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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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Legión de Honor, se había restablecido el antiguo cuerpo de la Casa, millares de<br />

oficiales regulares habían sido dados de baja con media paga, y <strong>los</strong> buenos<br />

empleos iban a parar a manos de <strong>los</strong> emigrados que retornaban con sus pelucas<br />

empolvadas. <strong>La</strong> altivez de estos hombres no conocía límites.<br />

Cierto día el ministro de Marina recibió la petición de un emigrado, que deseaba<br />

se lo designase contralmirante. Carecía de experiencia, pero había sido cadete<br />

naval en 1789, y ahora, de no ser por la Revolución, habría alcanzado la jerarquía<br />

de contralmirante; en resumen, creía que satisfacer esa petición era un acto de<br />

justicia por parte del rey. «¿Qué puedo hacer?», suspiró el ministro. Felizmente,<br />

contaba con la ayuda de Vitrolles, un consejero de ingenio rápido, que respondió:<br />

«Reconozca la lógica de la solicitud. Pero señale que, lamentablemente, él perdió la<br />

vida en Trafalgar».<br />

<strong>La</strong> nueva Constitución redujo el electorado, pero <strong>los</strong> nobles y <strong>los</strong> sacerdotes, a<br />

quienes Luis favorecía, reclamaban estridentemente el retorno total al antiguo<br />

régimen. Entre tres y cuatro millones de poseedores de tierras nacionales temían<br />

perderlas de un momento a otro.<br />

Aunque reconocía que Luis tenía abundancia de buenas intenciones, <strong>Napoleón</strong><br />

estaba convencido de que puesto que él y sus consejeros no habían tenido la<br />

experiencia de la Revolución Francesa, eran incapaces de gobernar Francia. Lo<br />

mismo opinaban muchos franceses comunes y corrientes que cantaban a propósito<br />

de Luis XVIII:<br />

Pouvait-il régner sur la France.<br />

Ce Roí, qui parmi les Français.<br />

Osa diré avec assurance:<br />

—-Je dois ma couronne auxAnglais?.<br />

(¿Podría reinar sobre Francia.<br />

este rey, el único de <strong>los</strong> franceses.<br />

que se atrevió a decir con seguridad:<br />

—Debo mi corona a <strong>los</strong> ingleses?).<br />

Estos hombres, que abrigaban la esperanza de presenciar el retorno de<br />

<strong>Napoleón</strong>, utilizaron como símbolo la violeta. <strong>La</strong>s damas se ataviaban con vestidos<br />

violetas, <strong>los</strong> hombres llevaban cadenas de reloj de ese color.<br />

«Aimez-vous la violettef» era una pregunta frecuente, y a ella uno respondía:<br />

«Ilreviendra auprintemps» (retornará en primavera).<br />

Los franceses se sentían humillados e infelices; deseaban que él retornase,<br />

<strong>Napoleón</strong> se sentía humillado e infeliz; más aún, el peligro de que se lo trasladase a<br />

una lejana isla-cárcel era real. El interés de Francia y el de <strong>Napoleón</strong> nuevamente<br />

coincidieron, y esta coincidencia fue siempre para <strong>Napoleón</strong> el motivo de la acción.<br />

Durante las primeras semanas de 1815 comenzó a contemplar seriamente el<br />

regreso a Francia. Nunca le agradó marchar contra la corriente de la historia, y no<br />

podía hallar en el pasado ejemp<strong>los</strong> de retorno con éxito. Pero esto no lo disuadió,<br />

sobre todo después del 15 de febrero, en que recibió la sorpresiva visita de un<br />

hombre disfrazado de marinero que decía llamarse Pietro St. Ernest, aunque en<br />

realidad era Fleury de Chaboulon, un ex subprefecto de Reims. Fleury traía un<br />

mensaje de Maret, el antiguo ministro de Relaciones Exteriores de <strong>Napoleón</strong>, en el<br />

sentido de que la opinión pública estaba reclamando clamorosamente el retorno de<br />

<strong>Napoleón</strong>. Como Maret era hombre prudente, <strong>Napoleón</strong> asignó importancia al<br />

mensaje y decidió aprovechar la oportunidad de salir de Elba.<br />

Sucedió que al día siguiente, Neil Campbell, el único extranjero inteligente que<br />

residía en la isla y que ya sospechaba de las intenciones de <strong>Napoleón</strong>, partió en<br />

dirección a Florencia con el propósito de consultar a su médico acerca de su<br />

sordera. Según dijo, se ausentaría diez días.<br />

<strong>Napoleón</strong> vio su oportunidad, y se puso en marcha. Tomó su gran mapa de<br />

