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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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ebelión en Bretaña, una región firmemente católica y de sólida tradición realista.<br />

<strong>Napoleón</strong> consideró que esa carta era otra desgracia ya que su cuota de guerra civil<br />

estaba colmada, no deseaba continuar disparando sobre otros franceses y de todos<br />

modos ahora se consideraba, y con razón, un verdadero experto en las<br />

características de la frontera alpina. Marchó a París para conseguir que se anulase<br />

la designación.<br />

El ministro de la Guerra, Aubry, estaba atareado en la depuración de <strong>los</strong><br />

«indeseables políticos» del ejército. Augustin Robespierre había afirmado que<br />

<strong>Napoleón</strong> era un oficial de «trascendente mérito»; eso bastaba para que un<br />

termidoriano como Aubry lo considerase sospechoso. De modo que cuando<br />

<strong>Napoleón</strong> solicitó un destino distinto, Aubry tachó fríamente su nombre de la lista<br />

de oficiales de artillería —la élite del ejército— y lo transfirió a la infantería del<br />

Ejército del Oeste, es decir, una forma de degradación, casi un insulto, y un<br />

método que, según había comprobado Aubry, era eficaz para inducir a renunciar a<br />

muchos oficiales «indeseables».<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió tocado y dolorido, pero no renunció. Solicitó dos meses de<br />

permiso por enfermedad —en efecto, tenía enfermo el corazón, ya que no el<br />

cuerpo— y se accedió a su petición; fue a ver a Aubry, que era un veterano de<br />

artillería que nunca había sobrepasado el rango de capitán. <strong>Napoleón</strong> pidió un<br />

puesto de artillero en el Ejército de <strong>los</strong> Alpes y Aubry le dijo que era demasiado<br />

joven. «Ciudadano representante —replicó <strong>Napoleón</strong>—, el campo de batalla<br />

envejece deprisa a <strong>los</strong> hombres, y de allí vengo.» Pero Aubry no se conmovió.<br />

¿Quién era, después de todo, este Bonapane? Nada más que otro general, con<br />

138 generales por encima de él en la Nómina Militar.<br />

<strong>Napoleón</strong> pensó en la posibilidad de mover algunos hi<strong>los</strong>. Stanislas Fréron, el<br />

periodista de vida disipada convertido en político, que había clausurado las casas<br />

de juego de Marsella, ahora tenía mucho poder.<br />

<strong>Napoleón</strong> lo conocía un poco, y sabía que estaba enamorado de Pauline.<br />

Cierto día, con una petición en el bolsillo de su chaqueta. <strong>Napoleón</strong> fue a la<br />

confortable residencia de Fréron en la rué de Chabannais; pero cuando llegó al<br />

umbral de la puerta principal no pudo decidirse a formular un ruego personal al<br />

carnicero de Tolón. Envió en cambio a un amigo, y Fréron no hizo nada.<br />

<strong>Napoleón</strong> comprobó que París era sumamente cara. Dedicaba la pane principal<br />

de su paga de 15.000 libras, recibidas en papel moneda, a mantener a su madre y<br />

a sus hermanas, y a pagar <strong>los</strong> gastos de Louis en un colegio caro de Chálons. De<br />

manera que <strong>Napoleón</strong> vendió su carruaje y se trasladó a un hotel, en una de las<br />

calles más estrechas y mal afamadas de París, la rué de la Huchette. No pudo<br />

permitirse cambiar su uniforme raído, y tuvo que renunciar a <strong>los</strong> guantes, por<br />

entender que eran un «gasto inútil».<br />

<strong>Napoleón</strong> se sintió frustrado y miserable. En mayo había definido la felicidad,<br />

durante la conversación con un amigo, como el desarrollo más cabal posible de las<br />

cualidades individuales; y ahora París parecía dispuesta a hacer rodo lo posible<br />

para impedir el desarrollo de las cualidades del brigadier Bonapane. «He servido en<br />

Tolón con cieña distinción...» Consideraba que se lo había tratado «injustamente»,<br />

y comenzó a fastidiar a sus amigos con relatos de sus agravios. Daba melancólicos<br />

paseos con Junot en el Jardín des Plantes. Junot quería casarse con Pauline, pero<br />

no era más que un teniente, relacionado con un brigadier políticamente indeseable<br />

que gozaba de permiso por enfermedad. «Usted no tiene nada —le dijo <strong>Napoleón</strong>—.<br />

Ella nada tiene. ¿Cuál es la suma? Nada. Los hijos nacerán en la miseria. Es mejor<br />

esperar.» Con el fin de animarlo, Bourrienne llevó a <strong>Napoleón</strong> a ver a Baptiste<br />

Cadet, un excelente actor, en el éxito de París titulado Le Sourd. Para ganar una<br />

apuesta, el héroe debe ingeniárselas y conseguir una buena comida y el<br />

alojamiento durante una noche en la posada de Aviñón, y todo sin pagar un<br />

centavo; decide fingir que es sordo, y así interpreta como cumplidos las palabras<br />

coléricas, y como invitaciones <strong>los</strong> desaires.<br />

Finalmente, gana la apuesta y también a la joven, que se llama Josephine.<br />

ofrecido en Elba, era «el general más grande de la Revolución». Prohibida desde el<br />

retorno de <strong>los</strong> Borbones, la conmovedora melodía produjo el efecto, dijo un<br />

observador, de «electrizar» a <strong>los</strong> soldados de Grenoble. <strong>Napoleón</strong> cabalgó hacia <strong>los</strong><br />

hombres del 5.° regimiento. A la distancia de un tiro de pistola desmontó y avanzó<br />

hacia <strong>los</strong> setecientos mosquetes cargados. Vestía su abrigo gris de campaña,<br />

conocido por todos <strong>los</strong> franceses. El capitán Randon, de veinte años, natural de<br />

