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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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Después, también permitió que Fanny entrara en la habitación donde él estaba.<br />

Continuó redactando codici<strong>los</strong> hasta la noche del 28 de abril, en que legó a su hijo<br />

toda la propiedad que tenía en Córcega. Este codicilo fue dictado a Marchand que,<br />

como no disponía de papel, lo anotó en la semioscuridad utilizando un naipe.<br />

<strong>La</strong> madre y <strong>los</strong> hermanos de <strong>Napoleón</strong> reaccionaban ante la perspectiva de la<br />

muerte con un súbito despliegue de rezos, confesiones y ritos religiosos. Pero<br />

durante <strong>los</strong> últimos días <strong>Napoleón</strong> continuó ajustándose al esquema general de su<br />

vida. Creía en Dios y en la vida ultraterrena; no sabía si Cristo era Dios, pero<br />

tampoco tenía pruebas de que no lo fuera; por lo tanto, en las circunstancias dadas<br />

jugó el juego ateniéndose a las reglas. Con el mismo espíritu concreto con que<br />

redactó su testamento, llamó al sacerdote más joven, llamado Vignali —la mala<br />

salud había obligado a partir a su colega más anciano— y le pidió que antes de<br />

morir le diese la Sagrada Comunión y la Extremaunción. «Levantará un altar en la<br />

habitación contigua, presentará el Santo Sacramento y rezará las plegarias por <strong>los</strong><br />

moribundos. Nací en la religión católica; deseo cumplir <strong>los</strong> deberes que ella impone<br />

y recibir la ayuda que ella otorga.» Así atendió a su espíritu, pero, ¿qué sucedió con<br />

su cuerpo? Incluso en este aspecto <strong>Napoleón</strong> consideró todos <strong>los</strong> detalles. Dictó<br />

una carta a Montholon, y éste debía escribirle a Lowe cuando llegase el momento:<br />

Señor gobernador:<br />

El emperador <strong>Napoleón</strong> dio su último suspiro el... después de una<br />

larga y dolorosa enfermedad. Tengo el honor de comunicarle esta<br />

noticia. El emperador me ha autorizado a comunicarle, si usted así lo<br />

quiere, sus últimos deseos...<br />

<strong>Napoleón</strong> dijo a Bertrand que deseaba que su corazón, conservado en espíritu<br />

de vino, fuese llevado a Parma, para entregarlo «a mi querida María Luisa». «Usted<br />

le dirá que la amé tiernamente, y que nunca dejé de amarla.» Metternich sugirió<br />

que María Luisa hablase del asunto con su padre. Por supuesto, podía descontarse<br />

la reacción de Francisco. Por obediencia a su padre, y según dijo también, porque<br />

no deseaba turbar <strong>los</strong> restos de <strong>Napoleón</strong>, la esposa rechazó la entrega del<br />

corazón. Algunos dijeron que era lo mejor que podía hacer, porque no merecía<br />

recibirlo.<br />

El aurodiagnóstico de <strong>Napoleón</strong> fue acertado; tenía cáncer de estómago. Es una<br />

de las enfermedades más dolorosas. Los dolores estomacales intensos están<br />

acompañados por náuseas y vómitos. No es posible ingerir analgésicos orales, y<br />

por entonces no se conocían otros medios de calmar el dolor. A medida que pasa el<br />

tiempo pueden tomarse cada vez menos alimentos, de manera que el paciente se<br />

debilita poco a poco. Un día <strong>Napoleón</strong> ingería jalea y barquil<strong>los</strong>, y otro un poco de<br />

carne picada.<br />

Prestaba mucha atención a su alimentación. Si por lo menos pudiese hallar algo<br />

nutritivo y digerible... Estaba adelgazando terriblemente. Al compararlo entonces<br />

con el hombre regordete a quien había conocido diecinueve meses antes,<br />

Anrommarchi juzgó que su paciente había perdido tres cuartas partes de su peso.<br />

Un día <strong>Napoleón</strong> vio su rostro demacrado en un espejo y exclamó: «¡Pobre de mí!».<br />

Al debilitarse, comenzó a sentir frío, sobre todo en <strong>los</strong> pies, y el sol llegó a ser<br />

importante para él. Se aferró a la imagen del sol como fuente de vida y calor.<br />

Insistió en que abriesen las ventanas, y <strong>los</strong> días en que aún tenía fuerzas para<br />

sentarse en un sillón mientras le arreglaban la cama, solía decir: «¡Buenos días,<br />

sol! ¡Buenos días, sol, amigo mío!», o asentía como saludo.<br />

<strong>La</strong> mañana del 26 de abril, antes del alba, creyó ver a Josefina. «No quiso<br />

abrazarme —dijo a Montholon—, desapareció en el momento mismo en que yo me<br />

disponía a tomarla en mis brazos... Me dijo que faltaba poco para que volviésemos<br />

a vernos, y que entonces ya no nos separaríamos; me aseguró que... ¿Usted la<br />

vio?».<br />

El 27 de abril <strong>Napoleón</strong> vomitó un fluido oscuro parecido a posos de café, y <strong>los</strong><br />

dos médicos sospecharon una lesión en el estómago. Los pies se le enfriaron tanto<br />

