonas, exaltada poco antes por<br />

Herder, que la denominó la Florencia alemana.<br />

<strong>Napoleón</strong> recibió al ministro de Relaciones Exteriores austríaco en la galería del<br />

barroco palacio Marcolini, sobre la orilla del Elba. Cuatro años menor que <strong>Napoleón</strong>,<br />

Metternich era un hombre de mediana estatura, cabel<strong>los</strong> rubios rizados, nariz<br />

aquilina y boca grande; hablaba con tono nasal y su piel mostraba tal suavidad que<br />

inducía a la gente a compararlo con una figura de porcelana. <strong>Napoleón</strong> sabía que<br />

era tan atractivo para las mujeres como Talleyrand —su propia hermana Caroline<br />

había sido una de las amantes de Metternich— y también que era el diplomático<br />

más astuto de Europa, un hombre que, como observó Lord Liverpool, practicaba la<br />

política con «refinamiento y sutileza».<br />

«¡Al fin llegó, Metternich! Bienvenido. Pero si desea la paz, ¿por qué llega tan<br />

tarde? Ya hemos perdido un mes, y su actividad como mediador me perjudica».<br />

Los dos hombres se pasearon por la galería; <strong>Napoleón</strong>, de nuevo dueño del<br />

Imperio, y Metternich, mediador entre <strong>Napoleón</strong> y sus enemigos. Metternich<br />

comenzó con generalidades. Su señor el emperador era un hombre moderado, y lo<br />

único que Austria deseaba era «crear un equilibrio de poder que garantizase la paz<br />

gracias a la acción de un grupo de estados independientes».<br />

«Hable más claramente —dijo <strong>Napoleón</strong>—, y vayamos al grano.<br />

Pero no lo olvide, le ofrecí Iliria con el fin de que permanezca neutral; ¿es<br />

suficiente? Mi ejército puede enfrentarse a <strong>los</strong> rusos y a <strong>los</strong> prusianos; lo único que<br />

pido es su neutralidad».<br />

«Sire, ¿por qué Su Majestad desea luchar solo contra el<strong>los</strong>? ¿Por qué no<br />

duplicar su número? Sire, puede hacerlo; está a su alcance disponer por completo<br />

de nuestro ejército. Sí, la situación ha llegado al punto en que ya no podemos<br />

permanecer neutrales; debemos luchar con usted o contra usted».<br />

<strong>Napoleón</strong> llevó a Metternich a la sala de mapas, y allí, frente a un mapa de<br />

Europa, el ministro austríaco especificó sus demandas: Austria debía conseguir no<br />

sólo Iliria sino el norte de Italia; Rusia se anexionaría Polonia; Prusia recuperaría la<br />

orilla izquierda del Elba, y se disolvería la Confederación del Rin. <strong>Napoleón</strong> apenas<br />

podía creer el testimonio de sus oídos. «¡De modo que ésas son sus condiciones<br />

moderadas! —explotó, arrojando su sombrero al fondo de la habitación—. ¡<strong>La</strong> paz<br />

es sólo el pretexto que usted utiliza para desmembrar el Imperio francés! Se<br />

presume que yo evacuaré mansamente Europa... cuando mis banderas están<br />

flameando sobre el Vístula y el Oder... Sin asestar un golpe, sin siquiera<br />

desenvainar una espada. ¡Austria imagina que yo aceptaré esas condiciones!... Y<br />

pensar que mi suegro lo envía a usted aquí con estas propuestas... ¡Está muy<br />

equivocado si cree que en Francia un trono mutilado puede acoger a su hija y a su<br />

nieto!».<br />

<strong>Napoleón</strong> comenzó a discutir más serenamente las condiciones.<br />

¿Qué tenía este teniente de la baja clase media que atraía a Josefina? Tres<br />

cosas: primero, como ella y a diferencia de <strong>Napoleón</strong>, Hippolyte Charles<br />

demostraba sumo interés por la ropa. Le agradaba el tacto, el corte y el color de<br />

las prendas de vestir, como sucede a muchas mujeres, por sus cualidades<br />

intrínsecas, y le complacía mucho presentarse con el máximo de ostentación con<br />

botas de cuero rojo con borlas, una capa revestida de piel de zorro y recamada de<br />

plata atravesada airosamente sobre el hombro izquierdo. «Viste con tanto gusto...<br />

