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La observación atribuida a Napoleón «Conozco a los ... - Educabolivia

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partidario de <strong>los</strong> Borbones. Rousselin desarrolló las notas y las convirtió en un libro,<br />

pero cuando concluyó ya había llegado al Segundo Imperio, y había poco mercado<br />

para las Memorias antinapoleónicas. En definitiva, el libro fue publicado en 1895-<br />

1896.<br />

Barras nunca pudo perdonar a <strong>Napoleón</strong> que lo apartase de su alto cargo, y<br />

escribió sus Memorias para denigrar al hombre a quien había ayudado a alcanzar el<br />

poder. El tema de Barras es que <strong>Napoleón</strong> era una figura cómica, un patán<br />

provinciano antes de que él, Barras, lo tomase de la mano y le abriese<br />

generosamente el camino de la fama.<br />

Es interesante observar que cada uno de <strong>los</strong> hombres que calumnió a <strong>Napoleón</strong>,<br />

lo hizo por referencia a sus propios y particulares defectos.<br />

Bourrienne, que se había mostrado tan desleal, afirmó que <strong>Napoleón</strong> era un mal<br />

amigo; y Barras, cuya debilidad estaba en las mujeres, trata de demostrar que<br />

<strong>Napoleón</strong> estaba dispuesto a sacrificar a las mujeres en beneficio de su propia<br />

carrera. De ahí la afirmación de que <strong>Napoleón</strong> desposó a Josefina, la amante de<br />

quien Barras ya se había cansado, con el fin de conseguir el mando del ejército de<br />

Italia. Pero antes de llegar a esto, Barras describe una escena aún más<br />

extraordinaria. Como sabe que <strong>Napoleón</strong> está escaso de fondos, le sugiere que se<br />

case con una acomodada actriz de encantos un tanto desvaídos, cierta<br />

mademoiselle Momansier; después, Barras relata que <strong>Napoleón</strong> se declara a la<br />

actriz, y se ve rechazado. Cuando atendemos a <strong>los</strong> hechos, comprobamos que<br />

<strong>Napoleón</strong> tenía entonces veintiséis años y su presunta prometida por lo menos<br />

sesenta y cinco.<br />

<strong>La</strong> idea de que <strong>Napoleón</strong> se declare a una mujer de sesenta y cinco años no<br />

sólo es intrínsecamente improbable, sino que se opone por completo a lo que<br />

sabemos de su carácter, y no se ve confirmada por otras pruebas. Este ejemplo es<br />

demostrativo de la totalidad de las Memorias, de modo que la versión de Barras<br />

acerca del ascenso al poder de <strong>Napoleón</strong> debe ser tratada con suma cautela.<br />

Talleyrand fue despedido por <strong>Napoleón</strong> en 1807 por la misma razón que<br />

determinó la destitución de Bourrienne: rapacidad. Después, Talleyrand trabajó por<br />

el retorno de <strong>los</strong> Borbones, y aceptó abultados sobornos de <strong>los</strong> gobiernos austríaco<br />

y ruso. Cierta vez dijo que el hombre tiene <strong>los</strong> ojos delante de la cabeza, de modo<br />

que mira hacia adelante, no hacia atrás, y cuando se dedicó a escribir sus<br />

Memorias, entre 1811 y 1816, Talleyrand ciertamente tenía la mirada fija en su<br />

propia carrera.<br />

Su tema principal es que desde el comienzo de la Revolución él siempre trabajó<br />

para <strong>los</strong> Borbones, y Paúl León, el último de sus editores, no vacila en afirmar que<br />

esas Memorias son «una maniobra política».<br />

El modo en que Talleyrand trata la ejecución del duque de Enghien es un<br />

ejemplo revelador de la deformación de <strong>los</strong> hechos históricos por motivos políticos,<br />

para alimentar el mito de las Memorias. Sabemos que Talleyrand indujo a <strong>Napoleón</strong><br />

a apoderarse del duque, pese a que éste residía en suelo alemán, y así el 8 de<br />

marzo de 1804 escribió a <strong>Napoleón</strong>:<br />

«Los hombres de Fructidor están conspirando con <strong>los</strong> vandeanos. Un príncipe<br />

Borbón <strong>los</strong> dirige. Proyectan asesinarlo. Usted tiene el derecho de defenderse. <strong>La</strong><br />

justicia debe infligir un castigo riguroso, y no hay que perdonar a nadie.» En 1814,<br />

poco antes de la entrada de <strong>los</strong> Borbones en París, Talleyrand destruyó todos <strong>los</strong><br />

documentos que lo incriminaban con la ejecución del duque. En sus Memorias pudo<br />

por lo tanto perpetuar una mentira: que él había hecho todo lo posible para<br />

disuadir a <strong>Napoleón</strong>. «Este crimen —escribe—, no podría ser disculpado ni<br />

perdonado. Nunca lo fue».<br />

Pero estas distorsionadas Memorias han sido deformadas todavía más. Fueron<br />

escritas después de la muerte de Talleyrand, por Bacourt, bajo la dirección de la<br />

sobrina de aquél, la duquesa de Diño, que estaba decidida a presentar a su tío bajo<br />

la luz más favorable. <strong>La</strong>cour-Gayet encontró parte del manuscrito original de<br />

