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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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a sus mariscales, les leyó el texto, y después ordenó a Macdonaid, Ney y<br />

Caulaincourt que llevasen el documento a <strong>los</strong> soberanos aliados.<br />

Al principio. Alejandro acogió de buen grado la abdicación condicional. A pesar<br />

de las seguridades ofrecidas por Talleyrand, aún mostraba una actitud abierta<br />

acerca del gobierno más conveniente para Francia. No había visto signos de que el<br />

pueblo reclamase a <strong>los</strong> Borbones; al contrario, <strong>los</strong> guardias nacionales rehusaban<br />

usar la escarapela blanca. Y de pronto Caulaincourt, Macdonaid y Ney insistían en<br />

que el ejército y Francia deseaban una regencia. Pero entretanto el mariscal<br />

Marmont, comandante del 6.° cuerpo, la parte más importante del ejército de<br />

<strong>Napoleón</strong>, estaba sometido a la presión de <strong>los</strong> realistas. Talleyrand había halagado<br />

a Marmont por haber «salvado París», y lo odionaba a desertar. El decreto del<br />

Senado que deponía a <strong>Napoleón</strong> había dado a Marmont el pretexto que él<br />

necesitaba, y así decidió representar el papel de Monk. Al alba, Alejandro supo que<br />

Marmont había marchado con el 6.° cuerpo, formado por doce mil hombres, hasta<br />

las líneas austríacas. Al parecer, después de todo, el ejército no respaldaba<br />

sólidamente a <strong>los</strong> Bonaparte; y así. Alejandro rechazó la idea de una regencia.<br />

Declaró que <strong>Napoleón</strong> debía abdicar incondicionalmente.<br />

<strong>Napoleón</strong> se enteró de rodo esto a la una de la madrugada del 6 de abril.<br />

Habría hecho por Marmont más que por cualquier otro mariscal, y su deserción le<br />

dolió tan profundamente como la de Murat. «Casi rodos han perdido la cabeza. Los<br />

hombres no están a la altura de las circunstancias.» Aunque no lo sabía, la<br />

<strong>observación</strong> contiene una crítica implícita a su propia conducta. No atinó a ver que<br />

la masa del pueblo, tratárase de <strong>los</strong> parisienses o de <strong>los</strong> hombres y las mujeres del<br />

resto del Imperio, o de <strong>los</strong> soldados como Marmont, a la larga no estaban a la<br />

altura del papel heroico que él les había asignado. A decir verdad. <strong>Napoleón</strong> no<br />

comprendía la naturaleza humana.<br />

<strong>Napoleón</strong> modificó el documento de abdicación, confiriéndole carácter<br />

incondicional. «Si <strong>los</strong> Borbones son sensatos —observó—, cambiarán únicamente<br />

las sábanas de mi cama.» Después, comenzó a considerar su futuro.<br />

Alejandro había sugerido que <strong>Napoleón</strong> podría residir en Elba, porque la isla<br />

tenía un clima benigno y la gente hablaba italiano. Al principio, <strong>Napoleón</strong> miró con<br />

desagrado la idea de una isla, pues Inglaterra dominaba <strong>los</strong> mares, pero después<br />

de un tiempo se resignó a Elba. Sin embargo, deseaba algo mejor para María Luisa,<br />

y le dijo a Caulaincourt que le consiguiera laToscana.<br />

Al día siguiente, mientras Caulaincourt estaba en París preparando el tratado de<br />

abdicación. <strong>Napoleón</strong> lamentó haber cedido su trono. De pronto, se sintió atrapado<br />

e imaginó a <strong>los</strong> aliados esperando astutamente la disolución gradual del ejército<br />

para dominar la situación y encarcelarlo. Como durante la dolorosa noche de<br />

Nogent, se reprochó haber adoptado una actitud excesivamente débil. Envió un<br />

correo tras otro para exigir a Caulaincourt que le devolviese su carta de abdicación.<br />

Caulaincourt no hizo caso de estos mensajes, pues conocía por experiencia la<br />

reacción de la mente de <strong>Napoleón</strong> siempre que pensaba que había concedido<br />

demasiado.<br />

El universo de <strong>Napoleón</strong> se había desplomado y con él <strong>los</strong> principios que eran la<br />

guía del emperador. De modo que, cosa rara en él, comenzó a vacilar. Unas veces<br />

pensaba en la posibilidad de presentar una resistencia desesperada sobre el Loira,<br />

y otras de dirigirse a Italia y ponerse a la cabeza del ejército de Eugéne. También<br />

contempló la idea de ir con su esposa y su hijo para retirarse a la vida privada en<br />

Inglaterra: salvo Francia, afirmó entonces, no había otro país que pudiese ofrecer<br />

tanto en el campo de las artes, la ciencia y sobre todo la conversación amable.<br />

Pero fundamentalmente pensó en la posibilidad de acabar de una vez y habló<br />

mucho de <strong>los</strong> griegos y <strong>los</strong> romanos que, arrinconados, se suicidaban.<br />

Pero también tenía que pensar en María Luisa. Ella escribía cartas dolorosas<br />

desde Blois, y le decía que Joseph y Jetóme la presionaban para que se rindiera al<br />

primer cuerpo austríaco que pudiese hallar, «en cuanto era la única esperanza de<br />

seguridad que les quedaba». Con un esfuerzo de voluntad que le costaba mucho,<br />

