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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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atallas. Como de costumbre, leía mucha historia, y en el confinamiento de María,<br />

reina de <strong>los</strong> escoceses, halló ciertas analogías con su propio infortunio, «¡qué falsa<br />

la actitud de Isabel que no la condenó a muerte!». <strong>Napoleón</strong> afirmaba que la<br />

historia debía explicar <strong>los</strong> motivos, y criticó a Tácito porque representaba a Nerón<br />

como un ser maligno, que carecía de razones para explicar su conducta. «No creo<br />

que Nerón incendiase Roma.<br />

¿Por qué tenía que hacerlo? ¿Qué placer podía obtener de eso? Roma comenzó<br />

a quemarse, y en ese momento es posible que Nerón recogiese distraídamente una<br />

flauta. ¡Pero ciertamente no tomó esa flauta porque lo complaciera el fuego!».<br />

El libro releído con más frecuencia por <strong>Napoleón</strong> era Pablo y Virginia, del mismo<br />

autor que una obra favorita de su juventud, <strong>La</strong> Chaumiere Indienne. Es una novela<br />

acerca de un varón y una niña, hijos de colonos franceses pobres, que crecen en la<br />

isla de Mauricio, se enamoran, se ven separados cuando la joven va a completar su<br />

educación en Francia, y finalmente se separan para siempre cuando, al regresar a<br />

Mauricio, la joven se ahoga en un naufragio. <strong>Napoleón</strong> había leído la novela en su<br />

juventud, pero ahora ordenó que se la leyesen completa o en parte varias veces, y<br />

dijo que el texto hablaba a su propia alma.<br />

<strong>Napoleón</strong> percibió fallas en el argumento. Sabía que estos presuntos hijos de la<br />

naturaleza poseían una pequeña propiedad; incluso calculó que la madre de<br />

Virginia seguramente recibía un ingreso anual de tres mil francos. De todos modos,<br />

la novela encantaba a <strong>Napoleón</strong>, y no es difícil comprender la razón. Mauricio, en el<br />

Océano Índico, era un lugar fértil y bello, y estaba favorecido por el clima; era todo<br />

lo que Santa Elena jamás sería. Pablo plantando papayas era una versión más feliz<br />

del propio <strong>Napoleón</strong>, que había plantado moreras en Ajaccio y robles en Longwood.<br />

Virginia era Josefina en Martinica. Los principales personajes eran humanos, cálidos<br />

y generosos. El amor representaba un papel importante en la vida de esta gente,<br />

exactamente como en la existencia de <strong>Napoleón</strong>. Pero el amor terminaba<br />

trágicamente. <strong>Napoleón</strong> había escrito acerca de un amor que terminaba<br />

precisamente así, veinticinco años antes, en Clisson et Eugenio-, y dos veces, en la<br />

vida real, su narración se había convertido en hechos reales. Hacia el fin, a<br />

semejanza de Pablo, estaba solo y agobiado por el dolor. Porque resumía algunos<br />

de <strong>los</strong> temas principales de su propia vida, y <strong>los</strong> elevaba al plano de un idilio en<br />

una isla más agradable y lejana, Pablo y Virginia fue el libro favorito de <strong>Napoleón</strong><br />

en Santa Elena.<br />

<strong>La</strong> alternancia de la lluvia y el viento árido que barrían esta roca en el Atlántico<br />

no era conveniente para <strong>Napoleón</strong>. Durante <strong>los</strong> dos primeros años en la isla su<br />

salud fue bastante buena, pero después comenzó a sufrir una serie de dolencias de<br />

menor importancia. A causa de las restricciones impuestas a sus cabalgatas, vivía<br />

una vida de encierro, y esta situación le provocó trastornos hepáticos. En enero de<br />

1819 sufrió un súbito ataque de vértigo, y fue necesario llamar al cirujano naval<br />

John Stokoe, quien diagnosticó hepatitis. ¿Era peligrosa? Tal fue la pregunta de<br />

<strong>Napoleón</strong>. Stokoe dijo que el hígado podía supurar: «Si estalla en la cavidad del<br />

estómago, sobrevendrá la muerte.» Cerrando con fuerza su mano, <strong>Napoleón</strong> dijo:<br />

«Yo habría vivido hasta <strong>los</strong> ochenta años si no me hubiesen traído a este perverso<br />

lugar».<br />

Lowe miró con desagrado el diagnóstico de Stokoe, que confirmaba la tesis de<br />

