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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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amenazadoras y finalmente se amotinaron. Cesari se echó a llorar, por lo que<br />

recibió inmediatamente el apodo de «llorón».<br />

Los marineros forzaron a Cesari a escribir una carta a Quenza, ordenándole que<br />

evacuase Santo Stefano. Cuando la leyeron, Quenza y <strong>Napoleón</strong> apenas podían<br />

creer el testimonio de sus ojos, pero, por supuesto, tenían que obedecer. <strong>Napoleón</strong><br />

y sus hombres, empujando y tirando, consiguieron llevar hasta la playa, a través<br />

del lodo, <strong>los</strong> cañones de una tonelada. Pero la Fauvette envió botes sólo para<br />

retirar las tropas. En este encuentro, el primero, <strong>Napoleón</strong> tuvo que abandonar <strong>los</strong><br />

cañones al enemigo.<br />

Mientras la malograda expedición retornaba a Bonifacio, <strong>Napoleón</strong> sufrió toda la<br />

amargura de la desilusión, la frustración y la vergüenza.<br />

Su reacción inmediata fue escribir al Ministerio de la Guerra proponiendo que<br />

formase otra expedición para ocupar Maddalena y borrar esta «mancha de<br />

deshonor» que había recaído sobre el segundo batallón; y adjuntó a su carta dos<br />

planes de ataque. Sentía desprecio por Cesari, y profunda indignación por <strong>los</strong><br />

marinos marselleses, y no ocultaba sus sentimientos.<br />

Pocos días después del retorno, algunos de <strong>los</strong> marineros se apoderaron de <strong>los</strong><br />

objetos de tocador de <strong>Napoleón</strong>, y mientras gritaban:<br />

1'aristocrat a la lanterne!, trataron de colgarlo. Lo impidió únicamente la feliz<br />

llegada de algunos de <strong>los</strong> guardias de <strong>Napoleón</strong>. El episodio de Maddalena dejó una<br />

impresión duradera en <strong>Napoleón</strong>. Le enseñó, como sólo podía hacerlo un fracaso, la<br />

dificultad de las operaciones combinadas. Le enseñó también la importancia de la<br />

rapidez, del «momento favorable» en que <strong>los</strong> hombres están tensos para la acción,<br />

y el enemigo se ve sorprendido. <strong>La</strong> importancia fundamental de la firmeza en un<br />

comandante, y de la disciplina en las filas. Le dejó también la convicción de que si<br />

él hubiese estado al mando en lugar de Cesari, Maddalena habría caído.<br />

Después del regreso de <strong>Napoleón</strong> <strong>los</strong> hechos comenzaron a desarrollarse<br />

deprisa. Decidió que Paoli estaba dando largas a las cosas, e incluso favoreciendo a<br />

<strong>los</strong> ingleses que hacían la guerra a Francia.<br />

Fue a Tolón y en un encendido discurso denunció a Paoli y reclamó al tribunal<br />

revolucionario que «entregase la cabeza de Paoli a la espada de la justicia». El<br />

discurso de Lucien fue leído en la Convención, y el gobierno ordenó al comisionado<br />

Saliceti que arrestase a Paoli.<br />

<strong>Napoleón</strong> escribió a la Convención en defensa de Paoli, y cuando Saliceti<br />

desembarcó fue a verlo, con la esperanza de reconciliar a Paoli con Francia. Pero<br />

Paoli creía que, al igual que Lucien, <strong>Napoleón</strong> se había vuelto contra él, y ordenó<br />

que lo capturasen vivo o muerto. <strong>Napoleón</strong> tuvo que ocultarse, y después retornó a<br />

Bastía en un pesquero.<br />

<strong>Napoleón</strong> era un proscrito, y <strong>los</strong> hombres de Paoli podían dispararle tan pronto<br />

lo viesen. Pero también era un oficial francés consagrado a la idea de que Córcega<br />

era parte de la patria. Un hombre menos consciente habría abordado el primer<br />

barco a Marsella, pero <strong>Napoleón</strong> decidió no sólo continuar en el lugar, sino luchar.<br />

Explicó a Saliceti que Ajaccio contaba con una mayoría favorable a Francia. Con dos<br />

buques de guerra y cuatrocientos hombres de infantería ligera podía apoderarse de<br />

la ciudad. <strong>Napoleón</strong> argüyó de un modo tan convincente que Saliceti aceptó probar.<br />

<strong>Napoleón</strong> sabía que al atacar Ajaccio pondría en peligro a su familia.<br />

De modo que envió un mensaje a su madre, diciéndole que, en el mayor<br />

secreto, se dirigiese con <strong>los</strong> niños a la torre en ruinas de Capitolio, al este del golfo<br />

de Ajaccio. Letizia obedeció y ahí, el 31 de mayo, cuando navegaba en una<br />

pequeña embarcación que se había adelantado a <strong>los</strong> buques de guerra franceses,<br />

<strong>Napoleón</strong> la encontró. <strong>Napoleón</strong> había estado preocupado por la seguridad de su<br />

madre, y saltó al mar para abrazarla cuanto antes. Después, envió a Letizia y a <strong>los</strong><br />

niños en un barco que se dirigía a Caivi, un puerto en poder de <strong>los</strong> franceses.<br />

Al día siguiente, <strong>Napoleón</strong> disparó <strong>los</strong> cañones de <strong>los</strong> barcos sobre la ciudadela,<br />

pero <strong>los</strong> muros de piedra, de varios pies de espesor, resistieron <strong>los</strong> disparos.<br />

