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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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de mayor a brigadier general en dos meses. <strong>Napoleón</strong> entregó banderas especiales<br />

a batallones que habían combatido con bravura; eran de tafetán de seda, y<br />

ostentaban <strong>los</strong> colores de la República, es decir diagonales azules, blancas y rojas<br />

—pues todavía no se usaba la versión más conocida de la tricolor— con haces en el<br />

centro. En lugar de conceder distinciones honoríficas originadas en guerras<br />

olvidadas, <strong>Napoleón</strong> hizo bordar en la seda <strong>los</strong> honores correspondientes a las<br />

nuevas batallas —Lodi, Arcóle, Rívoli— y una frase esencial extraída de <strong>los</strong><br />

despachos, y que podía excitar la imaginación de <strong>los</strong> hombres; por ejemplo, «El<br />

terrible 57.°, al que nada puede detener».<br />

Otra de las innovaciones de <strong>Napoleón</strong> fue conceder a <strong>los</strong> cien hombres más<br />

valerosos de su ejército espadas adamascadas con esta inscripción: «Entregada en<br />

representación del Directorio ejecutivo de la República Francesa, por el general<br />

Bonaparte al ciudadano...» También se ocupaba especialmente de conmemorar a<br />

<strong>los</strong> valientes caídos, y ordenó que pane del fondo destinado al edificio de la catedral<br />

de Milán fuese utilizado para erigir ocho pirámides que ostentarían <strong>los</strong> nombres de<br />

<strong>los</strong> héroes franceses caídos, agrupados por medias brigadas.<br />

El tercer factor de <strong>los</strong> éxitos de <strong>Napoleón</strong> —y en verdad, había tenido mucha<br />

razón en insistir en ese punto— era la unidad de mando.<br />

Podía utilizar nutridos cuerpos de hombres separados por una distancia de<br />

varios centenares de kilómetros como pane de un mismo plan. Este criterio<br />

también ejercía un efecto favorable sobre la moral. Sus tropas sabían que un solo<br />

hombre controlaba las marchas, <strong>los</strong> suministros y la formación de combate, y que<br />

no serían sacrificados, en un apostadero lejano, a las disputas mezquinas entre<br />

generales que tenían la misma jerarquía.<br />

Con respecto a la táctica de <strong>Napoleón</strong>, comprobamos que utilizaba mucho las<br />

fintas y <strong>los</strong> movimientos de flanqueo. Cierto anochecer, <strong>Napoleón</strong> tropezó con un<br />

desertor enemigo, un veterano capitán del ejército austríaco. Sin revelar su<br />

identidad. <strong>Napoleón</strong> preguntó en italiano cómo estaban las cosas. «Mal —contestó<br />

el austríaco—. Han enviado a un joven loco que ataca a derecha e izquierda, al<br />

frente y la retaguardia. Es un modo intolerable de hacer la guerra.» Si el austríaco<br />

quería decir que <strong>Napoleón</strong> no hacía caso de <strong>los</strong> libros de texto y asestaba golpes<br />

dondequiera que veía un punto débil, estaba en lo cierto. En todas sus batallas<br />

importantes, en Lodi tanto como en Rívoli, <strong>Napoleón</strong> envió una parte de su ejército<br />

para atacar al enemigo por el flanco o la retaguardia. A veces el movimiento de<br />

flanqueo era poco importante: en Arcóle utilizó con ese fin sólo 800 hombres y<br />

cuatro cañones, pero casi invariablemente bastaba para sorprender y desmoralizar.<br />

Los dos factores restantes de <strong>los</strong> éxitos de <strong>Napoleón</strong>, la concentración de fuerza<br />

y la velocidad, están estrechamente relacionados. <strong>Napoleón</strong> podía tener realmente<br />

menos hombres, pero al concentrar<strong>los</strong> contra una sola pane del enemigo, casi<br />

siempre conseguía superioridad numérica en el terreno. Lograba la concentración<br />

de fuegos mediante esas sorprendentes marchas forzadas, miles de kilómetros<br />

hacia el none y el sur de Italia, sobre montañas cubiertas de nieve y llanuras<br />

calcinadas por el sol, de Niza a Verona, de Ancona a Semmering. De ahí la<br />

<strong>observación</strong> de Clarke: «No cuida lo bastante a sus hombres.» Pero la velocidad en<br />

el campo era sólo un aspecto de la velocidad del cuerpo y el cerebro de <strong>Napoleón</strong>,<br />

un rasgo que ya ha sido señalado. <strong>Napoleón</strong> resumió mejor que nadie ese<br />

mecanismo delicadamente equilibrado en una cana a <strong>los</strong> directores: «Si he<br />

conquistado triunfos sobre fuerzas muy superiores a las mías... es porque, seguro<br />

que ustedes confiaban en mí, mis tropas se han desplazado tan velozmente como<br />

mis pensamientos».<br />

la paz debe ser un acuerdo solemne; tiene que ser duradera; y debe guardar cierta<br />

relación con las circunstancias del conjunto de mi Imperio».<br />

Por lo tanto, parece que <strong>Napoleón</strong> deseaba sinceramente la paz, pero no con<br />

carácter incondicional. Lo que él quería era la paz duradera con honor. El honor, y<br />

no la ambición de la guerra, era lo que <strong>Napoleón</strong> apreciaba realmente por encima<br />

de todas las restantes cosas del mundo.<br />

Para él, el honor era como la hoja de una espada, y el amor al honor como un<br />

beso depositado sobre el acero desnudo.<br />

Como ahora era emperador, y <strong>los</strong> franceses se sentían tan impresionados por<br />

su envergadura que se negaban a discutir con él el tema de <strong>los</strong> principios básicos,<br />

