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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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sentido pensaba sobre todo en TaUeyrand. En lugar de ejecutar personalmente<br />

estas órdenes, Joseph las transmitió a Savary, ministro de Policía. Savary, en<br />

efecto, ordenó a Talleyrand que saliera de París. Talleyrand contestó que no<br />

deseaba irse, pero cuando el ministro insistió, regresó a su casa y realizó unos<br />

pocos preparativos.<br />

A las cinco de la tarde del 31 de marzo Talleyrand atravesó París en dirección a<br />

la puerta del camino que llevaba a Rambouillet. El carruaje se desplazó muy<br />

lentamente, de modo que la gente advirtiese su presencia, y que cierto mensajero<br />

llegase a la puerta antes que el propio Talleyrand. En la Barriere de 1'Enfer, el<br />

capitán de <strong>los</strong> guardias nacionales era monsieur de Rémusat, cuya esposa era<br />

íntima amiga del ex obispo. Rémusat detuvo el carruaje de Talleyrand, e hizo lo<br />

que su esposa le había pedido: exigió ver el pasaporte del ocupante. Talleyrand<br />

replicó que no lo tenía. En ese caso, dijo Rémusat, no podía salir de París. En lugar<br />

de presentar sus credenciales de funcionario, que valían por una docena de<br />

pasaportes, Talleyrand esbozó un gesto de triste resignación, se volvió y retornó a<br />

su casa.<br />

Al día siguiente <strong>los</strong> aliados entraron en París, encabezados por el zar Alejandro,<br />

el rey Federico Guillermo de Prusia y el príncipe Schwarzenberg, en representación<br />

del emperador Francisco. Para Talleyrand, que había mantenido permanente<br />

contacto con Nesseirode, el canciller ruso, no fue sorpresa enterarse de que el zar<br />

había decidido hacerle el honor de alojarse en su casa. Alejandro llegó allí esa<br />

noche. Para él y <strong>los</strong> restantes dirigentes aliados era conveniente encontrar un<br />

dignatario de elevado rango, y Talleyrand no tropezó con dificultades para<br />

persuadir<strong>los</strong> de que lo considerasen el portavoz de Francia. De ese modo, destruyó<br />

la última esperanza de <strong>Napoleón</strong>.<br />

En su condición de jefe de <strong>los</strong> aliados, Alejandro dijo que había tres caminos<br />

posibles: podían concertar la paz con <strong>Napoleón</strong>, designar regente de su hijo a María<br />

Luisa, o restablecer a <strong>los</strong> Borbones. Querían atender <strong>los</strong> deseos de Francia; ¿qué<br />

pensaba Talleyrand? Éste era el momento para el cual el ex obispo había estado<br />

trabajando tanto tiempo.<br />

Talleyrand afirmó enérgicamente que <strong>Napoleón</strong> debía retirarse. Una Regencia<br />

habría sido viable si <strong>Napoleón</strong> hubiese caído en combate, pero mientras <strong>Napoleón</strong><br />

continuase viviendo, él reinaría en nombre de su esposa. Quedaba la tercera opción<br />

propuesta por Alejandro. Talleyrand aprobaba este criterio. «Necesitamos un<br />

principio, y sólo veo uno: Luis XVIII, nuestro legítimo rey».<br />

Alejandro se mostró dubitativo. Afirmó que había observado que <strong>los</strong> Borbones<br />

provocaban una reacción general de horror, pero Talleyrand insistió, y para zanjar<br />

el asunto presentó un documento destinado a la firma del zar: «Los soberanos<br />

proclaman que nunca negociarán con <strong>Napoleón</strong> Bonaparte o con cualquier otro<br />

miembro de su familia...<br />

Invitan al Senado a designar inmediatamente un gobierno provisional.» Cuando<br />

Talleyrand dijo que él podía responder por el Senado, todo pareció tan sencillo que<br />

Alejandro tuvo que acallar sus dudas y firmó.<br />

En virtud de este documento, Talleyrand convocó al Senado la tarde del 1 de<br />

abril. Asistieron sólo sesenta y cuatro senadores, de un total de ciento cuarenta,<br />

que se atuvieron obedientemente a las sugerencias de Talleyrand, depusieron a<br />

<strong>Napoleón</strong> Bonaparte e invitaron a ocupar el trono a un anciano caballero residente<br />

en Hatfield, es decir Louis Stanislas Xavier de Borbón.<br />

<strong>Napoleón</strong> supo todo esto de labios de Caulaincourt la tarde del 2 de abril. No es<br />

poca cosa ser depuesto del trono del imperio más grande de <strong>los</strong> tiempos modernos,<br />

pero <strong>Napoleón</strong> consideró asunto de honor no demostrar sus sentimientos.<br />

Caulaincourt no pudo ver en el rostro de <strong>Napoleón</strong> la más mínima emoción, ningún<br />

gesto. «Uno habría creído que todos estos hechos, esta traición y ese peligro, no le<br />

concernían en lo más mínimo.» «El trono nada significa para mí —dijo <strong>Napoleón</strong><br />

con una mezcla de verdad y estoicismo—. Nací soldado y puedo retornar a la vida<br />

común sin lamentarlo. Deseaba ver grande y poderosa a Francia, pero ante todo<br />

deseo verla feliz. Prefiero abandonar el trono antes que firmar una paz<br />

<strong>La</strong> noche del 11, <strong>Napoleón</strong> abrazó a Josefina y se despidió con un beso.<br />

Después, en un carruaje ligero y rápido, inició el camino hacia el sur, a<br />

incorporarse a su nuevo mando. Lo acompañaban Junot y Chauvet, pagador del<br />

Ejército de Italia, ocho mil libras en luises de oro, cien mil libras en letras de<br />

cambio, la promesa arrancada a <strong>los</strong> directores en el sentido de que le enviarían<br />

refuerzos, y el retrato, que acercaba constantemente a sus labios, de su<br />

«incomparable» esposa.

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