Talleyrand (la mayor parte ha desaparecido) y la comparó con el texto de Bacourt,<br />

según la publicación de 1891-1892. <strong>La</strong> comparación reveló una serie de cambios<br />

CAPÍTULO DOS<br />

Academias militares.<br />

El día de Navidad de 1778, en Marsella, <strong>Napoleón</strong> Buonaparte pisó suelo<br />

francés, y se encontró entre personas cuya lengua no entendía. Felizmente, allí<br />

estaba su padre, un hombre práctico que hablaba francés, para organizar el viaje a<br />

Aix, donde dejaron a Giuseppe, y después hacia el norte, probablemente en barco,<br />

que era el medio más barato, a lo largo de <strong>los</strong> ríos Ródano y Saona hasta el<br />

corazón de ese país que tenía ochenta veces la extensión de Córcega. En<br />

Villefranche, una ciudad de diez mil habitantes en la región de viñedos de<br />

Beaujolais, Carlo dijo: «Qué tontos somos de envanecernos de nuestro país. Nos<br />

ufanamos de la calle principal de Ajaccio y aquí, en una localidad francesa común y<br />

corriente, hay una calle tan ancha y tan hermosa como aquélla».<br />

Córcega es montañosa, accidentada y pobre; a <strong>los</strong> ojos de <strong>los</strong> Buonaparte,<br />

Francia debió de parecerles todo lo contrario, con sus perfiles suaves y ondulados,<br />

<strong>los</strong> campos cuidados y <strong>los</strong> viñedos bien podados, las grandes residencias con<br />

parques, lagos y cisnes. Una población de veinticinco millones, con mucho la más<br />

numerosa de Europa, que gozaba de un elevado nivel de vida y exportaba casi el<br />

doble de lo que importaba.<br />

Los muebles, <strong>los</strong> tapices, las vajillas de oro y plata, las joyas y las porcelanas<br />

francesas adornaban las casas desde el Tajo hasta el Volga. <strong>La</strong>s damas de<br />

Estocolmo, como las de Napóles, usaban vestidos, guantes y abanicos provenientes<br />

de París, mientras sus maridos extraían rapé de cajitas francesas, diseñaban sus<br />

jardines al estilo francés, y se consideraban incultos si no habían leído a<br />

Montesquieu, a Rousseau y aVoltaire. Al llegar a Francia, <strong>los</strong> dos varones<br />

Buonaparte habían llegado al centro de la civilización europea.<br />

Autun era una localidad un poco más pequeña que Villefranche, pero contaba<br />

con un número más elevado de confortables residencias.<br />

Había mayor número de excelentes tallas en una puerta de catedral románica<br />

que en Córcega entera. Carlo presentó sus hijos al obispo de Marbeuf, y <strong>los</strong> puso a<br />

cargo del director del colegio de Autun. El primer día de 1779 se despidió de<br />

<strong>Napoleón</strong> y de Joseph Bonapane, como se <strong>los</strong> llamaba ahora, y se dirigió a París<br />

para obtener el certificado que acreditaba la noble cuna de <strong>Napoleón</strong>.<br />

<strong>La</strong> primera tarea de <strong>Napoleón</strong> fue aprender francés, que era también el idioma<br />

de la Europa culta, la gran lengua universal como otrora había sido el latín. Le<br />

pareció difícil. No era brillante cuando se trataba de memorizar y reproducir<br />

sonidos, y tampoco tenía el temperamento flexible del lingüista nato.<br />

Durante sus cuatro meses en Autun aprendió a hablar francés, pero conservó<br />

un pronunciado acento italiano, A decir verdad, en Autun todavía mostraba muchos<br />

rasgos de su patria corsa. Este hecho indujo a uno de sus profesores, el padre<br />

Chardon, a hablar de la conquista francesa de la isla. «¿Por qué fueron derrotados?<br />

Ustedes tenían a Paoli, y Paoli estaba destinado a ser un buen general.» «Lo es,<br />

señor —replicó <strong>Napoleón</strong>—, y yo deseo crecer para ser como él».<br />

El heraldista real redactó el certificado de <strong>Napoleón</strong>, y llegó el momento de la<br />

separación de <strong>los</strong> hermanos. Joseph, como comenzaron a llamarlo, lloró<br />

profusamente, pero una sola lágrima descendió por la mejilla de <strong>Napoleón</strong>, y él

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