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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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CAPÍTULO VEINTISIETE<br />

El fin<br />

Durante sus cinco años y medio en Santa Elena, y hasta la última enfermedad,<br />

<strong>Napoleón</strong> mantuvo incólume su espíritu. Odiaba a la isla bautizada con el nombre<br />

de la mujer que había encontrado la verdadera Cruz, pero nunca se entregó a la<br />

desesperación. Le agradaba decir que su cuerpo podía estar prisionero, pero su<br />

alma se mantenía libre. Ciertamente, tenía motivos de pesar —por ejemplo, haber<br />

perdido la batalla de Waterloo, y no haber muerto en un momento culminante de<br />

su carrera—, pero el pesar nunca fue su estado de ánimo principal. Sus<br />

pensamientos, si llegaban a manifestarse en la conversación, eran claros, tajantes<br />

y concretos. Aún conseguía, sobre ese peñón olvidado, ser él mismo. Cuando su<br />

uniforme verde oscuro de coronel perdió el color a causa del sol tropical, rehusó<br />

que le confeccionaran uno nuevo con la única tela disponible, un feo verde con un<br />

matiz amarillento; en cambio, ordenó que la diesen vuelta al viejo y deshilachado<br />

uniforme, y lo usó orgul<strong>los</strong>amente de ese modo.<br />

Su permanente fuerza moral, que se expresaba en la lucha con Lowe, estaba<br />

formada en parte por un sentimiento de esperanza. <strong>Napoleón</strong> continuaba abrigando<br />

la esperanza de que un nuevo gobierno asumiría el poder en Inglaterra y lo<br />

liberaría. Proyectaba viajar a América, y cuando prevalecía el entusiasmo, se veía<br />

dirigiendo la lucha por la independencia que entonces se libraba en Venezuela,<br />

Chile y Perú. «Convertiré a América <strong>La</strong>tina en un gran imperio.» El otro ingrediente<br />

de la fuerza de <strong>Napoleón</strong> era la convicción de que sus realizaciones en Francia<br />

perdurarían, y de que sus principios, con el tiempo, lograrían imponerse. Esta<br />

convicción se expresaba en sus escritos, pues <strong>los</strong> años vividos en Santa Elena<br />

fueron años de creación.<br />

<strong>Napoleón</strong> dictó allí libros enteros acerca de sus campañas; también analizó <strong>los</strong><br />

episodios fundamentales de su vida con <strong>los</strong> amigos, que lo anotaban todo; leía<br />

publicaciones acerca de su reinado a medida que aparecían, y corregía errores.<br />

Consideraba importante esa tarea de rectificación. Libraba una batalla permanente<br />

para preservar <strong>los</strong> hechos, según él <strong>los</strong> veía, y sus intenciones, según las<br />

recordaba. Deseaba pasar sin deformaciones a la historia.<br />

<strong>Napoleón</strong> escribió con especial afecto acerca de Egipto. <strong>La</strong>mentaba haber<br />

abandonado ese país, «la clave geográfica del mundo», y renunciado a lo que<br />

retrospectivamente parecía una carrera posible como emperador del Este. Sentía<br />

que podría haber alcanzado más éxito en ese papel. Quizá no se equivocaba,<br />

porque se destacaba cuando era necesario atraer personalmente a la gente; y por<br />

otro lado, la importancia que asignaba a la familia, y el aspecto conservador de su<br />

pensamiento habrían hallado eco en Oriente. Allí podría haber organizado un<br />

Estado que reflejase <strong>los</strong> mejores elementos del pasado y que se defendiera mejor<br />

de <strong>los</strong> cambios sociales que son consecuencia del progreso tecnológico.<br />

Por lo menos, eso era lo que le agradaba creer.<br />

En Europa, <strong>los</strong> hechos habían tomado el sesgo previsto exactamente por<br />

<strong>Napoleón</strong>. Rusia y Prusia habían engullido a Polonia, Austria estaba de nuevo en<br />

Italia septentrional, y <strong>los</strong> Borbones en Ñapóles. En Roma, Pío VII había restablecido<br />

el índex y la Inquisición. En Inglaterra, una multitud reunida para escuchar<br />

discursos acerca de la reforma parlamentaria soportó la carga de la milicia; hubo<br />

de 1786 falleció Marbeuf, y después la isla fue administrada por el Ministerio de<br />

Finanzas. Comenzó a actuar un grupo de burócratas, y como Francia marchaba<br />

hacia la bancarrota, estos funcionarios tenían órdenes de reducir <strong>los</strong> gastos.<br />

