La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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que lo hubiesen rescatado del río». <strong>La</strong>s ropas empapadas agravaron la diarrea,<br />
contraída por haber consumido guisado de cordero con exceso de ajo; y en lugar<br />
de perseguir a <strong>los</strong> austríacos hasta las gargantas del Elba, <strong>Napoleón</strong> tuvo que<br />
guardar reposo un día. De todos modos, Dresde fue una victoria importante: con<br />
ciento veinte mil hombres había derrotado a un ejército aliado de ciento setenta<br />
mil. «He capturado veinticinco mil prisioneros —escribió a María Luisa—, treinta<br />
banderas y muchos cañones. Te <strong>los</strong> envío...».<br />
Pero sus generales, en lugar de capturar banderas, las perdían. Oudinot fue<br />
derrotado en Gros-Beeren. Macdonaid por Blücher a orillas del Katzbach,<br />
Vandamme en Kulm. <strong>Napoleón</strong> se arrojó sobre Blücher pero, como escribió a su<br />
ministro de Relaciones Exteriores, «cuando el enemigo supo que yo estaba con el<br />
ejército, huyó con la mayor prisa posible en todas direcciones. No hubo modo de<br />
encontrarlo; apenas disparé uno o dos cañonazos».<br />
Durante gran parte de septiembre <strong>Napoleón</strong> recorrió su extensa línea,<br />
reagrupando, reprendiendo, alentando a sus mariscales, y siempre obligado a<br />
conseguir de una división el trabajo de dos o tres. <strong>La</strong>s circunstancias se volvían<br />
cada vez más contra él. Los reclutas más recientes habían padecido desnutrición en<br />
la infancia, cuando escaseaba el pan, y comenzaban a enfermar por millares.<br />
Cuando <strong>Napoleón</strong> reprochó a Augereau que no mostraba la temeridad que había<br />
sido su característica diecisiete años antes en Castiglione, el mariscal de cincuenta<br />
y seis años replicó: «Sire, seré el Augereau que fui en Castiglione cuando me deis<br />
<strong>los</strong> soldados que entonces tenía».<br />
<strong>Napoleón</strong>, que odiaba la guerra defensiva, concibió a principios de octubre un<br />
nuevo plan: marcharía sobre Berlín, y después de tomarla, invadiría Polonia para<br />
aislar a <strong>los</strong> rusos. Cuando propuso la idea a sus mariscales, Ney, Murat, Berthier y<br />
Macdonaid, éstos se opusieron enérgicamente, y cuando <strong>Napoleón</strong> insistió, se<br />
sumieron en un silencio ominoso. Ciertamente, dadas las circunstancias, era un<br />
plan temerario y aventurado que, si fracasaba, pondría en peligro al ejército<br />
entero.<br />
<strong>Napoleón</strong>, cuyo cuartel general estaba entonces en Düben, permaneció dos<br />
dolorosos días sentado en un sofá, sin prestar atención a <strong>los</strong> despachos que se<br />
apilaban sobre la mesa, dedicado a dibujar distraídamente mayúsculas sobre hojas<br />
de papel, agobiado por la duda, pues no atinaba a determinar si debía ceder a la<br />
sorda rebelión de sus mariscales opuestos a la marcha sobre Berlín. Finalmente, el<br />
14 de octubre, decidió desechar el plan.<br />
Como <strong>los</strong> aliados ya estaban cercándolo, Blücher por el norte, Schwarzenberg<br />
por el sur, con la intención de flanquear Dresde, <strong>Napoleón</strong> ordenó a sus tropas que<br />
retrocediesen unos cien kilómetros hacia el noroeste, en dirección a Leipzig. Allí se<br />
detendría para combatir; ahora estaba en juego nada menos que su Imperio.<br />
<strong>Napoleón</strong> llegó a Leipzig el 14 de octubre. A medida que llegaban nuevos<br />
reclutas. <strong>Napoleón</strong> les entregaba solemnemente sus águilas.<br />
«¡Soldados! Allá está el enemigo. ¿Juráis morir antes que soportar que Francia<br />
sea insultada?» Palabras sencillas, dice un oficial joven, pero a causa de la voz<br />
vibrante de <strong>Napoleón</strong>, de la mirada penetrante y el brazo extendido y enérgico,<br />
palabras que conmovían de un modo indecible.<br />
Y la respuesta era el grito entusiasta: «¡Sí, lo juramos!».<br />
<strong>Napoleón</strong> instaló su cuartel general al sureste de la ciudad, sobre un ligera<br />
elevación llamada Colina del Patíbulo. Se llevó al campo de rastrojo una mesa de<br />
tamaño mediano requisada de una granja, y se le agregó una silla. Cerca ardía un<br />
enorme fuego. El tiempo era tormentoso, de modo que el mapa, con <strong>los</strong> alfileres de<br />
distintos colores, fue clavado a la mesa. <strong>Napoleón</strong> se sentaba únicamente para<br />
examinar el mapa o subrayar algo, pero nunca más de dos minutos. El resto del<br />
tiempo se paseaba de un lado a otro, jugando inquieto con su pañuelo, la caja de<br />
rapé y el catalejo. Berthier siempre estaba al lado del emperador.<br />
«Los ayudantes de campo y <strong>los</strong> oficiales llegaban de diferentes lugares, y <strong>los</strong><br />
llevaba inmediatamente a presencia del emperador. Éste recibía <strong>los</strong> papeles, <strong>los</strong><br />
leía en un instante, y garabateaba unas palabras o contestaba verbalmente en el<br />