Francia, y lo desplegó sobre el suelo. El general Drouot, su gobernador militar<br />

aficionado a la lectura de la Biblia, recibió la orden de llevar a dique el bergantín<br />

CAPÍTULO SEIS<br />

Enamorado<br />

En una época que tendía a ver en el sexo opuesto nada más que la ocasión del<br />

placer físico o la ventaja financiera, <strong>los</strong> Bonaparte creían en el amor y eran todos,<br />

en mayor o menor medida, amantes apasionados.<br />

Carlo y Letizia se habían casado por amor, y después de la muerte de Carlo,<br />

Letizia permaneció fiel a su memoria. El ejemplo de ese matrimonio feliz, y el<br />

temperamento que lo impulsaba, fueron transmitidos a <strong>los</strong> hijos. Lucien desposó<br />

por amor a la hija del posadero, y cuando ella falleció se casó, la segunda vez,<br />

también por amor —aunque al precio de su carrera política—. Louis consagró una<br />

parte de su juventud a garabatear resmas de poesía amatoria introspectiva, y por<br />

amor, el hijo menor, Jerome, más tarde desposaría a Elizabeth Patterson, de<br />

Baltimore. Con respecto a Pauline, la más parecida a <strong>Napoleón</strong> por el<br />

temperamento, a <strong>los</strong> dieciséis años estaba enamorada de Stanislas Fréron, y le<br />

escribía cartas de este sesgo: «Ti amo sempre passionatissimamente, per sempre ti<br />

amo, ti amo, stell'iidol mió, sei cuore mió, leñero amico, tí amo, tí amo, amo,<br />

siamatissimo amante.» <strong>Napoleón</strong> también amaría passionatissimamente, pero<br />

todavía no.<br />

El primer rasgo que atraía la atención de <strong>Napoleón</strong> en una mujer eran las<br />

manos y <strong>los</strong> pies. Si las manos y <strong>los</strong> pies eran pequeños, se mostraba dispuesto a<br />

considerarla atractiva pero, de lo contrario, no. <strong>La</strong> segunda cualidad que buscaba<br />

era la feminidad. Le agradaba la mujer de carácter generoso y tierno, de voz<br />

suave, alguien a quien pudiese proteger. Finalmente, buscaba la sinceridad y la<br />

profundidad del sentimiento.<br />

<strong>Napoleón</strong>, criado en el mundo masculino de Córcega, no creía en la igualdad de<br />

<strong>los</strong> sexos. Al redactar notas acerca de la historia inglesa, donde Barrow dice «las<br />

sacerdotisas druidas compartían las funciones del sacerdocio», en una de sus<br />

desusadas rectificaciones <strong>Napoleón</strong> escribió: «ayudaban a <strong>los</strong> druidas a cumplir sus<br />

funciones». Creía que el papel de una mujer en la vida era amar al marido y darle<br />

hijos. «<strong>La</strong>s mujeres están en la base de todas las intrigas y es necesario<br />

mantenerlas en el hogar, lejos de la política. Corresponde prohibirles que<br />

aparezcan en público, excepto con falda y velo negros, o con el mezzaro, como en<br />

Genova y Venecia».<br />

El teniente segundo Bonaparte asistía a <strong>los</strong> bailes de la guarnición, y poco<br />

después de llegar a Valence se sintió atraído por la hija de uno de <strong>los</strong> nobles<br />

locales. Ella probablemente era Caroline du Colombier, pero <strong>Napoleón</strong>, que gustaba<br />

crear sus propios nombres para las amigas, la llamaba Emma. Pobre y con sólo<br />

dieciséis años de edad. <strong>Napoleón</strong> no era muy buen candidato, y parece que Emma<br />

lo trató desdeñosamente.<br />

<strong>Napoleón</strong> le escribió, en un intento de conmoverla: «Mis sentimientos, son<br />

dignos de usted. Dígame que les hace justicia.» Estas y otras frases análogas<br />

sugieren que <strong>Napoleón</strong> estaba más interesado en sus propios y excelentes<br />

sentimientos por Emma que en Emma misma, y que como muchos adolescentes<br />

sólo estaba enamorado del amor. No sorprende comprobar que Emma se mostrase<br />

«fría e indiferente». Después de intentar sin éxito que ella se interesara en el<br />

enamorado, <strong>Napoleón</strong> pidió a Emma que le devolviese las cuatro cartas breves que

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