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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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trató de ocultarla. Después, el subdirector, que había estado contemplando la<br />

escena, dijo a Joseph: «Él no lo demostró, pero se siente tan triste como tú».<br />

Durante la segunda mitad de mayo <strong>Napoleón</strong> fue llevado por el viCarlo del<br />

obispo de Marbeuf a la pequeña localidad de Brienne, en la fértil región de<br />

Champagne, una campiña de bosques, estanques y granjas con vacas. Allí se<br />

levantaba un sencillo edificio del siglo XVIII en un jardín de dos hectáreas y media,<br />

adonde se llegaba por una avenida bordeada de ti<strong>los</strong>. Brienne había sido un<br />

internado común hasta dos años antes, momento en que el gobierno, alarmado por<br />

la sucesión de derrotas de Francia, lo había convertido en una de doce nuevas<br />

academias militares. Pero se había mantenido el antiguo personal, de modo que,<br />

por paradójico que parezca, la Academia Militar de Brienne estaba dirigida por<br />

miembros de la orden de San Francisco, con sus hábitos pardos y sus sandalias. El<br />

director era el padre Louis Berton, un franciscano hosco, pomposo, que estaba al<br />

principio de la treintena; y el vicedirector era su hermano, el padre Jean Baptiste<br />

Berton, un ex granadero.<br />

No eran hombres distinguidos, pero dirigían satisfactoriamente Brienne, y se<br />

admitía que esta institución era una de las mejores academias.<br />

<strong>Napoleón</strong> fue llevado a un dormitorio que tenía diez cubícu<strong>los</strong>, cada uno<br />

amueblado con una cama, un colchón de paja, mantas, una silla de madera y un<br />

armario sobre el cual se había depositado una jarra y una jofaina. Allí<br />

desempaquetó sus tres juegos de sábanas, las doce toallas, <strong>los</strong> dos pares de<br />

calcetines negros, una docena de camisas, una docena de cuel<strong>los</strong> blancos, una<br />

docena de pañue<strong>los</strong>, dos camisones, seis gorros de dormir de algodón, y finalmente<br />

su elegante uniforme azul de cadete.<br />

Separó un recipiente que contenía polvo para fijar <strong>los</strong> cabel<strong>los</strong> y una cinta para<br />

sujetar<strong>los</strong>, pues hasta la edad de doce años <strong>los</strong> cadetes tenían que llevar corto el<br />

cabello. A las diez sonaba una campana, se apagaban las velas y se cerraba el<br />

cubículo de <strong>Napoleón</strong>, exactamente como se hacía con <strong>los</strong> restantes. Si necesitaba<br />

algo, podía llamar a uno de <strong>los</strong> dos criados que dormían en el dormitorio.<br />

A las seis <strong>Napoleón</strong> despertaba y abría su cubículo. Después de lavarse y<br />

ponerse el uniforme azul con botones blancos, se unía a <strong>los</strong> restantes varones de<br />

su clase, la sepíleme, para mantener una charla acerca de la buena conducta y las<br />

leyes de Francia. Después, asistía a misa. A las ocho, una vez concluido el<br />

desayuno, de crujiente pan blanco, fruta y un vaso de agua, iniciaba las lecciones.<br />

Los temas corrientes eran el latín, la historia y la geografía, las matemáticas y la<br />

física. A las diez se dictaban clases de construcción de fortificaciones y dibujo,<br />

incluso el dibujo y sombreado de mapas de relieves. A mediodía tomaban su<br />

comida principal, que estaba compuesta de sopa, carne hervida, un plato principal,<br />

un postre y borgoña rojo mezclado con un tercio de agua.<br />

Después del almuerzo <strong>Napoleón</strong> tenía una hora de recreo y más tarde otras<br />

lecciones acerca de <strong>los</strong> temas corrientes. Entre las cuatro y las seis aprendía, según<br />

el día, esgrima, baile, gimnasia, música y alemán; el inglés era una alternativa.<br />

Después dedicaba dos horas a sus tareas, y a las ocho cenaba carne asada y<br />

ensalada. Después de la cena tenía su segunda hora de recreo. A las diez, una vez<br />

concluidas las plegarias vespertinas, se apagaban las luces. Los jueves y <strong>los</strong><br />

domingos asistía a misa y a vísperas. Se esperaba de él que se confesara una vez<br />

al mes y comulgara una vez cada dos meses. Gozaba de seis semanas de<br />

vacaciones anuales, entre el 15 de septiembre y el 1 de noviembre, pero sólo <strong>los</strong><br />

alumnos ricos podían darse el lujo de volver al hogar, y <strong>Napoleón</strong> no era uno de<br />

el<strong>los</strong>. En invierno, <strong>los</strong> cubícu<strong>los</strong> eran muy fríos y a veces el agua de las jarras se<br />

congelaba. <strong>La</strong> primera vez que sucedió esto la desconcertada exclamación de<br />

<strong>Napoleón</strong> dio lugar a muchas risas: nunca antes había visto el hielo.<br />

Había cincuenta alumnos en Brienne cuando llegó <strong>Napoleón</strong>, pero a medida que<br />

cursó <strong>los</strong> diferentes años el número se elevó a un centenar.<br />

Pero no publicó sus Memorias. No lo necesitaba, y además, tenía buenos<br />

motivos para creer que provocarían las protestas de quienes conocían la verdad<br />

acerca de lo que ella afirmaba describir. Es lo que sucedería poco después con las<br />

