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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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Hablaba sin rodeos de sus amantes, y un día las contó, utilizando <strong>los</strong> dedos,<br />

para beneficio de Bertrand: un total de siete. Decía que el amor y <strong>los</strong> sentimientos<br />

monógamos no eran naturales, sino un producto de la sociedad, lo mismo que las<br />

formas de matrimonio: «Los judíos y <strong>los</strong> atenienses desposaban a sus hermanas.»<br />

Por naturaleza, las mujeres no eran mojigatas. <strong>La</strong> primera noche que se acostó con<br />

él, María Luisa había dicho: «Hazlo de nuevo.» Cuando en Pablo y Virginia la.<br />

náufraga Virginia dice que prefiere ahogarse antes que quitarse el vestido y revelar<br />

su busto, eso era una tontería inventada. Aprobaba el hecho de que María Luisa<br />

nunca había leído novelas: las novelas, especialmente las que son escritas por<br />

mujeres, falsificaban la vida, porque asignaban excesivo lugar al amor.<br />

<strong>Napoleón</strong> gozó en Santa Elena de la compañía de dos damas francesas, ambas<br />

esposas de sus oficiales. <strong>La</strong> mayor, Albine de Montholon, se había casado tres<br />

veces; tenía un rostro bonito y vivaz, le agradaba coquetear, y complacía a<br />

<strong>Napoleón</strong> cantando al piano canciones italianas.<br />

<strong>La</strong> más joven, Fanny Bertrand, era noble, y pertenecía a la distinguida familia<br />

francoirlandesa de Dillon. Fanny estaba al comienzo de la treintena, y era<br />

distinguida más que bella, con un rostro largo y fino y grandes ojos oscuros. Tenía<br />

un aire digno, y era más reservada que Albine, el secretario de Lowe la apodaba<br />

«madame Desdeñosa», pero poseía un corazón bondadoso y el don de conciliar las<br />

disputas. A <strong>Napoleón</strong> le agradaba conversar con ambas. Cuando entraban en la<br />

sala, él se ponía de pie y se descubría; cuando una cualquiera de ellas estaba<br />

enferma, la visitaba diariamente. A Albine le habría agradado conquistar a<br />

<strong>Napoleón</strong>, y cierro día comentó con ojos tiernos: «Algunos hombres de cuarenta y<br />

ocho años todavía se comportan como jóvenes», a lo cual <strong>Napoleón</strong> replicó: «Sí,<br />

pero no han tenido que soportar tantos pesares como yo.» <strong>La</strong> mala salud obligó a<br />

Albine a regresar a Europa en 1819, y Fanny Bertrand fue, de este modo, la única<br />

mujer en el horizonte de <strong>Napoleón</strong>.<br />

Significaba mucho para él. Sabía conversar, y escuchaba con simpatía; educaba<br />

a sus hijos con la mezcla apropiada de disciplina y amor, una cualidad estimada por<br />

<strong>Napoleón</strong>. A él le agradaba la compañía de esta mujer y de sus hijos, les enseñaba<br />

<strong>los</strong> números romanos utilizando la esfera de su propio reloj, y ofrecía un premio a<br />

quien aprendiese la tabla de Pitágoras. No amaba a Fanny, pero le parecía<br />

atractiva, en su condición de dama civilizada, de madre y también de esposa fiel,<br />

un recordatorio agridulce de lo que podía ser la felicidad conyugal.<br />

<strong>Napoleón</strong> hablaba con frecuencia de religión. A veces leía en voz alta la Biblia y<br />

asentía, aprobador, cuando tropezaba con un detalle topográfico que, según sabía<br />

por experiencia, era precisamente así. De <strong>los</strong> Evangelios decía: «Muy hermosas<br />

parábolas, excelente enseñanza moral, pero pocos hechos.» Su mente reclamaba<br />

hechos; sólo <strong>los</strong> hechos podían aportarle pruebas. «Jesús hubiera debido realizar<br />

sus milagros, no en lugares lejanos de Siria, en presencia de unos pocos cuya<br />

buena fe podría cuestionarse, sino en una ciudad como Roma, frente a la población<br />

entera».<br />

Cuando adoptaba esta actitud, <strong>Napoleón</strong> se complacía en escandalizar a<br />

Gourgaud, que era un buen católico, un «hijo de mamá». «Diga lo que quiera —<br />

observó <strong>Napoleón</strong> al joven oficial—, todo es materia, más o menos organizada.» ¿El<br />

alma? Una especie de fuerza eléctrica o magnética, y después, exageraba para<br />

alarma de Gourgaud: «Si considerase necesario tener una religión, veneraría al Sol,<br />

la fuente de toda vida, el auténtico Dios de la tierra.» Si Cristo fuese Dios, el hecho<br />

sería evidente, como el sol en el cielo. De todos modos, el materialismo no<br />

alcanzaba a satisfacer a <strong>Napoleón</strong>. «Sólo un loco puede declarar que morirá sin<br />

confesor. Hay tanto que uno no sabe, que uno no puede explicar».<br />

<strong>Napoleón</strong> quería saber. En <strong>los</strong> viejos tiempos había mantenido algunas charlas<br />

útiles con el obispo Fournier acerca de dos doctrinas cuya aceptación le parecía<br />

difícil: el infierno y «la imposibilidad de salvarse fuera de la Iglesia». Inquieto,<br />

