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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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consecuencia Artois encontró sólo dos cañones. De todos modos, tenía tres<br />

regimientos, mil quinientos guardias nacionales y un comandante capaz, el mariscal<br />

Macdonald.<br />

Después de pasar revista a las tropas en la plaza Bellecour, Macdonald<br />

pronunció un vibrante discurso e invitó a <strong>los</strong> soldados a demostrar su fidelidad a <strong>los</strong><br />

Borbones gritando «¡Viva el rey!». Hubo un silencio mortal. Entonces, Artois<br />

recorrió las líneas bajo una lluvia torrencial y habló amablemente a un dragón<br />

veterano, invitándolo a dar ejemplo gritando «¡Viva el rey!». De nuevo hubo un<br />

silencio mortal. Artois dejó la revista, saltó a su berlina y tomó el camino a París.<br />

Esa noche, el pueblo de Lyon dio la bienvenida a <strong>Napoleón</strong>.<br />

No se había disparado un solo tiro. El abrigo gris, el bicornio negro maltrecho y<br />

<strong>La</strong> Marsellaise habían sido suficientes. En lugar de disparos hostiles, a partir de<br />

Grenoble se oyeron canciones como ésta:<br />

Roule ta boule.<br />

Roí cotillón.<br />

Rends la couronne a <strong>Napoleón</strong>...<br />

Bon!Bon!.<br />

<strong>Napoleón</strong>.<br />

Va rentrer dans sa maison!.<br />

(Juega con tus bo<strong>los</strong>.<br />

rey de pacotilla.<br />

devuelve la corona a <strong>Napoleón</strong>...<br />

¡Bien! ¡Bien!.<br />

<strong>Napoleón</strong>.<br />

¡volverá a su palacio!).<br />

Se conocieron más de tres mil de estas canciones en honor del emperador y su<br />

hijo; como observó <strong>Napoleón</strong>, las palabras y las melodías no eran muy notables,<br />

pero sí lo era el sentimiento que las animaba.<br />

También el número y la espontaneidad de estas piezas. Sobre esta oleada de<br />

canciones <strong>Napoleón</strong> atravesó <strong>los</strong> viñedos de Borgoña. Al frente había un solo<br />

peligro: el mariscal Ney.<br />

Algunos de <strong>los</strong> altos oficiales de <strong>Napoleón</strong>, como Davout, habían elegido la vida<br />

tranquila del retiro. Otros, por ejemplo Soult, Macdonald y Ney, creían que servían<br />

a Francia al servir a <strong>los</strong> Borbones. Ney había prometido a Luis que traería de<br />

regreso a <strong>Napoleón</strong> en una jaula de hierro. <strong>Napoleón</strong> estaba al tanto de esta<br />

promesa. Pero antes de salir de Elba había formulado una declaración política<br />

acerca de estos cambios de lealtades: «No castigaré a nadie; deseo olvidar la<br />

totalidad de estos incidentes.» De modo que perdonó a Ney. Ordenó a Bertrand<br />

que escribiese al mariscal para invitarlo a reunirse con él en Chalón; se lo recibiría<br />

«como el día después de Borodino».<br />

Ney había formulado su promesa al rey. Pero veía que sería difícil cumplirla. <strong>La</strong><br />

moral de sus cuatro mil soldados era escasa. Ney consideraba que el mejor modo<br />

de elevarla era que Luis <strong>los</strong> acompañase al combate en una litera. Pero el rey no<br />

mostró el más mínimo signo de que deseara acatar la sugerencia. Más aún, Ney<br />

había visto que no se respondía a su pedido de refuerzos, y advirtió que había<br />

vacilaciones en París.<br />

En ese momento llegó la invitación de <strong>Napoleón</strong>. Ney se encontró presionado<br />

entre dos sentimientos de lealtad. Pero aunque parezca extrafio, fue un tercer<br />

problema de lealtad el que resolvió su dilema. Una imagen reaparecía a cada<br />

momento en la mente sencilla de Ney: <strong>los</strong> desaires que su esposa había tenido que<br />

sufrir de <strong>los</strong> emigrados que regresaban a la corte de Luis; pues sucedía que<br />

madame Ney, una mujer excelente, era la hija de una camarera. Ney dijo a un<br />

amigo: «Ya estoy harto de ver a mi esposa que regresa a casa con el rostro bañado<br />

en lágrimas después de un día de desaires. Es evidente que el rey no nos aprecia;<br />

de las fortificaciones genovesas y la fuerza de su ejército. <strong>Napoleón</strong> ejecutó la tarea<br />

con su habitual diligencia.<br />

Entretanto el Terror había llegado a su culminación. En una referencia al temido<br />

Comité de Seguridad General de París, el pintor Louis David había dicho: «Vamos a<br />

moler mucho rojo», y su deseo se vio totalmente colmado. En dos meses, mil<br />

trescientas personas fueron a la guillotina, y en un tercio de <strong>los</strong> casos ni siquiera<br />

hubo la apariencia de un proceso; «las cabezas caían como tejas de <strong>los</strong> tejados».<br />

