La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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disparamos nuestros cañones uno contra el otro. En mi caso, eso siempre favorece<br />
una buena relación».<br />
El 17 de abril Lowe concertó una visita a Longwood, y llegó acompañado por el<br />
almirante Cockburn. <strong>La</strong> etiqueta exigía que el almirante, que pronto saldría de<br />
Santa Elena, presentase a Lowe. Pero esto no agradó a <strong>Napoleón</strong>. Quería recibir a<br />
Lowe sin el almirante, para destacar el comienzo de una relación cordial, y al<br />
mismo tiempo desairar a Cockburn, como expresión de su desagrado. <strong>Napoleón</strong><br />
impartió las instrucciones necesarias. El lacayo permitió que Lowe entrase al salón,<br />
pero cuando Cockburn intentó seguirlo, cerró firmemente la puerta en la cara del<br />
almirante.<br />
Este pequeño ardid suscitó el placer infantil de <strong>Napoleón</strong>, que comentó después<br />
con una sonrisa: «No me habría perdido lo que pasó hoy ni por un millón de<br />
francos».<br />
Lowe comenzó la entrevista en términos formales pero con su habitual<br />
brusquedad. «.Je suis venu, Monsieur, pour vous présenter mes devoirs.v («He<br />
venido, señor, para explicarle mis obligaciones»).<br />
«Señor, veo que habla francés —dijo <strong>Napoleón</strong>—. Pero también habla italiano.<br />
Antaño usted mandó un regimiento de corsos.» Lowe asintió. «Entonces, hablemos<br />
en italiano».<br />
El motivo que inducía a <strong>Napoleón</strong> a hablar en italiano era evidentemente hallar<br />
el máximo terreno común posible con Lowe. Pero antes deseaba poner a prueba al<br />
nuevo gobernador. Preguntó, en italiano, qué opinión tenía Lowe de <strong>los</strong> corsos.<br />
«Llevan estilete, ¿no indica eso que son malas personas?».<br />
Lowe vio la trampa y la evitó. «No llevan estilete. Renunciaron a él cuando<br />
servían en nuestro regimiento. Siempre se comportaron muy bien. Me agradaban<br />
mucho».<br />
A <strong>Napoleón</strong> le gustaban las respuestas firmes y concretas, y evidentemente<br />
ésta lo satisfizo, porque comenzó a hablar de Egipto, un país del que conservaba<br />
recuerdos felices, y donde también Lowe había servido.<br />
Durante media hora conversaron acerca de Egipto. Después, <strong>Napoleón</strong> adoptó<br />
un tono más personal. Retornó al francés y preguntó si era cierto que Lowe se<br />
había casado antes de salir de Inglaterra. El gobernador respondió<br />
afirmativamente. «¡Ah! Usted tiene esposa; por lo tanto está bien».<br />
Después, <strong>Napoleón</strong> guardó silencio. Deseaba que Lowe sintiese cierta simpatía<br />
por él..., pero no demasiada. Debía quedar bien claro que era <strong>Napoleón</strong> quien<br />
dominaba la situación. De modo que le preguntó cuánto tiempo llevaba en el<br />
ejército. Una vez respondida su pregunta se limitó a comentar: «Soy un soldado<br />
más veterano que usted».<br />
Lowe concedió con elegancia ese punto. «Para el historiador —dijo—, cada uno<br />
de <strong>los</strong> años de servicio que usted tiene vale por un siglo.» Después, el gobernador<br />
se marchó, complacido con la reunión, que a su juicio se había desarrollado bien.<br />
<strong>Napoleón</strong> comunicó sus impresiones de Lowe al general Bertrand. Lo que le<br />
impresionaba más era el rostro poco atractivo de Lowe. «No lo mira a uno a <strong>los</strong><br />
ojos. No conviene formular un juicio apresurado, pero abrigo firmemente la<br />
esperanza de que su carácter sea distinto de su apariencia. —Y agregó con una<br />
sonrisa—: Me recuerda a un policía siciliano».<br />
Lowe causó una buena impresión al entorno de <strong>Napoleón</strong>. Gourgaud consideró<br />
que a pesar de su expresión fría y severa, no era mala persona. <strong>La</strong>s Cases<br />
coincidió. Cuando visitó a Lowe fue bien recibido, y el gobernador puso su<br />
biblioteca a disposición de <strong>los</strong> franceses. <strong>La</strong>s Cases aconsejó a <strong>Napoleón</strong> que<br />
mantuviese buenas relaciones con el nuevo gobernador.<br />
Por el momento, <strong>Napoleón</strong> se reservó su opinión. Todo dependía de que,<br />
mediante su encanto y la fuerza de su carácter, consiguiese que Lowe mejorara las<br />
condiciones. Sobre todo, quería que se le permitiese pasear en carruaje y cabalgar<br />
fuera de la propiedad de Longwood, defendida por un muro de siete kilómetros, sin<br />
la compañía de un oficial británico.<br />
«Tú, Joseph, serás jefe de la familia, y tú, <strong>Napoleón</strong>, serás un hombre.» El<br />
archidiácono quiso decir que había advertido en el segundo hijo esas virtudes de<br />
energía, coraje e independencia que a <strong>los</strong> ojos de un corso representan la auténtica<br />
