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caído herido poco antes. El 16 de septiembre Saliceti designó a Napoleón comandante en funciones en reemplazo de Dommartin. El nuevo jefe de Napoleón era el general Carteaux, bajo cuyas órdenes había servido en Aviñón, pero a quien no había conocido profundamente. Carteaux había sido pintor de la corte, pero aunque pintaba a los reyes, evidentemente no los apreciaba, pues se consagró a la Revolución, aprendió el arte militar y, a los cuarenta y dos años, obtuvo el rango de general. Napoleón se divertía con las actitudes de Carteaux. Advirtió que el pintorgeneral se atusaba constantemente el largo bigote negro y que montaba un magnífico caballo que otrora había sido propiedad del príncipe de Conde; montaba el corcel como posando para su retrato, con una mano sobre su sable, y cualquiera fuese el contexto insistía en la misma orden: «Ataque en columna de tres». Al día siguiente, al alba, Carteaux fue con Napoleón, siguiendo un sendero de montaña, hasta el lugar en que se encontraba la artillería. En la cocina de una granja cercana, los artilleros utilizaban fuelles de bronce para preparar la metralla al rojo vivo. Carteaux preguntó a Napoleón cómo creía que la metralla podía cargarse en los cañones. Napoleón dijo que el mejor modo era con una gran pala de hierro; pero puesto que no había ninguna disponible, podía trabajarse con una de madera. Carteaux ordenó a los artilleros que cargasen uno de los cañones con metralla al rojo vivo siguiendo las indicaciones de Napoleón, y anunció que en poco rato más procederían a incendiar la flota inglesa. Napoleón pensó que se trataba de un error, pues las naves inglesas estaban por lo menos a unos cinco kilómetros de distancia; pero Carteaux hablaba en serio. «¿No sería mejor disparar un cañonazo para calcular la distancia?», preguntó Napoleón. Ni Carteaux ni sus ayudantes tenían una idea clara de lo que eso significaba, pero repitieron con gesto aprobador: «¿Calcular la distancia? Sí, sin duda.» Cargaron el cañón con una bala de hierro. Con un relámpago, un rugido y una nube de humo, la bala partió y cayó a menos de dos kilómetros de distancia, ni siquiera llegó al mar. El comentario de Carteaux divirtió a Napoleón: «¡Esos canallas de Marsella nos han enviado pólvora inservible!» Carteaux ordenó entonces que pusieran en posición una culebrina, una suerte de tosco cañón con un tubo muy largo, y que la disparasen sobre los barcos ingleses. Al tercer disparo la culebrina quedó destrozada. Ese día no fue posible incendiar la flota inglesa. Pese a esta farsa inicial, Napoleón comprendió que había llegado su gran oportunidad. En Tolón había 18.000 soldados extranjeros, la mayor parte ingleses. Habían venido para destruir la Revolución y sentar a Luis XVII en el trono. Cuanto más tiempo permanecieran, más impulso imprimirían a las insurrecciones regionales y a la anarquía que, por otro lado, también podían destruir a la Revolución. Una victoria en Tolón podía salvar a la Revolución, los derechos del hombre, la justicia al amparo de la ley, todos los ideales en los cuales creía Napoleón. Y él estaba seguro de que era posible capturar la ciudad... con cañones. Napoleón pidió a Gasparin, uno de los comisionados con experiencia militar, que le diese vía libre con la artillería. Se accedió a su petición a pesar de las protestas originadas en el cuartel general de Carteaux, en el sentido de que Napoleón era uno de los oficiales de Luis Capelo y un sucio aristócrata. Entonces, Napoleón comenzó a trabajar de firme. Retiró de la ciudadela de Antibes y Monaco los cañones que no necesitaban allí; trajo bueyes de tiro desde lugares tan lejanos como Montpellier, organizó brigadas de carreteros para traer cien mil sacos de tierra de Marsella, con el propósito de construir parapetos. Utilizó a tejedores de canastos para fabricar gaviones, y organizó un arsenal con ochenta forjas, así como un taller para reparar mosquetes. Cuando llegaron los cañones, Napoleón los apostó a la orilla del mar y comenzó a atacar a la flota. Cuatro días después de que Napoleón asumiera el mando, un oficial inglés