Saliceti escribió al consejo de Ajaccio una carta para exhortarlo a declararse en<br />

situación y rendirse al capitán inglés del Bellerophon. <strong>La</strong>s Vidas de Plutarco ofrecían<br />

un precedente en Temístocles; cuando debió abandonar Atenas, confió su vida al<br />

rey de <strong>los</strong> persas, de quien había sido otrora el más fiero enemigo.<br />

¿Cómo lo recibirían <strong>los</strong> ingleses? El teniente segundo Bonaparte había leído en<br />

la History ofEnglandAe. Narrow que «otra virtud que hizo ilustres a nuestros<br />

antepasados fue la hospitalidad. El extranjero entre el<strong>los</strong> era un objeto sagrado e<br />

inviolable; se le concedía todo lo que era posible mientras permanecía en la isla».<br />

Quizás estas palabras habían dejado su impronta; en todo caso, <strong>los</strong> hombres<br />

cercanos a <strong>Napoleón</strong>, por ejemplo Lucien y el conde <strong>La</strong>s Cases, se referían<br />

favorablemente a su propia experiencia como exiliados en Inglaterra.<br />

En cambio, el general de Montholon observó que durante diez años el gabinete<br />

inglés había rezumado odio a <strong>Napoleón</strong>: «Lo tratarán como a un trofeo de<br />

Waterloo.» Durante muchos días <strong>Napoleón</strong> se mantuvo indeciso. Dijo al general<br />

Gourgaud, un joven oficial de artillería que le aconsejó rendirse: «No puedo<br />

soportar la idea de vivir en medio de mis enemigos.» En ese momento un pájaro<br />

entró por la ventana. «Un signo de buena suerte», dijo Gourgaud, que apresó al<br />

ave. «Ya hay bastante infelicidad —comentó <strong>Napoleón</strong>—. Suéltela.» Gourgaud<br />

obedeció.<br />

Como augures, observaron para ver en qué dirección se alejaba el ave, que<br />

voló hacia <strong>los</strong> barcos ingleses.<br />

<strong>Napoleón</strong> acabó adoptando la posición más optimista. Ordenó a sus oficiales<br />

que se comunicaran con el capitán Maitland, del Bellerophon, y el 13 de julio<br />

escribió una carta al príncipe regente: «Vengo, como Temístocles, para acogerme a<br />

la hospitalidad del pueblo británico. Me pongo bajo la protección de sus leyes».<br />

El Bellerophon, de setenta y cuatro cañones, había combatido en la bahía de<br />

Abukir y en Trafalgar, y se lo llamaba afectuosamente «Billy Ruffian». Su<br />

tripulación estaba muy entusiasmada la mañana del 15 de julio, pues todos <strong>los</strong><br />

ingleses habían abrigado la esperanza de «atrapar a Nap». Manning, el bigotudo<br />

contramaestre, estaba en la pasarela con aire de hombre muy importante. El<br />

guardiamarina Bruce se acercó a él y aferró uno de sus bigotes. «Manning —<br />

anunció con gesto grandilocuente—, éste es el día más orgul<strong>los</strong>o de su vida. Hoy<br />

hará <strong>los</strong> honores del barco al hombre más grande que el mundo produjo o<br />

producirá jamás. Y con el nombre del gran <strong>Napoleón</strong>, el nombre de Manning, el<br />

contramaestre del Bellerophon llegará a... la posteridad; y como reliquia de ese<br />

gran hombre, permítame, mi estimado Manning, preservar un mechón de su pelo.»<br />

Y dicho esto, Bruce arrancó un mechón del bigote del contramaestre y bajó deprisa<br />

la escalera, mientras Manning con un juramento le arrojaba su sombrero. Llegó<br />

deprisa el capitán Maitland e interrumpió la broma. También él estaba excitado y<br />

un tanto inquieto.<br />

Sus órdenes eran, sencillamente, impedir que <strong>Napoleón</strong> escapase, y sólo para<br />

realizar ese objetivo había aceptado llevar a <strong>Napoleón</strong> a Inglaterra.<br />

A las siete llegó <strong>Napoleón</strong>, vistiendo su uniforme verde de <strong>los</strong> Cazadores.<br />

Levantó apenas su sombrero, hizo una reverencia y dijo en francés a Maitland:<br />

«Señor, he venido a bordo, y reclamo la protección de su príncipe y sus leyes.» Se<br />

lo llevó bajo cubierta, y cinco minutos después se le pidió que aceptara la<br />

presentación de <strong>los</strong> oficiales de la nave. Cuando éstos se disponían a salir de la<br />

cabina. <strong>Napoleón</strong> dijo: «Bien, caballeros, tienen el honor de pertenecer a la nación<br />

más valerosa y afortunada del mundo.» Al día siguiente, el Bellerophon izó las<br />

velas. <strong>Napoleón</strong> examinó interesado todos <strong>los</strong> rincones del barco, estudió a la<br />

tripulación mientras ésta recogía las cuerdas y trepaba por las vergas, y se sintió<br />

impresionado por la tranquila eficiencia. De vez en cuando miraba con tristeza la<br />

costa cada vez más lejana de Francia. Pero se mantenía esperanzado con respecto<br />

a su propio futuro, pues estaba firmemente convencido de que sería huésped del<br />

gobierno inglés. Lo alentaba en este sentido el hecho de que Maitland le había<br />

cedido su propia cabina y de que durante la cena, la noche precedente, el almirante<br />

inglés visitante le hubiese otorgado el asiento de honor. Pero el gobierno inglés ya<br />

había adoptado una decisión que contrariaba totalmente las esperanzas de

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