masculinidad.<br />
Con la muerte del archidiácono su propiedad pasó a <strong>los</strong> hijos de Letizia. De la<br />
noche a la mañana <strong>los</strong> Buonaparte comprobaron que ya no eran pobres, y que<br />
pasaban a gozar de una situación bastante acomodada. Esto representó un golpe<br />
de suerte para <strong>Napoleón</strong>, porque deseaba representar un papel en la política corsa,<br />
un mundo muy duro donde nadie llegaba lejos sin la influencia que deriva del<br />
dinero.<br />
Córcega estaba profundamente dividida entre <strong>los</strong> que acogían de buen grado la<br />
Constitución de 1791 y <strong>los</strong> que se oponían a las nuevas medidas provenientes de<br />
París, y sobre todo a las que perjudicaban a la Iglesia. <strong>Napoleón</strong> pertenecía al<br />
primer grupo, y además creía que sólo una fuerte Guardia Nacional, o ejército<br />
cívico, podía aplicar la Constitución y extraer <strong>los</strong> correspondientes beneficios para<br />
el pueblo corso. Desarrolló una campaña en favor de la formación de una Guardia<br />
Nacional, y cuando se creó ese cuerpo escribió al Ministerio de la Guerra para<br />
explicar que su «puesto de honor» ahora estaba en Córcega, y para pedir que se<br />
autorizara (como así se hizo) su presentación como candidato a uno de <strong>los</strong> dos<br />
cargos de teniente coronel del segundo batallón.<br />
Había cuatro candidatos y cada guardia tenía dos votos. Una quincena antes de<br />
la elección, <strong>Napoleón</strong> organizó el viaje de doscientos guardias a Ajaccio, y su<br />
alojamiento en la residencia Buonaparte y sus terrenos. Allí, Letizia les suministró<br />
abundante comida y bebida pagada con el oro del archidiácono.<br />
<strong>La</strong> víspera de la elección llegaron <strong>los</strong> comisionados. Todos deseaban ver dónde<br />
se alojarían, porque de ese modo indicaban sus preferencias.<br />
Uno de el<strong>los</strong>, llamado Morati, fue a la casa de una familia que apoyaba a Pozzo,<br />
el principal antagonista de <strong>Napoleón</strong>. A <strong>Napoleón</strong> no le agradó que Morati se<br />
alojase allí, y quizá fuese intimidado. Llamó a uno de sus hombres y le ordenó que<br />
secuestrase a Morati. Esa noche, cuando <strong>los</strong> Peraldi se habían sentado a cenar,<br />
varios intrusos irrumpieron en el comedor, se apoderaron de Morati y lo llevaron a<br />
la casa de <strong>Napoleón</strong>.<br />
El asombrado comisionado tuvo que pasar allí la noche.<br />
Al díasiguiente, <strong>los</strong> 521 guardias llegaron a la iglesia de San Francesco.<br />
Pozzo pronunció un discurso para protestar contra el secuestro, pero <strong>los</strong><br />
guardias silbaron, y con gritos de abasso! apartaron del estrado a Pozzo; algunos<br />
desenfundaron estiletes. <strong>Napoleón</strong> y un amigo intervinieron a tiempo y formaron un<br />
muro alrededor de Pozzo. Después, se restableció la calma y comenzó la votación.<br />
<strong>Napoleón</strong> ocupó el segundo lugar con 422 votos. De acuerdo con las costumbres<br />
corsas, éstas habían sido unas elecciones notablemente serenas, no hubo ningún<br />
muerto.<br />
A <strong>los</strong> veintidós años, <strong>Napoleón</strong> era teniente coronel de la Guardia Nacional. Pero<br />
se encontró en una situación difícil. París había decretado la supresión de todas las<br />
órdenes religiosas. En Córcega había sesenta y cinco conventos, y el de Ajaccio era<br />
en sobremanera importante. Lo habían clausurado en marzo. Por supuesto, <strong>los</strong><br />
franciscanos protestaron, y como gozaban de la simpatía general, consiguieron<br />
movilizar cierto apoyo.<br />
Una semana después de la elección de <strong>Napoleón</strong>, el domingo de Pascua de<br />
1792, un grupo de sacerdotes no juramentados —<strong>los</strong> que rehusaban jurar lealtad a<br />
la Constitución— entraron en el convento clausurado y celebraron la misa.<br />
<strong>Napoleón</strong> llegó a la conclusión de que <strong>los</strong> sacerdotes estaban desafiando al<br />
gobierno y alertó a sus guardias. Después de la misa comenzó un juego de bo<strong>los</strong>;<br />
se suscitó una disputa, que pronto se convirtió en batalla entre <strong>los</strong> partidarios de<br />
<strong>los</strong> franciscanos y <strong>los</strong> partidarios del clero constitucional, entre el viejo y el nuevo<br />
orden. Se desenfundaron <strong>los</strong> estiletes y las pistolas dispararon. <strong>Napoleón</strong> ordenó a<br />
sus guardias que restableciesen el orden. De pronto, cerca de la catedral, uno de<br />
<strong>los</strong> partidarios de <strong>los</strong> franciscanos desenfundó una pistola y el teniente Rocca della