La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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enteraron del asunto. Ya sospechaban de la «pureza» de Dugommier porque había<br />
permitido el paso a través de las líneas de un cirujano inglés para curar las heridas<br />
de un general inglés capturado. Fueron a ver a <strong>Napoleón</strong>, le dijeron que deseaban<br />
un ataque inmediato, y le ofrecieron el mando.<br />
Fue un momento decisivo para el joven mayor de artillería, una de esas<br />
situaciones críticas que él mismo había descrito en su ensayo y sus cuentos, el<br />
momento en que un hombre tiene que elegir entre la gloria personal y la<br />
camaradería.<br />
<strong>Napoleón</strong> no vaciló. Replicó que tenía confianza total en Dugommier y que no<br />
aceptaría el mando. Después fue a hablar con Dugommier, le insistió que la lluvia<br />
no impediría la victoria, porque ésta dependía del cañón y las bayonetas, y lo<br />
convenció de que sólo un ataque inmediato salvaría a la Revolución.<br />
Dugommier se puso a la cabeza de cinco mil hombres en dos columnas, y dejó<br />
la reserva de dos mil soldados al mando de <strong>Napoleón</strong>.<br />
Mientras <strong>los</strong> cañones de <strong>Napoleón</strong> hostigaban al enemigo —sus piezas podían<br />
disparar cuatro balas por minuto— <strong>los</strong> franceses avanzaron con bayonetas caladas<br />
y prontamente capturaron dos puestos avanzados.<br />
Allí se encontraron sometidos al intenso fuego de cañones y mosquetes de la<br />
Pequeña Gibraltar. Docenas de soldados franceses cayeron y el resto se atemorizó.<br />
Al grito de «¡sálvese quien pueda!», empezaron la huida. Dugommier consiguió<br />
reagrupar<strong>los</strong> y atacaron el fuerte de doble muralla. Dos veces se arroj aron sobre<br />
las empalizadas exteriores defendidas por picas, y dos veces fueron rechazados.<br />
Entonces Dugommier ordenó a <strong>Napoleón</strong> que atacase.<br />
Montado en su caballo, <strong>Napoleón</strong> condujo a sus dos mil hombres bajo una<br />
intensa lluvia, en dirección al fuerte. Casi enseguida el caballo cayó muerto, y<br />
<strong>Napoleón</strong> continuó a pie. Estaba tranquilo, su teoría era: «Si ha llegado la hora,<br />
carece de sentido preocuparse.» Al acercarse al fuerte, destacó un batallón de<br />
infantería ligera al mando de su jefe de Estado Mayor, Muiron, para lanzar un<br />
ataque de flanco al mismo tiempo que el principal, dirigido por <strong>Napoleón</strong>.<br />
<strong>Napoleón</strong> llegó hasta <strong>los</strong> muros. Con <strong>los</strong> mosquetes colgando del cuello y <strong>los</strong><br />
sables entre <strong>los</strong> dientes, él y sus hombres treparon por la empalizada de afiladas<br />
puntas y <strong>los</strong> parapetos, encaramándose unos sobre <strong>los</strong> hombros de otros, y se<br />
deslizaron a través de <strong>los</strong> emplazamientos de <strong>los</strong> cañones. Muiron fue el primer<br />
oficial que entró en el fuerte, y lo siguieron Dugommier y más tarde <strong>Napoleón</strong>.<br />
Atacaron a <strong>los</strong> ingleses y <strong>los</strong> piamonteses con bayoneta y sable, pica y baqueta.<br />
Después de un par de horas de encarnizado combate, a las tres de la mañana, cayó<br />
el fuerte, y al alba Saliceti y <strong>los</strong> restantes comisionados llegaron pomposamente<br />
con las espadas desenvainadas, para presentar sus solemnes felicitaciones a <strong>los</strong><br />
vencedores.<br />
<strong>Napoleón</strong> yacía herido. Había recibido un golpe profundo de la media pica de un<br />
sargento inglés en la cara interna del muslo izquierdo, precisamente sobre la<br />
rodilla. Al principio, el cirujano pensó amputar.<br />
Era la práctica acostumbrada con las heridas graves a fin de impedir la<br />
gangrena, pero después de otro examen cambió de idea. <strong>La</strong> herida se infectó<br />
levemente, y cuando curó dejó una cicatriz profunda.<br />
El día 18, exactamente como <strong>Napoleón</strong> había previsto, <strong>los</strong> fuertes vecinos<br />
fueron evacuados; de acuerdo con el relato de Sidney Smith, <strong>los</strong> soldados «se<br />
arrojaron al agua como la piara de cerdos que corren furiosamente a hundirse en el<br />
mar, poseídos por el demonio». Los cañones de <strong>Napoleón</strong> obligaron a la flota<br />
inglesa a huir. Esa noche el almirante Lord Hood incendió el arsenal y todas las<br />
naves francesas que él no podía utilizar, embarcó a las tropas aliadas y bajo la<br />
protección de la noche se internó en el mar. Al día siguiente <strong>los</strong> franceses entraron<br />
en Tolón.<br />
Los comisionados del gobierno, entre quienes estaban Stanislas Fréron y un ex<br />
noble llamado Paúl Barras, tenían orden del Comité de Salud Pública de «descargar<br />
la venganza nacional» sobre <strong>los</strong> sospechosos de haber llamado a <strong>los</strong> ingleses. Así,<br />
después de la noche del valor llegaron <strong>los</strong> días de crueldad. El 20 de diciembre<br />
