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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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<strong>Napoleón</strong> experimentó el sufrimiento acostumbrado que soportaba en las<br />

despedidas. Después de unos minutos dijo: «Debo marcharme ahora, o no me iré<br />

nunca.» Después, se dirigió al puerto en el carruaje de Pauline y embarcó en el<br />

Inconstant.<br />

Hacia las ocho de la mañana del día 27, el Inconstant estaba cerca de la isla de<br />

Capraia, y el Partridge, con Campbell a bordo, se hallaba a cuatro horas de viaje de<br />

Liorna. «En caso de que <strong>Napoleón</strong> salga de Elba —había decidido Campbell—, y de<br />

que cualquiera de sus naves sea descubierta con tropas a bordo, pediré al capitán<br />

Adye que la intercepte, y en caso de que ofrezcan la más mínima resistencia, la<br />

destruyan.» Si el viento hubiese virado al curso más usual, es decir al nordeste, el<br />

Partridge se habría encontrado con el Inconstant; en este caso, el viento del sur<br />

retrasó su marcha, y aunque <strong>los</strong> franceses vieron al Partridge en la lejanía, <strong>los</strong><br />

ingleses no vieron al Inconstant.<br />

Pero <strong>los</strong> esperaban otros peligros. Después de costear Capraia, el Inconstante<br />

adelantó a las restantes naves, más lentas. Más avanzada esa misma tarde se<br />

cruzaron con un bergantín francés, el Zéphyr, que venía de Francia. <strong>Napoleón</strong><br />

ordenó a sus granaderos que se ocultasen deprisa bajo la cubierta. Taillade conocía<br />

al Zéphyry a su capitán Andrieux, pero éste no reconoció al principio al camuflado<br />

Inconstant, y maniobró para acortar la distancia. <strong>Napoleón</strong> dijo a Taillade que<br />

contestase, indicando el nombre del barco: «Aquí el Inconstant. ¿Adonde van<br />

ustedes?» «A Liorna. ¿Y ustedes?» Siempre instruido por <strong>Napoleón</strong>, Taillade<br />

replicó:<br />

«A Genova. ¿Tienen algún encargo para mí en ese puerro?» «No, gracias. ¿Y<br />

cómo está el gran hombre?» <strong>Napoleón</strong> ordenó a Taillade que respondiese:<br />

«Maravil<strong>los</strong>amente bien.» Después, las dos naves se separaron. <strong>Napoleón</strong> siempre<br />

había tenido suerte cuando navegaba por el Mediterráneo, y su buena fortuna<br />

perduró hasta el fin.<br />

<strong>La</strong> mañana del 28 <strong>Napoleón</strong> avistó <strong>los</strong> Alpes italianos más allá de Savona.<br />

Seguía esa ruta indirecta para permitir que <strong>los</strong> barcos más lentos llegasen a tiempo<br />

a la cita, en el golfo Juan. Dijo a Peyrusse, que estaba mareado: «Señor tesorero,<br />

un vaso de agua del Sena lo curará. Estaremos en París el día del cumpleaños del<br />

rey de Roma.» Es decir, el 20 de marzo; parecía una predicción increíblemente<br />

optimista. Por la tarde la flotilla se reunió con el buque enseña, y al alba del día<br />

siguiente, 1 de marzo, avistaron Cap d'Antibes. <strong>Napoleón</strong> ordenó que se enarbolase<br />

la tricolor en lugar de la bandera de Elba, y por la escotilla pasó el sombrero a su<br />

valet, de modo que éste pudiese retirar la escarapela roja y plata de Elba. Después,<br />

se caló el sombrero, adornado ahora con la famosa escarapela roja, blanca y azul.<br />

Este sencillo gesto provocó tantas vivas y expresiones de fidelidad, que <strong>Napoleón</strong>,<br />

que había pensado pronunciar un breve discurso, no atinó a decir palabra. A la una<br />

de la tarde comenzó el desembarco: un millar de hombres contra Francia entera.<br />

tropas regulares, más 3.000 milicianos. De modo que todo dependía de <strong>los</strong><br />

cañones. <strong>Napoleón</strong> eligió ocho y <strong>los</strong> distribuyó cuidadosamente al norte de las<br />

Tullerías. Ubicó dos piezas al extremo de la rué Neuve Saint-Roch, apuntando hacia<br />

la calle que se dirige a la iglesia de Saint-Roch. <strong>Napoleón</strong> cargó con metralla estos<br />

cañones, y se apostó al lado de las piezas. Iba a pie, y Barras a caballo.<br />

<strong>La</strong> mañana entera <strong>Napoleón</strong> esperó un ataque que no se produjo.<br />

Comenzó a llover. De pronto, se oyó el sonido de <strong>los</strong> tambores, y gritos y fuego<br />

de mosquetes. A las tres de la tarde <strong>los</strong> rebeldes atacaron.<br />

