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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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necesidades de toda la expedición. «Amigo mío, es demasiado caro para mí», dijo,<br />

y siguió ascendiendo por el empinado sendero de la montaña.<br />

Después de una marcha de dos días a través de la espesa capa de nieve, y de<br />

subir hasta 1.200 metros, el día 4 <strong>Napoleón</strong> llegó a Digne.<br />

Aquí fue recibido entusiásticamente, y ordenó imprimir sus proclamas, en las<br />

que invitaba al ejército francés a unírsele. Se desplazaba muy rápidamente y en<br />

dos días, cuando llegase a Grenoble, sabría a qué atenerse.<br />

«Si el pueblo y el ejército no me quieren, en el primer encuentro treinta o<br />

cuarenta de mis hombres morirán, el resto arrojarán sus mosquetes, yo estaré<br />

acabado y Francia se mantendrá tranquila. Si el pueblo y el ejército en efecto me<br />

quieftín —abrigo la esperanza de que así sea—, el primer batallón con quien me<br />

encuentre se arrojará a mis brazos. El resto vendrá por añadidura.» El 5 de marzo,<br />

mientras <strong>Napoleón</strong> almorzaba pato asado y aceitunas en una posada de la aldea<br />

montañesa de Sisteron, Luis XVIII, en las Tullerías, recibió un mensaje telegráfico.<br />

Con <strong>los</strong> dedos medio paralizados por la gota, tuvo que esforzarse para romper el<br />

sello. El mensaje le traía la noticia casi inverosímil del desembarco de <strong>Napoleón</strong>,<br />

enviada por correo a Lyon, y de allí por telégrafo. El rey permaneció varios<br />

instantes con la cabeza entre las manos, y después, en una actitud característica,<br />

transmitió el mensaje a Soult, su ministro de la Guerra: «Él sabrá lo que debe<br />

hacer.» Soult decidió contener a <strong>Napoleón</strong> en Lyon, y telegrafió que desde<br />

Grenoble se enviasen rápidamente cañones a esa ciudad. El Moniteur restó<br />

importancia a la noticia: «un acto de locura que puede resolverse con unos pocos<br />

policías rurales».<br />

Ciertamente, muchos de <strong>los</strong> que estaban en el camino de <strong>Napoleón</strong> pensaron lo<br />

mismo. En la aldea de Saint-Bonnet, adonde llegó el día 6, la gente estaba tan<br />

desconcertada por el reducido número de soldados de <strong>Napoleón</strong> que propusieron<br />

redoblar las campanas y de ese modo reunir una cantidad de voluntarios. «No —<br />

dijo con firmeza <strong>Napoleón</strong>—. Deseo llegar solo; he depositado mi confianza en <strong>los</strong><br />

sentimientos del pueblo francés.» De todos modos, aquel día incorporó a un nuevo<br />

recluta.<br />

Un granadero, al atravesar su aldea natal en <strong>los</strong> Bajos Alpes, llevó a su<br />

hermano menor y a su anciano padre para presentar<strong>los</strong> a <strong>Napoleón</strong>. Fue un<br />

momento conmovedor: el granadero reunido con su familia después de años de<br />

servicios en <strong>los</strong> países extranjeros y de once meses de exilio, el hermano menor<br />

que se disponía a reunirse con el mayor en la Guardia y el padre que había nacido<br />

el año en que Luis XV desposó a su esposa polaca, y que ahora tenía noventa años<br />

y estaba ciego. <strong>Napoleón</strong> pensó que la escena era un hermoso cuadro. Estuvo un<br />

rato conversando con el anciano, y le dio la mitad de lo que se había negado a<br />

pagar por el caballo: veinticinco napoleones.<br />

Dos días más tarde <strong>Napoleón</strong> fue despertado en la aldea de Caps con la noticia<br />

que le enviaba Cambronne, comandante de su vanguardia, en el sentido de que un<br />

batallón del 5.° regimiento ocupaba una posición fuerte en un desfiladero, pocos<br />

kilómetros al norte. <strong>Napoleón</strong> se dirigió al lugar en un vehículo ligero de cuatro<br />

ruedas. Después de observar las posiciones del regimiento mediante un catalejo,<br />

envió a un miembro de su Estado Mayor con el fin de que abordase al comandante<br />

del batallón. «¿Su intención es disparar sobre nosotros?» <strong>La</strong> respuesta del mayor<br />

Delessart fue: «Cumpliré con mi deber».<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía mil hombres contra setecientos de Delessart, pero no deseaba<br />

provocar derramamiento de sangre. Si veinte años antes había aborrecido la guerra<br />

civil en Provenza, ese sentimiento seguía tan intenso como siempre, y al<br />

desembarcarle había dado a Cambronne órdenes rigurosas de que no se disparara<br />

un solo tiro. Lo que hizo fue ordenar a sus cien lanceros polacos que avanzasen<br />

lentamente. Al ver esto, Delessart retiró a sus hombres, en buen orden, a nuevas<br />

posiciones.<br />

Se ordenó a <strong>los</strong> lanceros polacos que diesen media vuelta y regresaran.<br />

Entonces <strong>Napoleón</strong> ordenó desplegar la tricolor y dijo a la banda de <strong>los</strong> guardias<br />

que tocase <strong>La</strong> Marsellesa, el himno que, según la descripción que él mismo había<br />