literalmente centenares de constituciones distintas. Todas estas burbujas utópicas<br />
reventaron, y el jabón irritó <strong>los</strong> ojos de la gente.<br />
Había otra diferencia entre 1815 y, por ejemplo, 1813. Francia ya no era la<br />
amante denominada de ese modo a veces por <strong>Napoleón</strong>. Últimamente había estado<br />
acostándose con diferentes hombres, y por lo tanto ya no consideraba al<br />
emperador su amo predestinado, sino un hombre entre muchos. El propio <strong>Napoleón</strong><br />
lo sintió así, una vez calmada la excitación de su llegada. Percibió un nuevo espíritu<br />
crítico, lo que él denominó «una frialdad». Para remediar esto, debía dar confianza<br />
y prosperidad a Francia. Y para llegar a eso necesitaba la paz.<br />
El congreso reunido en Viena prontamente se vio dividido en dos facciones.<br />
Prusia y Rusia, ambas dinámicas y expansivas, exigían más de lo que Inglaterra y<br />
Austria deseaban conceder, y en enero, en un gesto de defensa propia, Inglaterra,<br />
Austria y Francia habían firmado una alianza. En su carácter de gobernante de<br />
facto de Francia, <strong>Napoleón</strong> tenía cierto derecho de representar un papel en esa<br />
alianza. El 12 de marzo dijo a su hermano Joseph, que se encontraba en Zürich,<br />
que informase a <strong>los</strong> ministros ruso y austríaco en Suiza que había decidido<br />
mantener las fronteras convenidas en 1814. Sobre todo apeló a Inglaterra<br />
solicitando un trato equitativo, y muchos deseaban acceder a su propuesta. Por<br />
ejemplo en Portsmouth <strong>los</strong> oficiales del 51.° de infantería brindaron tres veces por<br />
el éxito del viejo Nap, después de su fuga. «Bonaparte ha sido acogido en Francia<br />
como libertador—dijo un miembro del Parlamento—. Los Borbones han perdido el<br />
trono a causa de sus propios errores. Sería monstruoso declarar la guerra a un<br />
pueblo para imponer un gobierno que él no desea».<br />
EnViena, Metternich estaba dando una fiesta cuando llegó la noticia del<br />
desembarco de <strong>Napoleón</strong>. Entre <strong>los</strong> invitados estaban Wellington, el zar Alejandro y<br />
Talleyrand. De pronto, en medio de un vals, la orquesta bajó <strong>los</strong> violines, y <strong>los</strong><br />
estadistas salieron deprisa para conferenciar. De nuevo Talleyrand tomó la<br />
iniciativa de unir<strong>los</strong> contra <strong>Napoleón</strong>. Él fue quien inspiró una declaración conjunta<br />
en que <strong>los</strong> aliados afirmaban que el retorno de <strong>Napoleón</strong> era un acto sin<br />
precedentes en <strong>los</strong> anales de la ambición. Era «una ofensa criminal al orden<br />
social». Bonaparte se había colocado en la posición de un proscrito, y «en su<br />
carácter de enemigo y perturbador de la paz del mundo», estaba expuesto a la<br />
venganza de Europa. Inglaterra, Rusia, Austria y Prusia se comprometieron a<br />
destacar cada una ciento cincuenta mil hombres, y a mantener<strong>los</strong> bajo las armas<br />
«hasta que Bonaparte sea absolutamente incapaz de provocar nuevas dificultades».<br />
Pero, se preguntaba el Moming Chronicle, ¿las potencias actuaban contra<br />
Bonaparte o contra el espíritu de la democracia?.<br />
<strong>Napoleón</strong> continuó trabajando por la paz. Envió un emisario especial, Montrond,<br />
para hablar con Metternich y escribió de puño y letra una carta al príncipe regente;<br />
el enviado mereció un rechazo total y la carta fue devuelta sin abrir. De modo que<br />
<strong>Napoleón</strong> nunca tuvo la oportunidad de demostrar sus intenciones. Apenas<br />
recuperó el trono se vio rodeado de cañones.<br />
<strong>Napoleón</strong> recibió de Luis XVIII un ejército de doscientos mil hombres. Sin<br />
apelar al servicio militar, lo elevó a más de trescientos mil.<br />
Todos eran franceses, la mayoría veteranos, y su moral era más alta que la de<br />
cualquier otro ejército desde por lo menos 1809. <strong>La</strong>s tropas estaban decididas a<br />
borrar la vergüenza de su deserción el año precedente, y <strong>los</strong> espías aliados<br />
hablaban de su entusiasmo casi frenético por el emperador. Para defender las<br />
principales ciudades y localidades de Francia, <strong>Napoleón</strong> tenía doscientos mil<br />
guardias nacionales. Esta vez se preocupó de fortificar París. Dibujó personalmente<br />
<strong>los</strong> planos —todos <strong>los</strong> reductos, las torrecillas y las murallas— en media hora.<br />
<strong>Napoleón</strong> escribió a Francisco para pedirle que permitiese que María Luisa y el<br />
joven <strong>Napoleón</strong> se uniesen con él. Por intermedio de Caulaincourt explicó que ese<br />
paso convenía a <strong>los</strong> intereses de Austria, pues si las circunstancias lo obligaban a<br />
abdicar nuevamente, su hijo reinaría bajo la regencia de la archiduquesa. Ordenó<br />
que decorasen nuevamente las habitaciones de María Luisa y de su hijo. El 4 de