comentó: «Las cañoneras sufrieron bastante... Setenta hombres heridos o muertos... Lord Hood comenzó a inquietarse por los barcos.» Pero en el donde casi capturó a Blücher, que cayó de su caballo. Pero a causa del retraso de Ney, no pudo aprovechar la victoria para avanzar esa noche sobre Bruselas. Napoleón durmió en el cercano castillo de Fleurus. La mañana siguiente visitó Ligny y las aldeas vecinas, y habló con los heridos prusianos, les dio brandy y ordenó que fuesen atendidos exactamente como los franceses. Después, envió treinta mil soldados al mando de Grouchy para perseguir a los prusianos en retirada, y él y Ney, bajo una tormenta, avanzando por caminos convertidos en lodazales, persiguieron a los ingleses, que se retiraban hacia Bruselas. Seis kilómetros al norte, en Genappe, Napoleón perdió un cañón y su dotación a causa de la nueva arma inglesa: los llameantes cohetes Congreve. Diez kilómetros más lejos Napoleón descubrió que Wellington había ocupado posiciones sólidas en una elevación llamada Mont Saint-Jean, cerca de la aldea de Waterloo. Todavía bajo una lluvia torrencial, Napoleón detuvo a sus tropas al sur de la colina, cerca de una granja llamada La Belle Alliance. Napoleón estableció su cuartel general en Le Caillou, una granja rosada y blanca. Allí se quitó las ropas empapadas y descansó sobre un jergón, mientras sus prendas se secaban frente al fuego. Durante la noche salió tres veces bajo la intensa lluvia para reconocer la llanura. Cuando los centinelas le daban el alto, él gritaba el santo y seña usado esa noche: Biron, Brest, Bonté. A las seis Napoleón desayunó con sus generales y su hermano Jéróme, quien había dormido en la posada Roi d'Espagne, en Genappe, y un camarero le dijo que había oído que uno de los ayudantes de Wellington explicaba durante la cena cómo el ejército prusiano marcharía desde Wavre para reunirse con los ingleses. Jetóme transmitió la novedad a Napoleón. «¡Qué estupidez! —dijo Napoleón—. Después de una batalla como Ligny no pueden unir fuerzas.» Lo alivió comprobar que había cesado la lluvia, lo cual significaba que cuando el suelo se secara él podría maniobrar los cañones. Siempre de excelente espíritu, dijo a sus generales: «Tenemos noventa posibilidades a nuestro favor, y ni siquiera diez contra nosotros». Montado en su yegua blanca Désirée, Napoleón inspeccionó a sus tropas, mientras la banda ejecutaba Veillons au salut de 1'Empire. Después, los generales llevaron a sus unidades a las posiciones de un frente muy corto, de cuatro kilómetros. Napoleón decidió dejar que el suelo se secara un poco más. «Ahora son las diez —dijo ajotóme—. Dormiré hasta las once. Seguro que me despertaré, pero si no lo hago me llamas». A las once, Napoleón, descansado, ocupó una posición en terreno alto, cerca de la granja de Rossomme; tuvieron que colocarle bajo los pies manojos de paja para evitar que resbalara. Desde allí dirigiría la batalla. Tenía 72.000 hombres y 246 cañones, y Wellington 68.000, de los cuales sólo 24.000 eran británicos, y 156 cañones. Napoleón propuso irrumpir en el centro enemigo y tomar el camino principal. Diez divisiones de artillería abrirían un paso, y después, d'Erlon desencadenaría el ataque principal. A las 11.25 Napoleón ordenó que sus cañones abriesen fuego. Entretanto, envió a Jéróme contra la derecha enemiga, instalada en el Cháteau d'Hougoumont. La intención era que ese movimiento fuese sólo para distraer tropas del centro de Wellington. Pero Jetóme luchó tan valerosamente que un movimiento de distracción se convirtió en una fiera batalla a muerte. Después de una hora y media, Napoleón juzgó que el momento para el ataque había llegado. Envió el primer cuerpo de d'Erlon, cuatro divisiones de infantería, cada una sobre un frente de ciento veinte metros. Los hombres estaban en excelente forma, cantaban, y su banda tocaba la marcha Triunfo de Trajano de Lesueur. Wellington conocía por experiencia el daño que los cañones franceses podían infligir, y había adoptado precauciones. Su infantería y su caballería estaban bien protegidas por las laderas del lado opuesto de la montaña, y de este modo las