<strong>Napoleón</strong> generalmente se complacía con <strong>los</strong> espectácu<strong>los</strong> teatrales, pero esta<br />

vez, mientras todos <strong>los</strong> concurrentes se desternillaban de risa, él permanecía<br />

sentado en frío silencio. No sólo estaba frustrado personalmente, sino que se sentía<br />

deprimido por el cinismo y la apatía de <strong>los</strong> nuevos gobernantes de Francia. Escribió<br />

a Joseph que la vida ya no lo complacía. «Si esto continúa, acabaré<br />

manteniéndome en el centro de la calle cuando se abalance sobre mí un carruaje».<br />

Si <strong>Napoleón</strong> no terminó bajo un carruaje, quizá deba verse la razón en las<br />

esperanzas que depositaba en una latente justicia cósmica y en el texto de una<br />

pieza más divertida, pues el 17 de agosto, después de tres meses y medio de<br />

inactividad, pudo escribir más animosamente a un amigo: «Si tropiezas con<br />

hombres perversos y malignos recuerda la máxima excelente aunque irónica de<br />

Scapin: "agradezcamos todos <strong>los</strong> crímenes que el<strong>los</strong> no cometen"».<br />

Aubry fue reemplazado en el cargo de ministro de la Guerra por Pontécoulant,<br />

un ex noble de treinta y un años, de mente tan abierta como Aubry había tenido de<br />

prejuicioso. <strong>Napoleón</strong> fue a verlo, solicitó un puesto en la frontera italiana y delineó<br />

un plan de ataque. «General —dijo Pontécoulant—, sus ideas son brillantes y<br />

audaces, pero es necesario examinarlas con calma. Tómese su tiempo y redácteme<br />

un informe.» «Media hora es suficiente», replicó <strong>Napoleón</strong> y pidió una pluma y dos<br />

hojas de papel. Allí mismo trazó un plan para invadir el Piamonte. El Comité de<br />

Seguridad Pública acogió bien el plan, pero en lugar de un mando en el frente<br />

asignaron a <strong>Napoleón</strong> una tarea administrativa en París, en su importante Centro<br />

de Planificación.<br />

<strong>Napoleón</strong> se sentía más frustrado que nunca. El trabajo administrativo estaba<br />

aún más alejado de <strong>los</strong> cañones que la ejercitación de la infantería en una<br />

guarnición bretona. Era artillero, experto en balística y trayectorias y en la<br />

matemática de la guerra, y deseaba servir como artillero. Puesto que Francia no<br />

deseaba utilizar sus cualidades, ¿no podía el propio <strong>Napoleón</strong> ponerlas al servicio<br />

de la artillería de otro país? Primero pensó en Rusia. Escribió al general Támara,<br />

pero aunque <strong>los</strong> rusos se mostraron interesados, no quisieron conceder a <strong>Napoleón</strong><br />

el rango de mayor, en el que él insistía.<br />

Después, <strong>Napoleón</strong> pensó en Turquía, probablemente porque en Ajaccio había<br />

conocido y establecido relaciones amistosas con el almirante Truguet, enviado un<br />

tiempo a Constanrinopla para reorganizar la flota turca. <strong>La</strong> artillería turca era<br />

notoriamente débil y estaba mal organizada, y en París se hablaba de la posibilidad<br />

de enviar una pequeña misión para modernizarla. <strong>Napoleón</strong> recogió la idea,<br />

presionó en favor de la misma, y pidió que se lo designase jefe de la misión.<br />

Consiguió el nombramiento y a principios de septiembre le entregaron su<br />

pasaporte; <strong>Napoleón</strong> se preparó para salir de Francia e ir a Turquía.<br />

Nuevamente la política intervino y trastornó <strong>los</strong> planes cuidadosamente<br />

trazados por <strong>Napoleón</strong>. <strong>La</strong> Convención había renunciado a la guillotina, y comprobó<br />

que no podía gobernar. Sus miembros llegaron a la conclusión de que Francia<br />

necesitaba un gobierno de dos cámaras, y para prevenir <strong>los</strong> excesos cometidos por<br />

el antiguo Comité de Salud Pública, un ejecutivo separado de la legislatura; este<br />

ejecutivo estaría formado por cinco directores. Se elaboró una nueva Constitución a<br />

partir de estos criterios, y el cuerpo prometió aurodisolverse, con la salvedad de<br />

que dos tercios de <strong>los</strong> miembros de la nueva cámara legislativa, el Consejo de <strong>los</strong><br />

Quinientos, serían elegidos entre <strong>los</strong> que formaban la nómina de la Convención. De<br />

este modo, <strong>los</strong> principios de la Revolución tendrían continuidad y renovada eficacia.<br />

<strong>Napoleón</strong> recibió entusiásticamente la nueva Constitución; otro tanto hizo la<br />

mayoría de <strong>los</strong> franceses, y hubo aprobación abrumadora en un plebiscito, aunque<br />

se mostraron menos entusiastas respecto de la cláusula de <strong>los</strong> dos tercios. No<br />

obstante, muchos parisienses se opusieron agriamente a la Constitución; <strong>los</strong><br />

extremistas se oponían por razones de principio a rodo lo que fuese un gobierno<br />

centrista fuerte; <strong>los</strong> realistas estaban hartos de la Revolución, y deseaban sentar<br />

en el trono a Luis XVIII, si era necesario con la ayuda inglesa. París estaba<br />

atestada de realistas, y sobre todo abundaban <strong>los</strong> incroyables, hombres que<br />

afectaban cieno ceceo y aires de suprema elegancia, presuntamente ingleses.

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