La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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Como dijo amargamente a Campbell, dos veces había entrado en Viena como<br />
conquistador, pero nunca había mostrado frente al emperador una conducta tan<br />
poco generosa.<br />
De pronto, <strong>Napoleón</strong> llegó a la conclusión de que la vida carecía de atractivos.<br />
El 20 de septiembre Campbell observó: «A veces cae en un estado de inactividad<br />
que nunca se le había visto antes, y últimamente se retira a su dormitorio a<br />
descansar varias horas durante el día. Si sale, lo hace en un carruaje, y no a<br />
caballo como antes.» <strong>Napoleón</strong> trató de reanimarse apelando a pequeños placeres:<br />
su baño de una hora y media con agua salada, <strong>los</strong> pellizcos de rapé extraídos de<br />
una caja con la imagen del rey de Roma, el consumo de regaliz aromatizado con<br />
anís. Se dedicó a ingerir bizcochos empapados con vino de Málaga. Leyó a sus<br />
antiguos favoritos, como Plutarco, Corneille, Racine y Voltaire, una biografía de<br />
Car<strong>los</strong> V, el emperador que había abdicado para ingresar en un monasterio, y<br />
también Le Cabinet des Fées, y volúmenes de relatos y leyendas de <strong>La</strong>s noches de<br />
Arabia de Perrault.<br />
<strong>Napoleón</strong> tenía mucha afición a sus cabal<strong>los</strong>. Éstos, más que <strong>los</strong> perros, eran<br />
<strong>los</strong> animales que realmente le agradaban. Había llevado a Elba sus cabal<strong>los</strong>, así<br />
como el andaluz Córdoba, el mismo que María Luisa jamás montaría, y en su<br />
soledad se dedicó a visitar<strong>los</strong>. En <strong>los</strong> estab<strong>los</strong>, entre el olor del cuero y el heno, les<br />
frotaba <strong>los</strong> hocicos y les palmeaba <strong>los</strong> cuartos traseros marcados con la N y la<br />
corona. Ahí estaba Tauris, un persa gris plata, regalo del zar Alejandro, y el animal<br />
que lo había llevado durante la campaña de Rusia. También Intendant, un caballo<br />
blanco de Normandía, que participaba en <strong>los</strong> desfiles, y al que sus hombres<br />
llamaban Coco. Estaba Roitelet, hijo de un corcel inglés y una yegua limusina, que<br />
se había encabritado durante un desfile de Schónbrunn, y casi lo había<br />
desmontado; después, en Lützen, una bala le arrancó un mechón de pelo y piel del<br />
corvejón. <strong>Napoleón</strong> le palmeaba el corvejón donde el pelo nunca había vuelto a<br />
crecer. Sentía especial afecto por Wagram, un árabe gris al que había montado en<br />
la batalla del mismo nombre. Le ofrecía un terrón de azúcar y lo besaba, mientras<br />
decía: Te voilá, mon cousin.<br />
A pesar de estos placeres, <strong>Napoleón</strong> sentía que <strong>los</strong> días eran muy largos. Era un<br />
hombre de familia; sin María Luisa y su hijo no podía ser del todo el mismo. Como<br />
el<strong>los</strong> no habían acudido a Elba, <strong>Napoleón</strong> se mostraba más sensible a todo lo que le<br />
recordase cuan bajo había caído.<br />
Siempre le había desagradado el negro, pues lo consideraba un color de mal<br />
presagio; pero ahora llegó a aborrecerlo. Cierta noche en que Pauline llegó a un<br />
baile ataviada con un vestido de terciopelo negro, al que ella por precaución había<br />
cubierto con volantes rosados, pues sabía que a su hermano le agradaba este<br />
color. <strong>Napoleón</strong> le ordenó inmediatamente que saliera de la habitación y se<br />
cambiase. Excepto las noches en que había baile, <strong>Napoleón</strong> se acostaba temprano.<br />
A las nueve se ponía de pie y se acercaba al piano, donde tocaba con un dedo las<br />
catorce notas iniciales de la Sinfonía Sorpresa de Haydn; después, daba las buenas<br />
noches y se dirigía a su dormitorio.<br />
El día que <strong>Napoleón</strong> llegó a Elba, Luis XVIII, gotoso, con coleta, y muy gordo,<br />
vestido con pantalones prusianos de botones y una chaqueta naval británica,<br />
recibió en la puerta de Saint-Denis las llaves de París, y entró en la ciudad «en el<br />
decimonoveno año de mi reinado».<br />
Por consejo deTalleyrand, despachó un enjambre de espías cuya misión era<br />
vigilar a <strong>Napoleón</strong>. Casi todos <strong>los</strong> barcos traían agentes secretos disfrazados de<br />
frailes, marinos y comerciantes viajeros; se deslizaban entre <strong>los</strong> pajes y <strong>los</strong> lacayos<br />
de <strong>Napoleón</strong>; eran tantos que a veces, por error se vigilaban unos a otros. Y<br />
después enviaban sus informes, que eran publicados en <strong>los</strong> periódicos de <strong>los</strong><br />
Borbones. <strong>Napoleón</strong>, devorado por enfermedades vergonzosas, era el amante<br />
incestuoso de Pauline.<br />
Hacía marchas y contramarchas con su ejército de juguete a través de la isla, y<br />
nombraba almirante de su flota al teniente Taillade, que invariablemente se<br />
