La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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Wurmser había cruzado el Brennero y descendía por el valle del río Adigio con<br />
un ejército de 50.000 hombres. En Castiglione <strong>Napoleón</strong> derrotó sucesivamente a<br />
las dos alas. Wurmser lo intentó nuevamente en septiembre, y fue rechazado en<br />
Rovereto y Bassano. Después, dos meses más tarde, un nuevo ejército<br />
austrohúngaro, esta vez a las órdenes deAlvinzi, invadió Italia, y con sus fatigadas<br />
tropas <strong>Napoleón</strong> lo aplastó en Arcóle.<br />
Arcóle, como Lodi, fue una batalla por un puente; allí el caballo que montaba<br />
<strong>Napoleón</strong> fue herido. Enloquecido por la herida, el animal aferró el freno entre <strong>los</strong><br />
dientes, galopó hacia <strong>los</strong> austrohúngaros y se hundió en un pantano. <strong>Napoleón</strong> fue<br />
arrojado, y se vio sumergido hasta <strong>los</strong> hombros en el lodo oscuro del pantano bajo<br />
intenso fuego enemigo.<br />
Supuso que de un momento a otro <strong>los</strong> austríacos cargarían para cortarle la<br />
cabeza y no podía ofrecer resistencia. Pero su hermano Louis había estado<br />
observando, y con otro joven oficial llamado Augusto Marmont se adelantó hacia el<br />
pantano y consiguió rescatar de allí a <strong>Napoleón</strong>, quien opinó que éste había sido<br />
uno de <strong>los</strong> momentos más peligrosos de todas sus batallas.<br />
Entretanto, Barras y sus colegas del Directorio tenían la mirada fija en<br />
<strong>Napoleón</strong>. Les agradó la llegada de cuarenta millones de francos, pero les<br />
inquietaba la tendencia de <strong>Napoleón</strong> a seguir un curso independiente. Primero<br />
había sido el tratado con Piamonte, que les pareció excesivamente moderado;<br />
después su actitud enérgica en el asunto de Kellermann; y ahora había informes de<br />
acuerdo con <strong>los</strong> cuales estaba desairando a Saliceti y Garrau, representantes de <strong>los</strong><br />
directores.<br />
<strong>Napoleón</strong> había negado que él fuese «ambicioso» —esa palabra tan odiosa—<br />
pero ¿hasta qué punto era sincera esa negativa? Tal vez fuera necesario arrestarlo<br />
por «ambición» política, como había sucedido con dos comandantes anteriores del<br />
mismo ejército. Decidieron enviar a un general de probada fidelidad para investigar<br />
la situación. Oficialmente su misión era concertar un armisticio, en realidad, tenía<br />
orden de vigilar a <strong>Napoleón</strong>.<br />
Henry Clarke, de treinta y un años, era un honesto general de oficina de<br />
ascendencia irlandesa, con cara de luna, rizos y doble papada.<br />
Llegó al cuartel general de <strong>Napoleón</strong> en noviembre y con mirada astuta<br />
comenzó a recoger notas.<br />
Comprobó que Berthier tenía elevadas normas morales y que no le interesaba<br />
la política; Massena era valeroso, pero se preocupaba poco por la disciplina y se<br />
mostraba «muy aficionado al dinero». Con respecto a <strong>Napoleón</strong>, Clarke ofreció esta<br />
imagen: «Demacrado, delgado, la piel pegada a <strong>los</strong> huesos, <strong>los</strong> ojos brillantes de<br />
fiebre.» Había estado enfermo después del aprieto en que se encontró en Arcóle.<br />
Durante nueve días Clarke observó discretamente al comandante en jefe, y<br />
después envió el siguiente informe:<br />
En Italia lo temen, lo aman y lo respetan. Creo que es fiel a la República y que<br />
carece de ambiciones, salvo la de conservar la reputación que ha ganado. Es un<br />
error creer que se trata de un hombre de partido. No pertenece ni a <strong>los</strong> realistas,<br />
que lo calumnian, ni a <strong>los</strong> anarquistas, que le desagradan. Tiene una sola guía: la<br />
Constitución... Pero el general Bonaparte no carece de defectos. No cuida bastante<br />
a sus hombres... A veces se muestra duro, impaciente, brusco o imperioso. A<br />
menudo exige cosas difíciles en un tono demasiado apremiante. No se ha mostrado<br />
demasiado respetuoso con <strong>los</strong> comisionados oficiales. Cuando le reproché su<br />
actitud, replicó que no podía tratar de otro modo a hombres que eran despreciados<br />
universalmente por su inmoralidad y su incapacidad.<br />
Lo que <strong>Napoleón</strong> tenía presente era que Saliceti saqueaba implacablemente las<br />
iglesias y vendía en las calles, por cuenta propia, <strong>los</strong> cálices y <strong>los</strong> copones que<br />
contenían hostias consagradas. Era un mal ejemplo en momentos en que <strong>Napoleón</strong><br />
