La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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<strong>Napoleón</strong> trabajó mucho en la Escuela Militar. Continuó obteniendo muy buenos<br />
resultados en matemáticas y geografía. Le agradaba la esgrima, y llamó la atención<br />
por el número de hojas que quebró. Era mediocre en el trazado de planos para las<br />
fortificaciones, en el dibujo y, como siempre, en baile, y su rendimiento en alemán<br />
era tan escaso que generalmente se lo liberaba de la asistencia a las clases. En<br />
cambio, leía a Montesquieu, el principal panegirista de la República Romana.<br />
Normalmente, un cadete pasaba dos años en la Escuela Militar, sobre todo<br />
cuando seguía el difícil curso de artillería. Pero <strong>Napoleón</strong> se desempeñó tan bien en<br />
sus exámenes que aprobó el curso después de un solo año. Ocupó el cuadragésimo<br />
segundo lugar en la lista de cincuenta y ocho jóvenes que recibieron grados, pero<br />
la mayoría de <strong>los</strong> restantes había estado varios años en la escuela. Más significativo<br />
es el hecho de que sólo tres eran más jóvenes que <strong>Napoleón</strong>.<br />
<strong>Napoleón</strong> se convirtió en oficial a la edad de dieciséis años y quince días.<br />
En 1785 no se incorporaron oficiales a la marina, de modo que <strong>Napoleón</strong> no vio<br />
cumplida su ambición de ser marino. En cambio, fue enviado a artillería: una<br />
decisión obvia, en vista de su talento para las matemáticas. Le entregaron su<br />
diploma, firmado personalmente por Luis XVI, y en el desfile final recibió sus<br />
insignias: una hebilla de plata, un cinturón de cuero lustrado y una espada.<br />
Los días libres, <strong>Napoleón</strong> visitaba a veces a la familia Permon. Madame Permon<br />
era corsa, conocía a <strong>los</strong> Buonaparte, y había sido bondadosa con Carlo en el sur de<br />
Francia; estaba casada con un rico comisario militar, y tenía dos hijas, Cécile y<br />
<strong>La</strong>ure. <strong>Napoleón</strong> se puso sus nuevas botas y las insignias de oficial y fue a exhibirse<br />
orgul<strong>los</strong>amente a la casa de <strong>los</strong> Permon, en la plaza de Conti 13. Pero las dos<br />
hermanas rompieron a reír al ver las delgadas piernas perdidas en las largas botas<br />
de oficial.<br />
<strong>Napoleón</strong> mostró cierta irritación y Cécile lo reprendió:<br />
—Ahora que usted tiene la espada de oficial debe proteger a las damas, y<br />
sentirse complacido porque ellas le gastan bromas.<br />
—Es evidente que es usted una colegiala —replicó <strong>Napoleón</strong>.<br />
—¿Y usted? ¡No es más que un gatito enfundado en un par de botas! <strong>Napoleón</strong><br />
se tomó con buen humor la broma. Al día siguiente, con sus ahorros, compró a<br />
Cécile un ejemplar de El Gato con Botas, y a su hermana menor <strong>La</strong>ure una<br />
reproducción de El Gato con Botas corriendo delante del carruaje que pertenece a<br />
su señor, el marqués de Carabas.<br />
Cinco años y nueve meses antes <strong>Napoleón</strong> había llegado a Francia y entonces<br />
era un niño corso que hablaba italiano. Ahora era un francés, un oficial del rey. Se<br />
había desempeñado bien. Pero la muerte de su padre había descargado sobre sus<br />
hombros pesadas responsabilidades. En ese momento era el único sostén<br />
económico de su madre, una viuda con ocho hijos. Se le permitió elegir su<br />
regimiento, y como deseaba estar tan cerca como fuese posible de su madre y de<br />
sus hermanos y hermanas, eligió el regimiento <strong>La</strong> Fére que no sólo era uno de <strong>los</strong><br />
mejores, sino que estaba destacado en Valence, la guarnición más próxima a<br />
Córcega.<br />
En julio de 1820 <strong>Napoleón</strong> enfermó nuevamente. Esta vez tuvo náuseas<br />
severas y un dolor en el costado derecho, «como golpes asestados con un<br />
cortaplumas». Aunque Bertrand consideró que la enfermedad no guardaba ninguna<br />
relación con la antigua molestia, Anrommarchi diagnosticó airosamente un caso de<br />
hepatitis, ordenó mucho ejercicio y le administró un elevado número de enemas.<br />
<strong>Napoleón</strong> no respondió al tratamiento. Más aún, perdió peso. No era broma<br />