—observó aprobadora Josefina—. Antes que él, nadie sabía cómo anudar una<br />

corbata».<br />

<strong>La</strong> segunda cualidad que agradaba a Josefina en el teniente Charles era que<br />

conseguía hacerla reír. Si <strong>Napoleón</strong>, aunque a menudo alegre, rara vez bromeaba,<br />

Charles contaba chistes constantemente. Se especializaba en <strong>los</strong> retruécanos, <strong>los</strong><br />

suyos propios o <strong>los</strong> que recogía en <strong>los</strong> teatros parisienses. «UEurope ne respirera<br />

que lorsque 1'Angleterre sera dépitée et la Frunce débarrassée» (Europa volverá a<br />

respirar sólo cuando Inglaterra se desprenda de Pitt y Francia de Barras).<br />

«Buonaparte estsurle Po, ce qui est bien sans Genes» (Buonaparte está actuando<br />

cómodamente sobre el Po —el orinal). Estas bromas, dichas por el apuesto húsar<br />

de la corbata perfectamente anudada, inducían a Josefina a echar hacia atrás la<br />

cabeza y reír complacida.<br />

<strong>La</strong> tercera ventaja del teniente Charles sobre el general Bonaparte era que<br />

disponía de tiempo. En su condición de oficial de Estado Mayor asignado al general<br />

Leclerc, Charles podía encontrar ocasiones para ir a París, y una vez en la ciudad,<br />

pretextos para prolongar su misión o su permiso. Era un oficial de salón, del mismo<br />

modo que Josefina era una dama de salón. A diferencia de <strong>Napoleón</strong>, él no estaba<br />

vigilando siempre el reloj mientras le contaba el último rumor, y <strong>los</strong> chismes más<br />

recientes, al tiempo que admiraba con ojos de conocedor el último vestido de<br />

Josefina. Estaba bellamente conformado, era encantador, y disponía de muchísimo<br />

tiempo para consagrarlo a Josefina. Por lo tanto, no puede sorprender que ella se<br />

enamorase de Hippolyte Charles.<br />

Hacia principios de julio las cartas de <strong>Napoleón</strong> habían llegado a ser tan<br />

apremiantes que Josefina decidió que ya no podía postergar el viaje, sobre todo<br />

porque ahora había logrado arreglar que el teniente Charles viajase con ella en la<br />

misma diligencia. Durante el viaje a Milán, la situación que <strong>Napoleón</strong> había descrito<br />

en Clisson et Eugenio se trasladó a la vida real: un ayudante de campo durmió con<br />

la esposa del jefe.<br />

Por supuesto, <strong>Napoleón</strong> nunca lo supo.<br />

El 13 de julio salió a caballo por las puertas de Milán, y después de varios<br />

meses de separación abrazó a Josefina. En la alegría de recuperarla olvidó su<br />

infelicidad y sus dudas. Comprobó que gozaba de buena salud, pero no estaba<br />

embarazada, y esto lo decepcionó un poco. Aún estaba combatiendo a <strong>los</strong><br />

austríacos, pero consagró a Josefina lo que para él era una proporción inmensa de<br />

tiempo, dos días y dos noches. Apenas partió para unirse al sitio de Mantua,<br />

escribió una descripción de su felicidad: «Hace pocos días pensé que te amaba,<br />

pero desde que te he visto pienso que te amo mil veces más. Desde que te conocí,<br />

te he adorado cada día más, y eso demuestra la falsedad de la máxima de <strong>La</strong><br />

Bruyére: "El amor no llega todo de una vez"».<br />

<strong>Napoleón</strong>, que generalmente lo veía todo, se mostró ciego respecto de <strong>los</strong><br />

sentimientos de Josefina por el teniente Charles. Aunque el húsar continuaba<br />

frecuentando a Josefina, <strong>Napoleón</strong> no prestó atención o no tuvo sospechas a causa<br />

de las expresiones románticas de Charles, quizá porque, como dijo cierta vez:<br />

«Cuando Josefina está cerca, sólo a ella la veo.» Como ella tenía bastante<br />

experiencia del mundo para ocultar sus sentimientos, <strong>Napoleón</strong> pudo gozar de la<br />

presencia de su esposa sin que nada enturbiase su felicidad. Experimentó entonces<br />

un goce concedido a pocos hombres: estaba obteniendo una serie de victorias<br />

extraordinarias y tenía a Josefina en Italia.<br />

Cuando estaba en el campo de batalla. <strong>Napoleón</strong> escribía a Josefina cartas aún<br />

más apasionadas que durante <strong>los</strong> primeros tiempos de su matrimonio. Según decía,

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