La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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<strong>Napoleón</strong> dio descanso a sus hombres, y después avanzó rápidamente hacia el<br />
Tanaro. Cruzó el río, y el día 21 derrotó a <strong>los</strong> piamonteses cerca de Vico y entró en<br />
Mondovi. Los piamonteses retrocedieron hacia el río Stura, con el flanco izquierdo<br />
sobre la localidad de Cherasco, a sólo cuarenta y ocho kilómetros de su capital, es<br />
decir Turín. <strong>Napoleón</strong> remontó el Stura, se preparó para cruzarlo, y anunció sus<br />
condiciones de paz. Todo había sucedido muy rápidamente, era demasiado<br />
desconcertante para el rey de <strong>los</strong> Dormice. Desde el palacio de Turín despachó<br />
enviados para solicitar un armisticio, Salier de <strong>La</strong> Tour y Costa de Beauregard, uno<br />
de <strong>los</strong> últimos oficiales que había abandonado Fort Mulgrave cuando <strong>Napoleón</strong> lo<br />
capturó, durante el sitio de Tolón.<br />
Llegaron al alojamiento de <strong>Napoleón</strong>, el palacio del conde Salmatori en<br />
Cherasco, a las once de la noche del 27 de abril. Berthier despertó a <strong>Napoleón</strong>, que<br />
apareció con su uniforme de general, calzado con botas altas de montar, pero sin<br />
espada, sombrero ni pañuelo. Tenía <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> castaños sin empolvar y recogidos<br />
en una coleta; pero varios mechones le caían sobre las mejillas y la frente. Estaba<br />
pálido y tenía <strong>los</strong> ojos enrojecidos por la fatiga.<br />
<strong>Napoleón</strong> escuchó en silencio mientras Salier explicaba sus propuestas. En<br />
lugar de contestar, preguntó secamente si el rey Víctor Amadeo aceptaba las<br />
condiciones francesas; sí o no. Salier se quejó de que eran muy duras, sobre todo<br />
la rendición de Cuneo, la clave de la frontera alpina. «Después de formularlas —<br />
replicó <strong>Napoleón</strong>—, he capturado Cherasco, Fossano y Alba. Ustedes deberían<br />
considerarlas moderadas.» Salier masculló una frase en el sentido de que no<br />
deseaba abandonar a <strong>los</strong> austríacos.<br />
<strong>La</strong> respuesta de <strong>Napoleón</strong> fue extraer su reloj. «Es la una. He ordenado un<br />
ataque a las dos. A menos que ustedes acepten entregar Cuneo esta mañana,<br />
lanzaremos el ataque.» Los enviados se miraron, y dijeron que estaban dispuestos<br />
a firmar.<br />
Pidieron café. <strong>Napoleón</strong> ordenó que lo trajesen, y después tomó dos tazas de<br />
porcelana del fino baúl que tenía en su dormitorio. Pero no tenía cucharas, de<br />
modo que depositó junto a <strong>los</strong> visitantes cucharas de latón, las reglamentarias en<br />
el ejército. Sobre la mesa había pan negro y un plato de bizcochos, ofrenda de paz<br />
de las monjas de Cherasco.<br />
Cuando Costa de Beauregard comentó esa sencillez espartana, <strong>Napoleón</strong><br />
explicó que el baúl era el único equipaje que poseía, menos de lo que solía llevar<br />
como oficial de artillería. Y señaló que <strong>los</strong> austríacos llevaban exceso de equipaje.<br />
<strong>Napoleón</strong> se sentía animado y se mostró desusadamente conversador. Dijo a<br />
Costa que ya en 1794 había propuesto el plan que ahora acababa de ejecutar, pero<br />
había sido rechazado por un Consejo Militar.<br />
Los consejos militares no eran más que una excusa para la cobardía, y mientras<br />
él mandara no se celebraría ninguno. Llevó a Costa al balcón para contemplar la<br />
salida del sol, y allí le interrogó acerca de <strong>los</strong> recursos, <strong>los</strong> artistas y <strong>los</strong><br />
intelectuales de Piamonte, y sorprendió a Costa con su conocimiento,<br />
especialmente de historia. Entre las órdenes que <strong>Napoleón</strong> había recibido de París<br />
había una que le encargaba obtener obras de arte para el disfrute del pueblo<br />
francés, y al referirse al tratado que acababa de firmar <strong>Napoleón</strong> dijo: «Pensé en la<br />
posibilidad de reclamar el cuadro <strong>La</strong> mujer hidrópica, de Gerard Dou, que pertenece<br />
al rey Víctor, pero temí que incluida en la misma lista que la fortaleza de Cuneo<br />
pareciese una innovación extraña.» Es una <strong>observación</strong> casual pero significativa.<br />
Aunque era un innovador audaz en el campo de batalla, cuando había que firmar<br />
un tratado <strong>Napoleón</strong> temía ponerse en ridículo si adoptaba actitudes peculiares.<br />
Saliceti llegó a las seis de la mañana. En su carácter de comisionado oficial del<br />
ejército de <strong>los</strong> Alpes, vestía un uniforme más espléndido que el de <strong>Napoleón</strong>;<br />
Casaca y pantalones azules, capa roja y blanca con reborde rojo, blanco y azul, y<br />