<strong>Napoleón</strong> quedó en libertad de cultivar su amor al honor. Afirmó claramente esta<br />

actitud durante el verano de 1813, y sólo tuvo ojos para <strong>los</strong> vivos colores de la<br />

bandera francesa. Pero del otro lado del horizonte se cerníala tormenta. Prusia y<br />

Austria habían aprendido de <strong>los</strong> franceses y mejorado mucho sus ejércitos. Por<br />

ejemplo, <strong>los</strong> austríacos habían abandonado sus largas y molestas polainas, y<br />

marchaban más deprisa; por su parte, un nuevo patriotismo se había encendido en<br />

Prusia, y estaba simbolizado en el equivalente de <strong>La</strong> Marsellesa, es decir, Was ist<br />

das Deutschen Vaterland? de Arndt. Por su parte <strong>los</strong> rusos ardían en deseos de<br />

vengar la destrucción que <strong>Napoleón</strong> les había obligado a infligir a su propio país.<br />

<strong>Napoleón</strong> debió de haber ponderado todos estos factores cuando examinó las<br />

condiciones de paz de Metternich, sin duda humillantes. Tendría que haber<br />

advertido que incluso si obtenía otra gran victoria, eso no bastaría para garantizar<br />

las fronteras del Imperio. El peso del viejo orden era excesivo para él. Había<br />

llegado el momento de celebrar un compromiso. Pero el compromiso era un<br />

concepto incompatible con el honor, y así, aquel día de junio en Dresde, <strong>Napoleón</strong><br />

puso el honor de Francia por delante de <strong>los</strong> intereses de Francia, y comprometió a<br />

su pueblo en una reanudación de la guerra que ya había durado veinte años.<br />

Durante la mayor parte de ese verano <strong>Napoleón</strong> residió en Dresde.<br />

Con la intención de convertir a la ciudad en pivote de las operaciones futuras,<br />

exploró a caballo las colinas circundantes, <strong>los</strong> arroyos, las gargantas y <strong>los</strong><br />

bosquecil<strong>los</strong>. Convocó a <strong>los</strong> jinetes destacados en España, y organizó una caballería<br />

eficaz. Aumentó el número de cañones de 350 a 1.300.<br />

Ahora tenía en el ejército a uno de cada tres franceses aptos, y con el fin de<br />

pagar <strong>los</strong> mosquetes y las municiones envió a París la llave de su fortuna personal:<br />

setenta y cinco millones de francos de oro y plata, almacenados en barrilitos en <strong>los</strong><br />

sótanos de las Tullerías. También ordenó que la Comedie Francaise fuese a Dresde.<br />

«Suscitará una buena impresión en Londres y España; creerán que estamos<br />

divirtiéndonos.» <strong>Napoleón</strong> asistió a representaciones en el invernadero del palacio<br />

Marcolini. Pero ahora que estaba profundamente inmerso en una situación trágica<br />

ya no deseaba ver tragedias. Por primera vez en su vida ordenó que se<br />

representasen comedias ligeras, por ejemplo Secretdu ménage, de Creuzé de<br />

Lesser.<br />

«Al fin sabemos dónde estamos», dijo <strong>Napoleón</strong> cuando Austria declaró la<br />

guerra el 12 de agosto. Los franceses se enfrentaban a tres ejércitos diferentes:<br />

230.000 austríacos mandados por Schwarzenberg en Bohemia; 100.000<br />

rusoprusianos encabezados por Blücher en Silesia; 100.000 suecorrusos bajo el<br />

mando de Bernadotte, príncipe real de Suecia, en Berlín y sus alrededores. Como<br />

disponía de sólo 300.000 hombres contra 430.000, <strong>Napoleón</strong> decidió atacar por<br />

separado a cada uno de <strong>los</strong> ejércitos. Envió a Oudinot contra Bernadotte, y él<br />

mismo salió de Dresde el 15 de agosto, fecha de su cuadragésimo cuarto<br />

cumpleaños, para dirigirse a Silesia. Allí obligó a Blücher a retroceder sobre el río<br />

Katzbach. De pronto, llegó la noticia de que Schwarzenberg, con un potente<br />

ejército, estaba descendiendo de las montañas de Bohemia. <strong>Napoleón</strong> encargó a<br />

Macdonaid que se ocupase de Blücher, volvió deprisa a Dresde, y allí, el día 26 de<br />

agosto, inició una batalla que duró dos jornadas en las que aprovechó bien su<br />

conocimiento detallado del terreno. Durante el segundo día dirigió las operaciones<br />

bajo una lluvia torrencial; hacia el anochecer, de acuerdo con su valet, «parecía

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