Rehusaron pagar a Letizia <strong>los</strong> subsidios que le correspondían por <strong>los</strong> anteriores<br />

planes de mejoramiento, y así ella se encontró en dificultades financieras, sobre<br />

todo porque la presencia de <strong>los</strong> burócratas y las tropas francesas había elevado el<br />

costo de la vida: el cereal duplicó su precio entre 1771 y 1784.<br />

<strong>La</strong> primera reacción de <strong>Napoleón</strong> fue pedir justicia. Fue a París en 1787 para<br />

hablar con el funcionario de más elevada jerarquía, el supervisor general.<br />

Especificó la suma adeudada, pero agregó con calor que ninguna suma «podría<br />

compensar jamás el tipo de indignidad que un hombre sufre cuando a cada<br />

momento se lo obliga a tener conciencia de su sometimiento».<br />

El Ministerio no pagó a Letizia. Tampoco <strong>los</strong> franceses devolvieron la propiedad<br />

Odone, porque uno de <strong>los</strong> funcionarios, cieno monsieur Soviris, era parte<br />

interesada. <strong>Napoleón</strong> nuevamente actuó. Escribió al encargado del archivo de <strong>los</strong><br />

Estados Generales Corsos, <strong>La</strong>urent Giubega, que era su propio padrino, y protestó<br />

con palabras enérgicas acerca de <strong>los</strong> tribunales y las oficinas que se mostraban<br />

muy poco activos, y en <strong>los</strong> cuales la decisión pertenece a un solo hombre, «que es<br />

extraño no sólo a nuestro idioma y nuestras costumbres, sino también a nuestro<br />

sistema legal... que envidia el lujo que ha visto en el Continente porque su sueldo<br />

no le permite alcanzar el mismo nivel».<br />

<strong>La</strong> carta de <strong>Napoleón</strong> no produjo ningún efecto. Estos dos casos de injusticia<br />

que afectaron a su madre viuda modificaron toda la actitud de <strong>Napoleón</strong> frente a<br />

<strong>los</strong> franceses en Córcega. Antes había aceptado su presencia porque la consideraba<br />

benéfica; pero entonces vio que representaban una forma opresora. El gobierno de<br />

<strong>los</strong> franceses en Córcega era un ejemplo especial de la injusticia intrínseca del<br />

sistema francés.<br />

Decidió que ese gobierno debía concluir, y que Córcega necesitaba recuperar la<br />

libertad.<br />

Pero ¿cómo? Al principio. <strong>Napoleón</strong> no supo cuál era el camino. «<strong>La</strong> situación<br />

actual de mi región, Córcega—observó sombríamente—,yla imposibilidad de<br />

modificarla, es una razón más para huir de este lugar donde el deber me obliga a<br />

elogiar a hombres a quienes por sus virtudes debo odiar.» <strong>Napoleón</strong> necesitó dos<br />

años para encontrar el camino. Y ese camino era un libro. Escribiría una historia de<br />

Córcega, de acuerdo con las tendencias de la que había publicado Bosweil, con el<br />

fin de conmover al pueblo francés y excitar sus sentimientos humanos. Cuando<br />

conocieran <strong>los</strong> hechos, reclamarían la libertad para <strong>los</strong> corsos.<br />

<strong>La</strong> historia de <strong>Napoleón</strong> concentra la atención en <strong>los</strong> combatientes corsos por la<br />

libertad, es decir <strong>los</strong> hombres que lucharon contra <strong>los</strong> genoveses, por ejemplo<br />

Gugliermo y Sampiero. <strong>Napoleón</strong> tenía el propósito de convertir a Paoli en su figura<br />

central, pero cuando le solicitó <strong>los</strong> documentos necesarios, Paoli replicó que la<br />

historia no debía estar a cargo de <strong>los</strong> jóvenes. De manera que <strong>Napoleón</strong> nunca<br />

terminó su libro. En todo caso, redactó algunos capítu<strong>los</strong> muy inspirados, y destacó<br />

la idea de que <strong>los</strong> corsos se habrían liberado si hubiesen formado una marina.<br />

<strong>Napoleón</strong> creía que Córcega debía ser liberada por «un hombre fuerte y justo»;<br />

también pensaba que un hombre valeroso debía dirigirse al pueblo francés y<br />

promover las reformas. No identificó a esos hombres —aún estaba pensando en<br />

términos generales— pero se preguntó:<br />

¿Cuál sería la suerte de estos hombres? ¿Cuál era el destino del héroe<br />

reformista? Para responder a su pregunta redactó un breve relato. Está basado en<br />

un incidente ya detallado por Barrow, y por lo tanto desarrollado en Inglaterra,<br />

pero es evidente que <strong>Napoleón</strong> se proponía aplicarlo a la situación del momento en<br />

Francia y Córcega.<br />

<strong>La</strong> escena está situada en Londres, en el año 1683. Tres hombres conspiran<br />

para limitar el poder del frivolo Car<strong>los</strong> II: el austero Essex, en quien alienta el firme<br />

sentido de justicia; Russell, cálido y bondadoso, adorado por el pueblo; y Sidney,<br />

un genio que comprende que la base de todas las constituciones es el contrato

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