Finalmente, durante el mes de Termidor, un grupo de convencionales, en parte<br />

hartos de la carnicería, en parte por razones de autodefensa, acusaron a Maximilien<br />

Robespierre de conspirar contra la Revolución, y aquí Augustin se puso de pie de<br />

un salto: «He compartido sus virtudes, y me propongo compartir su destino.» Al<br />

día siguiente <strong>los</strong> dos Robespierre fueron guillotinados.<br />

Todos <strong>los</strong> que estaban cerca de <strong>los</strong> hermanos fueron considerados sospechosos,<br />

y la lista incluía a Saliceti, que antes había sido comisionado en compañía de<br />

Augustin Robespierre y era el protector de Bonapane, a su vez amigo de Augustin<br />

Robespiene. Por motivos que no conocemos, y quizá porque sentía verdaderas<br />

dudas acerca de la «pureza» de <strong>Napoleón</strong>, Saliceti y <strong>los</strong> dos comisionados restantes<br />

del Ejército de <strong>los</strong> Alpes firmaron una cana al Comité de Salud Pública el 6 de<br />

agosto, y en ella afirmaban que <strong>Napoleón</strong> había realizado un viaje «sumamente<br />

sospechoso» a Genova. «¿Qué hacía este general en un país extranjero?»,<br />

preguntaban. Había rumores de que el precioso oro francés estaba siendo<br />

depositado en una cuenta bancaria de Genova. Después emitían una orden: «En<br />

vista de que el general Bonapane ha perdido totalmente la confianza a causa de su<br />

conducta muy sospechosa... decretan que el brigadier general Bonapane sea<br />

relevado provisionalmente de sus obligaciones; su general en jefe lo arrestará».<br />

El 10 de agosto <strong>Napoleón</strong> se encontró sometido a arresto domiciliario en su<br />

alojamiento de la rué de Villefranche 1, de Niza, bajo la vigilancia de diez<br />

gendarmes. Secuestraron sus papeles, <strong>los</strong> sellaron y <strong>los</strong> sometieron al examen de<br />

Saliceti. Casi cualquier frase en esta época bastaba para enviar un sospechoso a la<br />

guillotina, y <strong>Napoleón</strong> corría grave riesgo, pero se mantuvo tranquilo, sin duda<br />

porque aplicó su fi<strong>los</strong>ofía del campo de batalla: «Si a uno le llegó la hora, de nada<br />

vale preocuparse.» <strong>La</strong> cana que escribió durante su arresto contrasta<br />

acentuadamente con la que redactó Lucien, detenido no mucho después.<br />

«Abandoné mis pertenencias —escribió <strong>Napoleón</strong> a Saliceti—, lo perdí todo por<br />

el bien de la República. Después, serví en Tolón con cieña distinción... Desde que<br />

se descubrió la conspiración de Robespierre, mi conducta ha sido la de un hombre<br />

acostumbrado a juzgar de acuerdo con principios, no con personas. Nadie puede<br />

negarme el título de patriota.» <strong>La</strong> cana de Lucien tenía un tono muy distinto:<br />

«¡Sálvame de la muerte! ¡Salven a un ciudadano, un padre, un marido, un hijo<br />

infortunado, un hombre que no es culpable! ¡En el silencio de la noche, que mi<br />

pálida sombra se le acerque y lo induzca a la compasión!» Saliceti y sus colegas<br />

examinaron <strong>los</strong> papeles de <strong>Napoleón</strong> y comprobaron que estaban en orden,<br />

incluidos <strong>los</strong> gastos en Genova. Pero <strong>Napoleón</strong> continuaba siendo el amigo de<br />

Augustin Robespierre, el enemigo declarado del Estado, tenía un apellido italiano<br />

cuando Francia guerreaba con gran pane de Italia. Los comisionados volvieron <strong>los</strong><br />

ojos hacia París, y sin duda se sorprendieron al advertir que <strong>los</strong> termidorianos no<br />

reclamaban más sacrificios de sangre, por el momento no eran necesarias nuevas<br />

víctimas. El 20 de agosto <strong>los</strong> comisionados escribieron que «como no se ha<br />

encontrado nada que justifique las sospechas... decretan la libertad provisional del<br />

ciudadano Bonapane». Y así, después de dos semanas de arresto, el ciudadano<br />

Bonapane, sin duda con un sentimiento de intenso alivio, salió a la luz del sol del<br />

Mediterráneo.<br />

Poco después se le restituyó el grado.<br />

Después de cinco meses dedicados a preparar una expedición contra Córcega,<br />

que estaba en poder de la armada inglesa, a finales de abril de 1795 <strong>Napoleón</strong><br />

recibió una cana del Ministerio de la Guerra con el nombramiento de comandante<br />

de artillería del Ejército del Oeste, consagrado en este momento a reprimir la

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