abril escribió: «Mi buena Luisa, todo lo que ahora falta es tu presencia y la de mi hijo. De modo que ven a reunirte conmigo inmediatamente viajando por Estrasburgo.» No recibió respuesta: estay otras cartas fueron interceptadas. Cuatro semanas después de su retorno supo por Méneval que María Luisa había declarado que no tenía intención de viajar a París. Estaba totalmente sometida a Neipperg, y éste a Metternich, que ya estaba trazando planes para mantener al segundo Napoleón permanentemente en Viena, separado de su madre. Como las Tullerías le parecían intolerablemente solitarias sin su esposa y su hijo, Napoleón fue a vivir en el Elíseo, una residencia más pequeña. Tuvo un placer imprevisto. Lucien había salido de Francia en 1804, cuando Napoleón quiso que concertara un matrimonio político, y después siempre había criticado al Imperio. Pero ahora, abrumado por la reacción de los Borbones, y percibiendo nuevamente el espíritu de 1799, tendió la mano. Napoleón recibió cálidamente a Lucien, lo condecoró con la Legión de Honor, y le asignó un escaño en el Senado. Joseph ya había regresado. Louis rehusó hacer lo mismo, pues temía perjudicar una pretensión bastante absurda: el derecho de su hijo al trono de Holanda. Pero Jéróme regresó, porque, como dijo animosamente, en la guerra que se avecinaba Napoleón necesitaría un hombre que mandase sus ejércitos. Casi todos los días Napoleón entraba en su estudio a las seis de la mañana y no salía hasta el atardecer. Sus médicos le imploraban que descansase o hiciera ejercicios, pero él decía que no tenía tiempo. Dos veces hizo una breve pausa. Con Hortense pasó una tarde sentimental en Malmaison, y una noche fue a la Comedie Francaise, algo que había echado mucho de menos en Elba. Taima representaba Héctor, cuyo tema pareció emotivamente oportuno a Napoleón. Habló con el gran actor: «Bien, Taima, Chateaubriand dice que usted me enseñó cómo representar el papel de emperador; considero que su sugerencia es un cumplido, pues demuestra que por lo menos he representado bien mi papel». Se aproximaba rápidamente el momento en que Napoleón tendría que representar un nuevo papel; el de general en campaña contra los ingleses. Al perder Bélgica, Francia había perdido su frontera renana en el norte, y la secular ruta de invasión nuevamente quedaba abierta. Ahí, a principios de junio, los ingleses y los prusianos comenzaron a concentrarse; los austríacos y los rusos aún no estaban movilizados por completo. Como de costumbre, Napoleón decidió atacar primero. Después de una cena de despedida con su madre, sus hermanos y Hortense, Napoleón salió de París temprano el lunes 12 de junio, en su carruaje azul y oro. Gozaba de buena salud y su espíritu era excelente; confiaba en los planes que le permitirían derrotar por separado a Blücher y a Wellington. Entre sus provisiones había una botella revestida de cuero del vino de Málaga que había llegado a agradarle. El 13 se reunió en Avesnes con su ejército de ciento veinticinco mil hombres. En la madrugada del 15 sorprendió a los prusianos, tomó Charleroi y utilizó sus puentes para cruzar el Sambre. Al día siguiente los prusianos se prepararon para resistir en Ligny, y por su parte, Wellington comenzó a acercar su ejército a una encrucijada que estaba a once kilómetros al noroeste de Ligny: Quatre Bras. Napoleón ordenó a Ney, que comandaba la izquierda, que atacase Quatre Bras por la mañana, y después continuara presionando para llegar a Bruselas a primera hora del día 17. Ney vaciló, sin duda porque temía que los ingleses ya estuviesen desplegados ante él, ocultos entre los árboles. A la una, Napoleón tuvo que enviar a Ney una segunda orden: «Me sorprende su prolongada demora en ejecutar mis órdenes. No hay tiempo que perder. Ataque con la máxima energía todo lo que encuentre por delante...» Ney comenzó la batalla a las dos de la tarde, pero a esas horas Wellington ya había reunido refuerzos, y pudo contener a la izquierda francesa. Entre tanto, Napoleón conquistó una victoria en Ligny, derrotando a un ejército prusiano superior en número gracias a una carga de la Guardia al caer la noche y cuartel general de