La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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dama rubia de ojos azules y al hijo uniformado; sin duda, el soberano había<br />
recibido una visita que preparaba la de la emperatriz y el rey de Roma, y éstos sin<br />
duda vendrían a reunirse definitivamente con <strong>Napoleón</strong>.<br />
Otra mujer que se mantuvo fiel a <strong>Napoleón</strong> fue su madre. Sabía que su hijo se<br />
sentía solo en Elba, y ese verano embarcó en Lierna y en el bergantín inglés<br />
Grasshopper^o el nombre de madame Dupont.<br />
Llevaba bien sus sesenta y cuatro años. Cuando <strong>los</strong> marineros avistaron I<br />
Mulini, ella se levantó de su sofá para ver mejor, y trepó ágilmente a la cureña de<br />
un cañón. <strong>Napoleón</strong> se sintió conmovido por ese gesto de lealtad; había lágrimas<br />
en sus ojos cuando la abrazó y la acompañó hasta la casa próxima a la que él<br />
ocupaba y que había alquilado para ella. Elba es parte de la misma masa terrestre<br />
que Córcega; en cierto sentido, el reloj había retrocedido veintidós años.<br />
Todos <strong>los</strong> domingos <strong>Napoleón</strong> obligaba a <strong>los</strong> funcionarios a saludar a su madre,<br />
y por la noche la invitaba a cenar; después había partidos de ecarte o de reversi.<br />
Durante <strong>los</strong> años vertiginosos del éxito, Letizia había mantenido la calma. «Con tal<br />
de que esto dure», decía con aire dubitativo, e invertía gran parte de su asignación<br />
en propiedades y joyas. <strong>Napoleón</strong> siempre tendía a hacer trampas en el juego, y<br />
cuando Letizia lo sorprendía, interrumpía enfadada la partida. «¡<strong>Napoleón</strong>, haces<br />
trampas!» «Madame —replicaba él—, usted es rica, y puede darse el lujo de<br />
perder, pero yo soy pobre y tengo que ganar.» Después, intercambiaban pellizcos<br />
de rapé, y reanudaban el juego. Por su parte, Letizia no hacía trampas, pero<br />
olvidaba pagar. Entonces, tocaba a <strong>Napoleón</strong> el turno de protestar. «Pague sus<br />
deudas, madame».<br />
Otra persona que se reunió con <strong>Napoleón</strong> fue su hermana Pauline.<br />
Tenía treinta y cuatro años y aún era muy bella, pero no feliz, porque al<br />
contrario que las restantes hermanas de <strong>Napoleón</strong> nunca había encontrado un<br />
hombre que la dominase. Sin embargo, amaba a <strong>Napoleón</strong> y acogió de buen grado<br />
la oportunidad de cuidarlo. Ocupaba el último piso de I Mulini, organizaba fiestas y<br />
coqueteaba con <strong>los</strong> apuestos oficiales de la Guardia. Había conservado su buena<br />
apariencia mediante un uso adecuado de <strong>los</strong> cosméticos, y cuando comprobó que<br />
su madre estaba demasiado pálida, le aconsejó que hiciera lo mismo. <strong>La</strong> madre a<br />
veces recurría a <strong>los</strong> cosméticos, pero únicamente conseguía exagerar el colorete.<br />
<strong>Napoleón</strong> quería mucho a Pauline, y le agradaba tenerla en Elba. El único<br />
inconveniente era la naturaleza temperamental de la joven. A veces, como en su<br />
niñez, «reía de todo y de nada». Otros días, se arrastraba quejándose de que<br />
estaba enferma; subconscientemente deseaba atraer la atención. <strong>Napoleón</strong> se<br />
negaba a ser cómplice de las enfermedades de su hermana, y decía que eran<br />
imaginarias.<br />
Pauline deseaba ofrecer bailes. <strong>Napoleón</strong> acogió bien la idea, pero adoptó<br />
precauciones. Su hermana quería despilfarrar el dinero, y <strong>Napoleón</strong> sabía que esa<br />
actitud conseguiría no sólo humillar a <strong>los</strong> habitantes de Elba sino que provocaría su<br />
hostilidad. De modo que señaló discretamente que cada baile tenía que costar<br />
menos de mil francos. Pauline organizó seis, tres de el<strong>los</strong>, de máscaras. También<br />
organizó funciones teatrales de aficionados en el Teatro del Palacio —un cobertizo<br />
modificado a toda prisa que pertenecía a I Mulini— e intervino en comedias tan<br />
frivolas como Les Fausses Infidélitésy Les FoliesAmoureuses.<br />
Poco después, <strong>los</strong> habitantes de Portoferraio también quisieron contar con un<br />
teatro. <strong>Napoleón</strong> aprobó la idea. <strong>La</strong> iglesia secularizada de San Francesco había<br />
sido utilizada como depósito militar desde 1801. <strong>Napoleón</strong> la reconstruyó como<br />
teatro, y recaudó fondos vendiendo <strong>los</strong> palcos y las butacas antes de iniciar <strong>los</strong><br />
trabajos. Presidió la noche inaugural, acompañado por su madre y Pauline, a quien<br />
él había designado «Organizadora de las Representaciones Teatrales de la Isla de<br />
Elba». Veinte miembros de la Guardia formaban la orquesta; el telón mostraba a<br />
