La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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a un carterista». Y era lógico que reaccionase así, porque París era una ciudad de<br />
mucha riqueza y también de mucha pobreza. Los carruajes de <strong>los</strong> nobles<br />
atravesaban veloces las calles estrechas, precedidos por mastines que apartaban a<br />
la chusma; sus ruedas salpicaban con lodo espeso. Había tiendas elegantes que<br />
vendían plumas de avestruz y guantes perfumados con jazmín, pero también<br />
muchos mendigos que agradecían el regalo de una moneda. Una novedad eran las<br />
lámparas callejeras; colgadas de cuerdas, al anochecer se las bajaba, se las<br />
encendía y volvían a elevarlas; se las denominaba lantemes.<br />
Lo primero que <strong>Napoleón</strong> hizo fue comprar un libro. Eligió Gil Blas, la novela de<br />
un joven español pobre de solemnidad que asciende hasta convertirse en secretario<br />
del primer ministro. El padre Berton lo llevó a la iglesia de Saint-Germain para<br />
agradecer con una plegaria la llegada sano y salvo, y después a la Escuela Militar.<br />
El espléndido edificio, con la fachada dominada por ocho columnas corintias, la<br />
cúpula, y el reloj enmarcado por guirnaldas, había sido inaugurado apenas trece<br />
años antes, y era uno de <strong>los</strong> espectácu<strong>los</strong> de París.<br />
<strong>Napoleón</strong> consideró que todo era muy lujoso. <strong>La</strong>s aulas estaban empapeladas<br />
de azul con flores de lis doradas; había cortinas en las ventanas y las puertas. Su<br />
propio dormitorio estaba calefactado por una estufa de cerámica, y la jarra y la<br />
jofaina eran de peltre; la cama estaba protegida por cortinas de lienzo de Alencon.<br />
<strong>Napoleón</strong> vestía un uniforme azul más cuidado, con cuello rojo y alamares de plata,<br />
y usaba guantes blancos. <strong>La</strong>s comidas eran deliciosas, y durante la cena se servían<br />
tres postres.<br />
Los profesores eran hombres seleccionados y muy bien pagados. El costo para<br />
Francia de un cadete becado como <strong>Napoleón</strong> era de 4.282 libras anuales.<br />
<strong>La</strong> vida se asemejaba mucho más a la auténtica vida militar. <strong>Napoleón</strong> se sintió<br />
complacido porque se apagaban las luces y se despertaba a <strong>los</strong> cadetes con<br />
redobles de tambores, y la atmósfera era la de «una guarnición». En invierno, <strong>los</strong><br />
150 cadetes, diplomados de las doce academias provinciales, intervenían en<br />
ejercicios de ataque y defensa del Fort Timbrune, un facsímil reducido pero fiel de<br />
una localidad fortificada.<br />
En vista de su deseo de incorporarse a la marina, <strong>Napoleón</strong> estaba en el campo<br />
de ejercicios, practicando con su mosquete largo y engorroso.<br />
Cometió un error, y el cadete de más jerarquía que estaba enseñándole le<br />
aplicó un fuerte golpe sobre <strong>los</strong> nudil<strong>los</strong>. Esa actitud era contraria al reglamento.<br />
Enfurecido, <strong>Napoleón</strong> arrojó su mosquete a la cabeza del superior y juró que jamás<br />
volvería a recibir lecciones de él. Los superiores, al ver que tendrían que manejar<br />
con cuidado a este nuevo cadete, le asignaron otro instructor, Alexandre des Mazis.<br />
<strong>Napoleón</strong> y Alexandre, quien le llevaba un año de ventaja, inmediatamente<br />
establecieron una amistad duradera.<br />
Una vez en París, el afeminado <strong>La</strong>ugier de Bellecour unió definitivamente su<br />
suerte a la de <strong>los</strong> homosexuales, y en cierto momento las autoridades del colegio<br />
se sintieron tan disgustadas que decidieron devolverlo a Brienne; pero se impuso el<br />
ministro. Cuando <strong>La</strong>ugier trató de restablecer relaciones. <strong>Napoleón</strong> replicó:<br />
«Monsieur, usted ha menospreciado mi consejo, y por lo tanto ha renunciado a mi<br />
amistad. Jamás vuelva a hablarme.» <strong>La</strong>ugier se enfureció. Tiempo después, se<br />
acercó por detrás a <strong>Napoleón</strong> y lo derribó. <strong>Napoleón</strong> se puso de pie, corrió tras él,<br />
lo atrapó del cuello y lo arrojó al suelo. Al caer, <strong>La</strong>ugier se golpeó la cabeza contra<br />
una estufa, y el capitán de guardia se dirigió allí para administrar el castigo. «Fui<br />
insultado —explicó <strong>Napoleón</strong>—, y me vengué. No hay nada más que decir.» Y se<br />
alejó tranquilamente.<br />
Sin duda. <strong>Napoleón</strong> se sentía conmovido por la recaída de <strong>La</strong>ugier, y<br />
relacionaba esa actitud con el lujo del nuevo ambiente. Se sentó y escribió al<br />
ministro de la Guerra un «memorándum acerca de la educación de la juventud<br />
espartana», cuyo ejemplo, según sugería, debía seguirse en las academias<br />
francesas. Envió un borrador al padre Berton, pero éste le aconsejó que<br />
