La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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<strong>Napoleón</strong> solía mirar<strong>los</strong>, irritado, en el boulevard des Italiens, sorbiendo<br />
helados. Cieña vez se puso de pie exasperado, empujó hacia atrás su silla de modo<br />
que cayese sobre las piernas de un ruidoso incroyable, y salió deprisa.<br />
En septiembre <strong>los</strong> realistas saltaron de alegría cuando el conde de Anois,<br />
hermano de Luis XVIII, desembarcó de un buque de guerra inglés en la Isla de Yeu,<br />
frente a la Vendée; se suponía que de un momento a otro se uniría a <strong>los</strong> 80.000<br />
guerrilleros que usaban escarapelas blancas en una rebelión armada que afectaría<br />
a Bretaña y la Vendée. Con trajes grises antirrepublicanos y cuel<strong>los</strong> negros, <strong>los</strong><br />
parisienses recorrían las calles gritando «¡abajo <strong>los</strong> dos tercios!». Estallaron las<br />
disputas y pronto se percibió claramente que París estaba dividida sin remedio<br />
entre constitucionalistas por una pane, y realistas y extremistas por la otra.<br />
El jefe de <strong>los</strong> constitucionalistas era Paúl Barras. Era el cuarto hijo de un<br />
vizconde de la región próxima a Tolón, y después de servir como teniente segundo<br />
en India, ingresó a la política como moderado y amigo de Mirabeau, votó en favor<br />
de la muerte de Luis XVI y durante el Termidor encabezó la marcha hacia el Hotel<br />
de Ville, el episodio que culminó en el derrocamiento de Robespierre. En una<br />
Convención formada por hombres de segunda clase, Barras se destacaba como el<br />
más apto para contener a las turbas parisienses cada vez más irritadas.<br />
<strong>La</strong> noche del 12 Vendimiarlo —el 4 de octubre— fue ventosa y húmeda. <strong>La</strong><br />
partida de <strong>Napoleón</strong> en dirección a Turquía se había demorado a causa de la crisis,<br />
y él caminaba bajo la lluvia con el propósito de ver una pieza sentimental. Le Bon<br />
Fiís. Frente al teatro vio a <strong>los</strong> guardias nacionales redoblando <strong>los</strong> tambores, y<br />
convocando al pueblo a alzarse en armas contra la Convención.<br />
Desde el teatro. <strong>Napoleón</strong> se dirigió hasta la galería pública de la Convención.<br />
Los atemorizados miembros acababan de designar a Barras comandante en jefe del<br />
Ejército del Interior, y estaban sentados escuchando un enérgico discurso de<br />
Stanislas Fréron. Fréron sabía que Barras no era gran cosa como soldado —en siete<br />
años nunca había pasado de teniente segundo— y que necesitaría la ayuda de un<br />
experto.<br />
Después de pronunciar su discurso, Fréron cambió unas pocas palabras con<br />
<strong>Napoleón</strong>, y quizá recordando su energía en Tolón le pidió que fuese al cuartel<br />
general de Barras.<br />
<strong>Napoleón</strong> fue hasta allí. Era alrededor de medianoche, y continuaba el tiempo<br />
ventoso y húmedo. Barras lucía uniforme; era un hombre alto y apuesto de treinta<br />
y nueve años, <strong>los</strong> ojos verdosos y una boca sensual, un tanto inseguro. Fréron<br />
presentó a <strong>Napoleón</strong>, y Barras lo saludó con su acostumbrada brusquedad.<br />
«¿Servirá a mis órdenes? Dispone de tres minutos para decidir».<br />
A <strong>los</strong> ojos de <strong>Napoleón</strong>, la cuestión era bastante clara. Barras representaba a la<br />
Convención, la Convención a la Constitución y la Constitución a <strong>los</strong> principios de la<br />
Revolución. Del lado contrario estaban <strong>los</strong> realistas y <strong>los</strong> anarquistas, <strong>los</strong> hombres<br />
que desafiaban a una Constitución votada libremente por una mayoría abrumadora<br />
de franceses. A <strong>Napoleón</strong> le desagradaba la guerra civil y había tratado de evitarla.<br />
Pero esto era distinto; se trataba sin duda de salvar a la Revolución amenazada.<br />
«Sí», contestó a Barras.<br />
<strong>La</strong> primera pregunta de <strong>Napoleón</strong> fue: «¿Dónde están <strong>los</strong> cañones?» Le<br />
contestaron que en la llanura de Sablons, a unos diez kilómetros de distancia; pero<br />
era demasiado tarde para apoderarse de el<strong>los</strong> pues <strong>los</strong> rebeldes ya habían enviado<br />
una columna. <strong>Napoleón</strong> llamó a Murat, un joven y osado oficial de caballería, de<br />
fidelidad comprobada que incluso había intentado cambiar su nombre por el de<br />
