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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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Sera, de la Guardia Nacional, cayó muerto; <strong>Napoleón</strong> acudió deprisa, llevó el<br />

cuerpo de regreso a su cuartel, en la torre del seminario, y decidió combatir contra<br />

<strong>los</strong> partidarios de <strong>los</strong> frailes.<br />

<strong>La</strong> clave de Ajaccio era su ciudadela, una poderosa fortaleza de muros<br />

empinados y grandes cañones. Quien controlase la ciudadela dominaba a Ajaccio.<br />

Pero el coronel Maillard, comandante de la ciudadela, no parecía dispuesto a ayudar<br />

a <strong>Napoleón</strong>. En cambio, envió tropas francesas para desalojar la ciudad. En el<br />

seminario, <strong>Napoleón</strong> rehusó permitir que lo expulsaran, y a veces, en las estrechas<br />

calles, <strong>los</strong> soldados franceses y <strong>los</strong> hombres de <strong>Napoleón</strong> disparaban unos contra<br />

otros.<br />

<strong>Napoleón</strong> fue a ver a Maillard. Sus hombres estaban agotados. De modo que<br />

preguntó si podían descansar en la ciudadela. Maillard se negó. Entonces, pidió<br />

municiones, pues estaban escasas. Nuevamente Maillard se negó. <strong>Napoleón</strong><br />

consideró que estas respuestas constituían un acto de desafío al ejército popular, y<br />

que la ciudadela, con sus cañones apuntando a la ciudad, era otra Bastilla. Se<br />

separó bruscamente de Maillard, y recorrió Ajaccio reclamando voluntarios para<br />

atacar la ciudadela.<br />

Pero nadie quiso escucharlo; estaban interesados en el convento, no en la<br />

fortaleza. Finalmente, <strong>Napoleón</strong> llevó a sus guardias, escasos de municiones y<br />

agotados por un día y dos noches de combate, a un ataque contra la ciudadela,<br />

pero fracasó.<br />

El miércoles de Pascua Pietri yArrighi, <strong>los</strong> civiles corsos responsables de la<br />

Guardia Nacional, llegaron a Ajaccio. «Esto es una conspiración incubada y<br />

fomentada por la religión», les dijo <strong>Napoleón</strong>. Tenía razón, pero se abstuvo de<br />

agregar que la mayoría de <strong>los</strong> corsos defendían sus costumbres religiosas<br />

tradicionales. Pietri y Arrighi calmaron a <strong>los</strong> habitantes de Ajaccio, encarcelaron a<br />

treinta y cuatro, y enviaron el batallón de <strong>Napoleón</strong> a Corte, a tres jornadas de<br />

distancia.<br />

Fue un golpe para <strong>Napoleón</strong>. Ajaccio quedaba en manos del coronel Maillard, el<br />

propio <strong>Napoleón</strong> estaba aislado de su familia, de sus amigos y del escenario político<br />

que él había elegido; también parecía que era un modo de aceptar, según él mismo<br />

dijo, «la resistencia de <strong>los</strong> habitantes de Ajaccio a una ley aprobada por una<br />

asamblea elegida libremente».<br />

Aún más infortunado era el hecho de que Maillard envió un informe furibundo a<br />

Lejard, el ministro de la Guerra, acusando a <strong>Napoleón</strong>, que era oficial francés, de<br />

alzarse en armas contra una guarnición francesa.<br />

Dijo en ese informe que era necesario que <strong>Napoleón</strong> compareciese ante una<br />

corte marcial.<br />

«Parece urgente que vayas a Francia», dijo Joseph, muy alarmado, a <strong>Napoleón</strong>,<br />

y éste opinó lo mismo. Era indispensable que refútase las acusaciones de Maillard.<br />

Se despidió de su familia, abordó la nave que partía de Bastía, y el 28 de mayo<br />

llegó a París.<br />

<strong>La</strong> Revolución había ingresado en una nueva fase. Se había convertido en un<br />

conflicto internacional: <strong>los</strong> reyes y la aristocracia europea contra el pueblo de<br />

Francia. El emperador de Austria y el rey de Prusia habían declarado la guerra al<br />

pueblo francés, invadido su territorio y prometido restablecer el antiguo régimen.<br />

Cuanto más profundamente avanzaban, más nerviosos e irritables se mostraban <strong>los</strong><br />

parisienses. Sospechaban que Luis XVI conspiraba con sus colegas reales;<br />

sospechaban también de la reina de origen austríaco. Los temores que el pueblo de<br />

París alimentaba quizás hubieran sido calmados por Mirabeau, pero éste había<br />

muerto el año precedente, y no había nadie que tranquilizara a las multitudes<br />

temerosas y coléricas que marchaban, protestaban y saqueaban.<br />

<strong>Napoleón</strong> dedicó su tiempo a visitar el Ministerio de la Guerra, a escuchar <strong>los</strong><br />

debates de la Asamblea, a visitar a <strong>los</strong> amigos y a estudiar el estado de ánimo del<br />

pueblo. Se le acabó el dinero y tuvo que empeñar ai reloj. El 20 de junio estaba<br />

almorzando cerca del Palais Royal con Amóme de Bourrienne, un antiguo amigo de<br />

la Escuela Militar que había cambiado la vida militar por el derecho. De pronto,<br />

viviese en Inglaterra como un ciudadano más; y sabemos cuan intensamente lo<br />

afectaba un acto injusto. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que <strong>Napoleón</strong><br />

era adaptable. Se había adaptado muy bien a Elba, y quizá también se adaptaría a<br />