Carteaux protestaban porque Napoleón se había acercado demasiado, y varios artilleros habían muerto. El 19 de octubre Napoleón recibió la noticia de que había sido ascendido a mayor, pero incluso con ese rango no pudo lograr que Carteaux apreciara la función fundamental de los cañones. Por lo tanto, pidió a los comisionados del gobierno que designasen a un oficial superior para mandar la artillería, por lo menos un brigadier, «que aunque sea únicamente por su rango se imponga a la turba de ignorantes que están en el cuartel general». Se accedió al pedido, pero el hombre designado, el brigadier Du Teil —hermano del antiguo superior de Napoleón— era un individuo anciano y enfermo. Du Teil dejó las decisiones en manos de Napoleón. Durante los tres meses de sitio, Napoleón mandó de hecho la artillería, y la transformó, pasando de un puñado de hombres y cinco cañones, a sesenta y cuatro oficiales, 1.600 soldados y 194 cañones o morteros. Entretanto, los comisionados fueron relevados y enviados a la cárcel, y el general Carteaux, cuyos ataques «en columnas de tres» eran desastrosos, fue reemplazado por Doppet, que era dentista. Doppet era un hombre humilde consciente de sus limitaciones, las cuales, por extraño que parezca, incluían el horror a la sangre. Durante el ataque a un fuerte inglés vio morir a su lado a uno de sus ayudantes, enfermó, se dejó dominar por el pánico y dio la orden de retirada. Dos días después renunció. Napoleón observaba estos episodios con suma frustración. Pero finalmente, el 17 de noviembre, un militar profesional asumió el mando. Era Jacques Coquille Dugommier, de cincuenta y cinco años, ex plantador de azúcar. Él y Napoleón simpatizaron inmediatamente. Napoleón propuso a Dugommier un plan para capturar a Tolón. La ciudad estaba protegida por montañas hacia el norte, fortificaciones inexpugnables hacia el este, y el puerro al sur. Carteaux había propuesto atacar por tierra desde el nordeste, bajo el fuego mortífero de los barcos ingleses que estaban en el puerto. Napoleón afirmó que la idea constituía un error. Debían atacar no la ciudad, sino a la flota, y para hacerlo necesitaban ocupar los terrenos altos que se encontraban al sur del puerto, a unos tres kilómetros de la propia Tolón. Ese terreno estaba defendido por un poderoso fuerte inglés, Fort Mulgrave, llamado por los franceses la Pequeña Gibraltar. Si caía la Pequeña Gibraltar, los fuertes vecinos se derrumbarían, la flota quedaría expuesta al cañoneo destructivo de los franceses y tendría que retirarse, evacuando a las tropas aliadas. En esas condiciones, Tolón caería sin demora. «Hay un solo plan posible: el de Bonaparte», escribió Dugommier al ministro de la Guerra. Eligió el 17 de diciembre para atacar a la Pequeña Gibraltar, y ordenó a Napoleón que hostigase las defensas. Napoleón ubicó una batería de cañones peligrosamente cerca de la Pequeña Gibraltar: «la batería de los hombres sin miedo», la denominó orgullosamente, y durante cuarenta y ocho horas él y sus hombres libraron un duelo de artillería con los veinte cañones y cuatro morteros del fuerte. Napoleón tenía su propia oficialidad, que incluía a un joven sargento borgoñón llamado Andochejunot, una de cuyas virtudes era que escribía las órdenes con letra muy clara. Nada turbaba a Junot. Cierta vez, una granada inglesa cayó cerca de la batería, casi mató a Junot y cubrió de tierra el papel con las órdenes. «Magnífico — se limitó a decir—, no necesitaré secar la tinta con arena», un comentario que divirtió a Napoleón. Él mismo siempre estaba en los lugares peligrosos, y como observó un testigo ocular, «si necesitaba un descanso, se acostaba en el suelo envuelto en su capa». La víspera del día 17 se procedió a reunir siete mil soldados para iniciar el ataque. Llovía intensamente, y un fuerte viento sacudía los pinos: eran condiciones difíciles que impedían ajusfar la puntería de los mosquetes, y desmoralizaban a la tropa. Dugommier, que calculaba que incluso con buen tiempo la mitad de los soldados no merecía confianza, dijo a sus subordinados que deseaba postergar veinticuatro horas el ataque. Los comisionados, encabezados por Saliceti, se