<strong>Napoleón</strong> deseaba mantener más discusiones al respecto. El 22 de marzo de 1818<br />

indujo a Bertrand a escribir al cardenal Fesch: «Todos <strong>los</strong> días he sentido la<br />

necesidad de contar con algún sacerdote. Usted es nuestro obispo. Deseamos que<br />

de Marigny: «Afírmase que Solimán comía cien libras de carne diarias...» «Hischam<br />

poseía 10.000 camisas, 2.000 cinturones, 4.000 cabal<strong>los</strong> y 700 propiedades, y dos<br />

de ellas le producían 10.000 dracmas...» Lo entusiasmaban las cifras elevadas, y<br />

en las raras ocasiones en que cometía un error se trataba generalmente de que<br />

exageraba la cifra, por ejemplo cuando anotó que la Armada Española incluía ciento<br />

cincuenta naves, pese a que el autor mencionaba ciento treinta.<br />

De la Historia natural de Buffon, <strong>Napoleón</strong> recogió notas acerca de la formación<br />

de <strong>los</strong> planetas, y de la tierra, <strong>los</strong> ríos, <strong>los</strong> mares, <strong>los</strong> lagos, <strong>los</strong> vientos, <strong>los</strong><br />

volcanes, <strong>los</strong> terremotos, y sobre todo el hombre.<br />

«Ciertos hombres —escribió— nacen con un solo testículo, y otros tienen tres;<br />

son más fuertes y vigorosos. Es asombroso cuánto contribuye a la fuerza y el<br />

coraje esta parte del cuerpo. ¡Qué diferencia entre un toro y un buey, un carnero y<br />

una oveja, un gallo y un capón!» Además, copió un extenso pasaje acerca de <strong>los</strong><br />

diferentes métodos de castración mediante la amputación, la compresión, y la<br />

cocción de hierbas; y terminaba la nota con la afirmación de que en 1657 Tavernier<br />

decía haber visto veintidós mil eunucos en el reino de Golconda. Como muchos<br />

jóvenes, parece que durante un tiempo <strong>Napoleón</strong> alimentó el temor subconsciente<br />

a la castración.<br />

El teniente segundo Bonaparte nunca leyó biografías de generales, historias de<br />

guerras y obras de táctica. <strong>La</strong> mayor parte de sus lecturas se originaba en un<br />

hecho llamativamente obvio: algo estaba mal en Francia.<br />

Había injusticia, pobreza innecesaria, y corrupción en <strong>los</strong> ambientes<br />

encumbrados. El 27 de noviembre de 1786 <strong>Napoleón</strong> escribió en su cuaderno:<br />

«Somos miembros de una monarquía poderosa, pero hoy percibimos sólo <strong>los</strong> vicios<br />

de su constitución.» Como todos, <strong>Napoleón</strong> veía la necesidad de la reforma. Pero<br />

¿qué tipo de reforma? Con el fin de ordenar sus propios sentimientos y buscar una<br />

respuesta, <strong>Napoleón</strong> comenzó a leer historia y teoría política.<br />

Comenzó con <strong>La</strong> República de Platón, y su principal conclusión fue: «Todos <strong>los</strong><br />

hombres que gobiernan imparten órdenes, no en su propio interés sino en interés<br />

de sus subditos.» Leyó la Historia antigua de Rollin, y extrajo notas acerca de<br />

Egipto —le impresionó la tiranía de <strong>los</strong> Faraones—, Asiría, Libia, Persia y Grecia.<br />

Observa que Atenas estuvo gobernada inicialmente por un rey, pero de esto no<br />

puede extraerse que la monarquía sea la forma más natural y primordial de<br />

gobierno. Dice de Licurgo: «Era necesario levantar diques contra el poder del rey,<br />

pues de lo contrario habría prevalecido el despotismo. Había que mantener y<br />

moderar la energía del pueblo, de modo que éste no se hallase formado por<br />

esclavos ni anarquistas.» De la Historia de <strong>los</strong> árabes de Marigny leyó tres de <strong>los</strong><br />

cuatro volúmenes, y no hizo caso de las páginas acerca de la religión. «Mahoma no<br />

sabía leer o escribir, y eso me parece improbable.<br />

Tenía diecisiete esposas.» Echó una ojeada a China en Essaisur lesMoeurs de<br />

Voltaire, y citó a Confucio acerca de la obligación de un gobernante de renovarse<br />

constantemente con el propósito de renovar con su ejemplo al pueblo.<br />

En estas y otras notas se destacan dos actitudes principales: <strong>Napoleón</strong> sentía<br />

viva simpatía por <strong>los</strong> oprimidos y le desagradaba la tiranía, cualquiera que fuese su<br />

forma, ya se tratara de que el Todopoderoso descargase su condenación eterna<br />

sobre las almas o de que el cardenal de Fleury se vanagloriase de haber firmado<br />

cuarenta mil lettres de cachet.<br />

Pero no hay actitudes tajantes de tipo condenatorio. Aunque no simpatizaba<br />

con el absolutismo de la corte de Luis XIV, cita con aprobación el comentario de su<br />

nieto, la vez que rechazó un nuevo mueble para su casa: «El pueblo puede obtener<br />

las cosas necesarias de la vida sólo cuando <strong>los</strong> príncipes se abstienen de lo que es<br />

superfluo.» El libro que parece haber influido especialmente sobre <strong>Napoleón</strong>, y del<br />

que tomó mayor número de notas, fue una traducción francesa de A New and<br />

Impartial History of England, from the Invasión ofjulius Caesar to the Signing<br />

ofPreliminaries ofPeace, 1762, de John Barrow. <strong>La</strong> traducción francesa se<br />

interrumpía en 1689, es decir ponía un límite seguro antes de abordar la larga serie<br />

de derrotas francesas.

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