Santa Elena. Durante <strong>los</strong> dos primeros meses que se le permitió salir a caminar y<br />

conversar como un hombre libre con <strong>los</strong> habitantes de Jamestown, <strong>Napoleón</strong> se<br />

sintió bastante satisfecho. Después, fue el traslado a Longwood y las limitaciones<br />

impuestas a sus movimientos. Allí estaba separado de <strong>los</strong> isleños y vigilado noche y<br />

día. <strong>Napoleón</strong>, a quien había preocupado tanto la libertad, al extremo de que había<br />

consagrado la vida entera a luchar por ella, ya no era un hombre libre, sino un<br />

prisionero.<br />

En esta situación <strong>Napoleón</strong> tenía dos vías de acción posibles: primero, podía<br />

intentar fugarse. Pero <strong>los</strong> ingleses lo vigilaban muy estrechamente: por ejemplo,<br />

apenas se avistaba la presencia de un barco, normalmente cuando estaba a unos<br />

cien kilómetros de distancia, se disparaba un tiro, se entregaba una piastra al<br />

hombre que lo había visto primero, y se movilizaba una fuerza de quinientos<br />

hombres armados. Era sumamente difícil que uno de sus amigos se disfrazara para<br />

representar el papel de <strong>Napoleón</strong>, mientras él se acercaba a Jamestown y abordaba<br />

un barco con destino a Estados Unidos. Pero no era del todo imposible. Sin<br />

embargo. <strong>Napoleón</strong> en cierto modo rechazó la idea de la fuga. Entendía que las<br />

posibilidades de éxito eran muy escasas.<br />

<strong>La</strong> segunda actitud posible de <strong>Napoleón</strong> era aceptar en principio su situación,<br />

aunque llamando la atención sobre la injusticia que implicaba; y desplegando su<br />

encanto y su fuerza de carácter, obtener mejores condiciones. En último análisis,<br />

también podía abrigar la esperanza de que hubiese un cambio de actitud en<br />

Inglaterra, e incluso de que ascendiera al trono la princesa Charlotte, que<br />

simpatizaba con él. En ese caso, habría buenas posibilidades de que se lo retirase<br />

del peñón convertido en cárcel.<br />

Eso es lo que <strong>Napoleón</strong> hizo durante <strong>los</strong> primeros meses. Aunque en privado lo<br />

calificaba de «asesino», hizo todo lo posible para mostrarse agradable al oficial<br />

inglés superior, el almirante Cockburn. Gourgaud escribió en su diario: el<br />

emperador «me asegura que ayer, mientras estuvo fuera de la casa, fascinó al<br />

almirante», y al día siguiente. «Su Majestad nos dice que hará lo que le plazca con<br />

el almirante.» Pero la designación de Cockburn era a lo sumo provisional, y habría<br />

que comenzar de nuevo todo cuando en abril de 1816 llegase el nuevo gobernador.<br />

Hudson Lowe tenía cuarenta y seis años, es decir la misma edad que <strong>Napoleón</strong>,<br />

pero por la apariencia era casi lo contrario del francés: era un hombre delgado, de<br />

rostro hundido, cejas espesas y el cabello color arena que comenzaba a encanecer.<br />

Su padre había sido cirujano militar; su madre, una mujer de Galway, había muerto<br />

cuando Lowe era un niño.<br />

<strong>La</strong> falta de afecto materno había dejado su acostumbrada impronta; Lowe era<br />

una persona insegura. <strong>La</strong> inseguridad se manifestaba en <strong>los</strong> modales bruscos y en<br />

la acentuada tendencia a la inquietud.<br />

Lowe era oficial regular, pero carecía de fortuna privada, y había tenido que<br />

abrirse paso por sus propios méritos en el ejército. En 1799 formó, y durante<br />

muchos años dirigió, a <strong>los</strong> Reales Rangers Corsos, un cuerpo de exiliados corsos<br />

que se oponía al dominio francés. Su curriculum militar era bueno, aunque no<br />

brillante, pues en 1807 entregó Capri sin luchar demasiado. Sus soldados le<br />

profesaban simpatía. En resumen, Lowe era un oficial decente y desprovisto de<br />

imaginación, y al mismo tiempo un hombre inseguro, que tendía siempre a<br />

preocuparse.<br />

Lowe desembarcó el 14 de abril, precedido por informes favorables.<br />

Cockburn había incurrido recientemente en el desagrado de <strong>Napoleón</strong>, cuando<br />

ordenó que un oficial británico acompañara siempre al prisionero en sus paseos; y<br />

así, <strong>los</strong> ocupantes de Longwood abrigaron la esperanza de que Lowe les trajese un<br />

mejor trato. «¿No me dijeron ustedes —preguntó <strong>Napoleón</strong> a uno de sus<br />

acompañantes—, que Lowe estuvo en Champaubert y Montmirail? Probablemente

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