abril escribió: «Mi buena Luisa, todo lo que ahora falta es tu presencia y la de mi<br />

hijo.<br />

De modo que ven a reunirte conmigo inmediatamente viajando por<br />

Estrasburgo.» No recibió respuesta: estay otras cartas fueron interceptadas. Cuatro<br />

semanas después de su retorno supo por Méneval que María Luisa había declarado<br />

que no tenía intención de viajar a París. Estaba totalmente sometida a Neipperg, y<br />

éste a Metternich, que ya estaba trazando planes para mantener al segundo<br />

<strong>Napoleón</strong> permanentemente en Viena, separado de su madre. Como las Tullerías le<br />

parecían intolerablemente solitarias sin su esposa y su hijo, <strong>Napoleón</strong> fue a vivir en<br />

el Elíseo, una residencia más pequeña.<br />

Tuvo un placer imprevisto. Lucien había salido de Francia en 1804, cuando<br />

<strong>Napoleón</strong> quiso que concertara un matrimonio político, y después siempre había<br />

criticado al Imperio. Pero ahora, abrumado por la reacción de <strong>los</strong> Borbones, y<br />

percibiendo nuevamente el espíritu de 1799, tendió la mano. <strong>Napoleón</strong> recibió<br />

cálidamente a Lucien, lo condecoró con la Legión de Honor, y le asignó un escaño<br />

en el Senado. Joseph ya había regresado. Louis rehusó hacer lo mismo, pues temía<br />

perjudicar una pretensión bastante absurda: el derecho de su hijo al trono de<br />

Holanda. Pero Jéróme regresó, porque, como dijo animosamente, en la guerra que<br />

se avecinaba <strong>Napoleón</strong> necesitaría un hombre que mandase sus ejércitos.<br />

Casi todos <strong>los</strong> días <strong>Napoleón</strong> entraba en su estudio a las seis de la mañana y no<br />

salía hasta el atardecer. Sus médicos le imploraban que descansase o hiciera<br />

ejercicios, pero él decía que no tenía tiempo. Dos veces hizo una breve pausa. Con<br />

Hortense pasó una tarde sentimental en Malmaison, y una noche fue a la Comedie<br />

Francaise, algo que había echado mucho de menos en Elba. Taima representaba<br />

Héctor, cuyo tema pareció emotivamente oportuno a <strong>Napoleón</strong>. Habló con el gran<br />

actor: «Bien, Taima, Chateaubriand dice que usted me enseñó cómo representar el<br />

papel de emperador; considero que su sugerencia es un cumplido, pues demuestra<br />

que por lo menos he representado bien mi papel».<br />

Se aproximaba rápidamente el momento en que <strong>Napoleón</strong> tendría que<br />

representar un nuevo papel; el de general en campaña contra <strong>los</strong> ingleses. Al<br />

perder Bélgica, Francia había perdido su frontera renana en el norte, y la secular<br />

ruta de invasión nuevamente quedaba abierta.<br />

Ahí, a principios de junio, <strong>los</strong> ingleses y <strong>los</strong> prusianos comenzaron a<br />

concentrarse; <strong>los</strong> austríacos y <strong>los</strong> rusos aún no estaban movilizados por completo.<br />

