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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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<strong>Napoleón</strong> sabía que Joseph sentía inclinación por las dos jóvenes, pero prefería<br />

a la menor y deseaba desposarla, <strong>Napoleón</strong> llevó aparte a Joseph. «En un<br />

matrimonio feliz —le explicó—, una persona tiene que ceder ante la otra. Ahora<br />

bien, tú no tienes un carácter fuerte, y tampoco lo tiene Désirée; en cambio, Julie y<br />

yo sabemos lo que queremos. Será mejor que te cases con Julie, y Désirée será mi<br />

esposa.» Joseph no puso objeciones. Si su hermano el brigadier prefería a Désirée,<br />

él con su carácter llevadero estaba dispuesto a ceder. Comenzó a cortejar a la<br />

coqueta Julie. Lo mismo que su hermana, Julie tenía una enorme dote de cien mil<br />

libras, y Joseph no tenía nada; por otra parte, Joseph había salvado la vida de<br />

Etienne. Madame Clary y Letizia otorgaron su consentimiento, y en agosto, Julie<br />

Clary se convirtió en esposa de Joseph. Sería un matrimonio feliz para ambos.<br />

En septiembre, antes de que <strong>Napoleón</strong> pudiese conocer mejor a Eugénie o<br />

comenzara a cortejarla, fue asignado a <strong>los</strong> Alpes, donde como jefe de artilleros<br />

combatió a <strong>los</strong> austríacos. En el campamento, donde la única música era la del<br />

tambor y el pífano, <strong>Napoleón</strong> sin duda cobró conciencia de las muchas diferencias<br />

que lo separaban de Eugénie, entre ellas <strong>los</strong> nueve años de edad, pues su primera<br />

carta es un poco fría. «Querida Eugénie, tu constante dulzura y la alegre franqueza<br />

que es tu característica me inspiran afecto, pero estoy tan ocupado con mi trabajo<br />

que no creo que este afecto deba penetrar en mi alma y dejar una cicatriz más<br />

profunda.» Sin duda, era una <strong>observación</strong> un tanto tosca. Pero revela también<br />

cierto conflicto entre el sentimiento y el deber, entre el corazón y la cabeza, que<br />

habría de ser una de las características de las relaciones de <strong>Napoleón</strong> con las<br />

mujeres. En la misma carta dijo a Eugénie que tenía talento para la música, y le<br />

recomendó que comprase un piano y contratase a un buen profesor. «<strong>La</strong> música es<br />

el alma del amor».<br />

Pasaron cinco meses antes de que <strong>Napoleón</strong> escribiese nuevamente, ahora<br />

desde Tolón. Esta vez el tono era menos personal, casi el de un hermano mayor o<br />

un profesor que desea promover el progreso de un alumno. <strong>Napoleón</strong> adjuntaba<br />

una lista de libros que Eugénie debía leer y prometía pagar la suscripción a una<br />

revista de piano publicada en París. Eugénie era entonces para él una cantante, y<br />

con el propósito de ayudarla, él, que apenas podía emitir una nota sin desafinar,<br />

inventó un nuevo modo de cantar la octava. Lo explicó así a Eugénie:<br />

Si cantas re-mi-fa-sol-la-si-do-re, ¿sabes lo que sucede generalmente?<br />

Pronuncias claramente el la, pero le asignas el mismo valor que a do, es decir,<br />

pones un intervalo de un semitono entre re y mi. Lo que debes hacer es poner un<br />

tono completo entre mi y fa... Después, continúas cantando mi-fa-sol-la-si-do-remi,<br />

pasando del sonido de la primera voz al segundo mediante el intervalo de un<br />

semitono. Terminas cantando si-do-re-mi-fa-sol-la-si, que era la escala usada<br />

antiguamente.<br />

De esto se desprende claramente que <strong>Napoleón</strong> no sabía una palabra de teoría<br />

musical —incluso equivoca todos <strong>los</strong> interva<strong>los</strong>— y que estaba dándose aires para<br />

beneficio de Eugénie. Como Eugénie se había quejado de que sus cartas eran frías,<br />

después de dictar esta lección de música <strong>Napoleón</strong> consideró que podía permitirse<br />

un final afectuoso: «Adiós, mi bondadosa, bella y tierna amiga. Alégrate y<br />

cuídate».<br />

El 21 de abril de 1795 <strong>Napoleón</strong> fue a Marsella, y después de una separación de<br />

nueve meses vio nuevamente a Eugénie. Era evidente que ella había progresado,<br />

quizá como resultado del aliento que le dio <strong>Napoleón</strong>, cantaba mejor; sea como<br />

fuere, <strong>Napoleón</strong> se enamoró de ella, y una quincena después, cuando de nuevo<br />

visitó la casa Clary de camino a París, se abordó el tema del matrimonio. Eugénie<br />

tenía sólo diecisiete años, y con su dote de cien mil libras era mucho mejor partido<br />

que <strong>Napoleón</strong>, que contaba únicamente con su sueldo del ejército. Un partido<br />

demasiado bueno, pensó Madame Clary, que ya había dado una hija al pobretón<br />

Joseph, y que declaró: «Me parece suficiente con un Bonapane en la familia».<br />

<strong>La</strong> hostilidad de madame Clary no debilitó el afecto de <strong>Napoleón</strong>, ydesdeAviñón,<br />

su primera escala después de Marsella, terminó su carta con estas palabras:<br />