Memorias de Bourrienne.<br />

Louis-Antoine Fauvelet de Bourrienne tenía la misma edad que <strong>Napoleón</strong>, y fue<br />

su condiscípulo en la Escuela Militar de Brienne. Después abandonó el ejército para<br />

convertirse en diplomático. Estudió idiomas en Alemania y desposó a una joven<br />

alemana. En 1797 <strong>Napoleón</strong> lo designó secretario personal. Pero Bourrienne tenía<br />

lo que <strong>Napoleón</strong> denominaba «ojo de urraca» y comenzó a desfalcar. Cuando<br />

<strong>Napoleón</strong> regaló a Hortense una casa en París, como presente de bodas,<br />

Bourrienne pagó medio millón de francos por ella, pero le cobró un millón a<br />

<strong>Napoleón</strong>. Comunicaba información acerca de <strong>los</strong> movimientos de <strong>Napoleón</strong> a <strong>los</strong><br />

grupos interesados, por la suma de 25.000 francos mensuales. <strong>Napoleón</strong> tuvo que<br />

despedirlo en 1802, pero en 1804 lo envió a' Hamburgo como encargado de<br />

negocios. En esa ciudad Bourrienne realizó un lucrativo comercio de pasaportes<br />

falsificados y exacciones ilegales. Una comisión investigadora especial comprobó en<br />

1810 que Bourrienne había desfalcado 2 millones de francos. <strong>Napoleón</strong> removió de<br />

su cargo a Bourrienne y le ordenó que devolviese la mitad de la suma.<br />

Cuando cayó Francia, Bourrienne se acercó sin demora a Talleyrand, que el 1<br />

de abril de 1814 lo designó ministro de Correos, y por su parte el gobierno<br />

provisional anuló la orden que lo obligaba a reembolsar un millón de francos.<br />

Después, Bourrienne se convirtió en ministro de Estado.<br />

Sin embargo continuó especulando, perdió su empleo, y para escapar de sus<br />

acreedores huyó a Bruselas. Un editor llamado <strong>La</strong>dvocat lo convenció de que<br />

escribiese sus Memorias como modo de saldar las deudas, lo llevó a París y lo<br />

instaló en un hotelucho. Pero Bourrienne no escribió nada. Lo único que hizo fue<br />

preparar notas, que más tarde sirvieron de base a <strong>los</strong> dos primeros volúmenes.<br />

Con respecto a <strong>los</strong> ocho volúmenes restantes, fueron escritos por Máxime de<br />

Villemarest, un diplomático fracasado que se convirtió en periodista, infatigable<br />

redactor de Memorias por cuenta ajena —incluso redactó las notas de<br />

mademoiselle Avrillon, doncella de Josefina—, así como admirador de Talleyrand,<br />

cuya biografía escribiría.<br />

En 1834 Bourrienne murió en un asilo para enfemos mentales.<br />

Por lo tanto, las Memorias que aparecieron bajo el nombre de Bourrienne entre<br />

1828 y 1830 y por las cuales se le pagaron seis mil francos, apenas eran más que<br />

una caricatura de la vida de <strong>Napoleón</strong>, ideada para el gusto del público a fin de Luis<br />

XVIII, y su tono era el que podía esperarse de un enconado enemigo personal cuya<br />

mente ya estaba desequilibrándose. Esto se manifestó claramente en 1830, cuando<br />

un grupo de hombres encabezados por el conde Boulay de <strong>La</strong> Meurthe señaló <strong>los</strong><br />

principales errores objetivos en un libro de 720 páginas: Bourrienne et ses erreurs.<br />

<strong>La</strong> obra nunca fue aceptada por <strong>los</strong> censores franceses, de modo que fue publicada<br />

en Bruselas.<br />

<strong>La</strong> falsedad más absurda de las Memorias de Bourrienne es la afirmación de<br />

que <strong>Napoleón</strong> no tenía amigos y de que la amistad nada le importaba. <strong>La</strong> verdad es<br />

que <strong>Napoleón</strong> se esforzó mucho para acallar el escándalo de <strong>los</strong> desfalcos de<br />

Bourrienne, y fue precisamente por lealtad a un amigo de la niñez que no<br />

avergonzó públicamente a Bourrienne, primero en 1802 y después en 1810.<br />

En las Memorias de Bourrienne se afirma que cuando <strong>Napoleón</strong> fue a Egipto ya<br />

había decidido convertirse en gobernante de Francia, y por entonces se limitaba a<br />

hacer tiempo. Por supuesto, esta afirmación armonizaba con la leyenda formulada<br />

ya por <strong>los</strong> Borbones en el sentido de que <strong>Napoleón</strong> era un advenedizo motivado del<br />

principio al fin por la ambición del poder supremo. <strong>La</strong> afirmación de Bourrienne se<br />

ve desmentida por todas las pruebas contemporáneas, pero ha contribuido más a<br />

deformar la interpretación del carácter de <strong>Napoleón</strong> que casi la totalidad de <strong>los</strong><br />

restantes errores.<br />

Antes de fallecer en 1829, Paúl Barras dejó sus notas autobiográficas a<br />

Rousselin de Saint-Albin, fundador del diario Le Constitutionnel y ardiente

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