Con <strong>los</strong> mosquetes disparando y las bayonetas caladas, irrumpieron a través de<br />

las barricadas que Barras había levantado para defender la rué Saint-Honoré. <strong>La</strong>s<br />

tropas del gobierno dispararon sobre <strong>los</strong> atacantes.<br />

<strong>Napoleón</strong>, que contemplaba la escena, sin duda pensó que se repetía lo<br />

ocurrido en Ajaccio. Durante una hora de batalla se mantuvo vacilante, y después<br />

<strong>los</strong> rebeldes comenzaron a imponerse gracias a la fuerza del número. Rebasaron la<br />

rué Saint-Honoré y entraron en la rué Neuve Saint-Roch, dejando atrás la iglesia.<br />

Barras dio la orden de disparar.<br />

<strong>La</strong>s dos piezas de la rué Neuve Saint-Roch escupieron fuego.<br />

Apuntada con precisión, su metralla cayó sobre <strong>los</strong> rebeldes, andanada tras<br />

andanada, y algunos disparos afectaron la piedra de la fachada de la iglesia. Los<br />

hombres caían, pero llegaban nuevas oleadas. <strong>Napoleón</strong> continuó disparando. Los<br />

rebeldes retrocedieron y ensayaron otros caminos, pero se encontraron con la<br />

metralla disparada por <strong>los</strong> seis cañones restantes de <strong>Napoleón</strong>. <strong>La</strong> acción duró<br />

apenas unos minutos. Al fin, <strong>los</strong> rebeldes comenzaron a retirarse hacia la Place<br />

Vendóme y el Palais Royal, perseguidos por un millar hombres de las tropas del<br />

gobierno.<br />

Media hora después, con pérdidas de unos 200 hombres muertos o heridos por<br />

cada bando, la rebelión había concluido.<br />

«<strong>La</strong> República se ha salvado», informó orgul<strong>los</strong>amente Barras a la Convención,<br />

y Fréron pronunció un discurso. «Ciudadanos representantes, no olviden que el<br />

general Bonapane... que dispuso sólo de la mañana del día trece para realizar sus<br />

arreg<strong>los</strong> inteligentes y muy eficaces, había sido trasladado de la artillería a la<br />

infantería. Fundadores de la República, ¿continuarán demorando la rectificación de<br />

<strong>los</strong> agravios que, en nombre de este cuerpo, se han infligido a muchos de sus<br />

defensores?» Los representantes vivaron a <strong>Napoleón</strong>, y algunos trataron de<br />

elevarlo sobre la plataforma.<br />

Pero <strong>Napoleón</strong> continuaba creyendo en <strong>los</strong> principios, no en las personas, y de<br />

acuerdo con la versión de un joven abogado llamado <strong>La</strong>valette, que estaba en el<br />

salón: «Apartó a esa gente con una expresión de fastidio y desconfianza que me<br />

agradó».<br />

¿Por qué <strong>Napoleón</strong>, que había fracasado en Córcega, de pronto tenía éxito? <strong>La</strong><br />

respuesta está en su habilidad técnica. En las callejas de Ajaccio, <strong>Napoleón</strong> no<br />

había sido sino un oficial más; en París era un especialista poco común en<br />

momentos en que la mayoría de <strong>los</strong> oficiales de artillería había emigrado: un<br />

hombre que podía lograr que cada disparo contase. En Córcega no había sido más<br />

que otro patriota ardiente; en París, como en Tolón, había satisfecho una necesidad<br />

concreta. Podía dominar una situación gracias a su conocimiento de <strong>los</strong> cañones.<br />

El 13 Vendimiario la energía y la habilidad de <strong>Napoleón</strong> tuvieron un efecto más<br />

general. El conde de Artois decidió mantenerse en la isla de Yeu, un ejemplo de<br />

cobardía que a <strong>Napoleón</strong> le pareció inexcusable, y que confirmó su actitud de<br />

rechazo hacia <strong>los</strong> Borbones.<br />

El 26 de octubre de 1795 la Convención celebró su última sesión, y al día<br />

siguiente comenzó a actuar el Directorio. Habían elegido a Barras como uno de <strong>los</strong><br />

directores. Al vestir su atuendo de estilo Enrique IV, con sombrero de tres plumas,<br />

medias de seda y faja recamada de oro, tuvo que abandonar el mando militar. Él y<br />

<strong>los</strong> otros codirecrores decidieron que <strong>Napoleón</strong>, el experto en cañones, debía<br />

sucederlo. Y así, a <strong>los</strong> veintiséis años, <strong>Napoleón</strong> vistió el uniforme recamado de oro<br />

que distinguía a <strong>los</strong> generales, y asumió el mando del Ejército del Interior.

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