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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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<strong>Napoleón</strong>: el ex emperador de <strong>los</strong> franceses era un prisionero del Estado; nunca<br />

debía poner el pie en suelo inglés; en cambio, se lo deportaría a una isla tan<br />

remota que incluso para él la fuga sería prácticamente imposible.<br />

sólo contragolpearon, sino que llevaron la guerra al territorio enemigo. Invadieron<br />

Bélgica, que era una posesión austríaca, amenazaron a Holanda —con lo cual<br />

alarmaron a Inglaterra— y se apoderaron de Saboya y Niza, arrebatadas al rey<br />

Víctor Amadeo de Piamonte, que había sido un aliado de Austria.<br />

<strong>La</strong> Revolución Francesa había pasado a la ofensiva. Un patriota —y <strong>Napoleón</strong><br />

deseaba sobre todo ser patriota— ya no era un hombre que llevaba a sus<br />

semejantes <strong>los</strong> beneficios de la Constitución, sino el hombre que luchaba en<br />

primera línea contra un enemigo dispuesto a destruir esos beneficios. Un amigo de<br />

<strong>Napoleón</strong>, Antonio Christoforo Saliceti, que era miembro de la Convención (como se<br />

denominaba a la nueva Asamblea), subrayaba este aspecto en una carta que le<br />

dirigió.<br />

Francia estaba en guerra con el rey Víctor Amadeo, y las posesiones del rey<br />

incluían Cerdeña. ¿Por qué la Guardia Nacional corsa no había actuado en ese<br />

sector? <strong>La</strong> Convención sentía desagrado en vista de <strong>los</strong> débiles esfuerzos de <strong>los</strong><br />

corsos en la defensa de la libertad popular. A <strong>los</strong> ojos de <strong>Napoleón</strong> el mensaje de<br />

Saliceti era claro. Si Córcega deseaba continuar identificándose con Francia, debía<br />

marchar contra el enemigo común.<br />

Paoli había retornado a Córcega, y allí encabezaba el gobierno. No le<br />

entusiasmaba mucho la idea de atacar a Cerdeña, y quizá de provocar represalias,<br />

pero en todo caso aceptó descargar un golpe contra la isletas sardas de Maddalena<br />

y Caprera. <strong>Napoleón</strong> se ocupó de que él y su batallón fueran elegidos para realizar<br />

esa expedición patriótica. Habitadas por pastores y pescadores de habla corsa, las<br />

once islas habían sido ocupadas durante veinticinco años por Cerdeña, y aunque<br />

tenían escaso valor intrínseco, serían peldaños útiles en relación con movimientos<br />

ulteriores.<br />

El 18 de febrero de 1793, <strong>Napoleón</strong> y su colega el coronel Quenza embarcaron<br />

ochocientos hombres de la Guardia Nacional, dos cañones de doce libras y un<br />

mortero, en la corbeta naval Fauvette. Estaba tripulada por gente de la mala vida<br />

marsellesa, individuos que ya se habían labrado una reputación negativa al<br />

emborracharse en Ajaccio y matar a tres corsos. El mando de la expedición había<br />

sido confiado por Paoli a su amigo Colonna Cesari.<br />

<strong>Napoleón</strong> estaba ansioso como sólo puede estarlo un joven oficial en la víspera<br />

de su primer combate. Durante el tormentoso viaje de cuatro días pudo observarse<br />

que cumplía escrupu<strong>los</strong>amente y hasta el último detalle las órdenes, y que emitía<br />

deprisa sus propias órdenes.<br />

Había llevado consigo un maletín con objetos de plata que tenía sus iniciales, y<br />

todas las mañanas se lavaba con una esponja húmeda.<br />

A las cuatro de la tarde del 22 de febrero, protegidos por el fuego de la<br />

Fauvette, <strong>Napoleón</strong> y Quenza desembarcaron en la minúscula isla de San Stefano,<br />

al alcance de Maddalena. Soportaron el fuego de mosquetes de una pequeña<br />

guarnición sarda, y tuvieron un herido. Rápidamente ocuparon la totalidad de la<br />

isla, salvo una torre cuadrada donde se refugiaron <strong>los</strong> sardos. <strong>Napoleón</strong> apuntó con<br />

sus cañones a Maddalena, para cubrir el desembarco que, según suponía, Cesari<br />

realizaría inmediatamente. Pero Cesari se negó a desembarcar esa noche.<br />

<strong>Napoleón</strong> rogó y Cesari continuó rehusando. <strong>Napoleón</strong> escribió en su informe:<br />

«Perdimos el momento favorable que en la guerra lo decide todo.» Durante dos<br />

días y una noche, con fuertes vientos y una lluvia intensa, <strong>Napoleón</strong> esperó<br />

impaciente. Sólo el 24, <strong>Napoleón</strong> recibió la orden de abrir fuego. Lo hizo con<br />

buenos resultados, y bombardeó la aldea de Maddalena con granadas y metralla al<br />

rojo provocando cuatro incendios, destruyó ochenta casas, quemó un aserradero y<br />

redujo a silencio <strong>los</strong> cañones de <strong>los</strong> dos fuertes enemigos.<br />

El día 25 Cesari al fin ordenó el ataque. <strong>La</strong> Fauvette debía navegar cerca de la<br />

costa y desembarcar tropas. Pero durante <strong>los</strong> tres días de inacción el ardor que <strong>los</strong><br />

marineros de Marsella podían haber tenido ya se había disipado. Un marinero había<br />

muerto alcanzado por una granada sarda, y <strong>los</strong> restantes tenían temor de <strong>los</strong> 450<br />

soldados sardos apostados en Maddalena. «Llévenos de regreso», gritaban a<br />

Cesari. El corso trató de arengar<strong>los</strong>, pero <strong>los</strong> marineros adoptaron actitudes

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