hacía todo lo posible para reprimir incluso el saqueo de escasa importancia. Clarke<br />
reconoció que la actitud de <strong>Napoleón</strong> frente a <strong>los</strong> comisionados estaba justificada,<br />
pues agregaba:<br />
Inglaterra incluso estaba creando prensas accionadas por vapor, y en 1814 The<br />
Times se imprimiría mediante la energía generada por el vapor.<br />
En este como en tantos otros campos de la industria <strong>los</strong> ingleses llevaban<br />
varias décadas de ventaja al resto del mundo.<br />
Con la esperanza de derrotar a Inglaterra, <strong>Napoleón</strong> había impuesto en 1806 un<br />
embargo riguroso a <strong>los</strong> artícu<strong>los</strong> ingleses o a <strong>los</strong> que se transportaban en naves<br />
inglesas. De este modo, impidió que <strong>los</strong> alemanes y <strong>los</strong> italianos, <strong>los</strong> holandeses y<br />
<strong>los</strong> suizos, comprasen no sólo café y azúcar sino también muchos artícu<strong>los</strong> ingleses<br />
excelentes y baratos: lanas, algodones, tijeras, vajilla y máquinas de todo tipo.<br />
Pero por su parte no podía suministrar lo que impedía vender a <strong>los</strong> ingleses. <strong>La</strong><br />
«primera nación europea» no estaba en condiciones de suministrar estos<br />
productos.<br />
<strong>Napoleón</strong> trató de corregir la situación subsidiando y fomentando la industria<br />
francesa, pero el retraso tecnológico era demasiado grave y había durado<br />
demasiado tiempo —ya se había manifestado incluso durante la Guerra de <strong>los</strong> Cien<br />
Años—, de manera que no era posible corregirlo parcialmente. Hubiera podido<br />
equilibrarse la situación sólo consagrando esfuerzos mucho mayores a la enseñanza<br />
de la ciencia en las escuelas, y éste fue un cambio que <strong>Napoleón</strong> nunca contempló.<br />
Con respecto al descontento en el seno del Imperio, <strong>Napoleón</strong> lo despreciaba.<br />
Entendía que <strong>los</strong> sacrificios económicos eran un precio reducido que se pagaba por<br />
la igualdad y <strong>los</strong> derechos del hombre. Él, que pensaba siempre con referencia al<br />
honor, creía que <strong>los</strong> otros debían pensar en <strong>los</strong> mismos términos. Tal cosa no era<br />
cierta. <strong>La</strong> gente común y corriente del Imperio pensaba en su propia comodidad y<br />
en las atractivas novedades que podían obtenerse en las tiendas. Nuevamente<br />
<strong>Napoleón</strong> no atinó a afrontar la reacción inesperada. Resumió la situación entera en<br />
una de sus frases más retóricas. «¡Cuando pienso que por una taza de café, con<br />
más o menos azúcar, frenaron la mano que se disponía a libertar al mundo!» El<br />
nuevo patriotismo y el descontento económico produjeron sus efectos. Uno por uno<br />
<strong>los</strong> estados de la Confederación abandonaron a <strong>Napoleón</strong>: Badén, Baviera, Berg,<br />
Francfort, Hesse, Westfalia y Württemberg. Amsterdam inició la rebelión, y pronto<br />
Holanda entera se arrojó a <strong>los</strong> brazos del príncipe de Orange. Fouché se vio<br />
obligado a salir de Iliria; Italia, al norte del Adigio, pasó a manos de <strong>los</strong> austríacos,<br />
y Caroline Murat ya había convencido a su marido de que aceptara la propuesta de<br />
Metternich, abandonase a un <strong>Napoleón</strong> condenado y crease para sí mismo un reino<br />
italiano independiente. Si las repúblicas hermanas se hubiesen mantenido firmes,<br />
<strong>Napoleón</strong> habría podido defender una posición fuerte, pero después de Leipzig se<br />
derrumbaron de un modo imprevistamente súbito. Cuando atravesó el Rin de<br />
camino a París, <strong>Napoleón</strong> descubrió que era un emperador sin Imperio.<br />
El año que había comenzado tan auspiciosamente terminó de un modo<br />
lamentable. Los enemigos de <strong>Napoleón</strong> se sentían exultantes.<br />
Veían por doquier la mano de Dios. Al llegar a Renania, Metternich confió a un<br />
corresponsal: «He venido a Francfort como el Mesías para liberar a <strong>los</strong> pecadores;<br />
me he convertido en una suerte de fuerza moral en Alemania y quizás incluso en<br />
Europa.» En París, Talleyrand, cómplice a sueldo de Metternich, informó a madame<br />
de <strong>La</strong> Tour du Pin que <strong>Napoleón</strong> estaba acabado. «¿Qué quiere decir acabado?»,<br />
preguntó la dama. «Ya no tiene con qué luchar —dijo Talleyrand—. Está agotado.<br />
Se arrastrará para ocultarse bajo una cama».