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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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permite que te acompañe en el viaje. En vano señalé que era mi deber seguine;<br />

declaró que no lo deseaba...».<br />

<strong>Napoleón</strong> de algún modo había esperado ese desaire. Pero en su estado de<br />

debilidad, la realidad asumió el carácter de un fuerte golpe.<br />

Ya había perdido a Francia, y ahora estaba perdiendo a su esposa y a su hijo.<br />

Este hecho llegó a ser muy evidente en una cana que recibió de Francisco: «He<br />

decidido sugerirle [a María Luisa] que venga a Viena unos meses para descansar en<br />

el seno de su familia...» Salvo la firma, la cana era de puño y letra de Metternich.<br />

Solo en Fontainebleau, <strong>Napoleón</strong> pasó una semana dolorosa esperando la<br />

llegada de <strong>los</strong> comisionados aliados que debían escoltarlo hasta Elba. Dejó a sus<br />

mariscales en libertad de servir a Francia como les pareciese conveniente; la<br />

mayoría continuaría cumpliendo sus funciones militares bajo <strong>los</strong> Borbones. Pasaba<br />

gran pane de su tiempo en el pequeño jardín de estilo inglés. Allí, cierto día, junto<br />

a una fuente circular de mármol adornada con una estatua de Diana, estuvo<br />

sentado, solo, durante tres horas; y como si se sintiese exasperado a causa de la<br />

tumba que no había podido hallar, con el talón cavó un orificio de treinta<br />

centímetros de profundidad en el sendero de grava.<br />

Tantos hombres de su Guardia deseaban acompañar al exilio a <strong>Napoleón</strong> que<br />

<strong>los</strong> comisionados permitieron que el número, fijado por el tratado en cuatrocientos,<br />

se elevase a seiscientos. Incluso así, hubo tantos voluntarios que la elección fue<br />

difícil, y finalmente mil hombres iniciaron el camino a Elba. Cuando se resolvieron<br />

estas y otras cuestiones prácticas relacionadas con la partida, <strong>Napoleón</strong> ordenó a la<br />

Vieja Guardia, a <strong>los</strong> que no podían seguirlo, que se reuniesen frente al palacio. Allí,<br />

el 20 de abril, se despediría de el<strong>los</strong>.<br />

Fue un día frío. Los guardias formaban en dos filas frente al palacio de ladril<strong>los</strong>.<br />

Vestían uniformes azul oscuro con correas escarlatas y blancas, y morriones negros<br />

con pompones rojos. Con el doble tramo de peldaños de Ducerceau detrás de él,<br />

como las dos corrientes —el honor y la República— que habían alimentado su vida,<br />

<strong>Napoleón</strong> se enfrentó a las filas meticu<strong>los</strong>amente rectas. Había abrigado la<br />

esperanza de despedirse para siempre del mundo; en cambio, se alejaba de<br />

Francia y de sus amigos. Lo afectaba mucho esta situación, en que se separaba de<br />

golpe de tantos amigos, de hombres con quienes había compartido las experiencias<br />

más profundas que un hombre puede compartir con otros.<br />

Su sentimiento se manifestó en las palabras que pronunció, y en el temblor de<br />

su voz.<br />

«Soldados de mi Vieja Guardia, ahora me despido. Durante veinte años os he<br />

encontrado siempre en el camino del honor y la gloria. Últimamente, no menos que<br />

cuando las cosas salían bien. Vosotros habéis sido constantemente mode<strong>los</strong> de<br />

coraje y lealtad. Con hombres como vosotros nuestra causa no estaba perdida;<br />

pero no era posible continuar la guerra; habría sido una guerra civil, y eso habría<br />

acarreado aún más infortunio a Francia. Por eso he sacrificado nuestros intereses a<br />

<strong>los</strong> intereses de la patria, os dejo; vosotros, amigos míos, continuaréis sirviendo a<br />

Francia. ¡Quiero escribir acerca de las grandes cosas que hicimos juntos!... ¡Adiós,<br />

hijos míos! Desearía estrecharos a todos contra mi corazón; ¡por lo menos besaré<br />

vuestra bandera!».<br />

Cuando el alférez se adelantó, trayendo el águila y la bandera, esos guerreros<br />

canosos, dice Caulaincourt, que muchas veces habían contemplado sin inmutarse<br />

cómo manaba su propia sangre de las heridas, no pudieron contener las lágrimas.<br />

Lloraron sin recato. También se llenaron de lágrimas <strong>los</strong> ojos de <strong>los</strong> comisionados<br />

británico, austríaco y prusiano; sólo el ruso pareció inconmovible. Mientras <strong>los</strong><br />

guardias presentaban armas, <strong>Napoleón</strong> aferró el cuadrado de seda bordada en oro:<br />

Marengo, Austerlitz, Jena, Eiiau, Friedland, Wagram, Viena, Berlín, Madrid,<br />

Moscowa —como <strong>los</strong> franceses denominaban a Borodino—, Moscú. Abrazó la<br />

bandera durante medio minuto. Después levantó la mano izquierda y dijo: «Adiós!<br />

¡No me olvidéis!» Se dio la vuelta, subió a su carruaje que ya se había acercado y<br />

el vehículo se alejó al galope de <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong>.<br />

