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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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CAPÍTULO VEINTITRÉS<br />

<strong>La</strong> abdicación<br />

<strong>Napoleón</strong> regresó a Saint-Cloud el 10 de noviembre, e inmediatamente pidió<br />

300.000 hombres a la legislatura. Uno de <strong>los</strong> miembros objetó la frase «las<br />

fronteras invadidas» en el preámbulo del senadoconsulto, porque era probable que<br />

provocase alarma. «En este caso es mejor decir la verdad —replicó <strong>Napoleón</strong>—.<br />

¿Acaso Wellington no ha entrado por el sur y <strong>los</strong> rusos por el norte? ¿Los austríacos<br />

no nos amenazan por el este?» En adelante, la guerra se libraría en territorio<br />

francés; lo que <strong>Napoleón</strong> denominaba «el suelo sagrado».<br />

Precisamente cuando necesitaba todo el apoyo posible, <strong>Napoleón</strong> afrontó<br />

dificultades con sus hermanos. Jetóme cedió Westfalia sin luchar, y después se<br />

compró un espléndido castillo en Francia. «Anule la venta —dijo <strong>Napoleón</strong> a<br />

Cambacérés—. Me impresiona que cuando todos <strong>los</strong> ciudadanos están<br />

sacrificándose por la defensa de su país, un rey que está perdiendo su trono<br />

demuestre tan escaso tacto que elija ese momento para adquirir propiedades.»<br />

También Louis creó dificultades a <strong>Napoleón</strong>. En 1810, cuando «el buen rey Louis»<br />

fue apartado del trono holandés por <strong>Napoleón</strong>, en un acto de irritación escribió a<br />

Francisco pidiéndole ayuda para recuperar su reino. Austria publicó las cartas<br />

petulantes de Louis, y el propio Louis entró en Francia desde Suiza vistiendo un<br />

uniforme holandés y afirmando que era el verdadero rey de Holanda. «Deja de<br />

quejarte —dijo <strong>Napoleón</strong> a su hermano—. Ponte a la cabeza de cien mil hombres y<br />

reconquista tu reino.» Pero a semejanza de Jetóme, Louis prefería alimentar su<br />

propio rencor.<br />

<strong>Napoleón</strong> tuvo que lidiar con un tercer rey desocupado: Joseph.<br />

Cuando pidió a Joseph que aceptara la decisión de restablecer en España a la<br />

dinastía de <strong>los</strong> Borbón, porque era el medio más seguro de contener a <strong>los</strong> ingleses,<br />

Joseph se negó. «Sólo yo, o un príncipe de nuestra sangre, puede hacer feliz a<br />

España.» Joseph se proponía pedir a su cuñado, el príncipe Bernadotte de Suecia,<br />

que ahora guerreaba contra Francia, que interviniese para que Europa «respetara<br />

sus derechos». Disuadido por <strong>Napoleón</strong> de dar este paso Joseph propuso en un<br />

gesto grandilocuente que su «ministro de Relaciones Exteriores» negociase un<br />

tratado entre el propio Joseph, el nuevo rey de España y el emperador de <strong>los</strong><br />

franceses, y que en el mismo se contemplasen las «indemnizaciones». <strong>Napoleón</strong><br />

consiguió que Joseph percibiese la irrealidad de estas pretensiones, lo convenció y<br />

finalmente lo persuadió de que ocupase el cargo de teniente general de Francia,<br />

responsable de la defensa de París.<br />

En otras áreas de la propia Francia, <strong>Napoleón</strong> tropezó con dificultades. Parte del<br />

Cuerpo Legislativo reprochó a <strong>Napoleón</strong> que no se hubiera concertado la paz,<br />

primero en Praga y nuevamente en Francfort.<br />

Durante el mes de noviembre, cuando <strong>los</strong> aliados ofrecieron a Francia las<br />

fronteras de 1792, <strong>Napoleón</strong> contestó presentando <strong>los</strong> documentos pertinentes.<br />

Éstos demostraban que <strong>los</strong> aliados habían rehusado ofrecer a <strong>Napoleón</strong> la<br />

seguridad que él pedía, en el sentido de que Francia no sería invadida, pero Joseph<br />

<strong>La</strong>iné, que encabezaba la comisión encargada de examinar <strong>los</strong> documentos, y que<br />

ya mantenía una correspondencia traidora con el príncipe regente, formuló una<br />

declaración en la cual atacaba <strong>los</strong> elevados impuestos, el servicio militar y <strong>los</strong><br />

sufrimientos «inenarrables». «Una guerra bárbara y sin sentido absorbió<br />

En medio de estos éxitos. <strong>Napoleón</strong> recibió una carta de <strong>los</strong> direcrores que fue<br />

la misiva más dolorosa que leyó en el curso de su vida.<br />

Los directores informaron a <strong>Napoleón</strong> que debía ceder el mando exclusivo del<br />

ejército de <strong>los</strong> Alpes. En adelante, ese ejército se sometería al mando conjunto del<br />

general Kellermann, que últimamente había estado al frente del ejército del Mosela,<br />

y del general Bonaparte. Kellermann continuaría combatiendo a <strong>los</strong> austríacos en el<br />

norte, y por su parte <strong>Napoleón</strong> debía iniciar una nueva campaña en el sur contra<br />

