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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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que, si bien a escala tremendamente reducida, <strong>Napoleón</strong> tenía una corte tan<br />

puntil<strong>los</strong>a como en las Tullerías. Organizó una casa militar, formada por siete<br />

oficiales de uniforme celeste con adornos de plata; y una casa civil, consistente en<br />

dos secretarios y cuatro chambelanes, entre el<strong>los</strong> el alcalde Traditi, cuyos modales<br />

eran sin duda menos refinados que <strong>los</strong> de un habitante de París. Cieno día,<br />

impulsado por su típico optimismo, <strong>Napoleón</strong> anunció que sembraría quinientos<br />

sacos de trigo en sus propios campos de San Martino, yTraditi, que sabía que esa<br />

propiedad daba sólo para cien sacos, exclamó: «O questa, si, che e grossa! (¡Ésta<br />

sí que es una fanfarronada!)», comentario que provocó la risa de <strong>Napoleón</strong>.<br />

En lugar del mejor médico de Francia, <strong>Napoleón</strong> se vio reducido a <strong>los</strong> servicios<br />

del ex cirujano de <strong>los</strong> estab<strong>los</strong> imperiales, Purga Fourreau.<br />

Cierta mañana <strong>Napoleón</strong> estaba sumergido en su baño de agua de mar caliente,<br />

y Fourreau se presentó con un cuenco de caldo caliente. «Excelente para <strong>los</strong><br />

intestinos. Majestad.» Mientras esperaba que el caldo se enfriase. <strong>Napoleón</strong> lo<br />

olfateó. «¡No, no! —exclamó Fourreau, muy inquieto—. ¡Me opongo en nombre de<br />

Aristóteles e Hipócrates!» Advirtió que inhalar el vapor le provocaría cólicos.<br />

«Doctor —dijo con firmeza <strong>Napoleón</strong>—, no importa lo que Aristóteles y otros<br />

puedan decir, a mi edad sé cómo debo beber».<br />

<strong>Napoleón</strong> estaba seguro de que María Luisa y su hijo se reunirían con él muy<br />

pronto. Había preparado una habitación para el<strong>los</strong> en I Mulini, y en San Martino<br />

ordenó que pintasen palomas en uno de <strong>los</strong> cie<strong>los</strong> rasos; las aves debían aparecer<br />

separadas por las nubes, pero unidas por una cinta con un nudo que se ajustaba<br />

cada vez más a medida que las palomas se separaban. El dibujo representaba la<br />

fidelidad conyugal.<br />

Si <strong>Napoleón</strong> pensaba mucho en María Luisa, también recordaba a Josefina. <strong>La</strong><br />

cadena de su reloj, cuando lo usaba, estaba formada por trenzas de cabel<strong>los</strong> de<br />

Josefina. Durante su intento de suicidio había dicho a Caulaincourt: «Le dirá a<br />

Josefina que la he tenido muy presente en mis pensamientos», y el 16 de abril la<br />

invitó a que le escribiese a Elba, diciéndole que jamás la había olvidado y jamás la<br />

olvidaría.<br />

Aunque ella no escribió —hasta el final Josefina me una pésima corresponsal—,<br />

éstos eran exactamente <strong>los</strong> sentimientos de Josefina hacia <strong>Napoleón</strong>; rechazó una<br />

oferta de matrimonio de un joven noble interesante, Frederick Louis de<br />

MeckIenburg-Schwerin, y en Malmaison conservó las habitaciones de <strong>Napoleón</strong><br />

exactamente como él las había dejado; un libro de historia continuaba abierto por<br />

la página donde <strong>Napoleón</strong> había suspendido la lectura; y había prendas preparadas<br />

para ser utilizadas. Josefina abrigaba la esperanza de que <strong>Napoleón</strong> se las<br />

arreglaría para volver a entrar en su vida, del mismo modo que <strong>Napoleón</strong> confiaba<br />

en que María Luisa entraría en la suya propia.<br />

Cierto día Josefina recibió la visita de madame de Stael. Josefina consideró<br />

dolorosa la experiencia, porque la novelista «parecía que trataba de analizar mi<br />

estado mental en presencia de esta gran desgracia...<br />

Yo, que nunca dejé de amar al emperador cuando las cosas iban bien, ¿me<br />

enfriaría hoy respecto de su persona?» Por supuesto, no se enfrió, ni ese día ni el<br />

siguiente. Pero sobrevino otra clase de desastre. Tres semanas después del<br />

desembarco de <strong>Napoleón</strong> en Elba, Josefina enfermó en Malmaison. Le dolía la<br />

garganta y tosía, además tenía dificultad para hablar. De modo que se acostó, y al<br />

principio nadie se alarmó, pues ella tenía sólo cincuenta años, pero hacia el 27 de<br />

mayo la fiebre era muy alta, y se llamó a <strong>los</strong> especialistas; el diagnóstico fue<br />

difteria. A mediodía del domingo de Pentecostés, 29 de mayo de 1814, Josefina<br />

falleció en presencia de Hortense y Eugéne.<br />

<strong>Napoleón</strong> recibió la noticia en una carta enviada por Caulaincourt a madame<br />