«Recuerdos y amor de quien es tuyo para siempre.» Al comienzo de su estancia en<br />

Entre <strong>los</strong> hombres que estaban en Elba uno de <strong>los</strong> favoritos de <strong>Napoleón</strong> era el<br />

comisionado británico, encargado de vigilarlo; se llamaba Neil Campbell —<strong>Napoleón</strong><br />

decía «Combell»—. El emperador explicó a Campbell la razón de que él hubiese<br />

perdido la batalla de Francia. «Hubiera debido licenciar a mis mariscales —dijo—,<br />

pues estaban cansados de la guerra, para reemplazar<strong>los</strong> por hombres más jóvenes,<br />

incluso por coroneles.» Pero <strong>Napoleón</strong> no profundizó en este análisis. No lo<br />

relacionó con su afición a las caras conocidas, a la necesidad que sentía de<br />

rodearse de viejos amigos. Y por supuesto, no atinó a ver que éste es un fallo<br />

propio del gobierno de un solo hombre. Campbell no era el único inglés que<br />

hablaba con <strong>Napoleón</strong> en Elba. Un total de sesenta y un turistas ingleses fueron a<br />

verlo o a hablar con el emperador caído.<br />

Cada uno se formó su propia opinión de la apariencia de <strong>Napoleón</strong>; uno juzgó<br />

que parecía «un sacerdote astuto e ingenioso»; otro llegó a la conclusión de que<br />

sus mus<strong>los</strong> eran excesivamente anchos y desproporcionados; pero casi todos<br />

coincidieron acerca de su actitud: «Tan familiar y bien dispuesta como es posible»,<br />

dijo el mayor Vivían, y con esa opinión coincide lordjohn Russell: «Un carácter<br />

sumamente bueno».<br />

Entre tanto ¿qué sucedía con María Luisa? En el camino a Viena escribió en su<br />

diario: «Me siento culpable porque no lo he seguido...<br />

¡Oh, Dios mío! ¿Qué pensará de mí? Pero sin duda me reuniré con él...» En<br />

Schünbrunn: «Cuan débil e impotente me veo en este torbellino de conspiración y<br />

traiciones.» Un miembro de su familia la exhortó a reunirse con <strong>Napoleón</strong>. Por<br />

extraño que parezca, era su formidable y antigua enemiga, la ex reina María<br />

Carolina de Ñapóles. «El matrimonio es para toda la vida —dijo a su nieta—. Si<br />

estuviese en tu lugar, anudaría mis sábanas a una ventana y me fugaría».<br />

<strong>Napoleón</strong> escribió a María Luisa, pidiéndole noticias de ella y de su hijo. Como<br />

<strong>los</strong> espías de Talleyrand abrían las cartas de <strong>Napoleón</strong>, éste sugirió que María Luisa<br />

le escribiese a nombre de monsieur Senno, quien dirigía la pesquería de atún de<br />

Elba. Pero no llegaron cartas para monsieur Senno. En septiembre, <strong>Napoleón</strong> se<br />

mostró más explícito y pidió francamente a María Luisa que fuese a Elba. Todo<br />

estaba a punto; incluso había ordenado a su talabartero que confeccionase riendas<br />

de seda azul que hicieran juego con <strong>los</strong> ojos de María Luisa, para el momento en<br />

que ella deseara montar su caballo castaño llamado Córdoba. Pero no recibió<br />

respuesta.<br />

Catherine de Württemberg había permanecido junto a Jéróme, hermano de<br />

<strong>Napoleón</strong>, y eso a pesar de la oposición de sus padres; y Augusta de Baviera<br />

tampoco abandonó al príncipe Eugéne. Pero María Luisa carecía de la fibra de esas<br />

dos mujeres, y de la de María Walewska. <strong>La</strong> habían enviado a las aguas de Aix, y<br />

allí la acompañó su nuevo ayudante de campo, el general conde Neipperg. Antes de<br />

la partida, Metternich ordenó a Neipperg que de forma sutil disuadiera a María<br />

Luisa de la idea de viajar a Elba. Neipperg era medio francés, medio austríaco.<br />

Había perdido un ojo en combate, y con un parche de seda negro sobre la<br />

cicatriz tenía el aire de un pirata. Pero también poseía modales encantadores y una<br />

voz armoniosa. Ya había logrado que una mujer casada se separase de su marido,<br />

y en septiembre comenzó a trabajar por segunda vez. Empezó elogiando a<br />

<strong>Napoleón</strong>, de quien según dijo era un ferviente admirador; después, pasó a elogiar<br />

a María Luisa. Ella, débil y sensual, sucumbió ante la experiencia de Neipperg.<br />

Fueron a pasar unas vacaciones en el Oberland suizo, y allí María Luisa se convirtió<br />

en la amante de Neipperg. En octubre ella regresó a Schónbrunn. Fuera de una<br />

carta formal de salutación de Año Nuevo, en enero de 1815, <strong>Napoleón</strong> jamás volvió<br />

a recibir noticias de su esposa.<br />

En septiembre <strong>Napoleón</strong> comprendió que María Luisa no se reuniría con él. Se<br />

sintió profundamente afectado y muy triste. No la culpó. Para él continuaba siendo<br />

una criatura tierna y buena. Endilgó la responsabilidad al padre. Francisco había<br />

aceptado el matrimonio con <strong>Napoleón</strong> cuando éste era grande y poderoso, y lo<br />

repudiaba cuando él había caído.

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