La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Letizia no aprobó la hamaca de <strong>Napoleón</strong> ni su proyecto de ser marino. Señaló<br />
que en la armada afrontaría dos peligros en lugar de uno: el fuego enemigo y el<br />
mar.<br />
Cuando regresó a Córcega, ella y Carlo pidieron a Marbeuf, que inspiraba<br />
simpatía y respeto a <strong>Napoleón</strong>, que utilizara su influencia en el mismo sentido;<br />
pero por el momento, <strong>Napoleón</strong> mantuvo firme su decisión de unirse a la marina.<br />
En 1783 el caballero de Kéralio inspeccionó Brienne e informó acerca de <strong>los</strong><br />
cadetes. Después de comentar que <strong>Napoleón</strong> tenía «una constitución y una salud<br />
excelentes», y de suministrar la descripción de su carácter que ya hemos citado,<br />
escribió: «Conducta muy regular, siempre se distinguió por su interés en las<br />
matemáticas. Posee un sólido conocimiento de historia y geografía. Es muy<br />
mediocre en baile y dibujo. Será un excelente marino».<br />
Pese a este informe favorable, en 1783 no se aprobó el ingreso de <strong>Napoleón</strong> en<br />
la Escuela Militar, la etapa siguiente de su educación al margen de que ingresara en<br />
el ejército o la marina. Es evidente que se lo consideraba demasiado joven —tenía<br />
apenas catorce años— pero la noticia fue un duro golpe, pues Carlo había contado<br />
con que <strong>Napoleón</strong> se diplomaría ese año, de modo que su beca quedaría libre para<br />
Lucien, un niño de ocho años.<br />
<strong>La</strong>s cosas habían comenzado a cobrar mal aspecto para Carlo Buonaparte. Su<br />
salud estaba quebrantada. Se lo veía delgado y tenso, y tenía el rostro abotagado,<br />
nadie sabía por qué. Tenía ya siete hijos, y después del nacimiento del último,<br />
Letizia había contraído fiebre puerperal, y esta dolencia le había dejado cierta<br />
rigidez en el costado izquierdo. Con el propósito de ofrecer a su esposa el beneficio<br />
de las aguas de Bourbonne. Carlo había visitado Francia, y se detuvo en el camino<br />
para ver a <strong>Napoleón</strong>. Después de su impulso inicial de generosidad, <strong>los</strong> franceses<br />
estaban reduciendo las becas y <strong>los</strong> subsidios escolares, y por eso mismo Carlo se<br />
veía en dificultades para solventar <strong>los</strong> gastos. Todo esto llegó a ser evidente para<br />
<strong>Napoleón</strong>. En una actitud que mostraba ya la responsabilidad de un joven, buscó el<br />
modo de diplomarse en Brienne y dejar el lugar libre para Lucien.<br />
En 1783 Inglaterra y Francia terminaron su guerra naval de seis años, y<br />
firmaron en Versalles un tratado de paz. Es probable, aunque no seguro, que<br />
<strong>Napoleón</strong> hubiera concebido entonces la idea de ingresar como cadete en el colegio<br />
naval inglés de Portsmouth. El servicio bajo otra bandera era entonces bastante<br />
usual: el mariscal de Sajonia, el gran estratega francés, era de origen alemán, y,<br />
más modestamente, el padrastro suizo de Letizia había servido a <strong>los</strong> genoveses. En<br />
<strong>La</strong> Nouvelle Héloíse, de Rousseau, uno de <strong>los</strong> autores favoritos de <strong>Napoleón</strong>, ¿no se<br />
dice, acaso, que Saint-Preux estaba en el escuadrón de Anson? Casi con seguridad<br />
<strong>Napoleón</strong> consideró que podría ser un recurso temporal para aliviar las dificultades<br />
financieras de su padre. Sea como fuere, con la ayuda de uno de <strong>los</strong> profesores,<br />
<strong>Napoleón</strong> consiguió escribir una carta al Almirantazgo, solicitando un lugar en el<br />
colegio naval inglés. <strong>La</strong> mostró a un alumno inglés de la escuela, el hijo de una<br />
baronesa llamado <strong>La</strong>wley, que más tarde sería Lord Wenlock. «Me temo que la<br />
dificultad será mi religión.» «Joven sinvergüenza! —replicó <strong>La</strong>wley—. No creo que<br />
tengas ninguna.» «Pero mi familia la tiene. <strong>La</strong> familia de mi madre, <strong>los</strong> Ramolino,<br />
son muy rígidos. Me desheredarán si muestro signos de que estoy convirtiéndome<br />
en hereje».<br />
<strong>Napoleón</strong> despachó su carta. <strong>La</strong> carta llegó, pero se ignora si recibió respuesta.<br />
De todos modos, no fue a Inglaterra y el verano siguiente fue aceptado en la<br />
Escuela Militar. <strong>Napoleón</strong> seguramente se sintió complacido de comunicar a su<br />
padre la noticia y de recibirlo en Brienne durante el mes de junio, cuando llegó con<br />
el joven Lucien. Éste ingresó en la escuela, pese a que <strong>Napoleón</strong> no saldría de allí<br />
hasta el otoño. Carlo permaneció con el<strong>los</strong> un día, y después fue a Saint-Cyr para<br />
internar a Marie Anne, de siete años, en la escuela de niñas, también ella con una<br />
beca oficial; después, viajó a París para consultar a un médico, y a Versalles, donde<br />
insistió ante Calonne, del Ministerio de Finanzas, con el fin de obtener el pago de<br />
