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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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según afirmaban, estaba el pueblo francés amante de la paz, y por otra <strong>Napoleón</strong><br />

con sus sueños de conquista.<br />

El<strong>los</strong> luchaban sólo contra el ambicioso <strong>Napoleón</strong>, no contra el pueblo francés.<br />

¿Puede afirmarse que esta acusación era valedera? Josefina no lo creía, y era la<br />

persona que, a juicio del propio <strong>Napoleón</strong>, lo comprendía mejor. Josefina afirmaba<br />

que <strong>Napoleón</strong> carecía de ambición personal. El propio <strong>Napoleón</strong> comentó el tema<br />

con Roederer en marzo de 1804. Estaba hablando de <strong>los</strong> Bonaparte, y entonces<br />

destacó que ninguno de sus hermanos intentaba escalar altos cargos. «Joseph<br />

rehusa todo lo que sea responsabilidad; Lucien se casa..., Louis es un hombre<br />

excelente. Aprovechará la primera oportunidad que se le ofrezca de morir en<br />

acción. Con respecto a mí, carezco de ambición... o si la tengo, es a tal extremo<br />

parte de mi carácter, un factor tan innato que es como la sangre que corre por mis<br />

venas, como el aire que respiro... Nunca necesito luchar para excitar la ambición o<br />

para frenarla; jamás me acicatea; se desplaza al compás de las circunstancias y del<br />

conjunto de mis ideas».<br />

¿Qué quería decir <strong>Napoleón</strong>? Negaba que tuviese ambición personal en el<br />

sentido estricto de la palabra. «¿Yo ambicioso? —dijo cierta vez a Rapp—• ¿Un<br />

hombre ambicioso tiene un vientre como éste?», y se palmeó el estómago con<br />

ambas manos. Pero <strong>Napoleón</strong> reconocía otra cosa, una combinación de ciertas<br />

cualidades físicas y del «conjunto de mis ideas».<br />

Por cualidades físicas aludía a esa energía que le permitía afrontar grandes<br />

trabajos y lo dejaba siempre a punto para abordar tareas nuevas, lo que Talleyrand<br />

tenía en mente cuando afirmó que <strong>Napoleón</strong> era «un cometa»; y el mismo tema<br />

reaparece en la respuesta de <strong>Napoleón</strong> a la broma de Duroc: «Si el cargo estuviese<br />

vacante, haríais lo necesario para convertiros en Dios Padre», a lo cual <strong>Napoleón</strong><br />

replicó: «No, es un callejón sin salida.» Con respecto a lo que <strong>Napoleón</strong> denomina<br />

«el conjunto de mis ideas», según sabemos esas ideas eran <strong>los</strong> principios de la<br />

Revolución.<br />

Aquí llegamos al corazón de la cuestión. Cuando Metternich y otros enemigos<br />

de <strong>Napoleón</strong>, incluso enemigos ingleses como Grenville, acusaban a <strong>Napoleón</strong> de<br />

ambición personal, invariablemente relacionaban ese rasgo con su voluntad<br />

inflexible. Todos se habían sentido impresionados por ese ingrediente del carácter<br />

de <strong>Napoleón</strong>, y les parecía tan difícil explicar esa voluntad que se remitían a<br />

adjetivos que de hecho nada explican, por ejemplo «sobrehumano», «sin<br />

precedentes», «monstruoso». <strong>La</strong> voluntad de <strong>Napoleón</strong> no era nada de todo eso, ni<br />

podría haberlo sido. No era su voluntad lo que impulsaba hacia adelante al pueblo<br />

francés, presuntamente amante de la paz, pues en la historia escrita no existe el<br />

hombre que haya conducido a un pueblo a menos que su paso armonice<br />

perfectamente con el de la gente. <strong>La</strong> inflexibilidad de <strong>Napoleón</strong> nunca pudo haberse<br />

originado en un factor tan débil como la ambición personal; arraigaba en <strong>los</strong><br />

principios de la Revolución. <strong>La</strong> conclusión es que <strong>Napoleón</strong> no era, en medida más<br />

elevada que la mayoría de <strong>los</strong> hombres, ambicioso en sí mismo; pero era muy<br />

ambicioso por lo que se refería a Francia, y condensaba en sí mismo las ambiciones<br />

de treinta millones de franceses.<br />

<strong>La</strong> segunda apreciación de Metternich, cuando <strong>Napoleón</strong> rechazó sus<br />

condiciones de paz, fue que el emperador francés amaba la guerra.<br />

Metternich argüía que, como <strong>Napoleón</strong> no había nacido rey, se veía obligado,<br />

mediante la guerra, a conquistar permanentemente a sus vacilantes subditos.<br />

Como la primera, esta acusación presupone una dicotomía entre <strong>Napoleón</strong> y el<br />

pueblo francés, una división que en realidad no existía. Es cierto que en 1813 el<br />

pueblo francés hubiera preferido la paz. Pero como dice Roederer, deseaban la paz<br />

porque temían que <strong>Napoleón</strong> cayese en combate. También <strong>Napoleón</strong> deseaba la<br />

paz. Cuando Savary, cabeza de <strong>los</strong> partidarios de la paz en París, escribió a<br />