Marat.<br />
«Reúna 200 jinetes, galope hasta la llanura de Sablons, traiga <strong>los</strong> cuarenta<br />
cañones que están allí y las municiones. Use <strong>los</strong> sables si es necesario para<br />
conseguir <strong>los</strong> cañones».<br />
A las seis de la mañana <strong>Napoleón</strong> tenía sus cuarenta cañones, Murat se había<br />
apoderado de el<strong>los</strong> antes que <strong>los</strong> rebeldes. Su tarea era defender la sede del<br />
gobierno —las Tullerías— de <strong>los</strong> ataques que presumiblemente vendrían del norte.<br />
Los rebeldes sumaban 30.000 hombres, y el gobierno tenía 5.000 soldados de<br />
CAPÍTULO VEINTICINCO<br />
Ciento treinta y seis días<br />
El desembarco comenzó con un contratiempo. <strong>Napoleón</strong> envió veinticinco<br />
granaderos al mando del capitán <strong>La</strong>mouret con orden de apoderarse de Antíbes.<br />
Entraron en la ciudad, pero olvidaron mantener vigilada la puerta. El coronel que<br />
mandaba la guarnición de Antibes, cuando se enteró de la novedad, cerró la puerta<br />
de la ciudad y tomó prisioneros a <strong>los</strong> granaderos. Algunos miembros del Estado<br />
Mayor exhortaron a <strong>Napoleón</strong> a acudir en auxilio de estos hombres; pero él se<br />
negó. «Todo depende —dijo—, de que nos adelantemos a la noticia de nuestra<br />
llegada».<br />
El propio <strong>Napoleón</strong> desembarcó a las cinco de la tarde, vivaqueó entre <strong>los</strong> olivos<br />
que crecían cerca de la playa, desplegó sus mapas e impartió órdenes. Tenía ma<strong>los</strong><br />
recuerdos de Provenza. Durante el viaje a Fréjus, donde había embarcado para<br />
dirigirse a Elba, las turbas enfurecidas habían arrojado piedras y destruido la<br />
ventanilla de su carruaje, y en Orgon habían ahorcado y fusilado su efigie.<br />
Temiendo por su vida, <strong>Napoleón</strong> se había disfrazado con una capa rusa, y<br />
cabalgaba bastante adelantado a sus carruajes; en las posadas se había<br />
presentado como el coronel Campbell. Ahora, después de once meses, regresaba<br />
confiado en que la actitud de la gente hubiese cambiado.<br />
El destino de <strong>Napoleón</strong> era París, adonde necesitaba llegar cuanto antes. «El<br />
águila, con <strong>los</strong> colores nacionales, volará de un campanario a otro hasta llegar a las<br />
torres de Notre Dame»; digamos de pasada que su proclama era poética en más de<br />
un sentido, pues el batallón de Elba no poseía un águila, y pudo improvisar este<br />
artículo esencial sólo tres días después, con fragmentos de una cama de cuatro<br />
postes. De manera que en lugar de seguir el camino fácil pero lento por el valle del<br />
Ródano, <strong>Napoleón</strong> decidió avanzar directamente, a través de <strong>los</strong> Alpes.<br />
Partió a medianoche. <strong>La</strong> primera aldea fue Cannes. Aquí, la gente creyó que las<br />
salvas que celebraban el desembarco de <strong>Napoleón</strong> era fuego de cañón de las naves<br />
piratas argelinas, una molestia usual, y se sintió aliviada y al mismo tiempo<br />
sorprendida de ver <strong>los</strong> morriones de <strong>los</strong> granaderos; incluso algunos abrieron sus<br />
tiendas. <strong>La</strong> mañana siguiente, la vanguardia entró en Grasse; <strong>Napoleón</strong><br />
permaneció en las afueras, sobre una meseta llamada Roccavignon. Allí se sentó<br />
sobre una pila de sacos, puestos sobre una plataforma de trillar, y consumió parte<br />
de un pollo asado. Los campesinos ancianos se acercaron y le entregaron un<br />
ramillete de violetas. Entretanto, su contramaestre compró cabal<strong>los</strong> y muías,<br />
aunque todavía no <strong>los</strong> necesarios para montar a todos <strong>los</strong> lanceros polacos.<br />
En Grasse el camino terminaba, y <strong>Napoleón</strong> tuvo que abandonar su carruaje y<br />
cuatro cañones. A veces a pie, otras montado en Tauris, siguió un sendero de<br />
montaña a través de la nieve y el hielo. A las dos de la mañana se detuvo en el<br />
villorrio de Séranon, después de cubrir unos cien kilómetros en las primeras<br />
veinticuatro horas.<br />
Después de tres horas de sueño <strong>Napoleón</strong> reanudó la marcha. Encontró a un<br />
campesino a caballo, y le preguntó cuánto .pedía por su montura. El campesino,<br />
que no tenía ni idea de la identidad del hombre vestido con un abrigo gris, pidió mil<br />
francos, <strong>Napoleón</strong> tenía sólo ochocientos mil francos en oro para solventar las