<strong>los</strong> Estados Papales yToscana, ambos amigos de Austria.<br />

<strong>Napoleón</strong> sabía que Kellermann era un aisaciano altanero, de rostro huesudo y<br />

labios finos, un buen comandante, pero a <strong>los</strong> sesenta y un años, lento y<br />

acostumbrado a fórmulas fijas. Pero como tenía más antigüedad que <strong>Napoleón</strong>, y<br />

además era prestigioso —había ganado la batalla de Valmy en 1792—,<br />

inevitablemente Kellermann tendría la última palabra. Sin duda <strong>Napoleón</strong> recordó el<br />

fiasco de Maddalena; no le gustaba servir nuevamente a las órdenes de un hombre<br />

menos dinámico y osado que él mismo.<br />

<strong>Napoleón</strong> escribió una carta a <strong>los</strong> directores para oponerse enérgicamente a la<br />

propuesta: «Kellermann mandará al ejército con tanta eficacia como yo mismo;<br />

pues nadie podría estar más convencido que yo de que nuestras victorias son<br />

consecuencia del coraje y la audacia del ejército; pero yo creo que darnos a<br />

Kellermann y a mí mismo el mando conjunto en Italia significaría arruinarlo todo.<br />

No puedo servir con un hombre que cree ser el mejor general de Europa; y en todo<br />

caso estoy seguro de que un mal general es mejor que dos buenos. <strong>La</strong> guerra,<br />

como el gobierno, es una cuestión de tacto».<br />

<strong>Napoleón</strong> percibió otro aspecto de la cuestión. En una orden del día emitida en<br />

Niza había dicho a sus tropas que hallarían en él a «un camarada de armas<br />

apoyado por la confianza del gobierno», es decir, podían contar con que París <strong>los</strong><br />

apoyaría plenamente mediante suministros, municiones y otras vituallas, y que no<br />

serían «traicionados» por razones políticas. Y parecía que ahora se <strong>los</strong> traicionaba.<br />

En una segunda carta <strong>Napoleón</strong> escribió a <strong>los</strong> directores: «No puedo dar al país<br />

el servicio que él necesita urgentemente si ustedes no depositan en mí confianza<br />

total y absoluta. Tengo conciencia de que se necesita mucho coraje para escribirles<br />

esta carta; ¡sería tan fácil acusarme de ambición y orgullo!».<br />

Los directores examinaron las respuestas de <strong>Napoleón</strong>. Sin duda <strong>los</strong> irritó esta<br />

obstinación, pero era inevitable que se sintieran impresionados por sus<br />

argumentos. Más aún, la amenaza implícita de renunciar, después de semejante<br />

serié de victorias, sin duda pesó mucho en el ánimo de esos hombres. Decidieron<br />

desechar la idea de un comando conjunto. <strong>Napoleón</strong> continuaría siendo el único<br />

comandante, pero en ese caso tendría que ejecutar solo las dos tareas que el<strong>los</strong><br />

habían propuesto inicialmente.<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió muy aliviado. A principios de junio supo que el mariscal<br />

Wurmser, un francés de Aisacia que estaba al servicio de Austria, había<br />

abandonado el Rin con un gran ejército austrohúngaro y que marchaba hacia el sur<br />

para expulsar de Italia a <strong>los</strong> franceses. <strong>Napoleón</strong> calculó que Wurmser no podía<br />

llegar antes del 15 de julio. De modo que disponía de seis semanas para caer sobre<br />

<strong>los</strong> Estados Papales y Toscana, atemorizar<strong>los</strong> de modo que adoptasen una postura<br />

neutral, y recaudar todo el oro posible para aliviar las vacías arcas de Francia.<br />

<strong>Napoleón</strong> había marchado deprisa durante la primavera, pero ese verano<br />

desarrolló todavía más velocidad. Volvió a cruzar el Po e invadió el extremo<br />

septentrional de <strong>los</strong> Estados Papales, la Emilia-Romana, dispersó al ejército papal<br />

de 18.000 hombres, entró en Florencia y se apoderó de Liorna, un importante<br />

enclave comercial y banCarlo inglés donde capturó naves y oro. También equipó a<br />

<strong>los</strong> 500 refugiados corsos que estaban en Liorna, y organizó una expedición que<br />

hacia finales de año debía lograr que Córcega nuevamente se incorporase a<br />

Francia. El 13 de julio retornó a Milán, después de haber cubierto 480 kilómetros en<br />

menos de seis semanas, intimidado a la totalidad de Italia central, e incautado, en<br />

botín e indemnizaciones, cuarenta millones de francos, la mayor parte en oro.<br />

Entretanto, <strong>Napoleón</strong> había vigilado atentamente a <strong>los</strong> austríacos.

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