Apolo, desterrado del cielo, vigilando <strong>los</strong> rebaños y enseñando, feliz, a <strong>los</strong> pastores.<br />
<strong>La</strong>s piezas eran un vodevil italiano y una comedia francesa. <strong>La</strong> interpretación fue<br />
mediocre. De todos modos. <strong>Napoleón</strong> encabezó <strong>los</strong> aplausos, al mismo tiempo que<br />
decidía que contrataría a una buena compañía de ópera.<br />
París, <strong>Napoleón</strong> escribió cada dos o tres días a su «adorable amiga» y le pidió a<br />
Eugénie que escribiese diariamente. Ahora a él le tocaba preocuparse cuando una<br />
carta no llegaba.<br />
Continuó impulsando el progreso del talento musical de la joven, y le envió<br />
extractos de Sappho, un éxito reciente de Martini, y algunos «romances que son<br />
bonitos y tristes. Te agradará cantar<strong>los</strong> si sientes lo mismo que yo».<br />
<strong>Napoleón</strong> atravesaba su peor período de depresión, en ese momento parecía<br />
que su carrera estaba inexorablemente paralizada. En su sórdido hotel pensaba en<br />
la residencia Clary, y a medida que su situación se agravaba buscaba cierta<br />
compensación en <strong>los</strong> sentimientos que Eugénie le inspiraba. Comenzó a pensar que<br />
como soldado sería un fracaso, y que solamente el amor importaba. Estaba solo, y<br />
en su soledad volcó en un cuento lo que sentía; resultó el más personal de todos<br />
sus escritos.<br />
Allí describió su afecto por Eugénie y el tipo de vida que esperaba llevar con<br />
ella. Conservó el nombre de la joven, atribuido a la heroína del relato, pero el<br />
héroe se llama Clisson. Es un nombre revelador, pues el Olivier de Clisson original<br />
había sido condestable de Francia, es decir comandante supremo de <strong>los</strong> ejércitos<br />
reales. Había servido con brillo antes a Car<strong>los</strong> V y Car<strong>los</strong> VII en la lucha contra <strong>los</strong><br />
ingleses y <strong>los</strong> flamencos, y su nombre se había convertido en sinónimo de servicio<br />
fiel.<br />
El relato comienza así: «Clisson nació para la guerra... A pesar de su juventud,<br />
había alcanzado el rango más alto en el ejército. <strong>La</strong> buena suerte colaboró siempre<br />
con sus cualidades... Y pese a todo, su alma no se sentía satisfecha.» <strong>La</strong><br />
insatisfacción de Clisson respondía al hecho de que la gente envidiaba su rango y<br />
difundía rumores falsos acerca de su persona. Con el propósito de recobrar el<br />
ánimo fue a pasar un mes a un lugar de descanso que se encontraba en una región<br />
boscosa, cerca de Lyon.<br />
Allí conoció a dos hermanas, Amélie y Eugénie. Pese a su actitud sombría<br />
Clisson suscitó la simpatía de Amélie, que coqueteó con él; en cambio, al principio<br />
provocó la intensa aversión de la tímida Eugénie, sentimiento que ella no supo<br />
explicar ni justificar ante sí misma. «Ella clavaba la vista en el forastero y jamás se<br />
cansaba de mirarlo. ¿Cuál es su pasado? ¡Qué sombrío y cavi<strong>los</strong>o se lo ve! Su<br />
mirada revela la madurez de la vejez, su fisonomía la languidez de la<br />
adolescencia.» Durante un paseo por el bosque Eugénie y Clisson se encuentran<br />
otra vez, llegan a conocerse mejor y se enamoran.<br />
Ahora Clisson «despreciaba su vida anterior, el tiempo que había vivido sin<br />
Eugénie, sin respirar su aliento. Se entregó al amor y renunció a pensar en la fama.<br />
Los meses y <strong>los</strong> años pasaron con tanta rapidez como si hubieran sido horas.<br />
Tuvieron hijos y continuaron enamorados.<br />
Eugénie amaba con tanta consecuencia como era amada. Compartían <strong>los</strong><br />
placeres, las preocupaciones y las tristezas...<br />
«Todas las noches Eugénie dormía con la cabeza apoyada sobre el hombro de<br />
su amante, o en sus brazos, pasaban juntos el día entero, criando a <strong>los</strong> hijos,<br />
cultivando el jardín, manteniendo el orden de la casa.<br />
»En su nueva vida con Eugénie, Clisson ciertamente había vengado la injusticia<br />
de <strong>los</strong> hombres, y ésta había desaparecido de su mente como si hubiera sido un<br />
sueño.<br />
»<strong>La</strong> compañía de un hombre tan talentoso como Clisson había realizado a<br />
Eugénie. Ahora tenía una mente cultivada y sus sentimientos, antes muy tiernos y<br />
débiles, habían adquirido la energía que era apropiada en la madre de <strong>los</strong> hijos de<br />
Clisson.» Sigue después una frase que implica una notable profecía respecto de la<br />
vida conyugal del propio <strong>Napoleón</strong>: «Por lo que se refiere a Clisson, ya no se lo veía<br />
sombrío y triste, y su carácter había adquirido la dulzura y la gracia de la<br />
personalidad de Eugénie. <strong>La</strong> fama militar lo había convertido en un hombre<br />
orgul<strong>los</strong>o y aveces duro, pero el amor de Eugénie logró que él fuese más<br />
indulgente y flexible.