mareaba apenas pisaba la cubierta de una nave.<br />
me abandonó. Ahora hay un tercero; hace tres años que vivo con él. Es francés,<br />
pero tiene negocios en Londres, y ahora está allí. Vamos a su casa.<br />
»—¿Qué haremos allí?.<br />
»—Vamos, tendremos un poco de calor y usted conseguirá su parte de placer.<br />
»Yo no sentía escrúpu<strong>los</strong>, ni mucho menos. Ciertamente, no deseaba que ella<br />
se sintiese atemorizada por mis preguntas, o que dijese que no se acostaba con<br />
desconocidos, porque ésa era precisamente la razón que me movió a abordarla».<br />
Probablemente ésta fue la primera vez que <strong>Napoleón</strong> durmió con una mujer.<br />
Probablemente ella tenía la piel blanca y <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> negros típicos de <strong>los</strong> bretones,<br />
y quizá también esa actitud soñadora que <strong>los</strong> distingue de <strong>los</strong> parisienses, siempre<br />
más realistas. En todo caso, es indudable que era menuda y femenina, el tipo que<br />
atrae a <strong>los</strong> hombres viriles, que <strong>Napoleón</strong> gustaba de su voz suave, y que la<br />
relación fue algo más que un mero encuentro físico; <strong>Napoleón</strong> trató de conocerla<br />
como persona, y sintió simpatía por sus dificultades.<br />
De <strong>los</strong> dieciocho a <strong>los</strong> veinticinco años <strong>Napoleón</strong> llevó una vida tan activa que<br />
dispuso de escaso tiempo para las jóvenes. Viajaba rara vez a París, y es dudoso<br />
que realizara una segunda visita al Palais Royal. Como observaron sus colegas<br />
oficiales, ejercía un firme control sobre su propia persona, y probablemente<br />
continuaba, como había dicho Alexandre des Mazis, «viviendo honestamente». Sólo<br />
después de Tolón, cuando ya era brigadier, dispuso de tiempo para relacionarse<br />
con mujeres.<br />
En Marsella vivía un millonario, un industrial textil llamado Francois Clary. En<br />
política era realista. Cuando las tropas del gobierno sofocaron la rebelión en<br />
Marsella, en agosto de 1793, y Stanislas Fréron comenzó a purgar y aterrorizar,<br />
Etienne, el hijo mayor de Francois, fue encarcelado, y otro hijo se suicidó para<br />
evitar que lo fusilaran. Cuatro meses después Francois murió, agobiado por la<br />
angustia y el dolor. Mientras gestionaba la libertad de Etienne, la viuda llegó a<br />
conocer a Joseph Bonaparte, y éste, probablemente a través de Saliceti, consiguió<br />
liberar a Etienne.<br />
Joseph se convirtió en visitante usual de la lujosa residencia Clary, y cuando<br />
<strong>Napoleón</strong> iba a Marsella también concurría a esa casa.<br />
En la residencia vivían dos hijas: Julie, de veintidós años, y Bernardine Eugénie<br />
Désirée, de dieciséis, la menor de <strong>los</strong> Clary. Ambas eran morenas, con grandes<br />
ojos castaños, muy oscuros. <strong>Napoleón</strong> llegó a conocerlas bien, y en un cuento que<br />
escribió el año siguiente describió las diferencia entre ellas. Llama Amélie ajulie:<br />
<strong>La</strong> mirada de Amélie parecía decir: «Estás enamorado de mí, pero no eres el<br />
único, y tengo muchos otros admiradores; debes saber que el único modo de<br />
complacerme es prodigarme halagos y cumplidos. Me agrada el estilo afectado»<br />
Eugénie... sin ser fea, tampoco era una belleza, pero era buena, dulce, vivaz y<br />
tierna... Nunca miraba descaradamente a un hombre. Sonreía dulcemente, y<br />
revelaba <strong>los</strong> más bel<strong>los</strong> dientes que uno pueda imaginar. Si uno le ofrecía la mano,<br />
concedía tímidamente la suya, sólo un momento, y mostraba casi juguetonamente<br />
la mano más bonita del mundo, en la cual la blancura de la piel contrastaba con las<br />
venas azules. Amélie era como un fragmento de música francesa, cuyos acordes y<br />
la armonía a todos complacen. Eugénie era como la canción del ruiseñor, o una<br />
pieza de Paesiello, que agrada únicamente a las personas sensibles, parece<br />
mediocre al oyente común, pero su melodía transporta y excita a <strong>los</strong> que poseen<br />
sentimientos intensos.<br />
<strong>La</strong> analogía musical es reveladora. A <strong>los</strong> veinticinco años <strong>Napoleón</strong> gustaba<br />
mucho de la música, y sobre todo de Paesiello, su compositor favorito; le agradaba<br />
oír el canto de las jóvenes; y parece que la menor de las Clary además de sus<br />
bonitas manos tenía buena voz. <strong>Napoleón</strong> comenzó a sentir mucha simpatía por la<br />
tímida y musical hija del millonario. En su casa la llamaban Désirée, pero a<br />
<strong>Napoleón</strong> no le agradaba ese nombre, con su sugerencia de deseo físico, y cuando<br />
estaban so<strong>los</strong> la llamaba, como en el cuento, por el segundo nombre, Eugénie. Este<br />
nombre utilizado en la relación privada, y la común afición a la música, se convirtió<br />
en un vínculo entre el<strong>los</strong>.