un sombrero redondo con una ancha pluma roja, blanca y azul. Saliceti concebía la<br />
guerra con referencia al botín para su propio provecho y el dinero que podía enviar<br />
a la patria en auxilio del empobrecido Directorio. Preguntó cuáles eran las<br />
Viena como un príncipe austríaco, y tengo bastante buena opinión de la emperatriz<br />
para sentirme seguro de que comparte mi actitud, en la medida en que una mujer<br />
y una madre pueden compartirla... Cada vez que veo Andromaque compadezco<br />
aAstyanax [prisionero de <strong>los</strong> griegos], y lo creo afortunado porque no sobrevive a<br />
la muerte de su padre».<br />
Con una desventaja de cuatro a uno. <strong>Napoleón</strong> no veía la salida.<br />
«Es posible —le escribió a Joseph—, que dentro de poco firme la paz.» Esa<br />
noche ordenó a Maret y a Benhier que redactaran una cana para autorizar a<br />
Caulaincourt, que se mantenía en contacto con <strong>los</strong> aliados, a que firmase un<br />
tratado de paz en las mejores condiciones que pudiera obtener. Después fue a<br />
acostarse pero permaneció despierto, agitándose y moviéndose. Llamó media<br />
docena de veces a su valet para ordenarle que encendiese velas, después que las<br />
apagase, después que volviese a encenderlas. Lo carcomía el sentimiento de la<br />
duda, porque estaba desgarrado entre su sentido del honor y lo que era<br />
humanamente posible. Después de pensar en Racine, quizás ahora estaba<br />
pensando en Corneille. ¿Dónde terminaba el honor y comenzaba lo imposible?<br />
«Cada hombre tiene su propio umbral de imposibilidad —había dicho cierta vez<br />
<strong>Napoleón</strong> a Mole—. Para el tímido "lo imposible" es un fantasma, para <strong>los</strong> cobardes,<br />
un refugio. Créame, en la boca del poder la palabra es sólo una declaración de<br />
impotencia».<br />
Mientras <strong>Napoleón</strong> continuaba cavilando acerca de la conveniencia de enviar la<br />
carta a Caulaincourt, llegó otro despacho. <strong>Napoleón</strong> lo abrió bruscamente. Provenía<br />
de Marmont, que estaba en primera línea, y esta vez contenía noticias alentadoras.<br />
«¡Mis mapas!», gritó <strong>Napoleón</strong>.<br />
Los desplegó sobre el suelo, y comenzó a clavar alfileres para marcar las<br />
nuevas posiciones del enemigo, de acuerdo con <strong>los</strong> daros suministrados por<br />
Marmont. En la creencia de que la retirada de cien kilómetros de <strong>Napoleón</strong> era un<br />
signo de que toda resistencia había terminado, Blücher y Schwarzenberg se habían<br />
separado; el primero avanzaba por el valle del Mame en dirección a París, y el<br />
segundo seguía el curso del Sena.<br />
Divididos de este modo, eran vulnerables. Cuando Maret llegó con la carta<br />
destinada a Caulaincourt, <strong>Napoleón</strong>, todavía inclinado sobre sus mapas, lo miró<br />
impaciente. «¡Ah, ahí está! Los planes han cambiado por completo. En este<br />
momento me dispongo a derrotar a Blücher. Lo derrotaré mañana; lo derrotaré<br />
pasado mañana... <strong>La</strong> paz puede esperar.» <strong>Napoleón</strong> casi cumplió su palabra. Dos<br />
días después cayó sobre un cuerpo ruso del ejército de Blücher y en Champaubert<br />
casi lo aniquiló.<br />
A las siete de la noche escribió: «Mi muy querida Luisa: ¡Victoria! He destruido<br />
doce regimientos rusos, tomé seis mil prisioneros, cuarenta cañones, doscientos<br />
carros de municiones, capturé al comandante en jefe y a todos sus generales, así<br />
como a varios coroneles; mis pérdidas no llegan a 200 hombres. Ordena que se<br />
dispare una salva en <strong>los</strong> Inválidos, y que se publique la noticia en todos <strong>los</strong> lugares<br />
de diversiones. Voy en busca de Sacken, que está en <strong>La</strong> Ferté-sous-Jouarre. Espero<br />
llegar a Montmirail a medianoche, pisándole <strong>los</strong> talones. Nap.» <strong>Napoleón</strong> envió a<br />
María Luisa la espada del comandante ruso, y como sabía que ella no estaba<br />
acostumbrada a la etiqueta francesa en estos asuntos, le escribió juiciosamente al<br />
día siguiente: «Querida mía, espero que hayas dado tres mil libras al correo que te<br />
llevó la espada del general ruso. Debes mostrarte generosa. Cuando <strong>los</strong> correos te<br />
traen buenas noticias, debes darles dinero, y si son oficiales, diamantes».<br />
Al día siguiente <strong>Napoleón</strong> obtuvo otra victoria en Montmirail. El 12 combatió en<br />
Cháteau-Thierry, el 14 ganó la batalla de Vauchamps.<br />
Después desvió su atención hacia <strong>los</strong> austríacos, a quienes derrotó el 18 en<br />
Montereau. En conjunto, <strong>Napoleón</strong> libró seis batallas en nueve días.<br />
Ni él ni su ejército jamás habían demostrado tanta energía. A mediodía del 19<br />
escribió a María Luisa: «Anoche estaba tan fatigado que dormí ocho horas<br />
seguidas».