Como en Cherasco, las condiciones de <strong>Napoleón</strong> fueron menos duras que lo que<br />
su fuerza militar justificaba, y no precisamente un amigo, sino un enemigo, el<br />
corresponsal de Luis XVIII en Roma, dijo refiriéndose al tratado: «Su Majestad sin<br />
duda se sentirá sorprendida por la moderación de Bonaparte».<br />
<strong>Napoleón</strong> envió el tratado de Tolentino a París el día 19, menos de tres<br />
semanas después de haber comenzado su ofensiva en el sur. Después corrió más<br />
de trescientos kilómetros hacia el norte para preparar las etapas finales de su<br />
campaña. Todavía era invierno, y <strong>los</strong> Alpes y <strong>los</strong> Dolomitas estaban sepultados bajo<br />
la nieve. Pero <strong>Napoleón</strong> no deseaba esperar. Primero envió a Junot al Tirol, para<br />
aislar a <strong>los</strong> 15.000 austríacos destacados allí, y proteger su flanco del ataque del<br />
ejército austríaco del Rin. Después, el 10 de marzo, salió de Bassano al frente de<br />
cuatro divisiones, entró en Austria y en una serie de marchas forzadas avanzó<br />
deprisa hacia la capital. Capturó Leoben el 7 de abril y envió a un grupo avanzado a<br />
Semmering, casi a las puertas de Viena. Ya estaba a 480 kilómetros de Milán, y a<br />
960 kilómetros de París. Jamás un ejército francés había penetrado tan<br />
profundamente en Austria.<br />
<strong>La</strong> corte de Viena fue tomada totalmente por sorpresa. <strong>La</strong>s pocas tropas que le<br />
quedaban se hallaban muy lejos, a orillas del Rin. Viena se encontraba indefensa, y<br />
Francisco II evacuó a sus hijos y <strong>los</strong> envió a Hungría; entre el<strong>los</strong> había una bonita<br />
niña de seis años, que tenía ojos azules y se llamaba María Luisa. Cuando <strong>Napoleón</strong><br />
propuso un armisticio, Francisco no tuvo más remedio que aceptar. Se celebraron<br />
las conversaciones en Leoben, en el castillo de Goss, y también aquí <strong>Napoleón</strong><br />
insistió en la rapidez. Después de sólo cinco días, el 18 de abril, <strong>Napoleón</strong> firmó las<br />
«condiciones preliminares de Leoben», en virtud de las cuales Austria renunciaba al<br />
ducado de Milán y, después de cinco años de guerra contra Francia, se avenía a<br />
concertar la paz.<br />
<strong>Napoleón</strong> había terminado ya lo que se había propuesto hacer. Concluía la<br />
campaña de Italia que había durado trece meses. En un lapso de trece meses<br />
<strong>Napoleón</strong> obtuvo una serie de victorias que dejaban en la sombra todas las<br />
victorias francesas combinadas en Italia durante <strong>los</strong> últimos trescientos años. Con<br />
un ejército que nunca sobrepasó la cifra de 44.000 soldados, <strong>Napoleón</strong> había<br />
derrotado a fuerzas que cuadruplicaban ese número, había vencido en una docena<br />
de batallas importantes, había matado, herido o apresado a 43.000 austríacos y<br />
capturado 170 banderas y 1.100 cañones. ¿Cómo lo había hecho? ¿Cuál era su<br />
secreto?.<br />
<strong>Napoleón</strong> no tenía un solo secreto. <strong>La</strong>s cualidades que concurrieron al éxito de<br />
la campaña en Italia fueron varias, y se trataba de las mismas cualidades que<br />
habrían de distinguir a todas las campañas de <strong>Napoleón</strong>.<br />
Cuando analizamos por qué <strong>Napoleón</strong> ganó batallas en Italia, también<br />
analizamos por qué siempre —o casi siempre— conquistó la victoria en el campo de<br />
batalla.<br />
<strong>La</strong> primera cualidad era la disciplina. Habida cuenta del historial de sus<br />
antecesores, <strong>Napoleón</strong> era un gran partidario de la ley y el orden.<br />
Insistía en que <strong>los</strong> oficiales firmasen un recibo por todo lo que requisaban, así<br />
se tratase de una caja de cerillas o de un saco de harina. Si sus soldados robaban o<br />
dañaban, <strong>Napoleón</strong> ordenaba que pagasen una indemnización. Prohibió el saqueo,<br />
y ordenó que un granadero que había robado un cáliz en <strong>los</strong> Estados Papales fuese<br />
fusilado en presencia del ejército. En una serie de coléricas cartas condenó las<br />
prácticas inescrupu<strong>los</strong>as de <strong>los</strong> proveedores militares, que le enviaban jamelgos<br />
más apropiados para el matadero que para las cargas de caballería, y que le<br />
robaban todo, desde la quinina hasta las vendas. <strong>Napoleón</strong> se mostró implacable<br />
con estos hombres, y cuando uno de el<strong>los</strong> le regaló un hermoso caballo de silla, con<br />
la esperanza de que él cerrara <strong>los</strong> ojos a las defraudaciones, <strong>Napoleón</strong> rugió:<br />
«Arréstenlo. Que lo encarcelen seis meses».<strong>La</strong> contraparte positiva de la disciplina<br />
era la entrega de incentivos para la bravura. <strong>Napoleón</strong> ascendía sólo a <strong>los</strong><br />
valientes, y cuanto más valiente era el oficial, más veloz era el ascenso. Por<br />
ejemplo Murat, un oficial de caballería que no sabía lo que era el miedo, ascendió