La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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cirujanos realizaron muy sencillamente la comprobación apoyando las manos sobre<br />
el corazón inmóvil de <strong>Napoleón</strong>. <strong>La</strong> mañana siguiente, el propio Lowe llegó y fue<br />
introducido en el dormitorio. Miró al prisionero que había colmado sus<br />
pensamientos pero a quien no había visto durante cuatro años, e inclinó en silencio<br />
la cabeza.<br />
<strong>Napoleón</strong> había formulado el deseo de una autopsia, de modo que si se<br />
descubría la existencia de un cáncer, pudiese hallarse el medio de proteger a su<br />
hijo de la enfermedad. Lowe deseaba que la autopsia se realizase inmediatamente,<br />
pero <strong>los</strong> oficiales franceses protestaron ante esa prisa indecorosa, y el<br />
procedimiento fue postergado hasta la tarde.<br />
Depositaron el cuerpo de <strong>Napoleón</strong> sobre la mesa de billar, y Anrommarchi<br />
comenzó a practicar su especialidad; diestramente abrió las cavidades del tórax y<br />
el estómago. Descubrió «una úlcera cancerosa muy extendida, que ocupaba sobre<br />
todo la parte superior de la superficie interna del estómago, y se extendía desde el<br />
orificio de <strong>los</strong> cardias hasta casi dos centímetros y medio del píloro». Era indudable<br />
que <strong>Napoleón</strong> había muerto afectado por un cáncer de estómago. <strong>La</strong> noticia fue<br />
enviada a Inglaterra esa misma tarde con el Heron.<br />
«Todos exclamaron cuando vieron la cara: "¡Qué hermoso!", pues todos <strong>los</strong><br />
presentes reconocieron que jamás habían visto una expresión más regular y<br />
plácida», escribió el cirujano Henry, del 66.° regimiento. El cuerpo de <strong>Napoleón</strong><br />
había sido vestido con su uniforme verde oscuro de Cazador, el mismo que al estar<br />
gastado y descolorido había sido vuelto del revés; y la guarnición inglesa y <strong>los</strong><br />
destacamentos del escuadrón naval, con uniforme completo pero sin armas,<br />
presentaron <strong>los</strong> últimos respetos. También el<strong>los</strong> se sintieron impresionados por el<br />
rostro del emperador muerto. Doblaron la rodilla, y algunos oficiales pidieron que<br />
se les permitiese besar una esquina de la capa de campaña de <strong>Napoleón</strong>, que le<br />
cubría <strong>los</strong> pies.<br />
Al día siguiente, el cuerpo fue depositado en un ataúd de caoba forrado con<br />
satén; al lado estaba el corazón, en un vaso de plata coronado por un águila, en<br />
espera de la decisión de María Luisa. De acuerdo con <strong>los</strong> deseos de <strong>Napoleón</strong>,<br />
Montholon depositó junto al cuerpo varios napoleones franceses e italianos con la<br />
imagen del emperador. Después, llevaron el ataúd a la capilla, adornada con<br />
crespones, sesenta metros de ese lienzo negro que siempre había provocado<br />
estremecimientos a <strong>Napoleón</strong>.<br />
<strong>Napoleón</strong> había formulado deseos de que lo sepultasen a orillas del Sena, pero<br />
Lowe había recibido órdenes del gobierno inglés en el sentido de que <strong>los</strong> restos no<br />
debían salir de Santa Elena. Faltaba elegir una tumba apropiada. Los amigos de<br />
<strong>Napoleón</strong> recordaron que cierta vez había visitado una pequeña fuente sombreada<br />
por sauces, un lugar denominado la Fuente de Torbett, y que había admirado la<br />
belleza del paraje. Dos veces al día hacía traer agua de allí y la usaba para rebajar<br />
su vino. Se decidió enterrarlo junto a la fuente. No sería el lugar definitivo de<br />
descanso, pues muchos años más tarde su cuerpo fue devuelto a París y enterrado<br />
junto al Sena. Pero por el momento se cavó una tumba en el suelo ferroso; tenía<br />
una profundidad de cuatro metros y estaba revestida con piedras.<br />
A las diez de la mañana del 9 de mayo, el abad Vignali celebró la misa de<br />
réquiem. Después de la misa, el ataúd fue depositado sobre un carruaje tirado por<br />
cuatro cabal<strong>los</strong>, y llevado a paso lento a la Fuente de Torbett. Detrás del carruaje<br />
marchaba el último caballo montado por <strong>Napoleón</strong>, uno gris llamado Sheikh. El<br />
camino estaba flanqueado por soldados ingleses con <strong>los</strong> mosquetes en bandolera y<br />
las bandas ejecutando una marcha fúnebre.<br />
Era un día hermoso y claro. Cuando el cortejo llegó, un destacamento de<br />
infantería presentó armas. Bertrand retiró del ataúd la espada de <strong>Napoleón</strong> y<br />
Montholon la capa de campaña; el ataúd fue depositado junto a la tumba, a la<br />
sombra de <strong>los</strong> sauces. El abad Vignali bendijo la tumba y oró. Hudson Lowe<br />
