La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia
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APÉNDICE<br />
Los autores de Memorias<br />
y <strong>Napoleón</strong><br />
<strong>La</strong> fuente principal de la vida de <strong>Napoleón</strong> se encuentra en sus propios escritos;<br />
sus ensayos y notas extraídos de sus lecturas cuando era joven, sus cartas a<br />
Désirée Clary, a Josefina y a María Luisa, las cartas a su familia, y la colección de<br />
cartas, más de treinta volúmenes, la mayoría piezas dictadas, en la que lo vemos<br />
gobernando a Francia. También son valiosas las cartas de <strong>los</strong> contemporáneos de<br />
<strong>Napoleón</strong>; anotaciones registradas durante las reuniones del Consejo de Estado; y<br />
diarios en que se anotaron en directo las palabras y <strong>los</strong> actos de <strong>Napoleón</strong>. Este<br />
material no suscita problemas especiales. Pero la situación es diferente con las<br />
Memorias de <strong>los</strong> que conocieron bien a <strong>Napoleón</strong>; aquí se observan enormes<br />
discrepancias, y se suscita el problema de la credibilidad.<br />
En primer lugar, debemos considerar el marco general. De 1815 a 1830 <strong>los</strong><br />
enemigos de <strong>Napoleón</strong> gobernaron Francia, y una censura rigurosa impidió la<br />
publicación de Memorias favorables a <strong>Napoleón</strong>. No sólo eso. Quien antes hubiese<br />
estado cerca del emperador y luego deseara un buen empleo, debía rendir pleitesía<br />
a <strong>los</strong> Borbones. Sería tan absurdo pretender imparcialidad de las Memorias escritas<br />
durante este período como reclamar, en 1943, una actitud imparcial de un<br />
partidario de Vichy frente a De Gaulle. Además, tenemos que recordar que <strong>los</strong><br />
franceses tratan el pasado reciente de distinto modo que <strong>los</strong> ang<strong>los</strong>ajones;<br />
manifiestan una deplorable tendencia a librar las batallas actuales o futuras en <strong>los</strong><br />
campos de batalla del pasado, y fue precisamente un francés, Flaubert, quien dijo:<br />
«<strong>La</strong> historia es la profecía que mira hacia atrás.» Si ahora consideramos<br />
específicamente a <strong>los</strong> autores de Memorias, debemos tratar de juzgar su<br />
credibilidad. Claire de Rémusat fue dama de compañía de Josefina, y su marido<br />
superintendente de teatros. <strong>La</strong>s cartas de Claire a su marido entre 1804 y 1813<br />
desbordan afecto por <strong>Napoleón</strong>. Es evidente que simpatizaba con él como persona,<br />
y se la ve rogando constantemente por la seguridad de <strong>Napoleón</strong>. Pero cuando<br />
escribió sus Memorias en 1818, pintó a <strong>Napoleón</strong> como un hombre desprovisto de<br />
corazón; afirmó que era «incapaz de generosidad» y habló de su «sonrisa<br />
satánica». Incluyó en su libro innumerables escenas de las cuales, como ella misma<br />
reconoce, no fue testigo, pero que le fueron relatadas por Talleyrand. En una de<br />
ellas aparece <strong>Napoleón</strong> confesando aTalleyrand, después de Leipzig:<br />
«Francamente, soy un individuo bajo, esencialmente bajo».<br />
¿Qué ha sucedido? ¿Por qué ese cambio de actitud? Después de la anulación del<br />
matrimonio con Josefina, Claire de Rémusat se incorporó al círculo de Talleyrand y<br />
trabajó en favor de la restauración de <strong>los</strong> Borbones. En 1815 Talleyrand consiguió<br />
que se diese al marido de Claire el cargo de prefecto. El hijo de Claire también<br />
deseaba trabajar en política, pero su madre, una ex dama de compañía de la<br />
emperatriz advenediza, todavía era sospechosa. Ante todo, debía «aclarar» su<br />
situación. Por lo tanto Claire escribió sus Memorias, con la ayuda y el patrocinio de<br />
Talleyrand. Difundió el manuscrito en el círculo de altos personajes de París, y así<br />
limpió su nombre de la mácula napoleónica.<br />
<strong>La</strong> mayoría era de una clase social superior a la de <strong>Napoleón</strong>. Algunos<br />
jovencitos llevaban apellidos famosos en la historia, otros tenían padres o tíos que<br />
cazaban con el rey, y madres que asistían a <strong>los</strong> bailes de la Corte.<br />
En Córcega, <strong>Napoleón</strong> había estado cerca de la cima desde el punto de vista<br />
social; allí, de pronto, se encontró cerca de la base. Además, era un alumno<br />
subsidiado por el Estado, y aunque Luis XVI había estipulado que no habría<br />