abandonase el asunto, de modo que ese extraño ensayo nunca llegó a destino. Sin<br />
embargo, este pequeño episodio es importante en dos aspectos. Como más tarde<br />
nueve mil francos anuales. Pero se negó. Era una tarea muy fatigosa, y el<br />
cansancio perjudicaría la precisión de su juicio. Cuando se enteró, <strong>Napoleón</strong> se<br />
sintió colérico. «Estoy redactando mi testamento, y rodo lo que le legaré será la<br />
suma de veinte francos. Con eso puede comprarse una cuerda y ahorcarse.»<br />
Cuando comprendió que la enfermedad de <strong>Napoleón</strong> era grave, madame Bertrand<br />
decidió suspender su partida. Pero a <strong>los</strong> ojos de <strong>Napoleón</strong> ella continuaba siendo<br />
una desertora, y no quiso permitirle que entrase en su habitación. A medida que se<br />
debilitó y que se le enturbió la conciencia, llegó a convencerse de que había pedido<br />
a Fanny que fuese su amante y de que ella se había negado. Fanny se convirtió en<br />
el símbolo de la vida que se le negaba a <strong>Napoleón</strong>, y del placer sexual que era una<br />
expresión de la vida. Así como imaginaba a Fanny acostándose en la zanja con<br />
todos <strong>los</strong> oficiales ingleses que pasaban, también asociaba a Anrommarchi, la otra<br />
persona que lo había abandonado, con la promiscuidad sexual. Anrommarchi había<br />
atendido a Fanny Bertrand durante una indisposición reciente, y <strong>Napoleón</strong> tuvo una<br />
pesadilla en la cual fantaseó con esas dos criaturas que vivían intensamente y<br />
conspiraban contra él, y que se proponían privarlo de la vida. Dijo de<br />
Anrommarchi:<br />
«Jamás le perdonaré haber atendido a una mujer que rehusó ser mi amante,<br />
así como haberla alentado a que continuara negándose».<br />
El 13 de abril, después de haber guardado cama casi cuatro semanas, <strong>Napoleón</strong><br />
comenzó a redactar su testamento. En primer lugar, garabateó notas, salpicando<br />
las hojas con gotas de tinta. Después, dictó su testamento a Montholon. Compuso<br />
varios borradores durante un período de tres días.<br />
<strong>Napoleón</strong> comenzó diciendo que moría en la religión apostólica romana, en cuyo<br />
seno había nacido. Su deseo era que sus cenizas descansaran a orillas del Sena,<br />
«en medio del pueblo francés, a quien tanto he amado». <strong>La</strong> palabra «cenizas» era<br />
un eco de <strong>los</strong> guerreros homéricos, ya que no había pensado en la posibilidad de<br />
que lo incinerasen. Declaró que siempre se había sentido complacido por su muy<br />
querida esposa, y le rogaba que cuidase de su hijo, el cual «debe adoptar mi lema:<br />
"Todo por el pueblo francés "». <strong>Napoleón</strong> hablaba con agradecimiento de su «buena<br />
y muy excelente madre», y de otros miembros de su familia.<br />
Perdonaba a Louis haber publicado una historia de su reinado en Holanda<br />
«colmada de falsas afirmaciones y documentos falsificados».<br />
También perdonaba a <strong>los</strong> generales y <strong>los</strong> estadistas que habían capitulado<br />
traicioneramente enl8l4yl815. Pero había un grupo de personas a las que su sangre<br />
corsa ni siquiera entonces le permitía perdonarlas. «Muero prematuramente,<br />
asesinado por la oligarquía inglesa y su verdugo a sueldo: la nación inglesa no<br />
tardará en vengarme».<br />
<strong>Napoleón</strong> poseía poco más de siete millones y medio de francos, que estaban<br />
seguros en un banco francés. Dejaba a su hijo sus armas, las monturas, las<br />
espuelas, <strong>los</strong> libros y la ropa blanca, pero en armonía con la tradición real, no le<br />
legaba dinero. A Montholon, que durante seis años había sido como un hijo para él,<br />
le asignaba el legado individual más considerable: dos millones de francos.<br />
Bertrand recibía quinientos mil francos, su valet Marchand cuatrocientos mil, y<br />
otros criados sumas proporcionales. <strong>La</strong> mayoría de <strong>los</strong> restantes legados personales<br />
—un total de treinta y cuatro— beneficiaban a generales o a sus hijos.<br />
Globalmente, el testamento es notable por el número de amigos a quienes<br />
<strong>Napoleón</strong> recordaba por su nombre, remontándose incluso hasta <strong>los</strong> días de su<br />
niñez.<br />
<strong>Napoleón</strong> también formulaba su derecho a recibir más de doscientos millones<br />
de francos: lo que había ahorrado de su economía privada, y su propiedad en<br />
Italia. De esto dejaba la mitad a oficiales y a soldados que habían servido entre<br />
1792 y 1815; la otra mitad a localidades de Francia que habían sufrido como<br />
consecuencia de la invasión.<br />
Cinco días después de redactar su testamento, <strong>Napoleón</strong> al fin suavizó su<br />
actitud hacia Fanny. Agregó un codicilo, para legar un valioso collar de diamantes<br />
por partes iguales entre ella, su hija, madame de Montholon y las hijas de ésta.