Benrand, la esposa del Gran Mariscal. «Pobre Josefina —murmuró—. Ahora es<br />

feliz.» Se sintió tan afectado que durante dos días no quiso salir de casa. Sin duda,<br />

recordaba la lealtad que Josefina le había demostrado y su bondad; la víspera de<br />

su muerte ella había murmurado con voz ronca lo que era una afirmación<br />

demasiado modesta: «<strong>La</strong> primera esposa de <strong>Napoleón</strong> jamás provocó una sola<br />

de extensión de <strong>los</strong> principios de <strong>La</strong>vater, <strong>Napoleón</strong> había elaborado una detallada<br />

teoría, de acuerdo con la cual todos <strong>los</strong> movimientos del abanico reflejaban <strong>los</strong><br />

sentimientos de la dama. Afirmó que poco antes había comprobado el acierto de la<br />

teoría al observar a la famosa actriz mademoiselle Constant en la Comedie<br />

Francaise.<br />

Mademoiselle de Chastenay nunca fue más que una amiga para <strong>Napoleón</strong>, pero<br />

representaba a un mundo más desarrollado y culto, comparado con el cual, la<br />

Marsella de <strong>los</strong> Clary, inevitablemente debía de parecerle inferior.<br />

<strong>Napoleón</strong> llegó a conocer a Thérésia Tallien, una mujer aún más notable. Bajo<br />

el Terror había sido encarcelada; tenía veintiún años y esperaba el filo de la<br />

guillotina. Escribió una nota a su amante, Jean <strong>La</strong>mben Tallien —con quien después<br />

se casó—, la escondió en el corazón de una col y se la arrojó a Tallien a través de<br />

<strong>los</strong> barrotes de la ventana. «Si me amas tan sinceramente como afirmas, haz todo<br />

lo posible para salvar a Francia, y con ella a mí misma.» Thérésia era una bella<br />

mujer de cabel<strong>los</strong> negro azabache, y la nota escondida en la col produjo el efecto<br />

deseado. Tallien tomó la palabra en la Convención y se atrevió a atacar al temido<br />

Robespierre, y de ese modo precipitó su caída, terminó con el Terror y liberó a su<br />

amada.<br />

Thérésia Tallien vivía en una casa curiosa: por fuera parecía una casa de campo<br />

rústica, y por dentro estaba lujosamente amueblada en el estilo pompeyano. <strong>La</strong><br />

dama ofrecía fiestas elegantes, y se presentaba con atrevidos vestidos<br />

transparentes. A veces llevaba un peinado a la guillotine—<strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> cortos o<br />

recogidos para dejar libre el cuello— y una angosta cinta roja sobre el cuello. Otras<br />

veces aplicaba a sus cabel<strong>los</strong> adornos rojos o dorados. Todo lo que usaba era<br />

audaz e ingenioso.<br />

<strong>Napoleón</strong> concurría a esas fiestas con su uniforme raído. <strong>La</strong> tela escaseaba,<br />

pero un decreto reciente había otorgado a <strong>los</strong> oficiales recursos suficientes para<br />

adquirir un uniforme nuevo. Pero como <strong>Napoleón</strong> no estaba en activo, no podía<br />

aprovechar la medida. Sin duda mencionó el hecho a Thérésia Tallien como una<br />

«injusticia» más. En lugar de limitarse a simpatizar, ella le entregó una cana para<br />

un amigo, cieno monsieur Lefevre, comisario de la 17.a división, lo que fue<br />

suficiente para permitir que <strong>Napoleón</strong> consiguiera un uniforme nuevo.<br />

De modo que durante el verano de 1795 <strong>Napoleón</strong> conoció a varias mujeres<br />

cultas y bellas, mayores que Eugénie. En su cuento había formulado el dilema: o su<br />

carrera o el amor lejos del mundo; y había elegido el amor lejos del mundo. Pero<br />

cuando conoció mejor París, comprendió claramente que el dilema no concordaba<br />

con <strong>los</strong> hechos. Aquí había mujeres influyentes, casadas con generales o con<br />

políticos, y ayudaban a sus maridos a hacer carrera. Esas mujeres podían tener<br />

valores distintos de <strong>los</strong> que sostenía el propio <strong>Napoleón</strong>, pero vivían en el mismo<br />

mundo, el mundo de la Revolución. Era inevitable que a medida que se interesaba<br />

por estas mujeres, <strong>Napoleón</strong> se sintiera menos cerca de Eugénie Clary, de Marsella.<br />

En junio Eugénie se trasladó a Genova, donde su familia tenía intereses<br />

comerciales. Cuando escribió para informar de la novedad a <strong>Napoleón</strong>, dijo que<br />

continuaría amándolo siempre. <strong>Napoleón</strong> examinó su propio corazón y llegó a la<br />

conclusión de que ya no podía compartir ese sentimiento. Trató de separarse con la<br />

mayor gentileza posible: «Dulce Eugénie, eres joven. Tus sentimientos se<br />

debilitarán, y después flaquearán; más tarde advertirás que has cambiado. Así es<br />

el dominio del tiempo... No acepto la promesa de amor eterno que me ofreces en<br />

tu última carta, pero la sustituyo por una promesa de franqueza inviolable.<br />

Jura que el día en que ya no me ames me lo dirás. Yo formulo la misma<br />

promesa.» En la carta subsiguiente repitió la misma idea: «Si amas a otro, debes<br />

ceder a tus sentimientos».<br />

En realidad, el propio <strong>Napoleón</strong> había conocido a una persona que despertaba<br />

sus sentimientos más intensos, una íntima amiga de Thérésia Tallien llamada Rose<br />

Beauharnais. Dos canas después rompería totalmente su relación de amor con<br />

Eugénie. Este episodio había alcanzado su desarrollo más satisfactorio sólo cuando<br />

estaban separados, en la imaginación de <strong>Napoleón</strong>. Ciertamente, desde el principio

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