enfermar en una isla remota, a ocho mil kilómetros de su esposa y de su hijo.<br />
<strong>Napoleón</strong> comenzó a sentirse terriblemente solo y terriblemente triste.<br />
Cuando <strong>los</strong> niños Bertrand crecieron, Fanny llegó a la conclusión de que debían<br />
recibir educación europea. Convenció al marido de que sería buena idea que ella y<br />
<strong>los</strong> niños retornaran a Europa, y después regresaran para continuar atendiendo a<br />
<strong>Napoleón</strong>. Cuando conoció el plan de Fanny, <strong>Napoleón</strong> se sintió profundamente<br />
afectado. Sus conversaciones con Fanny habían significado mucho para él. <strong>La</strong> creía<br />
una amiga fiel. Pero en realidad no era tal cosa. Estaba abandonándolo en un doble<br />
sentido: lo abandonaba como emperador, y lo abandonaba como hombre. Por<br />
supuesto, <strong>Napoleón</strong> no era lo bastante bueno para ella. En la atmósfera tensa de<br />
Longwood, y en momentos en que su salud ya estaba deteriorándose. <strong>Napoleón</strong><br />
consideró que el proyecto de viaje de Fanny era una afrenta a su propia virilidad.<br />
A partir de ese momento, <strong>Napoleón</strong> comenzó a organizar una fantasía<br />
irracional. Llegó a la conclusión de que Fanny no era lo que parecía.<br />
Ese digno retoño de la familia Dillon en realidad era «una prostituta, una mujer<br />
caída en el deshonor, que se acostaba con todos <strong>los</strong> oficiales ingleses que<br />
frecuentaban su casa... la mujer más degradada». <strong>La</strong> idea lo obsesionó tanto que<br />
llegó al extremo de hablar del tema con Bertrand:<br />
«Usted debió haber convertido a su esposa en prostituta.» Agregó que él había<br />
estado pensando en la posibilidad de acostarse con Fanny. Pero ahora ella salía del<br />
cuadro, y <strong>Napoleón</strong> dio a entender que le deseaba buen viaje.<br />
Todo esto era fantasía, la reacción de una imaginación terriblemente afectada<br />
por la soledad, de una virilidad humillada de un modo aplastante. <strong>La</strong> misma<br />
fantasía se manifestaba en otros pequeños aspectos: por ejemplo, cuando hablaba<br />
de Désirée Clary, <strong>Napoleón</strong> se vanagloriaba ante Bertrand de que él había<br />
«tomado» la doncellez de la joven: una pretensión desmentida por todos <strong>los</strong> daros<br />
disponibles, y otra vez afirmó que en 1805 hubiera debido decapitar a todos <strong>los</strong><br />
miembros de la oposición.<br />
Eran las vanaglorias mezquinas pero comprensibles de un hombre a quien se<br />
había despojado completamente de todo lo que significara poder.<br />
En enero de 1821 <strong>Napoleón</strong> ordenó instalar un columpio en la sala de billares,<br />
pero esta ingeniosa máquina no le devolvió la salud. Los vómitos continuaron y el<br />
dolor empeoró; ahora <strong>Napoleón</strong> lo comparaba con una navaja.<br />
A comienzos de febrero, <strong>Napoleón</strong> no podía retener ni siquiera las comidas más<br />
livianas preparadas por Chandelier. Tomaba sopa, arruruz y jalea; y poco a poco su<br />
rostro se fue demacrando.<br />
El 17 de marzo <strong>Napoleón</strong> salió para dar lo que sería su último paseo en<br />
carruaje; al regreso vomitó y se acostó. Anrommarchi, que dedicaba gran parte de<br />
su tiempo a cabalgar o charlar en Jamesrown, al parecer siempre estaba ausente<br />
cuando sobrevenía una crisis. Cuando regresaba examinaba a <strong>Napoleón</strong>, que<br />
entonces estaba un poco mejor, y anunciaba animosamente: «El pulso es normal.»<br />
Ni siquiera ahora Montholon pudo convencer a Anrommarchi de que el emperador<br />
estaba muy enfermo; en su mente estrecha, el matasanos creía que <strong>Napoleón</strong> y<br />
Montholon estaban «fingiendo», con el fin de que el gobierno inglés <strong>los</strong> devolviese<br />
a Europa.<br />
<strong>Napoleón</strong> continuó sintiéndose enfermo y vomitando, mientras luchaba<br />
tenazmente para recuperar la salud. El 22 de marzo Anrommarchi llegó a la<br />
conclusión de que la causa podía ser una gastritis aguda. Prescribió dos dosis de<br />
emético tartárico. Era una medicina muy fuerte para un hombre como <strong>Napoleón</strong>,<br />
que comentaría más tarde: «Mi organismo se parece a un elefante. Uno puede