preguntó al general Bertrand si deseaba pronunciar unas palabras. Bertrand se<br />
sentía tan abrumado que no pudo contestar.<br />
realidad no era una criatura caída, y el pecado original no exigía el contrapeso de la<br />
gracia sobrenatural. Habían anticipado muchas creencias de <strong>los</strong> filósofos, aunque a<br />
costa de convertir la religión revelada en algo aparentemente arbitrario y, a <strong>los</strong><br />
ojos de algunos, en un complemento innecesario del mundo natural.<br />
A causa de este trasfondo, <strong>los</strong> cadetes incorporaron a Brienne un ingrediente de<br />
incredulidad. Para el católico la primera comunión es el día más solemne de la<br />
niñez, pero en Brienne, algunos de <strong>los</strong> alumnos, ese día interrumpían el ayuno<br />
saliendo a comer una tortilla. No era su intención cometer sacrilegio, sencillamente<br />
no creían que poco después recibirían el cuerpo de Cristo. <strong>Napoleón</strong> se vio influido<br />
hasta cierto punto por esa actitud de <strong>los</strong> restantes alumnos, sobre todo porque esa<br />
actitud armonizaba con el agnosticismo de su padre, y así comenzó a cuestionar lo<br />
que afirmaban <strong>los</strong> franciscanos. El momento decisivo llegó cuando tenía once años,<br />
y nuevamente el factor operativo fue su sentido de justicia. <strong>Napoleón</strong> oyó un<br />
sermón en que el predicador dijo que Catón y César estaban en el infierno. Se<br />
escandalizó al saber que «<strong>los</strong> hombres más virtuosos de la antigüedad ardían en las<br />
llamas eternas porque no habían practicado una religión de la cual nada sabían». A<br />
partir de ese momento, decidió que nunca más podría considerarse sinceramente<br />
un cristiano creyente.<br />
Este fue un momento decisivo en la vida de <strong>Napoleón</strong>. Pero había heredado de<br />
su madre un firme instinto que lo inducía a creer, y ya era una persona que<br />
necesitaba ideales. El vacío en su alma no duró mucho.<br />
Se vio colmado por el culto del honor aprendido en el hogar; por la<br />
caballerosidad, acerca de la cual había aprendido en las clases de historia, y por el<br />
concepto de heroísmo, extraído de las Vidas de hombres famosos de Plutarco, y<br />
sobre todo de Corneille.<br />
Los héroes de Corneille son hombres que afrontan la elección entre el deber y<br />
el interés o la inclinación personal. Gracias a una fuerza de voluntad casi<br />
sobrehumana, en definitiva eligen el deber. El patriotismo es el primero de todos<br />
<strong>los</strong> deberes, y el coraje la virtud principal. Con respecto a la muerte:<br />
Mourirpour lepays nestpas une triste sort:<br />
C'est s'immortaliser par une belle mort.<br />
Esta actitud atraía a <strong>Napoleón</strong>. También él creía vergonzoso morir de lo que <strong>los</strong><br />
noruegos llamaban «una muerte de paja», es decir, en la cama; y durante su<br />
primera campaña como comandante en jefe habría de escribir refiriéndose a un<br />
joven subalterno: «Murió gloriosamente en presencia del enemigo; no sufrió ni un<br />
instante. ¿Qué hombres razonables no le envidiarían una muerte así?».<br />
A <strong>los</strong> doce años, <strong>Napoleón</strong>, que había crecido junto al mar, decidió que quería<br />
ser marino. <strong>La</strong> afición a las matemáticas a menudo va de la mano con la inclinación<br />
por el mar y <strong>los</strong> barcos —fue el caso de <strong>los</strong> griegos—; y <strong>Napoleón</strong> tenía también<br />
otro motivo. Inglaterra y Francia estaban en guerra, y ésta se libraba en el mar;<br />
más aún, <strong>los</strong> almirantes franceses, Suffren y De Grasse, estaban cosechando<br />
victorias. Naturalmente, <strong>Napoleón</strong> deseaba incorporarse al arma que intervenía en<br />
las acciones. Como otros cadetes que deseaban unirse a la marina, a menudo<br />
dormía en una hamaca.<br />
Ese verano <strong>Napoleón</strong> recibió la visita de sus padres. Carlo usaba una peluca a la<br />
moda, en forma de herradura, y exageraba un tanto la cortesía; <strong>Napoleón</strong> observó<br />
críticamente que él y el padre Bretón se demoraban hasta la fatiga frente a una<br />
puerta, y cada uno intentaba obligar al otro a pasar primero. Letizia peinaba sus<br />
cabel<strong>los</strong> con un rodete, llevaba un tocado de encaje, y usaba un vestido de seda<br />
blanca con un dibujo de flores verdes. Acababa de llegar de Autun, y uno de <strong>los</strong><br />
internos recordaría un episodio en ese lugar: «Todavía puedo sentir su mano<br />
acariciadora en mis cabel<strong>los</strong>, y oír su voz musical cuando me llamaba "su amiguito,<br />
el amiguito de su hijo Joseph".» En Brienne trastornó a todos <strong>los</strong> cadetes.