distinciones, era inevitable que <strong>los</strong> alumnos que pagaban sus cuotas hicieran sentir<br />
la diferencia al resto. Finalmente, era el único corso. Había otros alumnos de países<br />
extranjeros, incluso por lo menos dos ingleses, pero a causa de su acento italiano<br />
<strong>Napoleón</strong> inevitablemente se destacó, un hecho que no beneficiaba al alumno<br />
nuevo. Solo en un país extranjero, lejos de su familia, obligado a hablar un idioma<br />
distinto, sintiéndose todavía torpe en su uniforme azul, ciertamente necesitó el<br />
coraje que su madre le había recomendado. Pero a <strong>los</strong> nueve años, <strong>los</strong> niños son<br />
adaptables, y pronto consiguió amoldarse.<br />
Conocemos tres incidentes auténticos de <strong>los</strong> años de Brienne. El primero<br />
corresponde al período inicial, cuando <strong>Napoleón</strong> tenía nueve o diez años. Había<br />
infringido cierta norma, y el profesor a cargo impuso el castigo acostumbrado:<br />
tenía que usar orejas de burro y cenar arrodillado junto a la puerta del refectorio.<br />
Todos miraban cuando <strong>Napoleón</strong> entró, vestido con un tosco lienzo pardo en lugar<br />
del uniforme azul. Se lo veía pálido, tenso, la mirada fija al frente. «¡De rodillas,<br />
señor!» Ante la orden del seminarista. <strong>Napoleón</strong> cayó presa de súbitos vómitos y<br />
de un violento ataque de nervios. Golpeó el suelo con <strong>los</strong> pies y gritó: «Tomaré mi<br />
cena de pie, no arrodillado. En mi familia nos arrodillamos sólo ante Dios.» El<br />
seminarista trató de obligarlo, pero <strong>Napoleón</strong> rodó por el suelo, sollozando y<br />
gritando: «¿No es verdad, mamá? ¡Sólo ante Dios! ¡Sólo ante Dios!» Finalmente,<br />
intervino el director y suprimió el castigo.<br />
Otra vez, la escuela celebraba un día festivo. Algunos alumnos representaban<br />
una tragedia en verso —<strong>La</strong> Mort de César, de Voltaire— y <strong>Napoleón</strong>, ya con más<br />
años, era el cadete de guardia ese día. Otro cadete vino a advertirle que madame<br />
Hauté, la esposa del portero de la escuela, trataba de entrar sin invitación. Cuando<br />
se la detuvo, la dama comenzó a proferir insultos. «Echen de aquí a esa mujer —<br />
dijo secamente <strong>Napoleón</strong>—, está provocando desorden».<br />
Se asignaba a todos <strong>los</strong> cadetes una pequeña parcela, y en ella podían cultivar<br />
verduras y atender un jardín. <strong>Napoleón</strong>, que conocía las labores del campo, dedicó<br />
mucho tiempo a sembrar su parcela y mantenerla en orden. Como sus vecinos<br />
inmediatos no estaban interesados en la jardinería, <strong>Napoleón</strong> agregó esas parcelas<br />
a la suya; montó un emparrado, plantó arbustos, y para evitar que le estropeasen<br />
el huerto lo rodeó con una empalizada de madera. Le agradaba leer allí, y recordar<br />
su hogar. Uno de <strong>los</strong> libros que leyó en ese lugar fue la epopeya sobre <strong>los</strong> Cruzados<br />
de Tasso, Jerusalén liberada, de donde procedían cantos que las guerrillas corsas<br />
solían entonar; y otro fue Jardins de Delille, uno de cuyos pasajes se grabó en su<br />
memoria. «Potaveri —solía recordar <strong>Napoleón</strong>—, se ve forzado a abandonar su<br />
tierra natal, Tahití; llegado a Europa, se le prodigan atenciones y no se descuida<br />
nada con el fin de entretenerlo. Pero una sola cosa le impresiona, y arranca<br />
lágrimas de dolor a sus ojos: una morera; la abraza y la besa con un grito de<br />
alegría:<br />
"¡Árbol de mi tierra natal, árbol de mi tierra natal!"».<br />
El jardín que le recordaba su hogar se convirtió en el refugio de <strong>Napoleón</strong> <strong>los</strong><br />
días festivos. Si alguien se entrometía, <strong>Napoleón</strong> lo expulsaba.<br />
El 25 de agosto, la festividad de San Luis, celebrada como el cumpleaños oficial<br />
del rey, todos <strong>los</strong> cadetes mayores de catorce años solían comprar pólvora y<br />
fabricar fuegos artificiales.<br />
En el huerto contiguo al de <strong>Napoleón</strong> un grupo de cadetes levantó una<br />
pirámide, pero cuando llegó el momento de encenderla una chispa cayó en una<br />
caja de pólvora, y hubo una terrible exp<strong>los</strong>ión. <strong>La</strong> empalizada de <strong>Napoleón</strong> quedó<br />
destruida, y <strong>los</strong> jovencitos, asustados, huyeron pisoteando su huerto. Furioso al ver