Como de costumbre, <strong>Napoleón</strong> decidió atacar primero.<br />

Después de una cena de despedida con su madre, sus hermanos y Hortense,<br />

<strong>Napoleón</strong> salió de París temprano el lunes 12 de junio, en su carruaje azul y oro.<br />

Gozaba de buena salud y su espíritu era excelente; confiaba en <strong>los</strong> planes que le<br />

permitirían derrotar por separado a Blücher y a Wellington. Entre sus provisiones<br />

había una botella revestida de cuero del vino de Málaga que había llegado a<br />

agradarle. El 13 se reunió en Avesnes con su ejército de ciento veinticinco mil<br />

hombres. En la madrugada del 15 sorprendió a <strong>los</strong> prusianos, tomó Charleroi y<br />

utilizó sus puentes para cruzar el Sambre. Al día siguiente <strong>los</strong> prusianos se<br />

prepararon para resistir en Ligny, y por su parte, Wellington comenzó a acercar su<br />

ejército a una encrucijada que estaba a once kilómetros al noroeste de Ligny:<br />

Quatre Bras. <strong>Napoleón</strong> ordenó a Ney, que comandaba la izquierda, que atacase<br />

Quatre Bras por la mañana, y después continuara presionando para llegar a<br />

Bruselas a primera hora del día 17. Ney vaciló, sin duda porque temía que <strong>los</strong><br />

ingleses ya estuviesen desplegados ante él, ocultos entre <strong>los</strong> árboles. A la una,<br />

<strong>Napoleón</strong> tuvo que enviar a Ney una segunda orden: «Me sorprende su prolongada<br />

demora en ejecutar mis órdenes. No hay tiempo que perder. Ataque con la máxima<br />

energía todo lo que encuentre por delante...» Ney comenzó la batalla a las dos de<br />

la tarde, pero a esas horas Wellington ya había reunido refuerzos, y pudo contener<br />

a la izquierda francesa.<br />

Entre tanto, <strong>Napoleón</strong> conquistó una victoria en Ligny, derrotando a un ejército<br />

prusiano superior en número gracias a una carga de la Guardia al caer la noche y<br />

cuartel general de Carteaux protestaban porque <strong>Napoleón</strong> se había acercado<br />

demasiado, y varios artilleros habían muerto.<br />

El 19 de octubre <strong>Napoleón</strong> recibió la noticia de que había sido ascendido a<br />

mayor, pero incluso con ese rango no pudo lograr que Carteaux apreciara la<br />

función fundamental de <strong>los</strong> cañones. Por lo tanto, pidió a <strong>los</strong> comisionados del<br />

gobierno que designasen a un oficial superior para mandar la artillería, por lo<br />

menos un brigadier, «que aunque sea únicamente por su rango se imponga a la<br />

turba de ignorantes que están en el cuartel general». Se accedió al pedido, pero el<br />

hombre designado, el brigadier Du Teil —hermano del antiguo superior de<br />

<strong>Napoleón</strong>— era un individuo anciano y enfermo. Du Teil dejó las decisiones en<br />

manos de <strong>Napoleón</strong>. Durante <strong>los</strong> tres meses de sitio, <strong>Napoleón</strong> mandó de hecho la<br />

artillería, y la transformó, pasando de un puñado de hombres y cinco cañones, a<br />

sesenta y cuatro oficiales, 1.600 soldados y 194 cañones o morteros.<br />

Entretanto, <strong>los</strong> comisionados fueron relevados y enviados a la cárcel, y el<br />

general Carteaux, cuyos ataques «en columnas de tres» eran desastrosos, fue<br />

reemplazado por Doppet, que era dentista. Doppet era un hombre humilde<br />

consciente de sus limitaciones, las cuales, por extraño que parezca, incluían el<br />

horror a la sangre. Durante el ataque a un fuerte inglés vio morir a su lado a uno<br />

de sus ayudantes, enfermó, se dejó dominar por el pánico y dio la orden de<br />

retirada. Dos días después renunció.<br />

<strong>Napoleón</strong> observaba estos episodios con suma frustración. Pero finalmente, el<br />