<strong>los</strong> subsidios prometidos en relación con el drenado de las marismas salinas<br />
próximas aAjaccio.<br />
que fue necesario calentar<strong>los</strong> repetidas veces con toallas calientes. En el estrecho<br />
dormitorio <strong>Napoleón</strong> se sentía sofocado —no había «bastante aire»— y pidió que lo<br />
trasladasen a la sala.<br />
El traslado se realizó al día siguiente; ya era evidente el deterioro de las<br />
facultades de <strong>Napoleón</strong>. Oía dificultosamente lo que le decían y su mente se<br />
extraviaba cada vez más.<br />
El día 29 vomitó ocho veces. Quedó agotado, y sentía mucha sed.<br />
Se le permitió agua de azahar, pero no café. «Se me llenaron <strong>los</strong> ojos de<br />
lágrimas —dice Bertrand—, al ver a este hombre que había inspirado tanto respeto,<br />
que había impartido órdenes con gesto tan orgul<strong>los</strong>o y decidido, rogando ahora<br />
para que le diesen una cucharadita de café, pidiendo permiso como un niño, sin<br />
conseguirlo, volviendo una y otra vez a <strong>los</strong> mismos ruegos, sin ningún resultado,<br />
pero sin enojarse jamás».<br />
Durante la noche <strong>Napoleón</strong> estuvo obsesionado por <strong>los</strong> líquidos.<br />
«¿Qué es mejor? —preguntó a Bertrand—, ¿la limonada o la horchata?», una<br />
bebida refrescante preparada con cebada o almendras y agua de azahar.<br />
Entre la una y las tres de la mañana <strong>Napoleón</strong> formuló veinte veces la misma<br />
pregunta a Bertrand.<br />
El 3 de mayo <strong>los</strong> médicos comprendieron que su paciente no viviría mucho más.<br />
Era imposible que recibiese la Sagrada Comunión —apenas podía tragar líquidos—,<br />
pero el abad Vignali administró la extremaunción, y ungió con óleo <strong>los</strong> párpados,<br />
<strong>los</strong> oídos, las fosas nasales, la boca, las manos y <strong>los</strong> pies pálidos, para conseguir el<br />
perdón de <strong>los</strong> pecados cometidos con cada uno de <strong>los</strong> cinco sentidos, y recitó la<br />
plegaria secular: «Libera, Señor, el alma de tu servidor, como liberaste a Moisés de<br />
las manos del faraón, rey de <strong>los</strong> egipcios; libera, Señor, el alma de tu servidor,<br />
como liberaste a san Pedro y san Pablo de la cárcel».<br />
El 4 de mayo fue un día de lluvia y viento, que arrancó el sauce a cuya sombra<br />
<strong>Napoleón</strong> gustaba sentarse. <strong>Napoleón</strong> soportó la molestia de las moscas otoñales<br />
que zumbaban alrededor de su cama. Pero la mayor parte del día mantuvo las<br />
manos cruzadas sobre el pecho y <strong>los</strong> dedos entrelazados.<br />
<strong>La</strong> noche del 4 al 5 de mayo sufrió accesos de hipo y comenzó a delirar. Era<br />
evidente que el fin estaba muy cerca. Dos veces preguntó:<br />
«¿Cómo se llama mi hijo?» y Marchand contestó: «<strong>Napoleón</strong>.» Entre las tres y<br />
las cuatro y media de la madrugada pronunció una serie de palabras sin sentido.<br />
Montholon, que estaba sentado a su lado, creyó oír dos veces: «Francia ejército<br />
vanguardia del ejército-Josefina.» Después, tuvo un movimiento convulsivo y se<br />
inclinó de costado hacia el suelo.<br />
Montholon trató de sujetarlo, pero fue arrojado sobre la alfombra. Entonces,<br />
como si estuviese luchando con la propia muerte, <strong>Napoleón</strong> sujetó a Montholon con<br />
tal fuerza que el hombre, más joven, ni siquiera pudo gritar pidiendo ayuda. En la<br />
habitación contigua un criado oyó el ruido; llamaron a Bertrand y Anrommarchi, y<br />
el<strong>los</strong> consiguieron devolver a la cama al paciente que deliraba.<br />
Poco antes del alba del día 5 <strong>Napoleón</strong> se serenó, y permaneció así hasta la<br />
tarde. Tenía la respiración lenta y débil. Anrommarchi, sentado a la cabecera de la<br />
cama, observaba el latido del pulso en el cuello del paciente. A veces, Montholon<br />
apretaba sobre <strong>los</strong> labios de <strong>Napoleón</strong> una esponja empapada en agua con azúcar.<br />
<strong>La</strong> respiración era cada vez más difícil. <strong>Napoleón</strong> permaneció inmóvil, acostado<br />
sobre su espalda, la mano derecha fuera de la cama, y la mirada fija, al parecer sin<br />
sufrir. A las cinco y cuarenta y uno se puso el sol, y a lo lejos se oyó el estampido<br />
de un cañón. Seis minutos después <strong>Napoleón</strong> emitió un suspiro. Siguieron, con<br />
interva<strong>los</strong> de un minuto, dos suspiros más. Inmediatamente después del tercero,<br />
cesó la respiración. Anrommarchi cerró suavemente <strong>los</strong> ojos y detuvo el reloj. Eran<br />
las cinco y cuarenta y nueve de la tarde del 5 de mayo de 1821, y <strong>Napoleón</strong> aún no<br />
había cumplido cincuenta y dos años.<br />
Lowe fue informado inmediatamente por Montholon en una carta, la misma que<br />
<strong>Napoleón</strong> había dictado una semana antes. Sin pérdida de tiempo envió a un<br />
cirujano militar y a otro naval para comprobar la veracidad de la noticia. Los