También era irritante el hecho de que Josefina tuviese treinta y dos años.<br />

Todavía era muy bonita, pero de todos modos tenía treinta y dos años, y carecía de<br />

unos ingresos seguros. Con respecto al matrimonio, ¿acaso Chaumette no había<br />

afirmado que «ya no es un yugo, una pesada cadena, no es más que... la<br />

realización de <strong>los</strong> grandes designios de la naturaleza, el pago de una grata deuda<br />

que todos <strong>los</strong> ciudadanos tienen con la patria»? Como ahora constituía nada más<br />

que una unión civil, podía anularse fácilmente mediante el divorcio. <strong>Napoleón</strong><br />

deseaba ardientemente el matrimonio, y Barras también lo favorecía. Finalmente,<br />

Josefina aceptó.<br />

Josefina fue con <strong>Napoleón</strong> a ver a Raguideau, su notario, a la rué Saint-Honoré.<br />

Raguideau era un hombre minúsculo, casi un enano. Se encerró con Josefina, pero<br />

por descuido no cerró bien la puerta. Después que Josefina explicó sus intenciones,<br />

a través de la puerta parcialmente abierta <strong>Napoleón</strong> oyó la voz de Raguideau: «Es<br />

un grave error, y usted lo lamentará. Usted está cometiendo una locura..., casarse<br />

con un hombre que cuenta sólo con su capa militar y su espada.» <strong>Napoleón</strong> se<br />

sintió profundamente herido, y nunca olvidó el incidente.<br />

Raguideau redactó un contrato de matrimonio sumamente desfavorable para<br />

<strong>Napoleón</strong>. No se establecía la comunidad de bienes, y se estipulaba que debía<br />

pagar a su esposa 1.500 libras anuales con carácter vitalicio. Entretanto, Barras<br />

atendía su parte del acuerdo. Se había ufanado de que otorgaría a <strong>Napoleón</strong> el<br />

mando del ejército de <strong>los</strong> Alpes como regalo de bodas, pero antes tenía que<br />

obtener el consentimiento de su codirector <strong>La</strong>zare Carnot, el principal responsable<br />

del ejército francés. Carnot, un frío matemático borgoñón que había sido la clave<br />

de las brillantes victorias de Francia en 1794, examinó el plan de <strong>Napoleón</strong>,<br />

redactado por Pontécoulant, en que proponía atacar a través del norte de Italia y<br />

«firmar la paz bajo <strong>los</strong> muros de Viena». Este plan había sido criticado por el<br />

general Berthier, que dijo que exigiría un suplemento de 50.000 hombres, y por el<br />

general Scherer, ex comandante en <strong>los</strong> Alpes, que afirmó que era «obra de un loco,<br />

y podía ser ejecutado únicamente por un loco». Pero Carnot apoyó el plan, y por lo<br />

tanto él y Barras firmaron la orden de transferir a <strong>Napoleón</strong> al comando del ejército<br />

de <strong>los</strong> Alpes. <strong>La</strong> orden fue firmada el 2 de marzo; el matrimonio debía celebrarse el<br />

9.<br />

<strong>Napoleón</strong> no tenía certificado de nacimiento, y Córcega estaba ocupada por <strong>los</strong><br />

ingleses. De modo que hizo lo que Lucien había hecho dos años antes: tomó<br />

prestado el certificado de Joseph. Tampoco Josefina tenía certificado de nacimiento,<br />

y Martinica también estaba ocupada por <strong>los</strong> ingleses, y por lo tanto ella utilizó el<br />

documento de su hermana Catherine. Se trataba principalmente de un expediente<br />

práctico, pero además tenía la ventaja de que ella parecía más joven de lo que era<br />

realmente. En el papel, Josefina tuvo veintiocho años en lugar de treinta y dos, y<br />

<strong>Napoleón</strong> veintisiete en lugar de veintiséis.<br />

<strong>La</strong> noche del 9 de marzo un grupo de personas importantes se reunió en lo que<br />

antaño había sido el salón dorado de la residencia de un noble, en la rué d'Antin, 3,<br />

y que ahora cumplía la función de sala de casamiento del municipio. Estaban allí<br />

Barras, el director, con su ostentoso sombrero de terciopelo con tres plumas, y<br />

Tallien, a cuyo valor Josefina debía la vida. El tercer testigo era Jéróme Calmelet,<br />

abogado de Josefina, que aprobaba su matrimonio tanto como Raguideau lo<br />

desaprobaba. <strong>La</strong> propia Josefina llevaba puesto un vestido de muselina de talle alto<br />

adornado con flores rojas, blancas y azules. El último en llegar fue <strong>Napoleón</strong>, con<br />

su uniforme azul recamado de oro, acompañado por el ayudante de campo<br />

Lemarois, el cuarto testigo. El escribiente, un ex soldado con una pata de palo,<br />

dormitaba junto al fuego. <strong>Napoleón</strong> lo sacudió para despertarlo. «Vamos —dijo—,<br />

cásenos deprisa».<br />

El escribiente se levantó de su silla, miró a la pareja y se dirigió a <strong>Napoleón</strong>.<br />

—General Bonaparte, ciudadano, ¿consiente en tomar por legítima esposa a<br />

madame Beauharnais, aquí presente, serle fiel y respetar la fidelidad conyugal?.<br />

—Ciudadano, consiento.<br />

El escribiente se dirigió a Josefina.

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