<strong>Napoleón</strong> para exhortarlo a que aceptase las condiciones, <strong>Napoleón</strong> replicó a<br />

Cambacérés, el 18 de junio de 1813, que la carta de Savary lo había herido,<br />

«porque supone que yo no deseo la paz. Sí, deseo la paz... No me gusta el ruido de<br />

sables, la guerra no es mi tarea en la vida, y nadie valora la paz más que yo, pero<br />

CAPÍTULO NUEVE<br />

Los frutos de la victoria.<br />

<strong>Napoleón</strong> era no sólo un general al servicio de la República, era un joven que<br />

acababa de casarse y estaba profundamente enamorado. Tan pronto se incorporó<br />

al Ejército de <strong>los</strong> Alpes, mostró a todos el retrato de su esposa, con una actitud de<br />

ingenuo orgullo. Cuando hacía una pausa en esa campaña vertiginosa, escribía dos<br />

clases de cartas: una a <strong>los</strong> directores, seca y concreta, para reseñar el número de<br />

banderas capturadas, o el nombre de la última ciudad que le había entregado sus<br />

llaves, y otra a Josefina, y en ésta volcaba sus sentimientos.<br />

«En medio de <strong>los</strong> problemas, a la cabeza de las tropas o atravesando <strong>los</strong><br />

campos, sólo mi adorable Josefina está en mi corazón, ocupa mi mente y absorbe<br />

mis pensamientos. Si te abandono con la velocidad de las aguas torrenciales del<br />

Ródano, lo hago para volver a vene más prontamente. Si me levanto a trabajar en<br />

medio de la noche, es para adelantar unos pocos días la llegada de mi dulce amor.»<br />

Al inspirar a <strong>Napoleón</strong>, Josefina fue en derto sentido el corazón de la campaña de<br />

Italia.<br />

<strong>Napoleón</strong> esperó ansioso la primera carta de su esposa. Tardó mucho en llegar<br />

porque Josefina detestaba acercar la pluma al papel. Había descuidado escribir a su<br />

primer marido y la vanidad de Alexandre se había visto lastimada. También tardó<br />

en escribir a <strong>Napoleón</strong>. <strong>La</strong> vanidad de <strong>Napoleón</strong> no sufrió, pero padeció pesares de<br />

otra clase.<br />

«¡Usas conmigo el tratamiento de vos! —explotó <strong>Napoleón</strong> en respuesta a su<br />

primera carta—. ¡Tú serás "vos"! Ah, perversa, cómo pudiste escribir esa carta. Y<br />

además, del 23 al 26 hay cuatro días. ¿Qué estuviste haciendo, puesto que no<br />

escribías a tu marido? Ah, querida mía, ese vos y esos cuatro días me inducen a<br />

lamentar que ya no posea mi antigua indiferencia. Maldición a quien haya podido<br />

ser la causa de esto. ¡Vos! ¡Vos! ¡Qué sucederá dentro de una quincena!».<br />

En una quincena, la situación empeoró. Josefina escribía rara vez, y como no<br />

estaba enamorada de <strong>Napoleón</strong>, sus breves cartas exhibían escaso calor. <strong>Napoleón</strong><br />

se hundía en la cavilación y la inquietud.<br />

«<strong>La</strong> idea de que mi Josefina podía sentirse incómoda, la idea de que tal vez<br />

estaba enferma, y sobre todo, ¡oh cruel!, la terrible idea de que tal vez me ame<br />

menos, angustia mi alma, provoca mi tristeza y mi depresión, y ni siquiera me<br />

aporta el coraje de la furia y la desesperación.» Finalmente, <strong>Napoleón</strong> dijo a<br />

Josefina lo que pensaba de ella. «No llegan tus cartas. Recibo una sólo cada cuatro<br />

días. Si me amases escribirías dos veces por día. Pero tienes que charlar con <strong>los</strong><br />

caballeros visitantes a las diez de la mañana, y después escuchar la conversación<br />

ociosa y las tonterías de un centenar de petimetres hasta la una de la madrugada.<br />

En <strong>los</strong> países que tienen cierta moral todos están en su casa a las diez de la noche.<br />

Pero en esos países la gente escribe a <strong>los</strong> maridos, piensa en el<strong>los</strong>, vive para el<strong>los</strong>.<br />

Adiós, Josefina, para mí eres un monstruo inexplicable.» Pero agregaba: «Te amo<br />

más cada día que pasa. <strong>La</strong> ausencia cura las pequeñas pasiones, pero agrava las<br />

grandes».<br />

Después de derrotar al Piamonte y concertar la paz. <strong>Napoleón</strong> preguntó a <strong>los</strong><br />

directores si estaban dispuestos a permitir que su esposa se reuniese con él.<br />

Accedieron, y <strong>Napoleón</strong> buscó entre sus ayudantes a un hombre apropiado que

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