17 de noviembre, un militar profesional asumió el mando.<br />

Era Jacques Coquille Dugommier, de cincuenta y cinco años, ex plantador de<br />

azúcar. Él y <strong>Napoleón</strong> simpatizaron inmediatamente.<br />

<strong>Napoleón</strong> propuso a Dugommier un plan para capturar a Tolón.<br />

<strong>La</strong> ciudad estaba protegida por montañas hacia el norte, fortificaciones<br />

inexpugnables hacia el este, y el puerro al sur. Carteaux había propuesto atacar<br />

por tierra desde el nordeste, bajo el fuego mortífero de <strong>los</strong> barcos ingleses que<br />

estaban en el puerto. <strong>Napoleón</strong> afirmó que la idea constituía un error. Debían<br />

atacar no la ciudad, sino a la flota, y para hacerlo necesitaban ocupar <strong>los</strong> terrenos<br />

altos que se encontraban al sur del puerto, a unos tres kilómetros de la propia<br />

Tolón. Ese terreno estaba defendido por un poderoso fuerte inglés, Fort Mulgrave,<br />

llamado por <strong>los</strong> franceses la Pequeña Gibraltar. Si caía la Pequeña Gibraltar, <strong>los</strong><br />

fuertes vecinos se derrumbarían, la flota quedaría expuesta al cañoneo destructivo<br />

de <strong>los</strong> franceses y tendría que retirarse, evacuando a las tropas aliadas. En esas<br />

condiciones, Tolón caería sin demora.<br />

«Hay un solo plan posible: el de Bonaparte», escribió Dugommier al ministro de<br />

la Guerra. Eligió el 17 de diciembre para atacar a la Pequeña Gibraltar, y ordenó a<br />

<strong>Napoleón</strong> que hostigase las defensas. <strong>Napoleón</strong> ubicó una batería de cañones<br />

peligrosamente cerca de la Pequeña Gibraltar: «la batería de <strong>los</strong> hombres sin<br />

miedo», la denominó orgul<strong>los</strong>amente, y durante cuarenta y ocho horas él y sus<br />

hombres libraron un duelo de artillería con <strong>los</strong> veinte cañones y cuatro morteros del<br />

fuerte.<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía su propia oficialidad, que incluía a un joven sargento borgoñón<br />

llamado Andochejunot, una de cuyas virtudes era que escribía las órdenes con letra<br />

muy clara. Nada turbaba a Junot. Cierta vez, una granada inglesa cayó cerca de la<br />

batería, casi mató a Junot y cubrió de tierra el papel con las órdenes. «Magnífico —<br />

se limitó a decir—, no necesitaré secar la tinta con arena», un comentario que<br />

divirtió a <strong>Napoleón</strong>. Él mismo siempre estaba en <strong>los</strong> lugares peligrosos, y como<br />

observó un testigo ocular, «si necesitaba un descanso, se acostaba en el suelo<br />

envuelto en su capa».<br />

<strong>La</strong> víspera del día 17 se procedió a reunir siete mil soldados para iniciar el<br />

ataque. Llovía intensamente, y un fuerte viento sacudía <strong>los</strong> pinos: eran condiciones<br />

difíciles que impedían ajusfar la puntería de <strong>los</strong> mosquetes, y desmoralizaban a la<br />

tropa. Dugommier, que calculaba que incluso con buen tiempo la mitad de <strong>los</strong><br />

soldados no merecía confianza, dijo a sus subordinados que deseaba postergar<br />

veinticuatro horas el ataque. Los comisionados, encabezados por Saliceti, se

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