<strong>Napoleón</strong> en el sentido de que el clima de Santa Elena era insalubre, y también le<br />

desagradó la actitud de simpatía del cirujano hacia el prisionero. Ordenó que<br />

formasen una corte marcial para Stokoe y lo expulsó del servicio.<br />

<strong>Napoleón</strong> continuó ocho meses sin médico, y por supuesto rehusó aceptar<br />

ninguno de <strong>los</strong> que Lowe elegía. Entonces llegó Anrommarchi.<br />

«Creo en el médico, no en la medicina», dijo cierta vez <strong>Napoleón</strong>, y desde el<br />

comienzo mismo no creyó en Anrommarchi. Por una parte, el airoso y juvenil corso<br />

parecía demasiado complacido consigo mismo, pero además exhibía una actitud de<br />

cínica burla frente a la vida, y eso era algo que <strong>Napoleón</strong> nunca había podido<br />

soportar.<br />

CAPÍTULO TRES<br />

El joven reformador<br />

Valence, sobre el río Ródano, en tiempos de <strong>Napoleón</strong> era una agradable<br />

localidad de 5.000 habitantes, notable a causa de varias abadías y de ciertos<br />

prioratos, y por la sólida ciudadela construida por Francisco I y modernizada<br />

porVauban. Los oficiales vivían en alojamientos asignados, y <strong>Napoleón</strong> fue a parar<br />

a una habitación de la planta alta sobre la fachada del café Cercle. Era una<br />

habitación bastante ruidosa, desde allí oía el golpeteo de las bolas de billar en el<br />

salón adyacente, pero simpatizaba con la dueña de la casa, mademoiselle Bou, una<br />

vieja solterona de cincuenta años que le remendaba la ropa blanca, y así<br />

permaneció con ella todo el tiempo de su estada en Valence. Como teniente<br />

segundo, su sueldo era de noventa y tres libras mensuales; la habitación le costaba<br />

ocho libras.<br />

Durante las nueve primeras semanas, <strong>Napoleón</strong>, en su condición de nuevo<br />

oficial, sirvió en las filas, y adquirió una experiencia de primera mano de las<br />

obligaciones del soldado común, incluso la práctica de hacer guardia. Los soldados<br />

de fila estaban mal pagados y dormían dos en una cama —hasta poco antes habían<br />

sido tres—, pero por lo menos nunca se <strong>los</strong> flagelaba; en cambio <strong>los</strong> soldados de<br />

<strong>los</strong> ejércitos ingleses y prusianos a menudo eran castigados de ese modo; en<br />

efecto, no era desusada una sentencia de ochocientos latigazos.<br />

En enero de 1786 <strong>Napoleón</strong> asumió la totalidad de sus obligaciones como<br />

teniente segundo. Por la mañana acudía al polígono para maniobrar <strong>los</strong> cañones y<br />

practicar el tiro, y por la tarde asistía a clases sobre balística, trayectorias y<br />

potencia de fuego. Los cañones eran de bronce, y de tres tamaños: cuatro, ocho y<br />

doce libras. El cañón de doce libras, arrastrado por seis cabal<strong>los</strong>, tenía un alcance<br />

efectivo de 1.400 metros.<br />

Todos disparaban balas de metal de tres tipos: sólidas, metralla al rojo y<br />

metralla a corta distancia. Los cañones eran nuevos —habían sido diseñados nueve<br />

años antes— y eran <strong>los</strong> mejores de Europa. <strong>Napoleón</strong> pronto se interesó<br />

profundamente en todo lo que se relacionase con el<strong>los</strong>. Cierto día, con su amigo<br />

Alexandre des Mazis, que también se había incorporado al regimiento <strong>La</strong> Fére, fue a<br />

Le Creusot para conocer la real fundición de cañones; allí un inglés, John Wiikinson,<br />

y un lorenés, Ignace de Wendel, habían instalado la planta más moderna, de<br />

acuerdo con la concepción inglesa, y utilizaban no madera sino coque, con motores<br />

de vapor y un tren tirado por cabal<strong>los</strong>.<br />

Fuera de servicio. <strong>Napoleón</strong> lo pasaba bien. Trabó amistad con monseñor<br />

Tardivon, abad de Saint-Rufen Valence, para quien el obispo de Marbeuf le había<br />

dado una cana, y con la nobleza local, algunos de cuyos miembros tenían bellas<br />

hijas. Le agradaba caminar y escaló la cima del cercano Mont Roche Colombe. En<br />

invierno salía a patinar.<br />

Recibió lecciones de danza y asistió a algunos bailes. Visitó a un amigo corso,<br />

Pontornini, que vivía en la cercana Tournon. Pontornini dibujó el retrato del joven;<br />

es el más antiguo que ha llegado hasta nosotros, y agregó la anotación: «Mió<br />

CaroAmico Buonaparte».

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