Sus dos mejores cualidades eran la piel asombrosamente fina y la bonita voz, con<br />

su leve acento criollo; apenas pronunciaba las erre, un amaneramiento que<br />

precisamente entonces estaba de moda.<br />

Rose era bonita sin ser bella, y en una ciudad como París nunca habría llegado<br />

lejos apoyándose sólo en su apariencia. Pero poseía dos cualidades más: «era<br />

alegre y bondadosa». Siempre le parecían «divertidos» <strong>los</strong> pequeños incidentes de<br />

la vida; y de acuerdo con una dama inglesa que la conoció en la cárcel. Rose era<br />

«una de las mujeres más cabales y amables que conocí jamás».<br />

<strong>La</strong>s monjas bernardinas con quienes se había alojado antes de la Revolución ya<br />

no existían, y este hecho simbolizó el cambio en la vida de la propia Rose. Ahora<br />

vivía sola, y vivía para la diversión. Deseaba borrar esos terribles cuatro meses a la<br />

sombra de la guillotina con fiestas y con el frufrú de <strong>los</strong> vestidos elegantes. En una<br />

carta a su íntima amiga Thérésia Tallien, Rose se prepara para un baile:<br />

Como me parece importante que ambas estemos vestidas exactamente del<br />

mismo modo, te aviso que llevaré sobre <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> un pañuelo rojo anudado al<br />

estilo criollo, con tres rizos a cada lado de la frente. Lo que puede ser un poco<br />

atrevido para mí, será perfectamente normal en ti, pues eres más joven, quizá no<br />

más bonita, pero infinitamente más rozagante. Como ves, soy justa con todos.<br />

Pero todo es parte de un plan. <strong>La</strong> idea es desesperar a <strong>los</strong> Trois Bichons y a <strong>los</strong><br />

Bretelles Anglaises (dos grupos de jóvenes elegantes). Comprenderás la<br />

importancia de esta conspiración, la necesidad de secreto y el enorme efecto que<br />

provocará. Hasta mañana. Cuento contigo.<br />

<strong>Napoleón</strong> Bonaparte ingresó en este mundo alegre, amante del placer, a finales<br />

del verano de 1795. Recibía entonces media paga y no tenía suficiente para comer.<br />

Tenía hundido el rostro cetrino, las mejillas sumidas, y a <strong>los</strong> lados de la cara sus<br />

cabel<strong>los</strong> mal empolvados caían «como las orejas de un spaniel». El hablar lacónico<br />

estaba de moda, pero <strong>los</strong> amigos consideraron que <strong>Napoleón</strong> exageraba ya que<br />

hablaba sobre todo con monosílabos. He aquí cómo impresionó a una dama: «Muy<br />

pobre y orgul<strong>los</strong>o como un escocés... había rechazado un mando en la Vendée<br />

porque no estaba dispuesto a renunciar a la artillería: "Ésa es mi arma", solía decir<br />

a menudo, y las jóvenes reían estrepitosamente, pues no podían entender que<br />

alguien se refiriese a un cañón en <strong>los</strong> mismos términos que se usaba para una<br />

espada... Nadie habría podido adivinar que era soldado; nada tenía de atrevido, no<br />

se pavoneaba, no se imponía, no era rudo».<br />

<strong>Napoleón</strong> probablemente conoció a Rose en casa deThérésiaTallien.<br />

Él tenía veintiséis años y ella treinta y dos. A lo sumo podemos conjeturar qué<br />

opinión se formó <strong>Napoleón</strong> de ella. Rose poseía <strong>los</strong> rasgos que él tendía a admirar,<br />

era de una naturaleza muy gentil y femenina; como cierta vez dijo <strong>Napoleón</strong>, ella<br />

era «todo encaje». Con respecto a su carácter, es muy posible que <strong>Napoleón</strong> haya<br />

pensado lo mismo que un contemporáneo: «su carácter ecuánime, su disposición<br />

tolerante, la bondad que colmaba sus ojos y se expresaba no sólo en sus palabras<br />

sino en el tono mismo de su voz... todo esto le confería un encanto que<br />

compensaba la deslumbrante belleza de sus dos rivales: madame Tallien y madame<br />

Récamier».<br />

<strong>Napoleón</strong> y Rose tenían amigos en común, sobre todo, Paúl Barras.<br />

Después que fue designado jefe del ejército del Interior, se invitó a <strong>Napoleón</strong> a<br />

visitar la casa por la cual Rose había realizado el primer pago. <strong>La</strong> encontró<br />

amueblada con lujos más que con necesidades. Había un arpa, un busto de<br />

Sócrates, y algunas sillas elegantes de respaldo curvo, pero no había sartenes,<br />

copas ni fuentes. De todos modos, Rose había distribuido con gusto <strong>los</strong> muebles<br />

existentes; más aún, mantenía una limpieza impecable en la casa —en las<br />

Carmelitas había sido una de las pocas detenidas que limpiaba su habitación— y<br />

ésta era una cualidad que agradaba a <strong>Napoleón</strong>. También se advertía una<br />

atmósfera exótica que seguramente atrajo al soldado que había gustado de Pablo y<br />

Virginia.

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