Carlo tenía otra preocupación. Joseph, que ya había cumplido dieciséis años y<br />

ganado todos <strong>los</strong> premios de Autun, anunció que no deseaba ingresar en el<br />

seminario de Aix. Evidentemente no tenía vocación para el sacerdocio. Esa carencia<br />

no impedía que en esta era del librepensamiento muchos tomasen las órdenes, y es<br />

un punto a favor de la crianza de <strong>los</strong> Buonaparte que Joseph actuase como lo hizo.<br />

Joseph y <strong>Napoleón</strong> se escribían, y quizá la descripción corneilliana de la vida militar<br />

por el menor de <strong>los</strong> hermanos indujo a Joseph a anunciar que también él deseaba<br />

ser oficial.<br />

<strong>Napoleón</strong> conoció estas noticias en junio gracias a su padre. En Córcega, el hijo<br />

mayor gozaba de respeto excepcional; sus decisiones generalmente no estaban al<br />

alcance de la crítica de <strong>los</strong> menores. Pero <strong>Napoleón</strong> no se sintió inhibido en este<br />

aspecto; su sentido de responsabilidad ocupó el primer plano, y así escribió a su<br />

tío, Nicoló Paravicini, una de las pocas cartas que se conservan de su época<br />

escolar. Está escrita en francés y comienza así:<br />

Mi querido tío:<br />

Le escribo para informarle que mi querido padre llegó a Brienne, de<br />

camino a París, con el propósito de llevar a Saint-Cyr a Marie Anne, y tratar<br />

de recobrar la salud... Dejó aquí a Lucciano, que tiene nueve años... Goza<br />

de buena salud, es regordete, vivaz y atolondrado, y ha provocado una<br />

buena impresión inicial.<br />

Después, <strong>Napoleón</strong> se ocupaba de Joseph, que deseaba servir al rey.<br />

«En esto se equivoca completamente, y por varias razones. Ha sido educado<br />

para la Iglesia. Es tarde para desandar lo andado. Mi señor, el obispo de Autun, le<br />

habría otorgado importantes ventajas y sin duda llegaría a ser obispo. ¡Qué ventaja<br />

para la familia! Mi señor de Autun ha hecho todo lo posible para lograr que<br />

persevere, y le prometió que no lo lamentaría. Es inútil; ya ha tomado una<br />

decisión.» Después de estas palabras, <strong>Napoleón</strong> siente que quizá comete una<br />

injusticia con Joseph.<br />

«Si tiene verdadera afición por este tipo de vida, que representa la mejor de<br />

todas las carreras, lo elogio; si es que el gran hacedor de <strong>los</strong> asuntos humanos le<br />

ha infündido —como a mí— una inclinación definida por el servicio militar».<br />

Al margen, quizás al recordar el rostro tenso e indispuesto de su padre, y en la<br />

escasa paga de un oficial, <strong>Napoleón</strong> agrega que confía en que de todos modos<br />

Joseph seguiría la carrera eclesiástica, para la cual tiene talento, y en que será «el<br />

sostén de nuestra familia».<br />

<strong>La</strong> carta es interesante, porque demuestra que <strong>Napoleón</strong> toma la iniciativa, y<br />

sin embargo trata de ver ambas facetas del problema. A su tiempo se demostraría<br />

que sus dudas acerca de la aptitud militar de Joseph eran acertadas; pero por el<br />

momento un episodio imprevisto obligaría muy pronto a Joseph a regresar a<br />

Córcega.<br />

En octubre de 1784, <strong>Napoleón</strong>, que entonces tenía quince años, se preparó<br />

para salir de Brienne. A diferencia de Joseph, no había obtenido galardones, pero<br />

todos <strong>los</strong> años se había desempeñado con eficacia suficiente para ser elegido con el<br />

fin de recitar o responder a preguntas en el estrado el día de la distribución de<br />

premios. <strong>La</strong>s materias en las que se desenvolvía mejor eran las matemáticas y la<br />

geografía. Su punto más débil era la ortografía. Escribía francés de oído —la<br />

vaillance se convertía, en una de sus cartas a casa, en 1'avallance— y toda su vida<br />

habría de escribir erróneamente incluso palabras sencillas.<br />

El 17 de octubre, con <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> recogidos en una coleta, empolvados y<br />

sujetos con un cinta, <strong>Napoleón</strong> abordó la diligencia en Brienne con el padre Berton.<br />

En Nogent bajaron a la balsa de pasajeros, un transporte barato arrastrado por<br />

cuatro cabal<strong>los</strong>, que lo llevó lentamente hacia el curso inferior del Sena. En la tarde<br />

del veintiuno llegaron a París.<br />

Aquí, <strong>Napoleón</strong> se comportó como un auténtico provinciano; podía vérselo<br />

«mirando asombrado en todas direcciones, con la expresión apropiada para atraer

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