Grenoble, ordenó a sus hombres: «¡Ahí está! ¡Fuego!» Después de avanzar unos<br />

pocos pasos, <strong>Napoleón</strong> se detuvo y apartó las solapas de su abrigo mostrando el<br />

chaleco blanco. «Si ustedes quieren matar a su Emperador —dijo en voz alta—,<br />

aquí estoy.» Le respondió un tremendo grito de «¡Viva el Emperador!». Los<br />

hombres del 5.°, agitando <strong>los</strong> morriones sobre las puntas de las bayonetas,<br />

corrieron lanzando vivas hacia él. «Mire si queremos matarlo», gritó un soldado,<br />

mientras removía su baqueta en el cañón del mosquete vacío. En pocos minutos <strong>los</strong><br />

soldados sacaron de sus mochilas las viejas cintas tricolores que se habían visto<br />

obligados a retirar once meses antes, y las aseguraron a <strong>los</strong> sombreros, mientras<br />

sobre la hierba caía una multitud de escarapelas blancas. Mientras <strong>los</strong> soldados<br />

confraternizaban con la Guardia, <strong>Napoleón</strong> expresó su alivio en un breve discurso.<br />

«Los Borbones —dijo—, carecen de derecho legal a ocupar el trono, porque no les<br />

fue otorgado por toda la nación... ¿No es cierto que ustedes han sido amenazados<br />

con diezmos, con privilegios, con <strong>los</strong> derechos feudales y todos <strong>los</strong> restantes<br />

abusos de <strong>los</strong> que se libraron gracias a la guerra?» «Sí, Sire —repitieron a coro <strong>los</strong><br />

hombres del 5.°—. Nos han amenazado con todo eso y <strong>los</strong> curas han estado<br />

construyendo graneros».<br />

Salieron nuevamente al camino. A las siete de la tarde el mayor Jerzmanowski<br />

y cuatro lanceros galoparon hasta <strong>Napoleón</strong>. Habían avistado una densa columna<br />

de tropas que se desplazaban hacia el sur en formación de combate. <strong>Napoleón</strong><br />

ordenó a sus hombres que ocuparan posiciones defensivas. Pronto se oyó el<br />

golpeteo de las botas y el tintineo metálico de las bayonetas. ¿Se repetiría la<br />

escena? «¿Quién vive?», gritó un miembro del Estado Mayor de <strong>Napoleón</strong> cuando<br />

aparecieron <strong>los</strong> primeros soldados. «El séptimo regimiento.» El coronel al mando,<br />

precedido por un tambor, se adelantó. <strong>Napoleón</strong> lo reconoció enseguida:<br />

Charles de <strong>La</strong>bédoyére, un valeroso noble de veintinueve años, antes ayudante<br />

de campo del mariscal <strong>La</strong>nnes. Se acercó a <strong>Napoleón</strong>, rompió el tambor como signo<br />

de rendición y le entregó <strong>los</strong> colores del regimiento.<br />

<strong>Napoleón</strong> respiró hondo, aliviado, besó las mejillas al joven coronel, y <strong>los</strong><br />

soldados de las dos columnas confraternizaron.<br />

Hasta ahí, todo marchaba bien. Con el número de sus hombres duplicado por el<br />

regimiento de mil ochocientos soldados de <strong>La</strong>bédoyére, <strong>Napoleón</strong> se apresuró a<br />

avanzar hacia Grenoble, la ciudad clave al pie de <strong>los</strong> Alpes; y allí llegó esa noche a<br />

las nueve.<br />

El centro de Grenoble estaba defendido por fuertes murallas y puertas con una<br />

dotación de dos mil soldados y muchos cañones. Pero de un extremo al otro, bajo<br />

las murallas, marchaban unos 2.000 campesinos armados con horcas y sosteniendo<br />

antorchas de paja encendida, mientras cantaban jubi<strong>los</strong>os: «¡Viva el Emperador!»<br />

Su entusiasmo contagió a <strong>los</strong> soldados, y algunos se deslizaron por las murallas.<br />

<strong>Napoleón</strong> pidió al oficial que estaba al mando que abriese las puertas, pero él se<br />

negó. Entonces, algunos carreteros de uno de <strong>los</strong> suburbios derribaron a hachazos<br />

la puerta Bonne, y <strong>Napoleón</strong> entró a caballo en Grenoble. En la posada Trois<br />

Dauphins, <strong>los</strong> habitantes, entusiasmados, lo llevaron a hombros hasta la planta<br />

alta, y lo depositaron prácticamente sin aliento en el mejor dormitorio. Después de<br />

la cena, a falta de las llaves de la ciudad, le trajeron <strong>los</strong> paneles destrozados de la<br />

puerta Bonne.<br />

El conde d'Artois, hermano de Luis XVIII, había acudido para organizar la<br />

defensa de Lyon. Alto, delgado y apuesto, con el perfil, según le decían <strong>los</strong> amigos,<br />

de un caballero antiguo, creía que lograría salvar a Francia del usurpador. <strong>Napoleón</strong><br />

había marchado tan deprisa que no había dado tiempo a cumplir las órdenes del<br />

telegrama de Soult, que mandaba desplazar la artillería hacia Lyon, y en

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